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Sociopolítica de la Comunicación
Edmundo Bianchi
C.I. 20774166
INTRODUCCIÓN
Como bien se sabe, se debe dejar la magia para los magos. Y uno de los más famosos
encantadores en esto de las letras fue Benedetti; quien escribía, no con un as bajo la manga, sino
con el corazón en una mano. Entre tanto que hizo y dijo, llegó a expresar que nunca se debe
mirar a una puta con luz del día, pues “es como sería este puto mundo si hubiera que soportar las
cosas tal y como son”.
Qué se podía esperar él al escribir eso que el mundo se transformaría en un televisor; que,
con cada día que pasa, se hace más pequeño y a la vez más complicado. No obstante eso, somos
nómadas que compartimos el tiempo dentro de ordenadores y teléfonos móvil, de redes sociales
y pornografía gratis. Parece difícil recordar lo que era la vida antes de ser vista en pantalla plana,
con opción a retroceder y adelantar.
Es por esto, por muy Truman Burbank que esto pueda parecer, que era hora de escapar.
Aceptar que no sólo las telenovelas y los estados de Facebook comunican algo, sino que la
realidad lo hace también. En formas maravillosas, mucho más abstractas y, a la vez, mucho más
retorcidas. Partir del principio que “todo comunica” y dejar todo lo demás fluir hasta su
desembocadura.
Así que a levantar esos párpados caídos y a dejar que este sea el último bostezo de la
razón. Es hora de contradecir a Benedetti e invitar a esta puta realidad por un café a medio día.
DESARROLLO
Sobre esto, señala Michel Foucault en “Vigilar y Castigar”, que lo esencial de la pena ya
no será castigar, sino “trata de corregir, reformar, ‘curar’; una técnica del mejoramiento rechaza,
en la pena, la estricta expiación del mal, y libera a los magistrados de la fea misión de castigar”.
Se hace una transición de herir el cuerpo a herir el alma: hubo una reordenación más
profunda de los valores de la sociedad, y ahora la libertad se mantenía como un derecho y un
bien. “El cuerpo –dice Founcault- queda prendido en un sistema de coacción y de privación, de
obligaciones y de prohibiciones”. El castigo fue de un espectáculo de dolor a una economía de
derechos suspendidos.
Es así como el poder irá dirigido ahora a enderezar conductas, haciendo de sí mismo un
poder disciplinario. Ahora tendrá una concepción mucho más genérica del ser humano, pues lo
percibe como un objeto que debe adiestrar para obtener de él beneficios. Es la función
económica y productiva de la vigilancia: que el preso produzca una vez liberado, para que no
regrese.
Esta nueva concepción que se mantiene en muchos países alrededor del mundo, es muy
similar a la de una fábrica. Sin embargo, esta concepción se torna un tanto utópica,
especialmente en estos días donde la realidad carcelaria es un gran signo de interrogación aquí en
Venezuela.
Fuera de la cárcel, el individuo percibe dos estímulos claros: uno, que es la vida social, y
otro que es el concepto que el Estado quiere que se tenga de las prisiones, que no es más que un
sistema preconsciente de representaciones de represión y control.
Hay un proceso comunicacional más difícil que el que puede manejar la televisión: este
no puede estar abierto a interpretaciones, pues se trata de leyes y reglamentos que deben ser
claros para su cumplimiento. Hay un control claro y descarado sobre la sociedad disfrazado de
“valores y moral” que el Estado maneja a favor de sus intereses económicos, para acumular
capital a costas de una sociedad disciplinada.
Lamentablemente, por un mal manejo del control interno en las instituciones y por altos
porcentajes de corrupción en Venezuela, el orden colectivo interno se volvió precario y, como
señala Martín Barbero, en estos casos “la pluralidad es percibida como disgregación y ruptura
del orden, la diferencia contiene siempre algo de rebelión y la heterogeneidad es sentida como
frente de contaminación y deformación de las purezas culturales”.
Pero, hablando en serio, es una cárcel, hubo delitos cometidos. No hay mucha pureza
cultural que preservar. Sin embargo, esto lleva a los presos –y como referencia, manejo el
Internado Judicial de Los Teques- a buscar su propio orden. Por muy metódico que parezca,
debió haber una mediación, ya no desde el transmisor (Estado) sino desde el receptor (presos).
Este proceso es lo que hará posible una nueva concepción de la identidad, no hecha de
esencias y raíces traídas de afuera, sino de relaciones e interacciones logradas adentro.
A pesar de lo muy bonito que pueda sonar, las reglas que ellos mismos se han impuesto
para lograr un convivir “armonioso” vienen teñidas de un vivir callejero y marginal, en donde el
respeto es el mayor de los valores y que perderlo puede ser de vida o muerte. Sin embargo, es un
sistema que funciona con todo y sus fallas. ¿De qué otra manera se justifica que en un año
mueran menos de 10 personas en las cárceles y en Caracas se reporten 48 muertes en un solo fin
de semana?
En el Internado Judicial, se está llevando a cabo una actividad que busca enfocar los
intereses de los presos hacia la música, encontrando en ella un medio de desahogo. Más de 20
presos conforman una agrupación musical llamada “Voces de Libertad”. Esta iniciativa
“pretende enaltecer y dignificar el valor de los ciudadanos privados de libertad,
independientemente de los delitos que hayan cometido” según el Ministerio del Poder Popular
para Relaciones Interiores y Justicia.
La institución aún conserva a duras penas cierto significado político, pero perderlo por
falta de orden y por exceso de corrupción, la llevarían a no denotar ni connotar nada, y haría una
irrupción en los signos de la ciudad para disolverlos por su sola presencia como signo vacío.
Ya no será la relación de fuerzas lo que cuenta, porque los signos no juegan con la fuerza,
sino con la diferencia. Y su función no es ser diferente, es formar parte de una sociedad
establecida y llevar a cabo su función penal. Pero si llegase a una diferencia absoluta, el sistema
chocaría y se deshiciera.
CONCLUSIÓN
Lamentablemente, se está perdiendo la esperanza por la razón. Las cárceles poco a poco
van perdiendo su valor entrañable en la sociedad, y lo que pasó de ser un teatro sanguinario por
las calles, ahora es un teatro a puertas cerradas del cual conocemos poco, pero tememos mucho.
Quizás Benedetti estaba en correcto, nunca debemos ver a una puta a luz del día, porque
duele mucho soportar las cosas como son. Las cárceles, de cierto modo, son la forma en que el
mundo te dice: “te equivocaste, mucho; pero eres humano, tienes una segunda oportunidad.” Y
para los que dicen nunca equivocarse, les brinda seguridad. Por ende, es doloroso ver una
institución que sostiene a una sociedad simplemente venirse abajo. O, por lo menos, no
sostenerse como podría.
De igual modo, son muy pocos los que hacen el esfuerzo. Ya nadie sabe donde venden el
traje de héroe en la ciudad, ya que muchos lo usado para mal. Los verdaderos héroes quedaron
en otra época, y nosotros estamos atrapados a destiempo, guardando recuerdos tan desolados
como los 3 álbumes de viajes a Margarita que tenemos en Facebook.