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índice

Introducción: ¿Y el pueblo dónde está? La dificultosa tarea de


construir una historia popular de la revolución rioplatense
Raúl O. Fradkin ....................................................................................... 9

Cultura política y acción colectiva en Buenos Aires (1806-1829):un


ejercicio de exploración
Raul O. Fradkin ..................................................................................... 27

Las palabras de Manul.La plebe portena y la polrtica en los anos


revolucionarios
Gabriel Di h.feglio .................................................................................. 67
Esclavos, libertos y soldados: la cultura politica plebeya en Cuyo
durante la revolución.
Beatriz Bragoni ................................................................................... 107
Los "infelices" y el carácter popular de la revolución artiguista
AnaFnga ............................................................................................ 151
lnsurreccion e independencia. La provincia de Salla y Los Andes
del Sur
Sara E. Mata de Lópe_z......................................................................... 177

Reordenando la campana: la restauración del orden en Salta y Jujuy,


1822-1825
Gustavo L Paz ................................................................................... 209
¿Revolución en las pampas? Diplomacia y malones entre los
índfgenas de pampa y patagonia
Silvia Ratto .......................................................................................... 223
Fuentes tditas ................................................................................... 253
Bibliografla ....................................................................................... 257
Las palabras de Manul.
La plebe porteña y la política en los
años revolucionarios

Gabriel Di Meglio

Los changadores se hablan detenido hacía rato delante de la tienda y


conversaban animadamente. o era una tarde común y seguramente el
tendero sospechó que el tema de la charla no era el calor que castigaba a
Buenos Aires en ese febrero de 1819; quizás por eso salió a ver qué ocurrta.
En seguida confirmó que hablaban de lo sucedido unos dfas antes, y que
tenla bastante convulsion<1da a la ciudad, en parucular a los barnos de
Monserrat y Concepci,: n, zona en al cual residía la mayorta de los negros
libres de Buenos Aires. Los sargentos, cabos y soldados del tercer tercio
civico, es decir del cuerpo de pardos y 111orenos de la milicia de la ciudad,
hahlan desobedecido la orden del Gobierno y del Cabildo de abandonar
Sl1S casas p::ir�1 amartelarse y hablan tomado las a mas para resiscir la
medida. Lis autoridades y varios miembros de la t:hte porteña mostraron
preocupación antl': la agit::ición de los pobladores rn:-gros. Y negro5 eran,
precisamente. los changadorc5 reunidos frmtc :1 la tienda. De pronto, uno
rnrrc el grupo sub:ó la voz y exhortó al resto:
Ac¡ul 110 1cncrno� p3Jre ni madre, vamos ,1 morir en dden:¼I de nuestros
Jercchns. El g0lnc1no es tin ingrato, no atiende ,1 nueslrns ·crvicios, n,)S
qu1err ha<"er esdavos, yo fui rnn s,·is cartuchos al cu;irtel y por el momento
conseguí quirn roe dirse mllchos.

Esas fueron las palabras que más tarde le alribuyú el tendero frente a un
tnbunal, ariadirndo que las arompanó con "mil e_,11resim1es que la de.c.encia
no me permite cslam¡,ar". El discurs0 1ambién impresionó a Lm oficial ckl
ejército que pasaba por la tienda, quien arrestó al arengador porqLc "en

67
GABRIEL ÜI 1EGI 1,,

mi presencia exhortaba a los negros a que mw"ifmn en defensa de su causa,


!tablando mi/ i1iiquidacles de! gobírrno y deme!, autoridndes". 1
El autor de la infom1al proclama se llamaba Snmiago Manul. de quien
sólo he podido constatar que era soldado del tercer tercio cf\'ico. Hallar
ese tipo de discurso en boca de un miembro de la plebe de una ciudad
preindusrrial -en realidad, de cualquier integrante e.le las clases populares­
es altamente inusual. Podemos entonces aprovechar que conocemos esta
situación para descomponer la escena y el discurso, e intentar-a partir de
ahí- una reconstrucción no sólo del levantamiento miliciano del verano
de 1819 sino también de las caracteristicas tic la participación plebeya
en l:i política porteña en los años revolucionarios. Porque para entender
lo ocurrido en ellos es fundamental atender a cómo fue la participación
política de la plebe porteña.
¿La plebe J Los que panicipaban en la conversación delante de !a uenda
eran miembros de ese conjunto, también llamado bajo pueblu, que ocupaba
el estrato inferior de la pirámide social porteña. Dos elementos lo indican:
eran negros y eran changadores. La Lmalid,1d de los habitantes de Buenos
Aires que no eran considerados dt: color blanco -los negros, los pardc>s,
los crigut:cios- era parte de la plebe -s.'llvo mínimas excepciones- pero
también había una gran can1idad de plebeyos blancos, que a diferencia del
resto de la población blanca no recibian antes de sus nombres t:I título don/
dalia.. Aqui::llos que ter.ian ocupaciones sin caíificarión eran generalmente
plebeyos, al igual que la rnayona de quienes realizaban 1areas manuales,
inch1yenr.lo a muchísimos artesanos pobres y casi todos los oficiales y
aprendices e.le las artesanlas. Ac;lemás. claro está, quienes se ganaban la
vida como podían, los mendigos y los pobres que VÍ\'ían de la caridad y
la limosna eran miembros de la plebe.

1 Arclm·,, G.?r.eral de la Naci,ln len adcl.mlc AG�). s.sb X. kgajo 10-3-➔, Sumarios M11it3rL'S,
957: informe al Gobernador lmendcme y dcdJrac11\n de M.s111td de lng<>ycn. El testimonio
del tendcrn dice: "h,!bientlo .-isto r�unidos en In p11erl<1,lc mi tirndn ,·arifls negros chan¡;nd""
hablnndo Jd s11,cso acaecido el 4,fijt mi atención y pn-senc1f, que rl 11r¡;m SunJ ia¡:o Manul.
ron mucha ene11:trl, .Y ba.stanlc ins11lcncirl, mirntws los otms ,·stoban f<1llados les tlecta . .'
lo cxpi•�sw arnlia. Las ntas textuales acá y en d reslt> dd .c.1píiuh, licnen la onogrnfla
mo<lern1z.�da. l:.s cierto que n3da garamiu que Manul haya dec11,·amcnte cnut1ciado esas
palabras, podrfat1 haber siclo in�emadas pord lendcro par., a ·tlSiJ.rlo. ,11.1nquc no haynmgún
rastro que incLquc a!g" asi ni un porqué. Por otro lado, los <liclio,; f11cr,m �om,borado,; por
el oilc1al. Y adtmis, d discurso suen:1 pcrlecJame11Le lógico m el contexto en el que 1 �
pro<lncido; :1un s, Munul 110 hubiese sido su vcrdadern aulor. uid1cJ daratntme que esas
iclcas esrnban presentes, que circulaban.

68
En resumidas cuentas, la plebe poncña inclu[a en sus lilas a todos los
que compart[an una posición subalterna en la sociedad por su color, su
01:upación, su falta de "respernbilidad" �] título dorúdo,1a-, su pobreza
material, su lejanía de las áreas de decisión política, sus lugares <le so­
ciabilidad, su inestabilidad labornl, su movili<lad espacial frecuente, sus
dificultades para formar un hogar propio, y su situación de dependencia de
otros (como ocurría con la mayoría de los que vivían en casas ajenas, o en el
ca�o de las mujeres, con su subordinación a padres y maridos). Esta amplia
franja de población de la ciudad de Buenos Aires era un grupo altamente
heterogéneo, multiétnico y mult1ocupacional, inrernarnente jerarquizado
(un artesano pobre y 1111 mendigo sin duda no se pensaban c0mo parte
de un mismo conjunto). Se trataba de una suene de proletariado urbano
-salvo por los artesanos- en el que también estaban incluidos los esclavos,
que más allá de la crucial diferencia de no ser libres compartlan muchos
de los rasgos marcados con el resto. 1

Fui con seis cartuchos al cuartef


Comencemos ccn t'.sa ¡ifim1ació11, que rt'mite a la función militar de
Santiago Manul. Era sol<lado del tcrce, tercio cf,ico, que tenla su cuartel
en el corazón de Buenos Aires. Estaba exactamente en la esquina de las
actuales calles Perú y Alsi.na. donde ckcadas antes lús jesuitas hnbían ubi­
cado la dirección de sus misiones en el norte r\ la v,tdta se cncontraba el
cuan el <le] primer y el segundo lacio cívirn. Era entonces la manzana Je
la milicia (mios más tarde se convertiría, por otras razones, en la ''manzan;,
de las luces·').
La milicia era una organización fundamental en la sociedad colonh\l,
provcmente de una tradición española de largo aliento. que fue reformada
por los Barbones. De acuerdo a un reglamento llegado al Rio del Plata
al comenzar el siglo XlX, todos los hombres de entre 16 y 45 años eran
milicianos, y se agrupab,u1 por arma, color de piel y lugar de p; O(:cdencia
<le si.is miembros. Solamente los pobladores con un domic1lio fijo entraban
en la milicia, pani lo cual t'Staban inscriptos en un padrón. Durnnte ocht1
;u�ns, un miliciano delifa hacer un servicio activo. en el cual estaba obligado
,1 hacc-r periódicas prácticas e.le mane.10 de armas (algunos integrant�s de la
elite evitaban esa carga mediante d env1o en su reemplazo ele personeros).

' Vari,IS de las afirmadones que hago en este arl 1culu l�s he desarrollad(' más �x1ensa1nemc
en un libro (01 Meglin, 2007), pot ejem pi,,. las c,1rac,ertslicas de la plebe y las razones Je;
uso de esa cacegorfo.

69
GABRIEL D1 MEGUO

Si era movilizado n:cibla 1m estipendio. pero fuera dt.: esos momentos 110
se le pagaba nada. Cumplido el periodo activo, el mihci,mo se convertía
en pasivo. es decir que sólo era nmvoca<lo e, 1 caso de emergencia rurrnar
parte Je la milicin ern entonc:es un deber, pero también otorgaba derechos:
tm miliciano no era un militar, c:ra un vecino en amias y por lo tanto ha­
bla que respetarlo como tal; por ejemplo, estaba exenw tic ser rnviado a
111rt:grar las tropas que m;irchnban a una campafm, u única Íllnción aa
ia defensa del propio Lemtono (Marchena Fernández, 1992; Gonzákz,
1995; Cansanello, 2003).
Con anterioridad a l 806, la milicia portena era muy endeble: con­
gregab;i a unos mil seiscientos hombres que casi no 1ení:m instrncción y
cuyo cqllipamiemo era práctic;imell!e inexistente; de hecho casi no pudo
actu;ir frente a la invasión britáHica que ese niio se apodnó <le Buenos
Aires con facilidad. Tras b reconquista. el entusiasmo q11e �sta generó y el
le1nc1r a un regreso <le los nwasores diercrn lugar a un súbito florecimiento
milic1a110. Mt1s de ·iete mil 4ui11i 1110s hombres -una parte signif1cat1va <le
la pc1blación masculina en 011;1 ciudau que contab:1 en rotal con poco más
de cuarenta mil hah1tantes- se alistaron volumanamcntc en los cuerpos
mili<:i,1nos entonces formados. l."\ nueva milicia romó el orde1 amirn!O del
reglamento borbónico: les h;it;il lones se organiz¡¡ron de :1cuerdo al lugar
do.: origen y al color <le piel. Naciewn por eso tres batallones dt' Ptll1frios
(nacidos en la patria, Bucn0� 1\1re ), uno de AJTibcños (originarios <le
\as pw11111cias "<le arriha", J,-1 nc,r !,' J, lll n1 d Naturales y Casia.\ (sepa­
rndos intcnu1m:nte en rnJio,,, rardc, y morenos libres), una compai'lla
<le Grnnaderos de Liniers (el hér,1t' de la Reconquista), cinc0 tercios <le
cs1x.111oks nacidos en la Peni11sL<L1. Gnllegos, Cuta[anes (o Miñones),
Vi�n1í11os. J\ndaltices, )' Man/mieses (o C,1ntahros). y tamh1é·11 5tlr�1ó un
Lllcrpo Je tsch1v0s armados con lan:::,1s y c11chillos. En la Zcllrn Jt· rp1in!as
que rnd1:aba :1 la ciudad, y en l.1 camp:11ia. se fonn;iron n1erpos 111ilic·i,1rws
de cnbalieria (Bevt.:rina. i 992).
Los cuerpo� milicianos pMt1np;1ro11 de la defensa de lR07 Cl.1n1u l,1
se�un<la i11vasi · ll bnt:'míca, '/ dcspuc� ele ese n11evo I ri un fo se mnntuv1crlln
en aierrn a la espera de 1.1n rrrcer al.ique. CuanJo en 1808. \c1 agresión
francesa contra Espnñ,1 i::arnhiti d juego de nlürnzas y convirti,i ¡¡ Gran
Breim'la en un aliado, b milicia porteña no St: desmovilizó y e hecho se
conv1ni6 en el rnncip;il poJer n1 Ruc1ws Aires, dado que no h,ibia 1111
-:jercito proks1011al. dcP.orninad0 regular o de ltnea, que tuviera f,1,·1za
r:01110 para oponérsele. Pero si 'JI� cjt:rnto de cs1e tipo dependía firme­
m�·11te dt la autcnd::<l 111C'tmp0]:1;·,.n:1 -)" ;;oli,1 estar integrado por ::,;_1l<bdos
La� palabra, de 1'-.fam,I

