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Beauvoir
Panel: Filosofía.
Según la concepción evolutiva de Darwin, el ser humano, al igual que todos los
animales, se ha ido construyendo sobre las bases de ensayo y error. Aquellas
mutaciones que suponían ventajas sobre la misma especie, esto es, que
respondían de forma más apropiada a las necesidades de supervivencia,
pervivían. En sus inicios, el fin del hombre era sobrevivir. El más fuerte, el más
poderoso, el mejor adaptado, lograba el triunfo por el territorio, las mujeres, la
comida, la victoria de la vida.
Y es que muy pronto en el mismo seno del proceso evolutivo el ser humano
comprendió que la lucha por la supervivencia no era lo mismo que la lucha por
el bienestar, palabra clave para entender las aspiraciones sociales y políticas
de nuestra especie. Para José Antonio Marina: “La humanidad, movida por
deseos imperiosos y contradictorios, se ha dirigido siempre a un meta que se
designa en términos amplios, vagos e inevitables como felicidad y justicia”.
(Marina 2002, 84)
Aunque la creación moral tiene mucho que ver con los “instintos sociales”
propios de la especie, ha quedado claro para el hombre que su afán por lograr
el bienestar y la felicidad no pueden lograrse si no es mancomunadamente. A
causa y como consecuencia de esto, fue extendiendo sus vínculos afectivos a
sus próximos inmediatos, a sus hijos, a sus padres, a su aldea, a las aldeas
próximas, hasta converger en la creación de ciudades y de Estados-
Nacionales.
Sin embargo las interacciones sociales, por mucho que se establezcan bajo
principios muy loables, como la búsqueda del bienestar y de la felicidad, muy a
menudo devienen en conflictos. El otro puede ser “mi infierno” o mi paraíso
según su accionar en “mi mundo”. Es por esto que el estudio de las relaciones
intersubjetivas y del papel jugado por el otro en la construcción de las
individualidades ha sido objeto de estudios por un gran número de disciplinas y
de filosofías.
Arland Ussher, crítico literario irlandés, en su libro Journey throug Dread, tituló
muy atinadamente los tres capítulos de su libro dedicados a los existencialistas
de la siguiente manera: El temblor ante Dios: Kierkegaard, El temblor ante la
Muerte: Heidegger, El temblor ante el Otro: Sartre. (Ussher 1955, 236)
Sartre se constituyó en una de las figuras claves del periodo de post resistencia
en Francia, incluso él mismo creó un partido llamado “la tercera vía” en
oposición a los comunistas y a los de derecha. Como filósofo y escritor fue
aplaudido y también fue condenado. Sus afirmaciones eran digamos,
comprensibles y emanaban profundidad y coherencia, pero su contenido era
alarmante, incluso escandaloso. “el infierno son los otros” “el hombre es una
pasión inútil, “estamos solos, sin excusas”. Fueron algunas de sus afirmaciones
más polémicas.
En febrero del 45, había dado una conferencia en los cursos de Gabriel Marcel a sus
estudiantes en su mayoría católicos, y había llevado conmigo a un antiguo alumno de
Sartre, Misrahi, existencialista y sionista, que pertenece al grupo Stern. Cada vez que
Marcel me atacaba, se adelantaba para defenderme con entusiasmo y pertinencia…al
salir le comenté, en el primer piso del Flore que, a mi modo de ver se podía
fundamentar una moral en el ser y la nada si se convertía el vano deseo de ser en
asunción de la existencia. Escríbale me dijo Misrhai. (Beauvoir 1966, 98-99).
En un momento histórico donde las relaciones con el otro parecen ser cada vez
más superficiales y contradictorias, los postulados de Simone de Beauvoir
poseen gran frescura y vigencia.
Una ética fundamentada en el otro, en la era de las redes sociales, donde las
relaciones intersubjetivas a distancia, parece ser uno de los vínculos más
estrechos que se poseen. Una ética de la igualad, en un momento en que la
mujer, los envejecientes y las poblaciones minoritarias, todavía son los grandes
perdedores; una ética del compromiso social, cuando nuestras grandes utopías
parecen limitarse a soñar un mundo donde la tecnología pueda suplir todas
nuestras necesidades, incluso las de amor y reproducción.
