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1.

EMERGENCIA DE LA POSTMODERNIDAD
a) Concepto de la postmodernidad
Todos o casi todos hemos escuchado -algunos más, otros menos-, hablar de postmodernidad:
término bastante ambiguo; por una parte, nos define en relación al pasado; y, por otra parte, “post”
indica el deseo de desembarazarse o despedirse de la modernidad apartándose de la idea del desarrollo
y de la superación sin ver claro lo que hay adelante. En este sentido González-Carvajal señala que:

Estamos ante una paradoja. Por una parte, constituye un estigma para cualquier sociedad el
no ser acreedora al título de “moderna”; y, por otra parte, los habitantes de las sociedades
modernas parecen experimentar un malestar creciente1.

Por ello, es difícil definir con claridad meridiana la postmodernidad, y si así fuere, dejaría de
ser postmodernidad, pues ésta conlleva en sus entrañas la incertidumbre, la confusión y la
complejidad. Lo que conduce a Frederick Jameson considerar a la cultura postmoderna como “el campo
de fuerzas en el que han de abrirse paso impulsos culturales de muy diferentes especies”2.

Sin embargo, por encima de esta dificultad, José M. Mardones la define de la siguiente manera:
La postmodernidad, más que un tiempo, es un talante. Supone la pérdida de
confianza en la razón con la que andaba la modernidad. La consciencia abre los
ojos, desilusionada respecto de los grandes proyectos de realización humana. Las
raíces, en rizoma, de la modernidad son puestas al aire y dejan ver el
desencajamiento de los elementos... La posmodernidad es la modernidad, que, al
desarrollar sus propios mitos, ha llegado a descubrir su propio autoengaño. Quizá
sea ésta la aportación y riqueza de la postmodernidad: señalar los contenidos y
límites de la modernidad3.

En la misma línea de pensamiento Francisco Gastaldi constata a la postmodernidad como una


realidad que:

“No es sólo una sensibilidad que viene después de la modernidad, sino que se presenta como
la constatación del fracaso de la modernidad, fracaso que provocó una reacción existencial,
un ajuste de cuentas con el proyecto moderno”4.

Asimismo, el Documento de la IV Conferencia Episcopal latinoamericana celebrada en Santo


Domingo define a la postmodernidad como: “el resultado del fracaso de la pretensión reduccionista de la
razón moderna, que lleva al hombre a cuestionar tanto algunos logros de la modernidad como la confianza en el
progreso indefinido...”5.

En otras palabras, el autor argentino Eugenio Magdaleno considera que la postmodernidad:

1
González-Carvajal Santabárbara, Luis, Ideas y creencias..., 153
2 Jameson, Frederick, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Paidós, Buenos Aires,
1992, 20-21
3 Mardones, José M., Ob. cit., 10-11
4 Gastaldi, Italo Francisco, Educar y evangelizar en..., 20
5 En Magdaleno, Eugenio, Hijos de la posmodernidad. Propuestas educativas y pastorales, Gram, Buenos Aires,

1996, 12

1
“Se trata de un desencanto frente al proyecto global de la modernidad. Desconfianza ante el
racionalismo científico: sólo lleva un pragmatismo que deja insatisfecho al hombre total.
Desconfianza ante el racionalismo tecnológico que ha creado más problemas de los que ha
resuelto: no acortó la brecha entre la riqueza del Norte y la pobreza del Sur. Desencanto ante
el racionalismo sociopolítico en el que se han desarrollado las ideologías: éstas, de izquierda y
de derecha, han fracasado y aún no asoma una alternativa confiable”6.

Francisco Italo Gastaldi resume la significación la posmodernidad, afirmando que:

En general la postmodernidad se constituye sobre la base de poner en duda todas las certezas y logros de
la modernidad, por los fracasos que han puesto en crisis ese movimiento, arrastrando a buena parte de la
humanidad al desencanto y al irracionalismo7.

De manera que la postmodernidad, no es tanto una nueva época dentro de la historia de la


humanidad, ni se trata de una nueva propuesta, sino más bien un desencanto frente a la modernidad.
Por ello, habría que situarla teniendo en referencia a la modernidad y comprenderla desde de ésta.
Tampoco se presenta como una corriente filosófica, ideológica y axiológica, sistemática y homogénea.
En este sentido, Luis F. Mendieta Baeza considera que la postmodernidad:

No es una filosofía, ni una ideología ni una axiología. Si algo de eso fuera la postmodernidad, no sería la
postmodernidad. Es una opción. Una opción que no es fruto de la reflexión que conduzca a una decisión.
Es una opción más bien generacional, que sin saber cuándo, ni cómo, ni por qué, está ahí, despegándose
del pasado y sin interés por el futuro, pero con un pragmático deseo de sacar partido al presente8.

Este malestar frente a la modernidad no es tan reciente, pues ya en el siglo XIX También otros
movimientos que reaccionaron contra la modernidad, pero ya no seducidos por el ideal de restaurar los
valores de la época premoderna, al contrario, se embargaron con intenciones progresistas pregonando
una nueva sociedad. Entre los muchos grupos que surgen y reaccionan contra la modernidad se
destacan entre otros: la “bohemia”, los hippies, la revuelta estudiantil parisiense de mayo de 1968, etc.
Todos estos movimientos aunque muy diversos entre sí, convergen al constatar la frustración y la
alienación del hombre en la sociedad moderna. Por esta razón no se puede caracterizar a la
postmodernidad como el primer movimiento que reacciona o conlleva desencanto frente a la
modernidad, pues los ya mencionados movimientos es anterior a ella. Pero, lo que la diferencia de
todas las anteriores reacciones antimodernas, es el hecho de no constituir una actitud aislada de un
grupo determinado, sino un desencanto o una desilusión generalizada y persistente frente al proyecto
global de la modernidad, por lo que se manifiesta en forma generalizada como:

* Rechazo de la razón y del discurso legitimador: El hombre ilustrado absolutiza la razón,


considerándola ilimitada y que podía solucionar todos los problemas de humanidad: guerras,
ignorancia, enfermedades y sufrimientos. Asimismo, al considerar a la razón como privilegio de la
especie humana sostenía que podía darse la unidad del conocimiento humano, lo que conduciría a la
unidad de la humanidad guiada por el arbitrio de la razón.
En la postmodernidad esta fe ciega en el poder de la razón es abandonada. Ya nadie cree que
con la sola fuerza de la razón se solucionará todo, ni en la unidad del conocimiento; pues al contrario,

6 Magdaleno, Eugenio, Ob. cit., 14


7 Gastaldi, Italo Francisco, Educar y evangelizar en..., 20
8 Mendieta Baeza, Luis F., El Shock de la postmodernidad, Educar No.43, marzo-abril, 1992, 25

2
se defiende la diversidad cognitiva y cultural que suponen varias formas de ver al hombre, al mundo y
al mismo Dios.

Este rechazo de la razón como única instancia suprema o juez de la vida, tanto en el ámbito
personal como social, conduce al escepticismo ontológico, epistemológico y ético. Así mismo, el
hombre postmoderno al desconfiar de la razón y guiarse por el sentimiento, niega a aquella el acceso a
la fundamentación de la realidad y a las estructuras estables del ser, lo que posibilita el abandono de las
ideologías y utopías, categorías tan propias de la modernidad.

Así, el hombre postmoderno al rechazar la razón, se desliga también de la fundamentación, de


la legitimidad y del discurso universal porque considera que todo esto conduce a un único discurso, tal
como observa Gianni Vattimo:

La fundamentación metafísica, en la clásica formulación aristotélica, quería tomar posesión de la realidad


en su totalidad aprehendiendo las causas y los principios a los cuales todo se remonta; aspiraba, por tanto,
a un momento de unidad, a la afirmación del uno en una experiencia puntual...9

Este discurso único es abandonado por el postmoderno, ya que considera que el discurso
legitimador “lleva consigo una sobrevaloración en las mentes, siempre potencialmente activa, que explica la
caída en el totalitarismo”10 o en la violencia ideológica, por lo que es preciso abandonarla.

A este discurso legitimador y omnicomprensivo, del cual el postmoderno desconfía, Lyotard


denomina metarrelato y considera que para el postmoderno “el recurso a los grandes relatos está excluido;
no se podría, pues recurrir ni a la dialéctica del Espíritu ni tampoco a la emancipación de la humanidad para dar
validez al discurso científico”11

Así mismo, el hombre postmoderno rechaza la racionalidad científica porque considera que la
revolución científica-tecnológica dio lugar al dominio y a la explotación desmesurada de la naturaleza,
lo que trajo aparejado la contaminación del ecosistema, hipotecando de esta manera la vida humana y
la naturaleza en general.

* Crisis de la ciencia: La ciencia desarrolla o progresa hoy en día con métodos y experimentos
cada vez más sofisticados, siendo indispensable en el mundo en que vivimos. No está en crisis en el
sentido de reducirse su valor de uso o valor práctico, ni tampoco se desea, sino aquella quimérica
pretensión o ideal de reducir todo a un materialismo tosco y tratando desvelar todos enigmas que se le
presenta al hombre. Asimismo, entra en crisis la creencia de que la ciencia y la técnica pueden
garantizar la felicidad humana.

Como consecuencia, al desatarse la crisis de la ciencia en la postmodernidad, la corriente


positivista hoy en día por esta razón no llega a suscitar más la extraordinaria adhesión que llegó a
tener, especialmente, con el neopositivismo de la Escuela de Viena, a partir de la segunda década de
nuestro siglo.

9 Vattimo, Gianni, Ética de la interpretación, Paidós, Buenos Aires, 1992, 47


10 Mardones, José M., Ob. cit. 89
11 Lyotard, Jean-François, La condición postmoderna, Planeta Agostini, Barcelona, 1993, 83

3
Cabe destacar que este rechazo no solo tiene bases o fundamentos teóricos, sino, más aún, se
rechaza la racionalidad científica después de las grande catástrofes producidas por medio de la
revolución científico-técnica, como por ejemplo, las bombas atómicas, la explotación desproporcionada
de la naturaleza y a la contaminación del ecosistema que pone en peligro no sólo al habitad del
hombre, sino al hombre mismo, el proyecto genoma y, en nuestros días la posibilidad de la clonación
del hombre.

De ahí que esta situación hiciera reconocer al hombre postmoderno los grandes peligros que
representan la ciencia y la técnica. Asimismo, después de estas experiencias negativas del hombre
moderno, la misma ciencia reconoce sus limitaciones, por lo que -afirma Vattimo afirma-, “ya no quedan
científicos que ridiculicen los milagros en nombre de las leyes de la naturaleza”12. Es decir, la ciencia reconoce
que no puede desvelar todos los misterios del hombre con la sola ciencia positiva, ni garantiza la
construcción del paraíso terrenal por sí sola. Al contrario, si no está orientada por criterios éticos y
morales, representa un verdadero peligro para la especie humana y la naturaleza en general.

Paradójicamente, la ciencia, por un lado, puede posibilitar la realización material del hombre,
por medio de la infinita gama de recursos útiles que ofrece al hombre; por otro lado, la ciencia ofrece la
inaudita posibilidad de dominio del hombre sobre las cosas y sobre el hombre mismo y, la posibilidad
de destrucción del mismo planeta con sólo apretar el botón nuclear. Este riesgo de autodestrucción del
hombre por medio del gran progreso de la ciencia, es consecuencia de la carencia o de la atrofia de los
supuestos principios de la ética que rigen el acontecer científico. Es decir, el gran progreso de la ciencia
no va a la par del progreso moral, lo que conlleva el peligro del mal uso de la ciencia y del poder que
ofrece al hombre.

Además, esta crisis ha hecho que varíe la relación de la ciencia con otros saberes e instituciones,
pues con la crisis de la ciencia y la consiguiente aceptación de sus límites, se observa que el antiguo
conflicto entre la ciencia y la Iglesia ha desaparecido. Por un lado, la Iglesia Católica reconoce la
autonomía de la ciencia y los progresos que posibilita en vista de la realización y humanización del
hombre; por otro lado, la ciencia deja de considerar al hombre como una pura realidad biológica y deja
en manos de la Teología las cuestiones atinentes.

Por esta razón el hombre postmoderno, ya no considera o valora a la ciencia como fuente de
sentido, como instancia rectora de la vida humana y como principio único de orientación cultural.

* Crisis del concepto de la historia: Con la emergencia de la postmodernidad entra en crisis el


concepto de la historia, por lo que deja de entenderse como concepción lineal, unitaria, ascendente,
inexorable y donde cada momento particular adquiere sentido. Es decir, la historia deja de entenderse
como un proceso dotado de sentido que marcha hacia la emancipación total del hombre.

La historia, con la postmodernidad, ya no alberga la esperanza de la construcción de un futuro


cada vez mejor; al contrario, se presenta con incertidumbre por la amenaza que representan la ciencia y
la técnica, pues posibilitan como ninguna otra realidad, un inmenso poder al hombre, por lo que éste
deja de tener poder sobre el poder.

12 Vattimo, Gianni, Ética de la interpretación..., 80

4
Es por ello, que la historia, en adelante, carecerá de telos, de horizonte, de una visión de
totalidad y por lo que los postmodernos afirmarán el fin de la historia13, pues la historia, al carecer de
telos, al no existir ninguna conexión de acontecimientos entre sí, sólo queda la estancada en la
inmediatez, en el presente o en el instante. En este sentido, el filósofo postmoderno Baudrillard, señala
que:

Los hechos, los acontecimientos, ya no van a ninguna parte. Son agitados, despezados, observados por los
medios de comunicación desde todos los ángulos. Pero no tienen totalidad a la que referirse ni poseen un
marco de referencia en el que obtener sentido. Hemos perdido, con el horizonte histórico, el sentido de la
historia. Sin contexto no hay significado; sin orientación, sin telos, sin totalidad, sin marco de referencia,
la historia no existe. Vivimos la inmediatez, en el presente, moviéndonos de aquí para allá, pero erráticos.
Nos movemos en un espacio sin horizonte14.

Así mismo, González Carvajal señala que para el postmoderno:

En la realidad hay tan sólo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. El mundo está construido por
una multitud de átomos-individuos que estamos juntos por casualidad. No tenemos ningún proyecto.
Simplemente, nos cruzamos unos con otros, o incluso nos atropellamos unos a otros... En medio de ese
caos, los historiadores han procedido arbitrariamente a seleccionar los acontecimientos que les convenían
para que el proceso histórico apareciera ante los ojos de sus lectores como un curso unitario dotado de
coherencia y racionalidad...15

Por lo tanto, el hombre postmoderno, rechaza la historia como un proceso dotado de sentido,
que apunta a una meta trascendente y hacia la cual se oriente todo el esfuerzo humano como
superación, centrándose de este modo, en una existencia inmediata, en el aquí y ahora, sin horizonte
trascendente, por lo que carece de proyectos o ideales hacia los cuales encaminarse.