re11ins1.1hues- la milicia era localista por definición. En la nueva estructura


milician;1 e trndicmn lazos por fuera r.Je la ;1Clmirns1 ra<.:1ón imperi,tl en1 re
la elite ror elia, que formó el grueso r.Je la oficialidacl, y la plebe, q11e 111-
ccgro d gruéso de la tropa: ello se puso de manifiesto cuando d Cabildo
decidió financiar los uniformes de los patricios, p1.tes1O que se I rataba "en
su mayor parte de jornaleros, artesanos y menestrales pobres" (Beverina,
1992: J36; González Bernaldo, 1990). Esa relación fue e trecha; en pri­
mer lugar, porque al principio los oficiales eran elegidos por sus propios
s,)!dr.do�. La J,,m,xraci::i miliLar duró poco y en seguida fue reemplaz:ida
por formas m,\s tradicionales, pero dio un gran arraigo irücial a la milicia.
Además, la movilización sign1l1<.:ó el traslado de recursos hacia la plebe
urbana, a Lravés de la 1)aga (el prest) que recibía la tropa. En una ciud,H.l
en la cual la fragilrdad laboral era 1.in rasgo predominante en ere los grupos
social mente inleriorcs, el servicio devino un modo ele subsistencia estable
rara mochos milicianos (Halpnin Donghi, 1978).
Esr.e importan te Jparato mi II lar local, que acaparó los fondos di.' la
Real Ca_ja de Buenos Aires para s1.1 sostenimiet1to, cobró má' i111por1a1Kia
aún cuando se desencadenó la crisis de la monarqu!a española en 1 SOB
Con la prisión del rty Fernando VII en manos de Napoleón Bonaparl� y
el lev;intamicntu de h1s ciudades peninsulares contra la inv,1si6n 1·r.rncesa,
América. aunque se declaró casi untmi111cmen1c hcl a la c;1usa esp�tñola,
obtuvo de hecho mayor aut0nomía. Ello imrlicó la imposibilidad d,· diri­
mí 1· los iiwst mbrados conllictos entre grupos e in5l il ucione5 de m;mcr:�
dásirn, apelando al re!ermo del Consejti de India.�. Pc�r eso. rn::indo l'n l 8O9
c;·1alló en Buenos Aire� 1mo de esc,s c11fre11tam1cn1os, un movimi�nto del
C1hildo en contra del virrey Sanllago de l..inicrs, la manera de soluuon·•rl0
fue novedosa. El ayuntamiento quiso convocar a la rohlaoón rarn pe,fü
!a dcsLitución del virrey y fomwr una junta, contando ,;on el apoy,, d('
,ilgunos de los <.:Uerpos 111ilic1.:inos peninsuhlrcs, !os culrtlcrne�. los vizcaí1ios
y los gol legos El virrey obtuvo la adhesiúu de cuerpo.� más rodenJsns: 105
palrit ios, los onibcfios, el bat,1!lún de rn.sfr1s y k,s g, wwdcro� que respon­
d1a11 :;i su nomhre. La presencia de todos ellos en b p 1 nza mnyor -llama :1
'·J'Lca de la Victoria·· csde el triunfo sobre l0s I ngi•:scs- del1111ó la s1tnadón
a favor de Liniers (Leve ne, 194 la'.. La pu¡a de poder ,;e habia r6uclto p(�r
la :>.!11c:11a2::i del usu de fuerza, r el soskn de !:i milicia flie (ruual Asi, sus
rnic111:1r,1s comcnzaro11 su experwnd-1 c11 movi!izauont'S q1-1e c:,a-.:d!,tn su
Ldiricu función militar para clcíinir $Ítw1c1orn·s ele po<ler local.
El siguiente vlm:y, Balt.i ar Hidalgo de Cí;;ncros, logró debilit,H 1.111 p0<.,'.)
a la n1ilici3 porteiia. sus r.:ducciones !lt:v;iron a !ns cuerpo5 miliciaJ1,·,s a

'
"T] -
GABRIEL D1 MEGU()

contar con tres mil trescientos hombres al final de la década (Abásolo,


1998: 287). Sin embargo, esa fuerza seguia siendo incontrastable en la
ciudad y cuando en mayo de 1810 llegaron las noticias de la cafda de
todo el territorio esparto! en manos francesas, con el consiguiente vacfo de
poder, el apoyo miliciano al pequel'lo grupo de agitadores que propugnaba
reasumir la soberanea hasta que el monarca retomara al trono fue decisivo
para que obtuvieran la victoria. Cisneros fue desplazado y se erigió una
Junta de Gobierno, cuyo presidente -Cornelio Saavedra- era el coman­
dante del regimiento más poderoso: los patricios. Apenas establecida, la
Junta definió una serie de cuerpos de ejército regular en base a la milicia
y los envió a sendas expediciones para hacerse obedecer en el Alto Perú
y el Paraguay, lo que iba en contra de la tradición por la cual el miliciano
no podfa ser convertido en veterano, es decir en un soldado "profesional".
Pero el entusiasmo del momento revolucionario logró que esa operación
no generara resistencias.
A partir de entonces, los miembros de la plebe ponena participaron en
dos experiencias militares paralelas a lo largo de la década de 1810. Muchos
integraron durante períodos más o menos largos las fuerzas revoluciona­
rias que marcharon a las campañas de la que pronto devino en guerra de
independencia. De acuerdo a una medición de las filiaciones presentes en
sumarios militares celebrados durante la guerra entre las tropas formadas
en la ciudad de Buenos Aires, sobre 218 casos disponibles un 20% de los
integrantes de las tropas del ejército regular había nacido en esa urbe, el
7% e ra africano, el 9% provenfa de la campaña bonaerense, e l 31 % era
oriundo de otras regiones del ex Virreinato del Rfo de la Plata y el 25% de
otros territorios americanos (Di Meglio, 2007: 331 ). daramente, el grueso
del reclutamiento para el ejército regular recayó sobre los habitantes de
Buenos Aires de origen inmigrante, que eran los primeros en ser presas de
las levas, por tener pocos vfnculos locales que los protegieran. También los
esclavos fueron un importante proveedor de soldados para el ejército de
linea a lo largo de los anos: los hubo que fueron donados por sus amos,
mientras que algu nos fueron expropiados por el Estado y otros bregaron
fuertemente para poder alistarse, dado que suponlan al final del servicio
que iban a volverse libres. Una buena porción de plebeyos se alistó vo­
luntariamente, presumible.mente por el atractivo de contar con un sueldo
fijo y recibir un uniforme, es decir, vestimenta.
Muchos otros miembros de la plebe siguieron vinculados a la milicia.
La diferencia entr e unos y otros no era social o racial sino de relaciones;
quienes contaban con una larga residencia y un domicilio reconocido

72
Ul5 palabras de Manul

gozab an de cierta protección contra el alistamiento por parte de las


"pequeñas" autoridades urbanas: los alcaldes de bartio y los tenientes
alcaldes, vecinos destacados que cumplfan funciones para el Cabildo en
los distintos barrios porteños.
Durante los primeros dos años revolucionarios, la situación de la mili­
cia fue muy confusa, puesto que fue transformada en ejército regular. Sin
embargo, en marzo de 1812, el gobierno impulsó su reorganización para
la defensa de la ciudad. El criterio fue diferente al previo: se formó una
estructura espacial, dividiendo a la ciudad en dos cuerpos milicianos, uno
del norte y uno del sur, usando de limite a la calle de las Torres (la actual
Rivadavia). Sin embargo, el ordenamiento fue dificil porque habfa "infini­
tos que se han alistado donde les ha dictado su espontanea voluntad". Los
oficiales fueron elegidos siguiendo la costumbre posterior a las Invasiones
n
Inglesas, por los "ciudadanos , que eran a su vez voluntarios. 3 El intento no
llegó a buen término y en septiembre del mismo año, el gobierno dispuso
otro sistema, creando "tres Regimientos de Milicias Ctvicas que cubran
los interesantes objetos de nuestra defensa en las actuales circunstancias"
(Acuerdos del Extinguido Cabildo [en adelante AECI, 1927: tomo V, 330).
Surgieron asf los tercios ctvicos, organizados de acuerdo a la espaciali.dad
urbana y a la diferencia racial: el primer tercio agrupaba a la gente del
centro de la ciudad, el segundo en los barrios más alejados del centro
-<:orno San Nicolás, Retiro, el Socorro, La Piedad-y el tercero a pardos y
morenos libres de toda la ciudad -que residian sobre todo en Monserrat,
Concepción y también en el Alto de San Pedro Telmo. El primero era más
pequeño y alistaba a muchos miembros de la elite, dado que ésta residía en
las manzanas cercanas a la Plaza de la Victoria. El segundo, por su parte,
inclufa a muchos plebeyos en sus filas, al igual, claro está, que el tercero.
En éste hubo un cambio con respecto a los milicianos pardos y negros
del periodo col onial: entre ellos los oficiales hablan sido blancos y ahora,
desde mayo de 1815, se nombraron varios oficiales �de su clase", es decir
negros (AEC, 1927: Vl, 500). 1
Los orígenes del nuevo sistema no fueron muy auspiciosos: los cuerpos
tenian u na capacidad operativa muy limitada y estaban muy pobremente
armados. Recién en 1815 la milicia urbana volvió a cobrar importancia
dentro de Buenos Aires, durante el alzamiento liderado por el Cabildo
en abril de 1815 contra el Director Supremo Carlos de Alvear (del cual

'AGN, X, 3-3-7. Guardia Clvial, not.1 de don Man!n Galán.


• Los suboficiales, cabos y sargemos, también eran negros. pero generalmenle eran vete­
ranos y no milicianos.

73
GABRIEL D1 MEGUO

hablaré luego). Adquíneron armas a los buques británicos y asi obluvieron


por primera vez una verdadera capacidad de fuego (López, 1913). Al poco
tiempo fue sancionado un Estatuto Provisional, en el que se decidió que
los tercios cfvicos quedaban bajo el mando del Cabildo de Buenos Aires,
que designaba a los jefes y a los oficiales, quienes después teman que re­
cibir la aprobación gubernamental. Era también el Cabildo el encargado
de pagarle a la oficialidad y a los cabos y sargentos; en teoría, lo hacia con
fondos del gobierno, pero en la práctica terminó él mismo cubriendo los
gastos. El Estatuto establecia que eran soldados c!vicos todos los poblado­
res americanos y extranjeros con cuatro años de residencia, entre los 15
y los 60 años (AEC, 1927; V, 508 y Vlll, 219). Si el Cabildo consideraba
que �1a patria estd m peligro" hacia repicar sus campanas y enarbolaba
una bandera en su torre; ante ese llamado, los milicianos activos deblan
dirigirse a sus respectivos cuarteles, mientras que los pasivos tenlan que
congregarse en la Plaza de la Victoria. Aunque los cuerpos debfan obe­
diencia al gobierno, si el Cabildo sostenía que aquel no había cumplido
con e l Estatuto Provisional, la milicia quedaba exenta de esa subordinación
(Sáenz Valiente, 1950; 194) El Cabildo creó una comisión para ocuparse
del funcionamiento de los tercios y priorizó el empleo de sus fondos
para el Marrcglo de estos cuerpos ctvicos aun en el ca.so de exigirse por el
excelentísimo Director, para su inversión m las tropas vcter(111as, por sertk
primera deducción el apresto de las clvicas" (AEC, 192 7: V, 503). En junio
de 1815, había 3079 hombres alistados en la milicia de infanterla (AEC,
1927: V. 518), y en septiembre de 1817 se contabilizaron 2851 -en este
caso, sin contar a los oficiales. En esta segunda fecha, el segundo cerdo
era por lejos el más numeroso, con 1361 mihcianos.� Con el Reglamento
Provisorio sancionado en 1817, el gobierno recuperó cierta autoridad sobre
los civicos al empezar a elegir él a sus oficiales, pero los tercios siguieron
fuertemente ligados al Cabildo; de hecho, se volvieron una suerte de brazo
armado de esta institución. Su peso militar fue aumentado por el hecho
de que la duración de la guerra hizo que el ejército regular en Buenos
Aires tuviera una presencia cada vez menor; y también se incrementó su
peso polltico, dado que en la segunda mitad de la década de 1810 quien
quisiera realizar cualquier acción politica en la ciudad no podía dejar de
tener en cuenta la fuena de la milicia.

' "Demostr.tción de la fuerza de infanterfa asl de lútea como clvia con que se halla.n las
Provincias Unidas de Sud-Am�rica en la fedaft , AGN, X, 27-7-11 No habla caballerla en
la ciudad, aunque si en los suburbios

74
Las palabras de Manul

Revistar en distintos cuerpos militares creó lazos horizontales inexis­


tentes previamente entre los plebeyos. Eso ocurrió en particular en el
ejército, porque ali! se agrupaba gent e con menos en común que los mi­
licianos, que podlan ser vecinos en un barrio. Antes de la guerra, la plebe
porteña }' el resto de las clases populares del ex virreinato distaban de
tener una identidad en cuanto tales; un efecto de la militarización urbana
fue que los soldados, cabos y sargentos comenzaron a identificarse como
miembros de un mismo cuerpo militar: granaderos, cazadores, dragones,
húsares, civicos, etc. De esa identificación interior a los cuerpos militares
devinieron rivalidades entre los diferentes regimientos que muy a me­
nudo originaron peleas. Pero también fue la base para el surgimiento de
acciones colectivas.