Para analizar este modo de conciencia Sartre toma como punto de ejemplo la
vergüenza. Este modo de conciencia es lo que los fenomenólogos denominan
Erlebnis, vivencia, es decir, una manera de conciencia no posicional de sí como
vergüenza y en la medida en que es inintencional la vergüenza “es aprehensión
vergonzosa de algo y ese algo de lo que me avergüenzo soy yo”. (Sartre 2006,
290) Por lo tanto, al experimentarla no hago más que establecer una relación
de mí conmigo mismo, ya que soy yo aquel que siente vergüenza y al mismo
tiempo ese algo por lo cual la siento.
Ese ser visto por el otro me revela una estructura ontológica que ese mía, pero
que es sin ser por mí, me hace aparecer como un trozo más de los objetos del
mundo, capta de mí sólo las relaciones indiscomponibles. Estoy petrificado en
el meollo mismo de mi acción, mis posibilidades que representan la condición
necesaria para mi trascendencia ante él están trascendidas, me ha fijado en
medio del mundo. Mi yo objeto para mí, está separado de mí, por una nada que
no puedo colmar, en la medida en lo que capto de mi yo, no sólo no es para mí
sino, que tampoco apunto a él como algo que podría serme dado algún día,
más bien sé que ese algo, por principio me huye y que no me pertenecerá
jamás.
Esta absorción o asimilación del otro según Sartre se puede intentar mediante
dos actitudes, por un lado puedo afanarme por incorporarme su libertad que es
fundamento de mi ser, mediante su libre subjetividad sin intentar transgredirlas
o intentar trascender la trascendencia del otro, confiriéndole la objetividad en la
que él a su vez me ha querido encerrar, convirtiéndolo en un objeto más del
mundo. En un primer plano mis estrategias son el amor, la seducción, el
lenguaje y el masoquismo. En un segundo serán la indiferencia, el deseo
sexual, el sadismo y el odio.
Mediante el amor, reconozco que el otro es “quien me ha robado el ser”, que su
libertad me hace correr como una hemorragia, pero siendo su libertad mi
fundamento, no oso agredirla, mi proyecto en el amor es apoderarme de su
libertad reduciéndola a ser libertad sometida a la mía. Es por esto que para
Sartre la noción de propiedad, por la que tan a menudo se explica el amor no
puede ser primera., sino que lo que originariamente deseamos es apoderarnos
de la libertad del otro en cuanto libertad:
…el que quiere que lo amen no desea el sometimiento del ser amado. No quiere
convertirse en objeto de una pasión desbordante y mecánica. No quiere poseer un
autómata y, si se procura humillarlo, basta representarle la pasión del ser amado como
el resultado de un determinismo psicológico y el amante se sentirá desvalorizado en
su amor y en su ser... el amante no desea poseer al amado como se posee una cosa,
reclama un tipo especial de apropiación: quiere poseer una libertad como libertad.
(Sartre 2006, 458-459).
Si pudiera lograr esta meta, estaría seguro en la conciencia del otro, ya que el
motivo del peligro ante el otro es el estar infestado de facticidad, pudiendo ser
siempre trascendido, pero, si el otro consiente en amarme, todo se transforma,
mi ser ya no lo experimento como estando en medio del mundo, mi ser objeto
adquiere una estructura radicalmente diferente: ya no soy visto sobre el fondo
del mundo como un esto, entre estos otros, ahora soy el fondo por medio al
cual se revela el mundo, incluso más, soy aquel que hace surgir el mundo. Soy
aquel por cuya mediación existen los árboles, las ciudades, los mares, los
astros, para obsequiarlos al otro a que los disponga en mundo.
Aquí radica el segundo conflicto: lo que es válido para mí, es también válido
para el otro, y el amante tal como yo, me exige que sea un sujeto, una libertad
que se entregue como libertad. Este es el meollo del problema en una pareja,
cuando uno quiere que el otro lo ame, lo que está haciendo es proyectando que
el otro quiera ser amado a su vez, por eso “las relaciones amorosas son un
sistema de remisiones indefinidas análogo al puro reflejo-reflejado de la
conciencia, bajo el signo ideal del valor amor”. ” (Sartre 2006, 469).
Esta constatación de inutilidad del amor, puede provocar tal desesperación que
el amante, intenta ahora ser absorbido por ella para desembarazarse de la
subjetividad que el otro le ha devuelto intacta al proyectar ser amado por él, se
convertirá en un masoquista. Este toma como un obstáculo para llegar a la
conciencia del otro su subjetividad, de modo que la niega.
