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JARDÍN
SABIO
O… qué pasaría si las
flores tuvieran cajones
M.Paz Pérez-Campanero
2011
-¿El Taca-tum? ¿Y eso consiste en pisotear las flores? ¿Pero por qué ha-
céis eso?
-¿Pena? Papá, qué cosas más raras dices. Pero si las flores no sirven para
nada; además, de todas maneras se terminan estropeando así que, ¡qué
más da! Nosotros nos lo pasamos muy bien intentando saltar de una a
otra. Y hay que acertar a la primera, si no, pierdes. Y por ahora yo soy el
campeón-. Y volviendo orgulloso a su tarea, siguió saltando de una flor a
otra mientras las iba aplastando vigorosamente.
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-Vale… -respondió Mario remolón, haciendo como que salía del parterre,
no sin antes poner su pequeña bota sobre una bonita primavera de color
rojo anaranjado.
-Deja ya las flores y ven conmigo, que esta historia es muy interesante –
dijo mientras le guiñaba un ojo buscando en su hijo algo de complicidad.
-¿Una historia? Eso es otra cosa –a Mario le gustaban mucho las histo-
rias que le relataba su padre.
-¿Ves este jardín? Pues no es nada comparado con otro que llaman El
Jardín Sabio.
-Vale, vale –respondió Mario, esta vez casi en un susurro, mientras co-
menzaba a fijar su atención en las palabras de su padre que, proporcio-
nando a su voz un tono un tanto misterioso, comenzó su relato:
“Nadie sabe dónde está. Algunos dicen que está en un lugar escondido
entre las nubes y el suelo. No es fácil verlo; sólo se puede llegar a él
cuando el cielo está de ese tono grisáceo tan especial que parece a punto
de llover, pero que luego no llueve.
Nadie sabe desde cuándo vive allí el anciano jardinero; parece que estu-
viera desde siempre. Cuida las plantas como si fueran sus hijas y dicen
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que son tan grandes y frondosas, que uno no puede casi ni abarcarlas
con las dos manos. Hay flores de todo tipo: petunias, rosas de todas cla-
ses, fucsias, primaveras, pensamientos, incluso margaritas, como las que
tanto le gustan a mamá, y muchas otras más.
Pero estas flores son muy curiosas; aunque tienen la misma forma que
las que vemos aquí (siendo éstas mucho más pequeñas), son todas de
color blanco. Cada una de ellas tiene el mismo número de pétalos: cinco
–ya sabes que los pétalos son las hojitas que forman la flor-, mucho más
carnosos que en las flores normales. Además, tienen algo increíble: cada
pétalo guarda en su interior un pequeño cajón y, cada uno de estos cajo-
nes tiene una importante misión.
Tú que juegas con tus amigos a eso del Taca-tum, ¿puedes imaginar el
mundo sin flores? Pues este jardín especial es el que hace que en la tierra
haya siempre flores, incluso a veces en los sitios más secos e inhabita-
bles, como el desierto.
Las flores del jardín sabio son las que saben dónde, cuándo y por qué de-
be nacer una flor. Cada flor tiene un significado, una razón de existir. Se-
guro que nunca se te había ocurrido que las flores estuvieran aquí por
algo, ¿verdad? Pues es así. Cada flor celebra algo bueno que le ha ocu-
rrido a un niño o a una niña, o anuncia algo bueno que puede llegar a su-
ceder.”
-Pues cuando aprendas a querer a las flores, de vez en cuando verás al-
guna que te guste más que las otras; en ese momento lo entenderás.
Saber si es porque celebras algo es fácil pero, ¿cómo es eso del anuncio?
Si en tu interior sientes una especie de mariposa juguetona aleteando
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sin cesar, seguramente es que va a pasar algo en tu vida que a la larga
será bueno para ti, aunque a veces te cueste entenderlo.
Ángel observaba a su hijo, que estaba muy atento a sus palabras. El niño
aprovechó la pausa para preguntar de nuevo: -Papá, ¿y para qué sirven
esos cajones? ¿Cómo funcionan? ¿Cómo los abren las flores?
“Cuando una de las flores de este mágico jardín sabe que debe nacer una
nueva flor aquí abajo, sacude ligeramente el primer pétalo y hace que se
abra un pequeño cajón de forma redonda. De su interior flota hacia arri-
ba una pequeña esfera que recuerda a un mapamundi y en la que se ilu-
mina el nombre del lugar exacto donde deberá caer la semilla de la nue-
va flor.
El cajón del tercer pétalo es el que decide qué color tendrá la flor; por eso
las flores del jardín sabio son blancas, porque sus colores están ahí guar-
dados y concentrados para dar a las nuevas flores las más atractivas to-
nalidades. Este cajón consiste en una fina lámina que se desplaza hacia
adelante y en la que lucen con gran intensidad los colores de la nueva
flor.
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hasta que cae la semilla y desciende hasta el lugar donde la nueva planta
debe nacer.
-¿Y cómo sabe la flor que ya es hora de comenzar a abrir esos cajones
tan raros? –interrumpió de nuevo Mario a su padre asombrado ante la
posibilidad de que pudiera haber algo así.
-Pues por eso se llama el jardín sabio. Su jardinero habla cada día con sus
flores, las cuida, las alimenta y se ocupa de que tengan luz y calor. Y,
como ya estás viendo, esas flores son muy especiales. Gracias a los es-
merados cuidados del mágico jardinero, sus estambres (esa especie de
antenitas que hay en el centro de la flor) han desarrollado una especie
de radar y captan todo lo bueno que pasa en el mundo de los niños y
también intuyen lo bueno que les va a ocurrir. No se les escapa nada. Y
esos cajoncitos que llamas raros son preciosos y mágicos y muy diferen-
tes a cualquier cosa que puedas imaginar. Pero espera, que todavía no
hemos terminado.
-Papá, yo quiero buscar una de esas flores especiales. ¿Tú crees que por
aquí habrá caído alguna?
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-Vamos a verlo. Caminemos un poco, a ver qué pasa.
-¿Tú crees?
-Sí que lo es. ¿Y por qué estás tan seguro de que es tu flor, Mario?
-Papá –le dijo Mario frunciendo el ceño-, ¿y qué cosa buena crees que
me va a pasar?
-Tal vez ya te haya pasado; puede que esa flor sea para celebrar algo
bueno.
-Yo no he hecho nada bueno ahora. Además, estaba pisando las flores y
eso no es bueno, ahora me doy cuenta. Pero ya no voy a jugar al Taca-
tum, no quiero pisar más las flores.
-Mario, ¿no crees que es probable que esta flor celebre eso mismo? Tal
vez lo bueno que ha ocurrido es que has empezado a quererla en lugar
de aplastarla para comprobar si sigues siendo el más rápido…
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Mario se quedó pensativo ante las palabras de su padre y asintió con la
cabeza. –Pero… -añadió- si la dejo aquí, tal vez mañana cuando vuelva ya
la haya pisado otro niño.
-Es posible –le respondió Ángel con comprensión-. Pero hoy has podido
ver a tu flor, acariciarla y quererla y eso es algo que permanecerá para
siempre dentro de ti.
Mario miró por última vez a su maravillosa flor y se despidió de ella. Tal
vez mañana no estuviera, pero seguiría buscando otras flores con su
nombre y, para encontrarlas, su pequeña cabecita iba pensando, mien-
tras caminaba de vuelta a casa agarrado de la mano de su padre, que lo
mejor sería hacer cosas buenas. Así encontraría muchas flores a las que
querer y que tuvieran su nombre.