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Escuela: Fcultad de Ciencias

Politicas y Sociales
Profesor: Ramirz Medina
Valeriano
Materia: Introduccion al
pensamiento social y político
Tarea: Control de lectura
Alumna: Arredondo Lopez María
Fernanda
Esta obra de Jean-Jacques Rousseau es el resultado final de un proyecto iniciado
en 1743, cuando era secretario del embajador en Venecia; lo que había de ser un
amplio volumen sobre las instituciones políticas acabó convirtiéndose en un extracto
que el autor tituló El contrato social o principios de derecho político (1762). De ahí
la advertencia inicial:

“Este pequeño tratado se ha extraído de una obra más extensa, iniciada sin haber
consultado mis fuerzas y abandonada después de algún tiempo. De los diversos
fragmentos que podían extraerse de ella, éste es el más considerable, y lo que me
ha parecido menos indigno de ser ofrecido al público. El resto ha desaparecido”.

Si la sociedad es intrínsecamente mala, se pregunta ahora Rousseau, por fundarse


en la desigualdad y haber alejado al hombre del estado de naturaleza (estado
primigenio en que el ser humano no vive escindido entre el hecho y el derecho, sino
en armonía con su bondad original), ¿puede este hombre ya corrompido por la
sociedad construir una nueva sociedad justa?

La respuesta de Rousseau es afirmativa, porque el mal no está en el hombre sino


en su relación con la sociedad. La perversión se ha producido por el mal gobierno y
es el “corazón del hombre” quien puede cambiar la situación. En El contrato social,
Rousseau establece la posibilidad de una reconciliación entre la naturaleza y la
cultura: el hombre puede vivir en libertad en una sociedad verdaderamente
igualitaria.

El problema fundamental es “Encontrar una forma de asociación que defienda y


proteja con toda la fuerza común proporcionada por la persona y los bienes de cada
asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos los demás, no se obedezca
más que a sí mismo, y permanezca, por tanto, tan libre como antes”.

La solución reside, según Rousseau, en un contrato social basado en la enajenación


de todas las voluntades, de forma que cada uno recupere finalmente todo lo que ha
cedido a la comunidad. De este modo, dándose cada individuo a todos, no se da a
nadie, y no hay ningún miembro de la sociedad sobre el que no se adquiera el mismo
derecho que se cede. Se gana en equivalencia lo mismo que se pierde, adquiriendo
mayor fuerza para conservar aquello que cada cual posee. El contrato será, pues,
expresión de la voluntad general.

La voluntad general es distinta de la simple voluntad de todos porque no es una


mera totalización numéricamente mayoritaria de las voluntades particulares y
egoístas, cuya resultante es siempre el puro interés privado. La voluntad general,
en cambio, es siempre justa y mira por el interés común, por el interés social de la
comunidad, por la utilidad pública. De esa voluntad general emana la única y
legítima autoridad del Estado.

A diferencia de toda monarquía absoluta, o de toda forma de poder autocrático, con


el ejercicio de la voluntad general la soberanía residirá en el pueblo. Esta soberanía
es, por tanto, absoluta, dado que no depende de ninguna otra autoridad política, no
estando limitada nada más que por sí misma; es inalienable, dado que la ciudadanía
atentaría contra su propia condición si renunciara a lo que es expresión de su propio
poder; y, finalmente, es indivisible, ya que pertenece a toda la comunidad, al todo
social, y no a un grupo social ni a un estamento privilegiado.

El pueblo, partícipe de la soberanía, es también al mismo tiempo súbdito, y debe


someterse a las leyes del Estado que el mismo pueblo, en el ejercicio de su libertad,
se ha dado. Se concilian así libertad y obediencia mediante la ley, que no es sino
concreción de la voluntad general y alma del cuerpo político del Estado. La cuestión
de quién dicta las leyes la resuelve Rousseau con la figura del legislador, que será
“el mecánico que inventa la máquina”.

Los principios hasta aquí expuestos constituyen las ideas básicas de los dos
primeros libros de El contrato social. Parten de una situación histórica y sirven para
diseñar la hipótesis jurídica del tránsito del estado natural al estado civil, de forma
tal que el hombre pierde su libertad natural pero gana la libertad civil, circunscrita a
la voluntad general, y su igualdad natural no queda destruida por una sociedad que
le es impuesta, sino que es reemplazada por la igualdad moral.
En los dos últimos libros, Rousseau trata del gobierno, al que define como un
“cuerpo intermediario establecido entre súbditos y el soberano para su mutua
comunicación, a quien corresponde la ejecución de las leyes y el mantenimiento de
la libertad tanto civil como política”.

Su poder ejecutivo es delegado por el único soberano, el pueblo, y sus miembros


podrán ser destituidos por ese mismo sujeto. Rousseau parece preferir la
democracia como forma de gobierno, considerando conveniente su aplicación,
especialmente para los pequeños estados.

De hecho, la constitución de un estado como el postulado por Rousseau se parece


a la democracia ginebrina de su época, en la que las leyes eran propuestas al pueblo
soberano por un número limitado de magistrados. Pero Rousseau sostiene también
un cierto relativismo que le hace considerar que no existe una forma de gobierno
apta para todos los países, si bien, en todo caso, cualquier forma de gobierno debe
ser expresión de la voluntad general de la ciudadanía para ser legítima.

Finalmente, Rousseau considera las condiciones del sufragio y las elecciones;


propone la antigua Roma como modelo para impedir las transgresiones, y termina
con la necesidad de fundar una religión civil, entre cuyos dogmas positivos figurarán
la santidad del contrato social y las leyes establecidas como expresión de la
voluntad general. Esta religión civil tendría un único dogma negativo: la intolerancia.

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