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Heart of Danger - Ghost Ops 01 - Lisa Marie Rice
Heart of Danger - Ghost Ops 01 - Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
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Lisa Marie Rice
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HEART OF
DANGER
1 Ghost Opps
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ARGUMENTO
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Capítulo 1
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Este reportero también se ha enterado de que el capitán Ward tenía invertidos varios
millones de dólares en una compañía farmacéutica rival. Los restos del capitán Ward no han
sido identificados.
Los tres miembros sobrevivientes del equipo comando de ataque, cuyos nombres fueron
eliminados de los documentos obtenidos por el New York Times, desaparecieron camino a una
corte marcial en Washington, D.C. Hay una orden de detención pendiente para su arresto.
Autor Jeffrey Kellerman
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Un año después.
Mount Blue.
Norte de California.
Su automóvil se murió.
En un momento, su pequeño y encantador vehículo eléctrico de color lavanda, que
prefería infinitamente climas templados, estaba subiendo valientemente por la
carretera helada y llena de baches y al siguiente simplemente se paró en seco.
En medio de una tormenta de nieve. De noche. En la cima de una montaña
desierta.
No había nada que Catherine Young pudiera hacer.
Oh, Dios, pensó. Ahora no.
Presionó el encendido varias veces, pero el vehículo estaba completamente
muerto. Era la última generación de vehículos eléctricos y el vendedor le había
asegurado que si algo le sucedía al motor principal, había uno auxiliar con
alimentación independiente que garantizaba que avanzaría al menos otros quince
kilómetros.
Cada indicador estaba oscuro. Ni siquiera las luces interiores se encendieron
cuando abrió la puerta del lado del conductor. Solo consiguió una aterradora ráfaga
de nieve y ventisca como un puñetazo en el rostro, e inmediatamente cerró la puerta.
Su móvil estaba muerto también. Absolutamente muerto, pantalla en blanco. Un
iPhone 15, normalmente podría hablar a la luna con él, pero ahora era un inerte,
aunque todavía elegante, pedazo de vidrio metalizado. Su tablet también estaba
muerta como descubrió cuando escarbó el asiento trasero en busca de su fiel iPad 8.
Por primera vez en su vida se negaba a encenderse. Era, también, un trozo inerte de
cristal metalizado.
GPS, muerto. Reproductor de MP3 y reloj de pulsera, muertos.
Todo muerto.
Era imposible ver nada fuera del vehículo, para medir lo cerca estaba del borde de
la carretera. La nieve era demasiado gruesa para eso. Apenas había podido ver poco
más de dos metros por delante con los faros halógenos especiales encendidos. Ahora
con un coche muerto, sin luces y ningún medio de comunicación, podría haber
estado en otro planeta.
Uno frío y hostil.
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No había contado con estar en la carretera después del anochecer, habría dado la
vuelta horas y horas antes si no hubiera tenido la compulsión de encontrar a Tom
“Mac” McEnroe tan fuerte como la compulsión de respirar. Pero no había
renunciado, ni siquiera cuando intentó en tres callejones sin salida y había tenido que
retroceder penosamente sobre surcos congelados y ramas muertas, tratando de
encontrar un camino transitable; viajando todo el día impulsada por su compulsión a
no detenerse. No se detuvo, no pudo parar, ni siquiera cuando la luz desapareció del
cielo y los primeros copos de nieve que habían caído se convirtieron en una
tempestad.
Finalmente supo que era el camino correcto cuando casi chocó contra una roca
grande, una gigantesca sombra de granito más oscura que la noche, justo en medio
de la carretera.
Por supuesto, a ella se le había dicho todo esto.
Él matará tu auto, tu móvil, tu ordenador, tu GPS y tu reproductor de música.
No en palabras tanto como en imágenes. Se había visto sentada en un vehículo en
la oscuridad y sin luces. Las imágenes no habían tenido ningún sentido entonces,
pero ahora sí.
Se le había dicho cómo encontrarlo.
Él se esconderá en alguna parte en Mount Blue. Toma el camino más desierto. La
ruta será casi intransitable. Habrá un obstáculo… un árbol caído, una gran roca.
Rodea la gran roca. Él sabrá que tú estás acercándote. Te encontrará.
Esto le había sido comunicado en imágenes también, borrosas e incomprensibles
aunque irresistibles. Ella se había encontrado en un callejón sin salida sin habérselo
pensado siquiera durante un recorrido de más de doscientos kilómetros. Había
apretado el botón de encendido del vehículo y fue como si éste se hubiera conducido
solo hasta aquí.
Solo para morir.
Así que aquí estaba, agarrando su inútil volante con dos manos sudorosas en una
carretera desierta de montaña, en un coche muerto, a altas horas de la noche.
El viento bramaba.
El último puesto humano había sido sesenta y cinco kilómetros atrás y fueron dos
tiendas y una de las últimas estaciones de gasolina que quedaban en California. Ella
le había echado una mirada curiosa mientras pasaba conduciendo. No podía
recordar la última vez que vio una gasolinera. Se veía destartalada y desierta con
harapientos y descoloridos banderines ondeando al viento.
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Su don. Su maldición.
Toda su vida había adorado el raciocino. Se había sujetado a la racionalidad con
abrazaderas de hierro, estudiando matemáticas, biología, medicina y luego
neurociencias. Tratando con todas sus fuerzas de dejar de lado el don de su vida.
Esta búsqueda loca de un hombre al que jamás había conocido, este Tom McEnroe,
iba a costarle la vida. Como la cita con la muerte en Samarra, Catherine ya no podía
escapar de su don.
El viento volvió a sacudir su coche con rabia, como reclamándolo para sí. Ella
tembló de nuevo. El frío era tan intenso que dolía. El dolor era bueno. Mientras
estuviera dolorida estaba viva, y el daño hipotérmico podía ser recuperado.
Pronto no habría dolor; estaría más allá del rescate. Y entonces no habría ninguna
vida en absoluto.
El tiempo se detuvo mientras escuchaba los latidos de su corazón en la oscuridad.
Al principio trató de contarlos para darse una idea de tiempo. Después de dos horas
había perdido la cuenta. Después de otra eternidad, sintió el momento exacto en que
su corazón comenzó a latir más lento. Su temperatura corporal había descendido.
Empezaba a deslizarse en la hipotermia. Se sentía como si ya estuviese muerta y
enterrada a gran profundidad.
Demasiado exhausta para las lágrimas, Catherine apoyó la cabeza contra el
volante, preparada para morir. Con la esperanza de que fuera rápido.
Un golpe duro y fuerte la sobresaltó. Se enderezó con el corazón palpitando
dolorosamente, tratando de entender de dónde había venido el ruido.
Inmediatamente después la puerta se abrió y un brazo la sacó a la nieve.
Permaneció allí parpadeando. Una gran mano sobre el brazo era todo lo que evitaba
que sus músculos se derrumbaran, dejándola caer sobre el suelo cubierto de nieve.
Había apenas la suficiente luz para ver. Si el hombre hubiese dado un paso lejos
de ella no habría sido capaz de verlo.
Sin embargo estaba increíblemente cerca, lo bastante cerca como para sentir el
calor de su cuerpo, la primera fuente de calor en lo que se sintió como un para
siempre.
Él era enorme, sus hombros llenaban su campo de visión, tan alto que ella tuvo
que inclinar hacia atrás la cabeza, pero no pudo ver sus facciones. Iba vestido de
negro de pies a cabeza, con un arma atada al muslo y un largo cuchillo en una funda,
el rostro cubierto con un pasamontañas de esquí negro con ojos como insectos, una
visión tan aterradora que habría gritado si tuviera aliento.
Un Grim Reaper, un ángel de la muerte moderno, venido para llevársela.
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—¿Qué quiere? —La voz era profunda y baja, sobre el aullido del viento.
Catherine estaba tan conmocionada que no podía recobrar el aliento. Una mano
grande la sacudió ligeramente, como para sacarla de un trance, y la otra se movió
hacia su rostro, y esos ojos de insecto se… ¿levantaron?
Ella estaba alucinando. El frío está ralentizando sus procesos neurológicos por lo
mucho que estaba alterando la realidad.
—¿Qué quiere? —La voz era algo más enérgica ahora, con una nota de hostilidad
en ella. Él la volvió a sacudir.
Catherine respiró temblorosamente cuando la realidad se realineó. Esto no era una
alucinación. Era un hombre enorme, vestido para la nieve, que estaba usando gafas
de visión nocturna.
—T… Tom —tartamudeó ella. Su voz era ronca, las primeras palabras que había
dicho en más de doce horas, la boca seca de terror. No había modo de que su mente
revuelta pudiera armar cualquier tipo de razonamiento. La verdad desnuda cayó por
su propio peso—. Tom McEnroe. E… ellos le llaman Mac.
Ella no tenía ni idea de quién era Tom McEnroe. Por lo poco que sabía, este
hombre nunca había oído hablar de McEnroe. O él era el peor enemigo de Tom
McEnroe. Podría abandonarla o dispararle con esa enorme arma atada a su muslo. O
bien, considerando el tamaño del hombre, matarla y arrojarla por la ladera de la
montaña con un solo golpe de aquel descomunal puño.
Lo que él hizo fue echar una capucha sobre su cabeza, poner restricciones de
plástico en sus muñecas, alzarla sobre su hombro y caminar a zancadas.
La peor pesadilla de una mujer.
Catherine apenas podía respirar por el frío. La resistencia estaba absolutamente
más allá de ella. No podía ver nada a causa de la capucha, no podía sentir las manos
o los pies y no podía pensar con claridad.
Y tendida sobre el ancho hombro de este hombre, sabía que no existía resistencia
posible para la clase de poder masculino que podía sentir. Él caminaba a través de los
montículos de nieve, en el viento aullante, llevando a una mujer adulta exactamente
como si estuviera caminando sin cargas en un día de verano. No había ninguna
sensación de tensión o esfuerzo excesivo de su parte.
Le sujetaba las piernas abajo con un brazo poderoso. Ella intentó una patada
experimental pero no pudo mover las piernas para nada debajo de su brazo.
Donde quiera que la estuviera llevando no habría ninguna diferencia dentro de un
rato. Su ritmo cardíaco estaba reduciendo la velocidad. No podía verse pero sabía
que estaba empalideciendo mientras la sangre en su cuerpo se precipitaba a su
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corazón, la última parte de ella que moriría. Apenas tenía energía para temblar. Todo
lo que podía hacer era resistir.
En el frío y en la oscuridad no había manera de contar el tiempo transcurrido, pero
después de los que parecieron horas, el hombre se detuvo.
Habían llegado a dondequiera que la estuviera llevando.
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Capítulo 2
¡Maldita sea!
Hembra loca, conduciendo hasta Mount Blue durante una tormenta de nieve en
un pequeño auto eléctrico y sin ropa de invierno. La debería haber dejado en el
ventisquero para morir.
Tom McEnroe deslizó a la mujer en el asiento del pasajero de su aerodeslizador y
frunció el ceño.
Odiaba la idea de llevar a cualquier persona ajena a la base, pero esta era una
tonta. Tenía que saber quién coño era esta mujer puesto que conocía su nombre.
Ella conocía su puñetero nombre.
Nadie sabía su nombre.
Éste había sido limpiado de todos los registros públicos cuando se unió al Ghost
Ops. Los miembros del Ghost Ops no tenían parientes, ni familia, ni amigos. Era uno
de los requisitos para unirse. Eso los hacía mejores agentes. Sin distracciones, sin
conexiones, sin apegos.
Pero esta mujer sabía su nombre. ¡Lo estaba buscando a él!
Esta era una mierda seria porque cada maldita agencia de la ley le andaba
buscando también, sin mencionar a todas la Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.
Y no iban a ser tiernos con él y sus hombres cuando le encontraran.
Se metió en el asiento del conductor y presionó el botón de encendido. El bebé se
puso en marcha con un ronroneo. Tenía un motor de avión en el aerodeslizador. Era
potente, silencioso y súper clasificado.
Jon y Nick lo habían birlado de una base súper secreta un par de meses atrás y
valía su peso en oro. Subió el calor al máximo, cubrió a la mujer con una manta
térmica y conectó el asiento calentándolo al máximo.
Volvió corriendo al vehículo de ella. La nieve casi había llenado el espacio para los
pies del lado del conductor. Agarró el bolso y una pequeña caja que tenía sobre el
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Estaba en una misión para encontrar a este Tom McEnroe, impulsada por fuerzas
que escapaban s su control. Y… Dios la ayudara… impulsada por un amor
abrumador por este McEnroe, por un hombre al que nunca había conocido.
* *
Mac condujo al asentamiento del cuartel general y entró en una caverna enorme.
Su seguridad era estricta - él mismo la había diseñado- pero los sensores remotos,
situados a los lados de la ruta escondida hacia la entrada de la caverna, habían
reconocido las señales de identificación emitidas por el aerodeslizador. Si éstos no lo
hubieran hecho, un pulso electromagnético habría apagado el vehículo mucho antes
de que estuviera a la vista de la entrada escondida. El mismo PEM que había
quemado los circuitos del coche de ella.
Y si por alguna descabellada posibilidad el vehículo no se hubiera parado en seco,
quienquiera que estuviera a cargo de los monitores de seguridad habría dado la
orden a uno de los aviones teledirigidos en lo alto y un poderoso y diminuto misil de
precisión sería soltado y dejaría un humeante cráter, algunas salpicaduras de
protoplasma y nada más.
El aerodeslizador se detuvo y los cojines de aire se dejaron caer sobre el suelo de
cemento.
Mac salió y abrió la puerta del lado del pasajero. La mujer, la doctora Catherine
Young, se quedó serena e inmóvil. Él habría pensado que era una estatua si no fuera
por el ligero temblor de sus manos. Tenía que admitir que era unas hermosas manos.
Y ella era una mujer muy hermosa, sin duda alguna tampoco.
Eso le inquietaba. Las mujeres hermosas eran problemas, siempre.
La mujer que él había sacado del gélido coche había estado blanca como un papel
de frío, alarmada, luego aterrorizada y con todo tan hermosa que él la había tomado
por una modelo. Algo cabeza hueca, estúpida y loca porque de lo contrario, ¿qué
coño estaría haciendo en su deliberadamente hecha mierda, casi intransitable
carretera, de noche, en medio de una tormenta de nieve?
Ella no era una cabeza hueca, era una doctora, eso lo enloquecía. ¿Qué mierda
creía ella que estaba haciendo?
Él había estado a punto de inventar una historia sobre estar cazando, sobre
quedarse atrapado en la tormenta de nieve y ofrecerse para llevarla de regreso a
Regent, alrededor de sesenta y cinco kilómetros montaña abajo, cuando ella dejó caer
la bomba.
Estoy buscando a Tom McEnroe.
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Mac no se sorprendía, pero eso… bueno, eso fue una tremenda sorpresa.
Después de dejar caer la bomba, no era factible llevar de regreso a la desorientada
y bonita civil montaña abajo. No era una civil y no estaba allí por casualidad.
Ésta era una mujer peligrosa.
Una mujer que sabía dónde buscarlo cuando todo el gobierno de los Estados
Unidos no tenía ni idea. Posiblemente fuera una espía, definitivamente una amenaza.
Y no iba a dejar su complejo antes de que él supiera, en principio, quién la había
enviado, por qué y cómo diablos sabía dónde buscar.
Y él no apostaría por su partida con vida del complejo.
—Fuera —dijo.
Mac entrenaba hombres duros para hacer cosas difíciles. Entrenaba hombres que
sabían perfectamente bien que serían enviados de cabeza a un peligro mortal. Solo si
los entrenaba duro permanecerían vivos. Bajo el fuego, la unión del equipo lo era
todo, y él era el líder. Estaba acostumbrado a ser obedecido al instante, porque tenía
que ser obedecido al instante. La alternativa era la muerte y no una buena muerte
tampoco.
Así que su voz de mando era la voz de Dios, gritada directamente en los oídos de
sus hombres.
Normalmente moderaba su voz de mando con las mujeres. Pero en ese mismísimo
instante estaba cabreado y suspicaz, y no estaba dispuesto a moderar su voz por
alguien que podría estar poniendo en peligro todo su mundo.
Sin importar lo bonita que fuera.
Todo el cuerpo femenino se encogió sobre sí mismo al escuchar esa única palabra
ladrada, lo cual era la reacción de cualquier pequeño animal ante la amenaza de uno
más grande. Agacharse en el suelo, empequeñecerse. Entonces, para su asombro, la
mujer se enderezó, la cabeza en alto debajo de la capucha, los hombros para atrás,
tratando de manera visible de darse coraje.
Bueno… mierda.
Mac reconoció eso.
Él sabía todo acerca de tratar de infundirse coraje en malas situaciones. Había sido
prisionero de puñeteros fundamentalistas en Yemen durante dos meses infernales en
los cuales había sido mantenido encapuchado y desconcertado, sabiendo que en
cualquier momento podía tener un puñal en su garganta o el cañón de una arma de
fuego en la nuca. Sabía con exactitud lo que ella estaba sintiendo porque él lo había
sentido.
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Si ella iba a fichar la salida, quería ir con la cabeza en alto. Tío, él sabía lo que era
eso. Lo conocía de cabo a rabo.
Por un segundo, por un momento fugaz, se identificó con ella y tuvo un destello
de lo que esto debía ser para ella. Pero luego pasó.
Joder con eso.
Él no podía permitirse el lujo de permitirse sentir nada por esta mujer. Ella había
venido hasta él. Lo había encontrado en contra de todas las probabilidades. Había
fracturado la seguridad diseñada por tres hombres que eran los más grandes
expertos del mundo y él no tenía ni idea de cómo lo había hecho.
Era una amenaza… para él, para sus hombres y para esta loca comunidad que
habían reunido en torno a sí mismos.
—Vamos —dijo, inyectando impaciencia en su voz.
Tenía que interrogarla tan pronto como fuera posible. Si esta mujer, sin importar
cuán suave, pálida y desvalida se viera, resultaba ser la punta de lanza de una
invasión, él y sus hombres tendrían que luchar. Cuanto más rápido se enterara de lo
que quería, y quién estaba detrás de ella, mejor podría defenderlos.
Ella hizo oscilar las piernas por la puerta abierta, buscando el suelo con un pie
calzado con un par de botas. Al menos había tenido la sensatez de ponerse
pantalones de lana y botas. Aunque sus piernas parecían que le llegaban hasta el
cuello, era de mediana estatura. Su pie exploró tentativamente, buscando suelo firme.
Finalmente, exasperado, Mac acomodó las manos en torno a la pequeña cintura, la
levantó y bajó sobre el suelo. Al igual que una bailarina, ella apuntó un pie hacia el
suelo y pareció aterrizar como una maldita primera bailarina.
Ella se sentía bien entre sus manos.
Dios… maldita sea.
Conmocionado, Mac dio un largo paso hacia atrás. No tenía derecho a pensar de
ese modo. Era un soldado, ahora y siempre. Él no había dejado las fuerzas armadas,
las fuerzas armadas le habían dejado a él.
En el fondo todavía era un soldado protegiendo lo suyo y esta mujer representaba
peligro. ¿Qué mierda le importaba a él si ella se sentía ligera y grácil debajo de sus
manos, si era hermosa o valiente? Eso la hacía doblemente peligrosa.
La valentía en un adversario daba malas sensaciones, él lo sabía.
¿Estaba el sexo entrometiéndose con su cabeza? Nunca había sucedido antes. El
sexo estaba fuera del cuadro cuando estaba en una misión y ahora su vida entera era
una misión, del amanecer al anochecer. Por supuesto, el sexo había sido fácil de
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descartar cuando él de hecho había estado acostándose con alguien, lo que no era el
caso en este momento y no lo había sido durante un año.
Tío, si esta mujer podría distraerlo necesitaba hacer algo al respecto lo antes
posible. Como bajar la montaña una noche, en uno de sus vehículos camuflados,
meterse en uno de los pueblos cercanos que no tenían cámaras de video, y buscarse
una mujer para la noche. O por el tiempo que tardara en sacar esto de su organismo.
Ella estaba de pie en silencio con la cabeza alta, las únicas señales de estrés era el
ritmo acelerado de su respiración y el temblor de las manos.
—Venga conmigo —dijo Mac con brusquedad y la tomó del codo, poniéndose en
camino hacia el enorme ascensor que los llevaría ochocientos metros arriba.
Ella fue obedientemente, lo cual era inteligente de su parte. Él no creía que
pudiera lastimar a una mujer, pero no quería ponerlo a prueba. Era el encargado de
la defensa, no solo de sus hombres, sino de Haven, y si tenía que elegir entre esta
mujer y aquellos a los que protegía, ella perdería.
Esperaba que no llegase a eso. En el mejor de los casos… mantenerla en
aislamiento, sacar la información que pudiera, en particular cómo sabía su nombre y
en qué dirección encontrarlo, qué quería y quién la enviaba.
Jon tenía una droga que había conseguido de un mayorista farmacéutico que
podía acabar con los recuerdos a corto plazo. Unía la droga con un anestésico ligero y
la tendría despertándose a cientos de kilómetros de distancia sin ningún recuerdo de
él, de Mount Blue o Haven.
Tiró con fuerza de su brazo y ella se detuvo obedientemente mientras él
presionaba el botón para abrir las puertas del ascensor. Cuando se abrieron la instó a
avanzar con una mano presionada contra su espalda.
El ingeniero que había diseñado el ascensor, Eric Dane, se había divertido con la
velocidad. Nunca se notaba pero la maldita cosa subía más de seiscientos metros en
treinta segundos. Era una maravilla que nadie sufriera una descompresión brusca.
Dane era uno de sus niños desamparados. El ingeniero había pasado a la
clandestinidad cuando denunció las deficiencias estructurales que había encontrado
sobre el Puente de la Bahía San Francisco y perdió su trabajo por sus esfuerzos. Dos
meses después de que hubiera presentado un informe a las autoridades sobre las
debilidades del puente, se había derrumbado en el extremo Oakland, después de un
temblor moderado de 2,1 en Halloween. Cuarenta personas murieron.
El informe de las deficiencias estructurales de Dane fue borrado de los archivos de
la compañía y él fue culpado del derrumbe. Se presentó una demanda
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Jon subió corriendo las escaleras, abrió de una patada la puerta, le echó un vistazo
a Manuel, detuvo el sangrado, lo cargó sobre el hombro y lo trajo con él a la
montaña, desafiando a Mac y a Nick.
Sin embargo, para entonces Mac y Nick estaban resignados. Su heterogénea
comunidad ya contaba con Dane, una famosa actriz cuyo rostro había sido
totalmente cortado por un acosador, una enfermera de urgencias que había tenido
que rechazar a una mujer embarazada con pre eclampsia y sin cobertura, y cerca de
otros cuarenta refugiados de la vida moderna.
Manuel había entablado una demanda contra una gran agroindustria con campos
experimentales con plantas genéticamente modificadas junto al suyo, contaminando
sus productos orgánicos. El día después de que la demanda fuera presentada, dos
matones le habían golpeado, dejando pedazos rotos de la causa judicial agitándose
encima de su sangre sobre el suelo.
La agroindustria era una rama de Farmacéutica Arka.
Manuel ahora llenaba los espacios públicos de plantas, y cultivaba dos enormes
campos de frutas y hortalizas que los abastecían a todos ellos de frutas y verduras
orgánicas frescas.
En el exilio y cazados como animales, ellos comían como reyes.
La exuberante vegetación le recordó a Mac por lo que estaba luchando y por qué
tenía que ser cauteloso con esta mujer. Todos los demás en Haven habían conseguido
llegar allí por accidente o por el destino. Pero esta mujer había venido
específicamente por él.
Abrió la puerta de la sala de reuniones y la hizo traspasar el umbral. Jon ya había
sembrado el cuarto de cámaras de video. Artefactos diminutos que ella no sería
capaz de detectar. Jon y Nick estarían observando puerta por medio.
La mujer se quedó en silencio justo dentro de la habitación. Ella no le fastidió con
que la dejara ir, no peguntó dónde estaban. Él lo encontró interesante. Mostraba
autodisciplina. ¿Era una agente?
Había una única forma de averiguarlo.
Quitándose el pasamontañas, le tocó dos veces la unidad en la muñeca,
destrabando las restricciones de ella y le arrancó la capucha.
Ella parpadeó ante la luz, orientándose.
Mac la vigilaba atentamente. Las personas veían cosas diferentes. Los agentes
estaban siempre en alerta. Ellos no se alistan por casualidad. Nacen así,
programados para los problemas, luego deambulaban sin rumbo hasta que alguien
los podía entrenar y afilar sus talentos.
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Ningún halo alrededor de esta mujer. Era demasiado suave, demasiado triste. Esta
mujer no era una depredadora. Se veía vulnerable y cansada.
A la mierda con esto.
—Siéntese —dijo.
Ella miró a su alrededor y tomó uno de los sillones en la mesa que ellos usaban
para hablar cara a cara, ignorando la larga mesa que utilizaban para las reuniones. Él
se sentó enfrente de ella. Si moviera las rodillas la estaría tocando.
Él se hundió en la blandura de la silla, asegurándose de no tocarla. Deseando no
tener que hacer esto, no tener que estar aquí interrogando a esta mujer, sabiendo que
tendría que tomar algunas decisiones difíciles si su historia no era convincente.
Porque él era el protector de su banda proscripta y si tuviera que deshacerse de
ella para mantenerlos a todos a salvo, lo haría. No le gustaría, pero lo haría.
Por defecto, él había sido designado rey de este pequeño reino. Y aunque
preferiría estar en otro sitito, estaba aquí, en su cómodo sillón. Como un soldado, él
nunca habría permitido sillones en su oficina. Nada fácil para ser un soldado, la vida
más dura, lo más rápido que aprendías. Él tenía un doctorado en adversidades.
Pero aquí, maldita sea si las personas no venían a él con sus problemas. Eran
civiles. Por mucho que quisiera, no podía ordenarles posición de firmes y dar un
informe de la situación. El mundo civil no funcionaba de esa forma. Así que había
aprendido a ofrecer a su gente una silla confortable, e incluso una maldita taza de
café - había trazado la línea en el té- esperando que fueran al grano.
Ella se sentó allí, no se relajó contra el respaldo, pero tampoco se tensó haciendo
equilibrio sobre el borde del asiento. Simplemente lo miraba, como esperando.
Bueno, entonces él comenzaría el baile.
—¿Quién coño es usted y por qué está buscando a este tipo, cualquiera que sea su
nombre?
Ella nunca parpadeó.
—Tom McEnroe. Estoy buscando a Tom McEnroe.
Mac había sido entrenado para mentir por los mejores. Sus ojos no revelaron
absolutamente nada.
—Nunca he oído hablar de él –dijo—. ¿Y quién es usted? No se lo voy a preguntar
por tercera vez, señora.
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Ella inhaló profundamente y él mantuvo los ojos en su cara. Porque esta mujer
esbelta, tenía una percha muy buena. Lo que no tenía nada que ver con lo demás, por
supuesto. Solo una observación.
Definitivamente iba a tener que bajar de la montaña la próxima semana y echar un
polvo.
—Mi nombre es Catherine Young —dijo en voz baja—. Doctora Catherine Young.
Soy neurocientífica y trabajo en un laboratorio de investigación, en los Laboratorios
Millon, a unos treinta kilómetros al norte de Palo Alto. Todo lo cual, obviamente, ha
leído en los documentos de mi bolso. También soy una experta en demencia.
Se detuvo, como si le diera tiempo a reaccionar.
Mac simplemente esperó.
La demencia, ¿eh? Tal vez ese era su problema. Estaba demente por no haberla
dejado inconsciente y abandonado a trescientos kilómetros de aquí. Sí, se estaba
volviendo loco.
No podía verlo, pero sabía que Jon estaba tecleando en su teclado virtual. La mujer
apenas había terminado de hablar cuando la voz de Jon llegó por el auricular
invisible del oído.
—Está diciendo la verdad, jefe. Catherine Anne Young, nacida el 08 de agosto de
1995. Vive en University Road, Palo Alto. –Silbido—. Tienes más títulos que mi perro
pulgas. Cum laude, también. Es una mujer inteligente. Estoy mirando su permiso de
conducir, la foto encaja y ahora estoy mirando… ah. Su documento de identidad de
la empresa. Laboratorios Millon. Todo concuerda.
Mac hizo un gesto casi imperceptible, que ella no captaría pero Jon sí.
Luego Jon continuó.
—Vaya, jefe. Millon, ¿la empresa para la que trabaja? Es propiedad de Futura
Technology. Y adivina quién es el propietario de Futura —Jon a veces se dejaba
llevar por sus propias habilidades. Mac casi podía verle, golpeándose la frente
porque, por supuesto Mac no podía responder—. Lo siento, jefe. Arka
Pharmaceuticals. Eso es para quién. Nuestra deliciosa joven doctora trabaja en última
instancia para Arka.
Arka Pharmaceuticals. Su última misión. Jon, Nick y él casi habían muerto en esa
misión y les había convertido en fuera de la ley. La información falsa de que Arka
Pharmaceuticals estaba trabajando en una forma de la Yersinia pestis como arma, la
peste bubónica, les había costado todo.
Porque no había habido ninguna plaga, Solo algunos científicos muy brillantes
trabajando en una cura para el cáncer. Porque la misión le había costado todo su
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equipo. Solo Jon, Nick y él habían escapado. Y porque él y todo su equipo habían
sido traicionados por su comandante, un hombre al que habían querido.
Eso era Arka Pharmaceuticals. Y esa era la compañía para la que esta mujer
trabajaba.
Mac no creía en las coincidencias. Ella podría tener un aspecto suave, podría no
ser un operativo en el sentido técnico y podría ser un médico con títulos saliéndole
de las orejas, pero su primer instinto era correcto.
Esta mujer era peligrosa
—Siga. —Ella se había detenido y continuaba estudiándole el rostro, como si
estuviera revelando algo. Buena suerte con eso. Su rostro no revelaba nada.
—Trabajo principalmente en el laboratorio, pero tenemos una sala de sujetos de
prueba que sufren de severa demencia de inicio rápido. Hombres y mujeres que han
ido tan lejos que no pueden recordar sus nombres, no recuerdan nada de su pasado.