Vamos a morir en defensa de nuestros derechos


La sociedad colonial era legalmente desigual: los esclavos no tenían
libertad, se buscaba que los indtgenas vivieran separados de la sociedad
hispano-criolla, y los miembros de las castas (negros, mestizos, pardos,
zambos) no podlan ocupar cargos civiles o eclesiásticos, salir a la calle a
la noche, portar armas, comprar o ven der alcohol ni utilizar ciertas ves­
timentas (Andrews, 1989; Morse, 1990). El clero, los militares y algunas
corporaciones tenían fueros que los protegtan. Todos los habitantes eran
sumamente celosos de sus derechos e incluso los más explotados de la
sociedad intentaban que ellos fueran respetados; asl, los indfgenas y los
esclavos solían acudir a la justicia cuando consideraban que los funcio­
narios con los que debían lidiar o sus amos no respetaban algún derecho.
Con la Revolución hubo un cambio muy importante en esta cuestión: si
numerosos plebeyos -entre ellos muchas mujeres- siguieron acudiendo a
la justicia y reclamando a las autoridades cuando creian que sus derechos
hablan sido vulnerados, los hombres movilizados militarmente Luvieron
la posibilidad de reclamar de modo menos ordenado, con las anuas en la
mano. La cuestión de los derechos fue una de las que más generó acciones
populares entre 1810 y 1820, en forma de motines militares.
El primero fue "el motfn de las trenzas". Cuando en 1811 la guerra
contra los enemigos de la Revolución empezó a alargarse y a complicarse,
el gobierno-ahora el Triunvirato, que habta reemplazado a la Junta- buscó
profesionalizar y mejorar la disciplina de las tropas. Los ajustes en ese
sentido crearon tensiones en el regimiento de patricios, que desemboca­
ron en un levantamiento armado. Se inició cuando, ante la ausencia de

75
G1,!lRlEL D1 MEGUO

vanos soldados en la lista realizada en el cuartel del cuerpo la noche del


6 de diciembre , un leniente anunció que cortarta la trenza de aquel que
faltase en otra ocasión. u tre nza era un slmbolo exclusivo del cuerpo y
las palabras del teniente fueron contestadas por los soldados: uno dijo que
"eso era quererlos afrentar", otro que • primero irla al Presidio" y varios
gritaron que "mas fácil les serla cargarse de cadenas que dejarse pelar"
(Fitte, 1960: 86 y 87). El comandante del regimiento, Manuel Belgrano,
fue informado del evento y ordenó a los oficiales que "si se mov(an los
acabasen a balazos", pero no pudo evilar que a poco de su partida estallara
la sublevación (en el cuartel habla unos 380 integrantes del cuerpo). Bel­
grano regresó pero fue rechazado con gritos de "muera", y tras su retirada
los soldados se armaron, tocaron el tambor para congregarse en el patio y
liberaron a los presos del cuartel, al Liempo que obligaron a los oficiales a
abandonar el recinto. Un testigo sostuvo que "se levantaron los sargentos,
cabos y soldados, desobedece-na su.s oficiales, los arrojan del cuanel, insul­
tan a sus jefes, y entre ellos mismos se nombran comandantes y oficiales,
y se disponen a soste:ner con las armas·• sus reclamos, "imposibles de ser
admitidos, siendo entre ellos la mudanza de sus jefes, y nombrando a su
arbitrio otros" (Beruti, 2001: 191).
Efectivamente, un rasgo fundamental del mot!n fue que sus dirigent�
eran sargentos, cabos y soldados. Es decir, eran plebeyos: la plebe propor­
cionaba a la gran mayorta de los integrantes de la tropa, y la elite, a los
oficiales; los últimos recibían el don antes de sus nombres, los primeros
nunca. Fueron algunos cabos los que redactaro n el petitorio que fue alcan­
zado al gobierno. En el primer punto se definia el eje del reclamo: "quiere
este cuerpo que se nos trate como a fieles ciudadanos libres y no como a
tropa de línea" (Fitte, 1962: 92). u protesta se originó en que la tropa
del cuerpo querta ser considerada miliciana: eran ciuda danos y no solda­
dos veteranos. Los oficiales no se hablan visto afectados por la creciente
profesionalización militar, que les garantizaba una posición encumbrada
en la nueva estructura, pero la tropa se senlla perjudicada. los patricios
sentfan que sus derechos no hablan sido respetados, lo que permite ex­
plicar la intransigencia que mantuvieron en las negociaciones, a pesar de
que en segui da fueron rodeados por tropas de linea significativamente m�
numerosas. Adem�. los rebeldes solicitaron un cambio en la oficialidad,
principalmente proporúendo al capitán Juan Pereyra, quien ha bla integra­
do el cu erpo, como comandan te en lugar de lklgrano. Más que señalar
que aquel organizara el movimien to -no fue siquiera sospechado por el
gobierno- la demanda indica la misma situación: recuperar a un oficial

76
us palabras de Manul

antiguo, que "tenla en el cuerpo de Patricios mcJ.s prestigio que Saavedra"


(Fille, 1960: 99), era una manera de volver a un pasado cercano. Estaban
exigiendo volver a elegir los oficiales (Halperin Donghi, 1972: 205).
Junto a las pro1esras centrales se percibe un aspeclo social: cuando
el teniente q ue lanzó l a am enaza de cortar las trenzas recibió las réplicas
indignadas de los so ldados, retrucó a su vez que si c ortarles el pelo era una
afrenta "ti tambitn estarla afrrntado pues se hallaba con el pelo cortado".
Pero otro soldado, "en tono altanero'', le gritó "que tl tenla trajes y levitas
para disimularlo" (Fine, 1960: 72). La ropa era muy cara y eso la c onvertía
en un sfmbolo de pr estigio. Por eso, la vestimenta era una marca muy clara
de diferencia social: sólo la elite porteña usaba levitas, casar.as y lrajes. Los
sector es medios y la plebe se vestían con chaquetas o ponchos. En los últi­
m os al"los coloniales, un jornalero hubiera necesítado más de un mes de su
sueldo para poder adquirir un pobre vestuario completo Uohnson, 1992).
Los esclavos soltan usar viejas prendas de sus amos, que con el tiempo se
iban deteriorando. Muchos plebeyos tenlan las ropas hechas jirones y en
los juicios se ven frecuentes quejas de quienes decian no lener con que
tapar Sll "desnudez". Así, la referencia a la levita del teniente marcaba con
resentimíento la distancia social en tre oficiales y tropa.
El Triunvirato exigió 9ue para considerar el pelirorio los rebeldes
debfan abandonar las armas, y lo mismo sostuvo el obispo de la ciudad
cuando fue enviado a mediar. No hubo caso: los amotinados se negaron
a abandonar su posición. Un soldado, Juan Herrera, sostuvo "qut no se
· dejaban rngañar" y que si no les aceptaban el petitorio era mejor "morir
como chinches". La tensión fue en aumento y en un momento dado se
empezaron a intercambiar disparos, a partir de lo cual las tropas leales que
sitiaban el cuartel comenzaron un muy violent o ataque. En un cuarto de
hora los patricios se rindieron; al gunos saltaron por los techos al vecino
cuartel de pardos y morenos, donde fueron apresados (Fitte, 1960: 91,
100-108). Al menos ocho de los rebeldes muriero n en el combate y cua­
tro sargentos, tres cabos y cuatro soldados fueron �degradados, pasados
por las armas, puestos d la expectación pública" (Gaceta de Buenos Aires,
1910: lll, 49). Otros diecisiete integrantes de la tropa fueron penados a
diez años de presidio (hubo un solo oficial, un alférez, a quien se encontró
impücado indirectamente con la insurrección, por lo cual recibió dos años
de prisión). los mismos miembros del Triunvirato fueron los jueces. Dos
compañías de granaderos y una de artilleros del cuerpo fueron disueltas
por haber iniciado la �sedición". El regimiento, que hasta entonces habla
sido el más prestigioso de Buenos Aires, perdió su posición de número

77
GABRIEL D1 MEGUO

uno del ejército y fue relegado al quinto lugar; el nombre patricios fue
extendido a todos los cuerpos militares.
Unos años después, en febrero de 1819, y por motivos cercanos a los
de 1811, hubo otro gran motln miliciano; en él tuvo lugar el discurso de
Santiago Manul. La situación era diferente: la guerra no estaba empezan­
do sino que era ya larga y el entusiasmo revolucionario inicial habia sido
reemplazado por cierto hasUo, al tiempo que algunos sucesos hablan ido
cargando de tensión el ambiente: una gran sequla habfa elevado el precio
del pan, las noticias de la consolidación de la ocupación portuguesa de la
Banda Oriental-iniciada en 181&-generaba profundo malestar, la prensa
informaba acerca de los avances de los preparativos de una gran expedición
espanola para invadir el R:io de la Plata y coman rumores acerca de distintas
conspiraciones que se preparaban en contra del gobierno central ubicado
en Buenos Aires. En ese comexto, el Director Supremo decidió enviar a
la mayorfa de las tropas porteñas regulares a doblegar a los santafecinos
y entrerrianos, que no obedeclan al gobierno central y que habían sido
atacados varias veces sin resultado. El Director pidió al Cabildo.jefe de las
milicias, que convocara al tercer tercio cívico a una revista en la Plaza de
la Victoria. Inmediatamente aparecieron pegados en la p uerta del cuartel
dos pasquines denunciando que lllos querían acuartelar y hacer veterarws",
rumor que empezó a circular con fuerza entre la tropa. Según un oficial,
llen el cuartd fueron aconsejados todos los soldados por los sa,gentos y
cabos para que no permitiesen ser acuartelados, porque desputs les harían
veteranos". Una medida de ese tipo contradecfa el derecho miliciano de
servir sin abandonar su residencia. 6
Los suboficiales y los soldados se resistieron a marchar a la Plaza
de la Victoria y forzaron al Cabildo a realizar la reunión en la Plaza de
Monserrat, es decir, en el corazón del área de residencia de la población
negra libre de la ciudad. Y a pesar de que la convocatoria fue sin armas,
los milicianos concurrieron a la revista portando sus fusiles. Una vez en
Monserrat, el alcalde de primer voto -principal autoridad del Cabildo­
les comunicó que efectivamente la compleja situación de la hora hac!a
necesario que se acuartelaran. De acuerdo a un oficial del cuerpo, a esa
demanda utodos contestaron tumultuosamente qiu no querlan siguitndose
a esto una descompasada gritería la que obligo a hacer tocar un redoble
imponiendo silencio". Un soldado contó más tarde �mientras hablaba el
Cabildo, los cabos y sargrntos, por que eran pagados, no les dijeron nada,

• AGN, X, 30-3-4, Suirunios Militares, 957. Declaraciones de los granaderosJOSI' Vtkz y


Hermmegíldo Andujar.

78
Las palabras de Manul

pero los miraban y haclan seflas con los ojos, para que cuando acabasen de
hablar gritasen todos no queremos". 7 Los miembros del Cabildo pidieron
a los sargentos y cabos que presentaran ordenadamente su reclamos, y
"a esto salieron varios cabos y sargentos e hicieron presente que de ningún
modo quer!an los ciudadanos consentir en ser Muartelados, que estaban
haciendo un Servicio bastante activo". El Cabildo aceptó "'y entonces el
Sargento Mayor, desputs de tomar la venia correspondiente, mando desfilar
la compaMa d.e Granaderos y a los demás sobre tsta para que se retirasen
pero que au�ue asl lo verificaron al poco rato se sinlió un tiro a este se
sigrúeron varios unos con bala y otros sin ella como dando a saber que ya
hablan sido prevenidos".º
En un sumario que se levantó a los pocos dias para juzgar a los respon­
sables, éstos defendieron su acruación apelando a que se hablan violado
sus derechos milicianos. Uno soldado aseveró que nadie le aconsejó gritar,
sino que "'gritó y desobedeció por su propio motivo y por seguir a los demás
siguió con la grila y oposición". 9 Testimonios de este tipo no abundan en la
documentación judicial, en la cual los implicados suelen intentar despe­
garse de los hechos; la afirmación muestra el peso que los derechos tenfan
en esa sociedad y la legitimidad que los implicados velan en su defensa;
un cabo de destacado papel en la protesta insistió con que "la compañia
de Granaderos querla seguir haciendo el Savicio como antt!S, y que aun
les recargasen el Servicio si esto era necesario pero que no convenlan en ser
acuartelados". 10 Quizás nadie hubiera discutido lo leg1timo de defender
un derecho, pero la forma de llevar adelante esa defensa era lo que estaba
en cuestión: la Revolución habla abierto la posibilidad de hacerlo con las
armas en la mano y eso preocupaba fuenemente a las autoridades y a la
elite poneña; lo temible tras el "escandalo tumultuoso", decia un cronista,
era que "'sus miras se adelantaban a más altos fines" (&ruti, 2001: 297).
La preocupación hacia que se condenase a un movimiento de este tipo
como un tumulto: un.a reunión clandestina, ilegal y por ende ilegitima.
Por eso los participantes de la protesta rechazaron esa clasificación: "'no
es tumulto", le dijo un soldado a su capitán, "queremos pedir lo que es de
derecho". 11

1
lbid Declaraciones del tcnienlc coronel don Nicolas Cabrera y de lgarrabal.
e lbi.d, c:kdaractón de Cabrera.
9
Ibid, declaración de un granad,,ro (no hay nombre) que era carpintero.
•0 lbid, <leda.ración del cabo Pedro Ouarte.
11
lb!d, declaración del capitán Sosa. Para una definición de "tumulto" en la tpoca, véase
La Gacet3 del 18 de octubre de 1820 (Gacela de Buen05 Aires, 1910: VI, 278).

79
GJ\BRIEL D1 MEGUü

Esa convicción mantuvo viva la movilización después de la revista del


Cabildo. Un grupo comenzó a organizar un encuentro para esa misma
noche, con al argumento de que las autoridades quertan "desarmarlos y
qu,: aa preciso, y se iban a reunir a las 1 O de la noch,: en el hueco de la
Concepción al olr un tiro, en donde debtan morir si iban vetaanos", y que
p ara la ocasión "habtan comprado cartuchos a los soldados v,:teranos". Un
soldado recibió municiones de un colega del segundo tercio, y varios crefan
que "los del segundo ,:stan con nosotros". Algu nos propusieron "resistir d
que los desarmasen y para irse hacia las quinLas de los alrededores de
n

la ciudad. 1l
Los rumores permitieron a lo oficiales enterarse del encuentro noctur­
no, cuy a reaJjz.ación procuraron en vano impedir. u
reunión tuvo lugar
en el hueco de la Concepción, pero los asistentes fueron desarmados y
presos por clvicos de caballerfa y vecinos armados que los sorprendieron.
Enseguida "s,: ,:citó u.n bandn imponiendo pena de la vida al negm qu,: se
encontrase armado" y se capturó a al gu nos implicados, aunque otros hu­
yeron.13 Finalmente, el Director Rondeau decidió indultar a todos para
que volvieran a sus casas y a su tercio.
En los años comprendidos entre ambos episodios hubo varios del
mismo tenor pero de menor alcance. Los ctvicos manifestaron un malestar
importante en junio de 1815, cuando aJ Cabildo le costó reunir los fondos
para pagar el prest de los milicianos; en agosto eran "diarios los reclamos
»
que se le hacen por él . hasta que pudieron abonarlo; de todos modos,
no pasó de una serie de reclamos padficos (AEC, 192 7: V, 518 y 562).
Simultáneamente, en el ejército regular estacionado en Buenos Air es o en
sus cercanías hubo diversos intentos de motines, siempre dirigidos por
suboficial es y soldados.
Enumeraré algunos casos. En 1813 hubo un conato de levantamiento
entre la compañia de pardos y morenos (del ejército regular), acampada
al norte de Buenos Aires, porque el capitán habla sido apresado y la cropa
lo quería libre para que pudiera llevarle dinero para sus haberes; parte del
M
plan de los "seductores -los que redactaron un petitorio que fue firmado
por muchos- era abandonar el ejército y pasarse a las fuerzas disidentes
que dirig1a Gervasio Artigas en el Litoral. 11 Otro caso fue el frustrado
intento de rebelión de los granaderos de infanterla en 1814, que fue

" AGN, X, 30-3-1, Sumarios Militares, 957, declaraciones de !garraba! y de los grnnaderos
de la Rosa y Scgurola.
11 El
soldado Raimundo Viana logró escapar. !bid, infonne de la partida de c:aballerta.
H AGN, X. 30-2-2, Sumarlos Militarc.s, /2'3.