* Crisis de la fe en el progreso: Esta crisis nos muestra el aspecto negativo del progreso, al
constituirse en una amenaza de la vida del hombre sobre el planeta. Por ejemplo, la contaminación y
destrucción del medio ambiente, la orientación tecno-científica de las fábricas ha dado lugar a la
desocupación progresiva, los problemas de la automatización de la vida, etc.

Se ha abandonado la idea del progreso como salvación del hombre, que marcha
inexorablemente hacia un mundo mejor, hacia la construcción del paraíso terrenal. Es decir, se
abandona la idea de que “un progreso posible, probable o necesario, que se arraigaba en la certeza de que el
desarrollo de las artes, de las tecnologías, del conocimiento, y de las libertades sería beneficioso para el conjunto de
la humanidad”16.

13Francis Fukuyama filósofo americano y hegeliano reciclado, aborda en la década actual, el tema del fin de la
historia en su polémico libro: “El fin de la historia y el último hombre”, en el que hace una audaz interpretación
de la historia presente y de futuro de la humanidad. Considera que el fin de la historia es como consecuencia del
punto final de la evolución ideológica y la universalización de la democracia liberal como forma de gobierno
universal, después de la caída del comunismo. Es decir, es el triunfo del liberalismo en el campo de las ideas,
aunque incompleta aún en el campo material, pero que a la larga también será completa.
14En Mardones, José M., Ob. cit. 65
15 González-Carvajal Santabárbara, Ideas y creencias..., 159
16 Lyotard, Jean-François, Ob. cit., 91

5
La promesa de llevar a cabo la liberación del hombre de la barbarie, de la ignorancia, de la
miseria, etc., no se ha cumplido. Y, para constatar esto, no es preciso ser perspicaz, basta mirar a
nuestro alrededor e incluso, en vez de progreso, hubo regreso en muchos aspectos de la realidad
humana.

Esta es la razón por la cual, el progreso suscita en la actualidad resentimiento y escepticismo,


realidades sobre las cuales no es posible construir nada. Es decir, el progreso pierde su fuerza de
esperanza, ya no ofrece ninguna seguridad, pues sus instrumentos: ciencia, técnica, etc., van en contra
de la promesa de instaurar la felicidad universal con la cual se presentaba. Esto hace aumentar la
inseguridad estructural del mundo moderno: la gran acumulación del saber técnico, la progresiva y
rápida evolución de las tecnologías, hacen imposible estar mínimamente seguros de un mundo en el
que viviremos mañana. El progreso, ofrece un futuro imprevisible o incierto.

Sin embargo, el progreso seguirá su curso o desarrollo, pues de hecho representa un valor
universal, pero lo que sí dejará de suscitar es la fe irrestricta y ciega, suponiendo la construcción de un
mundo cada vez mejor, ya que aumenta cada día el número de personas que experimentan al progreso
con insatisfacción o como una realidad alienante.

No obstante, nosotros no abogamos por la supresión del progreso en cuanto tal, pero sí aquel
progreso material que no va a la par con el progreso moral y que supone la abolición del horizonte
trascendente del hombre, pues sólo este horizonte supondrá la limitación de los peligros del progreso
que representa para la vida humana y la naturaleza en general.

* Crisis del sujeto: Notamos que la postmoderno se hace sentir también en la crisis de la
subjetividad. Es decir, la postmodernidad cuestiona la preeminencia de la subjetividad del hombre
moderno. De esta manera, la subjetividad deja de ser considerarse con carácter ahistórico, trascendental
y como principio rector de todo cuanto existe. En este aspecto, Marta López Gil, señala que para el
postmoderno:

Ni la subjetividad lo puede ser todo... porque percibimos el fracaso de la filosofía cuyo referente último es
el sujeto, un sujeto supuestamente capaz de:
a. Protagonista de una historia sustantiva cuya densidad ontológica reside en ser un camino progresivo de
autoconciencia y entonces, de liberación.
b. Ser actor de la crítica racional, de la cientificidad objetiva y de una normatividad última17.

La subjetividad era el lugar donde el hombre moderno recurría para orientar su existencia y sus
diversas acciones. Pero, con la emergencia de la postmodernidad, la subjetividad está en crisis, la cual
conduce directamente a la caída del último reducto de Descartes. Es decir, la pretensión de la
modernidad que postula la autonomía del sujeto, el ser dueño de sí mismo, no se ha convertido sino en
un sujeto consumista e impersonal. Impera de este modo la desconfianza y el rechazo de la
subjetividad, por no constituir un refugio seguro, pues los sentimientos, las emociones y los gustos
provienen más de la cultura que de la subjetividad misma.

* Crisis de la objetividad: La subjetividad en cierta manera era la instauradora de la


objetividad. Por un lado, aquella al entrar en crisis, conlleva también la crisis de ésta; por otro lado, la

17 López Gil, Marta, Obsesiones filosóficas..., 28

6
objetividad es acusada por los postmodernos por su afinidad a la dominación y a todas sus
consecuencias nefastas.

Gellner, advierte claramente la orientación dominadora de la objetividad, cuando describe que:

Toda idea de objetivad y claridad es simplemente una astuta artimaña de los dominadores... De hecho
Descartes, que inició la búsqueda de una determinada verdad objetiva no corrompida... había forjado las
herramientas y las armas necesarias para la dominación patriarcal colonialista de la tierra...18

Con la idea de la objetivad, el hombre moderno imponía sus conocimientos, sus verdades, sus
criterios, etc., en especial, a los más débiles, rechazando otra forma de conocimientos, otras verdades y
otros criterios. De esto, se deduce claramente la actitud dominadora de los colonizadores europeos que
llegaron a América.

Ahora, esta objetividad como fuente de dominación es puesta en tela de juicio, en primer lugar
por la Escuela de Frankfurt, la cual critica el culto a la objetividad y presenta otra alternativa.
Posteriormente, también los postmodernos rechazan al espíritu dominante de la objetividad, pero ya no
ofrecen otra salida; al contrario, abandonan la misma objetividad. Por ello, los postmodernos rechazan
el espíritu de dominación de un cierto tipo de conocimiento considerado válido, ya que ésta da lugar a
la marginación o exclusión de otras formas de conocimientos. Es por esta razón, que no admiten
ningún criterio de conocimiento al cual atenerse, pues consideran que todos los conocimientos son
iguales.

Por ende, se niega la objetividad como ideal de toda ciencia, por considerarse que “toda búsqueda
de la objetividad es realmente espuria y una forma de dominación”19

b) ¿Cuándo nace la postmodernidad?


Es sumamente difícil, para no decir imposible, dar una fecha precisa del comienzo o del fin de
una determinada época de la historia humana. Es por eso que no será posible dar una fecha exacta del
fin de la modernidad y de la emergencia de la postmodernidad.

El comienzo de una nueva era o de un nuevo modo de existir en el mundo se va gestando


paulatinamente. En primer momento, el cambio o la gestación se produce en forma imperceptible;
luego manifiesta sus síntomas en determinados sectores de la sociedad; y, por último, sus síntomas o
mejor dicho, las reacciones y sentimientos de las personas, son captados, analizados y plasmados en
ideas o palabras por los intelectuales, filósofos, artistas, etc. Por ello, se afirma que “los filósofos no son
otra cosa que notarios rezagados que levantan acta de lo que ocurre en la calle”20.
Sin embargo, es legítimo hacer coincidir con algún acontecimiento determinado, relativamente
importante el comienzo simbólico de una nueva época. Por ejemplo, para Calinescu, citando a Arnold J.
Toynbee, afirma que:

La edad posmoderna está “marcada por el surgimiento de una clase obrera


urbana industrial, y, más generalmente, por el advenimiento de la “sociedad de

18 Gellner, Ernest, Posmodernismo, razón y razón, Paidós, Barcelona, 1994, 46


19 Ídem, 58
20 González Carvajal Santabárbara, Ideas y Creencias..., 155

7
masas” con su correspondiente sistema de “educación de masas” y de “cultura de
masas”21.

“Auschwitz, la metáfora de Lyotard acerca del holocausto de la modernidad”22, es considerada por éste
autor, el acontecimiento que abre la postmodernidad. Es decir, Lyotard afirma que:

En Auschwitz se destruyó físicamente a un soberano: se destruyó a todo un pueblo. Hubo la intención, se


ensayó destruirlo. Se trata del crimen que abre la postmodernidad, crimen de lesa soberanía, ya no al
genocidio sino populicidio (algo diferente de los etnocidios)23.

Para otros autores, el acontecimiento que marca un hito importante en la emergencia de la


postmodernidad no sólo en cuanto al tiempo cronológico, sino también en cuanto a la filosofía, es la
revolución estudiantil iniciada en París en mayo de 1968 que se extendió como reguero de pólvora
por todo el mundo. Los estudiantes salen a las calles y proclaman la necesidad de salir del
sometimiento a las viejas estructuras políticas o ideológicas y a la tutela de la Iglesia. En el fondo de
dicha rebelión alentaba “el deseo de poner de manifiesto que algo en la sociedad presente no marcha, y que
nadie, filósofos o no, puede quedar con los brazos cruzados”24. Con las protestas, estos jóvenes
revolucionarios -que se fundamentan en los escritos de Marcuse, especialmente en su libro “El hombre
unidimensional” y también reconocen como maestros a Marx y Mao-, conquistan poder en los diversos
estratos sociales e introducen cambios en las esferas de los valores.

Otros autores hacen hincapié en aspectos arquitectónico-urbanísticos. En este sentido Charles


Jencks -citado por González Carvajal-, afirma:

Que la postmodernidad nació el día 15 de julio de 1972, precisamente a las 3,32 horas de la tarde, cuando
dinamitaron en Saint Louis (Missouri, EE.UU.) varias manzanas que habían construidas en los años
cincuenta sometidas a los estándares modernos de zonificación, colosalismo y uniformidad, porque se
vieron obligados a reconocer que la máquina moderna -tal como lo definió Le Corbusier- había resultado
inhabitable25.

Y no faltan quienes destacan fenómenos económicos26, sociales y culturales como causantes de


la emergencia de la postmodernidad. Por ejemplo, insisten: en el ámbito industrial que a partir de 1973
comienza a operar grandes cambios, en la suba de los precios del petróleo, en la revolución electrónica,
en la robotización de las industrias, en los medios de comunicación o la publicidad que, además de
posibilitar la comunicación instantánea en todo el planeta, se encarga de comercializar todo e incita al
consumismo y al placer con las innumerables ofertas que presentan al espectador con altos niveles de
erotismo y de violencia.

21 Calinescu, Matei, Ob. Cit., 135-136


22 Ríos, Horacio Rubén, Ensayo sobre la muerte de Dios. Nietzsche y la cultura contemporánea, Biblos, Buenos
Aires, 1996, 20
23 Lyotard, Jean François, La posmodernidad..., 31
24 Ferrater Mora, José, La filosofía actual, Alianza, Madrid, 1993, 154
25 González Carvajal, Ideas y creencias...,156
26 Tal es el caso de Frederick Jameson, quien considera al postmodernismo como la lógica cultural del capitalismo

avanzado en su obra “El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado”, Paidós, Buenos Aires,
1992

8
En síntesis, podemos afirmar que “la postmodernidad surge a partir del momento en que la
humanidad empezó a tener conciencia de que ya no era válido el proyecto moderno”27.

c) Configuradores
La postmodernidad, como hemos indicado antes, es un nuevo tono vital o una especie de
talante que primeramente se manifiesta en el ambiente cultural. Posteriormente, esta realidad es
captada, analizada y teorizada por los intelectuales.

La postmodernidad como cualquier época de la historia humana, es deudora de algunos


pensadores que son considerados precursores del nuevo modo de existir, por la influencia que ejercen
en la configuración del nuevo modo de pensar y actuar en el mundo.

De esta manera, como en el caso de la emergencia de la modernidad, también encontramos en


la postmodernidad autores o intelectuales de gran relevancia que han posibilitado su configuración.
Por ejemplo, citamos a algunos de sus precursores: Nietzsche, Heidegger y sus filósofos, es decir, los
filósofos que se vinculan a estos autores, aunque no todos de la misma forma: Cioran, Lyotard, Derrida,
Deleuze, Guattari, Foucault, Baudrillard, Lipovetsky (franceses), Vattimo (italiano), Rorty
(norteamericano), entre otros.

De entre los citados autores, nos detendremos en dos figuras capitales en la configuración de la
postmodernidad: Friedrich Nietzsche y Martín Heidegger.

* Friedrich Nietzsche: Es considerado padre del postmodernismo. Vattimo afirma que “se puede
sostener legítimamente que la postmodernidad filosófica nace en la obra de Nietzsche”28.

Nietzsche, en un primer momento trata de superar la modernidad que se caracteriza por ser una
época de conciencia histórica, de constante superación y de novedad, por medio de las fuerzas
suprahistóricas de la religión y del arte y, en particular a través de la música wagneriana.
Posteriormente, abandona este intento, pues “se da cuenta de que Wagner, en quien a su juicio se resume la
modernidad, compartía con los románticos la perspectiva de una consumación y plenitud aún pendientes de la
Edad Moderna”29.

De ahí que rechace la salida de la modernidad, a través de la música wagneriana porque ésta,
según él, “pretendió ser más que música, esto es, síntesis al estilo hegeliano, de signo y logos”30, puesto que
Wagner se dedicó a “producir una obra artística total en que la música, el texto y la escenografía se ensamblen
sobre un fondo ideológico... una obra artística total de caracteres idolátricos”31. Es decir, Nietzsche considera
que Wagner utiliza la música, al abandonar toda reglamentación o estilo, con intensiones
esencialmente no musicales, para hacerla retórica teatral, un medio de resaltar gestos y una música
desgarradas por la fantasía. Por ello, le acusa a Wagner de ser optimista y le considera como el “el
músico del totalitarismo, a quien Hegel ha preparado el camino”32.

27 González Carvajal, Ideas y creencias..., 156


28 Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 145
29 Habermas, Jürgen, Ob. cit., 120
30 En López Gil, Marta, Obsesiones filosóficas..., 56
31 En Graf Huyn, Hans, Ob. cit., 83
32 Ídem, 85

9
Más tarde, también se percata de que el intento de superar la modernidad es volver a caer en
ella, es dar todavía un paso en el interior de la modernidad misma, pues la superación es una de sus
categorías. Así abandona su pretensión de superar críticamente la modernidad, recurriendo en
adelante al mito. Es decir, después de abandonar su intención de superar la modernidad por medio de
las fuerzas eternizantes o suprahistóricas, trata de disolverla radicalizando sus mismas tendencias. Esta
radicalización consiste en la negación de toda superioridad de la verdad sobre el error o la no-verdad,
con ello, según Vattimo en Nietzsche:

La noción misma de verdad se disuelve o, lo que es lo mismo, Dios muere, muerto por la religiosidad, por
la voluntad de verdad que sus fieles siempre cultivaron y que ahora los lleva a reconocer también en Dios
un error del que en lo sucesivo se puede prescindir33.