Algunos apenas están conscientes. Estamos trabajando en una cura para la demencia,
una manera de restablecer las sinapsis que se han perdido. Le ahorraré los detalles
técnicos. Los protocolos son muy experimentales, muy de vanguardia, pero varios
ofrecen una gran promesa. A cada sujeto se le informó de los riesgos cuando dos
neurólogos certificaron que estaban en su sano juicio, y cada paciente firmó una
renuncia. O, en su defecto, un miembro de la familia con un poder notarial firmado.
A los pacientes se les asignó un número, algo a lo que habría objetado, pero todos
estaban más allá del punto de reconocer sus propios nombres. Sin embargo, hubo un
paciente en el grupo de protocolo, conocido como el número nueve…
Su voz se apagó y se miró las manos, tratando de pensar en qué decir a
continuación.
Mac dejó que el silencio continuara durante un tiempo. Por fin, hizo un gesto de
impaciencia con la mano.
—¿Número nueve? ¿Qué le pasaba al paciente número nueve? Además de tener
casi muerte cerebral.
Ella alzó la mirada. Tenía unos ojos realmente hermosos. De un ligero gris,
bordeados por un círculo de color gris oscuro y rodeados de unas pestañas
increíblemente largas y espesas. Posiblemente propias, ya que no parecía estar
usando maquillaje.
Mierda. ¿Qué le pasaba? Dejarse distraer por unos ojos bonitos durante un
interrogatorio que podría tener consecuencias de vida o muerte. La falta de sexo no
era una excusa. No había ninguna excusa. Se obligó a concentrarse.
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Lisa Marie Rice
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Ella se limitó a mirarlo. Su rostro era suave, abierto y vulnerable. Por mucho que
Mac quisiera leer conocimiento operacional y artimañas en su expresión,
simplemente no lo veía. Todo lo que alguna vez había aprendido sobre técnicas de
interrogatorio señalaba algo imposible. O ella era muy, muy buena, mejor que nadie
con quien jamás se hubiera encontrado, o la mujer no estaba mintiendo. No era una
amenaza para él.
Excepto… que había ido a buscarlo en medio de una tormenta de nieve. A él
específicamente.
Por supuesto que era una jodida amenaza.
—¿Doctora Young?
Ella se sobresaltó ligeramente, como si hubiera entrado en trance. Tenía líneas
blancas alrededor de su boca y su nariz estaba roja. Había conducido montaña arriba
en una tormenta de nieve y casi había sufrido hipotermia. Estaría agotada. Ahora que
pensaba en ello, buscó signos de agotamiento y los encontró. Se balanceaba
ligeramente en su silla como si sentarse con la espalda recta requiriera esfuerzo.
Mac tenía una fina membrana en su antebrazo izquierdo, que era un teclado. Se
subió la manga de su suéter y escribió bajo la mesa, trae comida y algo caliente para
beber en 30 minutos, y casi sonrió ante el regalo que le esperaba a la mujer, que no se
lo merecía.
Tenían en Haven el mejor cocinero del mundo.
Levantó las manos desde debajo de la mesa e hizo un gesto impaciente.
—¿Qué pasa con ese número nueve? ¿Quién era él?
—El número nueve era un hombre corpulento, de cincuenta y tres años de edad,
de acuerdo con su expediente, a pesar de que parecía mucho mayor. Los pacientes
con demencia a menudo aparentan diez e incluso veinte años más de los que tienen.
Son incapaces de cuidar de sí mismos y envejecen rápidamente. El archivo del
número nueve decía que era un hombre de negocios que había trabajado para una
serie de empresas, la rotación era extremadamente rápida en los cuatro años
anteriores. Esto es consistente con un diagnóstico de un trastorno de demencia. Le
contratarían sobre la base de su trayectoria, luego la empresa descubriría que no
estaba a la altura. Y entonces pronto, la trayectoria fue uno de fracaso. Divorciado,
sin hijos. Su plan médico no cubría una casa de reposo. Se inscribió él mismo en el
programa, mientras todavía era capaz de firmar documentos. Todo era normal, si
algo de estos pacientes se puede considerar normal.
Sus ojos se posaron en una jarra y carraspeó.
—¿Puedo tomar un vaso de agua?
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Le sirvió un vaso y ella bebió, ese largo cuello blanco tragando. Cuando Mac
se dio cuenta de que estaba observando con avidez cómo bebía, apartó la mirada.
Cristo.
—Gracias. —Puso el vaso sobre la mesa y le sonrió. Él no le devolvió la sonrisa.
No era una situación para sonreír. Pero en lo que se refería a sonrisas, la suya era un
mil en una escala de uno a diez. Un poco tímida, cálida. Creaba un hoyuelo pequeño
en la mejilla izquierda.
Oh, joder. Vuelve a la tierra.
—Así que algo sobre este tipo, este número nueve, ¿no encajaba?
—Había algo en él que sí, que era inusual. Hemos desarrollado una resonancia
magnética funcional semiportátil y la usamos para rastrear cambios en los escáneres
cerebrales de los pacientes. Ver lo que estimula diversas partes del cerebro, en
particular en el marco del protocolo de drogas.
»La demencia tiene muchos orígenes. A veces se trata de una serie de mini
accidentes cerebro vasculares que cortan el oxígeno a secciones del cerebro,
convirtiéndolas esencialmente en tejido muerto. El Alzheimer es el resultado de
placas que enredan las sinapsis, exactamente como si el cerebro se apelmazara. Todos
ellos tienen distintas firmas de resonancia magnética. El número nueve tenía algo
más. El escáner del cerebro de este paciente no tenía sentido para mí. Su cerebro
estaba dañado de una manera completamente nueva. Los síntomas clínicos eran
compatibles con la demencia, pero las imágenes no. Los pacientes con demencia
tienen una degradación general global de funciones, ya sea debido a apoxia o placas,
en el caso de la enfermedad de Alzheimer. Principalmente centrada en el hipocampo.
Aquí estaba viendo la degradación del núcleo estriado, algo inusual. Los patrones
eran extraños. Si no hubiera visto al paciente, habría dicho que su cerebro había
sido... destruido por una fuerza externa. Un poco como una manta echada sobre las
funciones superiores. Pero en el fondo, el escáner mostró una gran actividad, como
incendios. Trató de comunicarse verbalmente, pero no estaba funcionando. Se agotó.
Los pacientes con demencia olvidan las palabras. No parecía que este paciente
hubiera olvidado las palabras sino que era físicamente incapaz de pronunciarlas.
Aunque Mac todavía no veía la conexión, el hecho de que se tratara de una
empresa controlada por Arka Pharmaceuticals lo convertía en su asunto.
—Así que... ¿qué? ¿Le leyó la mente?
Su sarcasmo obtuvo más reacción de lo que pensó. Ella se sacudió un poco y abrió
los ojos de par en par.
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aún más importante que la insignia, al parecer, era encontrar a ese Tom McEnroe y
darle un mensaje.
—¿Y de qué mensaje se trata? —Preguntó Mac, con tono desinteresado, aunque su
corazón había iniciado un golpeteo bajo, muy dentro de su pecho. Esto iba mucho
más allá de lo que se había imaginado.
Los tres habían asumido simplemente que Lucius había desaparecido con su
dinero a alguna isla del Caribe o algún enclave en el sudeste de Asia. Si había un
hombre en el mundo que supiera desaparecer, ese era Lucius Ward. Era un maestro
en ese arte.
A menudo habían especulado con amargura cómo estaría en un paraíso tropical,
un hombre rico, mientras ellos vivían fuera de la ley.
¿Y ahora resultaba que estaba en algún laboratorio a solo trescientos kilómetros de
aquí? ¿Herido y enfermo? Por un momento, Mac luchó consigo mismo. La idea del
jefe herido, enfermo y solo era imposible de soportar. No podía quedarse sentado, las
manos literalmente le picaban por ponerse en marcha, por ir a buscar al capitán que
era...
El hombre que les había traicionado. Mac tuvo que recordárselo. El capitán les
había traicionado, los llevó a una trampa, les dejó morir.
Ella abrió la mano y estudió la pequeño insignia pensativa, como si pudiera
encontrar ahí las respuestas.
—Dijo, dijo que tenía que encontrar a este… este Mac. —Ella levantó la cabeza y
Mac vio dolor y tristeza en sus enormes ojos grises—. Dijo que cuando le encontrara
le dijera Código Delta. No sé qué significa eso.
Pero Mac sí.
Peligro.
* *
El enorme hombre se echó hacia atrás en su silla, golpeó ligeramente con el puño
el escritorio. El corazón de Catherine saltó a pesar de que él no estaba emitiendo
vibraciones de peligro. O más bien, a pesar de que parecía peligroso, muy peligroso,
no parecía fuera de control, y no la había amenazado directamente.
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Los hombres más violentos sujetaban su temperamento con una correa corta.
Tardaban muy poco en soltarse y cualquier cosa podía hacerlo. Una palabra
equivocada, una mirada equivocada.
Catherine había salido una vez con un hombre así. Se habían conocido en una
librería, buscando el mismo libro. Habían tomado café en el Starbucks de la tienda y
él la había invitado a cenar la noche siguiente. Catherine no se fiaba de los hombres,
pero le había parecido tan agradable, de voz suave, divertido e inteligente. No se
habían tocado pero le había gustado. Habían tenido una gran cena. De vuelta al
coche, había decidido dejar que la besara y aceptaría otra invitación a cenar. Y tal vez
el fin de semana le invitaría a almorzar.
Agradable y lento. Como le gustaba.
Y él se inclinó, cerró el puño en su pelo y la besó con fuerza, agresivamente,
abriéndole la mandíbula con la otra mano y empujando con la lengua. La tomó
completamente por sorpresa y ella se resistió.
A él le gustó. Oh, sí que le gustó. Mucho.
Y lo que era por dentro, bajo esa apariencia agradable, suave, corrió como el hielo
sobre su piel. Remolinos de violencia llenaron su cabeza, teñidos de rojo y calientes.
La enfermedad pulsó atravesándola en oleadas nauseabundas, estuvo a punto de
abrumarla. Había estado allí todo el tiempo y ella no lo había visto porque no le
había tocado. Reconoció en su beso que la violencia le llenaba, como si su piel fuera
un saco lleno hasta el borde con ella. Todo lo que necesitaría sería la más mínima
abrasión y la piel se rompería y la agresión y la violencia saldrían como un geiser.
Le había empujado y corrido a su pequeña casa, cerrando la puerta detrás de sí,
jadeando. Escuchó hasta que, por fin, escuchó sus neumáticos chirriar cuando se
marchó rápidamente.
Aquella noche había sido como un punto de inflexión, el punto más bajo de su
vida. Después de cerrar la puerta, se había deslizado por la pared, acurrucándose
sobre sí misma y temblando durante horas.
Se le había ocurrido desde la primera vez que tal vez eso era así. Nunca iba a
mejorar. Había juzgado mal al hombre porque se mantenía aislada. Y se mantenía
aislada porque su don lo envenenaba todo cada vez que quería acercarse a alguien.
El episodio la asustó tanto que no había tocado a un hombre desde entonces, por
miedo a que fuera alguien más lleno de violencia.
Esa no era la impresión que estaba consiguiendo aquí, aunque claro, no le estaba
tocando. Lo que tenía era granito impenetrable. Enorme autocontrol. Lo que había
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debajo era invisible. Podría ser violencia, tal vez no, pero fuera lo que fuese, no iba a
erupcionar. No iba a salir en absoluto.
Ella le miró a los ojos. Las mujeres tendían a mirar a la gente a los ojos, pero
algunos hombres lo interpretaban como una agresión, como una falta de respeto, y
respondían en consecuencia. No tenía la sensación de que este hombre estuviera
fuera de control. Por el contrario. Cada línea de su gran cuerpo permanecía inmóvil,
claramente atada a su voluntad.
A pesar de que estaba armado hasta los dientes.
Tenía una pistola grande y negra atada al muslo derecho y un cuchillo grande y
negro en una funda en el otro. No los necesitaba. Todo su cuerpo era un arma. Había
poder en todas las líneas de su cuerpo. Atado, potente, inconfundible.
Su ropa de invierno era de alta tecnología, un material fino negro no reflectante, y
mostraba su cuerpo, uno de los cuerpos más fuertes que jamás había visto. Hombros
extra anchos que se estrechaban en una esbelta cintura, muslos largos y poderosos,
brazos largos y manos grandes en los extremos.
Verdaderamente era un hombre formidable y la había mirado con el ceño fruncido
durante todo el interrogatorio. Feroces ojos oscuros fijos en los suyos, como si
estuviera esperando atraparla en una mentira. Bueno, ella estaba demasiado
empapada en neurolingüística como para cometer ningún error en el desplazamiento
del ojo incluso si estuviera mintiendo. Conocía exactamente el lenguaje corporal
necesario para transmitir veracidad. Si quería mentir, solo una resonancia magnética
lo mostraría porque ella no podía obligar a su cerebro a iluminar áreas específicas.
No estaba mintiendo, así que no era un problema, pero la calidad de la atención
del hombre era tal que estaba segura de que desenmascararía las falsedades que
provinieran de cualquiera que quisiera desenmascarar.
Todo su lenguaje corporal era cauteloso. No confiaba en ella, ni una pizca. ¿Había
hecho algún tipo de movimiento agresivo o incluso evasivo? No había duda de que
él tendría reflejos tan rápidos como los de las serpientes. Así que se quedó quieta.
Pero ahora había cumplido la misión a la que un hombre enfermo la había
enviado, una que había sido incapaz de rechazar. Estaba hecho, para bien o para mal.
La tensión la estaba abandonando y tenía que obligarse a permanecer recta en la silla
y no desplomarse por el cansancio. Desafortunadamente, estaba sentada en una silla
increíblemente cómoda, así que quizás él no realizara interrogatorios de forma
regular en esta sala.
La mayoría de los interrogatorios tenían lugar en ambientes incómodos.
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No miró alrededor, pero había visto lo suficiente para saber que era una
habitación cómoda, incluso agradable. Se suponía que las salas de interrogatorio no
eran agradables, se suponía que debían ser austeras e imponentes. Algo así como una
celda de la cárcel, que es donde ibas si mentías.
¿Qué hora era? Debía de ser cerca de la medianoche. Había dormido mal la noche
anterior, desconcertada por el paciente nueve.
El paciente nueve, Lucius había sido tan desesperadamente insistente, que su
fuerza de voluntad la había inundado, haciendo que le hormigueara la piel. Las
imágenes que procedían de él habían sido tan fuertes, las más fuertes que jamás
había tenido. Como si las barreras entre ellos se hubieran disuelto y ella estuviera en
su cabeza dañada. Había imágenes, verdaderas, no palabras, salvo ese nombre,
murmurado entrecortadamente una y otra vez. Tom McEnroe. Mac. Mac. Mac.
Las imágenes eran claras. La montaña. Carreteras solitarias y cortadas. Obstáculos.
Un coche muerto.
Y, horriblemente, su propia muerte. Quietud fría, su cuerpo en una camilla de
acero con surcos. Un cuerpo dispuesto para una autopsia.
Lucius Ward estaba enfermo, pero no a las puertas de la muerte. Su
electroencefalograma era patológico pero su corazón y sus pulmones funcionaban
bien. Pero la imagen era insistente. Esperaba morir pronto.
Ayer había estado agitado, tratando desesperadamente de hablar, aferrándose a su
brazo con una mano esquelética que aún tenía una fuerza sorprendente. Su garganta
chasqueaba una y otra vez, las palabras no salían, solo un hilillo de aire escapaba de
su boca, con un zumbido corto. Los ojos sobresalían, los tendones de su cuello
delgado se tensaron. Abrió y cerró la boca con un repiqueteo de dientes.
Sus esfuerzos para hablar eran tan desgarradores que no pudo soportarlo.
Inclinándose hacia él, con la mirada fija en la suya tan salvaje y desesperada, llevó el
oído a su boca.
Él logró una palabra.
—Corre —susurró y a ella se le puso la piel de gallina.
Preocupada, Catherine había ido a casa. No podía comer, no podía dormir, y, por
fin, a la mañana siguiente decidió seguir a las imágenes en su cabeza. Algo sobre el
miedo salvaje que él le había inculcado le impedía llamar diciendo que estaba
enferma. Simplemente se fue.
El hombre de negro se levantó de repente y la miró.
—Quédate aquí —le ordenó y salió.
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Quédate aquí. Bien, ¿dónde iba a ir? La puerta se abrió para él y se cerró detrás de
él antes de que pudiera pensar en salir por allí.
Bajó la mirada hacia la mesa. El grano de la madera era inusualmente fino y se fijó
en él hasta que la cabeza cayó. Se enderezó. Casi se había quedado dormida en la
silla.
¿Iban a dejarla aquí toda la noche? Solo había dos sillas. Tal vez podría utilizar la
otra para las piernas y tratar de dormir un par de horas de un sueño incómodo.
Se movió inquieta, rígida y dolorida, el cansancio se filtraba en sus huesos. El
hambre y la sed se añadían a la incomodidad del agotamiento. Volvió la cabeza para
mirar la puerta. No había picaporte. De alguna manera se había abierto para el
hombre de negro y cerrado de nuevo sin que le hubieran dado ninguna orden visible.
No había ningún teclado, e incluso si lo hubiera, no tenía el código.
La puerta se abrió de nuevo suave e inesperadamente y se giró en su silla, el
corazón le latía con fuerza, los músculos tensos por el peligro.
Pero no había peligro, solo era un muchacho adolescente sosteniendo una bandeja
grande. Se quedó tan sorprendida que cuando pensó en reaccionar, en entablar
conversación con el chico, para tratar de sonsacarle alguna información, ya se había
ido, la puerta se abrió y se cerró para él como si genios invisibles habitaran el lugar.
Un cuerno de la abundancia se extendía ante ella. Su estómago gruñó en voz alta,
los olores maravillosos provocaron algún tipo de intensa reacción endocrina.
Su mano tembló mientras cogía lo primero que tenía cerca de la mano. Un taco.
Pero no cualquier taco, oh no. Tal vez era el hambre extrema, pero el sabor era
increíble. Harina de maíz molida, tomates frescos, carne picante perfectamente
cocida... incluso la lechuga estaba deliciosa. El mejor guacamole hecho en casa que
jamás había probado. Una patata asada al horno con crema cuajada fresca y cebollino
recién picado. Una ensalada de sabrosos tomates rojos rociados con aceite extra
virgen de oliva. Una enorme porción de la mejor tarta de melocotón que jamás había
probado, tan buena que casi se echó a reír cuando se llevó el tenedor a la boca.
Una jarra de zumo absolutamente recién hecho. Podía saborear las manzanas, las
zanahorias y un toque de limón. Bajó por su garganta reseca como un sueño y fue
como estar en un jardín en un día de verano.
Oh, tío, si la iban a matar, por lo menos le estaban sirviendo la mejor última
comida de nunca.
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Capítulo 3
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Lee y Yu habían estado trabajando en el proyecto durante cuatro años, desde que
Lee se dio cuenta del potencial del proyecto Guerrero. Yu era su conducto al
Ministerio de Defensa a través de canales cifrados de onda larga. La NSA era
demasiado buena para confiar en el plan de la transmisión vía satélite. Se
comunicaban a través de la tierra mientras construían el proyecto Guerrero desde
cero.
Lee había pensado que a China le llevaría cientos de años dominar el mundo. Lo
que habría estado bien. China siempre había adoptado una visión a largo plazo.
América operaba sobre una base trimestral. Tres meses era un horizonte de tiempo
ridículo. China operaba en base a siglos.
Pero con Guerrero, China podría tomar el control del mundo en un año. Y Lee
regresaría triunfante a la tierra que nunca había olvidado, un héroe y un hombre
poderoso. El hombre que había sido la última arma en manos de China.
Él, Charles Lee, iba a hacer historia.
Súper soldados. El sueño de toda fuerza militar desde siempre. Más inteligentes,
más rápidos, más duros. Los americanos tenían un héroe de cómic para esto, el
Capitán América. Sin embargo, Lee y Yu iban a crear uno real, el capitán China.
Hasta ahora todo estaba en marcha.
Con la excepción del laboratorio de Cambridge, y el General Clancy Flynn se
había ocupado de eso, las cosas iban bien a pesar de que algunos problemas técnicos
continuaban. Pero en general, el plan estaba dando sus frutos a lo largo de la línea de
tiempo programada.
Sin embargo, el fiasco del laboratorio de Cambridge había proporcionado algunas
ventajas. Tres talentosos soldados, verdaderos guerreros con los que experimentar.
Tres hombres con los que podía hacer cualquier cosa, estudiarlos a su antojo.
Era terreno perfecto para probar sus protocolos. Artificialmente dementes, traerlos
de vuelta luego cosechar sus cerebros y analizar el tejido neurológico. Probarlo en
guerreros habría sido imposible si se trataran de mentes y cuerpos sanos, pero habían
sido reducidos a cáscaras físicas y mentales y eran inofensivos.
Se centró de nuevo en lo que Baring había dicho.
—¿Qué pasa con la doctora Young?
—La doctora Young no se ha presentado a trabajar, señor. Se nos informó hace
apenas una hora.
—¿Ha llamado diciendo que está enferma? —preguntó Lee a Baring.
—No, señor. Y no está en casa. Lo hemos comprobado.
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Lee sintió una mínima punzada de inquietud. La doctora Young estaba justo en el
medio de los análisis de las dosis beta. Era una investigadora dedicada. No ir a
trabajar era tan inusual como para asegurar una alarma.
No tenía ni idea de en qué estaba trabajando realmente, pero si alguna vez
conseguía toda la imagen, como había hecho el doctor Bryson, sería muy peligroso.
Pero Bryson había sido escéptico por naturaleza y Young no.
—Podría no contestar el timbre de la puerta.
—Cuando digo “no está en casa", señor, quiero decir exactamente eso. Se
realizaron búsquedas en la casa. No había nadie dentro.
El escalofrío se hizo más fuerte. Esto no era típico de la doctora Young.
—¿Has rastreado su móvil?
La voz de Baring se enfrió. Sus palabras fueron staccato.
—Sí. Señor. No transmite.
Esa había sido la manzana de la discordia. Baring quería inyectar micro
rastreadores en cada investigador del campus de Millon, pero Lee había denegado la
petición. Había un enorme coeficiente intelectual en el lugar. Sólo se necesitaría que
un investigador lo averiguara y la noticia se extendería y habría mucho que pagar.
Lee se aseguraba que los científicos que trabajan en las instalaciones de Millon
vieran el proyecto a través de la paja, pero eran hombres y mujeres muy brillantes y
eran perfectamente capaces de sumar dos más dos. Esa era la razón de que la
estancia media en Millon fuera de seis meses. Había hecho una excepción con
Catherine Young porque Lee sentía que su trabajo no debía ser interrumpido y otro
científico necesitaría seis meses para ponerse al día con velocidad.
La tarea de Young era hacer un mapa de imágenes de resonancia magnéticas de
las mentes alteradas, creando una línea de base para futuras investigaciones. Su
trabajo tenía que permanecer confidencial, por lo que Lee había planeado que Baring
la eliminara una vez que el mapa estuviera completo, en lugar de transferirla.
La joven sabía mucho. Más que suficiente para crear problemas.
La mantenía bajo vigilancia. Vigilancia en la que Baring había sido muy estricto al
principio, pero nada se había presentado y habían decidido que podían rebajarla un
punto o dos.
Y ahora se había deslizado a través de su red.
—¿Qué pasa con el coche?
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familiarizado con su espectacular carrera militar. Baring era ex−militar, pero venía de
la infantería. Por lo que Ward siempre había estado por encima del nivel de pago de
Baring.
Esto no era nada. Y, sin embargo... que Catherine Young desapareciera después de
trabajar con Ward no era bueno.
Ward era la clave, Lee estaba seguro de ello. Estaban tan cerca, tan cerca. SL—57
no había funcionado, pero cada iteración sucesiva les acercaba a su objetivo. Un
cóctel de virus de hormonas y estimulantes químicos transmitidos a los
neurotransmisores y potenciadores del músculo estaba siendo afinado. En la
actualidad, el protocolo para mejorar la inteligencia y la rapidez de reflejos causaba
fulminante demencia en la mayoría de los pacientes, pero estaban más cerca de la
comprensión de la causa y revertir el efecto. SL—58 estaba siendo probado. Ahora
mismo, de hecho.
Había sido un proyecto secreto del gobierno conocida por el nombre inofensivo de
Liderazgo Estratégico que Lee había dirigido bajo las órdenes del general Clancy
Flynn, el dinero provenía de un fondo negro controlado por Flynn. Flynn estaba
retirado, director ejecutivo de una empresa de seguridad privada. Lee sabía que
Flynn quería crear un ejército privado imparable a través de SL.
Flynn estaba canalizando dinero privado para la investigación de Arka en los
laboratorios Millon. Estaba bombeando cerca de diez millones de dólares al año en el
proyecto de Lee. Las proyecciones de Flynn eran de mil millones de dólares en
ganancias el primer año, y el doble a los tres años una vez que el proyecto fuera
viable.
Pero Lee no tenía ninguna intención de dejar que Flynn pusiera las mano sobre el
SL una vez que estuviera perfeccionado. Millones de viales de las primeras dosis
efectivas iban a ir directamente hacia la República Popular de China para fabricarlo a
escala industrial y sería administrado sistemáticamente a los siete millones de
soldados y a los cuarenta millones de tropas de reserva. Se convertirían literalmente
en imparables. China sería imparable.
Cuando el programa secreto comenzó siete años antes, se le había dado el anodino
y el genérico nombre de LE para el Liderazgo Estratégico. Pero Lee sabía lo que SL
representaba para Shen Li.
Guerrero.
Había esperado, por simetría, que el cerebro de un guerrero le diera a él y a su
país los medios para conquistar el mundo. Sería adecuado. El capitán Lucius Ward
era uno de los mejores guerreros que América había producido nunca.
Pero tal vez no era así. Lástima.
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Esperaría otro día o dos para que la doctora Young apareciera. Si no lo hacía, él
terminaría con el Capitán, haría la autopsia cerebral y seguiría adelante. La fórmula
estaba cerca.
La hora de China casi estaba aquí.
En pocas horas estaría viendo los resultados de las pruebas de la versión beta que
podría ser la fórmula correcta. Si funcionaba, estaba a meses de su objetivo, una
China triunfante.
Mount Blue
—Bueno, ¿qué coño sabemos de ella, además del hecho de que es inteligente y
disfruta de los buenos tacos? —preguntó Nick Ross. Su rostro moreno y duro era tan
inexpresivo como el de Mac.
Estaban en el estudio de Mac, viendo a Catherine Young en sus monitores 3D.
—Bueno, sabemos que ella es un bombón —dijo Jon alegremente—. ¿Qué? —
Abrió las manos cuando Mac y Nick se volvieron hacia él—. Es un bombón. Ese pelo,
esos ojos, esas tetas...
—Jon... —Nick dejó escapar un largo suspiro, un intento de moderación.
Nadie creería que Jon Ryan pudiera ser otra cosa que un Chico Surfero. Cabello
rubio veteado por el sol, actitud relajada, una debilidad por las camisas hawaianas
realmente chillonas y las mujeres, era tan letal como Mac o Nick, pero no lo
mostraba.
Los hombres instintivamente se apartaban fuera del camino de Mac y Nick, pero
siempre subestimaban a Jon y siempre lo lamentaban mucho después. Si vivían lo
suficiente para sentirlo.
—Dice que está tratando el capitán –les recordó Mac en voz baja, y fue como una
piedra grande y oscura cayendo en un estanque—. Está vivo y está cerca, según ella.
No está sorbiendo bebidas tropicales en Bali y no está viviendo río arriba en el río
Mekong y no está en Tayikistán. —Algunas de sus especulaciones favoritas porque
Lucius estaba íntimamente familiarizado con esos lugares. Como él estaba
íntimamente familiarizado con Colombia, Sierra Leona y las islas más remotas de
Indonesia. Si era difícil y remoto, Lucius lo conocía. Sus especulaciones de que
podría estar en Bali con un par de mujeres y una mansión habían estado teñidas de
amargura porque esa nueva vida de lujo había sido comprada con sus vidas.
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—Caliente o no, vamos a tener que conseguir más información. Está mintiendo
sobre el capitán, pero sabe algo y vamos a tener que averiguar qué. –La voz de Nick
era baja. Les miró a los ojos—. Por cualquier medio posible. Aunque yo no
aconsejaría tratar de follarla. No hay tiempo para ello, ni siquiera para ti, Jon.
Jon exhaló un suspiro de pesar. Ninguno de ellos era capaz de hacer daño a una
mujer, pero Jon había seducido su cuota de información a mujeres
Mac no. Las mujeres no se enamoraban de Mac. A las mujeres ni siquiera les
gustaba mirarlo. Una mirada a su cara y salían gritando o decidían que era bueno
para una cosa y sólo una cosa, una follada. Después se iban.
Bien para él. Había nacido feo, con rasgos grandes e irregulares. Un oponente que
había tenido un cuchillo en la bota le había cortado la cara le había marcado un lado
de su cara, y luego el fuego de Arka que le había quemado el otro lado de su cara se
había ocupado del resto. La mayoría de la gente se estremecía al verlo por primera
vez. Evitaban mirarle como si mirarle pudiera provocarles daño como esa dama
griega con las serpientes en lugar de cabellos que convertía en piedra a todo aquel
que la miraba.
Había tenido una vida muy dura y eso se reflejaba en su rostro. A Mac le
importaba una mierda. En el ejército, hacía lo que tenía que hacer y lo hacía bien, y
su aspecto no suponía ninguna diferencia en el resultado. La única vez que pensaba
en ello era cuando trabajaba encubierto, porque era recordable. No en el buen
sentido.
—Mac podría tener mejores posibilidades que yo —dijo Jon, meneando las cejas—.
Con esa careto tan atractivo.
—Ya basta —gruñó Mac. No tenían tiempo para esto.
—No, tío. Lo digo en serio. —Jon se puso serio de repente con una extraña
expresión en su apuesto rostro. Mac le había visto arrasar a sus oponentes con su
encanto, esgrimiendo esa sonrisa brillante y alegre, mientras deslizaba el cuchillo. Su
rostro no estaba hecho para la seriedad. Verlo tan sobrio y serio era extraño—. A la
chica le gustas.
