Dada la comparación del movimiento entre un bailarín y un actor como territorio de
donde emanan las abstracciones poéticas de cada disciplina, el concepto de eficacia toma especial peso tanto como en un texto, la depuración y corrección es importante. La eficacia termina siendo lo justo en el momento adecuado, en todos los ámbitos: energía, carga emotiva, volumen o tono muscular, rapidez, ataque, fuerza, ligereza y texturas. Es decir, para un bailarín, la eficacia es vital para conservarse estable en la continuación de la pieza, como en la pieza que vimos. La caída, el salto, la recuperación de la vertical y el entrar y salir del piso requieren de un dosificación consciente, planeada y ensayada para que pueda ocurrir. De este modo el cuerpo se adiestra pues se sabe que un cuerpo, por razones de instinto y de preservación, es caprichoso y la eficacia no admite tales características como planeación base del esquema de movimiento a desarrollar. O sea, los movimientos y su equilibrio requieren de un punto justo entre el control y el descontrol, entre la contención y el desbordamiento. Requiere de una compresión del material interior del intérprete (movimiento interno) para que el salto, el vuelo, la caída, la elevación, el arrastre y demás puedan ser ejecutados con efectividad sin desgastar el cuerpo íntegro del intérprete. O sea, doy energía y reservo, voy al riesgo y me cuido, entro y, al mismo tiempo, voy saliendo ya. Es una orden que no puede entenderse con la palabra. La práctica junto con el análisis de las capacidades y limitantes del cuerpo a ejecutar son las que dan el resultado en tanto que cuerpo activo. La eficacia es, entonces, útil para ejecutar los movimientos tanto cómodos, como precarios, en condiciones óptimas donde el cuerpo cobra un equilibrio que potencia desde dentro cada movimiento que el intérprete ejecute. Esto se traduce en consciencia, planeación, y ejecución repetida para que el cuerpo reconozca y adopte el mecanismo corporal para después habitarlo. Se entiende entonces que la eficacia en el cuerpo es materialización, pero la verdadera eficacia para el bailarín y para el actor se gesta, primero, en la cabeza, en el corazón y en el centro. De otra manera, no sucede. De ahí también su característica de trasmisión o expresiva. Todo lo interior es materializable. Claro está que, sin la conexión de un cuerpo que se piensa y que sabe ejecutar cualquier pretensión de eficacia queda anulada por más planeada y pensada que esté.