En este aspecto también, es muy significativo el anuncio de la muerte de Dios en el famoso


pasaje del aforismo 125 de su obra “La Gaya Ciencia”, donde Nietzsche pregunta:

¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida,
gritando sin cesar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Como estaban presentes muchos que no creían en Dios,
su gritos provocaron a risa. ¿Se ha extraviado? -decía uno. ¿Se ha perdido como un niño? -Preguntaba
otro. ¿Se ha escondido?, ¿tiene miedo de nosotros?... Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro. El
loco se encaró a ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: ¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos
matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero, ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo
pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de
desprender a la Tierra de la casa de su sol?... ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado,
erramos en todas las direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita?...
¿No sentimos frío? ¿No veis continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada?... ¿No percibimos aún
nada de la descomposición divina?... ¡Dios ha muerto!... ¡Y nosotros le dimos muerte!... La grandeza de
este acto ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿Tendremos que convertirnos en dioses...?34

La muerte de Dios no es sólo en cuanto a su contenido como época de la aniquilación de las


estructuras estables del ser y del pensamiento como fundamentación, sino también como un anuncio
que viene a desvelar una estructura (la no-existencia de Dios) y relatar un acontecimiento.

Nietzsche llega a concluir en el nihilismo, en donde del ser ya no- queda nada, ni del sujeto
protagónico. Para él, este es el camino de salida de la modernidad y el destino que se debe soportar:
“puesto que la noción de verdad ya no subsiste y el fundamento ya no obra, pues no hay ningún fundamento para
creer en el fundamento, ni por lo tanto creer en el hecho de que el pensamiento deba fundar”35. Vattimo
considera que es “este el momento que se puede llamar el nacimiento de la postmodernidad en filosofía”36.
De la afirmación nietzscheana de la disolución de toda verdad o, lo que es lo mismo, la muerte
de Dios, se deduce la significación de la idea del eterno retorno: el mundo de la eterna creación de sí
mismo y de la eterna destrucción de sí mismo. De esta manera, la historia deja de ser considerada como
un devenir lineal y ascendente, en donde el hombre ya no desempeña un rol protagónico. Esto no es
otra cosa que el fin de la modernidad que se caracteriza por las categorías de la crítica, de la superación
y de lo nuevo.

33 En Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 147


34 Nietzsche, Friedrich, La gaya ciencia, Sarpe, Madrid, 1984, 109
35 En Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 148
36 Ídem

10
De ahí se deduce que el pensamiento, en Nietzsche, abandona la función de remontarse a la
verdad y al fundamento, puesto que el fundamento queda desfondado o vaciado. Por ello, el
pensamiento en la postmodernidad no está orientado hacia el fundamento o hacia la verdad, sino a lo
próximo o a la realidad cercana y diaria. Es decir, es un pensamiento incierto que no trata de buscar lo
verdadero o lo no verdadero, sino trata de “mirar la evolución de las construcciones falsas de la metafísica,
de la moral, de la religión, del arte, todo este tejido de inciertos vagabundeos que constituye la riqueza o, más
sencillamente, el ser de la realidad”37.

Por lo tanto, al no haber verdad ni fundamento por el cual falsear nada, “desaparece la posibilidad
de representación exacta y objetiva de la realidad”38. El mundo verdadero se convierte en fábula, es decir, en
el fondo de la realidad no existe una estructura verdadera que sea fuente de certezas ontológica,
cognitiva y moral.

* Martín Heidegger: Es otro de los grandes filósofos sobre el que se asienta la postmodernidad:
“a través de su crítica de la técnica, de su reivindicación del lenguaje y el arte, de su pensar un talante alternativo
al de los hombres actuales, de su quitar al hombre/sujeto del centro del proscenio”39. Por ello, sus reflexiones
son una de las fuentes más estimulantes para el pensamiento filosófico actual y en cierto sentido
parecen irremplazables a la hora de pensar nuestro tiempo o nuestra realidad.

Nietzsche y Heidegger, afirman que el fin de la metafísica es, al mismo tiempo, el fin de la
modernidad. Consideran que la modernidad se caracteriza por la entronización del sujeto racional y
como centro de poder, por lo que entablan una crítica radical contra la razón y el sujeto,
diferenciándose Heidegger de Nietzsche, al interpretar la dominación del sujeto y la crítica a la
modernidad desde la historia de la metafísica. Así mismo, ambos realizan un ataque frontal a la
objetividad, a la subjetividad, a la autoconciencia progresiva y a la crítica como tarea liberadora.

Heidegger continua la filosofía de Nietzsche al configurar su pensamiento fuera del horizonte


de la metafísica, pero no entendida como superación o crítica, pues, de lo contrario, volvería a dar un
paso dentro de la misma metafísica. Marta López Gil afirma que “para Habermas, Heidegger hace suyo el
mesianismo dionisíaco de Nietzsche enrolándose en el pensamiento postmoderno y convirtiendo la crítica a la
modernidad en crítica inmanente a la metafísica”40.

Así mismo, Vattimo sostiene la tesis de que “en Heidegger se cumple el pasaje a la posmodernidad,
que en Nietzsche aún sólo se había anunciado y puesto en marcha”41. Y en otro apartado sostiene que:

La continuidad entre ellos es el nihilismo -no entendido tanto ni principalmente como filosofía de la
disolución de los valores, de la imposibilidad de la verdad, de la renuncia y de la resignación; sino más
bien como una auténtica ontología nueva, como un nuevo pensamiento del ser, capaz de ultrapasar la
metafísica... La ontología nihilista nietzscheano-heideggeriano ultrapasa la metafísica, principalmente,
porque ya no sigue considerando necesario el deber de buscar estructuras estables, fundamentos eternos ni
nada semejante, ya que precisamente esto significaría seguir pretendiendo que el ser hubiera de tener aún

37 Ídem, 149
38En Mardones, José M., Ob. cit., 51
39 Follari, Roberto A., Modernidad y posmodernidad..., 83
40 López Gil, Marta, Obsesiones filosóficas..., 123
41 Vattimo, Gianni, Ética de la interpretación..., 121

11
la estructura del objeto, del ente... Esta nueva ontología piensa, por el contrario, que se debe captar el ser
como evento, como el configurarse de una época, por su parte, es también prominencia de las épocas que la
han precedido...42

Según Habermas, Nietzsche realiza desde dos perspectivas la crítica a la modernidad:

Por un lado, Nietzsche se sugiere a sí mismo la posibilidad de una consideración artística del mundo,
practicada con medios científicos pero en actitud antimetafísica, antirromántica, pesimista y escéptica...
De ahí que, por otro lado, Nietzsche tenga que afirmar la posibilidad de una crítica de la metafísica, que
ponga al descubierto las raíces de ésta, pero sin considerarse así misma filosofía43.

Heidegger se atiene a la segunda crítica nietzscheana a la modernidad, es decir, a la crítica de la


metafísica y persigue el nacimiento de la filosofía del sujeto remontándose hasta sus raíces, es decir,
hasta el pensamiento presocrático. Pero, se escapa de la dificultad autorreferencial en la que había
caído la filosofía nietzscheana, eliminando del “pensar rememorativo” (en donde la historia del ser se
revela como destrucción del autoolvido que es la metafísica), la obligación discursiva.

Según Habermas, Heidegger considera a la filosofía nietzscheana dentro del marco de la


ilustración:

El Nietzsche “científico” se propone lanzar al pensamiento moderno más allá de sí mismo, por la vía de
una genealogía de la verdad y del ideal ascético; Heidegger, que en esta estrategia de desenmascaramiento
planteada en términos de teoría del poder olfatea un último resto de ilustración, prefiere atenerse al
Nietzsche “filósofo”44.

En otra parte, también Habermas considera que Heidegger sostiene que Nietzsche se mantiene
aún dentro del preguntar característico de la filosofía de la modernidad:

A pesar de que su metafísica retorna al origen de la filosofía occidental y pone en marcha la reacción
contra el nihilismo, Heidegger lo llama un “artista -filósofo”; más las ideas de Nietzsche acerca de la
fuerza salvadora del arte sólo serían “estéticas a primera vista, pero en su intención más íntima deben
considerarse metafísicas45.
Nietzsche pretende superar el nihilismo recurriendo al mito de Dionisos desde una perspectiva
artística, mientras que Heidegger entiende el mito dionisiaco desde la crítica metafísica -en la que
utiliza conceptos metafísicos pero que después abandona. Es decir, trata de entender la superación del
nihilismo -la expresión del adueñamiento técnico del mundo, desencadenado en términos totalitarios-,
como principio y fin de la metafísica.
Heidegger otorga a la filosofía el lugar que ocupa el arte en la filosofía nietzscheana para
transformar el pensamiento filosófico, de modo que pueda convertirse en la renovación de las fuerzas
dionisiacas. Por ello, al abandonar la dialéctica de la ilustración en su crítica a la razón, debe recurrir a
los orígenes arcaicos de los presocráticos para volver a encontrarse con las huellas de lo dionisiaco.

42 Ídem, 10-11
43 Habermas, Jürgen, El discurso filosófico..., 125
44 Ídem, 126
45 Ídem

12
Además, al investigar Heidegger “los conceptos ontológicos de la filosofía de la conciencia descubre la
voluntad de control técnico sobre procesos objetivados como impulso que domina al pensamiento desde Descartes a
Nietzsche”46. De esta manera observa la esencia totalitaria que caracteriza a la modernidad, es decir, del
uso de las técnicas de dominación de la naturaleza y del hombre mismo. Esta racionalidad con arreglo
a fines, es en donde el hombre se convierte en medida y centro del ente. Es decir, la subjetividad de la
autoconciencia es fundamento absolutamente seguro de toda representación, de toda objetividad. Por
esta razón Heidegger “renuncia a la pretensión de autofundamentación y fundamentación última, que ahora
considera rasgo de la metafísica”47, puesto que busca seguridad y legitimación, lo que conduce a la
violencia, pues sus categorías universales deja al desamparo lo finito y lo histórico concreto.

De que para Heidegger sostiene, “el humanismo que es parte y aspecto de la metafísica consiste en la
definición del hombre como subiectum”48. En otras palabras, sostiene que el humanismo asigna al hombre
el papel del sujeto o de la autoconciencia como lugar de la evidencia en el marco del ser concebido
como fundamento. De manera que al anunciarse la muerte de Dios y el fin de la metafísica se desata la
crisis del humanismo. Es decir, se desata “la crisis del humanismo en la medida en que está relacionada con la
culminación de la metafísica y su fin tiene que ver de manera no accidental con la técnica moderna”49, puesto
que como él afirma en otra parte:

La técnica representa la crisis del humanismo, no porque el triunfo de la racionalización niegue los valores
humanistas,... sino, antes bien porque al representar la técnica el remate de la metafísica llama al
humanismo a una superación, a un Verwindung50.

Por lo tanto, la metafísica, el humanismo y la técnica están unidos en un mismo proceso. Por
ello, el humanismo no puede presentar valores alternativos frente a los de la técnica. Tampoco se
puede tomar en serio la amenaza que pueda representar la técnica para la metafísica y al humanismo,
pues la técnica en su esencia denota aspectos de la metafísica y del humanismo:

La técnica en su proyecto global de concatenar en una dirección todos los entes en nexos causales
previsibles y dominables, representa el máximo despliegue de la metafísica. Aquí está la raíz de la
imposibilidad de contraponer las vicisitudes del triunfo de la técnica a la tradición metafísica; son
momentos diferentes de un proceso único51.

Heidegger, considera esta situación como momento final y comienzo de la crisis, para la
metafísica y para el humanismo. Pero no entiende esta crisis de metafísica y de humanismo como una
necesidad histórica, es decir, como superación sino como un llamado en el cual el hombre debe
recobrarse del humanismo, remitirse a él y a remitirse como algo que le está destinado.
De ahí que, por una parte, afirme la precariedad de la ética para detener el peligro que
representa la técnica, es decir, para detener la imposición planetaria del mundo científico- técnico. Y,
por otra parte, no aboga por el rechazo de la técnica o la “huida de este mundo científico- técnico”.
Por ello, sostiene que no se debe reflexionar la técnica como obra humana, es decir, a partir del hombre
y de sus máquinas, sino desde esta realidad que nos desborda y se nos impone: se debe aceptarla

46 En Habermas, Jürgen, El discurso filosófico..., 131


47 Ídem, 186
48 En Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 41
49 Ídem, 35
50 Ídem, 41
51 Ídem, 40

13
como nuestro destino, como algo que ya no pertenece al arbitrio del hombre, como imposición y
provocación que no se puede eludir. No se trata de una superación de ese humanismo metafísico y de
la consecuente organización tecnológica del mundo, sino de un recuperarse y al mismo tiempo de un
remitirse a ellos.

Por último, Heidegger resuelve la crisis del humanismo, con la actitud de escucha al llamado
del ser que ya no se presenta como fundamento o principio, sino como evento que se da como anuncio
y “relato”. Por tanto, el pensamiento que instaura es el especulativo, sino rememorante que se proyecta
hacia el pasado y hacia el futuro. Es decir, instaura un pensamiento que se proyecta en una actitud
interpretativa abierta a nuevas respuestas.

3. PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DEL HOMBRE POSMODERNO


Cuando hablamos de las características que denotan al hombre postmoderno, no debemos
pensar que se trata de rasgos contradictorios o características radicalmente opuestas a las del hombre
moderno, pues como afirma Mardones “la modernidad está grávida de postmodernidad. Al desarrollarse los
rasgos fundamentales de la modernidad aparecen las cuestiones postmodernas”52. Este criterio nos hará
prudentes a la hora de señalar las rupturas de los rasgos fundamentales del hombre postmoderno
frente a los del hombre moderno, así como para poder señalar lo más resaltante en la confrontación
entre el hombre moderno y postmoderno.

2.1. En el ámbito teórico


a) Nihilismo
Nietzsche y Heidegger realizan un ataque frontal a la modernidad, a la metafísica y,
consiguientemente, anuncian el fin de la modernidad, de la metafísica y de la verdad. Esto desata el
nihilismo que es el abandono explícito de toda fundamentación o estructura estable de ser y de la
verdad. Lo que es lo mismo, la muerte Dios. Heidegger según Vattimo, designa nihilismo a “ese proceso
en el que, al final, del ser como tal no queda más nada”53.