80
Las palabras de Manul

duramente castigado con el fusilamiento de tres cabecillas a dos horas de


haberse iniciado (Beruti, 1960: 3859).u Ese mismo año se preparó un
moún entre las fuerzas que habfan sido enviadas a sitiar a Montevideo.
Dos cabos, enojados por una "reforma" que se habfa realizado entre los
siliadores reestructurando algunos regimientos, impulsaronuna deserción
de "50 o 60 individuos", algo que "era general en la divis ión pues hablaron
los soldados tanto en las guardias en el campamento con la mayor liber­
tad", de acuerdo a lo que contaron después otros miembros de la tropa.
Un sargento implicado dijo a un soldado: "oficial no ha de ir ninguno con
nosotros, y si algu no viniese lo he de degollar yo mismo, sólo van sargentos,
cabos y soldados", explicitando el antagonismo con la oficialidad. Éste
también aparecia en un plan por el que fueron acusados dos sargentos de
artillería en Buenos Aires en 1815, que consisúa en persuadir a algunos
sargentos de granaderos para que "con su.s compaittas estuviesen listos a
reunirse con ellos a las once de la noche de mafiana con el objeto de salir
a formarse a la Plaza con Lodos los cañones, a pedir que se nos pagase"; el
primer punto a llevar adelante era encerrar a los oficiales de su cuerpo en
el cuartel. 16 En 1816. los cuerpos de dragones y húsares fueron enviados a
Santa Fe. A1 poco tiempo se acusó a varios sargentos y soldados de impul­
sar una sublevación para remover a los jefes, robar los fondos del ejército
al que pertenecian �y pasarse con toda la tropa a la monlonera o gente
sublevada que se hallaba en Rosario". Un soldado delató la conspiración
y en el sumario posterior algunos interrogados reconocieron que existfa
un proyecto de manifestarse "para pedir sus prest"; un sargento admitió
que otros habfan ido más allá y hablan propuesto reunir a los artilleros y
dragones a medianoche, �quitar los jefes, saquear el pueblo, y retirarse al
Rosario, donde mantenirndnse con separación de las Lropa.s de aquel punto,
nombrarlan uno de los sargentos que los gobernasen, y después con acuer­
do y en unión de aquellas fut.rz.as. y las de la Milicia que debtan citarse,
marchar sobre Buenos Aires con el fin de atacarlo". 17
Todos los motines expuestos se desencadenaron corno una acción
destinada a hacer cumplir lo que se percibfa como un derecho violado, la
falta de pago o el abuso en el trato. Esta serie de reclamos puntuales fue

" Halpe rin Donghi (1972) señaló este endurecimiento como un cambio con Las practicas
del periodo 1806-181 l.
16
En orden: AGN, X, 29-11-6, Sumarios Militares, 4 LO; AGN, X, 30-1-3, Sumarios Ml­
lit.ares. 595.
" AGN, X. 10-1-3, Sumarios Milit.ares. 603. Declaraciones del sargento Mariano Mart!nez.
d soldado Vicente Pomposo, y los sargentos llemabé Castro y Francisco Mendiburu.

81
GABRIEL D1 MEGUO

moldeando una práctica de movilización plebeya, extendida no solamente


por las reacciones generadas en cada ocasión ante situaciones de injusticia,
sino también por la difusión que debian hacer los suboficiales y soldados
que rotaban de un cuerpo a otro. No era infrecuente que un reginúento
de disolviese o que se creara un nuevo al que se enviaban efectivos de
otro; se exphata en muchas filiaciones -fojas de servicios- que est.\n
presentes en los sumarios militares (véase también Comando en jefe del
ejército, l 971).

El gobierno es un ingrato
En las capitales dieciochescas y decimonónicas, la plebe que alli residla
tenla más posibilidades que otros integrantes de las clases populares de
influir o dialogar con el poder polltico, simplemente porque éste tenla su
sede alll. Pero en la Buenos Aires colonial, aunque capital de un territorio
vasto, las autoridades no conocian la presión popular que era común en
Europa y otras regiones americanas. Eso cambió con la primera invasión
inglesa: después de la Reconquista de 1806, un Cabildo Abieno-asamblea
deliberativa que convocaba y presidia el ayuntanúento en momentos de
emergencia- se organizó con el fin de impedir el regreso a la ciudad del
virrey Sobremonte, quien la habla aban donado ante el ataque británico.
Entre la agitada concurrencia, se señaló la presencia de varios miembros
del ª populacho", en consonancia con la excitación general que vivta la
ciudad tras la victoria (Diario de un Soldado, 1960: 39).
¿Estuvieron luego los plebeyos ligados a los acomecinúentos que for­
maron un gobierno autónomo en mayo de 1810? Los testimonios de los
contemporáneos no coinciden al respecto. En el primer movinúento que
siguió a la llegada de las noticias de España, el 21 de mayo, se juntaron
delante del Cabildo menos de núl personas, muchas de ellas reclutadas
entre el bajo pueblo por algunos agitadores (Hal pe rin Donghi, 1972: 163).
8 virrey "franqueó tropas para que tomaran las avenidas de la plaza, afin <k
estorbar que entrase a ella el populacho y que hubiese tranquilidad" (Diario
de un Testigo, 1960: 3204). La multitud fue dispersada sin violencia por
el cuerpo de patricios, pero la petición que elevó solicitando un Cabildo
Abierto fue aceptada. La reunión fue pautada para el dta siguiente, 22 de
mayo, y fueron invitadas 450 pertenecientes a la parte ''principal y mas
sana" de la sociedad (Levene, 194 lb: 21). Se evitaba asi la repetición de
una agitación similar a la de 1806. Se hicieron presentes 251, de los cuales
180 votaron a favor de destituir al virrey. Uno de los invitados que no fue

82
LllS palabras de Manul

a la asamblea dijo luego que alli "se discutió y votó al gLl5to de la chusma".
El virrey y olros observadores sostendr!an poco más tarde que la razón de
que 200 personas no hubiesen concurrid o fue que las tropas no los dejaron
pasar. A la vez, denunciaron que hablan est.ado presentes al gu nos pulpe ros
y "muchos hijos de familias inhabilitados de votar en estas cim.mstancias''
por su edad (Pazos, 1960: 4299; Romero. 1960: 4250).
Tres días más tarde, el 25 de mayo, una pequeña multitud conducida
por agitadores como Domingo French, Antonio Beruti y �un Ar.cae que
no es nada" se reunió frente al Cabildo para exigir la formación de una
junta de gobierno sin la intervención del virrey; los apoyaba, a prudente
distancia. el regimiento de patricios (Pazos, 1960: 4300). Es muy dificil
poder determinar la composición de esa convocatoria, pero es claro que
no fue muy numerosa: uno de los integrantes del Cabildo, leiva, salió al
balcón principal para anunciar la fonnación de la junta que se habla hecho
en nombre del pueblo y vio una plaza casi vacla; �¿dóndt está el pueblo?",
ironizó entonces (Levene, 1941b: 51).
la amenaza d el uso de violencia ejercida por los revolucionarios fue
decisiva para su triunfo. El petitorio que presentaron al Cabildo, "fue
firmado por los jefes y varios oficiales urbanos, todos naturalts <k acá
y por otros individuos de baja esfaa, armados todos, pidiendo a la voz: y
con amena.zas la deposición del presidente y voc.ales de la]u.nta, y qu.e se
rcempla,zasrn con los que ellos nombraban". l)n opositor a la revolución
sostuvo que la llevaron adelante unos "tu.pamamstt que hicieron todo "por
la fuma y con amena.zas pllblicas ante el mismo Cabildo", otro se quejó
de que d ascenso de la Junta se logró "con d apoyo de lo infimo ck la
plebe alu.cinada y que "la mayor y mejor parte del pueblo nada tuvo en el
tt

asunto", un tercero denunció que la noche del 24 hubo revolucionarios


"escapados por la plaza cargados de pistolas, y cometiendo varios insultos
en las casas dt los capitulares. Al dta siguiente se entraron a Cabildo, y
obligaron al cuapo a qut: apartase al virrey con el nombre del pueblo" (de
Ordufia, 1960: 3228; anónimo, 1960: 4287; de Orduña, 1960: p. 4326;
anónimo 121. 1960: 3238). Por supuesto, los vencedores negaron haber
sido violentos y que hubiera habido plebeyos: "no hubo mas pueblo que los
convocados para el caso ... no habiendo corrido nada dt sangre, extraño en
toda conmoción popular" (Beruti, 1960: 3763). Entre los revolucionarios
actuaron evidentemente algu nos personajes que no pertenecían a lo más
granado de la elite, pero no es claro exactamente quiénes; la participación
de algu nos plebeyos parece cierta, aunque es claro que el cambio fue fun­
damentalmente protagonizado por integrantes de la elite porteña.

83
GABRIEL 01 MEGLl(l

Uno de los efectos de la Revolución fue que acercó mucho el gobierno


a toda la población porteña. 18 Se hizo más presente que antes tanto por
su presión para ganar adhesiones populares y recursos, como por la que
ejerció para perseguir a los enemigos de la nueva situación. La relación con
esa autoridad polttica serta diferente a la que habla tenido lugar durante
el periodo colonial; pronto, el bajo pueblo porteño empezaría a cumplir
el posible papel de una plebe capitalina, participando en eventos que
provocaron cambios en un gobierno cuyas decisiones afectaban a buena
parte del que fue hasta 1810 el Virreinato del Rfo de la Plata.
La prtmera intervención popular en ese sentido tuvo lugar en las
jornadas del 5 y 6 de abril de 1811. Su causa radicó en un conflicto
dest:ncadenado dentro de la Junta entre dos facciones, los seguidores
del moderado presidente Saavedra y los qu e se consideraban herederos
de las posturas radicales impulsadas por el fallecido secretario Mariano
Moreno. El nuevo problema era que cuando se cortaron los vínculos con
la metrópoli, se terminó tambitn la posibilidad de lograr la habitual de­
cisión a los conflictos entre grupos en Buenos Aires. Asf, como en enero
de 1809, en 1811 la solución no estuvo en un lejano palaci o sino en las
calles porteñas. En aquella oportunidad se habfan movilizado tropas
para dirimir la lucha entre un virrey y un Cabildo ante la ausencia de un
árbitro superior, pero no se impugnó la legitimidad del origen del poder
de uno y otro. En cambio, ahora que el gobierno se habla erigido en
nombre de la soberanla del pueblo, ninguna regla era indiscutible. Como
forma de resolver el conflicto a su favor, los saavedrtstas organizaron una
movilización: una multitud se presentó ante el Cabildo y le entregó en
nombre del pueblo un petitorio para ser dirigido a la Junta. La solicitud
fue rápidamente aprobada y desembocó en la expulsión de los vocales
morenistas, que fueron desterrados de la ciudad.
La Revolución se habfa originado en la reasunción de la soberan!a por
parte del pueblo ante el vac1o del poder por la prisión del rey español y la
carda de la Península en manos francesas. Ese pueblo referta, de acuerdo a
la tradición pactista espat'\ola, a la ciudad como una comunidad polltica.
¿Quiénes lo integraban? En el pertodo colonial los vecinos, hombres con
casa poblada en la ciudad (Chiaramonte, 1995; Guerra, 1993). Pero el
IJmite de la vecindad habla ido va liando y era en buena medida situacíonal,

18 En la sociedad colonial, la noción de gobiemo no se referfa concretamrnte a 1-"5 autoridades


sino a la dirección de una ciudad, un convenio o una cofrad!a; gobt:rnar era más un oficio
ft
que un poder. Una de las acepciones posibks era la de "Superior gobiemo en referencia
a las autoridades (Lemptrié:re: 1999, 37).

