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Abuelas de Plaza de Mayo (2021): La construcci n del derecho a la


identidad: aspectos psicol gicos y jur dicos (mimeo), Buenos Aires.

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La construcción del derecho a la identidad: aspectos psicológicos y jurídicos


Abuelas de Plaza de Mayo

El concepto de identidad es amplio y complejo, por lo que su definición debería abordarse


multidisciplinariamente. Pero esta conceptualización no es objeto de este trabajo, por lo que
esbozaremos brevemente solo algunos aspectos.

La identidad de una persona no se agota en sus datos biológicos, si no que constituye un proceso
dinámico y en constante modificación, que incluye tanto su inscripción en el seno de una familia y
la asignación de un nombre propio, como su inserción dentro de una comunidad, con su lengua, su
cultura, su territorio y su historia colectiva, a partir de cuyos relatos es posible construir la propia
historia y proyectarse socialmente en el tiempo como un ser único e irrepetible.

Es decir, la identidad no es algo fijo e inmutable: es un proceso de construcción permanente, que


se realiza a lo largo de toda la vida, en contexto y en relación con otros y otras. Autores como
Stuart Hall, Renato Ortiz o Leonor Arfuch explican que las identidades nunca están construidas por
fuera de las representaciones y que, por tanto, existen acciones que contribuyen a fortalecer
ciertos discursos, en los que los sujetos pueden reconocerse con sus diferencias y similitudes. En
este sentido, ciertos marcos de referencia son los que ayudan a fijar determinados sentidos sobre
otros en cada contexto histórico.

Derecho a la identidad: artículos 7, 8 y 11 de la Convención de los Derechos del niño.


¿A qué nos referimos cuando hablamos del derecho a la identidad? ¿Por qué la identidad es un
derecho?
En pocas palabras, se trata del derecho fundamental de cada persona a conocer su origen.

En la Argentina, durante la última dictadura cívico-militar, la sustracción, ocultamiento y supresión


de identidad de menores perpetrados por el terrorismo de Estado pusieron en evidencia que el
derecho a la identidad debía ser explicitado para que fuera considerado un derecho humano
fundamental, y por lo tanto, como tal, una responsabilidad de los estados garantizarlo.

Desde sus orígenes las Abuelas de Plaza de Mayo concibieron su lucha en clave de derechos y su
impacto en materia de legislación sobre la niñez ha sido decisivo a escala mundial.

Los representantes de la dictadura argentina ante la ONU les prohibían a las Abuelas hablar en la
Comisión de Derechos Humanos de ese organismo. En 1982, el Movimiento que presidía Cruz
Melchor Eya Nchama, un luchador por los derechos humanos de Guinea Ecuatorial, les dio un
lugar a las Abuelas y, así, lograron llevar su voz y su búsqueda ante esa Comisión.

Gracias a la participación activa de las Abuelas en esa Comisión, en noviembre de 1989 se logró
incorporar a la Convención sobre los Derechos del Niño los artículos 7, 8, y 11, para garantizar en

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todo el mundo el Derecho a la Identidad. En reconocimiento a esta lucha, se los llama artículos
argentinos.

Artículo 7
1. El niño será inscripto inmediatamente después de su nacimiento y tendrá derecho desde que nace a
un nombre, a adquirir una nacionalidad y, en la medida de lo posible, a conocer a sus padres y a ser
cuidado por ellos.
2. Los Estados Partes velarán por la aplicación de estos derechos de conformidad con su legislación
nacional y las obligaciones que hayan contraído en virtud de los instrumentos internacionales
pertinentes en esta esfera, sobre todo cuando el niño resultara de otro modo apátrida.
Artículo 8
1. Los Estados Partes se comprometen a respetar el derecho del niño a preservar su identidad, incluidos
la nacionalidad, el nombre y las relaciones familiares de conformidad con la ley sin injerencias ilícitas.
2. Cuando un niño sea privado ilegalmente de algunos de los elementos de su identidad o de todos ellos,
los Estados Partes deberán prestar la asistencia y protección apropiadas con miras a restablecer
rápidamente su identidad.
Artículo 11
1. Los Estados Partes adoptarán medidas para luchar contra los traslados ilícitos de niños al extranjero y
la retención ilícita de niños en el extranjero.
2. Para este fin, los Estados Partes promoverán la concertación de acuerdos bilaterales o multilaterales o
la adhesión a acuerdos existentes.

En términos de legislación, en el año 2006, por impulso de Abuelas y de otros organismos fue
promulgada la Ley Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes (Nº 26.061), que
crea un sistema de protección de los derechos de todos los niños, niñas y adolescentes del país.
Entre otros aspectos, expresa claramente que la falta de recursos materiales de los padres, las
madres, de la familia, de los representantes legales o responsables de las niñas, niños y
adolescentes, ya sea circunstancial, transitoria o permanente, no autoriza la separación del niño o
niña de su ámbito familiar, ni su institucionalización. El aspecto más relevante de esta ley es que
cambia la mirada del Estado sobre niños y niñas que dejan de ser objetos de derecho para
constituirse en sujetos de derecho.

El derecho a la identidad y la cuestión psicológica


El descubrimiento del índice de abuelidad1, herramienta científica que permitió a las Abuelas
identificar a sus nietos y nietas en ausencia de la generación de sus padres y madres, fue

1 A medida que pasaba el tiempo las Abuelas comenzaron a hacerse las siguientes preguntas:,
¿Cómo podremos reconocer al nieto o nieta que nunca hemos visto?, ¿cómo demostraremos que ese niño o esa niña es
de nuestra familia? ¿Cómo confirmar que son los nuestros y no otros? Es así que alrededor de 1980 acudieron a la
ciencia, que ya contaba con métodos para identificar filiación entre un niño/a y su padre o su madre. El problema era
que la generación de los padres estaba desaparecida; había que desarrollar un método para poder comprobar filiación
entre la sangre del niño/a y sus abuelas/os. Tras un intenso trabajo estadístico y matemático los científicos encontraron
un método que permitía llegar a un 99,99 por ciento de probabilidad mediante análisis específicos de sangre. El
resultado de ese estudio se llamó “Índice de abuelidad”, justamente porque la fórmula que permite inferir parentescos
parte de los abuelos.