Este nihilismo ontológico propagado por estos autores es lo que caracteriza a la


postmodernidad, en la que “el nihilista consumado o cabal es aquel que comprendió que el nihilismo es su
(única) chance”54. Es decir, el nihilista consumado es el que declara la muerte de Dios; lo que es lo
mismo, es el que declara superflua la necesidad de las causas últimas o de los valores últimos y asume
esta realidad o experiencia -desligada de los presuntos valores últimos y rescata los valores de las
culturas marginales o populares, que la tradición metafísica consideró innobles-, como su única
alternativa. Este el nihilismo consumado que al desaparecer de su horizonte toda fundamentación es
llamado a vivir una experiencia fabulizada de la realidad como única posibilidad de libertad.

El nihilismo acomete con todo al fundamento absoluto, al constituirse en una fuerza del
descreimiento, pues su raíz es la nada, es decir, una voluntad destructora que aspira al caos. Por ello,
al afirmarse la negación de cualquier paradigma o apoyo exterior al criterio mismo, se establece el
principio: “todo está permitido”. Tal como afirma Victor Massuh: “no existiendo un principio o una
norma o un paradigma, todas las conductas tienen la misma legitimidad, igual validez”55. Este nihilismo

52 Mardones, José M., Ob. cit., 31


53 Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 23
54 Ídem
55 Massuh, Victor, Ob. cit., 90

14
moral establece la misma legitimidad de las conductas, vale decir, afirma que todas las conductas son
valiosas o todas carecen de valor porque ya no existe ninguna jerarquía de las elecciones.

Resulta claro, por lo tanto, el apego de los postmodernos al pensamiento que carece de toda
fundamentación e incluso rechazan todo esto sin prestarle mucha atención o importancia. Por esta
razón, consideran superfluas las convicciones consistentes que dan firmeza y seguridad a los grandes
proyectos.

Y, como natural consecuencia de la negación de los valores últimos y de la trascendencia, que


constituyen la esencia de la persona humana, se producen el desgarro interior, incertidumbre, duda y,
sobre todo, vacío existencial. Esta situación da lugar a la emergencia a los “valores postmodernos” que
intentan llenar este vacío con: bienestar material, hedonismo, consumismo, permisividad, droga,
alcohol, relaciones superficiales,... y todas las derivaciones que estos producen en los diversos ámbitos
existenciales. Así mismo, esta situación es tierra fértil para la fácil manipulación de las personas, ya sea
en el ámbito político, económico, cultural, religioso, artístico, etc.

El nihilismo en la postmodernidad, consecuentemente a lo que hemos notado, produce un


hombre fragmentado que deambula en su ambiente sin referentes ni meta fija, vive al libre juego de las
circunstancias y el instante sin tener en cuenta el futuro, no sabe de dónde viene, ni a dónde va. Es
decir, es un hombre profundamente superficial, sin naturaleza ya que considera a ésta como resabios
de una antropología religiosa. Por ello, es pesimista, desilusionado, indiferente frente a la verdad y
presa de la fatalidad.

De este criterio, surgen todas consecuencias que notamos en el ambiente cultural


contemporáneo, y en especial en la vivencia democrática actual, pues abunda la existencia de personas
sin imperativos morales, sin escrúpulos, de aquellos que no creen en nada y sin convicciones firmes,
por lo que cambian de criterios de acuerdo a sus intereses circunstanciales.

Por esta razón, Víctor Massuh afirma que “el nihilismo es la bomba terrorista puesta en la cultura
contemporánea para hacerla saltar en mil pedazos”56, pues “el nihilismo, fecundo para destruir, es estéril para la
construcción”57. Esto conduce a Gregorio Klimovsky a considerar a la postmodernidad como “uno de los
focos patológicos de la cultura contemporánea”58. Por ello, es preciso adherirnos al llamado hecho por Víctor
Massuh a la generación presente: “Otra vez el momento en que con los fragmentos del caos es preciso
organizar un cosmos”59.

b) Pensamiento débil 60
Con la muerte de Dios o el rechazo de la fundamentación, se sostiene la debilidad, caducidad y
precariedad del ser. De esta ontología débil, surge en la postmodernidad el gusto por el pensamiento
débil, opuesto al pensamiento fuerte de la metafísica que se caracteriza por ser dominante,
universalista, impositivo, que rechaza toda contradicción, basado sobre todo en la fuerza metodológica,

56 Ídem, 123
57 Ídem
58 Klimovsky, Gregorio, Las desventuras del conocimiento humano. Una introducción a la epistemología, A Z,

Buenos Aires, 1994, 384


59 Massuh, Víctor, Ob. cit., 124
60 Es el nombre con el cual Gianni Vattimo caracteriza al pensamiento postmoderno.

15
en la certeza lógica y en la contundencia de los argumentos elaborados por la razón a partir de la
conceptualización de lo real.

De este modo, el pensamiento débil carece de principio unificador o de fundamento totalizador


por lo que es pensamiento que lo opuesto, la lógica de la inestabilidad, la debilidad metódica, la
dispersión o contingencia de los pensamientos. Y esto provoca la disolución del conocimiento en un
sin número de fragmentos, en la que cada parte no tiene nada que ver con otro. De la misma manera, al
estar el hombre postmoderno inmerso en un vagabundeo incierto de unas ideas a otras, desencadena
no un yo integrado, sino un sujeto fragmentado, “sometido a una avalancha de informaciones y estímulos
difíciles de estructurar... no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son
susceptibles de modificaciones rápidas”61. Es un yo cuya realidad está fragmentada en varias “realidades”:
en ámbito epistemológico, en una serie de especialidades; en la historia en ruptura de generaciones; el
oficio unitario del hombre, en varias ocupaciones; etc.

Así también, el rechazo de la razón totalizante y sistematizante, conduce a los pensadores a la


negativa de construir conocimientos sistemáticos, universales o de emancipación general. Por ejemplo,
notamos en la actualidad que los autores postmodernos rehúyen escribir tratados, para no caer en
pensamientos totalizantes y totalitarios. Por ello, optan por ensayos y escritos en forma de aforismos,
en los que se dan una mezcla de géneros: poéticos, literarios, filosóficos, etc.

El pensamiento débil acusa al conocimiento que busca el sentido único y totalizante de ser
potencialmente totalitario, pues, “todo aquel que se considera depositario de una gran idea trata de ganar para
ella a los demás y, cuando éstos se resisten, recurrirá fácilmente al terror”62. Por ello, se presenta con
características tolerantes con los que piensan de forma distinta. Es decir, el pensamiento débil que
caracteriza a la postmodernidad, es “un pensamiento que se considera a sí mismo como capaz de aprehender lo
singular, las diferencias, lo que no siempre es generalizable, ni sistematizable, la complejidad, la contingencia, la
ambigüedad”63. De esta manera, notamos que se trata o pretende ser un pensamiento situado que ya no
admite la ecuación entre realidad y racionalidad.

Gianni Vattimo considera que este pensamiento débil, característico de la postmodernidad,


denota tres caracteres o rasgos:

* Pensamiento de la fruición64. Este rasgo del pensamiento postmoderno se opone al


pensamiento dominador y funcionalista de la modernidad, ya que es el pensamiento de “la
rememoración o, más bien, la fruición (el revivir), también entendida en el sentido estético, de las formas
espirituales del pasado no tiene la función de preparar alguna otra cosa, sino que tiene un efecto emancipador en sí
misma”65. Es decir, es un pensamiento que rehúsa a ser un instrumento para otra cosa, pues -como
señala Vattimo-, este pensamiento “quiere tener valor en sí mismo. No quiere ser utilizado para transformar la
realidad, sino pretende vivir esa realidad en sí misma”66.

61 González Carvajal, Luis, Ideas y creencias..., 170


62 Ídem, 169
63 López Gil, Marta, Obsesiones filosóficas..., 26
64 Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 155
65 Ídem, 155-156
66 En Mardones, José M., Ob. cit., 60

16
Por lo tanto, nos encontramos ante una radical oposición a la instrumentalización de la razón -
tal como ya había pretendido Horkheimer- y de la vida. Se insiste en lo vivido, en la vivencia de cada
instante, sin estar orientado a ninguna otra cosa. Esta postura conlleva una implicancia ética, en la que
Vattimo defiende una ética de los bienes frente a la ética de los imperativos del pensamiento
funcionalista. Este esteticismo presentista que afirma lo vivido, realiza una crítica frontal al desarrollo,
a la superación, a lo nuevo, etc. que son categorías propias de la metafísica de la modernidad. En
síntesis, el pensamiento furtivo se caracteriza por ser presentista y escapa de la pretensión futurista del
pensamiento metafísico occidental, que conlleva totalitarismo o violencia. En este sentido, José M.
Mardones al analizar esta temática advierte que:

Nos encontramos con la afirmación, fruición, vivencia de lo que hay y de lo que es. No hay que escapar del
presente para buscar el ser, la auténtica realidad, en el mañana justo, solidario y libre que haremos. Detrás
del futurismo emancipador se esconde, dicen los postmodernos, la vuelta repetitiva de la funcionalización
del pensamiento, de la coerción y el disciplinamiento de la voluntad, y el eterno retorno de los valores de la
modernidad. “Lo prometido y lo forzoso son equiparables (Lyotard)”67.

* Pensamiento de la contaminación68. Es el segundo aspecto del pensamiento postmoderno.


Según Vattimo este rasgo:

Se trataría de una actitud del pensamiento abierta radicalmente a la multiplicidad de juegos de lenguaje
(Lyotard) que la cultura y saber actual nos ofrece desde la ciencia, la técnica, el arte o los “mass-media”.
Nos encontraríamos con ese vagabundeo incierto” que impone una situación en la que no hay principios
ni criterios fijos, determinados, fundados de una vez por todas. 69

Evidentemente, este pensamiento contaminado por las ciencias naturales y sociales, el arte y la
crítica del arte, la tecnología, los medios de comunicación, la publicidad, el ecologismo y el feminismo,
como nuevos focos de reflexión, se opone al pensamiento metafísico occidental, a un pensamiento
integrador o único. Es decir, no busca establecer un sistema único, coherente y sistemático, sino un
pensamiento caracterizado por el vagabundeo incierto, sin criterio o principio fijo, lo que posibilita un
pensamiento abierto, discontinuo, inestable, disperso, diverso y difuso, como lo verdaderamente
creativo y humano.

Según Mardones, el posmoderno considera que este “pensamiento abierto, de la contaminación,


sería el correlato de una sociedad de la democracia verdaderamente participativa y responsable”70, puesto lo
opuesto conduciría a una sociedad administrada, propio del totalitarismo.

* Pensamiento del Ge-Stell (mundo de la técnica moderna)71. Es el pensamiento de la


organización tecnológica mundial, es decir, la organización de la tierra por obra de la técnica. Este
pensamiento es correlativo “con la nueva situación de relativa seguridad que había alcanzado la existencia
individual y social en virtud de la organización y del desarrollo técnico”72. Seguridad que incluso ha hecho
superflua toda fundamentación, lo que es lo mismo, la muerte de Dios.

67 Ídem
68 Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 156
69 En Mardones, José M., Ob. cit., 60-61
70 Ídem, 61
71 Ídem
72 Vattimo, Gianni, El fin de la modernidad..., 157-159

17
Para Heidegger, la técnica es hija de la metafísica, es decir, es la continuación y cumplimiento de
la metafísica occidental. Es el producto acabado del pensamiento fundante que manifiesta, el triunfo de
la razón, de la lógica, la previsión y el dominio. Por ello, el triunfo de la técnica constituye el triunfo de
la metafísica. Además, sostiene que la crisis de la metafísica es ocasión del anuncio de un
acontecimiento que conlleva la recuperación de la metafísica, y con ella, el dominio de la técnica. Así, la
crisis de la metafísica anuncia no la superación, sino la recuperación o el recobrarse de la metafísica, un
remitirse a ella como algo a la que se está destinada.

Esta nueva actitud o estado de razón requiere que sea eliminado el paradigma de la dicotomía:
sujeto-objeto. Es decir, la distinción del sujeto y del objeto que constituye el marco referencial de la
constitución de la realidad. El sujeto debe ceder su pretensión de ser centro de objetivación y dominio,
para presentarse como vivencia del momento presente de la cotidianidad. Sólo con el abandono de la
subjetividad que establece la objetividad tecnológica se podrá superar a ésta.

De esta manera tendremos una realidad aligerada, pues ya no está tajantemente dividida entre
lo verdadero y la ficción o la imagen. Con ello, los conceptos metafísicos de sujeto-objeto, realidad-
verdad o fundamento, pierden importancia. Este es la única posibilidad según Heidegger, para salir de
la metafísica por el camino de la aceptación-recuperación que no tiene nada que ver con la superación
crítica de la modernidad.

c) Decadencia del imperio de la razón


Con la emergencia de la postmodernidad, la razón humana pierde la supremacía detentada
durante la modernidad. Época ésta que llegó a entronizar a la razón como una diosa e incluso llegó a
rendirle culto.

Con el declive del imperio de la razón, también cae como castillo de naipes el fundamento, la
estructura estable del ser, las cosmovisiones, las respuestas últimas portadoras de sentido, los grandes
proyectos que son ahora considerados portadores del terror y la violencia.

La misma modernidad reconoce que la fe ciega en la razón ha conducido a la violencia y al


terror. Así mismo, diversos autores modernos se han percatado de que la razón no opera en su forma
pura como suponían los ilustrados. Por ejemplo, Marx denuncia que lo económico y la división de clase
perturban a la razón; Freud descubre que el mundo inconsciente opera sobre la razón; los miembros de
la Escuela de Frankfurt denuncian a la razón instrumental que se presentaba como la razón misma.
Pero, todos estos autores, a pesar de que denuncian el aspecto perturbador de la razón, siguen
creyendo en la misma. Sin embargo, los postmodernos desconfían de la razón misma y, por ende, la
rechazan y la sustituyen por el sentimiento.

Al renegar el hombre postmoderno de la razón se guía por el sentimiento. De esta manera se


afirma “el primado de la experiencia sobre lo racional. Y, en general, los momentos no-racionales o pre-racionales
pasaron a ser más importantes que los racionales”73. Es decir, el hombre postmoderno al valorar el
sentimiento por encima de la razón, aboga por el desencadenamiento de las fuerzas irracionales, de las
pasiones e impulsos que la razón había bajo su control durante toda la Edad Moderna.

73 Gastaldi, Italo Francisco, Educar y evangelizar en..., 22

18
González Carvajal afirma que Milan Kundera es quien mejor sintetiza el imperio del
sentimiento al afirmar éste: “Pienso, luego existo es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de
muelas. Siento, luego existe es una verdad que posee una validez más general”74. Es decir, el principio de la
modernidad que se resume en el “cogito ergo sum” cartesiano, es sustituido por la máxima de la
postmodernidad: “Siento, luego existo”. Se considera que la experiencia, la sensación vale más que
todo discurso racional.