8-i


las palabras de Manul

es decir que dependfa de quién lo juzgara: por lo tanto, no era tan claro
el conjunto integrado al pueblo y el que no lo estaba. Los organizadores
de la movilización encontraron al pueblo, a una parte de él, en la plebe
suburbana: un testigo los defirúó como una "multitud de gente campestre",
que compareció en la plaza acompañada por el grueso de las tropas de la
capital (Beruti, 1960: 3785).
Un morenista que asistió al acontecimiento denunció que los saave­
dristas buscaron apoyo en "los arrabales", congregando gente en los
mataderos de Miserere, al oeste de la ciudad. "Se apeló a los hombres de
poncho y chiripd contra los hombres de capa y de casaca", afirmó, �entre
esta población cdndida e incauta, tan pura en materia de agitaciones po­
líticas, y todavía tan subordinada aun a las mds simples autoridades del
rtgimen arbitrario, se encontró cuanto habtafaltado en la población de la
ciudad, esto es, hombres que se prestasen a dar la cara sin embozo, y que
creyesen enleramrnle jdcil arrastrar aquella ciase de población a ejercer
en masa el derecho de petición que por primera vez iba a resonar en sus
ofdos". Entre los presentes, "casi todos no sabtan escribir y necesitaban
buscar quienesfinnasen a su nugo". al tiempo que, "los que sabtan escribir
no eran t an expertos en el manejo de la pluma como lo eran rn d de los
instrumt.ntos de labranza" (Núflez, 1960: 452, 453 y 457). Otro testigo se
quejó de que el Cabildo accedió a las exigencias, "suponiendo pueblo a la
tnfima plebe del campo, en desmedro del verdadero vecindario ilustre que
ha quedado burlado ... bien sabfan los facciosos que si hubieraJI llamado
al ven:ladero pueblo, no habrta logrado sus pianes el presidente"; pero el
verdadero pueblo, es decir la elite, "ha tenido qu.e callar, por temor a la
fuerza" (Beruti, 1960: 3786).
Una parte de los asistentes provenía de las quintas que rodeaban a la
ciudad. El principal referente del movimiento fue Tomás Grigera, �sólo
conocido hasta ese dta entre la pobre clase agricultora" (Núñez, 1960: 453),
un alcalde con más poder que el habitual puesto que se habla dedicado por
encargo de !ajunta a demarcar cuarteles -jurisdicciones- "en las quintas
de esta capital"; ello le habla hecho recorrer profusamente los alrededores
de Buenos Aires "desde Barracas hasta el bajo de la Recoleta"_ Terminó la
tarea en marzo de 18 l l y es evidente que tejió buenas relaciones mientras
la efectuó. 19 Es posible que otros de los presentes fueran habitantes de la
campaña propiamente dicha, de más allá del cinturón de quintas, aunque
el que se congregaran en una noche en Miserere indica que posiblemente

'º AGN, lX, Cabildo de Buenos Aires • Archivo, 1811, 19-6-3, 110.

85
GABRIEL D1 MEGUO

la mayorta habitase cerca de la ciudad. Los opositores al movimient o re­


saltaron que los co ncurrentes fueron conducidos por autoridades, es decir
por los alcaldes que dependlan del Cabildo. Efectivamente, el petitorio fue
firmado por algunos alcaldes de hermanda d, que ejerdan sus funciones en
la campañ.a, y por una serie de a lcaldes de barrio de la ciudad, concreta­
mente los de los cuarteles 6, 8, 15, 17 y 19 (menos el segtmdo, todos de
la periferia urbana). Puesto que los alcaldes lideraron la convocatoria, se
hace evidente que también hubo varios pl ebeyos que residían en la ciuda d
en la multit ud.io Los ponchos y los chiripás eran prendas corrientes en la
campana pero tambi én e n la ciudad-de hecho, la gran movilidad laboral
y residencial hacía que muchos de los p lebeyos fueron urbanos y rurales
a la vez, pasando periodos en ambos espacios. El énfasis puesto por los
observadores en un moví.miento de los de poncho se debe a su sorpresa al
verlos a ctuar polfticamente.
¿Por qué los pl ebeyos participaron en el movimiento? Es indudable
que muchos fueron siguiendo a l os alcaldes. Pero éstos no apelaron sólo
a su iniluencia -siempre eran elegidos entre vecinos prestigiosos de los
barrios- sino que utilizaron un argumento que dada su importancia figuró
primero en el petitorio: el pueblo declaraba que ues su voluntad, que se
»
expulsen de Bue-nos Aíres a todos los europeos de ciwlquier clase ó condición
(Gaceta de Buenos Aires, 1910: ll, 282). Este era un motivo evidentemen­
te más incisiv o que el rechazo a ciertos miembros de la Junta. y aunque
desplazar a éstos era el objetivo de los saavedristas. el otro parece haber
sido el elemento que movilizó a los plebeyos. Como en marzo los more­
nistas hablan defendido la permanencia de los peninsulares en la ciudad,
la identificación entre unos y otros fue fácil. No en vano la exigencia de
expulsión de los europeos fue el primer pu nto del petitorio y el despla­
zamiento de los diputados recién figuró en el quinto: los organizadores
explotaron hábilmente una propuesta que verdaderamente interesaba a
los concurrentes. la antinomia americano-peninsular no era nueva, pero
se fue tomando violenta desde mayo de 1810. La plebe, principalmente
integrada por americanos y africanos soportaba en el período virreinal la

10 En el (J"Litorio, que se reprodujo entero en lil Gazeta Extraordinaria dd 15 de abril de


1811 (Gaceta dc Buenos Aires, 1910: ll, 281-293), consta quienes fueron los adherentes,
aunque en muchos ca_o;os no se consignó su cargo y en ninguno el número de cuartel. Cotejé
la información con los AEC de 1810 y 1811 para obtener los nombres de los alcaldes de
barrio. As! se determinó que los fumantes Martín Grandoli, Juan Pedro Aguirre, Miguel
Arcllano, Rafad Ricardes y Fcmún de Tocorruil eran n:spectivamentc los alcaldes de los
cuaneles 6, 8, 15. 17 y 20.

86
Las palabras de Manul

superioridad que en todos los espacios tenla un peninsular por su origen,


sus ventajas para obtener trabajos y crédito en las redes creadas por per­
sonas de su misma región, sus facilidades en el m ercado matrimonial, y
su destacada posición en el comercio minorista. 11 La Revolución abrió la
posibilidad de expresar esos resentimientos, al politizarlos.
El hecho de que los saavedristas decidieran impulsar una movilización
popular obedeció a que fue la única manera que hallaron de legitimar su
acción. Contaban con el apoyo de casi toda la guarnición militar, con lo cual
nadie hubiera podido oponérseles; pero desplazar por la fuerza a vocales
que ocupaban sus cargos legalmente, era algo dificil de presentar como
legitimo. Por eso se apeló a la plebe, discreta pero efectivamente apoyada
por las tropas, para dotar de legitimidad a la acción: el pueblo exigía la
modificación. Él era el poseedor de la soberanía y era a quién el gobierno
representaba, su razón de existencia. El evento significó as[ un cambio en
Buenos Aires: al hacer uso del derecho de petición ante el Cabildo, la plebe
empleó un derecho antes no utilizado colectivamente por sus miembros.
Era una novedad: la jornada del 5 y 6 de abril, entonces, amplió al pueblo
de Buenos Aires. Y también permitió que una movilización popular lograra
cambios en el gobierno. Nada volverla a ser igual.
En septiembre del mismo 1811, los problemas en el desarrollo de la
guerra generaron un gran descontento en Buenos Aires. Se organizó un
Cabildo Abierto cuyo resultado fue el desplazamiento de los saavedristas
del poder y el reemplazo de la Juma por un Triunvirato. Los protagonistas
intentaron evitar que se repitiera la concurrencia de abril apostando tropas
para que "no entrasrn negros, muchachos ni otra genu coman ... a fin de
que no hubieren desónlrnes�; según un testigo, se penniúa la entrada ua
toda persona decente, y la estorban a las mujeres de todas clases, y gente
de medio pelo� (Beruli, 1960: 3800; Echavarrta, 1960: 3624 ). El hecho de
que se pensara en impedir la participación popular en la designación del
gobierno muestra que ésta era ya parte del juego polftico.
La potencial importancia política de la plebe volvió a hacerse patente en
julio de 1812, cuando se conoció en la ciudad la intención de un grupo de
espanoles de organizar un movimiento contrarrevolucionario; los lideraba
el héroe de la defensa de la ciudad contra los ingleses en 1807, Martln
de Álzaga. La población se agitó de manera inédita ante la noticia y no la
calmó el hecho de que treinta y tres de los implicados fueran condenados
a muerte y ejecutados. El go bierno se preocupó por la conmoción plebeya

11 A gr adezco a Mariana Pérez el haberme explicado i,sos aspectos.

87
GABRIEL D1 MH,Uü

y le ordenó al Cabildo "que por ningún titulo se permitan reunionl.".s dd


populacho, ni en los Cuarteles, ni en los Cuerpos de Guardia, ni en algún
otro punto" (AEC, 1927: V, 272). De todos modos, un grupo de milicianos
y gente no alistada, que hacta dlas venta solicitando se les otorgaran aTTrulS
para evitar una posible invasión realista, acusó al gobierno de cobardta y
at acó a algu nos de sus integrantes. Bemardino Rivadavia fue rodeado en
la ca.lle por un grupo del cual le costó escapar, la vivienda de Feliciano
Chiclana "fue insultada por una multit�, sus vidrios fueron rotos, y ante
ella se cantaron y vocearon improperios", al tiempo que en la casa de juan
Martin de Pueyrredón se dejaron pasquines con amenazas (cit. en Canter,
1941: 489 y 490).
U1 agitación pasó sólo coyunturalmente, porque el 8 de octubre, "hubo
otra revolución o sacudimiento volcdnico también hijo legitimo del 5 y 6
dr: abril de 1811", que provocó la calda de los triunvi.ros, "y se nombra­
ron en pueblada otros tres" (Posadas, 1960: 1420). En esta oportunidad
se reunieron en la plaza de la Victoria los cuerpos militares, grupos de
plebeyos y varios miembros de la elite que respondían a la Logia U1Utaro.
Se presentó, en nombre del pueblo, un petitorio al Cabildo solicitándole
que reasumiera el mando y que el gobierno renunciara. Con el objeto de
intimidar, algunos grupos habían apedreado la casa de Pueyrredón y la
de uno de sus hermanos antes de la llegada de las tropas a la plaza. Ahora
bien, los plebeyos no hablan acudido siguiendo a la Logia Lautaro, club
polftico secreto que sólo congregaba a hombres de la elite y que pese a
sus posiciones radicales en cuanto a declarar la independencia, establecer
una república e incluso a propugnar cierto igualitarismo, nunca estimuló
la participación del bajo pueblo (González Bernardo, 1991). U1 presencia
plebeya en esta oportunidad se debió entonces a la acción de uno de los ex
integrantes del Triunvirato, Juan José Paso, quien se sumó a la movilización
promoviendo sus propios intereses. Su hermano Francisco tenia vtnculos
estrechos con dos abastecedores de forraje de algunos cuarteles militares,
Antonio e Hilario Sosa, a quienes su actividad les habia dado influencia en
las quintas (Canter, 1941; Halperin Donghi, 1985) Los dos estamparon sus
firmas en el petitorio y parecen haber conducido una " pe onada" a la plaza.
También habla alcaldes con sus seguidores, como en abril de 181 l; junto a
una firma del petitorio se aclaraba "que ande muera mi Alc alde muero yo
José Martlnez" (AEC, 1927: V, 352). Al ser la concurrencia tan variada, la
deliberación acerca de quiénes iban a integrar el nuevo gobierno se dilató.
U1 reelección de Paso como triunviro fue indudablemente asegurada por la
presencia de su numeroso grupo de adherentes. Los nuevos gobernantes

88
Las palabras de Manul

fueron aprobados por el Cabildo y de e.se modo la logia Lautaro -dos


de cuyos integrantes formaron ese Segundo Triunvirato-- se apoderó de
la dirección de la Revolución. Su victoria demostró que la combinación
de parte de la elite, las tropas y apoyo plebeyo se había transformado en
una forma eficaz para el cambio pollLico en Buenos Aires. 'Ta deposición
de todos los gobernantes el 8 de octubre de 812 n , argumentó un indignado
Saavedra al ser juzgado por su responsabilidad en las jornadas de 1811,
u ¿no fue idénticamente lo mismo que el 5 y 6 de abril? Plebe en la plaza

y tropas sostenitndola causaron aqut:lla novedad ... d decantado 5 y 6 de


abril al que después se llama sucio y despreciable, como si los del 23 de
septiembre [de 1811) y 8 de octubre hubiesen sido muy limpios, y decentes"
(Saavedra, 1960: 1122).
Con excepción de la influencia personal de los Sosa, hay escasos indi­
cios sobre las razones de la presencia de plebeyos el 8 de octubre de 1812.
En una conversación pública, el pardo Santiago Mercad o, alias Chapa,
dijo que en esa fecha se hablan usado veintiséis mil pesos para sobornar
a militares y a otros a fin de que participaran del movimiento. El mismo
Mercado -que se ocupaba de utrajinar en el comercio y andar comprando
y vendiendo »- fue denunciado en enero de 1813 por estar supuestamente
involucrado en una conspiración contra el Trium;rato (lo acusaron de
haber afirmado que "habla el.e ver destruido al actual Gobierno"), dirigida
por Francisco Paso y con intervención de los Sosa. Se probó que Santiago
Mercado tenJa una relación con Juan José Paso y que habia habido gente
de distinta condición social vínculada a un posible movimiento que no
se produjoll Lls facciones no eran ya únicamente divisiones del grupo
dirigente, sino que habfa miembros de los sectores medios, como los Sosa,
y plebeyos, como Mercado, integrados a ellas.
El periodo de predominio de la Logia implicó un gran esfuerzo para
ganar la guerra, lo cual incrementó notablemente la presión gubernamental
para obtener soldados. Las levas en la ciudad se hicieron muy intensas,
afectando principalmmte a la plebe, y las quejas por las arbitrariedades
cometidas en ellas se volvieron frecuentes; en particular, el reclutamiento
forzoso de hombres alistados en la milicía. Los esclavos empezaron a ser
"rescatados" por el Estado para servir en el ejército y los presos fueron
enviados a combatir. En marzo de 1815 se movilizó a muchos peones de
panaderías, perjudicando la producción de ese alimento básico en la dieta

" AGN, X, 29-9-8, Sumarios Militares, 83a.