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fundamental en la restitución. Pero este aspecto genético, aunque necesario, solo responde si una
persona es –o no– hija de desaparecidos/as.

A partir de allí, se abren muchos otros interrogantes frente a los cuales la genética no tiene
respuesta. Entonces, desde sus inicios, las Abuelas entendieron la necesidad de convocar también
a psicólogos y psicólogas para que las acompañaran en este descubrimiento.

Alrededor de 1982, Abuelas empezó a armar su área psicoterapéutica. No solo era imperioso
contener a los familiares que buscaban, en lo que ya era evidente que iba a ser una lucha de por
vida; también, a medida que los niños y niñas eran encontrados debían ser acompañados en la
revelación de su verdadera historia, para que pudieran transitar este proceso de la mejor manera
posible.

Entonces, la primera cuestión para pensar era que los niños y niñas apropiados habían sido
sustraídos de un sistema de parentesco e incluidos violentamente en otro; que habían estado
desde el inicio viviendo una situación traumática que desconocían, porque fueron sometidos a una
relación que renegaba de lo acontecido. Los/as apropiadores/as —autores o cómplices del
delito— se manejaban “como si” nada hubiera sucedido, sin abordar el origen de los niños y niñas
y la desaparición de sus padres. Una relación que se fundó sobre una mentira que perduró en el
tiempo.

El término “apropiación” en esa época todavía no existía, por entonces se hablaba de adopción. Se
naturalizaba la entrega de niños y niñas fuera del sistema legal y, también, que hubieran sido
arrancados violentamente de los padres y madres y entregados a otras familias para su crianza. Se
pretendía ignorar que la familia biológica no los había abandonado, sino que desde el principio los
buscaron y se organizaron para hacerlo colectivamente bajo el nombre de Abuelas de Plaza de
Mayo.

Saber que la familia nunca abandonó la búsqueda es fundamental para cada nieta y nieto
encontrado; es esencial para su salud psíquica, porque implica entender que el deseo de su padre
y su madre se transmitió a los abuelos y abuelas y que eso les permitió la búsqueda de sus nietos o
nietas.

Entonces, ¿qué se propuso el área terapéutica? En un primer momento, pensar en lo traumático


vivido. Pero pasado un tiempo se comprendió que eso solo era insuficiente. Se empezó a
reflexionar acerca de cómo había sido la crianza con personas que les estaban negando los
orígenes, porque desde el inicio había una mentira acerca del origen. Se entendió que los nietos y
nietas fueron traicionados en la palabra, porque estas personas les decían que eran sus
verdaderos padres cuando no lo eran, y en muchos casos lo siguieron sosteniendo aun después de
la restitución.

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Cuando una niña o niño es sacado de su familia y entregado a otra en el marco de una aparente
legalidad, estamos en presencia de una filiación falsificada. A lo largo del tiempo, se pudo verificar,
en la personalidad de cada uno/a de los nietos y las nietas, que ellos han vivido esta filiación
falsificada, especialmente cuando el medio en el que se criaron se empeñó en sostener la mentira.

En el tráfico de bebés por lo general hay una transacción comercial. En los casos enmarcados en el
Terrorismo de Estado, las transacciones no fueron comerciales pero sí hubo una entrega violenta y
sin consentimiento de la familia. La mentira amparada en delitos de lesa humanidad adquiere una
característica siniestra y con una particular perversión: le impide a la persona conocer por qué el
vínculo se armó de determinada manera. Esto tiene sin dudas efectos sobre la subjetividad del
niño/a, que está en manos, en algunos casos de asesinos, y, en otros casos, de cómplices.

El secreto familiar
El otro aspecto que contribuye a lo siniestro es el secreto familiar. En el entorno de la familia todos
–menos él– saben que el niño es apropiado. Este secreto solo se sostiene con la participación de
los apropiadores y su entorno, que oculta un delito de origen en aras de un supuesto beneficio
para el niño. Esta mentira, esa traición en la palabra cuando se le dice “soy tu padre”, “soy tu
madre” y su entorno lo sostiene, o cuando se le transmiten valores familiares que son ajenos a su
origen -amparados por la simulación del entorno- conforma el secreto familiar.

Para el psicoanálisis, el sujeto se constituye en función del lenguaje. El padre y la madre son
quienes enseñan al niño o niña el habla, y compartir el mismo lenguaje con ellos es lo que hace
posible la transmisión. Los niños apropiados fueron criados y obligados a tomar la lengua materna
que no les correspondía. Esa lengua impostora está montada sobre una mentira siniestra. La
consecuencia de lo siniestro en la personalidad es la desorientación. Freud, en su trabajo
denominado “Lo siniestro”2, plantea que cuando más esté orientado el sujeto en su medio más
seguro se va a sentir. El chico/a apropiado/a va recibiendo versiones contradictorias sobre su
origen que le provocan una desorientación siniestra. La mentira tiene esas características.

Lo deseante familiar
El derecho romano establece que no basta con nacer sino que la vida hay que instituirla. Y, para el
derecho, instituir la vida es darle un marco legal, inscribirla con un nombre e incluirla en una
genealogía. Todo esto hace a la especie.

El psicoanálisis plantea que también es necesario instituir la vida porque el pequeño sujeto
necesita humanizarse. Lacan3, en un texto de 1953, explica: “Las denominaciones de parentesco
tienen el alcance de instituir el orden simbólico ya que anudan y crecen a través de las
generaciones y el hilo de las estirpes. La confusión de las generaciones […..] Sabemos
efectivamente qué estrago, que llega hasta la disociación de la personalidad del sujeto, puede
ejercer una filiación falsificada cuando la coacción del medio se empeña en sostener la mentira”.