Por lo tanto, en la postmodernidad, la tiranía de la razón viene a ser sustituida por la tiranía de
la sensibilidad. No se pretende en adelante pensar, porque esto privaría al sujeto de la vivencia del
momento presente que posibilita, la libertad y la espontaneidad. Por ello, los postmodernos quieren
vivir sus sentimientos sin reglas y limitaciones. No quieren pensar para que puedan vivir, siendo su
máxima: “Nunca dejas para mañana lo que puedas gozar hoy”.

De este modo, en la postmodernidad el trabajo intelectual queda desvalorizado a escala general,


pero principalmente en los jóvenes, quienes, según las estadísticas, manifiestan un bajo nivel de
rendimiento escolar.

d) Relativismo
El hombre postmoderno es manifiestamente relativista. No acepta ninguna realidad o concepto
absoluto. Por esta razón, es muy apegado al pensamiento débil que rehúye de la verdad-fundamento,
de las cosmovisiones, de los sistemas de creencias coherentes y convincentes.

Ernest Gellner considera que el relativismo se presenta “hostil a la idea de una verdad única,
objetiva, exclusiva, externa o trascendente”75; y afirma, además, que en el relativismo “la verdad es elusiva,
polimorfa, interna, subjetiva”76. Es decir, la verdad está en constante cambio, moviéndose de un lado a
otro, según el criterio de cada uno. Esta realidad conduce a una situación muy negativa, tal como
observa Benjamín Arditi, al considerar que en el relativismo:

La ausencia de toda ratio, criterio o referente colectivo que permita efectuar relaciones
de comparación para establecer similitudes o diferencias entre fenómenos conduce a la
imposibilidad de forjar identidades colectivas y mantener en vigencia el lazo societal.
Este termina disolviéndose en el torbellino de una fragmentación sicótica77.

En el relativismo, los conceptos de ser, verdad, razón y valor, como norma o criterio, de ahora
en adelante pierden estabilidad y están destinados a desaparecer o disolverse como elementos desde
los cuales orientar y normativizar el hombre su existencia. Consecuente, a la falta de principios y
valores firmes del hombre postmoderno, se manifiesta en la sociedad, la inestabilidad e inseguridad
existencial, la desorientación y se respira una moral provisional, de situación sin establecer nada
definitivo, porque se da una ínfima proliferación de referentes, lo que conduce, por ejemplo, en el
ámbito político y social, a establecer la ley del más fuerte, pues no existe una ética objetivamente válida
para todos a la cual apelar para normativizar las conductas o acciones.

74 González Carvajal, Luis, Ideas y creencias..., 165


75 Gellner, Ernest, Ob. cit., 38
76 Ídem
77 Arditi, Benjamín, Ob. cit., 14

19
Al relativizarse los códigos éticos en la vida del hombre postmoderno, irrumpen en la sociedad
las prácticas o conductas guiadas sólo por criterios como el placer, poder, dinero, etc. Así mismo, al
abandonarse toda obligación moral o imperativo categórico, desaparece toda barrera. Por lo tanto, todo
es indiferente y válido, es decir, todo está permitido.

Es a todas luces evidentes que, a consecuencia de la falta de valores absolutos, vivimos en un


mundo en donde la contingencia o el relativismo de los valores nos caracterizan. Es decir, vivimos en
un mundo donde la subjetividad y la mayoría desplazan o pretenden desplazar a los valores absolutos
como juez último. Esto hace necesario la exigencia de la restauración de una cultura de la verdad, pues
como sabemos, el relativismo socava la comunidad, la diferencia, la relación con el “otro”, etc. Así
mismo, en un mundo -como afirma el Cardenal Ratzinger-, en donde “cada cual se da sus propios criterios,
y en la situación de relatividad general nadie puede ayudar a los demás, y menos aún darle instrucciones”78.

Por último, señalamos que el relativismo es contradictorio: por un lado, afirma que todo es
relativo, y en cuanto esto sea verdad, no se puede decir que “no existe verdad”; por otro lado, el
relativismo defiende la diferencia al afirmar la infinita posibilidad de referentes, pero al no presentar
ninguna referencia desde la cual fijar la distinción, elimina toda diferencia.

e) Escepticismo
El escepticismo se ha manifestado a lo largo de la historia de la filosofía. Por ello, al presentarse
en la postmodernidad no constituye de ninguna manera una novedad. Pero, en la postmodernidad
adquiere un tinte especial al no constituirse como un cuestionamiento teórico, sino como una actitud
vivencial.

El hombre postmoderno se presenta escéptico frente a la aceptación acrítica del mundo de la


técnica, de la racionalización y de la burocratización tecnocrática. Es decir, el postmoderno se muestra
escéptico frente a todo lo que constituye la modernidad: pensamiento fundante, fe en la razón, en el
progreso indefinido, en la subjetividad instauradora de la objetividad, en la historia como liberación
progresiva del hombre, etc. Por ello, este escepticismo que manifiesta el hombre postmoderno es una
actitud muy prudente frente al imperio de la razón, característico de la modernidad, pues resguarda
contra todo lo que se presenta como la última palabra o como la verdad absoluta. Pero, deja de ser una
actitud prudente al absolutizarse, pues desde el punto de vista gnoseológico, epistemológico y ético
conduce a consecuencias nefastas para la sociedad.

En consecuencia, el escepticismo desvaloriza el conocimiento humano al afirmar que la verdad


absoluta sí existe, pero la razón humana es incapaz de aprehenderla. Es decir, se niega a la mente
humana la posibilidad de acceder a la verdad con los medios naturales que posee a su alcance. Y, en
concomitantemente con el relativismo niega toda validez a los criterios morales tradicionales. De esta
manera -como hemos analizado anteriormente-, establece a la opinión de la mayoría como instancia
legitimadora o juez último de la verdad, de la justicia y de las normas éticas. No se percatan de que el
consenso de la mayoría no puede constituirse en fuente de estos valores, porque a más de ser
fácilmente manipulable, ningún hecho o ninguna realidad es bueno o malo porque decida la mayoría,
pues una acción o un hecho es en sí mismo malo o bueno independientemente del consenso
comunitario.

78 Ratzinger, Joseph, Verdad, valores, poder..., 62

20
El escepticismo, el relativismo y el nihilismo, presentan una imagen muy negativa y pesimista
del hombre, creen que el hombre es indiferente a la verdad e incapaz de alcanzar un conocimiento
certero porque su capacidad intelectual no le permite hacerlo. Y de esto surge la pregunta: ¿Es posible
una sociedad, acorde con la dignidad de la persona humana, prescindiendo de la verdad?

f) Eclecticismo
El eclecticismo es otra de las características centrales que manifiesta el hombre postmoderno en
la sociedad. Lyotard considera al eclecticismo como:

El grado cero de la cultura general contemporánea: oímos reggae, miramos un western, comemos un
MacDonald a medio día y un plato de la cocina local por la noche, nos perfumamos a la manera de París
en Tokio, nos vestimos al estilo retro en Hong Kong, el conocimiento es juegos televisados79.

Al rehusar el hombre postmoderno de los conocimientos sistemáticos, coherentes y lógicos, cae


en el relativismo, así mismo, en el eclecticismo. Pero, no a partir de una opción deliberada, sino como
una actitud o vivencia espontánea.

De ahí que en la sociedad postmoderna, proliferan las manifestaciones eclécticas: en el ámbito


político, se observa a los que asumen principios o criterios que pertenecen a otras ideologías, en el
ámbito artístico, la manifestación más clara de este eclecticismo es el kitsch: el arte inauténtico,
falsificado, producido en serie, que está al servicio del comercio, donde los medios de comunicación
juegan un papel gravitante, en las obras literarias, en la pintura, en la moda, etc., reinan la mezcla de
formas, estilos y géneros sin coherencia.

Por lo tanto, el eclecticismo es la más clara manifestación de que el hombre postmoderno carece
de una cultura original o auténtica. En esta realidad, los medios de comunicación que están al servicio
del mercado, influyen mucho para que se establezca esta cultura ecléctica, pues resulta propicio para
instaurar la sociedad consumista que es el ideal de las grandes empresas multinacionales o
transnacionales. Por ello, es necesario luchar por preservar los propios y auténticos valores culturales,
lo que nos permitirán distinguir con claridad meridiana lo superfluo de lo necesario para no caer en los
vaivenes del consumismo.

2.2. A nivel existencial


a) Vacío existencial
El hombre es una realidad finita, limitada, contingente que está constantemente amenazado por
el fracaso, por la destrucción y la desilusión. Por ejemplo, nos encontramos a veces con la sorpresa de
que los “proyectos que nos encandilan durante días de ensueño se muestran irrealizables o se quiebran
sorpresivamente y nos llenan el ánimo de amargura”80. Ésta es la imagen que refleja la vivencia del hombre
postmoderno, que se caracteriza por ser un hombre de ilusiones deshechas.

La quiebra de las ilusiones y de los ideales de la modernidad, manifiesta una existencia sin
motivaciones o aspiraciones, por lo que sus hábitos y orientaciones reflejan hedonismo, ansias de
confort, bienestar, etc. Es así como lo ha observado Erich Fromm: “A pesar de la producción y el confort

79 Lyotard, François-Jean, La posmodernidad..., 17


80 López Quintás, Alfonso, Ob. cit., 37

21
crecientes, el hombre pierde cada vez más el sentido de ser él mismo; tiene la sensación de que su vida carece de
sentido, aun cuando tal sensación sea en gran parte inconsciente”81.

Esta situación de vacío existencial, del sin sentido de la vida, da la falta de valores auténticos,
crea una profunda inseguridad, desorientación y desánimo en el hombre. Es decir, el hombre
postmoderno al no sustituir los ideales de la modernidad abandonados, por otros más sólidos y
fecundos que puedan otorgarles identidad y destino trascendente, desemboca en el vacío existencial, en
el sinsentido de la vida, en la angustia existencial. Sin embargo, en el hombre late un sentimiento de
nostalgia por lo sobrenatural y perfecto que no puede ser saciada por realidades efímeras, sino por
valores absolutos. Valores del que carece el hombre postmoderno, de ahí su existencia penosa y
cargada de angustia que aflora cada vez que el hombre se encuentra en la soledad, lo que lleva a
muchas personas a sentir terror con sólo pensar en quedarse solas aunque sea un solo momento.

El hombre postmoderno no quiere pensar en sí mismo, de dónde viene, para qué y a dónde va.
Por esta razón, busca constantemente llenarse de ocupaciones y en las horas de descanso, trata de pasar
el rato por medio de las diversiones, distracciones o entretenimiento. Por ejemplo, pasa el tiempo libre
por medio de la televisión, que cada vez está ofreciendo más canales, en donde la formación intelectual
o cultural del espectador no se tiene en cuenta. Por ello, Enrique Rojas afirma que con la televisión sólo
“se trata de pasar el rato, de estar distraído, de consumir minutos sin más pretensiones. Es la evasión a través del
mundo de la fantasía de las imágenes...” 82 De esta manera trata de evadir la soledad, pues es en ella donde
se manifiesta el sinsentido de la vida, el vacío existencial, la angustia, el hastío, la náusea y el
aburrimiento.

Muy significativo en este aspecto el análisis hecho por Erich Fromm sobre la sociedad actual, la
cual según él, no se ve agobiada por el problema de la crueldad y de la destrucción, sino del sinsentido
y del aburrimiento:

La vida carece de significado. La gente vive, pero siente que no está viva, la vida se escurre como arena. Y
una persona que está viva y que, consciente o inconscientemente sabe que no lo está, siente repercusiones
que a menudo, si ha conservado un resto de sensibilidad y vitalidad, terminan en una neurosis... En un
nivel consciente se quejan de estar insatisfechos con el matrimonio, con el trabajo o con cualquier otra
cosa; pero al preguntárseles qué hay detrás de sus quejas, la respuesta es por lo general que la vida no
tiene sentido. Son personas que tienen la sensación de vivir en un mundo que debería excitarlas, ponerlas
activas, y sin embargo parecen estar muertas y ser inhumanas83.

Más aún, Erich Fromm sostiene que todos experimentan o creen que el aburrimiento no es algo
agradable, pero no se le da la importancia necesaria. Sin embargo, él considera al aburrimiento como
“una de las torturas más grandes”84 e insoportables que el ser humano puede experimentar. Por ello,
según él, “la industria de la diversión, a saber, la industria de los artefactos eléctricos, la industria automotriz, la
del cine, la de la televisión y demás semejantes, sólo tiene éxito en impedir que el aburrimiento llegue a ser
consciente”85.

81 Fromm, Erich, La condición humana actual..., 13-14


82 Rojas, Enrique, El hombre light. Una vida sin valores, Temas de Hoy, Madrid, 1992, 78
83 Fromm, Erich, Ob. cit., 85
84 Ídem, 93
85 Fromm, Erich, La revolución de la esperanza, Fondo de Cultura Económica, México, 1971, 47

22
También considera al aburrimiento como causante de la neurosis y de muchas otras
enfermedades psicosomáticas del hombre que se siente desanimado, impotente y decepcionado de la
vida. De la misma manera, “Carl Gustav Jung o Victor Frankl, ven en el fondo de las neurosis el sufrimiento
de un alma que no ha logrado encontrar su sentido”86.

Por lo tanto, una salida a la angustia se tornaría beneficiosa para la sociedad actual. Por ello, nos
urge la búsqueda del sentido, pero este horizonte de sentido no hallaremos en la inmanencia, sino sólo
en la trascendencia de las cosas. Sólo de esta manera el hombre podrá constituir su plenitud existencial
donde la angustia que se manifiesta en el aburrimiento será momentos efímeros sin la gravedad y la
persistencia, tal como se manifiesta en la postmodernidad.

b) Culto al cuerpo
El culto al cuerpo constituye también uno de los rasgos sobresalientes del hombre postmoderno.
Hoy, más que nunca la sociedad da una excesiva importancia al cuerpo, contraponiéndose de este
modo a la vieja mentalidad dualista cuerpo- cárcel, que propiciaba una visión desfigurada, pobre y
pesimista de lo que es el cuerpo humano.

La axiología postmoderna entroniza el criterio del aparecer sobre el ser. De este modo, la
dimensión corpórea del hombre ocupa un lugar muy alto dentro de esta axiología, pues reduce a la
persona a su apariencia física. Por ejemplo, se da mucha al aspecto físico en la sexualidad y en los
anuncios laborales uno de los requisitos para concursar por un puesto es la “buena presencia”, criterio
muchas veces excluyentes a la hora de conseguir un buen empleo, en especial para las mujeres.