Consiente en ser un objeto ante el otro y como hemos visto que la primera
reacción de reconocernos como objeto ante el otro es la vergüenza él la
disfruta, se hace ser por ella.
Sin embargo esta última tentativa está abocada al fracaso. En primer lugar,
para que el masoquista pudiera fascinarse por su ser-objeto, tendría que
aprehender su ser para el otro tal cual se le manifiesta al otro, perero “en vano
se arrastra de rodillas, se muestra en posturas ridículas, se hace utilizar como
simple instrumento inanimado, sólo para el otro será obsceno o simplemente
pasivo”. (Sartre 2006, 462). En segundo lugar, su propia objetividad se le
escapa, pues resulta que utiliza al otro como objeto para trascenderlo hacia su
propia objetividad.
Como las tentativas de asimilación o absorción del otro tienen unas relaciones
circulares, el fracaso de la primera actitud, desemboca en la adopción de la
segunda, y así sucesivamente, el intento de comunión con el otro es un círculo
sin salida.
Se creen un fin supremo bajo el cual deben subordinarse todas las acciones,
pero al mismo tiempo es consciente que las exigencias de la acción lo empuja
a tratar a los demás como instrumento o como obstáculo, es un ser cuyo ser es
un no ser, una subjetividad que no se realiza en el mundo sino como presencia
ante el mundo, ante el otro. Sin embargo para ella esta es precisamente la
condición que los salva de la arbitrariedad de los instintos meramente
animales.
Para Beauvoir el fracaso descrito en el ser y la nada es sin duda definitivo, pero
es también ambiguo. Definitivo en la medida en que ninguna justificación le
puede venir de fuera, su vida ni es útil ni es inútil, la existencia es como es;
nada a sus afueras podría hacer tal valoración. Sin embargo, esto no implica
que el mismo existente puede definirla y justificarla, darle el sentido que no
tiene dado de antemano. El hombre es un ser que se hace haciéndose, logra
trascender las limitaciones metafísicas de su condición.
La moral responde a la capacidad del ser humano de asumir sus propias
limitaciones metafísicas y reafirmar su libertad por medio a las acciones
morales. “Una moral dela ambigüedad será una moral que rehusara negar a
priori que los existentes separados puedan al mismo tiempo estar ligados entre
ellos, que sus libertades singulares puedan forjar leyes válidas para todos”.
(Beauvoir 1992, 46).
Por otro lado, la libertad del ser humano tiene dos dimensiones, una que le es
propia a su condición, que es parte de su ontología, por lo tanto infinita e
inalienable y la otra que es externa, que le viene dada de fuera como
posibilidad. Es en esta dimensión de la libertad que los otros juegan un papel
crucial., puesto que son los responsables de actuar de modo que no solo no
atente contra las libertades ajenas sino que actúa a favor del despliegue de las
demás libertades.
El hombre moral es aquel que asume su libertad y trabaja por liberar las
libertades de los demás. El hombre inmoral o de mala voluntad es aquel que no
asume libertad y no hace nada por la de los demás. Pero, ¿qué puede hacer un
hombre a favor del otro? ¿Cuáles son los contenidos del acto moral? Para
Simone de Beauvoir no encontraremos ni en cielo inteligible ni en ningún
cuaderno prescripciones sobre estos, el acto moral es bueno cuando lo que se
hace le es favorable al hombre.
Cuando el otro convierte eso que he creado en necesidad, aparece ese objeto
como un bien y entonces estoy además justificado por haberlo creado. Para
Beauvoir, la libertad del otro que acoge mi aporte es la única capaz de
necesitar mi ser y nosotros como para-si necesitados a su vez de escapar de la
contingencia a la presencia, tenemos la necesidad la justificación que nos da el
otro.
Para ella la vida moral esta intrínsecamente relacionada con la vida política, el
hombre recogido en sí mismo, desvinculado de su sociedad y de los demás, no
es hombre, actuar, proyectarse, relacionarse con la libertad de los demás es un
imperativo ontológico:
Es así, tal como se plantea en este trabajo, que el existencialismo sale a flote
del escollo del solipsismo y se erige como un sistema filosófico capaz de
arrastrar a las masas de una Europa devastada hacia una reconstrucción
positiva. Es así como el existencialismo se convierte en una filosofía de la
acción y del compromiso social.