2
Sigmund Freud, "Lo ominoso". (1919), en Obras Completas. Volumen XVII. Amorrortu. Buenos Aires. 1979
3
Jacques Lacan, "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis" en Escritos I, Siglo XXI, México. 1971

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En este caso las generaciones están incompletas, porque los padres están desaparecidos, pero son
las abuelas quienes cumplen con la transmisión generacional. ¿Y qué transmiten las Abuelas? Las
Abuelas transmiten un deseo: el deseo de los padres y madres, que al ser secuestrados no
pudieron ejercer la maternidad y la paternidad. Ellas transmiten a sus nietos/as lo deseante
familiar. El deseo para el psiquismo, para la subjetividad, tiene el efecto de sacar a alguien del
anonimato. Cuando un niño/a nace, el padre y la madre lo inscriben en lo deseante: le dan un
nombre, que es una inscripción simbólica que incluye la etimología del apellido y la novela
familiar, y así quedará incluido en el orden de las generaciones. Es allí donde el sujeto nace como
sujeto nuevo, con la particularidad de ocupar un lugar en el linaje. Ahí pensamos la identidad: ser
incluido en lo deseante familiar para ocupar un lugar diferente.
Entonces, con la inclusión en lo deseante familiar se arman los procesos de parentalización, en
donde los padres tienen que hacerse responsables de ser padres y el hijo/a hacerse responsable
de aceptar a esos padres y cumplir la función de hijo/a. Esto significa que en el proceso de filiación
están implicados el deseo, el acto y la responsabilidad. Y hay un marco ético donde aparece el
registro del amor. Por eso es tan importante cómo se transmite cuál es el lugar que cada sujeto
ocupa en la cadena generacional.

Aquí tenemos que hacer una distinción fundamental con lo deseante familiar en los casos de
adopciones. Cuando una mujer concibe un niño/a y, no importa cuáles sean las razones, no lo
puede criar y lo entrega en adopción para que lo críe otra familia, está cediendo su deseo de criar
a ese hijo o hija. Ese ceder es legal. Como la genitora cede su deseo, otros pueden tomarlo y
asumen un deseo genuino, el de ejercer la función de padre y de madre e incluirlo en lo deseante
familiar.

Esta es la diferencia fundamental que no debemos perder de vista entre una adopción y una
apropiación. En el caso de una adopción la genitora lo cede legalmente con el amparo del Estado.
Esto no le va a evitar a la persona adoptada una pregunta difícil de contestar: ¿por qué mi familia
me cedió? Eso se va a constituir en una especie de cicatriz que el sujeto podrá tramitar de la mejor
forma que pueda, pero sobre la base de la verdad. Quedará una marca, pero esa marca no
ocupará toda la escena, porque será reemplazada en parte por otro deseo que es genuino. Cuando
una niña o un niño es dado en adopción lo importante es saber que la genitora lo cedió
legalmente, que la familia adoptante no lo robó, no lo arrancó violentamente de su seno familiar,
no hubo un Estado cómplice de estos actos, y que la función materna y paterna de los adoptantes
no se basa sobre un delito y un secreto familiar.

La adopción se inscribe en un marco legal, bajo una ética consensuada. Todos los actores que
intervienen pueden hablar con la verdad porque sus actos están bajo esa ética y eso se transmite
hacia los/as niños/as. En cambio, en el caso de la apropiación, no se puede hablar de ética o de
amor en un marco tal en que no se puede decir la verdad sin develar un delito.

No hay un deseo en la apropiación, sino que hay voluntad de poder: de este/a niño/a yo hago lo
que quiero, hago tabla rasa con su historia y lo inscribo como me convenga, sin importar la
legalidad en juego. Eso es apropiarse, tomar como propio lo que no lo es. La voluntad de poder es

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propia de la perversión: “Yo tengo poder sobre…” Se arma, así, una especie de maquinaria
perversa donde todos entran como engranaje para sostener la mentira. Y en eso la apropiación se
diferencia claramente de una adopción, donde los padres y/o madres adoptantes no tienen
voluntad de poder, porque previamente la genitora les cedió el deseo.

La psicología en el derecho
Durante los primeros años de democracia, los jueces tomaban la apropiación como una adopción,
no diferenciaban una de otra. No había figura legal para las madres y los padres desaparecidos,
para los niños/as desaparecidos/as ni para para la apropiación.
En las primeras restituciones había jueces que dictaminaban un régimen de visitas para los
apropiadores, como si los niños y niñas fueran hijos/as de un divorcio y los apropiadores tuvieran
derechos.
No había casuística sobre los temas de apropiación y restitución. Los psicólogos y las psicólogas
tuvieron que ir aprendiendo junto a las Abuelas. Una declaración de Estela de Carlotto, actual
presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, refiere las preguntas que ellas mismas se hacían en los
primeros tiempos: “Con las primeras restituciones nos entraron dudas sobre nuestro trabajo, si lo
hacíamos por nosotras, por los niños o si por una necesidad nuestra no les estaríamos causando
daño. Porque las teorías se hicieron después. Al comienzo todo era intuición y,
fundamentalmente, interrogantes. Las respuestas se encargaron de darlas los propios chicos
restituidos.”
Con los primeros encuentros, los jueces no sabían si hacían bien en restituir a los niños y niñas a
sus verdaderas familias. Los medios difundían la idea de que con la restitución se creaba un
“segundo trauma” para el niño/a.