Esta mentalidad da excesiva importancia al cuidado del cuerpo, hasta llegar de alguna manera a
rendirle culto. Es lo que hace emerger en todas partes gimnasios, salones de belleza, productos de
belleza, recetas dietéticas, saunas, bronceadores, programas y revistas de ejercicios corporales,
concursos belleza por doquier, etc., etc.

Además, los medios de comunicación social, son los que presentan los arquetipos a los cuales
atenerse. A estos hay que imitar para que uno pueda estar acorde a la moda, porque son ellos los que
dan las directivas, por ejemplo, a las mujeres, para ser atractivas, seductoras o encantadoras.

Detrás de este culto al cuerpo que se observa en la sociedad actual propagada por los medios de
comunicación, existe un gran interés comercial que está explotando el consumo de un sin número de
productos estéticos: las cirugías estéticas, los salones de belleza, las saunas, etc. Es decir, es el comercio
mismo es el que propicia e incluso motiva esta mentalidad de la apariencia, en un ambiente que carece
de valores auténticos que dignifican a la persona humana en cuanto tal.

Sin embargo es bueno dejar en claro que no estamos en contra de una moderada atención o
cuidado del cuerpo, que no tiene nada de malo, pues el cuerpo exige ejercicios, disciplina, cuidado, etc.
Pero, sí estamos en contra de la preocupación paranoica del cuerpo, de la obsesión por mantener a
cualquier precio el aspecto físico en “buena forma”. Es decir, estamos en contra de recurrir sin causa
justificada en la dignidad de la persona humana, por ejemplo, a la cirugía estética para suprimir las
arrugas, a la silicona y a otras tanta locuras que realizan, en especial, las mujeres, en aras de la belleza
física.

86 González-Carvajal, Luis, Evangelizar en un mundo postcristiano..., 101

23
c) Permisividad
Nos encontramos en un ambiente desestabilizado, en un momento de relajamiento moral, es
decir, en la permisividad de las costumbres donde el sondeo, la encuesta o la opinión pública tienen
mucho peso sobre las conductas de las personas.

Al ceder el imperativo moral, la permisividad es la que impera en la sociedad postmoderna. En


esta permisividad todo es válido, es decir, en ella se propugna una sociedad sin prohibiciones, ni
limitaciones morales, y esto da un ambiente propicio para que las personas puedan atreverse a todo sin
temor a las reprensiones o sanciones sociales. Además, la permisividad conduce a la caducidad de las
normas morales tradicionales y establece como instancia legitimadora de las conductas al gusto
personal. Si uno pregunta a alguien por qué ha actuado de una manera y no de otro modo, responde:
¡porque me gusta! o ¡me hace bien!. Su límite es su propio deseo. Es el imperio de la egocracia, del
individuo que se dicta sus propias normas, sobre su preferencia personal sin tener en cuenta lo
familiar, lo social, la moral y la ética.

Esta permisividad se manifiesta, por ejemplo, en la sexualidad del hombre postmoderno que se
caracteriza por ser libre, sin limitaciones o prohibiciones, sin responsabilidad o compromiso. De esta
manera los valores morales como la castidad, la virginidad, el celibato, quedan fuera de órbita o como
valores anacrónicos.

Por esta razón, en la actualidad se aceptan con naturalidad y normalidad las relaciones
prematrimoniales, las relaciones homosexuales, la infidelidad, etc. Además, existe un gran porcentaje
de la población que consciente el matrimonio homosexual e incluso en algunos países, las parejas son
reconocidas por la ley, y actualmente, están luchando para que puedan adoptar criaturas bajo el
amparo de la ley: ¡Quién sabe si no conseguirán en pocos años más!

En esta mentalidad permisiva los medios de comunicación y, en especial, el cine y la televisión,


son los mayores tergiversadores de la moralidad, pues están al servicio del mercado, que está a favor
de la confusión moral, de la pérdida referencial de los valores, de lo relativo, de la subjetividad y del
egocentrismo, porque es un ambiente ideal para el consumismo muy característico del hombre
postmoderno. Por ello, es necesario y urgente, rescatar y promover los auténticos valores morales y
éticos, pues sólo estos pueden garantizar la grandeza humana.

d) Hedonismo
Al desaparecer del horizonte existencial del hombre postmoderno el imperativo categórico de la
moral, surgen otros criterios por los cuales el hombre normativiza sus acciones, siendo el hedonismo el
que ocupa un lugar preponderante entre todos ellos.

Calinescu considera que el hedonismo actual como “el disfrute instantáneo, la moral de lo
divertido,... tiene su origen,... en el capitalismo como un sistema que,... pudo desarrollarse únicamente alentando
el consumo, la movilidad social,...87

El hedonismo implica la instauración del placer como la ley suprema del comportamiento
humano. Es decir, propaga la consecución del placer por encima de todo: cueste lo que cueste. Es un

87 Calinescu, Matei, Ob. cit., 18

24
deseo ávido de placer que cada vez debe estar sumergido en el placer más refinado posible y en el goce
ilimitado de la vida, pues al establecer como fin de la vida la búsqueda del placer que se caracteriza por
ser abierto, sin prejuicios o estorbos del sentido crítico y ansioso de nuevas experiencias, favorece la
permisividad en la que todo vale o está permitido.

Al extenderse el hedonismo en el ámbito de la sexualidad, también tiene sus secuelas. La


sexualidad llega a ser utilizada en la sociedad postmoderna como momento de consecución del placer,
despojada de toda otra finalidad que no sea el placer mismo. En este aspecto, Eugenio Magdaleno
advierte, que en el ambiente postmoderno: “El sexo, es el alfa y el omega que polariza el goce de nuestra
sociedad. Hay toda una apología del hedonismo focalizado en la sexualidad todo muy bien estudiado, programado
y ofrecido con persistente desenfado”88.

Esta mentalidad es propagada por los medios de comunicación, y en especial, el cine y la


televisión que constantemente están bombardeando a la sociedad con mensajes eróticos, frente a los
cuales, principalmente, los jóvenes, no tienen los recursos espirituales, psicológicos e intelectuales para
enfrentarlos. De ahí que los jóvenes fácilmente son manipulados y arrastrados a la búsqueda del placer
sin reparo alguno, tergiversando de este modo el verdadero sentido de la sexualidad humana.

e) Consumismo
Como hemos mencionado anteriormente, el hombre postmoderno está constantemente en
procura del placer, del disfrute instantáneo, de la consecución del confort, del bienestar, etc. De esta
manera, es un sujeto que está permanentemente consumiendo objetos y objetivando incluso sus
relaciones personales, pues considera a la otra persona como un objeto más a su disposición. De ahí que
este hombre consumista crea un ambiente en donde los valores, como la moderación, la frugalidad y la
abstinencia dejan de suscitar interés o relevancia. De este modo se da rienda suelta e incentiva al
consumo, a la no abstención del deseo, del goce o del disfrute.

El hedonismo configura un hombre “libre”, sin principio moral al cual atenerse. Esto facilita su
manipulación y dependencia de los productos u objetos de consumo, desencadenando un hombre
profundamente enajenado, pues lo que consume está más determinado por la publicidad, la moda o
por el estar al día, que por sus verdaderas necesidades biológicas, psicológicas y espirituales.

La manipulación de un sistema económico como el capitalismo que incentiva el consumismo no


es violenta. Por ejemplo, nadie obliga a uno a sentarse durante horas delante del televisor para recibir
innumerables ofertas de artículos comerciales. Cada cual tiene la libertad de apagar el aparato de
televisión y no dejarse influenciar por las propagandas o anuncios publicitarios de los productos a
consumir. Pero, no todos tienen la capacidad o la suficiente preparación para actuar de esta manera,
pues es el mismo sistema el que está tratando por todos los medios posibles crear una mentalidad
unidimensional, es decir, una mentalidad acrítica y dócil a todo lo que impone sutilmente.

Esto es lo que Herbert Marcuse ha desarrollado en su libro “El hombre unidimensional”. Es decir,
denuncia que la dimensión interior del hombre ha sido totalmente administrada o programada: sus
ideas, sus aspiraciones, sus sueños, etc. ya no le pertenecen. Su vida está totalmente programada para
producir los deseos que el sistema social puede satisfacer. Por esta razón señala que, en ninguna época
de la historia humana como en el sistema económico actual, la capacidad adaptativa del hombre se ha

88 Magdaleno, Eugenio, Ob. cit., 19

25
desarrollado tanto, llegando a atrofiar la dimensión crítica del espíritu humano que, a la vez, no trata
de desarrollar, porque constituye una amenaza al sistema que se basa y desarrolla únicamente
alentando el consumismo.

En esta sociedad consumista, los medios de comunicación social desempeñan un rol


fundamental, tal como observa Noam Chomsky:

Los medios y la televisión son los que presentan una imagen de la vida tal como habría que vivirla según
el punto de vista de los que mandan. Todos deberían ser consumidores felices, y consumir lo más posible.
Pero a nadie le interesa, claro, si tienes que luchar en el trabajo; tus problemas existenciales, eso queda
para ti al final del programa89.

Los medios de comunicación están constantemente incentivando a través de inmensas


cantidades de anuncios publicitarios y tratan de convencer a las personas, en especial a los jóvenes, a
que gasten el último billete que tengan a mano por los productos ofrecidos o por el estilo de vida que
ofrece el sistema: un hombre consumidor de bebidas, de alimentos, de cigarrillos, de libros, de
películas, de vestidos, de autos, etc. De esta manera para el hombre consumista “el mundo no es más que
un enorme objeto para su apetito: una gran mamadera, una gran manzana, un pecho opulento”90.

Esta sociedad regulada en función del mercado, reduce todo a objeto de consumo: el trabajo
humano e incluso el hombre en sí mismo también cae dentro de esta categoría. El hombre tiene valor en
función de lo que pueda producir para el consumo y en función de lo que consume.

Así mismo, el sistema económico es quien se encarga de suministrar los arquetipos en la


elección de los productos, de los gustos o de las preferencias, y es el mismo sistema el que se encarga
de llenar de cosas u objetos materiales para consumo. Por esta razón, Enrique Rojas sostiene que:

En este final de siglo, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber
reducido al mínimo lo espiritual. No importan ya los héroes, los personajes que se proponen como modelo
carecen de ideales: son vidas conocidas por su nivel económico y social, pero rotas, sin atractivo, incapaces
de echar a volar y superarse a sí mismas. Gente repleta de todo, llena de cosas, pero sin brújula, que
recorren su existencia consumiendo entretenidos en cualquier asuntillo y pasándolo bien, sin más
pretensiones91.

Esta sociedad idolatra la producción de bienes de consumo y su consiguiente consumición. Esto


hace que, como afirma Fromm, “la tacañería o el afán de atesorar, ciertamente ya no nos aflige. Si existiera
podría provocar una catástrofe nacional. Nuestra economía se basa sobre el gastar”92. Por lo tanto, el peligro
actual no es el no gastar, sino el gastar más de la capacidad de uno mismo, en un ambiente que ha
convertido el mundo en una gran vidriera que seduce a quien se detiene a mirarla.

De esta manera, el hombre postmoderno trabaja sólo para satisfacer sus necesidades o deseos
constantemente estimulados y dirigidos por la publicidad. Es decir, necesidades que no son
precisamente verdaderas, sino las que crea el sistema económico. Por ello, como sabemos y

89 Chomsky, Noam, Ob. cit., 57


90 Fromm, Erich, La condición humana actual..., 8
91 Rojas, Enrique, Ob. Cit., 56-57
92 Fromm, Erich, La condición humana actual..., 89

26
experimentamos en nuestra propia sociedad, las personas adultas o jóvenes al carecer de los recursos
necesarios para la adquisición de los productos publicitados por todas partes, muchas veces recurren a
la delincuencia que constituye uno de los mayores flagelos de nuestra sociedad.

f) Hiperindividualismo
Con la emergencia de la crisis de la modernidad se rompe la unidad cosmovisional que ha
mantenido durante algún tiempo al mundo moderno. Esta unidad estaba determinada por la
expectativa de la emancipación universal de la modernidad, la fe en el progreso como la instauración
del paraíso terrenal, el sentido lineal ascendente de la historia humana hacia un final feliz. Todo esto
ha se diluido después de las dos guerras mundiales y de los campos de concentración (Auschwitz, el
Archipiélago del Gulag).

La crisis de la modernidad se manifiesta también como crisis de la fundamentación, de la


verdad, lo que es lo mismo, la muerte de Dios. De este modo, el pensamiento queda desfondado y sin
posibilidad de ningún tipo de conocimiento sistemático y coherente. Por ello, el pensamiento, a partir
de este momento, se desarrolla como un vagabundeo incierto, ya que la inexistencia de un horizonte
universal y único de la vida al cual atenerse o atarse, posibilita o asienta las condiciones necesarias para
la irrupción de lo particular o singular de cada individuo. Esto crea un universo abierto en el que cada
cual, puede realizar su propio destino centrado en la vivencia del momento o del instante. Además,
conduce a la fragmentación de la cultura y del sujeto mismo, y en la atención de lo particular o
concreto.

Todo esto crea un ambiente propicio para la irrupción del individualismo, tal como advierte
José M. Mardones cuando afirma lo siguiente:

Ante la carencia de un proyecto universal, el hombre occidental se refugia en la


subjetividad, en la esfera privada y en el culto a la individualidad: un narcisismo que
dirige su atención al presente y al goce no pospuesto de los múltiples incentivos con lo
que le bombardea la sociedad consumista93.

La figura de Narciso es la que mejor expresa la manifestación conductual de este individualismo


centrado sobre sí mismo, en su personalidad y en su cuerpo, carente de ideales sociales, de valores
morales y trascendentes. Este individualismo busca constantemente el disfrute instantáneo de lo
múltiple y diverso, es decir, busca de modo continuo experimentar las cosas proporcionadas por la
sociedad consumista para la consecución del goce.

El narcicismo no piensa sino en sí mismo, es individualista, está desprovisto de metas e ideales,


procura su autorrealización y gratificación en “el aquí y ahora”, centrado en su propio ser. No tiene
otras motivaciones que el bienestar, el placer, el éxito, la fama, el sexo sin compromiso, la droga, el
dinero, etc. Es indiferente frente a los grandes problemas existenciales, pues lo que le es importante no
son sino sus propias satisfacciones personales, instantáneas o fugaces.

Este hiperindividualismo es producto de la permisividad, del hedonismo y del consumismo,


todos estos enhebrados dentro de una orientación materialista de la naturaleza y de la existencia
humana. De ahí que este individualismo prolifera en nuestro ambiente y está en constante aumento.