Mac no se sorprendía con facilidad, pero sintió que se quedaba boquiabierto y
luego cerró la boca de golpe.
—¿De qué coño estás hablando?
—¿La chica? —insistió Jun—. ¿La doctora? ¿La que acabas de pasar una hora
interrogando? ¿La recuerdas? ¿La que estamos vigilando?
—Puede, Jon. –La voz de Nick bajó con amenaza.
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* *
La comida era tan buena que podría haber merecido que hubiera tardado tanto.
Catherine habría jurado que su estómago estaba tan lleno de nudos que apenas
sería capaz de tragar algunos bocados, pero al mero olor de la comida, el estómago se
abrió como una puerta.
Tal vez, pensó, era su animal que quería vivir. La parte reptil de su cerebro
despertando, presionando por la supervivencia.
Había pasado su infancia y adolescencia suprimiendo el cerebro reptil, creyendo
que su regalo provenía del inconsciente. Nunca se dejaba llevar por la emoción, por
la necesidad, nunca.
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Lisa Marie Rice
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Y sin embargo, su parte científica sabía que era una tontería. Lo que le permitía
leer emociones, no era algo que pudiera ser exorcizado de su vida. Podría ser
suprimido por un tiempo, seguro. Debería saberlo porque era la Reina de la
represión.
Pero cuando volvía con fuerza, era tan fuerte que era incontrolable.
Tal vez por eso había reaccionado tan fuertemente a Nueve. A Edward Domino,
alias Lucius Ward. Había llegado a su vida después de un largo período de
represión. Se había sumergido en sus estudios, cortando la mayoría de las relaciones
humanas, desde luego de cualquier persona que pudiera provocar una reacción
emocional o sexual, y pensó que se había librado del dragón.
Pero el dragón había caído en picado con sus alas negras y doradas, exhalando
fuego.
Su don no se había debilitado con la represión, se había vuelto más fuerte.
La lectura más clara que había tenido en toda su vida de otro ser humano había
sido la del paciente Número Nueve. Lucius Ward. Clara como el cristal, tan
específica que era como si hubiera recibido instrucciones escritas.
Todas sus otras lecturas habían sido en su mayoría vagas y borrosas. Podía captar
las principales emociones, miedo, odio, amor oculto, vergüenza, ambición, como si
captara los tonos altos de una sinfonía. Otras emociones debajo habían sido más
difíciles de captar o interpretar.
Esto era algo que estaba muy lejos de los pilares tranquilizadores de la ciencia que
sostenían su mundo. Esto era otra cosa. El hecho de que estuviera aquí, que hubiera
sido impulsada aquí por fuerzas fuera de su control, era una cuestión de puro instinto.
El instinto le decía que comiera y bebiera y lo hizo.
En el instante que apuró el final de aquel zumo increíble, sintiendo mil millones
de vitaminas corriendo por su sistema, la puerta se abrió de nuevo suavemente y se
giró para ver al enorme hombre de negro entrar en la habitación.
Se acercó a la otra silla y se sentó.
Por primera vez, Catherine notó cómo se movía. Era enorme, pero se movía con
gracia, como un atleta. Obviamente, era un atleta, entre otras cosas. Tenía el cuerpo
de un defensa descomunal, los músculos abultados eran evidentes incluso bajo la
ropa. Se había quitado la ropa exterior resistente e impenetrable que era como un
exoesqueleto y ahora vestía una sudadera color negro, pantalones negros y botas
negras de combate. Se había recogido las mangas de la sudadera, mostrando unos
antebrazos fuertes y musculosos con venas muy pronunciadas. Su cuerpo había
incrementado las venas para bombear más oxígeno a los músculos. Un sistema
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automático de respuesta corporal que no podía ser fingido y que hablaba de horas y
horas de ejercicio.
O de lucha. Porque él era un guerrero, no un atleta. Las armas en sus caderas se lo
mostraban.
Se sentó frente a ella y la miró, con esos ojos oscuros sin parpadear.
Había una leve disminución de las fuertes olas de sospecha que le habían envuelto
como humo. Aunque estaba muy lejos de darle la bienvenida o incluso confiar, no
había hostilidad manifiesta.
—Gracias por la comida —dijo cortésmente.
Él inclinó la cabeza.
—De nada. —La profunda voz de bajo retumbó en la habitación.
—Estaba más hambrienta de lo que pensaba.
Tal vez podría engañarlo, y él respondería lo noté. Estaba absolutamente
convencida de que había una cámara en la habitación, aunque era invisible. Hoy en
día, las videocámaras estaban en parches pegadas en las paredes, en pomos de las
puertas y en los alfeizares de las ventanas. Habrían observado cada movimiento, y
desde luego estaba siendo observada en estos momentos.
Pero le subestimó. Él ni siquiera parpadeó.
Bien. Prueba con otra táctica.
—Me sorprende que me diera de comer.
Él entrecerró los ojos.
—No quiero matarla de hambre. Lo único que quiero es que se vaya.
—Lo entiendo. –Catherine se inclinó hacia adelante sobre los antebrazos—.
También entiendo que voy a terminar a varios centenares de kilómetros de aquí con
un dolor de cabeza y sin memoria alguna de las últimas veinticuatro horas, o tal vez
hasta cuarenta y ocho horas, dependiendo de la dosis del Lethe. Mi empresa lo
inventó. En casa lo llamamos MIB. Por los Hombres de Negro. Sólo que no es una luz
que brilla en tus ojos, son gotas en un vaso. Así que me gustaría darle las gracias por
no MIBear el zumo de manzana y zanahoria, porque tengo algunas cosas más que
decir antes de que lo haga.
¡Ajá! Alguien menos hábil que ella leyendo el lenguaje corporal lo hubiera pasado
por alto porque él no movió ni un músculo a excepción de una contracción
involuntaria del músculo esternocleidomastoideo en la mandíbula derecha. Ni todo
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* *
—Cuéntale la verdad, Mac —dijo la voz de Jon en la oreja—. Creo que el tiempo
para los juegos ha terminado.
—Sí —se hizo eco Nick, siempre lacónico.
Mac permaneció sentado con los ojos entrecerrados y mirando a la mujer con
cuidado. Ella estaba completamente inmóvil bajo su mirada. No podía leerla, nada en
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absoluto. Podría estar diciendo la verdad, podría haber sido enviado por su ex
comandante traidor, Lucius Ward, para atraparlo. Podría haber sido enviada por los
malditos marcianos por todo lo que podía decir.
Mierda. Había sido entrenado en técnicas de interrogatorio. Todos ellos lo habían
sido. No le gustaba la tortura, no para conseguir información. Si tenía que eliminar a
alguien, lo hacía sin llamar la atención. El dolor no siempre era útil si querías la
verdad. Casi todo el mundo diría cualquier cosa, cualquiera que el interrogador
quisiera escuchar, sólo para calmar el dolor, para que desapareciera. Pero había
interrogado a su cuota de imbéciles y los había hecho hablar y el dolor había estado
involucrado.
Hombres como Mac o Jon o Nick no hablarían bajo ninguna condición. Habían
sido entrenados para resistir la tortura, pero más allá del entrenamiento de
resistencia, eran irrompibles. Habían sido seleccionados y probados por ese rasgo,
luego endurecidos, como acero. Y la mayoría de las veces tenían un discreto método
de suicidio con ellos.
Sólo comprueba. Trata de golpear un cadáver en busca de información, imbécil.
Así que lo sabía todo sobre romper a la gente…
Mierda.
No podía hacerlo con esta mujer. Simplemente no podía.
¿Qué coño le pasaba? Ella le había encontrado. Nadie podía encontrarle.
—Empieza por arriba –dijo—. De principio a fin. Y hazme creerte o serás MIBeada.
Ella suspiró.
—Está bien. Mi nombre es Catherine Young. Alguien de su equipo —miró
alrededor de la habitación, pero las videocámaras eran invisibles—, tal vez varios
alguienes, los que nos están escuchando en este momento, me han buscado en
Google, estoy segura. Así que ya sabe que soy quien digo que ser, porque ha visto los
documentos que tengo, mi permiso de conducir, la identificación de mi compañía. Es
probable que tenga mi foto de secundaria.
—Roger a eso —dijo Jon en voz baja—. Es buena.
Lo era. No había nada que argumentar en su favor.
—Siga —dijo.
Ella observó su rostro con cuidado.
—Siempre he estado interesada en el cerebro. Mi tesis de doctorado fue sobre
patologías de demencias. La demencia es una patología muy interesante, el cerebro
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Aquel calor increíble ahora fluía por todo su cuerpo, bañándolo con un brillo
dorado. Estaba completamente bloqueado, como si estuviera en un cubo de ámbar.
No podía mover ni un músculo, cada elemento de su cuerpo bloqueado en su lugar.
—Jefe —preguntó Jon suavemente al oído—. ¿Estás bien?
—¿Deberíamos entrar? –gruñó Nick.
Resultó que no estaba congelado, no estaba encerrado. Era simplemente su cuerpo
que no quería disipar ese calor. Podía moverse y lo hizo. Una sacudida breve y
enfática de la cabeza. No.
—Está bien. —Jon dejó escapar un largo suspiro—. Retirada. No nos gusta pero
nos estamos retirando.
Él hizo un gesto con la cabeza. Sí, retiraos.
—Estás apenado –dijo en voz baja, esa mirada luminosa e hipnótica nunca
abandonaba sus ojos—. Mucho. Hay tanta tristeza en ti, se arremolina como humo
negro. Fuiste traicionado por un hombre al que querías como a un padre. Un hombre
en el que confiabas de todo corazón. Todo lo que sabías acerca de este hombre te hizo
creer que preferiría morir antes que traicionar a aquellos que confiaban en él, y sin
embargo, él te traicionó. Por dinero. Me duele el corazón pensar siquiera en ello.
Él sacudió su mano ligeramente debajo de la de ella pero Catherine ejerció una
ligera presión hacia abajo.
Era ridículo. Era una mujer pequeña. Delgada, incluso frágil. Su mano era casi la
mitad del tamaño que la suya. La idea de que pudiera obligarlo a mantenerse quieto
era ridícula. Y sin embargo allí estaba, completamente incapaz de alejarse ni un
centímetro de esa brillante mirada gris claro, su pequeña mano atando la suya.
—Estás herido –susurró—. Mucho. Y no puedes mostrarlo porque... —Ella inclinó
la cabeza, como si estuviera escuchando algo, aunque sus ojos no se apartaron de
él—. Porque la gente cuenta contigo. Y prefieres morir antes que traicionarlos como
tú fuiste traicionado.
No podía moverse. Nada se movía excepto los pulmones. Se sentía como si
estuviera siendo desollado vivo, pero sin dolor. Y al mismo tiempo, por primera vez
en su vida, conocía a alguien más que podía ver en su interior.
Había trabajado toda la vida para mantener sus pensamientos íntimos secretos.
Cuando era niño en violentos hogares de acogida, la mayoría de los pensamientos o
deseos llevaban a golpes. Más tarde, en el ejército, a nadie le importaba una mierda
lo que pensabas o sentías acerca de las cosas, siempre y cuando cumpliera con su
deber, y le gustaba de ese modo.
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Excepto Lucius. Lucius había visto en él. El dolor se alzó sin poder hacer nada,
como las mareas negras, ahogándolo. No se detuvo. Un año y todavía podría
tenderle una emboscada.
—Muy triste –susurró—. Estás tan triste. Y sin embargo, bajo el humo arde el amor
y el deber. Estas decidido a proteger a tu gente. Una vida en la que no puedas
proteger a los inocentes no tiene sentido para ti. Morirías por mantenerlos a salvo.
Sus palabras eran un aleteo lejano, el sonido que las alas de un colibrí podrían
hacer si se amplificara. Apenas se registraba. ¿Quién registraba esta sensación
caliente que le fundía por dentro?. Por primera vez en su vida sentía una conexión
realmente profunda con alguien. No era como la lealtad que sentía hacia sus hombres
o había sentido hacia Lucius. Esto tenía un sabor diferente, era algo completamente
distinto. Por muy fuerte que fuera sus lazos, había un lugar definido donde
terminaban y era su piel.
Aquí no había límites, ninguno. Podía sentir el latido de su corazón, lento, estable
y el de ella, ligero, martilleando, casi frenético. Él estaba dentro de su propia piel y en
el interior de ella.
Era una locura. ¿Estaba drogado después de todo? No había sentido el pinchazo
de una aguja, pero tal vez habría sido una especie de parche de contacto…
Su voz suave continuó, sus ojos una luz plateada hipnótica.
—Estás preocupado de que yo sea un peligro para ti. Que de alguna manera tus
enemigos te hayan encontrado y que sea su representante. No sé cómo convencerte
de que me ha enviado ningún enemigo. Y que no represente algún peligro para ti o…
—Inclinó ligeramente la cabeza, mirándolo—. O para tus hombres.−De repente, giró
la cabeza, el pelo salió disparado, luego cayó de nuevo sobre sus hombros.—Nos
están observando. Escuchando. Preparados para entrar a salvarte si te pongo en
peligro. Y sin embargo —levantó la mano—, el peligro no viene de mí.
Todo se detuvo. Muerto. Era como estar muerto. Donde antes había emociones
arremolinándose, luminosas y cálidas, calor y luz, casi como un carnaval dentro de
él, ahora su interior estaba quieto y en silencio. Como si la luz se hubiera apagado.
Un interruptor que le hubiera apagado.
Ella seguía mirándole fijamente, con tristeza y conocimiento en su mirada
plateada.
—No tengo nada que deba temer, señor McEnroe. ¿O debería llamarte Mac?
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Capítulo 4
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incluso aburrido, algo que Lee aprobaba. Lo aburrido era previsible. Lo aburrido era
bueno.
Lee había observado la grabación del convoy empezando a las cinco de la mañana,
hora local, con los camiones marchando con precisión, a tiempo y bien organizado.
La velocidad y la precisión de los soldados a la salida eras visibles, casi tangibles.
Lee no era un experto en logística pero tenía algo de idea de lo que conllevaba poner
en marcha a un convoy con veinticinco hombres. Hicieron todo a máxima velocidad,
rápido y con eficiencia. Mientras los hombres cargaban los camiones, Lee tuvo que
comprobar los mandos del monitor para asegurarse de no estar viéndolo a cámara
rápida. Pero no. todo era en tiempo real. Los hombres caminaban al ritmo al que
otros estarían corriendo, y sus movimientos al cargar eran borrosos.
Flynn estaba observando desde Virginia, controlando la situación táctica. Lee
observaba con ojo científico, encantado con lo que veía.
Era como si los movimientos de los soldados estuvieran coreografiados.
Calculados y practicados miles de veces. Podría haber sido algo de Broadway. Por
muy buenos que fueran los hombres de Flynn, no podían ser tan buenos. Estaba
viendo los efectos del SL-58.
Se movían rápido, con precisión, y estaban armados hasta los dientes. Pero se
estaban fraguando problemas.
Lee fue cambiando los monitores cada cinco minutos a IR y notó cuerpos de
tamaño humano en la jungla, a unos cien metros de la zona de preparación.
Flynn también lo había captado y avisado. Los hombres eran perfectamente
conscientes de que estaban siendo observados.
Al principio los puntos rojos podrían haber sido cualquier mamífero grande, pero
su inmovilidad mientras el convoy estaba siendo cargado y puesto en marcha podía
significar una sola cosa: soldados rebeldes, vigilando.
Sin duda los rebeldes estaban en contacto por radio con otros soldados a lo largo
de la ruta, la única carretera a Freetown. Era una técnica bien conocida: atacar
convoyes lejos de la base principal.
Bueno si atacaban el convoy armado podían llevarse una desagradable sorpresa.
Las órdenes eran marchar sin descanso. Un convoy habitual tardaría tres o cuatro
días en llegar a Freetown, viajando entre 25 y 30 kilómetros por hora durante el día
por la maltratada carretera, deteniéndose durante la noche. Pero esto iba a ser un
viaje directo, sin paradas de descanso, meando en botellas, cagando en latas,
comiendo raciones militares. Estos soldados no necesitarían paradas de descanso.
Todo lo que necesitaban después de la inyección era un mínimo de dos mil
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quinientas calorías al día y podrían conducir y pelear sin parar durante cuarenta y
ocho horas. Veinte horas no eran nada.
Un convoy de veinte horas garantizaría un aumento en los beneficios del
trescientos por ciento para la corporación de diamantes y representaría un
montonazo de dinero para Orion pero más importante aún, sería el primer test
positivo en campo de batalla para el SL-58. Si tenía éxito a Flynn se le permitiría
jugar con la droga durante un año, año durante el cual el gobierno chino estaría
produciéndolo en cantidades industriales e inyectándolo en sus soldados. Después
de un año de pruebas de campo con Orion, Lee destruiría el laboratorio que lo
fabricaba, cargándose la fórmula y a los pocos científicos que sabían de su existencia,
y sería extraído de América, enviado a Beijing antes de que la primera bomba
detonara en los laboratorios Millon.
Lee había estudiado la historia africana. Las batallas africanas a menudo se
ganaban por puros números. Después de la batalla de Isandlwana, las fuerzas
occidentales sabían que tenían que estar muchísimo mejor equipadas para
prevalecer. Esto iba a cambiar cómo se ganaban las batallas en África.
Flynn le había informado sobre el convoy.
Los Unimogs tenían el sistema FLIR para detectar hostilidades, georradares para
detectar minas y chasis blindados. Cada vehículo tenía montado a los lados y por
encima armas de calibre 50 y por debajo, chorros de micro-ondas calculadas para
freír a los hostiles que no se hubieran cargado las balas.
Lee no era soldado pero incluso él estaba sorprendido por el aspecto que
presentaba el convoy. Tenías que estar loco para atacarlo. Por supuesto, el Ejército de
Lord estaba formado casi por definición por soldados locos, drogados, reclutados de
niños e inmunes al miedo.
El convoy partió rápido y sin problemas. En las imágenes por satélite casi parecía
un organismo vivo. Lee sabía que los vehículos estaban en contacto constante, con
monitores que mostraban la aceleración y frenada de cada vehículo, permitiendo que
la distancia entre camiones fuera mínima.
Mientras salían al alba, las imágenes grabadas que rodeaban el campamento
cambiaron. Unos pocos puntos rojos intentaron correr en paralelo, pero pronto se
rindieron: el convoy iba demasiado rápido. A sesenta y cinco kilómetros al oeste una
conglomeración de puntos rojos apareció como una colonia de hormigas al que
hubieran atizado con un palo. Habían recibido noticias por radio de que el convoy
estaba llegando. Pero pensaban en viejos términos y todavía estaban montando
trampas para cuando el convoy los sobrepasó, en firme y mortal formación.
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–¡Hardy! ¡Rollins! ¡Venga! ¿Qué coño estáis haciendo? ¡Estáis rodeados por
hostiles! ¿Hay algún problema mecánico? ¿Por qué os detenéis?
Una profunda voz surgió de los altavoces de Lee. No le hablaba a Lee sino a
Flynn.
–No, señor, ningún problema. Simplemente vamos a luchar con el enemigo. –La
voz sonaba superexcitada, jadeante.
Lee recordó haber oído por radio informes al principio del viaje del convoy. Las
voces habían sido lacónicas y sin emoción. Voces de piloto de combate, relatando
hechos como autómatas.
–¡Negativo, negativo! –estaba gritando Flynn– ¡No luchéis! ¡Repito! ¡No luchéis!
¡Sólo llevad el maldito convoy a Freetown!
Un clic. Ninguna respuesta. Voces excitadas de fondo, los sonidos de hombres
apilándose. Lee no necesitaba el audio, lo que estaba sucediendo estaba
perfectamente claro. El monitor mostraba desde arriba cómo salían hombres de
delante y de detrás de los camiones.
Lee no sabía nada de estrategia militar pero incluso él sabía que un convoy
amenazado, rodeado por hostiles debería establecer un perímetro, aposentándose,
vigilando el cargamento. En vez de eso los hombres salieron de los camiones y
corrieron directamente a la jungla con los rifles al hombro. Uno a uno los puntos
rojos, como hormigas revolviéndose alrededor de un hormiguero, se detuvieron.
Fueran lo que fueran, los soldados de Orion eran excelentes tiradores. Cuatro de los
hombres tenían tasers letales y se estaban llevando por delante a cinco miembros del
ejército rebelde cada vez, segándolos.
Pero por alocadamente valientes que fueran, por bien armados que estuvieran, por
excelentes tiradores que fueran, los contratados de Orion eran superados en número
de cien a uno.
Los mercenarios eran fáciles de seguir incluso debajo de la arboleda. Su firma de
calor era notablemente más baja por la armadura corporal que llevaban. El primer
soldado cayó a los dos minutos de batalla. Otro, un minuto más tarde.
Fue una masacre. Los hombres lucharon duro, pero por cada loco del ejército
rebelde que mataban, cincuenta o cien tomaban su lugar. Estaban tan sobrepasados
en número que podrían haber estado armados con palos y al final los hombres de
Flynn habrían acabado por sucumbir.
Pronto todas las firmas IR de los de Orion acabaron detenidas. Cada uno de ellos
tenía una enorme cantidad de rebeldes a su alrededor y Lee comprendió con un
vuelco en el estómago que los estaban haciendo pedazos.
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Había sucedido tan rápidamente, de manera tan inesperada, que hubo un silencio
en los cuarteles generales de Orion. Entonces...
–¿Qué cojones ha pasado ahí? –La ruda voz de Clancy gritó–. ¿Qué han hecho?
¿Por qué no siguieron conduciendo tan rápido como fuera posible? ¿Les robó la
inteligencia tu droga? ¿Qué coño les has dado?
Lee tenía una idea de lo que podía haber pasado.
En el monitor los miembros del ejército rebelde estaban surgiendo desde la
arboleda hacia la carretera abierta. Lee suprimió la necesidad de vomitar. Muchos
corrían hacia la carretera con cabezas clavadas en sus bayonetas. Rodearon los dos
camiones. El camión blindado era impenetrable pero incluso si pudieran entrar por
detrás, la preciada carga estaba dentro de un baúl de titanio. Estaba a salvo de los
saqueadores. Pero los diamantes estaban varados en una carretera en mitad de la
jungla rodeados por lunáticos fuertemente armados. Bien podrían estar en la parte
posterior de la luna.
La droga era demasiado fuerte. La agresividad aumentada de los soldados había
sobrepasado su deseo por completar la misión. Lo que significaba que la SL-58 era
inoperativa.
Flynn respiraba pesadamente y Lee se preguntó si estaba en mitad de un ataque al
corazón. Estaban mirando fijamente a una enorme fortuna en diamantes que era
totalmente inaccesible.
–¿Qué fue eso? –soltó Flynn– ¿SL-58?
–Sí –respondió Lee.
–Ya me puedes estar dando el SL-59. Malditamente rápido.
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Capítulo 5
Mount Blue
Él se echó atrás con los ojos entrecerrados. Quieto e inmóvil. El hombre conocido
como Mac. Enorme, sin sonreír, adusto. Con cicatrices. Armado y letal.
Comprendió quién era desde el momento en que le había quitado la capucha. La
imagen que el paciente Número Nueve tenía de Mac había sido la de un hombre
fuerte con cicatrices, pero sin detalles. No había importado. El aspecto que tuviera
Mac no haría ninguna diferencia. Eran cosas exteriores. Lo que importaba era él. Su
esencia y, en eso, Nueve había sido increíblemente claro. Fuerte, duro, implacable.
Ferozmente leal, honesto, justo. Un hombre duro, un enemigo correoso. El mejor de
los amigos.
Casi había estado segura antes, pero después de tocarlo, cualquier duda se
evaporó. Todo lo que Nueve había comunicado sobre Mac había estado claro en el
hombre que tocó. Lo había reconocido todo al instante, como si escuchara la misma
nota musical que había oído el día de antes. Si hubiera sido un color, habría sido del
mismo tono exacto.
En él también había violencia, eso sí, y de nuevo se cuestionó su propia salud
mental al ir tras aquel hombre. Se había sentido obligada, era cierto. Pero tal vez
debería haberse detenido de alguna manera. Haberse encerrado en su casa y tirado la
llave por la ventana. Haber ido al aeropuerto y haber tomado el primer vuelo que
saliera del país, con billete sólo de ida. O haber logrado que la arrestaran.
No. Dejó caer solo un poco los hombros, pero luego los cuadró de nuevo. No había
fuerza en la tierra que hubiera impedido su búsqueda. Casi había muerto en el coche
y tal vez moriría allí, en aquella silenciosa habitación en algún lugar perdido. Pero
nada podría haberla mantenido alejada. Incluso ahora seguía sintiendo los ecos de la
compulsión en su sangre.
Las enormes manos del hombre se distendieron, el tipo de movimiento qué harías
antes de coger algo. Posiblemente aquella arma gigante que llevaba en el muslo
derecho.
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La violencia en el hombre sentado frente a ella era algo muy real. Conocía aquella
lealtad que hervía en su interior, pero no era lealtad hacia ella. Lo observó
cuidadosamente pero supo que si él se decidía a moverse contra ella, jamás podría
ser lo suficientemente rápida, o lo suficientemente fuerte para sobrevivir. Podría
partirle el cráneo con un golpetazo de una de aquellas enormes manos.
—Es inútil que sigas insistiendo en que no eres Mac —dijo calmadamente.
—¡Ah! —El sonido surgió de lo más profundo de su pecho, e hizo un gesto con la
mano al aire que ella reconoció como un gesto de frustración un segundo demasiado
tarde.
Su reacción fue sobresaltarse y protegerse la cabeza con el brazo. Fue algo
irresistible, imposible evitar. El corazón envió sangre a sus venas de golpe mientras
su cuerpo caía en el pánico. Para cuando comprendió que lo que había hecho era
hacer un gesto al aire, estaba hecha un ovillo sobre la silla, intentando presentar un
objetivo lo más pequeño posible.
Él gruñó. No había otro modo de decirlo. Un sonido bajo de disgusto desde lo más
profundo de aquel pecho como un barril.
Lentamente se fue enderezando, intentando encontrar aire suficiente para decir
“lo siento”, con el corazón todavía latiendo con fuerza después del terror absoluto.
—No voy a golpearte. Yo no pego a mujeres. —Dijo cada palabra claramente y
fueron cayendo como pedruscos de su boca, como si cada una de ellas le doliera.
Y de repente Catherine entendió. No tenía ni idea de si la comprensión le llegaba
de algún tipo de emoción profunda en él que había sentido al tocarle y que no había
tenido tiempo de analizar o tal vez era un clásico ramalazo de intuición, pero le había
metido el dedo en la llaga. Había cruzado una línea invisible pero muy real.
Aun así... parecía tan increíblemente aterrador. Sólo con su tamaño bastaba para
hacer que te encogieras. Unido a su rostro con cicatrices y la nariz aplastada, parecía
alguien de quien te asustarías si te lo encontraras en un callejón oscuro.
La mayoría de la gente reaccionaría de manera instintiva con miedo hacia él,
evitándolo, aún sin conocer siquiera nada de él. Aunque estaba la violencia que había
sentido en él (oscuros torbellinos de violencia) y que él había matado, la violencia
estaba contenida por grilletes de acero. No era un hombre que perdiera el control. No
era un hombre que dañara a los débiles.
—Lo sé —dijo con tono amable, enderezándose. Más que verlo, sintió que él se
relajaba un poquito—. Lamento haberme asustado. Fue una reacción instintiva.
Debería haberlo controlado. Hasta ahora no me has hecho daño y... —Bajó la mirada
hacia el tablero y se preguntó si lo podría decir. Levantó la mirada, y se encontró con
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ojos duros y oscuros—. Cuando te toqué, lo sentí, que no haces daño ni a mujeres ni a
niños. Lo sentí de manera muy fuerte. Así que en realidad no tengo ninguna excusa.
—Soltó aire y abrió la mano, la mano que le había tocado—. Ninguna en absoluto.
Cuando lo había tocado había sido muy fácil de leer. A diferencia de la mayoría de
la gente, él no tenía capa tras capa de tonterías egoístas, de hipocresía o
autoindulgencia y una total y absoluta falta de autoconocimiento. Él se conocía a sí
mismo, por dentro y por fuera. Sus emociones eran limpias, claras, incluso puras,
hasta las oscuras. Nada enfermo o psicótico.
O eso esperaba. Catherine estaba saltando sin red. El don al que había combatido
toda su vida y que de golpe había reaparecido para morderle el trasero al tratar con
el Paciente Nueve seguía siendo un misterio para ella.
¿Podría confiar en eso?
Porque la verdad era que estaba encerrada, sin idea de dónde “estaba” aquí. Era la
prisionera de este hombre. Había más gente por allí, estaba segura. Y si la había, era
su gente. Nadie iba a rescatarla. Nadie siquiera sabía que ella estaba allí. Ella no sabía
dónde estaba. Incluso si tuviera un móvil que funcionara, lo que no tenía, y si tuviera
alguien a quién llamar, que tampoco tenía, no sabría decirle dónde estaba.
Era su prisionera y tenía que tener fe, fe en su odiado don, de que él no iba a
hacerle daño. No iba a matarla.
Él asintió, con sus oscuros ojos fijos en ella y se levantó de golpe.
—Ven —le dijo y caminó hacia la puerta.
Asombrada, Catherine se levantó y le siguió. Justo cuando pensaba que él se iba a
aplastar su ya aplastada nariz contra la puerta, esta se abrió deslizándose y ella salió
de la sala, siguiendo aquellos amplios hombros.
Y miró.
El cambio en el aire al cruzar el umbral fue como cruzar de la noche al día. El aire
se enfrió, más fresco, con un ligero amargor de oxígeno y un olor como a bosque.
Estaban en un pasillo con un par de pisos por encima que daban a un enorme atrio.
Ella se agarró al pasamanos de la baranda y se inclinó hacia adelante.
Era una vista tan extraordinaria que tuvo problemas para procesar lo que estaba
viendo. Una gigantesca bóveda con luces que parpadeaban brillantes como estrellas.