89
GABRIEL D1 MEGLIO

de los porteños. 23 Simultáneamente se aplicó un impuesto sobre el pan


para financiar la guerra, todo lo cual provocó un aumento en su precio
(AEC, 1927: VI, 405). La medida afectó, obviamente, a la plebe urbana,
y contribuyó al odio popular contra el segundo Director Supremo -<:argo
creado en 1814 en lugar del Triunvirato- Carlos de Alvear, lfder de la Lo­
gia. La crisis general del sistema revolucionario a la que se llegó en 1815
jugó también su parte, asf como el estilo altivo de Alvear, quien según un
comerciante inglés "hnbca introducido una costumbn: desconocida incluso
en la época de los virreyes, la de aparecer en público seguido de una impor­
tante escolta formada por granaderos a caballo" (Robertson, 2000: 220).
Todavta en 1820, un observador comentó que Alvear �era odiado por la
multitud, las clases inferiores del pueblo" (Iriane. 1944: 253).
Cuando en abril de 1815 una parte del ejército se levantó en la cam­
paña de Buenos Aires contra el gobierno, el Cabildo decidió dar un golpe
de mano: "llamó al pueblo a toque: de campana" y reasumió el mando.
Buena parte de \a población porteña lo apoyó activamente, annándose y
acantonándose en la Plaza de la Victoria y sus alrededores (Beruti, 1960:
3872).2-1 "El despotismo de la multitud" estaba de regreso, sostuvo un
alvearista que fue agredido: "en lo alto de la noche del 15 al 16 de abril
estropean mi casa a golpes, y continuó un tumullo popular todo el dca 16"
(Posadas, 1960: 1461). Uno de los impulsores de la asonada lamentó �,as
in-egularidades", que se deblan a "a la intervención en ella de hombres
exaltados que las circunstancias ímpedtan reprimir" (Álvarez Thomas,
1960: 1728). Los milicianos se mostraron "resueltos a sepultarse antes
que entregarse a Alvear" y buena parte de la población parecla decidida,
"si Alvear entraba m la ciudad, a defenderla hasta el último extremo". 2'
Ante tamaña decisión, el Director se vio forzado a renunciar y tuvo que
marchar al exilio.
Desde ese momento y hasta 1810, si bien la agitación pol1tica se man­
tuvo en Buenos Aires, no se registraron movílizacíones de importancia con
participación plebeya Pero esa experiencia de intervención en disputas

" AGN, X, 30-10,l, Policla. Ordmes, 188. UIS quejas por la presión ¡r,du1adom pueden
verse en los legajos de Soliciludes Civiles y Solicitudes Militares de 1814 y 1815 (AGN,
X). Para los rescates de escLwos vtase Goldberg y Jany (1966); para la importancia del
pan, Garavagha (1991 ).
'' Beruti, op. cit., 1960, p. 3872.
" la primera cita en la "Carta de fray Cayel.lno Rodnguez a Aguslln de Molina" (26 de
abril de 1815) y la segunda es una afirmación del cónsul est.adounidense Halsey, ambos
cil. en Cant.i,r (1944: 391 y 397).

90
Las palabras de Manul

de poder hace que la frase de Manul de alusión directa a la autoridad sea


comprensible: la Revo lución trajo una i ntervención activa, subordinada
pero decisiva, de los plebeyos en asu ntos ligados con el gobierno.

No atiende a nuestros servicios


El no reconocimiento de sus servicios era la causa por la cual Manul
acusaba al gobierno de ingrato. ¿A qué servicios se referta? En primer lugar
pareciera que a los que hablan cu mplido como milicianos, a los cuales ya
me he referido; servicios prestados en años de gu erra que hablan implicado
esfuerzos. Al mismo tiempo, podrta estar aludiendo a los servicios que el
grupo al cual dirigió sus palabras, plebeyos, cumplieron por la patria.
En e l petiodo colonial la patria era por un lado al lugar e specifico en el
que se habla nacido, y también formaba pane de una trinidad identitaria
clave: Dios, Patria y Rey. El respeto por la religión y la fidelidad al rey
constitufan las bases del orden social junto al patriotismo, el amor a una
"tierra padre; pero en esta fórmula no se establecla bien cuál era ella y
podla implicar al espacio virreinal, a la América española o a la monarquía
toda. Patria era un concepto que tcrúa una directa referencia sentimental:
era la comunidad amplia en la que se vivia y la devoción por ella era el
compromiso con el bienestar general. Ese uso del ténnino co ntinuó en los
años revolucionarios, politizado y con varios sentidos simultáneos: podfa
denominar alternativamente a un lugar de origen (como Buenos Aires), a
un principio superior casi sagrado, a una comunidad, y en general reunfa
a todos en una misma enunciación.
El haber prestado servicios a la patria se convirtió en un elemento
fundamental para legitimar las acciones de una persona Por ejemplo, en
1818 se desató una pelea en una pulperla porque uno de lo s presentes
que disculla con otro le r eprochó ''anda tú con toda tu alma que jamás
has hecho un servicio a la Patria". Quienes pedían dinero o favores del
gobierno mencionaban ese servicio como justificación. Un ejemplo de tan­
tos: en 1815, el soldado Pascual Albarat solicitó que se le pagaran sueldos
atrasados apelando a que "sirvió a la Patria 2 años 9 meses impulsado del
n
deseo de sacrificarse como buen americano en su obsequia y durante años
hubo decenas de solicitudes a las autoridades en las cuales quien pedla
lo hacia en nombre de u/os constantes servicios que ha prestado a la causa
de la Patria". Incluso las mujeres, que no podlan servir en la forma más
habitual, la parLicipación militar, acudían al motivo en sus solicitudes:
en 1812, Paula Besón explicó que pedla una gracia �impulsada del amor

91
GABRlf.L 01 MEGLIO

y _fidelidad hacia su Patrio suelo"_ie Aquellos que sosten1an que hablan


servido a la patria crelan que esa acción les había brindado derechos en
el sistema a cuya conformació n habían contrib uido
Apenas llegada al poder, la Primera junta habla impulsado la identifi­
cación de la causa revol ucionaria con la causa de la pa tria, y fue realmente
exitosa en obtener apoyo popular (cuidándose muy bie n de conseguirlo
sin alterar el orden social). Las celebraciones por las victorias obtenidas u
otras noticias felices, as{ como los aniversarios de la Revolución, se trans­
formaron en grandes reuniones en espacios publicas e n las cuales buena
parte del bajo pueblo mostraba junto al resto de la sociedad su adhesión
a la nueva situación. En estas manifestaciones públicas participaban las
mujeres, que no lo hacían en las prácticas politicas que he analizado
hasta aqul, concentradas en manos masculinas. Distintos testimonios de
viajeros y porteños de la elite marcan la importante presencia popular en
las fiestas.27 Gene ralmente fueron pacificas y estuvieron cuidadosamente
organizadas por las autoridades; devinieron una vla de expresión política
a rmoniosa. Sólo en ciertas ocasiones, la impronta plebeya en algunas -no
preparadas con tiempo sino improvisadas ante la llegada de una noticia
agradable- generó malestar entre la elite. Ese fue el caso en noviembre de
1811, cuando las campanas repicaron en toda la ciudad por una victoria
menor en el Alto Perú. Un cronista anónimo escribió en el perió dico oficial
que salió a l a calle a festejar pero no pudo llegar a la Plaza de l a Victoria
porque se topó con mucha gente que caminaba en sentido contrario: "el
primer trozo se componta de una multitud de soldados, chusma y grnte de
color, unos y otros con visajes y demostraciones groseras, en vez de gritar
viva la patria, limaban el aire de expresiones groseras que ni el papel puede
sufrir�. Había soldad os (mayoritariamente pl ebeyos), chusma (despectiva
forma de llamar a la plebe) y gente de color(acá diferenciada de la chusma
blanca) celebrando de una manera desagradable para el escritor. "Todos
los mozos de tienda (europeos los mds) y las selioras que aun estaban en
sus casas", continúa su r elato, �salieron a sus puertas, ventanas y balcones,
pero insultados aquellos con el funesto eplteto de sarraceno y avergonzadas
estas al ofr las palabras indecentes de la vanguardia, se encerraron repen-

1• En orden: "Sumario formado contra Aniccto Martlnez", AGN, X, 2 7-1-2a. Caus:,s Crimi­
ruiles: AGN, X, 8-7-4, Solicitudes Militares; AGN, X, 12-4-4, Solicitudes militares (l82 l};
AGN, X, 6-6-11. Solicitudes Civiles y Militares.
'1 Hay excelentes descripciones en Benni (2001). Núfle:z (1960) y Robcnson {2(XX))_ Para
anAlisis d., los festejos revolucionarios véanse Halpc rin Donghi (1972), Munilla (1995 y
1998), Garav.iglia (2000) y Di Mcglio (2007).

92
tas palabras de Manul

tinamente, por no ser espectadores de W1a escena tan desagradable; quise


hacerles u.na reconYención amistosa. y el tono agrio con que me contestaron
me obligó a desistir de la r.mpresa y volYerme a casa, a llorar en secreto
esta desgracia" (Gaceta de Buenos Aires, 1910: III, 37). El caso muestra
no sólo la importante participación popular en el evento sino también su
fuerte animadversión contra los peninsulares, con los cuales la dirigencia
revolucionaria tenía una accirud ambigua. El epíteto sarraceno se usó
muchísimo en esa década para nombrar e insular a los españoles: remiUa
a los moros, combinando la situación de extranjero con la de hereje (Flores
Galindo, 1993: 252).
Ese odio plebeyo hacia los peninsulares -que como ya vimos había
sido decisivo para la movilización de abril de 1811- volvió a expresarse
abiertamente al descubrirse la Conspiración de Álzaga. Cuando él fue
ejecutado. ufue su muerte tan aplaudida qu.e cuando murió se gritó por el
püblico espectador viva la Patria \'arias Yeces", y a continuación uaún en
la horca lo apedrearon, y le proferlan a su cadáver mil insultos, en ttrminos
que paree la un Judas de sdbado santo" (Beruti, 1960: 3830). Tirar piedras
y quemar a un muñeco que representaba a Judas era lo que un viajero
llamó una de las "diYersiones de la plebe": se colgaban en las calles "mu•
ñecos de trapo rellenos de cohetes y combustibles. En la noche del sabado
se les prende fuego y don Judas estalla entre los gritos de la multitud'' (Un
inglés, 1986: 129). 20 La agitación plebeya era importante: el 8 de julio se
esparció el rumor de que hablan desembarcado los marinos de Montevideo
-supuestamente vinculados a los conspiradores porten.os-y mucha gente
se reunió en la plaza y en los cuarteles militares, lista para la defensa. 19
Rumores de todo tipo recon1an la ciudad y su origen era muchas veces
expresamente falso: un oficial llamado Atanasio Duarte. que habla sido
expulsado de la ciudad en diciembre de 1810 tras haber "coronado" a
Saavedra en u n brindis y por eso vivla en la campana, le escribió al gobierno
contando que había lanzado noticias apócrifas con el objeto de soliviantar
a los paisanos, "dicitndoles que los Europeos intentaban ... pasar acuchillo
a todo Patricio de siete ailos para arriba". Una mirada escatológica similar
estaba presente en una canción anónima denominada «La conjuración es•
pailola abortada", cuya letra decía, "los Faraones crueles I Tuvieron previsto
/ No dejar con vida I al Viejo ni al niño" (las reminiscencias biblicas eran

l• Para análisis de la quema del Judas, y uso polltico en otros momentos, v� Fradkin
(2000) y Salvatore (1996).
º
• "C..ma de Olleros ajo� Lino de Echevania (10 de julio de 1812), cit. m Canter (1941:
1

487).

93
GABIIIEL D1 MEGUO

evidentes). Una ola de delaciones se esparció por la ciudad, acompafl.ada


de accio nes violentas; en ambas l a plebe tuvo un papel principal. Después
d e una denuncia, se encontraron armas enterradas en la casa del gallego
Santiago Martlnez, por lo cual fue ejecutad o; también se condenó a muerte
n
a algunos "piratas de Montevídeo capturados en la ciudad; la casa de la
mujer de un peninsular que c ayó preso fue saqueada; el moreno Francisco
Moris descubrió a un pu lpero peninsul ar de guarda r armas en su corral;
varios español es fueron enjuiciados por t estimonios que los acusaban de
verter frases como "qu.e ha de llenar La bocacalle de su casa de palricios
n
ahorcados" o "que los Europeos vencerCan a los Palricios . 30
Ese mismo mes, dos miembros "rebajados" del cuerpo de patricios
(¿habrtan dejado de penenecer a él por el motln de las trenzas?), Ant orúo
Leytes-alias Garit<>-y Leonardo Herrador, asaltaron una pulper1a. Entra­
ron en la esquina y le preguntaron al dueno "si era Amaicano o Sarraceno";
el pulpero confesó que "era Español europeo, a que le dijeron dese Vd.
preso", dado que los ladrones sosterúan, pistola en mano, que "venimos
de orden de Gobierno por denuncia por las Armas que Ud. tiene y tres mil
pesos que estdn aqul pues de lo contrario le va a Ud. la vida". 31 El robo a
los peninsulares tiene dos caras: brindaba por un lado una excusa válida
para engafla r a los damnificados y era a la vez una cuidadosa elección
del blanco en la que seguramente jugó la animadversión ya comentada,
estimulada por l a convulsión de esos d!as.
El 24 de julio el gobierno publicó otra proclama que anunciaba el fin
de las ejecuciones, da do que ya hablan sido castigados los lideres. Pero
no se frenó la conmoción: esa noche una multitud marchó hasta la iglesia
de San Nicolás y colgó paños azules y blancos de las ventanas. En seguida
el gobi erno proclamó por bando que se prohibla a los peninsulares te ner
n
pulper1as y que en todos los oficios debía contratarse a "hijos del pals
(Canter, 1941: 489); también se d ispuso una nueva requisa de armas entre
los europeos. Muchos de ellos fueron asimismo confinados en luján, como
medida precautoria 32 Las primeras mee lidas no se cumplieron a l argo plazo,
pero es claro que si se tomaron fue para desarmar la agitación popular.

'° Todos las citas y casos descriplos en AGN, X, 6-7-4, Conspiración de Alzaga, excepto la
canción. en Cancionuo papular (1905: 159).
'1 Archivo Hislótico de ta Provmcu, de Buenos Aires, 34-2-34. Juzgado del Crimen, 19.
" Hubo una "ontcn general dt in!,rnaci6n de Europeos"; véase el pedidu de Josefa Xil para
que regresara de Luján su marido. un zapatero peninsufor, que fue denegado, en AGN, X,
6-6-12, Solíciludes CiVJles y Milítarcs (26 de oe1.ub-re de lAJ 2).