Esto nos habla a las claras de las representaciones sociales con las que tuvieron que lidiar las
Abuelas desde el principio. La sociedad no comprendía que la apropiación es un delito, y por lo
tanto tampoco consideraba que los/as niños/as habían sido víctimas y los apropiadores y
apropiadoras sus victimarios. Por el contrario, se entendía que los apropiadores habían “salvado”
a estos/as niños/as, y, por ende, tanto los/as niños/as como sus familias biológicas estaban en
deuda con ellos por haberlos “criado con amor”. Es decir, se ignoraba la ilegalidad del acto. El
equipo psicológico tuvo que actuar sobre las representaciones que la justicia tenía respecto a
estos temas. Era imperioso que se comprendiera que una vez restituido el niño a su verdadera
familia había que acompañarlo para fortalecer este nuevo vínculo y evitar la relación con su
apropiador y su apropiadora para hacer cesar el delito del que habían sido víctimas.
Hoy la conclusión es contundente: el trauma original, que se produjo por la separación violenta de
la madre y la familia, sólo se sana con la verdad y volviendo al seno de la familia biológica.

Los jueces, lentamente, comenzaron a aceptar las evidencias que niños y niñas demostraban
cuando se los veía crecer sanos y felices junto a su verdadera familia.

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Hay una anécdota4 muy esclarecedora que contó el ex juez federal de Morón Juan María Ramos
Padilla, quien en 1987 dispuso la restitución de la María José Lavalle Lemos, de diez años. Él se
preguntaba qué era lo más justo para la niña. Se planteaba el terrible sufrimiento que significaría
para ella saber que quienes había creído durante toda su vida que eran sus padres, no lo eran.
Frente a ese dilema, el juez buscó respuestas. Habló con psicólogos, con psiquiatras, inclusive con
el equipo terapéutico de Abuelas de Plaza de Mayo, pero ninguna lo convencía. Entonces, se le
ocurrió preguntarle a su hijo de doce años, quien le respondió: “Mirá, papá: la verdad es la
verdad”.
Ramos Padilla contó que con el tiempo valoraría la importancia de esta respuesta reconociendo
“lo importante que es para un chico saber que no le mienten. Especialmente para los chicos que
han estado desaparecidos ya que, en su caso, la verdad es su identidad”. Confesó, también, que la
primera restitución la hizo con muchas dudas, que es una experiencia muy difícil de transmitir para
quienes no la han vivido. “Es imposible imaginar lo inmenso que uno devuelve al restituir a un niño
su identidad y su verdadero origen”, afirmó. Y que si bien se cree que para chicos y chicas es
dramático descubrir la mentira en la cual han vivido, ese dolor es como “el pequeño costo para el
inmenso beneficio que reciben cuando conocen la verdad”.

El valor de la restitución
En el vínculo que crearon los apropiadores y apropiadoras con los/as niños/as funcionan procesos
de identificación que dejan marcas; ellos se atribuyeron funciones maternales y paternales
valiéndose de la indefensión del sujeto que necesita del Otro para vivir. Estos procesos de
identificación falsa se transmiten también a los/as hijos/as de los/as nietos/as desaparecidos, ya
que construyen un vínculo de abuelos/as – nietos/as con las mismas características.

Las huellas de la apropiación no pueden borrarse por arte de magia, pero a través de la restitución
se abre un espacio para construir una verdad histórica que impida aniquilar la memoria, que los
une al deseo familiar y a la transmisión generacional genuina. La significación más plena de la
restitución es dejar de ser desaparecidos. Tiene un carácter liberador, descubre lo oculto y
restablece el “orden de legalidad familiar”: la restitución reintegra a la persona a su propia
historia.

La irrevocabilidad de la adopción plena y sus futuras modificaciones en el marco del


derecho a la identidad
La Ley de Adopción de niños y niñas en la Argentina incluye la figura de la “adopción plena”, un
tipo de adopción que tiene carácter de irrevocable, definitivo y exclusivo. Este aspecto es
fundamental para la protección del niño adoptado, ya que le otorga todos los beneficios de ser
miembro de una familia de por vida, y no depende del comportamiento del niño o niña o de
distintas circunstancias que puedan hacer peligrar el vínculo establecido, dejando eventualmente
al niño/a en estado de vulnerabilidad.

4
Matilde Herrera y Ernesto Tenembaum,” IDENTIDAD, despojo y restitución”, Abuelas de Plaza de Mayo, Buenos Aires
diciembre 2001

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Hasta la sanción de una nueva ley en 1997, la legislación permitía desconocer la postura de los
padres biológicos, separados de sus hijos/as sin siquiera ser citados en el juicio a presentar su
defensa.
Durante la última dictadura, esta normativa habilitó una práctica que contribuyó a disfrazar de
adopciones legales lo que, en realidad, fueron apropiaciones. Una mirada supuestamente
comprensiva se posaba sobre los apropiadores y las apropiadoras, que venían a “salvar” a los
niños/as de los padres que ya no estaban y que con sus decisiones políticas los habían
“abandonado”. Frente a estos antecedentes, cuando realizaban los reclamos de restitución, las
Abuelas tuvieron que enfrentarse con la “irrevocabilidad del vínculo legal creado”.

El caso de Jimena Vicario fue clave en esta lucha. Secuestrada junto a su madre cuando tenía 9
meses, Jimena fue dejada en la puerta de la Casa Cuna. De allí fue llevada por una hematóloga,
con el acuerdo del director del establecimiento y la connivencia de un juez de menores que dictó
una sentencia de adopción plena en favor de la mujer que la inscribió de manera irregular e
inventó una historia falsa sobre el origen de la niña.
Las Abuelas localizaron a Jimena en 1984, cuando tenía ocho años, y en 1986 confirmaron su
filiación a través del método del índice de abuelidad. Sin embargo, al tratarse de una adopción
plena, a su abuela Darwinia Gallichio le negaban la guarda.
Para lograr la restitución a su verdadera familia, Abuelas inició una demanda para que se revocara
la adopción, ya que como esta ley se encontraba vigente, las disputas acerca de dónde y con quién
debía residir la niña se habían multiplicado. Innumerables pormenores rodearon esta causa
judicial que se extendió hasta 1995.
Abuelas decidió finalmente acudir a la CIDH (Corte Interamericana de Derechos Humanos),
organismo que instó al Estado argentino a resolver el conflicto, alegando que desde 1994, con la
incorporación de la Convención sobre los Derechos del Niño a su Constitución, la Argentina debía
garantizar el derecho a la identidad que estaba siendo violado.