Le costó un segundo o dos comprender que las luces estaban espaciadas de forma
homogénea y eran artificiales. La bóveda era trasparente, como cristal, sólo que
ningún cristal que ella conociera podría cubrir un espacio así y seguir aislando el frío.
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Por abajo, dos pisos más abajo, había una profusa cantidad de plantas brillantes
organizadas en senderos, con pequeñas luces entre las ramas de los árboles y
cilindros chatos con tapas brillantes a intervalos de metro y medio que daban luz.
Parecía el país de las hadas.
Una pareja estaba caminando por los senderos, aparte de eso la zona, tan grande
como un aparcamiento pequeño, estaba desierta. Pero claro, debía de ser bien pasada
la media noche.
Un tipo dos pisos más abajo iba tirando de un carrito de mano cargado con bolsas.
Miró hacia arriba, hizo un saludo llevándose dos dedos a la frente y luego
desapareció entre el verde.
—Es... es hermoso —dijo en voz baja, luego miró fijamente a Mac.
Era hermoso, pero también estaba oculto, así como él quería permanecer oculto.
Era una ciudad, solo que una ciudad bajo tierra, no sobre ella. Apartada, misteriosa,
remota.
Dios, vaya si este tipo le iba a borrar los recuerdos. Le iban a hacer un flaseado a lo
MIB sobre aquella comunidad secreta y era una pena porque era el sitio más
interesante que hubiera visto jamás.
Un enorme espacio cubierto con un exuberante parque en la parte más baja y
plantas enredaderas que recorrían los balcones en la zona en forma de anillo. Los
balcones se abrían con puertas. No tenía ni idea de si las habitaciones tras las puertas
estaban ocupadas o no. Hasta la fecha había visto exactamente tres personas. Pero lo
que había visto estaba bien diseñado, bien cuidado, prístino.
Alguien tenía que hacer aquello.
Dos personas más caminaban por un sendero, un hombre y una mujer. El hombre
miró hacia arriba, volvió a mirar cuando la vio a ella y luego saludó a Mac con la
mano. Él sombrío, asintió con la cabeza. Siguieron caminando, con las cabezas juntas,
discutiendo algo con seriedad.
Esto era una comunidad. La gente vivía allí, trabajaba allí. Era hermoso y oculto y
no se parecía a nada que hubiera visto. El enorme abovedado negro con las luces
brillantes, los verdes jardines, los balcones curvilíneos con un cierto aire al
Guggenheim de Nueva York.
—Qué hermosura —repitió con un susurro.
Para su sorpresa, él le respondió.
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—Seh. —Sus grandes manos se agarraron a la baranda tan fuertemente que los
nudillos se le pusieron blancos, luego las levantó—. Queremos que siga así. —Volvió
la cabeza hacia ella, su mirada penetrante y hostil.
—¿Dónde estamos? ¿Y qué es este lugar? —Levantó las manos, palmas hacia
arriba. El gesto universal de rendición. Ninguna amenaza. Ninguna arma—. De
todos modos me vas a hacer un MIB ¿Por qué no decirme dónde estoy? Obviamente
hay más gente por aquí. Está todo muy bien cuidado, muy bien planeado. Lo de ahí
abajo parece un parque. Y estas puertas... hay gente que vive aquí. Trabaja aquí.
Cocina aquí. Esa comida era, sin la más mínima duda, una de las mejores que he
probado. Si así es como alimentas a tus prisioneros, me encantaría saber cómo comen
tus ciudadanos.
—Te sorprendería saber quién es la cocinera.
A ella se le abrieron los ojos de par en par. Era la primera cosa que decía que no
era ni una pregunta ni una amenaza. Durante un segundo también creyó ver
sorpresa en el rostro de Mac. Porque le había hablado abiertamente.
Pero claro, ella no iba a recordar nada de aquello. Iban a lavarle el cerebro y, puf,
desaparecido. No añoraría el recuerdo de estar sentada en su coche congelándose,
esperando la muerte. O el estar aterrada de un hombre enorme con una máscara de
esquiar negra dando golpecitos en su ventana. Pero el interrogatorio... podía admitir
para sí lo mucho que la fascinaba Mac. Y aquel espacio gigantesco bajo la bóveda, tan
diferente a cualquier otra cosa que hubiera visto. Eso le daba mucha pena tener que
olvidarlo.
Todo había sido una gran sorpresa. El nombre de la talentosa cocinera no sería
nada en comparación.
—Ponme a prueba.
—Puede que hayas oído hablar de ella. Stella Cummings.
A Catherine se le desencajó la mandíbula.
—¡Dios mío! Stella Cummings, ¿la actriz?
Le había sorprendido por completo. Stella Cummings había sido una niña-actriz
que ganó un Oscar a los quince y otro a los treinta. Un acosador la había atacado y
había desaparecido de la vista de todos, por completo. Fue como si se la hubiera
tragado la tierra. Los tabloides online tenían todo un apartado en funcionamiento
titulado “¿Dónde está Stella Cummings?”.
—Imagino que no... —Qué cosa más idiota. Por lo que sabía iban a acabar
matándola. Y ahí estaba ella, convirtiéndose en una fan alocada—. Me encantó en
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Lisa Marie Rice
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Ghost Ops 1
“Dangerous Tides”. Si está por aquí, ¿podría conocerla? Si no quiere hablar sobre sus
actuaciones, puedo darle las gracias por el taco. Estaba estupendo.
—Vámonos. —La tomó del codo y empezó a caminar. Asombrada, tuvo que trotar
tras él para seguirle el paso.
—¿A dónde vamos? ¿Voy a conocer a Stella Cummings?
—No. —Tensó la mandíbula—. Tal vez. Tal vez mañana. Ahora mismo te voy a
llevar a tu dormitorio.
Después de eso se calló y no pudo lograr que le dijera ni una palabra más. Las
preguntas no sirvieron de nada y después de unos minutos tuvo que gastar todo su
aliento en intentar seguirle el ritmo.
Rodearon el enorme espacio hasta que estuvieron justo enfrente de la sala de
interrogatorio y bajaron un nivel. Mac se detuvo delante de una puerta y tocó una
parte de la pared que no tenía características distintivas. Sin botones, ni paneles ni
nada. Pero cuando dio en un punto específico la puerta corredera se abrió.
Él hizo un gesto con la mano y ella se movió voluntariamente hacia el umbral, con
el corazón latiéndole. Por un segundo tuvo la impresión de que él estaba... bueno, no
suavizándose con ella, pero al menos no abiertamente hostil. Y pensó en que ahora
tal vez podrían sentarse y charlar ahora que ya le había hecho una lectura.
Pero no. La estaba conduciendo a una oscura celda, prisionera. Cuatro paredes, sin
ventanas. Sólo oscuridad.
Ella entró lentamente, echándole una rápida mirada a la puerta. No había manilla
interior. No había modo de salir.
Una prisión. Una comprobación a sus ojos y quedó confirmado.
Ni un alma sabía dónde estaba y su solitaria vida hacía que nadie fuera a pensar
en buscarla. Tal vez la iban a dejar en esa sala hasta que muriera. No les costaría
demasiado. Simplemente echarla allí hasta que se pudriera. Nadie lo sabría, a nadie
le importaría.
Solo una mujer, en una habitación cerrada, olvidada. Tiempo pasando. Morir
encerrada, sola, cada vez más débil hasta que la oscuridad acabara con ella.
Se le cerró la garganta. El pecho no se movía, no podía… moverse.
El dio un paso tras ella, aquel gigantesco cuerpo casi presionado contra el suyo.
Una fuerza gigantesca, empujando hacia adelante, forzándola a dar otro paso,
dentro. Más lejos de la puerta, más lejos de la luz del pasillo.
Ella jadeó, buscando aire, luego lo repitió. No puedo hacer esto, pensó. Todos sus
recursos habían desaparecido. Estaba agotada y aterrorizada, en la cabeza le latía un
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retumbo de pánico. Una oscura oleada, subiendo de nivel más y más. Pronto se
desmayaría por el pánico.
De mala gana dio otro paso adelante, luego se giró, inclinando la cabeza un poco
para mirar a Mac a la cara. Casi no veía sus facciones con la luz de fondo que entraba
desde la puerta.
Tenía que saberlo, tenía que saberlo. ¿La iban a encerrar allí hasta dejarla morir?
—¿Puedo... puedo tocarte? —Jadeó.
Casi no había luz suficiente para ver su gesto fruncido, que echaba la cabeza hacia
atrás por la sorpresa. Sin esperar respuesta, ella alargó la mano para tomar la suya,
agarrándosela.
Calor. Aquello fue lo primero que percibió. Su enorme mano estaba caliente, como
si él mismo fuera un radiador. Ella tenía las manos congeladas y el calor de la suya
simplemente le caló a través de la piel, anclándose a sus músculos.
Y entonces...
—¡Ah!
Ella dejó caer su mano, soltando la conexión, el calor, de manera inmediata.
No iba a asirse a él, a un hombre que desconfiaba de ella, que la consideraba una
amenaza.
Pero no iba a matarla. Eso le llegaba alto y claro. Aquello no iba a ser una prisión
permanente. Por mucho tiempo que fuera a estar encerrada, no iba a ser para
siempre.
O eso esperaba.
Sin una palabra, Mac dio un paso atrás hacia el umbral. La puerta hizo un sonido
al correrse y la habitación se iluminó. No había una fuente específica de luz, ni
lámparas ni apliques. Sólo luz.
La habitación estaba amueblada cómodamente, era amplia y espaciosa. Parecía
siniestra a oscuras, pero ahora que estaba iluminada era una habitación corriente,
más grande que la mayoría de las habitaciones de hotel, con una cama tamaño
queen, una zona para sentarse con dos sillones y un escritorio que hacía las veces de
mesa. Al dar un rápido vistazo vio una puerta que daba a un baño muy agradable.
Bien abastecido, por lo que podía ver, con una buena pila de toallas blancas, una
pastilla de jabón y un cepillo de dientes a estrenar.
De acuerdo. Una prisión a lo Hilton. Podía soportarlo.
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Para sorpresa suya encontró la pequeña bolsa que había empacado, por si acaso su
búsqueda requería pasar la noche en algún sitio. Tenía su pequeño neceser con los
cosméticos, un camisón y sus zapatillas.
Una ducha la hizo sentirse mejor, más humana. Había estado en la carretera,
huyendo casi veinticuatro horas. Se arrastró hasta la cama y miró al techo.
Le dolía todo, en todas partes, por dentro y por fuera. El cuerpo, la cabeza y el
corazón. Una oleada de soledad la recorrió. Tocar a Mac le había confirmado que no
era peligroso para ella, no en el sentido en el que se temía.
Pero... ¿qué sabía ella? ¿Podía estar segura? Su don era poco confiable. Tal vez
debería haberlo cultivado en vez de apartarlo con las dos manos, obligándolo a
esconderse en lo más profundo de su mente como si fuera una doble desagradable,
rota, malformada, de sí misma.
El don nunca se había equivocado, aunque a menudo había sido incompleto.
Distinguía notas superficiales, las emociones del momento, fallando en captar
emociones subyacentes cruciales, porque ella no quería explorar, no soportaba
meterse en la realidad de la gente. Así que a menudo leía mal a la gente, porque no
había sido capaz de discernir tonos y sombras por debajo de las emociones más
fuertes.
Mac podría no estar planeando su muerte, pero tampoco tenía ningún incentivo
especial para mantenerla viva. Y aún y así... había habido... algo. Algo allí, algo
elusivo. El más leve de los cosquilleos en su mente, como un suave dedo
acariciándola.
Lo sentía como seguridad.
¿Era real?
Probablemente no.
¿Por qué iba a importarle a este hombre? Cualquiera con quien hubiera salido la
consideraba una friki. Y el sexo... bueno, nunca le había ido demasiado bien ahí.
Estaba cansada. Cansada más allá de los estresantes sucesos de hoy. Cansada de
ser quien era, cansada de verse empujada por cosas en su interior que no podía
controlar, cansada de saber cosas que no debería.
Cansada...
Las luces se apagaron de repente y ella cayó en un profundo sueño sin sueños.
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* *
7 de Enero
—Tal vez debería mantenerla encerrada hasta que se muera de hambre —dijo Mac
amargamente a la mañana siguiente.
Nick y Jon no le hicieron ningún caso. Estaban estudiando el emblema del Halcón,
Jon lo analizó cuidadosamente y luego se lo pasó a Nick.
Jon levantó la vista brevemente, mostrando sus blancos dientes en una sonrisa.
—Nah, apuesto a que ya le has enviado a Stella para que le lleve el desayuno.
Mac apretó los dientes. Pillado.
Justo ahora su prisionera estaba siendo torturada, recibiendo golpes con el látigo
del mejor desayuno jamás cocinado en la historia de los desayunos.
Nick no levantó los ojos del Halcón.
—No sería eficiente. El matarla. Hasta que sepamos qué está pasando.
—Mierda. —Jon inclinó la cabeza mientras miraba fijamente a Nick—. Más de diez
palabras, Nick. De golpe. Creo que es un récord, ¿no, Mac?
Mac miró a Jon a los ojos durante un segundo. Nick solo había sido miembro del
equipo una semana cuando explotó la mierda. Se lo había presentado Lucius (y,
maldición, ahí estaba de nuevo ese dolor en el corazón) como el sexto hombre
después de que perdieran a Randy Higgins en un salto HALO. Un fallo de
paracaídas a tres mil metros de altura era implacable.
Nick se había unido al equipo calladamente, haciendo exactamente lo que se le
pedían, eficientemente y bien, sin hablar más de una o dos palabras cada vez.
Ninguno de los compañeros del Equipo Fantasma tenía una vida de la que pudiera o
quisiera hablar, pero iban soltando pistas. El acento sureño de Mike Pelton. El tonillo
de chico surfista de Jon. El amor de Rolf Lundquist por el esquí y el detallado
conocimiento que tenía de las Rocosas.
Pero Nick no. Bien podría haber brotado de un laboratorio si fuera por las pistas
que daba sobre su pasado.
—Que te jodan, Jon —dijo Nick de manera inexpresiva, y era tan inusual en él que
reaccionara, que Jon parpadeó y se calló.
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Nick había estado analizando cada molécula del Halcón. Finalmente lo colocó
cuidadosamente sobre la mesa y levantó la vista, mirando a Jon a los ojos, y luego a
los de Mac.
—Es auténtico. Y es suyo.
Mac asintió. Él mismo había llegado a la misma conclusión.
—Seh, ¿y? —Finalmente Jon rompió el silencio. El chico surfista no se llevaba bien
con el silencio cuando estaban fuera de una operación.
Nick frunció el ceño. Ver una expresión en su oscuro rostro era incluso más raro
que las palabras.
Jon giró el emblema sobre su mano.
—Quiero decir que, si esto es auténtico, entonces... entonces ¿Lucius, qué?¿Se lo
dio a la mujer? En vez de estar vagueando en su villa en Capo Verde o Bali, está en
un laboratorio en Palo Alto con el culo pateado? ¿Suena eso a auténtico? ¿Es siquiera
eso posible?
—Yo no le conocía tanto como vosotros dos. Nunca tuve oportunidad para ello.
Así que no lo sé, pero... —Tío, Nick estaba en racha. Un montón de frases—. ¿Podría
ser que nos hubiéramos equivocado con él?
—¿Quieres decir sobre lo de abandonarnos? —Preguntó Mac crudamente.
Nick asintió.
Mac y Jon intercambiaron miradas. Jon había estado tan devastado como Mac.
Igual que él, consideraba a Lucius un padre adoptivo y se había tomado la traición
muy mal. Nick simplemente se había hecho más estoico, siendo la traición una
mierda más en medio de un mundo mierdoso. Pero a Mac y a Jon los había dejado
hechos polvo.
—¿Mac? —Preguntó Jon—. ¿Crees que...
Mac sacudió la cabeza secamente. No lo sabía. La traición había sido algo muy
malo. Pensar en que Lucius también podría haber sido traicionado, que podía estar
en serio peligro...
—Depende de la mujer. —Nick parecía ser el único que podía pensar con claridad
sobre aquello. Se giró hacia Mac—. Una belleza como ella, creo que deberías
interrogarla más a fondo. —Y de nuevo, para maravilla de Mac, Nick sonrió de oreja
a oreja. Duró sólo un segundo y luego las facciones de Nick volvieron a su habitual
expresión pétrea, pero había estado allí.
Jon siguió a partir de ahí.
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—Seh, tío. Interrógala. Desde todos los ángulos, delanteros y traseros. —Subió y
bajó las cejas—. Un interrogatorio personal, ya sabes de lo que hablo.
—Idiotas —gruñó Mac. Pero se le había hecho un nudo en el pecho cuando pensó
en ponerle las manos encima, maldición. Aquella masa de cabello brillante, el gris
plata de sus ojos y la expresión de vulnerabilidad brotaron en su cabeza y algo se
encendió en su cuerpo. Y también se encendió en la frontera sureña. Mierda. Estaba
empezando a ponerse duro y tuvo que dominar aquello.
Se sorprendió mucho. Al fin y al cabo era un hombre concentrado, todo negocio,
todo el tiempo. El sexo tenía su lugar, un lugar muy estrecho, normalmente del bar a
la cama, máximo un par de horas. Luego de nuevo, negocios.
Aquella mujer le estaba jodiendo la cabeza. Había pensado en ella toda la noche,
maldición, y no de manera estratégica. No. No concentrándose en su historia,
meditando en ella desde un punto de vista o desde otro, buscando agujeros, lo que
habría hecho con cualquier otro.
Se había pasado la noche entera mirando al techo, con los ojos abiertos,
recordando el subidón de calor que le había recorrido las venas cuando ella le había
tocado. Nunca había tomado drogas. Toda su infancia había transcurrido entre gente
que se colgaba de las drogas para huir de la realidad. Tenía treinta y cuatro años y
estaba seguro de que la mayoría de la gente que conoció de crío estaba o muerta o
deseando estarlo. Así que no, las drogas no habían tenido ningún atractivo. No
quería morir, quería vivir, ferozmente. Siempre había sido así.
Pero uno de los críos le había explicado lo que un subidón de heroína le hacía en el
cuerpo. El niño alquilaba su culo cada noche para conseguirla y se odiaba a sí mismo
veintitrés horas de las veinticuatro que tiene el día. La hora de heroína lo valía: valía
la pena el dolor y la degradación. Valía la pena ser tratado como un pedazo de carne.
Valía la pena ser golpeado y abusado cada noche. Decía que cuando entraba la droga
en él desaparecían todas las cosas malas y que era como estar en el cielo, si es que el
cielo existía.
Bueno, joder si aquella no era una buena explicación de lo que le había pasado
cuando la Dra. Catherine Young le había tocado. Un subidón. Un subidón como
ningún otro que hubiera sentido. Como tener su corazón acariciado por suaves
manos. Como si su mente hubiera sido invadida por un ángel.
Le entraban ganas de bufar. Ángeles. No había ángeles en este mundo y no había
ningún otro mundo. Los ángeles no existían y nadie le había acariciado el corazón.
No es que tuviera, de todos modos.
Maldito fuera si comprendía lo que había pasado. Algo sí había pasado. Algo
grande y que daba miedo.
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Ella se había sacado aquello de la nada. ¿Cómo lo había hecho? Tal vez era como
uno de esos magos de teatro que sacaban a un miembro del público y le pedía pensar
en un número y escribirlo. Siempre sospechaba que aquello era pura actuación y que
los miembros de la audiencia eran parte de la actuación.
Pero lo que había dicho Catherine Young había sido, por espantoso que fuera, la
pura verdad. Le había leído. Lo había clavado, como a una mariposa en un corcho.
Mac no estaba acostumbrado a que le vieran o le comprendieran. Estaba
acostumbrado a ser obedecido. Los hombres a su mando en los Ghost Opps le
conocían malditamente bien y así era como le gustaba. La única persona que tenía
una ligera percepción de cómo era su interior había sido Lucius, y eso, ya le había
hecho sentirse incómodo.
Incluso ahora, en el exilio, Nick, Jon y el resto de la pequeña comunidad que
parecían estar creando le conocían como un líder fuerte y duro sin resquicios en su
armadura, sin nada más que una superficie brillante, grande y dura.
Que le hubieran calado tan bien... era aterrador. Incluso más aterrador era que le
hubiera gustado, durante aquel diminuto momento en el que ella lo había tocado.
Antes de que su cabeza hubiera captado lo que ella estaba haciendo.
Había sido como un chute de heroína, y como cualquier adicto, ahora lo ansiaba.
Se había pasado la noche pensando en ello, pensando en ella. Recordando aquel
suave tacto, la oleada cálida extendiéndose en un instante desde su mano por todo su
cuerpo, chisporroteando por sus venas.
Cuando le había tocado ella había... brillado. Como si no fuera una criatura de este
mundo. Como si hubiera una lámpara de mil vatios en su interior que hiciera que
irradiara luz y calidez. En ese instante ella había sido imposiblemente hermosa, la
mujer más hermosa del mundo. Algún tipo de hechicera de otro planeta, demasiado
delicada y hermosa para este.
Aquello no había durado. Cuando rompió la conexión fue como si algo se hubiera
roto en el interior de ella. Aquella pálida luz ya no brillaba, se puso cenicienta.
Sombras bajo sus hermosos ojos. La nariz afilada y pálida.
Aquello le había mantenido despierto, también, porque la princesa de las hadas
reluciente del Planeta Zog había sido una mujer fascinante pero vulnerable, que
había repartido polvo de hadas sobre él y había pagado un precio que casi le rompe
el corazón.
Había tenido que apretar los puños para evitar rodearla con sus brazos. Él, Mac
McEnroe, el tipo duro con pelotas de acero que había matado a sus enemigos con sus
propias manos sin parpadear, había estado a punto de envolver con sus brazos a un
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Capítulo 6
La mañana siguiente a Lee le comenzó a latir con fuerza una vena en la sien. Miró
la ficha de asistencia de la doctora Catherine Young en las instalaciones de Millon y
vio que no había aparecido por segundo día consecutivo.
Había enviado las secuencias de lo de África a tres científicos investigadores en el
laboratorio Millon de Palo Alto que eran parte del protocolo completo. Aun así, no
tenían toda la secuencia, por supuesto. Todo lo que sabían era que estaban
implicados en un proyecto de investigación militar secreto más allá de sus deberes
habituales. Y que estaban ganando cien mil de los grandes más al año que con las
investigaciones habituales. No tenían ni idea de que Lee tenía otros planes, lo cual
era, por supuesto, perfecto.
El día que Lee desertara de vuelta a la madre patria con un programa completo
que convertiría al Ejército Rojo en la máquina militar más grande de la historia, se
marcharía dejando un cuerpo carbonizado en su coche al fondo de un barranco que
implicaría a los tres científicos en cuestión.
¡Estaba tan malditamente cerca, y a la vez tan lejos! El desastre de Orion en África
iba a retrasarle meses. Su nueva vida bailando fuera de sus dedos.
Marcó sobre una imagen holográfica de un candado con llave que estaba en el
monitor de su derecha. Inmediatamente se convirtió en la cabeza con forma de bala
de Baring.
—¿Señor?
—La doctora Catherine Young no ha ido a trabajar tampoco esta mañana.
Comprueba en los hospitales en un radio de ciento cincuenta kilómetros y rastrea los
informes policiales. Entra en su casa y mira si puedes encontrar algo y asegúrate de
que ella sepa que hemos estado. Infórmame en una hora.
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—Señor.
Lee tamborileó los dedos sobre el brillante tablero de madera de su escritorio,
apretó la mandíbula y se puso a pensar.
¿Qué le había pasado a Young? ¿Había sufrido un asalto? ¿Un accidente de coche?
¿Estaba su cuerpo sin vida en una morgue? Eso sería muy desafortunado, ya que ella
parecía tener una habilidad casi perfecta para entender el funcionamiento de todas
las iteraciones del SL en la mente humana y era capaz de hacer que una IRMf1
cantara. Si alguien podía retocar la molécula, darle otra iteración, esa era la doctora
Young.
Era la mejor de los mejores imaginando análisis en los que él jamás habría
pensado. A veces parecía como si ella pudiera mirar un IRMf y adivinar lo que el
paciente había tomado para desayunar. En sus manos, cada imagen contenía
tantísimos datos que estaban creando el mapa más completo del cerebro humano en
existencia.
¿Por qué no estaba trabajando? ¿La mujer que era todo trabajo y nada diversión?
No tenía amigos entre sus colegas, y el chequeo de seguridad que su personal
había hecho no había revelado un gran número de amistades. De hecho, ninguna
amistad.
Parecía estar dedicada a su trabajo, llegando temprano y marchándose tarde. No
mostraba signos de interés en la política ni tampoco un interés inusual por la
compañía para la que trabajaba.
No, decidió Lee. No estaba cantando como un canario ante el FBI en ese momento.
Algo debía haberle sucedido. ¿Habría pasado la noche con alguien y todavía estaba
allí? No sabía por qué pero Lee lo dudaba. Parecía que tuviera tan poco sexo como
pocos amigos.
Eso había sido un punto más a su favor, según él.
Se arrepintió amargamente de no haberle puesto rastreadores a los coches de sus
mejores investigadores.
En cuanto Young apareciera, un transponedor de la compañía iba directo a su
coche, uno que no se apagaría cuando el coche estuviera apagado. O mejor aún,
Baring se colaría en su dormitorio, la anestesiaría y le inyectaría pequeñas dosis de
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un isotopo radioactivo con una firma específica para ella, quien jamás lo sabría, y así
siempre sabrían por dónde andaba.
Y cuando el SL-59 estuviera completo, testado y sin fallos, cuando hubiera sido
entregado al Ejército Popular de Liberación, Young estaría en la lista de destrucción,
junto con Clancy Flynn, sería la única que podría reconocer lo que le había pasado a
los soldados del EPL. Ambos debían ser silenciados. La pérdida de un ex general
fanfarrón y una mera mujer no eran nada en comparación con el plan.
* *
Catherine se inclinó sobre sus codos, fascinada.
—Venga, Stella. Dime la verdad. Gary Hopkins, ¿besa bien?
Dios, esa escena. El beso más famoso del mundo, una imagen icónica, en el póster
de El Cazador. Stella y Gary separados por enemigos y su único punto de contacto
eran los labios, sellados en un beso.
Catherine dejó su perfecta taza de café junto a los platos donde antes había una
perfecta pila de panqueques de arándanos y una perfecta tortilla de queso hecha sólo
de claras, y un bol que antes contenía un perfecto yogur casero con una pizca de
perfecta mermelada de fresa casera.
Era más comida de la que había sido capaz de consumir de una sentada en más
tiempo de lo que recordaba. Había comido cada delicioso bocado y había dejado
limpio el bol con yogur, haciendo un sonido embarazoso.
Era, sin la más mínima duda, el mejor desayuno que había comido en su vida, y
eso incluía los de Francia. Pero ahora que estaba llena, la fascinación por la mujer
sentada frente a ella la invadió.
Stella Cummings, una vez la actriz más famosa del mundo, que ganaba veinte
millones de dólares por película, cuyo rostro aparecía en miles de revistas de cotilleo,
que había sido una celebridad al menos desde que había nacido hasta que de repente
había desaparecido del ojo público.
Esa mujer había sido un icono de estilo, delgadísima e increíblemente hermosa.
Distante, intocable. Sin sonreír jamás, y bellísima en las fotos sobre la alfombra roja o
en las fotos de los tabloides. Una Greta Garbo del siglo veintiuno, sólo que más
delgada.
La Stella sentada frente a Catherine era una mujer de aspecto saludable, que ya no
era hermosa y que reía constantemente.
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El calor aumentó entre sus muslos y estaba asombrada al sentir que la vagina se le
tensaba una vez, muy fuerte, justo como hacía en sus infrecuentes orgasmos. El
pecho estaba tenso, sí, pero sus senos estaban hinchados, pesados. Lo más asombroso
fue una sensación débil, temblorosa, como si todo lo que él tuviera que hacer fuera
tenderle una mano y ella correría directa hacia él.
Aquello era lo más aterrorizante de todo. No podía echársele encima porque él no
la cogería.
De hecho, podría acabar disparándole.
Mac echó un vistazo hacia las ruinas de su desayuno y luego las miró fijamente a
ella y a Stella con una dura mirada. Le habló a Stella:
—¿Ya has acabado aquí?
—Sí, estoy bien, gracias Mac. Gracias por preguntar. —Stella inclinó la cabeza
hacia un lado y lo estudió—. Siempre es un placer estar cerca de un hombre que
cuida sus modales.
Los músculos de su mandíbula trabajaron tan fuerte que se le movieron las sienes.
Catherine apostaría lo que fuera que obligar a las articulaciones
temporomandibulares a trabajar tan duro debía de hacer daño a los dientes. Aquel
rostro pétreo no mostró ningún tipo de emoción. Catherine se fijó en Stella, que
parecía totalmente indiferente al humor que tuviera él.
—Stella —gruñó Mac.
—Mac —respondió ella, imitando exageradamente su gruñido. Para Catherine
aquello fue como irritar a un oso, pero Stella simplemente se veía exasperada, no
asustada.
Hubo algún tipo de empate. Catherine prácticamente podía ver las líneas del
macho y la hembra cruzándose. Sorprendentemente, ganó Stella.
Ella señaló la cafetera.
—¿Café? Todavía queda para una taza.
Él dudó, pero Stella se dirigió al armario y sacó una taza. Para asombro de
Catherine había una selección completa de tés, una pequeña pila y un microondas
dentro del armario. Si lo hubiera sabido se habría hecho ella misma una taza de té la
noche anterior.
Stella le sirvió a Mac una taza y se la pasó.
—Ahí tienes, negro sin azúcar. Igualito que tu corazón.
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Mac puso la taza sobre la mesa con fuerza suficiente para que se vertieran un par
de gotas de café sobre el borde.
—Maldición, Stella…
—No, escúchame tú, Mac. ¿Te das cuenta que esta mujer…? —E hizo un delicado
gesto hacia Catherine, recordándole de nuevo que Stella había sido una de las
mejores actrices del mundo—. ¿Te das cuenta que había pensado que era una
prisionera la noche pasada?
Catherine hizo un sonido, atragantándose antes de poder bajarlo de la garganta a
la boca. Intentó disimular, convertirse en invisible. Stella se giró hacia ella.