94
Las palabras de Manul

Ul disyuntiva del momento era americano o sarraceno, polarización


q ue contribuyó a integrar del lado americano a to dos los que no eran pe­
ninsulares (incluso los africanos). Un letrado escribió que el plan de los
eu ropeo s era asesinar a los integrantes del gobierno, Kdeslerrar todos los
hijos del pals los indios, las castas y los negros, porque el proyecto aa que
no hubiese en esta capital un solo individuo que no fuese español europeo",
y remataba que el fin era "volver a los amaicanos a una situación md.s
servil que la pasada" (Beruti, 1960: 3830). La separació n de la sociedad
en dos partes, que no respondían a la división colonial, era muy clara.
Dentro de la por ción americana la jerarqula social no se modificó -in­
cluso los españoles europeos de la elite que adhirieron a la nueva causa
continuaron gozando de su posición privilegiada- pero se fue quebrando
su contenido formal.
La identificación con la patria empezó as! a incluir un aspecto social.
La Revolución se proclamó como una regeneración patriótica, y apeló
a la identificación de la población con Buenos Aires en contra de sus
nuevos enemigos, los mandones, que progresivamente fueron a su vez
identificados con los europeos. En su entusiasta adhesió n a la causa, los
ple beyos se apropiaron y tambitn contribuyeron a delimitar sus premisas,
como cierto igualitarismo o la idea de independencia; sin duda iníluyeron
decisivamente en la radicalización de la posición contra los peninsulares.
La intransigente caracterizació n de éstos como enemigos de la patria im­
plicaba u na impugnación a su posición social, generalmente supelior a la
de los plebeyos porteflos. Ul causa de la Revolución, causa patriótica, fue
vivida como una empresa colectiva y en ella se subsumieron las tensiones
sociales de la época.
Las sospechas contra los sarracenos continuaron a lo largo de toda la
guerra de independencia. Por ejemplo. en 1816, el soldado Dionisia Diez
denunció al español Angel Villegas por "demostraciones de alegria que
manifestó al saber la derrota en el Perú de nuestro ejército comandado por
el Sr Gral Don José Rondeau" (en el desastre de Sipe-Sípe, último intento
revolucionario de apoderarse del Alto Perú); un fraile franciscano no
pudo aportar pruebas contra el acusado pero si llamó la atención sobre
"el concepto público que tiene dicho Villegas de un enemigo de la Causa y
TI
Sistema de laAmérica . La comunidad condenaba a Villegas; lajusticia no
lo hizo por falta de evidencia.33 En 1818 tuvo lugar un hecho similar: el
soldado Pedrn Castro oyó en una pul perla a un gallego hablando "contra

Jl AGN, IX. 32-7-8, Criminales, 62.

95
GABRIEL D1 MEGUO

NUt:stro sistema q,u: decta que pronto hablamos de sucumbir» y cantando


"con eco alto una Copla de mucho obsequio a la Europa y en las exprrsione.s
que hactan aunque con embozo poco concr:pto y favor a la Patria". Otros
testigos lo corroboraron y el pulpe ro agregó que gritaba "yo muero por el
Rey y por la Ley".,,. Los plebeyos estaban atentos a las expresiones con­
trarrevolucionarias y a finales de la década, las noticias de que en España
se preparaba una gran expedición contra el Rio de la Plata aumentaron
sus denuncias contra los pe ninsulares. Además, al gu nos también podtan
dirimir asuntos que no fueran de lndole polftica con ellos acUSándolos
de oponerse a la patria.
las citas textuales que se han ido consignado muestran cómo entre
l a población porteña se extendla una cadena de conceptos positivos:
nuestro sistema-Amtrica-la causa-la patria; y éstos se enfrentaban con los
mandones-sarracenos-la Europa-el Rey. Esa no habla sido la antinomia en
el inicio de la Revok.ción, se habla delineando con el devenir de la guerra
y se habla aclarado completamente con el retomo de Femando VII al
trono en 1814. Los peninsulares que nunca se plegaron al nuevo orden
seguían silenciosamente reconociendo al monarca, con lo cual apareció
»
una clara oposición entre éste y "santa causa de la Patria. Un ejemplo:
en 1819 el zapatero gallego Baltasar Suárez fue acusado de negarse a
realizar una patrulla diciendo "que el era vasallo del Rey y no soldado de
la Patria y que sólo servirla al Rey". 3} La vieja triada se habla roto: la re­
ligión no se díscutla, pero ahora el rey se oponía a lo que resultó ser mas
importante: la patria. El rey rechazado pasó no sólo a ser el rey de España
sino también la monarqula. En cambio, si la patria había adoptado una
fonna de gobierno republicana -as! era de hecho desde que se impuso
la soberanla del pueblo en 1810-- una y otra se fueron equiparando para
quienes combatieron en su nombre. No hubo un monarquismo popular
rioplatense ni se han registrado evidencias de nostalgias plebeyas del rey;
por el contrario la actitud parece haber sido la que expresó en sus versos
el payador oriental Bartolorné Hidalgo, muy popular en Buenos Aires: "el
Rey es hombre cualquiera", decla, "no se necesitan reyes I para gobernar
los hombres I sino bent.ficas leyes" (Hidalgo, 1967, 26 y 31).
Con el fin de la guerra, el alejamiento de la amenaza de la expedición
española -que en vez de embarcarse se rebeló contra Fernando Vil-y el
triunfo del sistema republicano, la tensión con los peninsulares que se gu lan

>• AGN, IX, 32-7-8, Criminalts. El acusado erii Vicente Femández.


> 5 AGN, X, 27-4-2a, Causas Criminales.

96
Las palabras de Manul

residiendo en la ciudad perdió intensidad. Los elementos de conflictividad


social insertos en esa animadversión se fueron trasladando al descontento
popular con algun os de los resultados de la guerra, al rencor hacia algunos
beneficiados durante su desarrollo y hacia la ingratitud de las autoridades.
Bartolomé Hidalgo lo expresó muy bien en 1821 -por entonces resid!a en
Buenos Aires- cuando sostuvo que «desde el dfa memorable / de nuestra
revolución" habla entrado mucha plata y mucho oro en la capital,

pero en tanto que al rigor I del hambre perece ti pobre, I el sol­


dado de valor; / t:I oficial de servicios, / y que la prostitución /
se acerca a la infeliz viuda/ que mira con cruel dolor/ padecer
a sus hijuelos; I entre tanto, el adulón, / y el que de nada nos
sirve I y vive en toda facción, I disfruta de gran abundancia I y
como no le costó/ nada el andar remediao I gasta más pesos que
anvz. /Y.amigo, de esta manera I en medio del pericón I el que
tiene es don Julano / y el que perdió se amoló: I sin que todos los
servicios/ que a la Patria le emprestó/ lo libmt de una roncada
I que le largue algún pintor (Hidalgo, 1967: 48).
Mientras los que no hablan hecho nada se hablan apropiado de la
riqueza en los aJ.\os revolucionarios, los que arriesgaron su vida por la
causa de la patria, y las viudas de los que la perdieron, estaban inmersos
en la pobreza. Percepciones como esas eran el trasfondo de la indi gnada
arenga de Santiago Manul. Contribuyeron a crear un cüma de descontentos
sociales que estartan presentes en la fundamental participación popular
en la pol!tica porteña de las décadas de 1820 y 1830.

Nos quiere hacer esclavos


la construcción de esa noción colectiva de patria implicó un cambio
simbólico importante para la población negra de Buenos Aires y en par­
ticular para los esclavos. Uno de ellos llamado Ventura, que pertenecía
a Marlln de Alzaga, fue quien denunció la conspiración que preparaba
su amo. El gobierno le otorgó en premio su libertad y llevar una leyenda
que decla «por fit:I a la Patria"; otro de los esclavos de Álzaga se refirió
posteriormente al amo muerto corno "d traidor". 36 Para muchos la patria
empezó a ser un horizonte de libertad, en particular para los hombres,

"' Las distinciones a Ventura en AGN, X, 6-7-4, Conspiración de Álzaga; el otro caso en
AGN, X, 6-6-12, Solicitudes Civiles y Militares, petición de "El moreno]wm" (1 ° de agosto
de 1812). Para la cuestión de IJl integración véase &mand (2003)

97
dado que varios fueron comprados por las autoridades a sus runos o a
veces donados por éstos para la guerra (ademas el Estado confiscó en
varias oportunidades esclavos pertenecientes a peninsulares para usarlos
en el ejército). la promesa de ser libres aguardaba al final del servicio.
En cuanto a los que ya lo eran, su lugar social subalterno se mantuvo
-negro fue en ocasiones un insulto, al igual que mulato, incluso en boca
de los plebeyos- pero simbólicamente tuvieron un ascenso al entrar en
el bando americano junto a los blancos y el resto. 37 Para los que sirvieron
militarmente, eso les daba derechos. En 1820 un oficial ebrio insultó a sus
soldados, que eran casi todos morenos, diciéndoles que eran unos "negros
trompda.s" (una expresión de desprecio que significaba �hombre bajo y de
poca utílída�, según el diccionario de la Real Academia Española de 1803).
Luego empujó a uno de ellos, quien le contestó "que porqut le �gaba,
que �ast que era el cabo de la guardia, y que aunque era negro no era
un Trompt:ta sino u.n cabo de la Pa1ria". 36 Sus camaradas provocaron una
gritería en contra del oficial que por poco no tenninó en un mottn. ¿Era
posible una respuesta así de parte de un negro antes de la Revolución?,
probablemente no. Esa identificación de los morenos con la patria rovo
larga vida. "He sido testtgo", sostuvo un viajero francés al comenzar la
década de 1830, "de su entusiasmo y dt la ardiente alegria que les brota
ante la palabra Patria" (lsabelle, 194 3: 135).
La libertad de vientres sancionada en 1813 contribuyó sin duda a la
adhesión de los negros a la causa revolucionaria, y varios empezaron a
apelar a e.sa decisión para buscar su libenad. Una esclava africana que
recibió el nombre de Juana de la Patria, dijo que habla naufragado en
un barco en las playas de Montevideo con unos compar"teros y, como el
gobierno habra prescripto que "los que naciesen. y pisasen estos puertos
Juesm libres, pide que se declare si es o no libre junto con sus compafteros".
Algo similar ocurrió con Sebastián Tejera, quien había sido esclavo en la
Banda Oriental; cuando fue enviado al servicio de una familia en Buenos
Aires se dirigió a las autortdades apelando al �soberano Decreto de 813
por el cual debe quedar libre". 19 Las solicitudes al gobierno para defender

" Nl'gro como insulto en •sumaria e Información contra Vizente Gomes ... " (1811), AGN,
X, 27-4-2, Causas Criminales; mulato en la declaración del capitán Sos.a en AGN. X,
30-3-3, Sumarios Militares, 9'.57, en la que describe que alguien usó los insultos: "Picara
Mulato induaue•.
"' AGN, X. 29-10-2, Sumarios Militares. 146.
"' Ambos m AGN, X. 11-1-4, Solicitudes Civiles 0819). Lament.ablemente no constan
las resoluciones.

98
Lis palabras de Manul

derechos eran muy frecuentes, a travts de la intervención de algün escriba.


Por ejemplo, Jerónima Dlaz y Medina protestó ante las autortdades porque
su sobrina, que era libre, recibía en una casa en la que trabajaba el trato
de esclava, debido a lo cual se fugó. Intervino el alcalde de barrio, quien
wvitndanos que somos imbtciles, que somos pobres, de u.na condición baja
aunque honrada, no ha hecho sino obligarnos a que la entregunnos bajo
[amenaza) de penas". Su alegato terminaba asegurando que wla persona
libre no debe conocer servidumbre, ni esclavitud sobre su condición; el
gobierno ha jurado sostener este privilegio; y si esto es cierto ¿Por que por
fuerza se ha de entregar al servicio a una mu.chacha contra su voluntad?"'°
El proceder no era nuevo: hemos visto que durante los tiempos coloniales
los esclavos solfan presentarse ante la justicia para protescar contra malos
tratos de sus amos y a veces consiguieron mejorar su situación (Perri,
1999). Lo que cambió después de 1813 era que la misma institución de
la esclavitud comenzó a ser minada por la apropiación que hicieron los
implícados de la libertad de vientres. Dos afies, desput.s el moreno libre
Hilarión Gómez, sostuvo que wtodo respira el desterrar la esclavitud y rn
nuestro sistema se han declarado todos los partos libres"_,.,
I.a causa de la patria mostró levemente cierta tensión racial. La criada
negra de dofiajuana Arandia, llamada Marfa, fue duramente golpeada por
dos espafioles europeos en una pul pe ría, por haber insulcado a uno de
ellos tras una discusió n diciéndole wgallego, puto, judlo y ladrón":'2 Los
términos empleados por Mana fueron usados con un fin denigratorio, por
lo cual queda claro que gallego -buena parte de los pul pe ros de Buenos
Aires eran de ese origen- era equivalente a los otros insultos. El judlo era
considerado un enemigo de la Crtstiandad desde el Medioevo y ese lugar
había sido afianzado por el Concilio de Trento. I.a Revolución permitió a
los esclavos liberar algunos resentimientos y legitimó la animosidad contra
un enemigo blanco: los peninsulares.
En el motfn de los pardos y morenos de 1819, esa. censión racial estuvo
mas presente. Al acusar al gobierno de que wnos quiere hacer esclavos",
Manul acudla a la que posiblemente fuera la mayor afrenta para un grupo
de negros libres. En el curso de ese levantamiento, un vecino observó pre­
ocupado wqu.e un negro velero y cojo se distinguió m sus gestos y amenazas

'° AGN, X, 10-9-6, Solicitudes Civiles (1819).


;i AGN, X, �9-'1, Solicitudes Civiles y Militara, 21 de junio de 1815.
41 "Demanda puesta por doña Juana Arandia contra los españoles Antonio Moran y su

romparicro F. Mojo sobre: d cast igo que dieron a una criada ... "; AGN, Tribunal Criminal,
M-1 (1819).

99
GABIUa Dt MEGUO

a los Blancos" .13 No es posible saber si ese vendedor de velas penenecta


al tercio o sí se agre gó a la agítación. lo que es muy probable es que la
percepción de una animosidad contra los blancos debe haber ayudado a
qu e diversos vecinos se sumaran a los cfvicos de caballerta en la opera ción
nocturna que desarmó en el hueco de la Concepción a los amotinados.