Así, por primera vez, la justicia declaró nula una adopción plena concedida. El argumento principal
de esa sentencia fue que la adopción se había conseguido a partir de la mentira acerca del
“abandono” de la niña. Así se sentó como precedente que las adopciones que tienen por origen un
hecho ilícito son nulas, porque fueron hechas en fraude a la ley.
Esta batalla ganada marcó un antes y un después en nuestra sociedad y posibilitó no solo restituir
la identidad a muchas niñas y niños apropiados, sino también dejar en evidencia y cuestionar
muchas de las prácticas judiciales e institucionales que se encontraban naturalizadas.

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El derecho a la identidad hoy
La Ley de Adopción que rige desde 1997 toma el pedido de Abuelas e introduce varios cambios
tendientes a garantizar el derecho de la persona adoptada, como conocer su realidad biológica y
acceder a su expediente de adopción al cumplir los 18 años.

Sin embargo, aún en la actualidad, vastos sectores de la sociedad continúan sin comprender que la
adopción no fue creada para satisfacer los deseos personales de quienes aspiran a ser padres o
madres sino para garantizar el derecho de los niños y las niñas a tener una familia.

En este sentido, en algunos sectores persiste una mirada sobre la adopción como un valor en sí
mismo, sin importar la forma en que se lleva a cabo. Cuando se “adquiere” un niño o niña por
fuera del marco legal se lo trata como objeto, como mercancía. Esto requiere de la existencia de
un circuito ilegal para la adquisición de niños y niñas por parte de los adoptantes que incluye la
connivencia de funcionarios de la salud y la justicia.

Abuelas de Plaza de Mayo es defensora de la adopción en su marco legal, aquella que no oculta la
verdad y que, desde el acto mismo, protege al niño y la niña y garantiza todos sus derechos.

El andamiaje preexistente de la apropiación de niños y niñas


En la sistematización de las apropiaciones que se llevaron adelante durante la dictadura, es
llamativo que centenares de actores de distintas fuerzas de seguridad, funcionarios judiciales y de
la salud de diferentes jurisdicciones se sirvieron de las mismas herramientas y tuvieron
comportamientos similares para llevar a cabo los ilícitos. Cabe entonces preguntarse si todas las
personas que debían intervenir para que la acción tuviera éxito fueron entrenadas para tal fin.

La antropóloga Carla Villalta hace una investigación sobre estos hechos y concluye que la
desaparición de niños y niñas durante la dictadura fue una práctica que se pudo llevar adelante en
todo el país utilizando un andamiaje preexistente de adquisición de niños y niñas por fuera del
sistema legal de adopción5.

En este punto, surge una señal de alerta: si el mecanismo de las apropiaciones no fue una
construcción propia de la dictadura que se desarticuló cuando recuperamos la democracia sino
que se basa sobre una estructura preexistente, cabe preguntarnos si ese andamiaje sigue vigente,

5
La antropóloga Carla Villalta profundiza en esta temática en su artículo De secuestros y adopciones: el circuito
institucional de la apropiación criminal de niños en Argentina (1976 – 1983). A través del análisis de casos de de niños/as
apropiados/as que fueron entregados en adopción durante la última dictadura militar argentina (1976-1983), la autora
indaga los dispositivos institucionales, las rutinas burocráticas y los sentidos sociales prevalecientes en aquellos años en
torno a esa figura legal. Para ello se describen y contextualizan los valores asociados a la adopción, las narrativas sobre
el abandono de niños y los procedimientos y prácticas habituales, que conformaban el ámbito en donde la apropiación
criminal de niños se engarzó en una normalidad admitida e intentó ser legalizada. Sugerimos su lectura en (Circuito
apropiación.pdf)

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poniendo en riesgo el derecho a la identidad. Pese al camino abierto por las Abuelas, que
construyeron socialmente el valor del derecho a la identidad; a la ley de adopción sancionada en
1997 que contempla ese derecho, y a la ley de protección integral que ubica a los niños y niñas
como sujetos de derechos, está claro que aún persiste un circuito que permite que muchas
personas continúen acudiendo a sistemas ilegales para la adquisición de niños y niñas.

En este sentido, Abuelas, la CoNaDI y la Justicia siguen recibiendo a personas que no son hijas
biológicas de quienes las criaron pero que no fueron secuestradas ni desaparecidas por el
terrorismo de Estado y, también, a otras que no nacieron durante la dictadura pero presentan
irregularidades en sus partidas de nacimiento y quieren emprender la búsqueda de su origen.

El derecho a la identidad y la cuestión jurídica


Juicio Plan sistemático de apropiación de niños/as
Con la sanción de las leyes de obediencia debida y punto final, la apropiación de niños y niñas
durante el terrorismo de Estado fue el único resquicio legal para juzgar a los genocidas y
apropiadores, dado que este delito no fue alcanzado por esas normas. Sin embargo, los juicios por
apropiación eran lentos, engorrosos y las condenas eran menores, acordes al marco simbólico de
impunidad reinante.

En ese contexto, el 30 de octubre de 1996 las Abuelas presentaron la denuncia que dio inicio a la
causa por el “Plan Sistemático de Apropiación de Niños”, constituyéndose en el juicio emblema de
la institución. Juzgó a altos mandos de las fuerzas por su intervención en 34 casos de apropiación
de niños y niñas, nacidos/as en centros clandestinos de detención o secuestrados/as junto con sus
padres. Se tomaron casos referidos a los circuitos represivos más significativos de la Capital
Federal y el Gran Buenos Aires: la ESMA, Campo de Mayo, El Atlético, Banco y Olimpo (ABO), el
Vesubio, Automotores Orletti, la Comisaría 5ta de La Plata, el Pozo de Banfield y La Cacha.