—¿O no? —exigió saber.
Mac la estaba mirando con los ojos entrecerrados, el rostro como una piedra. Ay
dios. Ella asintió, la garganta demasiado tensa para hablar. No se le había ocurrido
que no fuera una prisionera.
—Bueno, pues no lo eres —dijo Stella—. No me puedo creer que él te lo hiciera
pensar ni por un momento. Esta comunidad no hace prisioneros.
Sus ojos eran los mismos que habían ardido desde la pantalla. Abiertos, de un azul
pálido casi trasparente, todavía hermosos y expresivos a pesar de la cicatriz que iba
desde la ceja derecha hasta el borde de un marcado pómulo, apenas esquivando el
ojo. Aquellos ojos habían sido magníficos en la pantalla pero eran todavía más
potentes en la vida real.
—Ella no era una prisionera. ¿Verdad, Mac? Dile que no la has encerrado bajo
llave como un animal. Y si bloqueaste esa puerta, ya puedes olvidarte de comer.
Digamos, para siempre. Te podrás cocinar tus propias malditas comidas de ahora en
adelante.
Aquel huraño rostro se contrajo como si le doliera. Catherine lo comprendía por
completo. Ahora que había probado la comida de Stella, que lo expulsaran de sus
comidas era algo para temer de verdad.
—No estabas encerrada. —Las palabras sonaron forzadas. Como si le doliera
decirlo.
Catherine tembló. No había estado encerrada en la habitación... ¿no había sido
real? Miró a Mac fijamente. Él le devolvió la mirada.
—Ay, Jesús —dijo Stella, y descruzó las piernas de las patas de la silla y se levantó.
Marchó hacia la puerta y golpeó un punto a la derecha de la puerta, a la mitad de la
altura—. Hay una pequeña protuberancia. Apriétala y la puerta se abre. Aprieta dos
veces y se cierra. Ven y pruébalo.
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Igual que si hubiera caído por el agujero de una madriguera de conejo. Catherine
dio un paso afuera, cruzando el pasillo e inclinándose sobre la baranda.
Uau. Qué pedazo de madriguera, conducía directamente al País de las Maravillas.
Agarrándose fuerte de la baranda, miró.
La noche anterior había estado demasiado cansada y aterrorizada para captarlo de
verdad, pero ahora a plena luz lo que vio fue... una ciudad. Algún tipo de ciudad
subterránea, oculta del mundo, extendida ante ella. Edificios entre medio del follaje
frondoso, gente caminando con un propósito sobre caminos de baldosas y piedras.
Alguien barría las hojas, alguien abría unas puertas, alguien preparaba dos mesas...
¡una cafetería! Con seguridad, un hombre y una mujer se sentaron y un camarero
llegó para tomarles el pedido.
Más gente empezó a cruzar la zona de abajo, algunos siguiendo los caminos y
otros acortando distancia, como hacía la gente. Todos los que miraban hacia arriba
veían a Mac y le saludaban. Un par de hombres le saludaron de manera irónica.
Ella miró a Mac, vio que iba asintiendo y comprendió que estaba de verdad en una
comunidad y que Mac era su rey. O al menos su líder.
Y sin importar lo intimidante que pareciera, nadie se asustaba. Los saludos eran
alegres e informales.
Más y más gente se iba congregando en las zonas comunitarias de abajo. Algunos
tenían trabajos específicos: barrer los caminos, llevar algo de aquí para allá.
El cielo arriba era de un azul brillante. Si no lo hubiera visto la noche anterior no
se habría imaginado que lo estaba por encima era una enorme cubierta de vidrio. Se
habría pensado que la ciudad estaba abierta a los elementos. Y lo que sabía era que la
cubierta era completamente trasparente.
—¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? Si es una ciudad, es una de la que no he oído
hablar. Una ciudad cavada sobre la cima de una montaña. O más bien en la cima de
la montaña.
La mirada que él le dirigió era afilada. Ella se encogió de hombros.
—Hemos viajado hacia arriba. Eso es lo único que sé sobre dónde estamos. Estoy
sorprendida de no haber oído nada sobre este lugar.
—No te sorprendas. Lo diseñamos para que estuviera fuera del mapa y de manera
autosuficiente.
Catherine parpadeó.
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—¿Autosuficiente? ¿Quieres decir que nadie sabe que estáis aquí? Pero… —La
cabeza le daba vueltas—. Quiero decir que las ciudades modernas necesitan
infraestructuras, conexiones a la red eléctrica, red de agua, internet...
—Somos completamente autosuficientes. —La cara de Mac no revelaba nada, pero
ella pudo detectar una nota de orgullo—. Tenemos nuestra propia electricidad. —
Levantó la vista y, asombrada, Catherine también miró—. ¿Esa cúpula? Parece
trasparente pero no lo es. Es grafeno, uno de los materiales más fuertes de la tierra,
de una molécula de grosor. Hay unos paneles solares diminutos integrados en la
cúpula. Tenemos mucha energía. Y agua. Tenemos nuestra propia infraestructura de
internet y nuestra propia provisión de alimentos.
—La comunidad al completo debe desear estar desconectada de todo. ¿Quiénes
son?
Él se quedó de pie mirando fijamente hacia el enorme atrio, con los músculos de
su mandíbula trabajando. Parecía como si literalmente estuviera masticando las
palabras. Tres personas que cruzaban una zona con césped levantaron la mirada y
saludaron. Él asintió brevemente.
—¿Mac? —Catherine dudó, y luego colocó la mano suavemente sobre su
antebrazo. Éste estaba cubierto por su jersey de forro polar. Lo único que sintió fue
músculo duro y cálido. Y que a ella le recorrió un escalofrío.
Él se liberó y ella retiró la mano como si hubiera tocado una cocina caliente.
Lamentando su movimiento instintivo en cuanto lo hizo. A nadie le gustaba que ella
le “leyera”. ¿Por qué parecía incapaz de recordarlo?
—Lo siento —susurró.
Él se encogió de hombros. Apretó la baranda hasta que se le pusieron los nudillos
blancos y echó un vistazo a sus dominios.
Ella no tenía ni idea de dónde le venía aquella compulsión pero tenía que saber
más sobre aquel lugar. Un lugar del que nunca había oído hablar y que casi no podía
imaginar que existiera, aunque estaba mirándolo ahora mismo. Un lugar fuera del
espacio y del tiempo.
—¿Por qué queréis o necesitáis quedar fuera del radar? —Su voz ahora era baja
porque tenía la garganta tensa. Casi le dolía decir las palabras y si no ardiera por la
necesidad de saber, no habría hecho la pregunta.
Él se quedó mirando hacia abajo unos minutos. Otra persona miró arriba y saludó.
Los caminos de abajo estaban llenos de gente ocupada yendo y viniendo. Muy pocas
parejas. Ni un solo niño.
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los niños. Lo único que tenían bajo vigilancia eran las cuentas bancarias, para
asegurarse de que el estado pagara a tiempo. Cuando tenía catorce años, encontré
una motocicleta abandonada en el vertedero. Soy bueno con las manos. Arreglé unas
partes, fabriqué otras. Pasé los siguientes cuatro años explorando hasta que me uní a
los exploradores militares. Encontré este sitio. Cuando necesitamos un sitio donde
ocultarnos nos traje aquí.
¿Que necesitó un sitio donde ocultarse? Catherine no iba a tocar ese asunto. Por
supuesto que lo necesitó. Aquello era un sitio para ocultarse, como el famoso agujero
en la pared en el Salvaje Oeste. Un lugar donde si podías encontrarlo, si llegabas
hasta allí, estarías a salvo.
Miró a su alrededor y luego otra vez al hombre que la estaba mirando fijamente.
—Hicisteis un gran trabajo. —Aquello era quedarse corta. Lo que estaba viendo no
era una mina abandonada. La habían convertido en una ciudad de alta tecnología.
—Seh. —Una parte de su dura boca se levantó y a ella le costó un segundo
reconocerlo como una sonrisa. Una sonrisa sería lo más improbable que fuera a hacer
su rostro, algo que le sería completamente ajeno. Y aún y así... y aún y así era una
sonrisa agradable, por pequeña que fuera—. Nos vimos obligados.
Él se detuvo, inclinó la cabeza a un lado y se dio unos golpecitos en la oreja.
—Sip —dijo de repente—. Roger. Vamos ahora mismo. —Y le agarró del codo y
empezó a caminar, con expresión hosca una vez más.
El tiempo de sonreír se había acabado claramente. Y lo que fuera que hubiera
sucedido, la incluía. Alzó la mirada hacia él, buscando pistas. Su rostro era tan duro,
tan distante. Nada que pudiera leer ahí.
Catherine trotó para mantenerse a su ritmo, preguntándose si estaba yendo a su
perdición. Si era que sí, lo estaba haciendo a buena velocidad.
Caminaron por el pasillo hasta que llegaron a un ascensor de cristal. Bajó en
silencio tan rápidamente que era casi como volar, llevándoles hasta el suelo del atrio.
Mac tomó uno de los caminos y Catherine le siguió. Era casi como meterse en un
bosque. Las plantas verdes eran más densas de lo que parecía desde arriba, un follaje
verde y espeso que no estaría fuera de lugar en el Amazonas. El aire allí era más frío,
el olor increíblemente fresco como si estuvieran al descubierto en vez de en algún
tipo de caverna de alta tecnología.
No era sólo un parque de ciudad, un bonito hueco en un muro de edificios como
la mayoría de los parques de ciudad. Se sentía básico, no decorativo. Útil, toda
aquella belleza era un efecto secundario. Aquí y allá vio signos de zonas cultivadas a
pequeña escala. Un huerto de calabazas con redondas calabazas naranjas del tamaño
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de una roca. Otra pequeña zona cultivada con achicorias. Pasaron una arboleda de
naranjos que olían divinamente, atravesándolo tan apresuradamente que casi no
tuvo tiempo de olerlo.
De nuevo, todos los que encontraron saludaron con la mano a Mac y miraron con
curiosidad como Catherine iba casi arrastrada. Las miradas no eran hostiles en
absoluto. Sólo curiosas. Un hombre vestido en ropas de trabajo y un cinturón de
herramientas intentó detener a Mac, que negó con el dedo índice —más tarde— y lo
pasó rápidamente.
Cruzaron un pasillo lateral donde Mac se detuvo de golpe frente a una puerta
blanca. Catherine estaba a punto de gritarle que se detuviera cuando la puerta se
abrió en el último segundo. Ella corrió tras él y la puerta se cerró en cuanto ella cruzó
el umbral.
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Capítulo 7
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Capítulo 8
Mount Blue
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Ambos hombres se volvieron a mirarla y aquí, también, ella vio caras pétreas.
Completamente inexpresivas.
El moreno se puso de pie, se levantó de la Ergono. Le hizo señas con la mano.
—Siéntese, doctora Young.
Levantó la vista alarmada. Él no era tan alto como Mac pero todavía era mucho
más alto que ella.
—Me temo que me tiene en desventaja, señor…
—Nick —su voz era baja. Abrupta—. Por favor siéntese. Tenemos algo que
mostrarle.
¿Mostrarle? Se sentó y casi gimió ante la absoluta comodidad de la silla. Era
importante no mirar abajo porque se veía a sí misma sentándose ostensiblemente
sobre el aire. Algunos se mareaban tanto que no podían utilizar Ergonos.
—Aquí estamos —dijo Mac—. Ella está aquí. ¿Qué es lo que no podía esperar?
—He montado un bot, jefe —dijo el rubio. Parecía un surfero asesino. Pelo
aclarado por el sol, una vistosa camiseta hawaiana con loros dorados y palmeras de
color verde ácido, y una pistolera al hombro—. En principio. Solo un pequeño
programa configurado para avisarme si algo interesante sucede en el 27 de Sunset
Lane en Palo Alto. Lo monté anoche.
Catherine jadeó.
—¡Esa es mi dirección!
—Sí, lo es —Mac hizo un gesto con la cabeza hacia el Chico Surfero—. ¿Y?
—Sí, bueno aquí la doctora Young no cree aparentemente en la seguridad —el
Chico Surfero entrecerró sus ojos verde-azulados y le lanzó una mirada de
desaprobación—. Ninguna cámara de vídeo, ni una sola. Y tu cerradura es una
mierda.
¡Ella estaba siendo criticada! Catherine tomó aire indignada.
—Primero de todo, la casa no es mía, es de alquiler, por lo que un sistema de
seguridad complicado sería un desperdicio de dinero. ¡Y esa cerradura no es una
mierda! ¡La cambié cuando me mudé! Y quiero que sepa que es de tecnología punta.
El Chico Surfero miró a Mac.
—Una cerradura Stor.
Mac hizo un sonido de disgusto.
El Chico Surfero continuó.
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—Así que a pesar de que la buena doctora vive confiando en el prójimo, es bueno
que sus vecinos no lo hagan. Hay cámaras de vídeo tanto en la casa de enfrente como
en la casa al otro lado del patio trasero. Las piratee y enredé con los ajustes, por lo
que tuvimos vistas frontales y posteriores e instalé otro bot para enviar una señal si
había movimiento en el número 27 y efectivamente, aquí está lo que he grabado hace
diez minutos —golpeó con dos dedos y apareció un holograma frente a ella.
Su inhalación brusca sonó fuerte en la habitación. Las imágenes eran silenciosas
pero elocuentes.
Un hombre calvo, no alto pero ancho de espaldas, vestido de negro guiaba a otros
dos hombres por el pequeño camino hasta la puerta delantera. Llamaron una vez,
dos. Esperaron.
—¿Los conoces?
—El hombre que llama a la puerta es Cal Baring. Es el jefe de seguridad de Millon.
He visto a los otros dos alrededor pero no se sus nombres.
Baring hacía las vidas de los investigadores casi imposibles con sus continuas
exigencias de seguridad. Todas las conversaciones telefónicas internas eran grabadas,
lo que hacía que la comunicación fuera corta y forzada. El protocolo para entrar y
salir de los laboratorios de investigación era tan tedioso que nadie dejaba las
instalaciones durante las horas de trabajo.
Catherine había trabajado en Boston, el cual tenía un clima horrible comparado
con Palo Alto, pero los investigadores a menudo salían al parque de la compañía
para respirar aire fresco y para un descanso. No en Millon. A veces se sentía como
una prisionera.
Baring era un bruto sin sentido del humor.
Él movió la cabeza un poco a izquierda y a derecha, sus manos trabajaban al nivel
de las muñecas y…su puerta delantera se abrió. Para alguien que no prestara
atención, podría parecer como si hubiera abierto con una llave.
Baring y sus matones entraron, como Pedro por su casa.
—¡Hey! —se adelantó Catherine, pasó la mano por el holograma. Era tan claro y
perfecto que por un segundo había olvidado que estaba mirando algo lejano.
No tenía ni idea de cuán lejos porque no tenía ni idea de dónde estaba.
—¡Vaya con el cerrojo-de-tecnología-punta —dijo Nick y el rubio chasqueó la
lengua y sacudió la cabeza. Claramente ante su insensatez.
—Eso fue hace diez minutos —dijo el rubio—. Ahora me gustaría saber lo que
están haciendo dentro.
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—Algo que esté marcado. Está resiguiendo los bordes —dijo Mac suavemente
detrás de ella.
Ella giró la cabeza y le dirigió una mirada vacía. Esto estaba más allá de su área de
experiencia, parecía como si realmente hubiera caído por el agujero del conejo.
Baring tocó alguna ropa que había dejado sobre la cama mientras empacaba y
saberlo le produjo una rápida nausea.
—Él —dijo tragando con dificultad—, sabe que preparé una bolsa.
—Bingo.
Baring inclinó la cabeza, sus ojos estaban desenfocados. No podía imaginarse lo
que estaba haciendo, entonces se dio cuenta de que estaba escuchando un audífono.
—Sí, jefe —dijo y sacó un enorme cuchillo negro del que ella no se había dado
cuenta.
—¿Jefe? —se giró Nick hacia ella—. ¿Quién es su jefe? ¿Qué quiere decir?
¿Qué está haciendo con ese cuchillo?
—¿Eh? Oh. Bueno, técnicamente James Longman que es el director ejecutivo de
nuestra compañía, es su jefe. Pero se ha ido a una conferencia en Hong Kong. Por lo
que no sé a quién está informando.
Baring sostuvo el cuchillo por el mango, con el filo hacia abajo. Levantó el cuchillo
sobre su cabeza, lo inclinó ligeramente y cortó una almohada en su cama. Era un acto
tan descabellado que Catherine solo pudo observarlo, maldiciendo.
—A quienquiera que esté informando es un verdadero cabrón —dijo el rubio con
rabia en la voz—. Baring está recibiendo órdenes de destrozar tu casa.
Lo hacía. Bajo la mirada horrorizada de Catherine, Baring y sus dos hombres se
dedicaron a destrozar sistemáticamente su casa. Eran muy rápidos y minuciosos. Ella
observó mientras el cuchillo negro acuchillaba cada superficie suave de su
habitación. En el estudio no había mucho excepto una mesa de trabajo y una silla,
pero los sonidos de vajilla rota y madera astillada podían oírse provenientes de la
cocina.
Y demasiado pronto, el sonido de madera astillada vino de su misma habitación.
Baring fue hacia los cajones de su cómoda Shaker y minuciosa y sistemáticamente lo
lanzó todo al suelo, entonces sacó todos los cajones y los golpeó.
Ella jadeó. El cuchillo se levantó y cayó y pronto su preciosa cómoda estuvo
astillada. Él se puso en cuclillas y rápidamente repasó lo que contenía.
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El Chico Surfero sacudió dos dedos y pocos segundos después la cámara de vídeo
sobre el dintel de la puerta los Frederickson mostró a los tres hombres dirigiéndose
rápidamente hacia un enorme y negro Compass y alejándose. Baring llevaba su
portátil y ella no tenía duda alguna de que también tenía su disco duro.
Buena suerte con eso. Lo limpiaba cada noche, almacenándolo todo en la nube,
solo se podía acceder a la nube mediante un código encriptado diseñado por ella
misma.
Mac la hizo girar en la silla y por un segundo se mareó, girando en el aire. Una
completa metáfora de su vida. Nada bajo ella, nada sosteniéndola.
—¿Cuál es su opinión sobre esto, doctora?
Ella reflexionó detenidamente.
Todo había cambiado en un santiamén. Como una solución supersaturada que
cristalizaba instantáneamente.
Estos tres hombres fuertes que estaban en la habitación con ella, acababan de
convertirse en sus amigos y aliados. Eso esperaba. Tenía que quedarse aquí si Baring
estaba tras ella. No había otro lugar a donde pudiera ir, porque si la estaban
buscando, sin duda, la encontrarían. Ni siquiera sabía remotamente que pasos seguir
para desaparecer.
Esa destrucción fría y despiadada de su bonita casita, montada cariñosamente
pieza a pieza, había sido infinitamente más aterradora que si unos locos gilipollas
hubieran entrado en su casa con un pico.
Y de repente se le ocurrió que Baring estaba respaldado por una de las mayores
empresas del mundo, la compañía farmacéutica Arka. El jefe de investigación de
Arka, el doctor Charles Lee, a menudo se presentaba en Millon.
Baring nunca pagaría por lo que había hecho. Sabía lo suficiente de cómo
funcionaba esto. Millon y Arka tenían rebaños enteros de abogados de guardia para
cosas como esta. En apuros y privada de dinero, las fuerzas del orden locales no
serían rivales.
—¿Cuál es mi opinión sobre esto? —sus hombros se elevaron y cayeron. Lo hizo
más para mover sus músculos que otra cosa, porque se sintió paralizada por el
miedo. Como alguna criatura atrapada en los faros, sabía que el siguiente camión
estaba llegando demasiado deprisa para escapar. Sentía sus músculos rígidos y poco
cooperativos y tuvo que luchar para evitar curvarse sobre sí misma, replegarse,
olvidando el resto del mundo—. No tengo ni idea. Ninguna. No tengo ni idea de lo
que estaban buscando, excepto que no lo encontraron. Lo que quiere decir…
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—Lo que quiere decir que volverán a buscar. Más intensamente, esta vez. Y si
pueden, la van a presionar en busca de respuestas. Y presionarán fuerte. Esos no eran
chicos buenos —la voz de Mac era implacable.
Ella se estremeció, recordando la fría y cruel expresión en la cara de Baring.
—Sí, lo harán. Y no, no lo son.
—Nosotros somos los chicos buenos —dijo el rubito, señalándose el pecho con el
pulgar y luego a Nick—. Incluso el tipo grande de aquí, no importa cuán siniestro se
vea.
Mac miró por encima del hombro, solo moviendo los ojos. Sí, él se veía siniestro.
Ella esperaba haberlo interpretado correctamente. No tenía ni la menor idea de cómo
eran los otros dos hombres. Todo lo que tenía que hacer era seguir sus instintos
animales, el instintivo sistema de alarma de bajo nivel que todas las mujeres
razonablemente atractivas desarrollaban en las zonas urbanas y ese sistema no estaba
sonando.
—Y eso es una buena cosa, también —continuó el rubito—. Porque se ve como de
manual: no puede volver de nuevo a casa.
El hombre sombrío y tranquilo, Nick fue todavía más explícito.
—Si quiere recuperar su vida a corto plazo, será mejor que descubramos lo que
quieren.
—Aquí está a salvo —dijo Mac suavemente—. Aún no estoy demasiado seguro de
cómo ha llegado hasta aquí. Y como sabe, destruimos cualquier vehículo que consiga
entrar a menos de diez kilómetros de este lugar y también destruimos su sistema de
comunicación.
Ella estaba teniendo una reacción tardía. Sus manos empezaron a temblar tan
fuertemente que tuvo que ponerlas entre las rodillas porque aunque no había
vibraciones perturbadoras procedentes de cualquiera de los tres hombres, las
vibraciones peligrosas existían. Fueran peligrosos o no para ella, claramente eran
hombres duros, como soldados o policías, solo que algo más. Más duros, menos
amistosos.
Hablando de estar entre un lugar muy duro y una roca. Ellos debían creer que era
inofensiva. De otra manera la MIBecearian y la dejarían suelta como a una mascota
entrenada liberada en la selva. Se despertaría en algún lugar sin el conocimiento de
los dos o tres últimos días y sin idea de que Cal Baring y sus gorilas estuvieran
tratando de seguirle la pista.
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Si ella les pedía que no le quitaran la memoria, levantaría sospechas como ninguna
otra cosa. Oh Dios. Pensar en despertarse en alguna habitación de hotel sin
recuerdos, sin manera de defenderse…
Una ola de frío se elevó dentro de ella y se estremeció, acurrucándose sobre sí
misma. Era casi imposible respirar, su pecho solo podía emitir un áspero jadeo
desigual. Manchas bailaban delante de sus ojos.
Una mano enorme y fuerte aterrizó en su cuello, presionó hacia abajo hasta que su
cabeza casi se encontró con sus rodillas.
—Respire —le ordenó una voz profunda desde algún lugar sobre ella. Sonaba
como si llegara desde el techo. Ella jadeó. La mano apretó suavemente—. Respire —
la voz ordenó de nuevo.
Lo hizo. Primero una respiración profunda, después otra. Algo se aligeró dentro
de su pecho, su corazón pasó de tratar de abrirse camino fuera de su caja torácica a
un sordo pero rítmico y rápido latido.
—¿Está bien? —preguntó Mac.
—Nunca he estado mejor —inmediatamente, jadeó avergonzada de sí misma. Una
vida entera de esconder sus emociones de los demás y ahora estos tres hombres
estaban viendo su pánico al desnudo, su humillante miedo y no había nada que
pudiera hacer. Control, el control férreo que había pasado toda una vida
perfeccionando la eludía, simplemente había desaparecido.
La enorme y pesada mano sobre su cuello apretó un poco, no dolorosamente.
Entonces la mano se levantó y, extrañamente, la echó de menos. Solo cuando la mano
se apartó, se dio cuenta que de que podía haber leído a Mac mientras tenía la mano
sobre su cuello, pero no lo hizo. No le había leído en absoluto. No tenía pistas de
donde estaban sus emociones. Todo lo que sabía era el efecto que tenía él sobre ella.
La puerta zumbó al abrirse y un hombre entró corriendo, pálido, delgado y calvo.
Tenía ojos enloquecidos.
—¡Mac! No puedo encontrar a Pat o a Salvatore. ¡Necesitamos ayuda en la
enfermería, rápido! ¿Dónde están, lo sabes?
Los tres hombres se levantaron. Mac frunció el ceño.
—Abajo en Silver Springs.
El hombre pálido levantó una finísima pieza de plástico.
—Pat no contesta y tampoco Salvatore. ¿Cómo pueden no contestar?
—Mierda —dijo el rubito, pasándose una mano por el pelo—. Pat me dijo que
estaba negociando por una nueva máquina de imágenes que todavía no estaba en el
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mercado. Ella fue… —una mirada de soslayo hacia Catherine y cerró la boca
apretadamente. Lo que fuera que iba a decir, no lo haría frente a ella.
Una fina capa de sudor cubrió la pálida cara del hombre.
—Se supone que no tienen que estar fuera a la vez. ¿Y por qué no contestan al
teléfono?
Mac se levantó. Estaba más cerca de ella así que Catherine tuvo que estirar el
cuello para observar su cara. Lanzó una mirada hacia ella y respondió sin la
vacilación del rubito. Tal vez confiaba más en ella. O tal vez sus recuerdos fueran a
ser borrados y no recordaría ni una palabra de esto.
—Pat y Salvatore me dijeron que el nuevo equipo está guardado en un cobertizo
protegido porque lo que venden algunas de las compañías médicas contiene isótopos
radiactivos. Por lo que no estarían localizables —miró hacia su enorme reloj de
pulsera negro y frunció el ceño. Incluso bajo la luz del techo, nada en el reloj de
pulsera reflejaba la luz—.Deberían haber regresado ya.
—Joder —los labios del hombre pálido se arrugaron. El sudor ahora corría por su
cara como riachuelos aunque hacía fresco en la sala—. ¿Qué coño vamos a hacer?
Mac miró al hombre pálido con el ceño fruncido.
—Tengo entrenamiento médico, Sam. Lo sabes. ¿Qué pasa?
—Podrás estar entrenado como médico, Mac —respondió Sam—, pero no creo que
tu entrenamiento cubra esto. Es Bridget y está a punto de tener a su bebé. En
cualquier momento. ¿Sabes qué hacer?
No había absolutamente nada remotamente gracioso en la situación de Catherine.
Estaba atrapada entre hombres posiblemente hostiles, otra banda de hombres
definitivamente hostiles había destrozado su apartamento y la estaban buscando.
Pero por un fugaz segundo casi se echó a reír a carcajadas ante la cara de Mac.
Él había sido entrenado para balas y huesos rotos pero el parto le tenía
aterrorizado.
¿Parto?
Mierda, mierda, mierda.
Bridget era la mujer de Bobby “Red” Gibson, el chico arreglalotodo de la
comunidad. Red podía reparar un cohete en su viaje a la luna. Mantenía su
comunidad en marcha y Bridget ayudaba a Stella con la cocina.
Bridget había sido llevada a los Estados Unidos desde Irlanda con la promesa de
un contrato como niñera de una familia muy rica de la costa oeste y había acabado
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siendo poco más que una esclava. Una sobre la que, además, el marido de la familia
tenía los ojos puestos.
Ella se enamoró del manitas de la finca, Red. Cuando Red oyó sus gritos mientras
ella se resistía a la violación, corrió a su rescate y golpeó al industrial en la boca. El
industrial tenía vínculos con la mafia. Red y Bridget huyeron con lo puesto.
Hicieron su viaje hacia Haven de la forma en que todos los demás lo hacían
mediante una especie de silbato para perros enviado solo a aquellos que son capaces
de oírlo. Ambos eran pilares en su pequeña comunidad y todo el mundo estaba
esperando el nacimiento del bebé de Bridget, el primero en Haven.
Era como si todo el mundo estuviera esperando a aquel condenado bebé, no solo
Bridget.
Todos ellos eran, en un grado u otro, fuera de la ley y marginados. Exiliados en su
propia tierra. Aquí habían hecho una especie de país por su cuenta y ahora el primer
ciudadano estaba a punto de nacer. La idea hacia incluso sonreír a Nick.
Ocasionalmente.
Ahora este bebé que todo el mundo estaba esperando, que se suponía que iba a
nacer en un mes, estaba llegando, justo cuando los dos enfermeros que llevaban la
enfermería estaban lejos.
Sam, Nick y Jon estaban mirándole. Él era su maldito líder, ¿no? Entonces ¿Por
qué no le deberían mirar? Excepto…joder.
Parto.
Mac sabía cómo manejar la mayoría de las situaciones. Su entrenamiento médico
había sido completo. Era bueno con las heridas, había tratado muchas en el campo de
batalla. Apretar una herida sangrante, abrir una vía intravenosa, bien. ¿Pero un parto
prematuro? No mucho.
Por primera vez en la vida estaba paralizado por la indecisión. Con cualquier otra
situación hubiera dicho de aguantar hasta que Pat regresara pero incluso él sabía que
los bebés no esperaban a nadie. Llegaban con su propio maldito horario. Y un mes
antes. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Necesitarían una incubadora? Porque ellos,
seguro que no tenían una.
¿Qué demonios se suponía que iba a hacer? No tenía pistas y no quería cagarla.
Estaba esperando este nacimiento tanto como todos los demás. Estaría maldito si
perdía al bebé o a la madre.
—Puedo ayudar —todos se giraron ante las suaves palabras. Catherine se retorció
las manos—. No practico la medicina, soy investigadora, pero soy doctora. E hice
rotaciones por ginecología y obstetricia durante tres meses. Quiero ayudar.
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—Absolutamente no —Jesús. No tenían ni idea de quién era esta mujer. Como les
había encontrado. No podía enviarla a la enfermería y exponer incluso más de sus
secretos.
Y luego estaba la cuestión del extraño efecto que tenía en él. Era demasiado bella
para su propio bien. Ciertamente para el propio bien de él. Todo sobre ella le ponía
nervioso, inquieto. De ninguna manera ella…
—Fantástico —espetó Sam. Le cogió la mano y empezó a correr.