Aqut no tenemos padre ni madre


La frase del enojado Manul puede haber remitido a la falta de anaigo
de algunos ne gros en Buenos Aires, pero también puede h aberse referido
a la sensación de una ruptura de la relación con las autoridades, de las que
muchas veces se esperaba un comportamiento paternal. En la sociedad
colonial el rey habfa sido considerado una figura paternal, y el gobierno
revoluci onario heredó el atributo, como se desprende de solicitudes que
se le dirigf an denominándolo "Vuestra Excdencia como padre de los na­
turales de tsta" (la ciudad), "V.E. es el Padre de la Rep ública", o apelando
al �pa ternal corazon de V.E."_,,.. En este caso, la irritación era tanto con
el gobierno como con el Cabildo, que en ge neral gozaba de una gran
legitimidad entre la po blación porteña, porque era tradicionalmente el
encargado de resguardar el bien común_
El Cabildo se ocupaba del abasto de alimentos para la ciudad y por
eso tomaba recaudos para "que nunca se verifique que el publico su.Jra es­
casez dc carne" ni que hubiese problemas con el pan, los dos principales
componentes de la dieta de los porteflos. Asimismo, buscaba regular los
precios para evitar malestares entre la población: en 1813, ante el "escan­
daloso precio a que en el dca se vrndc la carne al público, con el m.ds grave
perjuicio de éste". convocó a los abastecedores para definir cuál iba a ser el
precio en cada estación, dado que en invierno subfa (AEC, 1927: Vl, 601
y V, 617). A la vez, el ayuntamiento se encargab a de pagarle sus pensiones
a viudas y huérfanos de vlclimas de la guerra, de vestir a los presos, de
auxiliar a familias que sufrían una inundación, de ayudar con créditos a
labradores en dificultades, de solicitar la re ducción de cargas fiscales sobre
los artesanos cuando éstos estaban en una mala situación, de escribir los
bandos destinados a la población, de dar discursos en las celebraciones
públicas, de organizarlas, y de dirigir a los alcaldes de barrio y sus tenien-

., Ibid, parte de don Eustoqiúo Dlaz Vt\a.


" AGN, X, leg¡¡jos B-9--4 (181�). 11-1-1 y 10-9-6 (1819), Solicitudes Civiles. Para el rey
como padre véase (Schaub, 1998).

100
Las palabras de Manul

tes:t' Uno de sus integrantes, el Defmsor dL Pobn!s, intercedfa entre éstos


-incluidos los esclavos- y el gobierno. La legitimidad de su poder no era
discutida por nadie: "d Cabildo era la ®toridad mds in,m:diata del pueblo,
era la camza. d padre, y sus hijos como a tal lo adoraban, lo n:spt:taban,
le tributaban un culto voluntario, una devoción exaltada" (lriarte, 1945:
31). Cuando en 1820 Buenos Aires vivió un complejo periodo polltico,
un oficial sostuvo que ·ei Excelatttsimo Cabildo es nuestro Padre, y a ti
sólo debemos obedecer".«>
No es casualidad que la participación polltica de la plebe portef\.a
desde 1810 hubiera sido en buena medida articulada por el Cabildo. A
tl se dirigieron las peticiones de los "movimientos del pueblo� como los
de abril y septiembre de 1811 o el de octubre de 1812, mientras que en
otras ocasiones, como en abril 1815, fue el mismo cabil do el que convocó
a la población a l a acción polltica.

Habiendo visto reunidos en [a puerta de mi tienda varios


negros changadores
Con esta frase comienza la denuncia contra Sanúago Manul. Y es
ilustrativa: explicita el papel fundamental que cumplió la ciudad en la
participación política de la plebe. La politización de sus espacios permitió
la difusión y la transmisión del repertorio de prácticas polHicas populares
moldeado en 1811: la intervención en las luchas facciosas, la presencia en
fiestas y otras manifestaciones públicas, los motines militares dirigidos por
plebeyos. La permanente movilidad del bajo pueblo -residencial por las
dificultades para pagar alquileres, laboral por la fragilidad de la estructura
ocupacional, geografica por la guerra y las migraciones (Di Meglio, 2007}-­
conllevó la p ropagación de ideas y recuerdos, comunicados en los lugares
de sociabilidad plebeya. las pulpe rtas, las plazas, los mercados, los atrios
de las iglesias y los cuarteles militares se empaparon de política. Alll cir­
culaban los rumores, se entonaban canciones patrióticas, se leia la prensa
en voz alta incluyendo a los analfabetos, se debaUan las decisiones del
gobierno y se discuUan los avatares de la guerra. Esa función transmisora

., los bandos están recopilados en AGN, X. legajos 44-6-7 y 44-6-8, Gobierno. Para el
resto de las actividades mencionadas v�ase AEC {1927, V, 104, lH; VII. 87, 189, 43'1,
636; asistencia a inundados de BarraGJs m VII, 3J0..4, 355 y 38"; asistencia a labradores
en Vl, 28; protección a artesanos en V, 194; un discurso de un regidor en mayo de 1812
en V. 216).
"' AGN, X, 29-10-6, Sumarios Militares, Conspiración del 1 ° de octnbre de 1820.

101
GABRJEl. D1 MEGLIO

de los espacios urbanos se hizo clara en el sumario que se levantó después


del molln del tercer tercio clvico en 1819. Durante el proceso, un juez
le preguntó a algunos de los milicianos negros qué otros levantamientos
ocurridos en la ciudad habfan presenciado. El soldado Remigio Rodrfguez
respondió que "conmociones qi.tt: ha otdo son las de Patricios", es decir el
motín de las trenzas, "y la que ha visto ha sido la de Al.zaga en las qiu la
pena que se ha impuesto ha sidn según ha ofdo y visto la de muerte y que en
la Primera según ha otdo decir fueron nueve y en la Segunda vio unos cinco
o seis y los demds oyó decir que fueron muchos"Y Rodrtguez conocta bien
el antecedente de un motín miliciano y que los responsables habían sido
ejecutados; se había enterado -incluso el nümero era bastante correctr>­
por boca de otros. f1 mismo habla estado entre la multitud que presenció
algunos de los fusilamientos en la agitación de julio de 1812; del resto
le contaron. Las reuniones informales en espacios públicos, como la que
usó Manul para decir sus opiniones, eran una de las vtas principales para
la reproducción de las prácticas pol.Iticas.

Un final y un legado
Encontrar palabras como las de Santiago Manul no es algo corriente;
tampoco lo es, por supuesto, toparse con un motln protagonizado por
milicianos pardos y morenos sin intervención de los oficiales. Lo que he
intentado moscrar aquf es que unas y otro no provinieron sólo de una
situación de descontento coyuntural: se insertaban, por t1 contrario, en
afios de experiencia de participación pol!tica plebeya. Un año después del
levantamiento del tercer tercio. el gobierno central creado por la Revolución
se desmoronó. Surgió ast la provincia de Buenos Aires. Durante 1820, la
situación polttica en ella fue sumamente convulsionada y la inestabilidad
fue la regla. La sucesión de complejos enfrentamientos facciosos, en los
cuales el papel de la milicia fue decisivo, se cerró en octubre tras un levan­
tamiento del segundo y el tercer tercio clvico, junto al pequeno batallón
fijo (del ejército regular).
la causa fue el rechazo de esos grupos, aliados con el Cabildo, al
retomo al poder del grupo que habla dirigido el gobierno entre 1816
y 1820, al que consideraban de regreso con la designación del general
Martln Rodriguez como gobernador. Los sublevados se hicieron fuertes

" AGN, X, 30-3-4, Sumarios Militares, 957.

102
w palabras de Manul

en la Plaza de la Victoria y Rodrtguez huyó. La tropa estaba exaltada y los


oficiales tenían que contenerla. 18
El alzamiento fue liderado por el Cabildo y por algunos militares que
gozaban de populatidad en la ciudad. También intervinieron en la orga•
nización algunos pulperos que eran a la vez capitanes del segundo tercio
dvico, a quienes un contemporáneo llamaba "tríbunos de la plebe• (Iriar­
te, 1944: 244 y 271). Entre los participantes, unos ochocientos en total
(Herrero, 2003), no sólo estuvieron los clvicos y los soldados del batallón
fijo: se d enunció que un esclavo que trabajaba en una pan.aderta se fugó
"y se incorporó cntrt las ga¡tes qiu se hallaban en la Plaza". 19 ¿Podemos
imaginar que M.anul estuvo también con sus compañeros de tercio en la
plaza? No es descabellado pensarlo.
Rodrtguez volvió a la ciudad a la cabeza de fuerzas milicianas de la
campaña -los colorados- y se dispuso a asaltar la Plaza de la Victoria.
Ante el inminente ataque, los dirigentes del levantamiento procuraron
conseguir un acuerdo. Uno de ellos quiso convencer a los de la plaza
que se retiraran hacia sus cuarteles: Mme dirige a la recova, y hablando con
firmeza y iYsolución a los cívicos, les hice presente la necesidad que habta
de evitar mds derramamiento de sangre, y ellos; tUmostrando mucha oposi­
ción, se resistían al abandono de su.s puestos ... Don Angel Par.heco contuvo
a UJ1 cívico que me iba a tirar" (de la Quintana, 1960: 1400). Mientras
negociaban, la caballerta de Rodnguez atacó sorpresivamence y los clvi.cos
comenzaron a resistir sin esperar órdenes. Según un oficial que combatió
a favor del gobernador. los del tercer tercio no escuchaban a sus jefes,
"cargaban las armas sin su conocimirnto y que parecía no le obeaeclan". 30
A un suboficial se le ordenó "que todos se retirasen, y no obedecitndolo los
demds, lo ejecutó d que confiesa", mientras que un oficial afirmó que no
logró "contener a la gente y privar que se siguiese el fuego que ellos habtan
empezado sin su orden por hallarse comiendo" (ambos testimonios eran
poco crelbles, pero es interesante que pudieran esbozarlos aprovechando
que la situación fue verdaderamente caótica). 51 Desputs de un primer
combate, los del gobierno volvieron a oírecer la rendición, pero "en vano
algunos de su jefes y los parlamentarios ... manifestaban a la chusma des-

.. Lo declaró el capitán N. Martlnez, prisiormo de los alzados, en AGN. X, 29-10-6, Su­


marios Militares, 2 79.
+o PertenecLl a Pedro Bureñigo; AGN, X, 12-4-4. Solicitudes militares, 1821.
"' AGN, X. 29-10-6, Sumarios Militares, (expedieme sin nümero).
' lbid, declaraciones del tambor Felipe Guliérrez y de Epitacto del Campo, AGN, X. 29-
1

10-6, Sumarios Militares, 275.

103
GABRIEL D1 Mc.GLIO

pechada que serian pasados a cuchillo: dla les amenazabafusilarlos si no�


retiraban ... muchos Jaaiosos metiJos tras de los pilares de la Recoba. nueva
en la vereda ancha prefirieron morir a rmdi�".' 2 La batalla siguió y "todos
revueltos se mataban unos a otros sin compasión"; hubo entre trescientos
y cuatrocientos muertos.,, Finalmente, la victoria fue de Rodrtguez.
Los que se sublevaron fueron los tercios con mayorta plebeya, el segun�
do y el tercero, mientras que los integrantes del prtmer tercio civico, que
agrupaba a la gente del centro de la ciudad, "concurrieron con sus personas
rn favor de la constTVacion del orden"; como dijo uno de sus oficiales,
lucharon "po r la autoridad legitima".� Esa impronta plebeya generó un
gran temor social entre la elite porteña. Un testigo llamó a los alzados "los
sanculotes despiadados, los de los ojos colorados"(! riarle, 1944: 3 70); otros
se lamentaba de que "la patria se ve m una verdaikra anarquía, llena de
partidos y expuesta a ser victima dt. la ínfima plebe, que se halla armada.
insolente y deseosa. de abatir a la grnte decente, arruinarlos e igualarlos
a su calidad y miseria" (Beruti, 1960: 3933); un tercero sostenla que si
Rodrtguez hubiera sido vencido el resultado habría sido "el saqueo d1:
Buenos Air1:s, pues la chusma estaba agolpada en las esquinas rnvuelta en
su poncho, esperando d c!xíto; y si la intrepidez de los colorados no vence
en d dca, esa. misma noche se l1:s une 4 ó 6 mil hombres de la canalla y es
hecho de nosotros"."
La intransigencia de los miembros de la tropa, que quisieron resistir
desoyendo a muchos de sus oficiales es comprensible si se tienen en cuenta
los diez años de movilización polfrica y guerrera. Frente a los vacfos de
poder de 1820, muchos plebeyos compartieron las posiciones politicas
de los capitulares y ciertos militares, y luego de una experiencia de una
década de movilización, llegaron a defenderlas intransigentemente más
allá de la voluntad de sus jefes.
Como consecuencia del episodio, el Cabildo perdió la conducción de
las milicias cívicas, que quedaron bajo la jurisdicción del gobernador de
Buenos Aires (AEC, 1927: IX, 297). Al año siguiente, los tercios fueron
disueltos y se reorganizó la milicia urbana, con menos efectivos, en la

,; ·eana de José Marta Roxas a Manuel José Garc1.a·. en Sald!as () 988: 255).
n La ciLa en ibid. us cifras de muertos en (Forbes, 1936: 83; lriarte, 1944: 368; Haigh,
1920: 146).
14
Solicitud de Hilario Martlnez, AGN, X, 11- 7-4, Solicitudes Civiles y Militares; y testimo­
nio del teniente del primer tercio donjuan Arrasain, AGN, X, 30-1-3, Sumarios Militares,
586.
" "Carta de Jost María Ro= ... •. e-n Sald!as (1988: 255).

104
las palabras de Manul

denominada Legión Patricia.. La elite triunfante buscaba asf eliminar las


posibilidades de desorden, y también las vtas de intervención plebeya en
la política. Sólo lo lograrta parcialmente: las décadas siguientes volvieron
a contar a la plebe como uno de los actores de la escena polilica portefta,
y varias tensiones sociales y raciales iban a seguir canalizándose en ella.
La politica porteña no iba a poder separarse de su impronta plebeya: ese
fue el legado de gente como Santiago Manul.

105

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