Una de las cuestiones más importantes que se intentaba probar era que las apropiaciones de
niños y niñas durante el terrorismo de Estado habían sido parte de un plan sistemático. Estaba
muy presente la idea de que los militares, antes de realizar el golpe de Estado, habían definido
cómo iban a desarrollar la represión, pero posiblemente no hubieran reparado en la circunstancia
de que muchas de las mujeres que iban a secuestrar estarían embarazadas o tendrían consigo
hijos/as muy pequeños/as.

Por lo tanto, una de las relevancias de la causa fue dejar establecido para la historia, con la fuerza
simbólica y social de una sentencia judicial, que aquellas apropiaciones de niños y niñas no fueron
“ocasionales” ni decisiones individuales de algunos oficiales o suboficiales, sino que respondieron
a una definición orgánica de las máximas autoridades de las Fuerzas Armadas.

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Once años después de su inicio, en el año 2007, la causa fue elevada a juicio oral y público. En el
ínterin, como se sabe, la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró la nulidad de las leyes de
Obediencia debida y Punto final y de los decretos de indulto.

El 5 de julio de 2012, el Tribunal Oral Federal N° 6 de la Capital Federal condenó a importantes


penas de prisión a Jorge Rafael Videla -50 años-, Santiago Omar Riveros, Reynaldo Benito Bignone,
Eduardo Jorge Acosta, Antonio Vañek, entre otros.

Sentencia - Juicio Plan Sistemático apropiación de niños/as


El Tribunal tuvo por acreditada la existencia de la práctica generalizada y sistemática de
sustracción de niños/as y su atribución a los imputados.
Resumimos las partes más sobresalientes de la sentencia y que explican la práctica generalizada y
sistemática:

Práctica generalizada
“… En efecto, la generalidad de dicha práctica se extrae de las siguientes consideraciones:
a) el número de casos acreditados;
b) la cantidad de fuerzas (armadas, de seguridad, policiales, de inteligencia o penitenciarias)
que tuvieron intervención en los eventos analizados;
c) el ámbito territorial en la que se constató la realización de los hechos;
d) el ámbito temporal de los sucesos, no sólo en cuanto a la continuidad propia de cada uno
de ellos sino también respecto de los diversos momentos en los que tuvieron inicio cada
una de las sustracciones llevada a cabo;
e) las distintas autoridades que se encontraban al frente del gobierno nacional y en la
totalidad de la cadena de mandos que transmitieron, ejecutaron y supervisaron el
cumplimiento de tales órdenes, durante todo el desarrollo comisivo de los ilícitos
cometidos.
Todas esas consideraciones controvierten cualquier aseveración dirigida a sostener que se trató de
hechos aislados o que respondieran a motivaciones individuales.

Práctica sistemática:
La aludida sistematicidad se concluye a partir de las siguientes consideraciones:
a) clandestinidad en la realización de los hechos cometidos;
b) el deliberado ocultamiento de información;
c) la vulneración de la identidad de los menores como modo de ocultamiento de los hechos a
perpetuidad…”

Desaparición forzada
Un elemento saliente del fallo fue que ratificó el criterio de que la apropiación de niños y niñas
debe ser calificada como una desaparición forzada de personas, en la cual aquellos niños y niñas -y
no solamente sus padres y madres- son las víctimas.

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A partir de esta definición, el caso fue encuadrado sin dificultades como un crimen de lesa
humanidad6 y, en consecuencia, se declaró su imprescriptibilidad. Además, implicó que el Tribunal
expresamente reconociera que aquellas niñas y niños que aún no fueron localizados continúan
siendo víctimas de desaparición forzada, desechando los argumentos de las defensas que
pretendían deslindar la responsabilidad de los imputados por ausencia de pruebas sobre su
destino.

De esta manera es que esta sentencia se convirtió en una de las mayores victorias en el campo
judicial de la larga lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Por primera vez, el Poder Judicial reconoció que las apropiaciones de niñas y niños ocurridas
durante la dictadura militar no fueron hechos ocasionales o que se debieran simplemente a la
ambición egoísta de algunos apropiadores, sino que se tuvo por probado que la cúpula de las
Fuerzas Armadas había decidido que estas apropiaciones se llevaran a cabo.

Además, la sentencia contempló otros elementos de alto valor jurídico y simbólico.


Así, entre otros, se destaca que se consideró que aquellas niñas y niños apropiados que aún no
fueron localizados son desaparecidos en vida, respecto de los cuales los genocidas continuaban
ocultando su destino.

También se condenó a Videla por el caso de Macarena Gelman, quien nació y fue apropiada en
Uruguay. Por primera vez en una sentencia de tribunal oral se aplicó el principio de jurisdicción
universal, confirmando el liderazgo mundial de nuestro país en el juzgamiento de los crímenes de
lesa humanidad.

¿Por qué la apropiación de niñas y niños?


A esta altura, hay una pregunta fundamental que aún no hemos planteado: ¿por qué el circuito
represor se apropió de los niños y las niñas?
A nuestro criterio, el punto de partida debe ser comprender cuál fue la tarea que la dictadura se
propuso llevar a cabo y analizar la apropiación en ese contexto.
Las Fuerzas de Seguridad planificaron detalladamente –incluso con mucha anterioridad al golpe de
Estado- la forma en que habría de desarrollarse la persecución a los militantes políticos populares.
Fue en la ejecución de esa infame “tarea” que abordaron el “problema” de los hijos e hijas de
aquellos a quienes desaparecerían. Y, muy tempranamente, tomaron la decisión de que esas niñas
y niños no fueran devueltos a sus familias. Esa separación del niño/a de su familia legítima se
produjo de las más diversas formas: principalmente, por medio de su entrega a familias de
represores o allegados, que los anotaron como si fueran sus hijas e hijos biológicos, y en algunos

6
En palabras del Tribunal, los hechos juzgados constituyen “delitos de lesa humanidad, implementados mediante una
práctica sistemática y generalizada de sustracción, retención y ocultamiento de menores de edad, haciendo incierta,
alterando o suprimiendo su identidad, en ocasión del secuestro, cautiverio, desaparición o muerte de sus madres en el
marco de un plan general de aniquilación que se desplegó sobre parte de la población civil con el argumento de combatir
la subversión, implementando métodos de terrorismo de Estado durante los años 1976 a 1983 de la última dictadura
militar”

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casos más excepcionales entregándolos a familias de las cuales no se conocen vínculos con el
terrorismo de Estado o a través de procedimientos de adopción como mecanismo de “blanqueo”.