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Capítulo 9
Operación Guerrero
Doctor Lee,
Hemos seguido con muchísima decepción el último experimento. La República Popular está
negociando con el gobierno de Burundian el acceso a sus depósitos de iridio. El ejército rebelde
está activo en la zona de máxima concentración de depósitos de iridio. Esperábamos poner en
práctica la Operación Guerrero muy pronto. El fracaso del SL-58 significa un retraso de, por
lo menos, otros seis meses.
Mientras tanto, el doctor Huang Wu del ministerio ha pedido fondos para armamento a
gran escala incluyendo ondas sónicas que se ha demostrado inutilizan a los humanos en
experimentos llevados a cabo en prisioneros de Haerbin. Los fondos han sido garantizados. Se
ha decidido a altos niveles del gobierno que el Ejército Rojo puede ejercer su protocolo de
capacidades mejoradas o un protocolo de armamento mejorado. La decisión se tomará en seis
meses tras lo cual, sin importar sus resultados, no encontrará una infraestructura lista en las
fuerzas armadas para llevar a cabo su proyecto.
No nos decepcione ni al ministerio ni a mí. La República Popular se mueve
inexorablemente hacia su destino.
Ministro Zhang Wei
Email de Chao Yu
El ministro está verdaderamente enfadado. Haz algo rápido.
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Bridget la necesitaba.
Cuando ella entró en el hospital, la primera cosa que Catherine hizo fue cogerle la
mano a Bridget y decirle que estaba aquí para ayudarla. Un maremoto de emociones
la había inundado, y por primera vez en su vida no dolió. Bridget estaba asustada y
excitada, enamorada de su niño y del padre, que le sujetaba la otra mano.
Nada de espirales oscuras, ni odio oculto ni agresividad en espera como trozos de
alambre con púas para engancharse y hacer daño a Catherine. No había nada allí que
doliera en absoluto, nada por lo que retroceder, solo el brillo de los colores del amor
y el miedo de Bridget, el eco del amor de su marido por ella y el de su hijo nonato, y
en el meollo de todo aquello, una luz brillante y resplandeciente que era el bebé
esforzándose por nacer.
—Bridget, ya estamos cerca—murmuró Catherine y la mujer se apartó con un
soplo mechones de cabello empapado de sudor de los ojos. Catherine lanzó un
vistazo a Mac. Un momento después, le pusieron una esponja empapada con agua
fría a Red en la mano y empezó a limpiarle el sudor del rostro y el cuello a Bridget—.
Muy cerca.
Ya era el momento. Bridget estaba casi dilatada del todo. Debajo de sus manos,
Catherine podía notar una vasta fuerza reuniéndose, algo más grande que Bridget,
algo que conectaba con la tierra y transitaba a través de una pequeña mujer y una
diminuta y poderosa fuente de luz dentro de su vientre.
El poder arremolinándose y pulsando.
El corazón monitorizado del feto mostraba el diminuto latido perfectamente, y
cuando Catherine encendió los altavoces allí estaba, unos saludables ciento cuarenta
latidos por minuto. Como si el corazón del bebé estuviera latiendo rápido por la
emoción de venir al mundo.
El marido de Bridget, Red, no le soltó la mano ni una sola vez, ni siquiera cuando
ella lo insultaba o le gritaba prometiéndole que nada de sexo durante el resto de sus
vidas. Jamás. Ni siquiera había parpadeado, solo le sujetaba la mano con fuerza y
respiraba con ella.
Tocar a Bridget... caray.
Catherine estaba casi abrumada por las emociones de la mujer. Alegría. Dolor.
Amor. Excitación. Miedo. Pero sobre todo, amor. Amor por el niño que estaba
naciendo y por el hombre cuya mano estaba sujetando como si fuera una cuerda
salvavidas y a quien insultaba con cada palabra que le salía de la boca.
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Y tras todo aquello, el eco más tenue de algo más. Otro grupo de emociones. Casi...
otra alma. Como un ángel suspendido en el aire, como un sol propagando luz y
calidez. Firme y seguro.
De pronto, el vientre de Bridget se tensó y ella gimió a través de los dientes
apretados. Estrechó la mano de Red con tanta fuerza que los nudillos se pusieron
blancos.
Entre las piernas de Bridget, Catherine vio una mata de cabello rojo oscuro. ¡El
bebé! Todo pensamiento huyó de su mente cuando se concentró en traer una nueva
vida al mundo. Sabía lo que estaba haciendo. Los profesores de obstetricia y
ginecología habían sido concienzudos y estrictos. Pero más que el conocimiento
científico de cómo nacían los bebés, estaba imbuida con alguna sustancia mágica que
la dirigía en el proceso como si hubiera nacido para ello. Algo que le estabilizaba las
manos, el corazón y la voz. Como si estuviera conectada a alguna base de
conocimiento arcano comunicado con la misma tierra.
Sus manos se movían por decisión propia, rápidas y seguras. Bridget estaba
jadeando ahora, las contracciones llegaban más y más rápido, cada una siguiendo de
cerca a la otra. Su rostro estaba ferozmente contraído por la concentración. Los ojos
de Red jamás abandonaron su rostro. Todo el cuerpo de Bridget se esforzaba, presa
de alguna fuerza externa abriéndose camino a través de ella.
—Lo estás haciendo bien, Bridget. Así es, el bebé está coronando, unos pocos
empujones más y habremos acabado, tendrás un bonito bebé para amar, solo un poco
más, está bien, concéntrate en la respiración, excelente, estás siendo muy valiente, eso
es... —Catherine era apenas consciente de lo que estaba diciendo, solo sabía que
mientras hablaba, mientras tocaba los muslos y el vientre de Bridget, el miedo de
Bridget disminuía, como si cada palabra que Catherine decía se llevara algo del
miedo y el dolor.
Podía notar el efecto de sus palabras, el efecto de su presencia, sentir como la
tranquilidad de Bridget era porque ella estaba aquí. Una fuerza estaba siendo
tendida en ambos sentidos, el poder surgiendo entre ellas.
La clínica estaba magníficamente bien equipada. Alguien que sabía lo que se hacía,
alguien con un montón de dinero para gastar, había comprado todo lo que podría ser
necesario. Si era necesaria una cirugía a corazón abierto o una cirugía cerebral
seguramente irías a otra parte, pero por lo demás, la clínica tenía lo necesario,
incluyendo tijeras de episiotomía.
Hizo un diminuto y controlado corte para ayudar a Bridget. Tenían Derma-Glue,
el cual eliminaba los puntos que a menudo conllevaban infecciones tras el nacimiento
del bebé. Era un milagro que estaba salvando vidas en los pocos hospitales en los que
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podía notar el calor de su cuerpo, tan cerca que podía tocarlo si respiraba
profundamente. Era como un muro detrás de ella, sosteniéndola.
Un seco golpe en la puerta y Stella entró empujando un carrito.
—Vale, ¡fiesta! ¡Tenemos algo que celebrar!
Tras ella, el Chico Surfero y el hombre oscuro, Nick. Detrás de ellos, diez, no,
quince, no, veinte personas riéndose y charlando llenaban la clínica. Ruido, color y
voces.
Fuertes estallidos y el Chico Surfero estaba sirviendo champán en copas que
habían sido puestas en fila a lo largo del carrito. Parecía haber un sin fin de botellas
de aquella bebida. Servía simplemente recorriendo las copas con una botella
inclinada. Tan rápido como servía se las llevaban para ser remplazadas por otras
copas.
Alzó la botella vacía, agarró otra, aprobó con satisfacción la etiqueta y abrió el
tapón de corcho.
—De lo bueno lo mejor —observó.
Él le puso una copa en la mano, sonriéndole.
—Olvidé presentarme. Me llamo Jon. —Le pusieron algo suave y cilíndrico en la
otra mano—. Ten un puro. —Sonreía. Luego se giró para darle a Mac una copa.
Catherine dejó el puro y sorbió el champán. Bueno de verdad.
Bridget, todavía amamantando, sostenía una copa igual que Red.
—Vale, chicos, calmaos. —El nivel de ruido bajó un poco. Stella levantó su copa,
las fuertes luces superiores iluminando cada una de las cicatrices sin excepción y la
belleza debajo de ellas—. Propongo un brindis para el miembro más reciente de
nuestra comunidad. El más reciente pero… no el último.
Movió las cejas mientras miraba al otro lado de la habitación.
Una bonita morena se atragantó con su champán, ruborizándose de un rojo
intenso. Alzó la mirada, indignada con el hombre alto y delgado. Entrecerró los ojos
sobre él.
—¡Hablaste!
Él echó la cabeza hacia atrás sorprendido.
—¡No, no hablé, cariño! ¡Lo prometo!
—Nunca subestimes la intuición femenina —dijo Stella suavemente—. Así. El
brindis. —Algo cambió en su voz y un repentino silenció llegó a la habitación.
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—Escuchad todos. Tengo otro brindis, uno importante. Para Catherine, que ayudó
a traer al mundo a la última incorporación a nuestra comunidad, —y entonces
entrecerró los ojos sobre Mac, Nick y Jon, por turnos— incluso cuando no ha sido
tratada demasiado bien por nosotros. —Stella se detuvo y lentamente miró a cada
persona en la habitación—. Hay un nosotros. Vinimos a este lugar solos o
acompañados. Encontrando aquí nuestro camino porque… porque el mundo exterior
se hizo demasiado peligroso para nosotros. Aquí encontramos refugio y protección.
Mac, Nick y Jon… bien, ¿quién puede pedir mejores protectores? Nos encontramos
unos u otros. Así que esta noche tenemos a dos nuevos miembros en nuestra
pequeña comunidad. Mac, una bebé pequeñita, y Catherine, que encontró su camino
hacia nosotros del modo en que todos lo hicimos. Por la fortaleza de su corazón. Así
que… ¡por Catherine!
—¡Por Catherine! —La habitación hizo eco con el clamor. Varios aplaudieron
fuerte, otros se unieron con entusiasmo. El nivel de ruido era increíble.
Echando un vistazo a la cama, Catherine vio a la pequeña Mac durmiendo
felizmente ajena a todo. Tal vez los bebés tenían alguna clase de radar que les hacía
saber que ruidos fuertes eran peligrosos para ellos y cuáles no. Este clamor era
definitivamente benigno. El clamor de la gente feliz, alzando las copas en un brindis.
¡Un brindis por ella!
Era aturdidor. No le habían dedicado un brindis antes. Jamás había sido el centro
de tantos rostros sonrientes. ¡Rostros que le sonreían a ella!
Alguien derramó algo de champán en su copa y se rio.
—¡De un trago! —gritó alguien y todos lo hicieron. Catherine también. El
champán era delicioso, embriagador. Sabía a luz de luna embotellada, frío y
refrescante y seguramente de noventa grados ya que le subió inmediatamente a la
cabeza.
Jon ahora era un sommelier sobrecargado, paseándose con una botella en la mano,
sirviendo constantemente. Cuando se acababa una, se oía un estallido y aparecía
otra.
El ruido y las risas aumentaron.
Un brazo la empujó y ella tropezó, se notó empezando a caer. Mac la atrapó y la
sostuvo erguida. Sencillamente envolvió su gran mano en torno a su brazo y la puso
derecha. La otra enorme mano estaba en la parte inferior de su espalda, atrayéndola
hacia él. Ella estaba… estaba en su abrazo.
Alzó la mirada, todo lo que vio fue una mandíbula dura y cuadrada, leve sombra
de barba de un día y ojos entornados. Desde este ángulo destacaba la cicatriz de la
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manos de una banda. Pesar y ansiedad, una ráfaga de enorme afecto de alguien,
para... ¡Mac! Por el Mac grande, no la bebé.
Las emociones se alimentaban la una de la otra. Cada persona tenía una historia,
un pasado sumamente emocional, no siempre agradable. Estaban felices de estar allí
en este momento y lugar en concreto, pero había un mundo exterior presionando,
amenazando...
La amenaza se sentía como sogas alrededor del pecho, oscuras y ardientes. Había
amor pero no seguridad excepto la seguridad provista por los tres hombres al
mando. Catherine percibía el miedo subyacente y las amenazas, y aun así, en el
abrazo de Mac la parte de ella que le tocaba estaba libre de miedo, mientras la parte
de ella siendo tocada por los demás lo absorbía, era una esponja empapándose de las
oscuras corrientes que crecían y crecían...
Se le doblaron las rodillas.
* *
Joder.
Catherine se desplomó en sus brazos y Mac la sujetó más fuerte, se giró a todos los
que estaban apiñados a su alrededor. Sabía lo que su comunidad estaba celebrando y
no era solo el nacimiento de la pequeña.
Llamarla Mac. Jesús. ¿Qué coño era eso? ¿Se podía llamar Mac a una pequeñina?
Tenía que hablar con Bridget y Red sobre eso.
—¡Vale, gente, escuchad!
Mac tenía una voz profunda y sabía cómo ponerle tono de mando. En dos
segundos la habitación estaba completamente en silencio. Todo el mundo había dado
un paso atrás y ahora se daban cuenta de que Catherine estaba inestable sobre sus
pies.
—Sé que todos estáis felices por el nacimiento de Mac. —Tenía visión directa a
Bridget acunando al bebé con Red a su lado—. Y vosotros dos... vais a tener que
repensaros lo de ese nombre. —Puso una dura y severa nota en su voz pero Bridget
solo le sonrió de modo soñoliento—. Y sé que todos le agradecéis la ayuda a
Catherine. Pero creo que la estamos abrumando.
Sí. Casi muerta por congelación en una tormenta de nieve, interrogada por
soldados profesionales que habían estado bajo el entrenamiento del SERE, ver su
casa destrozada por los matones, el parto de un bebé... sí, eso sería una prueba para
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cualquiera, y mucho más para alguien con un aspecto tan frágil como Catherine
Young.
Ella se removió.
—No, en serio. —Sonrió débilmente—. Estoy bien, estoy...
—Cállate —gruñó Mac. La notó combarse, sintió su debilidad, incluso podía notar
el esfuerzo que estaba haciendo para permanecer derecha. Estaba temblando.
A la mierda. La cogió en brazos.
Se giró con Catherine en sus brazos y se detuvo cuando Stella le puso la mano en
el hombro. Le estaba frunciendo el ceño preocupada, realzando las cicatrices dejadas
por los cortes del cuchillo.
—Llévala a tu alojamiento, estará más cómoda. Enviaré un poco de té.
Él asintió y salió.
—Puedo andar —protestó Catherine.
Sí, seguramente podría. Pero mierda, se sentía realmente bien en sus brazos.
Tenía un alojamiento espacioso, en realidad un apartamento grande dos plantas
más abajo. Se paró un segundo fuera de la puerta. La cerradura era biomorfológica,
lista para reconocer la forma de su cuerpo, junto con las formas de Nick y Jon. No
reconocía su forma con Catherine en brazos, así que tuvo que introducir un código
en el teclado alfanumérico oculto en la pared.
Mac tuvo que suprimir el pensamiento chocante de que sería mejor reajustar la
abertura biomorfológica porque no sería la última vez que tuviera a Catherine Young
en brazos.
¿De dónde había salido ese pensamiento?
Mac entró en su alojamiento y fue hacia el dormitorio. Inclinándose, apartó la
colcha y la acostó.
Al instante echó de menos ese cálido y ligero peso en sus brazos. Durante unos
minutos se quedó sobre ella, todavía tocándola, incapaz de soltarla del todo.
Terreno nuevo.
El cuerpo de Mac hacía lo que él le decía, ni más ni menos. La idea de permanecer
sobre una mujer porque sus brazos sencillamente no querían obedecerle le impactó
casi tanto como la erección en sus pantalones.
Jesús.
Contrólate.
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Y después del desastre de Arka... bueno, estar huyendo para salvar la vida y
escondido en verdad no sacaba a relucir la calidez y lo sexy.
Así que Mac se sentó observando el rostro de Catherine, sujetándole la mano,
tratando en vano de alejar a fuerza de voluntad la enorme erección en sus pantalones
y tratando de recordar la última vez que tuvo sexo.
No pudo.
No era solo que seguramente estaba perdido en la nebulosa del tiempo, o no solo
eso. Era que tenía problemas para recordar cualquier cosa sobre otras mujeres
mientras miraba a Catherine. Le parecía imposible que alguna vez pudiera haber
deseado a otra mujer porque la más deseable de las mujeres del mundo estaba justo
delante de él, durmiendo en su cama, con la mano en la suya.
Cualquier otra mujer en el mundo se le fue directamente de la cabeza para nunca
volver.
Los ojos de Catherine se movieron bajo los párpados, de un lado a otro, como si
estuviera leyendo algo. Con la mano agarrada a la suya, abrió los ojos.
Él movió la mano descansando así el pulgar sobre la parte interior de la muñeca.
—Hola —le dijo bajito—. Te has quedado dormida. Estabas agotada. Te traje aquí
para que pudieras descansar.
Ella juntó las cejas mientras lentamente miraba por la habitación, luego volvió su
mirada hacia el rostro de él.
—¿Estoy en tu habitación?
El alojamiento era algo más, pero asintió.
—Sí. —Levantó la mano que no estaba agarrando a la de ella—. Pero no te
preocupes, conmigo no estás en peligro. No voy a hacerte daño. —Arqueó la boca—.
Incluso si quisiera, lo cual no quiero, todas y cada una de las personas de esta
comunidad entrarían como una tromba y me darían una paliza si te tocara un solo
pelo de la cabeza.
Ella lo escuchaba atentamente con la mano agarrada a la suya. Era raro, como no
podía soltarle, solo agarrarlo con firmeza. Donde sus manos se tocaban la piel de él
era cálida, y era casi como si hubiera alguna clase brillo.
Mierda, en serio necesitaba acostarse con alguien si sujetar la mano a una mujer le
ponía cachondo.
Ella tardó en responder, buscando algo en el rostro de Mac.
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Aquello lo puso casi (pero no totalmente) incómodo. Los ojos de las mujeres no se
entretenían en su rostro. Y sin duda no los ojos de mujeres hermosas. La gente lo
miraba brevemente, luego normalmente se concentraban en un punto más allá de su
hombro. Solo sus hombres y la gente de Haven lo miraban directamente a la cara.
Y Catherine Young.
Después de mirarlo largo rato, al final ella habló en voz baja.
—No, no tengo miedo de que me hagas daño. Para nada. —Se detuvo
mordiéndose el labio.
—¿Tienes algo más que decir? Escúpelo.
La mano femenina se movió en la suya, cálida, suave y propagando... algo donde
la piel tocaba la piel.
—No te va a gustar —le advirtió.
Mierda, había muchas cosas que no le gustaban. Eso no significaba que no pudiera
enfrentarlas. En el campo te enfrentabas a lo que venía, esquivando lo que llegaba
como podías, tratándolo de frente si no podías.
—Soy un chico grande —le respondió Mac.
Ella sonrió, su primera sonrisa desde que se despertó. Dulce y triste. No había
felicidad en ella, solo dolor.
—Sé quién eres, Mac. Te conozco. Sé cómo eres por dentro y por fuera me quieras
creer o no. Sé que eres un soldado peligroso en el campo de batalla y que no podrías
hacer daño a un inocente. Simplemente no podrías.
Él tiró de su mano pero ella solo aumentó la presión. Era ridículo. Su mano era
casi el doble de tamaño que la suya. Su fuerza, como el de todos los soldados de las
Operaciones Especiales, había sido probado en un dinamómetro, marcando más de
noventa kilos. De hecho por encima de la escala. Y aun así no podía apartar la mano
de la suya.
Lo estudiaba con los ojos.
—Tenemos una conexión, Mac. Te guste o no. Y creo que también puedes notarlo.
Sacudió la cabeza incluso cuando sabía que se estaba mintiendo a sí mismo.
Alguna clase de cosa eléctrica, una calidez hormigueante que se extendía desde su
mano subiéndole por el brazo...
—¿Me has drogado de alguna manera? —se le escapó.
Catherine soltó una carcajada sorprendida.
—No, por supuesto que no.
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Era la única cosa que tenía sentido. ¿Qué más podría explicar esta sensación, algo
cálido que le recorría el cuerpo? Y Catherine... ella estaba brillando desde el interior;
mientras que antes había estado pálida y con mala cara ahora estaba un poco
ruborizada y radiante, como si dentro tuviera una bombilla.
¿Qué era esta mierda?
Su móvil sonó con dos bips bajitos. Un mensaje de texto. Un haz de luz salió
disparado, moviéndose hasta encontrar una superficie oscura donde proyectarse.
Fuera en la puerta. Stella.
Agradecido por la distracción, Mac apartó la mano y se levantó. ¡Maldita sea! Sus
condenadas rodillas se sentían débiles. ¿Qué le había hecho ella?
—¿Qué pasa? —Catherine se incorporó, las sábanas cayéndole hasta la cintura.
Mac era sumamente consciente de absolutamente todo. El sonido de las sábanas
deslizándose, el roce del cabello femenino contra las almohadas amontonadas detrás
de ella, el suave suspiro de pesar cuando él apartó la mano.
Y era una locura pero se sintió... despojado. Como si lo hubieran arrebatado de un
lugar cálido y acogedor, y caído en una gélida y fría realidad. Tenía la mano fría.
Todo se sentía frío y extraño, incluido él mismo.
—Stella —dijo, manteniéndose completamente inmóvil, porque la tentación era de
avanzar lentamente hacia ella, con un aspecto tan despeinado y delicioso en su cama.
Aunque la sonrisa de Catherine se había desvanecido ante su reacción. Se abrazó a sí
misma y se estremeció aunque no hacía frío en la habitación.
En Haven no hacía nunca ni frío ni calor. Siempre había una temperatura
constante de unos 23 grados.
—¿Qué quiere?
—Alimentarnos, supongo. —Mac se giró y fue hacia la puerta. Y maldita sea si no
era difícil ¿Qué era esta mierda? Era como caminar a través del fango, cada paso que
se alejaba de ella más difícil que el paso anterior hasta que hizo el esfuerzo de llegar a
la puerta. Su mano tardó dos segundos en alcanzar el mando de la pared y cuando
iba a tocarlo, vio que le temblaban los dedos.
Jodido temblor.
No le temblaban nunca las manos. Había matado a un kilómetro de distancia.
Había desactivado bombas. Había metido la mano en un nido de escorpiones. Jamás
temblaba. Jamás.
Pero ahora estaba temblando.
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rollitos. Stella es espectacular con los rollitos. Quiere que todos reduzcamos los
hidratos de carbono. Estos bocadillos son una excepción, solo para ti. Aquí tenemos
alguna clase de ensalada con queso de cabra por encima, berenjenas a la parmesana.
—Abrió otro recipiente esperando ver algo con algo de grasa e hidratos de carbono y
se decepcionó—. Naranja y ensalada de hinojo. Y aquí, esto, ensalada de manzana,
zanahoria y piñones. Jesús. Stell... eres una exagerada. Pero también tenemos
tortilla... Stell es un genio con las tortillas incluso aunque esta tal vez tenga cosas
inciertas como rúcula o achicoria... le gusta mucho la achicoria. —Levantó otra
tapa—. Cosas verdes. —La cerró de nuevo.
—Déjame ver. —Catherine levantó la tapa y husmeó—. Escarola estofada con
vinagre balsámico.
Mac no tenía interés en eso. Siguió hurgando.
—El postre tiene que estar en alguna parte. Oh sí, gracias a Dios. Galletas y helado.
—Levantó la mirada para encontrarla mirándolo con una ligera sonrisa en el rostro—
Entonces, ¿qué quieres?
La sonrisa se amplió.
—De todo. Estoy tan hambrienta que podría comerme un caballo crudo. Sabiendo
que está cocinado por Stella, estoy a punto de arrancarte estas cosas de las manos.
Él específicamente no quería sonreír pero se encontró curvando los labios hacia
arriba. Era imposible no sonreír ante esa cara.
—No lo querría. Así que supongo que te daré un poco de todo. Hay bastante para
repetir dos y tres veces.
Le llenó el plato hasta arriba con la comida de Stella, gustándole todo. La hermosa
mujer que ahora tenía una amplia sonrisa en el rostro. En su cama, en su alojamiento.
Durante la mayor parte de su vida, su cama había estado vacía, su vida era
supervivencia y liderazgo. El último año se lo había pasado constantemente en
guardia porque tenía enemigos poderosos. Tenían al condenado gobierno de U.S.
buscándolos y él no se hacía ilusiones de lo que pasaría si el gobierno los encontraba.
Fueran cuales fueran los poderes que hubieran sido informados sobre las Ghost Ops,
a los hombres que los perseguían les habían dado órdenes específicas. Primero
disparar.
Habían escapado una vez camino de un consejo de guerra. El gobierno no iba a
cometer dos veces el mismo error.
Todo lo que pudiera hacerse para mantenerse a él, a sus hombres y a su gente a
salvo, lo haría. Pero cualquier soldado está familiarizado con las leyes del cabrón de
Murphy, así que Mac estaba constantemente en guardia por si había problemas. La
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una mano en la parte superior de su muslo. Era el pan de cada día para las chicas de
bar que escogía. Solía escoger cuando solía tener una vida sexual.
Ella solo parecía... feliz. Tan feliz como lo estaría cualquiera a quien hubiera
destrozado la casa.
—¿Qué?
Ella había dicho algo.
—Digo, ¿cómo te gusta el zumo? —Había paciencia en su voz, como alguien
tratando con un demente.
Él tomó un largo trago.
—Francamente, preferiría una cerveza. No sé por qué no incluyó una.
Ella sonrió.
—Estoy segura que si llamas a Stella te enviará una o dos.
Estuvo tentado durante unos dos segundos. Luego…
—Nah. Está bien. —Tomó otro trago de aquello, no porque le gustara sino porque
no quería interrumpir esto. Fuera lo que fuera.
Catherine mordió uno de los bocadillos de carne asada, masticó, suspiró y tragó.
—Caray, esto está bueno. Es increíble. ¿Cocina siempre así?
Ella estaba sonriéndole directamente y era muy natural devolverle la sonrisa,
aunque Mac no era mucho de sonreír. Menos mal que no había video cámaras en la
habitación porque Nick y Jon tendrían un ataque al corazón si lo veían ahora.
Levantando la boca, enseñando los dientes. Sin el ceño fruncido. Hablando.
—Casi siempre. Ahora todos somos adictos. Cualquier otra comida sabe rara.
—Apuesto a que sí. —Dio otro mordisco y luego dejó el bocadillo—. Así...
¿cuál es su historia? ¿Cómo acabó aquí?
Mac vaciló. La historia de Stella pertenecía a la comunidad, no a los forasteros.
Bien pensado, Catherine era uno de ellos y necesitaba saber la historia. Si resultaba
que no era uno de ellos, le inyectarían una buena dosis de Lethe, bastante para cubrir
tres días y la soltarían en el valle.
El ánimo de Mac se debilitó un poco ante el pensamiento, pero era lo que era.
—Sabes que ella tenía un acosador ¿no?
Ella asintió.
—Estaba en todos los blogs y páginas de cotilleo.
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—Bien, los blogs olvidaron mencionar el hecho que el cabrón la había estado
acosando durante años. Enviándole hojas de afeitar en el interior de rosas,
escorpiones vivos en cajas de joyas, un anillo de diamantes en la pata de una
tarántula gigante. Todas esas cosas. Y su jodido séquito se lo ocultaba. Investigaban
todo lo que le enviaban y las llamadas. Los estúpidos jamás contaron que estaba bajo
amenaza, porque aquello la alteraría y alteraría sus vales de comida. —Mac cerró los
puños. Pensar en aquello todavía lo volvía loco—. Ella no tenía ni idea que un jodido
loco le iba detrás. —Respiró aire profundamente soltándolo con una fuerte ráfaga—.
Lo siento.
—Vi su cara, Mac —dijo Catherine en voz baja—. Jodido loco es lo mínimo.
—Su agente contrató un guardaespaldas. Ella pensó que era su ayudante personal.
El guardaespaldas interceptó unos tres atentados contra su vida pero tenía
instrucciones estrictas de no hacérselo saber a ella. Estaba filmando High in the Sky, la
gente estaba empezando a hablar de los Oscar y nadie la quería fuera de juego.
Ella se daba golpes en la rodilla con el pequeño puño apretado.
—Eso es imperdonable —dijo en voz baja.
Suerte que el guardaespaldas ya estaba muerto, de otro modo Mac hubiera estado
tentado a tener unas palabras con él, de la variedad física.
—Sí. De todos modos, una noche, justo después de la fiesta cuando acabaron la
filmación, Stella me dijo que se llamaba fiesta de fin de rodaje, le dio a la asistenta y
al chofer la noche libre y se fue a la cama hacia las dos. El forense dice que el
guardaespaldas fue asesinado hacia las tres de la madrugada. Tenía la garganta
rajada. En la autopsia resultó que el guardaespaldas tenía tres gramos de alcohol en
la sangre. En esencia estaba en coma, una presa fácil.
—Dios —soltó aire ella.
—Sí. —Le temblaron los músculos de la mandíbula—. Así el cabrón tenía acceso
total. En realidad tiró la casa por la ventana. Stella tenía casi cincuenta cortes y varios
tajos en el cuello. Perdió una tercera parte de la sangre del cuerpo. Fue solo un
milagro que ella le diera una patada y él se resbalara con la sangre de ella cayendo
sobre su cuchillo. Stella llamó al 911 e hicieron su trabajo. A diferencia del
guardaespaldas.
—Desapareció después de aquello ¿no?
—Hicieron falta seis operaciones y un año para que empezara a sanar. Mientras
tanto, encarcelaron al tipo, luego lo soltaron bajo fianza porque tenía dinero. Allí fue
cuando Stella dio varios pasos en serio para encontrar un lugar para esconderse, y
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luego en el proceso el cabrón fue juzgado como demente y encerrado en una prisión
psiquiátrica.
—Y escapó —añadió ella en voz baja—. Ahora lo recuerdo.
—A ella siempre le gustó cocinar y acabó como una cocinera de menús en un
bareto de Montrose. A cien kilómetros de aquí. A Jon le encantaba la comida de allí e
hizo amistad con ella.