93 Mardones, José M. Ob. cit., 155

27
Pero, el mismo sistema consumista imperante incentiva antes que luchar contra él, pues al carecer éste
de criterios firmes o absolutos es presa fácil de la propaganda que está al servicio del mercado.

Ahora bien, en lo que atañe a las relaciones interpersonales el narcisismo en situaciones


coactivas se torna eventualmente colectivo al refugiarse en el grupo de los iguales o de los otros
“narcisos”, sin que esto constituya una apertura hacia la otra persona, sino un estar juntos dentro del
marco de la superficialidad, del pasar un rato grato, sin mayor preocupación más allá de ese instante
presente. Por este motivo, el individualista está incapacitado para el amor estable y definitivo que
implica donación, entrega, compromiso y fidelidad. Todo esto le resulta muy complicado, por lo que,
lógicamente, se refugia en el sexo sin compromiso.

Más aún, este hiperindividualismo también se manifiesta en las diversas esferas de la existencia:
en el arte, en la ética y en la religión. Y no deja de ser un aspecto preocupante, pues constituye un
verdadero peligro en cuanto erosiona la misma sociedad, al retirarse a su existencia privada o
realización personal y singular, despreocupándose de la vida social y de la militancia política. Se
comporta como verdaderas mónadas sin puertas ni ventanas, dictándose sus propios principios o
normas. Desconocen los lazos de la solidaridad y de la fraternidad, realidades únicas sobre las que se
pueden construir la verdadera comunidad humana.

g) Carencia de horizonte o ideales


El hombre postmoderno, como ya hemos indicado de alguna u otra forma, contrasta con aquel
hombre disciplinado, con aspiraciones, proyectos, metas o finalidades bien delimitados, tal como
manifiesta el hombre moderno.

El hombre postmoderno rechaza la razón, la fe en el progreso y en la historia, moviéndose


exclusivamente en su existir instantáneo, en el “aquí y ahora”. Es decir, manifiesta una existencia
desesperanzada, concentrada y aferrada al momento presente porque considera al futuro carente de
teleología, de horizonte o ideales promisorios por los cuales luchar y entregarse.

Esta actitud centrada en el presente del hombre postmoderno, se observa, principalmente en los
jóvenes, quienes denotan la vitalidad o decadencia de una sociedad. Sus conductas, motivaciones,
aspiraciones, metas, etc., se deben en gran medida a lo que la sociedad le ofrece o posibilita. Si hoy día
encontramos una juventud sin horizontes o ideales es porque la sociedad “adulta” después del
derrumbe de la utopía moderna no ha encontrado aún el modelo o no ha podido presentar valores
auténticos, y, el consiguiente testimonio de vida a estos jóvenes, lo cual cultiva un ambiente propicio
para la emergencia de este tipo de juventud.

La juventud postmoderna lejos de parecer a aquella revolucionaria juventud parisiense del 68,
quienes salieron a las calles, coparon las universidades y otras instituciones educativas, para protestar
contra el sistema social, económico, político, educativo, etc., se entrega a una existencia sin ideales,
aspirando sólo al bienestar con el mínimo esfuerzo. Aquellos jóvenes tenían unos ideales por los cuales
luchar y entregarse denodadamente; sin embargo, estos no tienen nada de eso, no encuentran ninguna
revolución que hacer, ningún ideal por el cual luchar. Sus energías no se desparraman sino en la
búsqueda del bienestar, del placer y del goce efímero. Otras veces, se refugian en algún grupo de
ecologistas, feministas o pacifistas, que muchas veces carecen de la seriedad o de la orientación realista
que deberían tener.

28
Al presentarse esta juventud carente de ideales o metas, es tierra fértil de la sociedad
consumista, en donde los medios de comunicación social son los que se encargan de proveerles los
referentes por los cuales ceñirse. Y todos sabemos que orientan a los jóvenes hacia el consumismo, la
masificación, el hedonismo, la pasividad, el individualismo y la indiferencia porque resulta beneficioso
al sistema económico, político o social.

Esta sociedad crea una juventud masificada que es una de las características centrales de la
sociedad postmoderna, en la que los medios de comunicación se encargan de configurar su estilo de
vida uniformada, especialmente el de los jóvenes, en donde sus criterios personales y familiares ceden
ante los criterios de la opinión pública o los del grupo. Pues, si no aceptan sus criterios, deben
abandonar o apartarse del grupo, porque la regla es que deben actuar de la misma forma, tener las
mismas preferencias, los mismos gustos en la elección de las ropas, de las discotecas, de las bebidas, de
las músicas, de las distracciones, de los ídolos, etc. El grupo posee tácitamente sus propias leyes o
pactos, por las cuales los jóvenes guían sus conductas. Estos jóvenes son “tolerantes” con los del mismo
grupo, pero son intransigentes con los integrantes de otros grupos, lo que origina las constantes
agresiones constatadas a diario en nuestra sociedad.

Al joven posmoderno el grupo le otorga cierta seguridad, parecería que le ayuda a escaparse de
la soledad, de la angustia y de la depresión. Pero no es así, pues sus relaciones son superficiales,
carecen de profundidad, lo que imposibilita la verdadera comunicación o el encuentro intersubjetivo,
propio de los que han encontrado en la relación con el otro, el amor, la comprensión, el cariño y el
respeto. Más bien, en el grupo se da una relación despersonalizada, lo que conduce a la soledad y a la
angustia existencial en el joven una vez abandonado el pasar el rato en grupo.

Estos jóvenes al carecer de ideales por los cuales luchar, rehúyen del compromiso y de la
responsabilidad de llevar adelante algún proyecto que requiere orden o jerarquía en la prioridad o no
de las cosas, constancia o empeño en el esfuerzo y, voluntad en la búsqueda de lo mejor. Por esta razón,
los jóvenes, por ejemplo, buscan el sexo a través de una relación superficial, fugaz, pasajera, sin
responsabilidad, pues el matrimonio les resulta un proyecto muy complicado, duradero, difícil y
utópico.

Ante esta situación de falta de ideales y todas las consiguientes derivaciones, los jóvenes y, en
especial, los que abandonan sus hogares a muy corta edad en búsqueda de mejores oportunidades
educativas, laborales o por otros motivos, sin tener aún una firme personalidad, son presa fácil de esta
sociedad consumista y de la manipulación, y, se exponen a una existencia desorientada, cayendo
muchas veces en la delincuencia, drogadicción, alcoholismo y prostitución.

Hay que notar que el recurso a la droga por parte de estos jóvenes desorientados, se debe
también entre otras cosas a la curiosidad: quieren saber de qué se trata, en qué consiste, qué experiencia
posibilita, etc. Porque constituye una moda es muy contagiosa entre las personas sin criterios bien
definidos, como en el caso de muchos jóvenes de la actualidad, por necesidad de nuevas experiencias o
como evasión y protesta: evadirse de esta sociedad alienante, saturada de cosas materiales a costa de la
carencia espiritual, y una protesta contra esta sociedad hipócrita, considera como una prisión, por lo
que se pretende otra mejor; por permitir aliviar el dolor y el sufrimiento que es producto del fracaso y
la frustración de proyectos o anhelos.

29
Por lo tanto, esta existencia caracterizada por la falta de ideales que desemboca en el vacío
espiritual o existencial, es un camino que fácilmente puede conducir a la droga, porque el recurso a la
droga tiene origen en las necesidades o carencias profundas del hombre, en especial del joven
posmoderno. Es decir, la sed de trascendencia y el vacío espiritual, principalmente de los jóvenes, son
las principales causas que proporcionan tierra fértil para la emergencia de esta plaga social que es la
drogadicción, pues el hombre tiene ideales por los cuales luchar o posea una consistencia personal
centrada en la trascendencia, considera superflua y sin sentido la utilización de la droga.

Por esta razón, el recurso a la droga manifiesta en el hombre, en especial en el joven


postmoderno, un escape o huida ante el vacío y el aburrimiento, tal como nos ilustra el Cardenal
Ratzinger al afirmar que “el fenómeno de la droga es la salida de la desesperación producida por un mundo que
se percibe como la prisión de los acontecimientos, en la que el hombre a la larga no puede aguantar”94. Sin
embargo, la droga antes que constituya una salida, conlleva consigo misma la dependencia biológica y
psicológica.

De esta manera, los jóvenes al carecer de horizontes existenciales, antes de constituirse en una
fuerza revolucionaria que luchan por su protagonismo social o reivindicaciones sociales, económicas,
laborales, etc., se entregan a la droga, a la pasividad, a la apatía total. No hacen más que consumir a
diario lo ofrecido por la sociedad y los medios de comunicación. Y esta actitud hace emerger una
sociedad con tendencias hacia una falsa libertad, al conformismo y la indiferencia que no es lo mismo
tolerancia, pues aquella rebaja todos los valores a un mismo nivel, es decir, establece el “todo vale”. Sin
embargo, la tolerancia conlleva la existencia de un valor objetivo y el modo de acercarse a ella es el
diálogo libre, el respeto a la persona y la fidelidad a las convicciones fundamentales.

2.3. A nivel intersubjetivo


a) Un hombre superficial
El hombre postmoderno, al renegar de la razón, de las certezas, de la verdad o de toda
fundamentación, gira en torno a un pensamiento débil y sin convicciones firmes, guiado sólo por el
sentimiento, reduce su existencia a múltiples sensaciones placenteras y pasajeras. Por consiguiente, es
un hombre inconsistente, superficial y ligero que no busca sino preocuparse de su autogratificación
constante.

El perfil identificador del hombre superficial, Enrique Rojas resume en el siguiente párrafo:

...pensamiento débil, convicciones sin firmeza, asepsia en sus compromiso,


indiferencia, sui géneris, hecha de curiosidad y relativismo a la vez...; su ideología
es el pragmatismo, su norma de conducta, la vigencia social, lo que se lleva, lo que
está de moda; su ética se fundamenta en la estadística, sustituta de la conciencia; su
moral, repleta de neutralidad, falta de compromiso y subjetividad, queda relegada
a la intimidad, sin atreverse a salir en público95.

Esta superficialidad se manifiesta no sólo en el trato hacia las cosas o a nivel corporal, sino
también a nivel moral, cuyas consecuencias son el hedonismo, la permisividad y el relativismo.

94 Ratzinger, Joseph, Iglesia y modernidad..., 15


95 Enrique Rojas, Ob. cit., 15-16

30
La sociedad postmoderna está abrumada de relaciones superficiales que se manifiestan en todas
partes. Se ofrecen por doquier, relacionamientos epidérmicos tales como: viajes turísticos, relaciones
sociales, información abundante, etc. Pero, todos estos encuentros o diálogos pasajeros carecen de la
profundidad necesaria que caracteriza al verdadero encuentro intersubjetivo en su real dimensión.

En la información y en la formación del hombre superficial, la televisión desempeña un papel


fundamental, pues como sabemos y experimentamos a diario, por medio de ella, el hombre actual,
como en ninguna época de la historia humana, se encuentra constantemente informado o comunicado
de todo cuanto ocurre en los diversos confines del planeta. Pero, esta mayor información no va a la par
de un mayor conocimiento serio e integral. Por el contrario, le satura constantemente de informaciones
fugaces sin tratar con profundidad las cosas. En este sentido Jean-François Revel, citado por Enrique
Rojas afirma que “nunca ha sido tan abundante y prolija la información y nunca, sin embargo, ha habido tanta
ignorancia. El hombre es cada vez menos sabio, en sentido clásico del término”96.

Al hombre superficial le interesa todo, pero ninguna cosa trata con la seriedad requerida. No
realiza ninguna síntesis de lo que recibe por los medios de comunicación. En consecuencia, no posee
unos criterios bien definidos y todo se torna para él permisivo, volátil, ligero, banal y superficial. Por
ello, rehúye tenazmente de los compromisos, de los proyectos de largo alcance y duraderos, por
ejemplo, acepta tener pareja y convivir con ésta, pero rechaza el matrimonio, porque es alérgico al
compromiso serio y a la donación de la vida, pues él sólo busca o procura autogratificación, es decir,
procura en su existir cotidiano sólo recibir y no donar nada.

De esta manera, el postmoderno es un hombre sin utopías, carente de ideas revolucionarias, de


protestas sociales o políticas. La vida se reduce para él en la existencia instantánea, sin muchas
complicaciones o cuestionamientos, despojándose de valores trascendentes y cambiando
constantemente de opiniones. Todo esto hace que sea fácilmente manipulable por los medios de
comunicación o por cualquier otro instrumento social.

Esta es la razón por la cual el hombre postmoderno deja de admirar al héroe tradicional y
adopta un nuevo modelo que se caracteriza por lo siguiente:

Triunfador, que aspira (...) al poder, la fama, un buen nivel de vida (...), por encima
de todo, caiga quien caiga. Es el héroe de las series de televisión americanas, y sus
motivaciones primordiales son el éxito, el triunfo, la relevancia social, y,
especialmente, ese poderoso caballero que es el dinero97.

De ahí que en este ambiente de relacionamiento superficial y en donde predomina el aparecer


sobre el ser, característico de la sociedad postmoderna, Eugenio Magdaleno advierte lo siguiente:

Nos cuesta empeñar la palabra y darle un valor definitivo. Somos amigos de lo


promisorio, estamos inmersos en un mundo de lo descartable y hemos aplicado a
los grandes valores, a la trascendencia, al amor, la mentalidad de lo relativo, lo

96 Ídem, 18
97 Ídem, 17

31
circunstancial. Corremos el riesgo de cubrir lo serio, lo definitivo, con lo banal y
sustituir lo consistente por lo frívolo, al mejor estilo de la cultura de lo efímero98.

En consecuencia, el hombre superficial que implica un modo superficial de tratar las grandes
cuestiones atinentes al hombre, no puede hurgar con hondura el misterio que plantea el ser humano.
Para ello, es necesario ser profundos y plantear los problemas con la radicalidad requerida. Sólo de
esta manera se puede ser consecuente con la verdadera grandeza y dignidad del ser humano.

b) Un hombre que erosiona la comunidad


El hombre postmoderno es eminentemente individualista centrado en su privacidad, buscando
constantemente su gratificación personal, sin tener en cuenta al otro o al semejante. Se comporta como
las mónadas, sin puertas ni ventanas, es decir, sin apertura y sin comunicación con el otro.

Así mismo, al ser un hombre superficial e inmediatista, lleno de cosas, pero vacío de ideales e
incapaz de asumir un compromiso, no puede constituirse en agente de cohesión social. Por el contrario,
crea una sociedad donde reina la poca seriedad, la ausencia de lazos fraternos, la falta de compromisos
comunitarios y solidarios, lo que desemboca en un ambiente de duda o de recelo.