“Sostuvimos, entonces, que… la suerte de estos niños estuvo atada a la de sus padres. Así, hubo
casos de mujeres que dieron a luz en cautiverio pero que fueron liberadas y no sufrieron la
apropiación de sus hijos. En cambio, aquellas niñas y niños nacidos en cautiverio y cuyas madres
continúan desaparecidas, no fueron entregados a sus familias. Esto se debe, precisamente, a que la
sustracción sistemática de niños y niñas integró el plan sistemático de desaparición de personas.
Esta aberrante práctica perseguía la finalidad de borrar todo rastro sobre el destino de las madres
de esos bebés que se encontraban en situación de desaparición forzada. Dado que la devolución de
los niños y niñas a sus legítimos familiares implicaba reconocer que sus madres estaban detenidas
en algún lugar --circunstancia que era oficialmente negada por todos los medios posibles—, los
represores pretendieron asegurarse que esas criaturas jamás llegaran a manos de sus familias. Así
los convirtieron en desaparecidos en vida y con ello continuaron perpetrando la desaparición
forzada de sus madres”. (Fragmento del alegato de Abuelas en el Juicio Plan sistemático de
apropiación de bebés)

Así, señalamos, a partir de una serie de pruebas muy concretas, que ya en el año 1976 la dictadura
advirtió el “problema de los niños”. Y que entonces comenzaron a desarrollarse las primeras
apropiaciones de niños y niñas, con la aquiescencia de los responsables de cada zona represiva, y
para mediados de 1977 ya se había tomado la decisión en la cúspide de las Fuerzas Armadas de
perfeccionar esa práctica estableciendo las llamadas “maternidades clandestinas” y asignando
determinados represores y médicos a la supervisión de las mujeres embarazadas.

Dimensión política del índice de abuelidad


Está claro, como acabamos de ver, que el terrorismo de Estado tenía la necesidad de desaparecer
a los niños y niñas para consumar la desaparición de sus padres. ¿Pero cómo podía hacerlo?
Las Abuelas debieron dar largos pasos hasta conseguir que el mundo científico descubriera la
forma de comprobar la filiación en ausencia de padres y madres, algo inédito en el mundo.
Podemos imaginar que los genocidas perpetraron su plan justamente sobre la base de esta
imposibilidad que, creían, les garantizaba impunidad para desaparecer a los niños y niñas. En
definitiva, sustituirles la identidad sería suficiente para que no los pudieran localizar y para que, en
caso de que fueran encontrados, no hubiera forma de identificarlos científicamente, con lo cual no
habría prueba jurídica para demostrar el delito.
Por eso decimos que con el índice de abuelidad las Abuelas no solo consiguieron una prueba
científica y jurídica para demostrar el delito y poder reclamar la restitución, si no que con esa
herramienta también lograron derribar la impunidad de todo el plan de desaparición de sus nietos
y nietas.

En este sentido el Tribunal señala “una circunstancia que resulta medular para comprender su
eficacia (…) consiste en una peculiaridad histórica, relativa a que al momento de los hechos no se

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contaba con las prácticas científicas que existen actualmente a los fines de la identificación de
personas. Esta consideración deviene fundamental a fin de ponderar la eficacia de la metodología
implementada. Recordemos aquí que tal como señalaran muchas de las abuelas que declararon en
este juicio, al igual que las profesionales del Banco Nacional de Datos Genéticos, en la década del
70 era imposible lograr la identificación de un niño con apenas una muestra hemática y en
ausencia de los padres, como ocurre hoy en día. Ello, era lisa y llanamente impensado en aquél
entonces” (p. 993/4).

La negativa de los posibles nietos y nietas a dar sangre para el análisis de ADN

En la sentencia que analizamos en el apartado anterior, el Tribunal también resaltó una situación
común entre nietos y nietas, reconstruida a partir de sus testimonios en el juicio: “Más allá de las
conmovedoras, conflictivas, contradictorias y traumáticas experiencias que en todos los casos
desencadenó en sus vidas el descubrimiento de la verdad sobre su origen e identidad, con la
heterogénea cantidad de reacciones generadas a partir de tal suceso, el común denominador que
pudo encontrarse en la palabra de esos jóvenes fue que, más tarde o más temprano, se
encontraron con un sentimiento de alivio, liberador, provocado, sin dudas, por la libertad que
acarrea la verdad. Esa libertad es precisamente la que les fue arrebatada hace décadas al
cercenárseles el acceso a su propia historia y que recobraron al conocer su identidad” (pág. 1012
de la sentencia).

Estas dificultades, contradicciones y conflictos que menciona la sentencia fueron advertidas


también por las Abuelas a medida que sus posibles nietos o nietas fueron haciéndose adultos y
tenían que formar parte del proceso para establecer su verdadero origen.
A partir de denuncias e investigaciones llevadas adelante por la CoNaDI7 y la Justicia en las que se
llegaba a la sospecha de que un joven o una joven podrían ser hijos de desaparecidos, un juez los
citaba para informarles que la manera de conocer la verdad era dejando una muestra de sangre en
el BNDG8 para ser analizada con los grupos familiares que buscan un nieto o nieta desaparecido.
Algunos/as jóvenes se prestaban a la prueba, pero varios/as empezaron a negarse. Sentían que si
entregaban su sangre estaban traicionando a quienes los habían criado, y no querían ser partícipes
de las condenas que podían pesar sobre ellos.