—¿Jon? —ella ladeó la cabeza con un pequeño frunce entre las cejas—. Oh. Sí,
claro. —Despejó el rostro—. El Chico Surfero.
—El Chico Surfero, sí —asintió Mac con la cabeza. Era genial oírla diciendo
aquello. A Jon se le solía subestimar.
—Jon estaba con ella cuando salieron las noticias y el presentador dijo que su
atacante había escapado del centro psiquiátrico. Ella empezó a temblar de tal modo
que no podía sujetar nada. Sus cicatrices apenas habían sanado. No podía hablar ni
pensar. Jon la invitó a venir aquí, vino y ahora no podríamos estar sin ella.
Catherine soltó un suspiro.
—Bien, a todas luces está en casa.
Sí. Stella era uno de ellos. Sin duda.
—Chicos, ¿qué hacíais para comer... antes?
—¿Antes?
—Antes de Stella. ¿Alguien cocinaba?
Él hizo una mueca al pensarlo.
—Entonces no éramos muchos. Hemos... crecido. —Mac la observó con cuidado
pero ella no aceptó la entrada que él le había ofrecido. Un espía habría utilizado este
momento para investigar con discreción, averiguar más sobre Haven. E incluso si no
era una espía, la mayoría de forasteros tendrían curiosidad sobre ellos. Quiénes eran.
Qué eran.
Catherine no. Ella solo estaba sentada en silencio y escuchaba.
—¿Así que cocinabais todos? —preguntó.
—No. Nick y yo. —Su boca se curvó hacia abajo—. Una vez casi tenemos un
motín. Entonces llegó Stella y todo el mundo fue feliz. Nos salvó el pellejo.
Él pestañeó.
¡Acababa de hacer un maldito juego de palabras! ¿Desde cuándo hacía juegos de
palabras?
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Bajo la luz de la lámpara sus ojos eran pura plata, reflejando la luz en vez de
absorberla. Ella lo miró a los ojos y luego apartó la mirada, dardos plateados que
chispeaban. Incluso sin maquillaje sus ojos eran espléndidos: enormes con gruesas y
oscuras pestañas. Ese brillo plateado tan brillante...
Mac se dio una sacudida mental. Tío, lo que fuera que hubiera usado en él, era
potente. Jamás había tenido una pequeña ausencia por el color de los ojos del
sospechoso que estaba interrogando.
—¿Qué me acabas de hacer? —Su voz era baja y letal. No tenía que proyectarlo; se
sentía letal en cada célula de su cuerpo.
Se inclinó sobre ella un poco más y descansó los nudillos de su mano derecha al
otro lado de las caderas femeninas, con cuidado de no tocarla en ninguna parte. Ella
estaba enjaulada ahora por él. Sabía que llenaba su línea de visión. Ella no vería nada
más excepto casi ciento diez kilos de hombre fuerte y enfadado cerniéndose sobre
ella.
Ella tenía la espalda presionada con fuerza contra el cabezal de la cama y el latido
de su corazón aleteaba en la artería de su cuello. Respiraba superficialmente.
Estaba asustada. Era bueno. Porque tenía acceso a una clase de armamento contra
el que él no tenía defensa. Un arma que podía hacerle caer tan seguro como un
aturdidor o un calibre 50.
Y era portadora de un mensaje mortal: ir a rescatar a Lucius. Él, Nick y Jon eran
los protectores de su comunidad. Si los mataban porque se metían en una trampa
¿quién defendería a Stella, Bridget, Red y a la pequeña Mac? ¿Y al resto?
—De acuerdo. Vas a tener una oportunidad con esto, porque si en algún momento
tengo la sensación de que estás mintiendo, voy a esposarte, llevarte a la clínica e
inyectarte tanto Lethe que te despertarás dentro de una semana. Y si me cabreas
mucho, no te despertarás en la habitación de un motel. Te despertarás en la nieve, a
tres kilómetros de la carretera más cercana. Asiente si me entiendes.
Ella movió bruscamente la cabeza hacia abajo y luego hacia arriba.
—Asiente si me crees.
Movió bruscamente la cabeza de nuevo.
—Bien. —Mejor que ella le creyera porque estaba hablando total y completamente
en serio. Mac era bueno interrogando e intimidando.
Pero esto era completamente nuevo. No estaba acostumbrado a interrogar cuando
sentía toda su existencia bajo amenaza.
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subía a Mount Blue. Pero subí por la carretera equivocada, varias carreteras
equivocadas, tuve que recular y me atrapó el mal tiempo. Entonces mi coche se
murió y ya conoces el resto.
Mierda. Lucius sabía que él se había pasado la adolescencia explorando la mina de
Mount Blue. En una de las raras ocasiones en las que Mac se emborrachó, le contó a
Lucius que iba a comprar la mina abandonada cuando se retirara, y vivir allí aislado.
Entrecerró los ojos y acercó la cara. Esta mujer podría ser una mentirosa de
primera categoría. Pero incluso los mejores mentirosos del mundo tenían deslices.
Pequeñitos, pero él era un hombre observador. No iba a dejar que se le escapara ni la
más leve señal.
—Eres médico. Tienes un trabajo de alto nivel en un importante laboratorio de
investigación. ¿Y quieres hacerme creer que lo dejarías todo e irías a buscar una aguja
en un pajar por la mera palabrería de un hombre que tú misma diagnosticaste como
demente?
Los ojos femeninos buscaros los suyos, produciendo dardos plateados como
pequeños rayos.
—Es la verdad —susurró ella—. Te digo la verdad.
Aflojó la mandíbula.
—No, no la cuentas.
—Sí. —Se preparó para un profundo aliento y parecía que estaba armándose de
valor para algo. Por fin. Tal vez iba a decirle la verdad.
—A excepción de una cosa. Mentí sobre una cosa.
De acuerdo. Esto iba a ir a alguna parte. Ella iba a confesar.
Él se inclinó hasta que su nariz casi tocó la de ella.
—Escúpelo.
Ella no se acobardó.
—El Paciente Número Nueve no lo escribió en un teclado. Y el Paciente Nueve no
puede hablar. Ni una palabra.
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Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
Capítulo 10
Clancy Flynn ojeó a través de las ofertas de trabajo, fruto de su sutil campaña de
tanteo en las aguas del mercado. Quería ver cómo estaba el mercado una vez que un
SL estable estaba disponible, y, joder, el mercado estaba en expansión.
Iba a hacer una maldita fortuna.
Ojeó las ofertas para la licitación. Discretamente dejó que sus principales clientes
supieran que había una posibilidad de que él pudiera hacer trabajos de seguridad en
la mitad de tiempo, utilizando la tercera parte de personal. La seguridad era un
mercado atestado, cada día más saturado. El mundo era un lugar peligroso, pero se
estaba llenando rápidamente con ex soldados. Mucho potencial, altamente
entrenados, bien armados, duros. Muchas empresas estaban surgiendo, compitiendo
por el trabajo.
Sin embargo, la seguridad costaba dinero y Flynn conocía sus empresas. La
seguridad era algo en lo que las compañías gastaban dinero a regañadientes. A los
accionistas no les gustaba esa partida en los presupuestos porque no era retornable.
Por definición, la seguridad no era una inversión. Los accionistas no se podían meter
en sus codiciosas cabezas que la seguridad era la condición para las inversiones. Lo
que les permitía recostarse, no trabajar y amasar dinero.
Flynn había corrido la voz de que tenía una nueva tecnología que le permitiría
ofrecerse para trabajar más barato. Eligió las compañías con las que contactó
cuidadosamente. No tenían curiosidad por la tecnología, lo único que les importaba
era el resultado final. La mayoría del trabajo sería hecho lejos de la vista de los
trabajadores de cuello blanco de las salas de juntas de las oficinas centrales.
Picaron.
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Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
Observó la hoja de cálculo, que mostraba más dinero de lo que nunca pensó que
había visto en su vida. Estaban allí enumerados, como fruta madura.
Un contrato de un año para la seguridad de la construcción de un conducto de gas
desde el campo Tengiz en Kazakstán a Bakú en Azerbaiyán, siete millones de
dólares. Contrato de un año para la seguridad de unos pozos de petróleo de un
nuevo propietario brasileño en Irak, diez millones de dólares. Contrato de un año
para operaciones madereras en una isla de Indonesia conocida por su terrorismo
islámico, cinco millones de dólares.
Si el SL hubiera funcionado, él podría haber utilizado equipos de diez hombres en
cada trabajo, superando los cien mil dólares por agente, unos tres millones de
dólares. Le podría haber dejado con un beneficio de diecinueve millones de dólares.
En un año. Podría haber doblado eso el siguiente año, una vez que hubiera probado
su valor en el mercado.
Lee le había dicho que estaba seguro de que tenían la fórmula correcta. Había
encontrado algo en la cabeza de Lucius Ward que había sido la llave hacia la dosis
correcta. Habría sido la primera vez que la cabeza de Lucius Ward hubiera sido útil
para Flynn.
Bastardo mojigato.
Ward había estado poniéndole la zancadilla a Flynn durante toda su carrera
militar. Flynn a menudo le había superado porque sabía cómo jugar el juego del
Pentágono, pero Ward había sido un bastardo resbaladizo, a menudo eclipsándole.
Jodido héroe. Y después poniendo en marcha los Ghost Ops. El hijo de puta se había
puesto completamente fuera de la estructura de mando militar y se había vuelto
intocable.
El equipo Ghost Ops había sido malditamente efectivo y Ward había ascendido en
poder y prestigio. Y puesto que Ward era un astuto hijo de puta, se había enterado en
lo que Flynn y Lee habían estado trabajando. Flynn había enviado las órdenes bajo
un código secreto que era lo único que podría enviar a lo Ghost Ops a una misión.
Un código salido de la Casa Blanca, desde el mismo comandante en jefe. Ward creyó
que había ido a una operación autorizada.
Había sido peligroso. Si Ward hubiera cuestionado de alguna manera la
operación, habría descubierto que no venía de su estructura de mando y habría
seguido la pista hasta Flynn. Y si había una cosa que Flynn sabía, era que Ward era
un vengativo hijo de puta.
Flynn podría haberse despedido de su vida y su pensión y nunca tendría la
oportunidad de disfrutar de su riqueza recién descubierta como empresario. Si Ward
hubiera descubierto que las órdenes procedían de él, Flynn estaría criando malvas en
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Lisa Marie Rice
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A: Uno@sinnombre.com
De: Dos@sinnombre.com
Acelera las cosas. Tengo clientes esperando. Has gastado hasta el momento diez millones de
dólares y no tengo nada que mostrar. O veo pronto un progreso o saco el dinero y voy a Nova.
He oído que ellos están trabajando en potenciadores neuronales. Puede ser que tengan más
suerte que tú.
Dos
Se echó hacia atrás con una sombría sonrisa en su cara. Esto debería agitar a Lee.
Poner un fuego bajo su flaco culo. Lee no podía hacer nada solo con el presupuesto
de investigaciones Arka. El dinero de Flynn era la llave.
Haría retorcerse al hijo de puta.
Flynn se recostó en su silla ergonómica de diseñador de diez mil dólares y recortó
la punta de un Arturo Fuente de cien dólares utilizando un cortapuros de quinientos
dólares. Lo encendió con su antiguo mechero Dunhill de oro macizo que había
adquirido en Londres por veinte mil dólares. Había pertenecido a un ex rey, el
Duque de Windsor, y eso hacía que Clancy se sintiera… poderoso. Lo sostenía en la
mano y sabía que podía disfrutar sin ningún problema de cualquier cosa. Estos días,
había pocos apetitos que Flynn tuviera que negarse, ninguno era imposible con su
pensión militar.
Así que Lee iba a tener que ponerse en marcha o Flynn iba a cortar el pezón del
que Lee había estado chupando.
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Lisa Marie Rice
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* *
Mount Blue
Los ojos de él se abrieron con sorpresa. Catherine entendió muy bien que Mac no
fuera a menudo pillado por sorpresa. Había sentido su naturaleza vigilante bajo sus
manos, pero incluso si no lo hubiera hecho, su lenguaje corporal era claro.
Él frunció el ceño.
—¿No escribe?¿Tampoco puede hablar? Te dijo como encontrarme ¿verdad? O
¿también es todo una mentira?
Ella buscó sus ojos. Marrón oscuro excepto por aquellas amarillas estrías
brillantes.
Cerró los ojos pero eso no ayudaba. Su notable cara parecía tatuada en el interior
de sus parpados. Rasgos fuertes, piel curtida, una nariz que había sido rota varias
veces, una boca firme que nunca sonreía. La cicatriz ondulante sobre el lado
izquierdo de su cara que parecía como si fuera un río de carne fluyendo hacia abajo.
La otra cicatriz como un recuerdo de dolor en la piel.
Ella vio sus rasgos pero vio mucho más, no solo a través de las proyecciones del
Paciente Nueve, que le quería como a un hijo, sino ahora a través de sus propios
dedos, su propia piel le hablaba.
Había violencia ahí, sí. Pero también bondad y lealtad. Tenía la valentía de un
hombre sin miedo a morir. No era un suicida, ni mucho menos, pero su cabeza y su
corazón creían que había muchas cosas peores que la muerte. El engaño, la traición,
la crueldad. Eran peores que la muerte para él y moriría antes que ser culpable de
ellos.
Él se estaba alzando sobre ella, tratando de intimidarla y si ella no hubiera sido lo
que era, si no hubiera sentido el núcleo de él bajo sus manos, definitivamente habría
estado aterrorizada. Este hombre emanaba peligro y violencia. Parecía como si
pudiera partirla por la mitad sin inmutarse. Parecía como si disfrutara haciéndolo.
Pero él no iba a hacerlo y ella lo sabía. Lo sabía en sus huesos, en lo más hondo de
sus células.
La intensa ferocidad que él estaba dirigiendo hacia ella era el color del miedo. No
miedo por él mismo sino miedo por la gente que él tenía en gran estima, la gente que
claramente él dirigía y protegía. Los sentimientos de Bridget por ese hombre habían
sido agudos e intensos. La había salvado de algo. Había habido una clara gratitud,
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cual estaré totalmente seguro de que nunca encontrarás el camino hacia nosotros otra
vez.
—Oh, te creo —dijo ella suavemente. Y lo hacía.
Él la miró sin pestañear, entonces retrocedió un poco.
—Soy todo oídos. Y particularmente quiero entender cómo demonios este Paciente
Nueve tuyo te ha dado toda esa información mía. No puede hablar. No puede
escribir. ¿Qué coño puede hacer?
Algo terrible estaba pasando. Catherine necesitaba todo su ingenio cerca de ella.
Necesitaba explicar algo que era inexplicable, fuera de los límites de la experiencia de
nadie. Necesitaba convencer a este hombre duro que ella no era una amenaza.
Necesitaba convencerle para que ayudara al Paciente Nueve.
Todo eso mientras no podía pensar con claridad.
Ella pensaba con claridad para ganarse la vida. Claridad de mente, una habilidad
para centrarse… eso es lo que más o menos era. Era una científica y su mente era su
arma. Ahora mismo estaba fallando estrepitosamente.
Solo verlo al otro lado de la mesa frente a ella le liaba la cabeza. Posiblemente le
confundía las neuronas.
¿Había una explicación científica para esto? Había entrado en neurología con la
esperanza de entender quién y qué era ella, pero hasta ahora la ciencia no la había
ayudado.
Una cosa que había aprendido hasta ahora como un hecho establecido era que sin
contacto, la conexión no funcionaba. En el momento en que ella apartaba la mano, la
persona a la que había estado tocando se convertía de nuevo en un enigma y ella se
retraía en su propia piel, totalmente incapaz de leer a la persona que un segundo
antes había estado abierta a ella.
La conexión se perdía en un instante.
Y aún… continuaba sintiéndole.
Todavía continuaba en sintonía con Mac de alguna forma insondable. Oh Dios,
¿esto era permanente? ¡Todavía estaba conectada!
Le miró, desconcertada. Era como estar en dos cabezas a la vez, como tener visión
doble, solo que peor.
Cerró los ojos, trató de distanciarse. Se imaginó a si misma dándole la espalda y
alejándose.
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Eso ayudó. Cuando era un puntito en el horizonte, abrió los ojos y sintió todo de
nuevo. Sola otra vez.
—De acuerdo. Necesito retroceder un poco. Explicarte… explicarte un poco sobre
mí.
Él no respondió, simplemente inclinó la cabeza. Adelante.
—Sí, um. —Catherine se lamió los labios y él le miró la boca. Ella se detuvo
inmediatamente porque —¡Dios!— un rayo de calor se disparó a través de ella. Calor
y una fuerte sensación, se reunieron en su ingle. Deseo. ¿De ella? ¿De él? Los ojos de
ella se centraron en los de él—. Necesito contar esto a mi manera.
Él inclinó la cabeza de nuevo, los ojos oscuros nunca dejaron los de ella.
De acuerdo. Era hora de hacer esto. Catherine nunca se lo había expuesto a nadie.
Todo lo que había, sobre la mesa. Todo lo que ella era. La rareza. Ser completamente
diferente de cualquier otra persona del planeta. Todos los que conocía habían huido
gritando sin ni siquiera comprender la totalidad de ello. ¿Cómo iba a ser él una
excepción?
Pero, y siempre volvía a lo mismo, esta era su misión. Un hombre desesperado
había puesto todas sus esperanzas en ella y ella tenía que hacerlo.
Momento para el show.
—Yo soy, um… yo soy diferente. No soy como las otras personas.
—Continua. —Su voz era baja y calmada.
Ahí vamos.
—Sabes que puedo… puedo sentir las emociones de la gente cuando les toco —
dijo cuidadosamente.
—Tuve algo de eso ayer. —Él la estaba observando cautelosamente.
Ella se mordió los labios y asintió con la cabeza. Era imposible leer su cara excepto
que no se veía feliz.
—Es… es una especie de regalo. Pero se siente como una maldición la mayor parte
del tiempo y viene y va. Tenía doce años antes de darme cuenta que esto no le
ocurría a todo el mundo. Afortunadamente tenía unos padres fríos que apenas me
tocaban. Por lo que no fue hasta la adolescencia que descubrí lo que podía hacer.
Realmente descubrirlo, quiero decir. —Sus padres se detestaban el uno al otro y cada
vez que de pequeña tocaba ya fuera a su padre o a su madre, todo lo que captaba era
una fría explosión de odio. Instintivamente, como hacen los niños, evitaba la fuente
de incomodidad.
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—Después de varios casos de personas que me miraban diferente cuando dije algo
que no debería haber sabido, finalmente pillé que lo que para mí era un conocimiento
normal, para los demás no lo era.
Mirándome de manera diferente. Las palabras sonaban tan normales, el pan de cada
día. Todos miraban de reojo, ¿verdad?
A Catherine le habían lanzado bebidas frías a la cara, como en ese antiguo
programa de televisión Glee, solo que menos divertido. Su primer coche había sido
un Economo que tenía diez años, se lo había comprado en su último año con el
dinero ganado al trabajar en un supermercado los fines de semana; una tarde al salir
de la escuela lo encontró con las ruedas acuchilladas.
Los chicos la evitaban en los pasillos. Nadie quería su armario al lado del de ella.
En el instituto las emociones de todos estaban más o menos a flor de piel. La chica
más popular de la escuela… en casa, su padre estaba abusando de ella. Alrededor de
ella había una superficie brillante como un espejo de felicidad y debajo había una
dosis de oscuridad con un ardiente deseo de morir. El defensa que no podía ver a
una mujer sin querer follarla, una oscura y dolorosa compulsión. El nerd científico
que odiaba a todos con una crueldad que la conmocionó. Había sido demasiado. La
única solución, no hablar con nadie y sobre todo, hagas lo que hagas, no tocar a
nadie.
El instituto había sido su propio infierno solitario.
—¿Qué sabes?¿Qué percibes? —Las preguntas sonaban renuentes, como si
hacérselas significara que se lo tragaba todo—. ¿Qué clase de Intel… información
logras?
Ella pensó cuidadosamente.
—No puedo leer mentes, si es eso lo que piensas. —por lo menos hasta el Paciente
Nueve—. No es como una emisora de radio que transmite los pensamientos en tu
cabeza como si fueran las noticias de la noche. —Él se relajó ligeramente. Estaba
ocultando algo. Eso era genial. Todos tenían secretos. Dios sabía que ella tenía los
suyos propios—. No sé cuál es tu lista de la compra o que hay en tu cuenta bancaria
o con quien has quedado en una cita. No sé cosas específicas. Pero… sabría si estás
preocupado o contento o triste —O eres un suicida, un homicida o un esquizofrénico.
Reprimió un escalofrío.
Él se quedó quieto, procesando esto. Ella le dejó manejar eso a su manera porque
había mucho que digerir. Parpadeando como si acabara de salir de una caverna a la
luz del sol, él se inclinó un poco hacia delante.
—Vamos a avanzar rápidamente hasta el Paciente Nueve.
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conexiones neuronales que rodean las áreas dañadas del cerebro y está
definitivamente en línea con las últimas hipótesis sobre el cerebro como un
conectoma… una estructura interconectada. . La dirección creía que podríamos estar
ante una droga milagro. La probamos en chimpancés y su habilidad en la resolución
de problemas se disparó. —Se detuvo, recordando la masacre de chimpancés con un
estremecimiento—. Desafortunadamente, una versión fue un fracaso importante.
Estábamos elaborando protocolos para ensayos en humanos cuando descubrimos
que después de cerca de un mes de tratamiento, una de las versiones de la droga
prototipo llevaba a los chimpancés a la locura. Hubo una revuelta. Una generación
entera de chimpancés tuvo que ser eliminada. Eran extremadamente agresivos, fuera
de control. Fue un desastre.
—Continúa. —Los músculos de su mandíbula se tensaron—. Paciente Nueve.
Sí. Feliz de continuar, muy feliz.
La masacre de chimpancés había sido una nube oscura cerniéndose sobre el
laboratorio durante meses.
—Por supuesto. Los pacientes son cambiados el treinta de junio y el treinta y uno
de diciembre. Por lo que el treinta y uno de diciembre tuvimos una nueva entrada,
veinte pacientes. Empecé a trabajar el dos de enero y cogí los historiales médicos
originales. Los pacientes del Uno al Veinte, sufrían demencia severa. Los evalué a
todos, repasando sus registros médicos. Todo tenía que ser impecable porque si la
nueva droga con la nueva molécula funcionaba, teníamos que tener una línea de
base. Por lo que aunque los historiales médicos de los pacientes eran completos,
empezamos de nuevo desde cero. Estaban demasiado avanzados para hacer los
usuales mini exámenes mentales pero hicimos todo lo demás. Examen del fondo del
ojo para medir la presión intracraneal, electromiogramas para medir la fasciculación.
El test de Barré para el avance de la pronación… todo. Luego cada paciente tuvo un
análisis completo de sangre y una resonancia magnética.
Él parecía entenderla y su mirada no era vidriosa. Tenía entrenamiento médico.
Claramente estaba familiarizado con la terminología médica.
—Inmediatamente vi que ahí había algo… diferente acerca del Paciente Nueve.
—¿Diferente cómo?
Ella se encogió de hombros.
—No podía meterme en eso hasta que llegaran los resultados de la fRMI. Las RMI
funcionales en pacientes con demencia muestran patrones completamente diferentes
que en los normales. Y muestran áreas inactivas. ¿Alguna vez viste los mapas de las
conexiones a internet de Corea del norte antes de la sublevación y la fundación de la
República de Corea?
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apoplejía—. El siguiente día no me tomó por sorpresa. También era muy consciente
de que las sesiones eran grabadas. El sentimiento de que esto era un secreto, que
podía morir gente si no lo manteníamos en secreto, era muy fuerte, casi paralizante.
Había un pequeño paso a la completa paranoia y lo toleraba porque se sentía muy
real. De regreso en mi oficina, puse la cinta para confirmar que desde el exterior,
nadie pudiera decir que algo había sucedido. Un paciente había cogido mi mano, eso
era todo. Los pacientes con demencia avanzada han perdido todas sus habilidades
motoras. A menos que estén sedados, algunos se sacuden salvajemente. No había
nada en la cinta que pudiera haber llamado la atención.
Mac estaba tan quieto que podía haber sido una estatua.
—¿Y el siguiente día?
El siguiente día ella rompió el protocolo y empezó el proceso que la llevó
peligrosamente paso a paso a este lugar oculto y a este momento.
—El siguiente día di la espalda a la cámara y me saqué el guante de la mano
derecha y sostuve la del Paciente Nueve —dijo suavemente.
Él entendió, cerró los labios y soltó un silencioso silbido.
—Supongo que ambas cosas eran algo inadmisible.
—Absolutamente inadmisibles. —Concordó ella—. Ser-expulsada-y-Vetada -
para-siempre.
Cerró los ojos durante un momento. Incluso en retrospectiva lo que sucedió
después fue abrumador.
—¿Perder-tu-trabajo, seguridad-avisada, tus-cosas-empaquetadas-en-una- caja? —
Insistió él.
—Sí. Todas esas cosas buenas.
—Entonces, fue valiente de tu parte hacer eso.
Catherine le miró, sorprendida. ¿Se burlaba de ella? Pero al mirar las líneas
sombrías de su cara, decidió que no. No se estaba burlando de ella. Esa cara se veía
como si la diversión no estuviera en su vocabulario.
—Sí, bueno, umm… —Esa cara era absolutamente fascinante. Había estado en su
cabeza durante días, había sido su obsesión. Lo había arriesgado todo para encontrar
a la persona a la que pertenecía esa cara y lo consiguió. Misión cumplida.
Pero esa cara era incluso más que una obsesión ahora que le había encontrado.
Concéntrate Catherine.
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—Esta vez, fue más fuerte que el día anterior. Casi como si una nueva vía
neuronal se hubiera abierto o en mi o en él. —Se encogió de hombros—. No puedo
decirlo. Era lo mismo que antes, muy claro pero de algún modo… más débil,
también. Con una sensación de lucha enorme por llegar a mí. Comprobé su historial
y había sido sedado con una dosis más fuerte que la habitual. Sus ojos… —Ella cerró
los suyos, recordando.
—¿Sus ojos? —Insistió Mac.
—Trágicos y perdidos —susurró ella. Los ojos del Paciente Nueve todavía la
atormentaban. Una mirada tan desolada que por sí sola había sido suficiente para
impulsarla a un posible peligro—. Tratando tan arduamente de comunicarse
conmigo. Estaba luchando desesperadamente con los efectos de la droga. Eso debería
haberle noqueado sin embargo allí estaba, terriblemente debilitado, pero aún
despierto y alerta. Yo tenía la sensación de… de una voluntad de hierro debajo de
todo eso. La sensación de un hombre que simplemente no podía, no quería
abandonar. No sabía cómo abandonar.
Él asintió abruptamente.
—Sí.
—Pero las cámaras le mostraban despierto, cuando no debería haberlo estado. Por
lo que le apreté el brazo y cerré los ojos. Él captó el mensaje y fingió dormir. Entonces
yo… —Ella cerró sus propios ojos mientras recordaba tomando ese gran paso
directamente a la sedición—. Cambié las órdenes de las enfermeras, cancelé la dosis
del siguiente día. A la mañana siguiente, desde mi ordenador, establecí un gran bucle
del Paciente Nueve durmiendo, anulé su monitor de vídeo y pegué el bucle dentro
antes de regresar a él.
—Sí, lo dijiste. —Por primera vez el fantasma de una sonrisa cruzó sus labios—.
Parece que eres tan buena como Jon hackeando. Eso es alarmante. ¿Entonces qué
pasó?
Los recuerdos de lo siguiente que pasó eran tan intensos que casi dolían.
—Hicimos esa cosa de la fusión mental.
Sus ojos se abrieron como platos.
—¿Fusión mental?
—Sí. Es de la única manera que puedo describirlo y créeme cuando digo que
nunca antes me había pasado. Ni si quiera lo intenté. —Se estremeció—. Nunca quise
arrastrarme dentro de la cabeza de nadie, pero lo hice. De lleno, como cayendo a
través de la madriguera de un conejo a una completa nueva realidad. Casi olvidé que
era yo.
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que debía darte ese pequeño pin. No tenía ni idea si él sabía que estación es porque
las imágenes en mi cabeza son del verano, no de invierno. El camino era una pista de
tierra pero despejada. Tal vez no se dio cuenta de que estábamos en pleno invierno.
Los enfermos con demencia pierden todo su sentido del tiempo y de las estaciones y
creo que él había estado siendo drogado con altas dosis durante mucho tiempo,
aunque sus cuadros clínicos no mostraban nada. Con todo, sí, fue increíblemente
estúpido de mi parte empezar a buscarte cuando la previsión era de nevadas. Todo lo
que puedo decir es que entre encontrarte o tener un ataque al corazón o tener mi
cabeza explotando, el impulso de encontrarte fue lo que me empujó.
Ella dejó escapar un profundo suspiro. Vamos. Ya estaba todo dicho.
—Muéstramelo —dijo él de repente, con fuego en los ojos.
Muéstramelo. Se quedó sin aliento.
De repente, una imagen de ella desnudándose para él floreció en su cabeza.
Poniéndose de pie, levantándose el jersey sobre su cabeza, contoneándose para
quitarse los pantalones y las bragas, desabrochándose el sujetador. Todo mientras él
observaba con aquellos ojos oscuros que la hicieron encenderse.
Muéstrame. La visión llegó sin invitación pero ella no podía pretender que venía de
ningún lado. Llegaba de algún profundo lugar en su interior, algún lugar que tenía
limaduras de hierro todas, de repente, alineadas con el imán que era Mac.
Un hombre que estaba en la clandestinidad, un hombre que desconfiaba de ella.
Un hombre que en cualquier momento de la próxima semana podía hacer estallar su
mente, como tan encantadoramente expresó.
Y en este momento, cada movimiento de él hacía que los músculos internos de su
vientre se estiraran y se apretaran.
—¿Qué?
Una mano grande se desplegó con la palma hacia arriba. Movió la mano al centro
de la mesa.
—Muéstramelo. —Impaciencia en su voz. Llamando impostora a la señora loca—.
Léeme. Haz esa cosa de nuevo, no solo mis sentimientos. Mis pensamientos.