Estos signos de indiferencia o despreocupación social y política, socavan la sociedad desde


adentro, pues la sociedad deja de ser un lugar de encuentro personal y de promoción humana, y está en
peligro de que desaparezca, no destruyéndose por la bomba de hidrógeno, sino por el individualismo
de sus miembros, es decir, por la falta de solidaridad y cooperación de las personas.

Esta sociedad postmoderna, corroída desde adentro no crea un ambiente que favorezca la
verdadera dignidad y grandeza del ser humano. Al contrario, es una sociedad donde se vive la ley de
la jungla o la ley del darwinismo social. Cada cual busca su propio bienestar sin importar los medios e
incluso puede utilizar a la otra persona, con tal de conseguir el confort, el placer, el goce instantáneo,
etc.

Si se da un relacionamiento en la sociedad postmoderna, no es sino el microgrupo de idénticos o


iguales, es decir, un refugio colectivo para huir de la falta de sentido, de la angustia existencial, y no
precisamente para ir en pos de un compromiso comunitario o de algún proyecto duradero para bien de
la humanidad.

Por lo tanto, del hombre postmoderno, carente de ideales, desconfiado de la razón y de la


verdad, que pone en crisis la fe en el progreso y en la historia humana como ascenso lineal hacia una
historia lineal, no se puede esperar un cambio social, pues rehúye de los compromisos comunitarios,
sociales y políticos, para recluirse en “su” mundo, en “su” felicidad interior, sin preocuparse por lo que
pasa a su alrededor, lo que imposibilita la mirada hacia el prójimo, el necesitado, el menesteroso, el
pobre, el otro yo. Esto es quizás la venganza del individualismo, después de la triste y catastrófica
experiencia del comunismo, del fascismo y del nazismo.

c) Un hombre sin compromisos con el futuro de la humanidad


El hombre postmoderno rechaza la fe en la historia lineal y ascendente, es decir, la historia que
transita y adviene hacia un futuro mejor, tal como afirmara el hombre moderno. Pero este rechazo no

98 Magdaleno, Eugenio, Ob. cit., 26

32
va a la par con una vivencia trágica; al contrario, considera que este rechazo posibilita la realización
humana.

El postmoderno afirma que los modernos se han equivocado al sacrificar el presente en pos de
un futuro mejor y en la espera de la instauración del paraíso terrenal, pues, al no haber futuro se
quedaron estancados en una existencia sin presente ni futuro.

Así mismo, el postmoderno, al carecer de horizontes existenciales y de ideales revolucionarios


por los cuales luchar denodadamente, para cambiar la situación política, social, económica y cultural,
disfruta sin más del presente o del instante. Es decir, el postmoderno quiere, como señala Gastaldi en el
apartado siguiente:

Vivir la existencia como una sucesión yuxtapuesta de diminutos instantes placenteros; “vivir en el
vacío”, sin tragedias ni apocalipsis; vivir el encanto de estar desencantados. El único lema coherente es el
“cape diem” de los romanos: “¡Vive en el aquí y el ahora!” No hay metas objetivas a las que debamos
llegar; somos viajeros sin brújula99.

Por esta razón, no podemos esperar del hombre postmoderno la posibilidad de cambiar la
sociedad, pues carece de compromisos personales o sociales. Se despreocupa de la vida social y de la
militancia política, refugiándose en sí mismo o en su yo privado, sin posibilidad de salir de este
individualismo narcisista que no permite ni siquiera construir el mínimo consenso moral necesario
para la convivencia social. Esto elimina cualquier esperanza de mejorar la sociedad en la cual se
encuentra inmerso.

En otras palabras, el hombre postmoderno que vive sin más el presente o el instante, en una
actitud hedonista no puede o no desea un proyecto para una humanidad mejor, en donde reine la
justicia, la paz y la solidaridad. No está en condiciones ni desea construir un mundo mejor, sino sólo
trata de vivir lo máximo que pueda, sin tener en cuenta el futuro de la humanidad.

Por lo tanto, el hombre postmoderno al carecer de ilusiones, proyectos o aspiraciones que


constituyen las fuerzas impulsoras de toda actividad humana, no es un hombre en el que se pueda
cifrar esperanzas en la construcción de un futuro mejor, que plenifique la grandeza y la dignidad del
ser humano.

d) Un hombre de transición
Muchos consideran al hombre postmoderno y todas sus características comportamentales como
una realidad pasajera e, igual que las modas, trae consigo la fecha de caducidad a la vista, por lo que
aconsejan no prestarle demasiada importancia. Sin embargo, para otros el hombre postmoderno
manifiesta síntomas de la emergencia de una nueva etapa de la humanidad o de un nuevo modo de
existir del cual pocos indicios aún se vislumbran.

Sea cual fuere, la opción que uno realiza ante estas dos alternativas, lo cierto y lo concreto es que
el hombre postmoderno manifiesta problemas de gran envergadura, que obligan a repensar las grandes
cuestiones de la Edad Moderna teniendo en cuenta la crítica postmoderna.

99 Gastaldi, Italo Francisco, Educar y evangelizar en..., 26

33
Para muchos pensadores el proyecto del hombre moderno ya no resulta viable, y del cual hay
que desembarazarse, tal como propugnan, por ejemplo, Vattimo y Lyotard. Sin embargo, existen otros
autores, como Habermas, por ejemplo, consideran que la modernidad o el “proyecto de la Ilustración”
no es un proyecto fracasado, sino inacabado o inconcluso, propugnando entonces la rectificación de la
modernidad aprendiendo de los errores o equivocaciones de la Ilustración -el culto a la razón, a la
ciencia, a la técnica, etc. como solución a todos los problemas humanas-, y de la crítica postmoderna
que desenmascara esta falacia moderna.

Aunque no estamos en condiciones de dar punto final a esta discusión o a este debate abierto,
tenemos bien claro que el hombre postmoderno no es un hombre que ha llegado a constituirse en el
arquetipo de una nueva época, sino que más bien se trata de un hombre de transición.

De ahí la pregunta que emerge inmediatamente de la cuestión es la siguiente: transición, pero


¿hacia dónde?. Sólo el tiempo nos develará con claridad meridiana. Se llegará a concluir el proyecto
inacabado de la modernidad corrigiendo sus equivocaciones a partir de la crítica de la postmodernidad
o concluirá este tránsito en una nueva época de la historia humana luego de la constatación del fracaso
de la Modernidad. Esta es la cuestión.

3. PRINCIPALES ASPECPTOS POSITIVOS Y NEGATIVOS DEL HOMBRE


POSTMODERNO
Como se habrá visto, no todo lo que manifiesta el hombre postmoderno, debemos considerarlo
desde una perspectiva negativa, pues presenta también aspectos muy positivos que son dignos de ser
tenidos en cuenta para no volver a caer en los mismos errores de la mentalidad del hombre moderno.
Desde esta perspectiva consideramos los siguientes aspectos esenciales del hombre postmoderno.

* El hombre postmoderno es consciente de la crisis de la modernidad que a la humanidad le


cupo vivir, en especial y como venimos reiterando permanentemente, después de las dos guerras
mundiales. Pero, la constatación de esta crisis no va a la par de la presentación de ninguna otra
alternativa de carácter político, social, económico y cultura para la humanidad. Es decir, sólo manifiesta
o constata la crisis moderna, pero no ofrece salida o alternativa, lo cual nos conduce a afirmar que el
postmoderno es hábil para destruir o desmontar las nociones modernas como progreso, humanismo,
racionalidad, etc.; pero no así para construir alternativas válidas por las cuales luchar denodadamente.

* Frente a la crisis de la ciencia y de la técnica después de las guerras mundiales, de la


explotación desmesurada de las riquezas naturales y de la posibilidad de la destrucción del
ecosistema, el hombre postmoderno es consciente de la necesidad del abandono de la pretensión de
dominio del hombre sobre sí mismo y sobre la naturaleza. Por ello, reconoce los límites de la razón
humana y la necesidad del respeto a la naturaleza para evitar la destrucción del mundo y del hombre
mismo. Sin embargo, el postmoderno, contradictoriamente a lo que afirma, en su existir diario no deja
de utilizar la ciencia y la técnica que cada día se presentan más sofisticados y con más posibilidades de
destrucción del ecosistema. Además, el postmoderno en su afán de liberarse de la esclavitud de la
ciencia y de la técnica -en la cual había caído el hombre moderno-, las convierte en elementos
formidables de la actual alienación del hombre.

* El hombre postmoderno, en contraste con el hombre moderno que absolutiza a la razón,


señala las limitaciones de la razón humana. De este modo rechaza las ideologías políticas, los sistemas
dogmáticos y los valores tradicionales porque considera que limitan la creatividad y la riqueza

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humana. Por ello, aboga por una racionalidad más amplia y acogedora, pero su pretensión se degenera,
lamentablemente, al diluir las ideologías, los sistemas y al considerar a todo el conocimiento humano
desde un mismo nivel o desde una misma categoría ya que no establece diferencias de grado entre el
conocimiento racional y el conocimiento proveniente de los sentidos o de las intuiciones.

* El hombre postmoderno rechaza la tiranía de la razón que caracteriza a la modernidad. Este


rechazo es importante por cuanto posibilita la aceptación o la apertura a otras dimensiones humanas,
como el sentimiento y la intuición. Sin embargo, este rechazo desemboca en la sustitución del
imperialismo absoluto de la razón por la tiranía de los sentimientos. Es decir, los sentimientos ocupan
el lugar detentado anteriormente por la razón. De este modo, el postmoderno da la misma categoría a
toda la realidad; lo que es lo mismo, no establece ninguna supremacía entre las elecciones y las
conductas por cuanto que a todas da el mismo valor.

* Al rechazo de la razón sigue el abandono de la fundamentación, de la legitimidad, del


discurso único, de las ideologías políticas y de los proyectos universales. Todo esto posibilita la
emergencia de un sin número de discursos que no intenta englobar a los otros, pues estos discursos
admiten el disenso, la disparidad y la pluralidad, lo que imposibilita la caída en la violencia ideológica
propia de la modernidad. Sin embargo, esta apertura pluralista en vez de unir y solidarizar a las
personas entre sí, promueve un ambiente secular fragmentado, en donde se desarrolla el conflicto de
semidioses que se devoran entre sí, lo que no es, evidentemente, un ambiente propicio para la
consecución de la plenitud humana que requiere de un esfuerzo comunitario, fraterno y solidario.

* El hombre postmoderno afirma que se deben abolir los proyectos o las ideologías propias de la
razón fundante o legitimante, porque según él conllevan violencia. Para esquivar este peligro defiende
la ausencia de toda fundamentación, la cual conduce directamente al establecimiento del nihilismo. Sin
embargo, esta postura en la que el hombre carece de soporte existencial, antes de constituirse en fuente
de liberación desemboca en el sinsentido de la vida, en el vacío y en la angustia existencial,
característicos del ambiente postmoderno.

* Así, mismo, al desaparecer los valores absolutos del horizonte existencial del hombre
postmoderno, emergen realidades que intentan rellenar el vacío creado por el abandono de estos
valores. Por ejemplo, el confort, el bienestar material, el placer, el dinero, la diversión, etc. Pero estas
realidades en vez de constituirse en fuente de felicidad del hombre postmoderno, conducen al
sinsentido de la vida y a la angustia existencial; lo que nos da la pauta de que el hombre no puede
desentenderse o permanecer indiferente frente a los valores absolutos, pues sólo estos, sin lugar a
ninguna duda, pueden garantizar su verdadera plenitud existencial.

* La postura relativista del hombre postmoderno es en cierto sentido una postura prudente
frente a cualquier sistema o ideología que se presentan como la verdad absoluta. Pero, al extenderse la
postura relativista a todo la realidad no deja en pie ningún valor absoluto, imposibilitando la
construcción de la verdadera comunidad acorde a la dignidad de la persona humana que requiere de
estos valores trascendentes.

* El postmoderno revaloriza el cuerpo humano que antaño ha sufrido la más baja consideración
frente a la dimensión espiritual del hombre, por cuanto que se le consideraba cárcel o tumba del
espíritu. Por esta razón, en la cultura posmoderna se observa en todas partes la debida atención o
cuidado del cuerpo, pero esta revalorización en vez de mantenerse en su justa medida, desemboca en

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una especie de culto al cuerpo, lo que conlleva a sobredimensionar la presencia o el aspecto físico -en
los ambientes laborales, en la sexualidad, en las relaciones sociales, etc.-, sobre lo que es la persona en
sí misma y en plenitud. Este ambiente de culto al cuerpo muchas veces conduce al hombre
postmoderno, en especial a las mujeres, a cometer verdaderas barbaridades -cirugías, lipoaspiración,
implante de silicona, etc.-, en pos de la belleza física, cayendo en una especie de “maquiavelismo
estético”.

* El hombre postmoderno defiende la pluralidad, el disenso, lo concreto o lo particular. De este


modo crea una sociedad pluralista, en la que no cabe el discurso único y fundante. Pero, esta pluralidad
no conlleva necesariamente al consenso y a la verdadera comunicación intersubjetiva, pues no está
asentada sobre valores absolutos dignos de la persona humana, los cuales imposibilitan crear la
comunidad humana, asentada sobre los principios de la solidaridad, de la fraternidad, del diálogo, de
la entrega, etc. Asimismo encierra un peligro latente para la construcción de la verdadera y auténtica
democracia.

* Como hemos visto, el hombre postmoderno rechaza el concepto de la historia -que es una de
las categorías de la modernidad-, centrada en la meta o en el futuro -para el marxismo, por ejemplo, la
meta es el devenir de la sociedad sin clases-, descuidando el disfrute de la existencia presente.
Contrariamente a esta actitud el hombre postmoderno se desliza al otro extremo, pues centra su
existencia en el goce diario, en el vivir “el aquí y el ahora” sin tener en cuenta el futuro de sí mismo y
de los demás. Es el mito presentista que tapona y rompe el sentido de la historia, que tiene una
finalidad trascendente en donde el hombre alcanzará su verdadera plenitud existencial.

* De esta manera no podemos esperar mucho del hombre postmoderno en aras de una
humanidad mejor, pues su actitud manifiesta una sensibilidad sin cuestionamiento y sumergida en el
goce de los múltiples incentivos con que le bombardea la sociedad consumista. Por lo tanto, esta
existencia caracterizada por la ausencia de proyectos y refugiada en la subjetividad, en el fragmento y
en el narcisismo, desvaloriza el trabajo, el mérito y la motivación por un mañana mejor o por un futuro
promisorio.

Por esta razón, debemos reconocer y conocer al hombre postmoderno que se manifiesta en gran
parte de la población occidental, y con el que nos encontramos y nos encontraremos cada día más en
nuestras sociedades, pues es la única forma que podamos evitar sus errores, ayudarle a superar sus
limitaciones y orientarle hacia una imagen integral y plena del hombre.

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