El falso dilema de la “Oposición de dos derechos”


Había, entonces, un nuevo conflicto a resolver. En los medios, comenzaban a escucharse
argumentos que conducían a un falso dilema. Se planteaba como la “oposición de dos derechos”:
el derecho de las Abuelas y sus familias a conocer la verdad versus el derecho de la nieta o el nieto
a la intimidad y a conocer o no su identidad.
Se escuchaban preguntas como:

7
Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad - https://www.argentina.gob.ar/derechoshumanos/conadi
8
Banco Nacional de Datos Genéticos - https://www.argentina.gob.ar/ciencia/bndg

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Cuando una persona que se sospecha que fue apropiada se niega a dar sangre para el estudio de
ADN, ¿por qué las Abuelas insisten en que se analice?
Cuando se comete un delito, cualquiera fuere, la sociedad tiene como instrumento a la Justicia
para que medie, investigue y, en caso de probarse el delito, aplique el castigo correspondiente a
los culpables. Cuando un niño o una niña es secuestrado/a y se falsifica su identidad, el Estado
tiene el deber de investigar el delito y, si se determina que los apropiadores son culpables, debe
sancionarlos.
Además, al tratarse de un crimen de lesa humanidad, originado en la propia acción delictiva del
Estado, pesa sobre éste un deber especial de esclarecimiento y de juzgamiento a los responsables.

Por otra parte, cuando se investiga si una persona fue apropiada, la única forma de saber si se
trata o no de una víctima es a través de la realización del examen de ADN. Mientras tanto, es una
potencial víctima. En cambio, está claro que las Abuelas sufren día a día la desaparición de sus
nietos y nietas. Por eso, antes del análisis de ADN, el “conflicto” de derechos en todo caso es entre
un grupo de víctimas -las Abuelas y sus familias- y una persona -potencialmente víctima pero
sobre la que no hay certeza sobre su condición-. En definitiva, estas personas tienen el deber de
cooperar con la justicia, al igual que cualquier otra.
Por estos motivos, cuando existen sospechas fundadas de que alguien podría tratarse de un o una
joven apropiado/a (secuestrado/a cuando era un bebé e inscripto/a con una partida de nacimiento
falsificada), el Estado tiene la obligación de investigar el delito de apropiación, procesar a los
culpables y, si corresponde, condenarlos. La particularidad del caso es que los nietos y nietas son
la prueba del delito, y es aquí donde comienzan las confusiones. Cuando escuchamos que “el
Estado persigue a los nietos para que se analicen contra su voluntad y no les da el derecho a
elegir” estamos frente a una falacia. El Estado no persigue al nieto o nieta, sino que tiene la
obligación de investigar si los apropiadores cometieron un delito y la única vía posible es a través
del esclarecimiento de la identidad del nieto o nieta, mediante la prueba de ADN.

Otra de las preguntas que se escucha hasta hoy en día es: Si las abuelas dicen que los aman, ¿por
qué no los dejan tranquilos?
Las Abuelas, tíos/as, hermanos/as, primos/as y demás familiares y amigos que buscan al nieto o
nieta hace más de cuatro décadas tienen el derecho a saber dónde está, si está bien, conocerlo/a y
conocer a sus hijos/as. Las nietas y nietos no fueron abandonados sino secuestrados; es por esa
razón que existe para las Abuelas y familiares el derecho a la restitución. Para terminar con estas
falsas controversias hay que tener presente que el origen del conflicto recae sobre los
apropiadores y apropiadoras, que secuestraron al nieto o la nieta y le negaron el vínculo con su
legítima familia.

La ciencia vuelve a aportar una herramienta


Finalmente, ante este dilema la ciencia volvió a responder. Con el desarrollo de nuevas técnicas, la
sangre ya no es la única vía para la extracción de ADN: se puede obtener también de otras
muestras biológicas como la saliva, el pelo, la piel, el flujo, los huesos. Es decir, es posible entonces

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extraer ADN, por ejemplo, de los restos de saliva que hay en un cepillo de dientes. A partir de este
avance, ya no fue necesario que los nietos fueran voluntariamente a dar sangre al BNDG,
alcanzaba con que la justicia consiguiera elementos personales y los llevara al Banco a analizar.
En 2009, el Congreso sancionó la Ley 26.549, o Ley de ADN, que vino a zanjar normativamente el
debate sobre intimidad e identidad.
Esta norma habilita a que un juez, mediante una orden de allanamiento, disponga extraer del
domicilio de quienes se sospecha pueden ser hijos o hijas de desaparecidos, elementos que
aporten material genético, para poder realizar la comparación con aquel almacenado en el Banco
Nacional de Datos Genéticos.
Esta ley refuerza lo que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ya había fallado anteriormente:
que la identidad no depende de la voluntad de la víctima de apropiación, sino que es deber de la
Justicia resolver este crimen de lesa humanidad.

Bibliografía utilizada
 “Entrevista a Alicia Lo Giudice” – 2019 -, coordinadora del área psicológica de Abuelas de Plaza
de Mayo y coordinadora del Centro de atención psicológica por el Derecho a la identidad
 “Historia de Abuelas, 30 años de búsqueda” – 2007 – Abuelas de Plaza de Mayo
 “PSICOANÁLISIS: Restitución, Apropiación, Filiación” – 2005 - Compilación: Alicia Lo Giudice
 “ IDENTIDAD, despojo y restitución”, Matilde Herrera y Ernesto Tenembaum – Buenos Aires
diciembre 2001- Abuelas de Plaza de Mayo
 Artículo ”La apropiación de niños y el análisis de ADN obligatorio”, de Alan Iud, ex-coordinador
del área jurídica de Abuelas de Plaza de Mayo
 Artículo “Plan sistemático de apropiación de niños”, de Alan Iud, ex-coordinador del área
jurídica de Abuelas de Plaza de Mayo
 Fundamentos Fallo Plan Sistemático Apropiación de Bebés – 2012

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