De repente, esa mano parecía tan tentadora e invitadora. Enorme y fuerte y allí,
esperando por ella. Una invitación que nunca le había sido extendida, jamás. Todos
se alejaban gritando en el instante en que tenían un soplo de su talento, su maldición,
para nunca volver. Pero no este hombre. Él quería una demostración. Quería tocarla.
¿Había sostenido antes las manos de un hombre? Había estado en la cama con un
par de hombres después de unos pocos besos y algunas citas, pero ¿sostener manos?
¿Cómo caminar a casa después de una cita, de la mano? Hmmm.
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No.
Su última cita terminó después de la cena, sin la película, el banquero con poco
pelo, la dejó en su puerta de entrada, quemando goma en su deseo de alejarse de ella
tan rápido como su BMW pudiera llevarle porque de alguna manera ella se había
rozado contra él mientras él radiaba lujuria por el caliente y macizo camarero
masculino y sin pensarlo ella dejó ir que había sintonizado con su atracción.
Había tenido que cambiar de banco.
No tocaba a nadie en quien no confiara y no confiaba en nadie. Tal vez eso
explicaba este deseo salvaje, esta compulsión desesperada, de poner su mano en la de
él. No tenía nada que hacer leyéndole y todo tocándole.
—Léeme. —Otra vez esa impaciencia en su voz profunda y áspera. Los ojos
relampagueando con desafío—. Dime lo que estoy pensando.
No funciona de esa manera, quería decir Catherine, excepto ¿quién sabía cómo
funcionaba? Solo lo hizo, completa e independientemente de su voluntad o incluso
su deseo.
Aunque, categóricamente no iba a desobedecer de ninguna manera a este hombre,
no cuando estaba sentado como una fuerza de la naturaleza al otro lado de la
pequeña mesa, con la mano extendida, emanando enormes vibraciones de atracción.
Era un líder natural, el verdadero alfa macho humano que había sido programado
para atravesar por cientos de años de historia peligrosa.
La mano de ella se movió por cuenta propia.
Sin pensarlo, sin quererlo después de todo, Catherine la estiró y puso su mano en
la de él. La gran mano masculina inmediatamente se curvó alrededor de la de ella
hasta que estuvo rodeada de cálida y dura carne de hombre.
Oh Dios mío.
Se sentía muy bien. Él se sentía muy bien. Su mano hormigueó, el calor hizo
hormiguear su brazo hasta arriba. Era como estar revestida de acero caliente.
—¿Y bien? —preguntó él impaciente—. ¿Qué estoy pensando?
Estaba completamente abrumada por las sensaciones físicas que zumbaban a
través de ella, traqueteando alrededor de su cabeza mientras miraba su mano que
había desaparecido en la de él. La presión era fuerte e irrompible, aunque indolora.
—¿Qué? —Él apretó su mano por un segundo, rompiendo el hechizo.
Las puertas de un castillo cerrándose, defendiendo la ciudadela. Control de hierro
como un muro, oscuro e impenetrable.
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Lisa Marie Rice
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—Yo no sé qué… —empezó ella con un susurro cuando de repente lo supo. Supo
lo que estaba pensando. Sintiendo, más bien. Y… oh Dios mío.
El oscuro e impenetrable muro cayó, se desmoronó. Detrás había una cálida ráfaga
blanca de deseo, como caminando frente a un horno abierto. Calor cegador que pasó
a través de su piel dentro de su cuerpo.
Él frunció el ceño, se sacudió como si rechazara algo, pero no dejó ir su mano.
—¿Qué estás percibiendo? —preguntó él impaciente.
Una vida entera de entrenamiento, años y años de suprimir la verdad cuando era
desagradable y no deseada también se desmoronó y la verdad simplemente se dejó
caer de su boca.
—Deseo. —Ella tomó aliento—. Sientes deseo. Por mí.
Olas de deseo, rompiendo contra ella como un mar caliente.
Silencio absoluto. Ninguno de los dos respiró. Él finalmente rompió el silencio, su
profunda voz baja, tranquila en la silenciosa habitación.
—¿Y qué sientes tú?
La verdad. Salió de ella como agua aflorando de un manantial. Imparable, real.
—Deseo —susurró—. De vuelta.
Él se puso de pie tan de repente que la silla se volcó, deslizándose hacia la pared
contraria mientras rodeaba la pequeña mesa sin soltar su mano. Utilizó la mano que
la tenía sujeta para levantarla y estrecharla entre sus brazos y su boca cayó en la de
ella y el mundo giró a su alrededor y ella estuvo perdida.
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Capítulo 11
Deseo.
Cristo, ella lo llamaba deseo pero era más que eso. Mundos y universos más. Algo
más grande, algo insondablemente mayor. Algo completamente fuera de su
entendimiento.
Mac había sentido lujuria un montón de veces, sabía exactamente lo que era y que
le sucedía cuando golpeaba. Estaba esta base, este patrón y él estaba íntimamente
familiarizado con eso, lo seguía, cada vez. Nunca se le había ocurrido que hubiera
otra cosa.
Era algo aprendido por rutina, seguido instintivamente, como un libro de jugadas.
ABC.
Ver a una mujer que no fuera un adefesio, que no oliera, que tuviera todos los
dientes, rastrearla y, si ella estaba por la labor, decirle a su polla que se levantara y se
mantuviera. Y, por supuesto, lo hacía. Siempre lo hacía. Nunca tuvo que pensar en
eso. Nunca tuvo que sentir al respecto.
Follar era divertido, un buen ejercicio para sudar. Las consecuencias… no tanto.
Era verdad que Mac había perfeccionado todos los movimientos para salir pitando y
no era pillado a menudo en la cama en el ardor post-coital. Él no estaba buscando
amor y tampoco lo buscaban las mujeres, solo un poco de diversión y liberación en la
cama y eso era lo que obtenían. Ni más ni menos.
Eso era sexo.
¿Esto? Esto era otra cosa. Algo infinitamente más poderoso y abrumador, algo que
ni siquiera había cruzado su horizonte en treinta y cuatro años de vida.
Miró por un segundo la hermosa cara de Catherine. Él tenía la habilidad de un
soldado para tomar impresiones en un segundo y en esa fracción de segundo antes
de besarla se maravilló de lo jodidamente hermosa que era.
Enormes ojos de color gris claro con el borde azul oscuro alrededor, reflejando
toda la luz de la habitación con destellos plateados, piel pálida perfecta, pómulos de
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huesos altos rodeando una pequeña mandíbula firme y allí mismo la más deliciosa
boca del mundo, suave e hinchada y temblorosa.
Mierda.
Todo su cuerpo estaba temblando, sacudiéndose, él podía sentirlo en sus manos,
contra su pecho. ¿Ella estaba...? ¿Asustada? ¿De él?
No. Ella le quería.
Él apretó en su puño su suave y brillante pelo oscuro y se sumergió en ella, como
un saltador extremo yendo a la parte más profunda. Una parte muy muy profunda.
Como él estaba cayendo muy profundamente hacia el fondo del mundo sin nadie
que le detuviera.
Ah, cierto. Había algo deteniéndole.
Ropas. Las suyas, las de ella.
Mierda, tenían que estar fuera, ahora, porque no tenía que haber nada entre su
piel y la de ella. Ahora.
Había desnudado a muchas mujeres en su vida, pero esto le desconcertó porque
no tenía ni idea como podría desnudarla cuando su boca rehusaba abandonar la de
ella y sus manos estaban llenas de una mujer cálida y no tenían deseos de soltarla.
Su boca… oh Dios. Suave y cálida, sabía cómo miel silvestre. La sujetó con fuerza
contra él, así pudo sentirla todo a lo largo de su cuerpo y eso fue como una descarga
eléctrica contra un lado mientras el otro estaba en el más frío espacio exterior.
Por un segundo él se preguntó cómo podría conseguir un lugar donde fuera
completamente tocado por ella, desde el pecho hasta la espalda, de la cabeza a los
pies, pero las leyes físicas eran unas perras y no se lo permitían. Pero por Cristo que
lo quería.
Se interrumpieron durante un segundo, dos micrones de distancia entre sus bocas.
Mac respiró profundamente, tiró de ella hacia él y se enganchó a su boca como un
hombre moribundo. Si se estuviera muriendo, su boca podría revivirle, sin duda,
solo su lengua le daba sacudidas como esos parches que revivían a hombres muertos.
La mano que la sostenía por la nuca bajó y sus dedos tocaron una piel suave como
pétalos. Le pasó un dedo por el cuello mientras le mordía el labio inferior y la sentía
vibrar, sentía su lengua palpitar.
Joder, joder. No solo su lengua. ¡Sentía palpitar su coño! Sentía sus músculos
tirando con fuerza desde el estómago hasta la ingle y sentía que su verga se alargaba
al mismo tiempo en respuesta.
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Era cegadoramente hermosa. Quería cerrar los ojos porque ella era demasiado,
pero no quería perderse nada por lo que los mantuvo abiertos. No quería perderse ni
un centímetro de esa piel cremosa, los tiernos valles y depresiones, curvas suaves
pero bien proporcionadas. Un largo cuello de cisne, delicadas clavículas. Cintura
estrecha, un pequeño vientre liso, una suave nube de vello oscuro entre sus muslos,
los pálidos e hinchados labios de su sexo asomándose a través. Sus pechos, Jesús.
Perfectos. Del color de la leche, suaves, con pezones rosa pálido.
Su pecho izquierdo se sacudía ligeramente con los latidos de su corazón. Él miró y
vio que sus pezones se volvían más rosados y se endurecían, solo por mirarla. Ella de
repente se sonrojó, el color rosado llegó hasta sus bonitos pechos y lo notó, también
sintió moverse una ola de calor sobre él.
Estaba congelado, sus ojos tomaban ávidamente cada centímetro suavemente
perfecto de ella, su polla trató de llegar a ella cuando hizo un pequeño ruido con la
garganta y agitó una mano hacia él.
Miró hacia abajo y además de su ridículamente hinchada polla, vibrando con cada
latido de corazón, estaba en problemas por sus tejanos arrugados alrededor de la
parte de arriba de sus botas negras de combate.
Parecía un zumbado, pero cuando levantó los ojos y vio el calor en los de ella, no
le importó un adarme. En segundos, botas, calcetines y tejanos estaban fuera y
arrojados a un lado, Catherine estaba en sus brazos de nuevo y él estaba gimiendo de
deleite mientras cada centímetro de su cuerpo que la tocaba se iluminaba como un
foco.
Besándola y besándola y besándola, deslizó su mano por la espalda, impresionado
por la suavidad de su piel, por la sensación de sus elegantes, suaves músculos,
entonces bajó sobre su culo, abajo, abajo…
La acunó, moviendo la mano. Ella obedientemente abrió las piernas y él deslizó un
dedo en su interior. Estaba húmeda. Era pequeña pero estaba húmeda y sí, él podía
hacerlo. Porque aunque su cerebro se había estrellado y él estaba quemándose por la
necesidad de entrar en ella, no quería hacerle daño. Ni siquiera un poquito.
A algunas mujeres les gustaba rudo, y tío, eso estaba bien para él. Caliente y
sudoroso sexo, golpeando dentro de la mujer, sí eso siempre había funcionado para
él.
Pero estaba tocando la mayor parte de Catherine y sabía, no porque se lo hubiera
dicho de palabra sino porque cada célula de su cuerpo le hablaba, que no le gustaba
el sexo duro. Que era relativamente inexperta. Que estaba excitada pero que él tenía
que ser cuidadoso.
Todo eso estaba en él, ahora era una parte suya, como las manos y las piernas.
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Era tan intenso que tuvo que levantar la boca de la suya para que ese enorme
zumbido eléctrico pudiera parar durante un segundo. Entonces lo echó de menos y
hundió la cara en la nube de pelo alrededor de la cabeza de ella y simplemente la
aspiró.
Incluso cuando terminó de correrse dentro de ella, la intensidad del clímax estaba
aún ahí. Sentía su polla en carne viva, rodeada de calor ceñido, el placer era tan
intenso que bordeaba el dolor. Estaba echado sobre su cuerpo suave y delgado,
probablemente aplastándola pero no tenía energía para alzarse y sostener algo de su
peso con los codos. Y abandonar el sentirla a lo largo de su pecho… nope. Eso no iba
a pasar.
Se quedó echado, jadeando en busca de aire, enterrado profundamente en ella, sus
piernas largas y delgadas envueltas alrededor de sus muslos durante un siglo o dos,
la explosión termonuclear del orgasmo se desvanecía lentamente, aunque todavía
tenía manchas frente a sus ojos.
Trozos de él regresaron mientras se recuperaba mentalmente y se dio cuenta de
partes suyas que no eran su pene.
Nariz, enterrada en su pelo. Olía ligeramente a fruta y a primavera y era espeso,
suave y cálido contra su cara. Sus pechos, aplastados bajo su pecho, se sentían
increíblemente suaves contra él, rozándole ligeramente cuando respiraba. Piernas
sedosas a lo largo de su costado, abrazándole.
Y luego de vuelta a la bomba, su polla. Oh Dios, nunca iba a salir de su pequeño
coño, nunca más. Le sostenía apretadamente en un abrazo de calor fundido.
¿Ella se había corrido? ¿Quién lo sabía? Él casi se desmayó por el placer, apenas
estaba dentro de su propia piel, demasiado jodido como para preguntarse por ella.
¿Tal vez debería averiguarlo?
—¿Estás… —Solo salió aire. Jesús, había perdido el don de la palabra. Se aclaró la
garganta y lo intentó de nuevo—. ¿Estás bien?
Ella arqueó un poco la espalda, deslizándose contra él y una ráfaga de calor le
recorrió.
Contra sus muslos él podía sentirla moviendo los dedos de los pies y tamborileó
los dedos de las manos contra su espalda.
—Eso creo —ella respiró—. Las extremidades están funcionando.
De acuerdo. Paso dos.
—¿Te has corrido? —Mac quiso que sonara como una pregunta normal e intentó
parecer prosaico. Salió como un gruñido herido.
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Ella se quedó quieta, su cuerpo entero se tensó y echó la cabeza hacia atrás, los
ojos cerrados, la boca con una pequeña O. Un tenue color rosa se extendió bajo la
palidez de su piel, más oscuro sobre sus mejillas. Era la mujer más hermosa que
había visto en ese momento, casi una belleza de otro mundo.
Catherine soltó un grito, su espalda se arqueó y se convulsionó alrededor de él con
intensos pulsos que hacían eco de los latidos de su corazón y, así, en uno de esos
latidos él se corrió. Otra vez sin preaviso, de un latido al siguiente su cuerpo
simplemente fue a toda marcha.
—Dios eres hermosa. —Él tomó aire, las palabras salieron espontáneamente
cuando pudo hablar de nuevo. No era un cumplido, sino algo muy cierto que había
que decir y reconocer.
—Creo que voy a devolverte tu acusación —murmuró ella—. Estoy segura de que
me drogaste, me diste algo.
Él le había dado algo, de acuerdo. Mucho. Ella parecía exhausta. Sus brazos
estaban caídos como si no tuviera fuerzas para abrazarle, cuando durante el sexo le
había sostenido con fuerza.
Él estaba todavía duro. Increíble. Tenía aguante pero no así. Parecía que estuviera
enchufado en alguna fuente universal de energía, porque podía seguir y seguir y
seguir, para siempre. O así es como se sentía. Todavía estaba dentro de ella,
preparado para el tercer asalto. Y el cuarto y el quinto. Pero ella parecía cansada y
entre su polla siempre-a-punto y el bienestar de ella, así que manos quietas.
Apoyó las manos sobre el colchón, levantando el torso. Era más difícil de lo que
había pensado. No era solo que había utilizado mucha energía sino que también su
cuerpo no quería dejar el de ella, de ninguna manera. Ni siquiera separar su pecho de
sus pechos. Y más abajo, su polla estaba gritando ¿Estás loco? ¿Quieres salir de aquí?
¿Qué pasa contigo?
Su mejor parte estaba en guerra con su lado animal, que no quería nada más que
ponerse cómodo sobre ella, hociquear su cuello y empezar a follarla de nuevo.
Su teléfono hizo un ping. Había cambiado sus mensajes de texto a holograma y las
letras brillantes aparecieron sobre él. El mensaje era de Stella.
Fuera de la puerta.
Sonrió. Su mejor naturaleza acababa de tener un empujón amistoso.
Sin embargo, separarse de Catherine no fue fácil. Sintió frío lejos de su piel, fuera
de su cuerpo. Ponerse de pie fue más duro de lo que pensaba. Su cuerpo era como un
enorme imán arrastrándole hacia ella. Tenía que mover conscientemente cada
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músculo para salir de la cama. Con un suspiro se agachó para recoger sus
pantalones.
—¿Qué fue eso? —Su voz sonó soñolienta.
—Algo que podrías disfrutar. Siéntate en la cama.
Ella sacudió la cabeza, con los ojos todavía cerrados.
—No hay forma. Algo o alguien me robó la médula espinal. Nunca podré
sentarme de nuevo.
Bien, él tenía una manera de persuadirla. Abrió la puerta y, efectivamente, el
sensacional carro estaba fuera. Dios bendiga a Stella. Él no estaba en forma para
vestirse e ir a buscar algo de comida. No quería ver a nadie o hablar con nadie
excepto con Catherine. Stella se aseguró de que no tuviera que hacerlo.
Ahora, esta habitación contenía todo lo que quería.
Hizo rodar el carro dentro, inclinándose sobre él e inhalando profundamente,
deleitándose con los olores, como un anticipo del cielo. Los olores alcanzaron la cama
y la nariz de Catherine se arrugó, sus labios se movieron en un esbozo de sonrisa.
—Siéntate, cariño —dijo él—. Pero mantén los ojos cerrados.
Eso le valió una sonrisa en toda regla.
—Si crees que es una sorpresa, puedo olerla desde aquí. Solo que no tengo ni idea
de la hora que es y si es el desayuno, la comida o la cena.
Él levantó las tapas que cubrían los platos, echó una ojeada. Jesús. Su boca empezó
a hacerse agua.
—Cena. Ahora siéntate.
—No puedo. —suspiró ella.
—De acuerdo. —Él se inclinó sobre ella, la cogió por debajo de los brazos y
fácilmente la incorporó hasta que estuvo sentada contra el cabecero—. Ahora no
mires.
La cabeza de ella cayó un poco hacia el lado.
—Tampoco te vuelvas a dormir. —Ella sonrió con los ojos cerrados y él no se pudo
resistir a inclinarse y tocarle la boca con la suya.
Su mundo explotó.
Cristo. Veía colores. Brillantes fragmentos de luz moviéndose a través de él
mientras la sentía. La sentía. Sentía su profunda alegría como miel suave en sus
venas, sentía como era para ella de inusual esta satisfacción, sentía…
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Enfrentarse a un tiroteo era más fácil que esto. Esto era una cosa alucinante, que
alteraba la vida y le noqueaba sacándole de sus esquemas.
—¿Y qué? —preguntó ella suavemente—. ¿Puedo abrir los ojos? —Tomó aire de
forma apreciativa—. Eso huele a gloria.
—Todavía no.
Él movió el carro cerca del borde de la cama, preguntándose cómo iba a
arreglárselas sin platos, entonces se dio cuenta de que había cosas en un estante
inferior. Dios, iba a tener que conseguir algo especial para Stella la próxima vez que
saliera al mundo, porque, bendita fuera, había pensado en todo. En el estante inferior
había una bandeja plegable, platos, vasos, servilletas y cubertería.
Mac había empezado a desplegar la bandeja sobre el regazo de ella cuando se
detuvo, frunciendo el ceño. Estaba desnuda, la sábana sujeta bajo los brazos, apenas
le cubría los pechos.
Aunque una Catherine desnuda era una cosa muy buena y aunque no podía
imaginarse nada más hermoso que ver y tocar sus pechos mientras comía, la mayoría
de la comida estaba caliente y pensar que podía quemarse le revolvía el estómago.
Mac conocía de primera mano el dolor cegador de las quemaduras, el ardiente
tormento que continuaba para siempre. No podía soportar la idea de pensar que
Catherine pasara por algo así.
No era una opción.
—Levanta los brazos. —Sacó una camiseta limpia doblada de un cajón, la sacudió
y se la pasó por la cabeza—. Toma. Estarás más cómoda así. Y ahora puedes abrir los
ojos.
Estos inmediatamente se abrieron y se encontraron con los de él y eso fue como un
puñetazo en el estómago. Nada de suaves zarcillos alrededor de su corazón, nada de
calor brillante flotando gentilmente a través de sus venas como miel. Esto era deseo,
caliente, fuerte y duro como una roca. No había nada suave en eso, sólo algo inmenso
y necesario. Intenso como un fuego indoloro.
Ella lo sabía, podía sentirlo, él casi podía ver los hilos que iban desde él hacia ella.
Una conexión clara y profunda. Deseo, como un alto horno, ferozmente fuerte, de él
hacia ella, fuerte y caliente.
Los ojos de ella se abrieron como platos e instintivamente se recostó contra el
cabecero. Dios. Se veía casi inquietantemente delicada, su camiseta sobre ella era tan
grande que el cuello casi se le deslizaba por los hombros. Sus ojos estaban
ampliamente abiertos, fijos en los de él, remolinos confusos de emoción zumbaban a
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Capítulo 12
Laboratorios Millon
Palo Alto
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Los investigadores y su equipo de seguridad personal eran los únicos que tenían
acceso a la planta.
Se estaba probando el SL—59. Detrás de una puerta corredera de acero estaba el
laboratorio de ensayos con animales, donde se llevaban a cabo pruebas aceleradas de
maneras que eran ilegales bajo la Ley de experimentación con animales. Si hubieran
seguido con el protocolo todavía seguirían con el SL—8. Lee deslizó su tarjeta de
seguridad y entró, sintiendo una ligera brisa a su espalda debida a la presión
negativa del laboratorio de pruebas de animales.
La droga se inyectaba a través de un virus modificado y se tenía cuidado de que
nada escapara. No había nada contagioso en esa molécula, era simplemente una
precaución.
Paseó hasta la parte trasera de la enorme sala, haciendo caso omiso de las filas y
filas de animales en jaulas en diferentes etapas de muerte, sabiendo que los
funcionarios federales cerrarían el laboratorio si pudieran ver esto. Lo que estaban
haciendo contravenía todas las leyes de protección animal.
Y sin embargo, los experimentos con seres humanos eran perfectamente legales,
con los formularios de consentimiento firmados. A pesar de que muchos de los
formularios de consentimiento se había firmado cinco minutos antes de que el
paciente hubiera sido declarado incompetente.
Todavía le desconcertaba cómo los estadounidenses casi parecían preocuparse
más por los animales que por los humanos, aunque los animales eran absolutamente
necesarios para probar las drogas. Porque allí estaba él, muy cerca de la fórmula de
un medicamento que mejoraría las habilidades de los soldados por un factor de diez,
y sólo había necesitado dos años.
Ayer, se les administró 5cc del SL59 a diez bonobos. Serían estudiados a fondo en
las próximas semanas, pero Lee quería ser el primero en observarlos, tener una idea
de los efectos antes de iniciar el análisis.
El laboratorio era enorme, se extendía ciento veinte metros hacia la puerta norte,
fila tras fila prístina de animales en jaulas de plexiglás. Por lo general, habría
verificado cada jaula, cada fila pasando por un protocolo de ensayo específico. Pero
estaba enojado con Flynn y presionado por el tiempo por lo que se dirigió
directamente a la parte de atrás, sin mirar a izquierda o derecha. La fila de atrás
estaba ocupada por los bonobos, con cubos de información accesibles a través de un
panel táctil en la parte frontal de cada jaula. El sexo y la historia genética de cada
animal, un completo chequeo médico, resonancia magnética y tomografía axial
computarizada, resultados de los tests de inteligencia, teledetección de
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primate ordinario habría sabido que atacar la pared era completamente inútil, pero el
número Ocho seguía golpeándose salvajemente contra la pared de la jaula, que ya no
era transparente, sino que estaba cubierta de sangre, piel y saliva.
Atacó una y otra vez, sin pensar, los ojos fijos en los de Lee.
Se estaba golpeando hasta la muerte, matándose a sí mismo con su propia
ferocidad.
Con el toque de un dedo, Lee conectó el sistema de sonido. Sus ojos se abrieron
ligeramente ante el nivel de ruido. Los gruñidos y aullidos del número Ocho
resonaron en la gran habitación e hicieron que los otros animales se revolvieran con
inquietud. El bonobo junto al número Ocho, el número Nueve, había estado sentado
lánguidamente con una pajita en la boca, pero los aullidos le hicieron levantarse
tambaleándose, se giró hacia el Número Ocho, tirando la pajita, olvidada en el fondo
de la jaula.
Lee miraba, inmóvil, como el número Ocho se golpeaba hasta la muerte contra la
pared salpicada de sangre, acabando consigo mismo con un golpe final a la cabeza
mientras trataba ferozmente de abrirse camino a topetazos hacia Lee, rompiéndose el
propio cuello.
Cayó al suelo al instante, el cuerpo casi irreconocible. Tenía tantos huesos rotos
que el cuerpo parecía un saco peludo sin forma lleno de canicas.
Los otros bonobos se revolvieron, inquietos, algunos trataron de salir arañando las
jaulas de plexiglás, pero ninguno con la ferocidad de número Ocho. Nada de lo que
Lee había visto coincidía con la ferocidad del número Ocho. Era algo sin precedentes
y artificial. Inducida por el SL—59.
Lo interesante era que Ocho habían logrado controlarse a sí mismo durante los
primeros minutos, a pesar de que su sistema límbico debía haber estado gritando
¡ataque! Pero no lo había hecho, no de inmediato. Tal vez había tratado de razonar y
entonces había sido cuando se sintió abrumado por el imperativo ataque infundido
por la droga.
Pero ese lapso de tiempo era interesante. Había algún tipo de cable trampa que
había inducido a la violencia fuera de control. Encuentra el cable, modifícalo y
estarías en el camino correcto.
Lee estudió el maltrecho cuerpo durante unos minutos más, luego pasó un dedo
sobre la función de grabación.
—Quiero una autopsia con los niveles de toxicología y hormonas. Quiero que el
nivel exacto de SL—59 en la barrera hematoencefalica. Quiero una disección del
cerebro y el análisis de las conexiones neuronales. Lo quiero todo.
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Sí.
Ella había dicho que sí, cuando tenía hambre, cuando el delicioso olor a comida
estaba justo ahí, cuando todo lo que tenía que hacer era estirar la mano, cuando ya
había tenido el sexo más intenso que había tenido en toda su vida, cuando estaba un
poco dolorida, sintiendo que los músculos en desuso se estiraban cada vez que se
movía en la cama.
Dijo que sí cuando pensaba que iba a necesitar por lo menos un día para
recuperarse y sentir deseos de nuevo.
Oh, lo equivocada que había estado.
Había dicho que sí porque no podía resistirse. No había nada en ella que pudiera
resistirse a este hombre, de pie medio desnudo delante de ella, intensamente
excitado. Podía decirlo no sólo por la barra de acero que sobresalía de sus pantalones
vaqueros, sino por el matiz ligeramente rojo que tintaba la piel cetrina sobre sus
pómulos altos, las aletas de la nariz dilatadas y las cuerdas tensas de los tendones de
su cuello.
Y, por supuesto, podía decirlo por su toque. Su deseo fluía directamente hacia ella,
ondas calientes de calor que penetraban en su piel.
Con sólo un toque, sintiendo el latido del corazón de Mac contra su mano,
sintiendo lo mucho que la quería, la necesitaba, el deseo se alzó de nuevo como agua
que se levanta para llenar un pozo vacío. ¿Viniendo de él? ¿Viniendo de ella? Era
imposible decirlo y no suponía ninguna diferencia porque ahora estaba dentro de
ella. Era una parte de ella.
—Ven a mí —susurró ella, ¿o tal vez lo pensó en su cabeza? No importaba.
Él se quitó los vaqueros y se movió hacia y sobre ella, colocándose encima
pesadamente, pero Catherine le dio la bienvenida a su peso, le dio la bienvenida
mientras una nueva ola de deseo ardiente se apoderaba de ellos.
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Era abrumador, sostener ese cuerpo enorme entre los brazos. Tan absolutamente
masculino, tan completamente duro, tan completamente suyo.
Cada toque le decía que era suyo. Cada roce, cada beso eran para ella.
Él comenzó a moverse y se trató de un baile delicioso, piel sobre piel, corazón
palpitante contra corazón palpitante. Dureza sobre suavidad. Deliciosamente tierno.
Cada centímetro de su cuerpo fue tomado por este hombre.
Sus manos y piernas aferradas a la enorme espalda arqueada mientras empujaba
en ella con cuidado, suavemente, con movimientos controlados. Era como estar en un
mar, las olas la mecían y se perdió en el ritmo, en el calor. Sus sentidos se quedaron
en blanco, uno por uno. Cerró los ojos y no pudo ver. El latido de su corazón y el de
él llenaron sus oídos hasta que oyó nada. No podía sentir sus extremidades, lo único
que sentía era el centro de su ser, lleno de él meciéndola, meciéndose,
balanceándose...
Se hundió dentro de ella misma hasta que sólo existió el pequeño centro de calor
al rojo vivo, incandescente como el sol y se convirtió en una nova.
Mac se quedó quieto dentro de ella mientras se contraía a su alrededor. Parecía
que el sol explotara desde su cuerpo y tuvo que dejarlo ir en impulsos salvajes de
calor y luz.
—Dios —murmuró él mientras ella se relajaba lentamente. Debajo de él y contra
los brazos y piernas, ella le sintió estallar, sus caderas bombearon mientras se movía
dentro y fuera de ella, con tanta fuerza que casi, pero no del todo, dolía. Hubiera
dolido si hubiera sido cualquier otro hombre excepto Mac. Con alguien más se habría
sentido como una invasión golpeando su cuerpo, pero ella estaba con él a cada paso
del camino.
No era una invasión. El cuerpo de Mac estaba tratando de acercarse lo más posible
al de ella. Si hubiera podido, se habría arrastrado dentro de ella, y si ella hubiera
podido, se lo habría permitido.
Esta era la segunda mejor opción, este total y completo reclamo, haciéndola
completamente suya.
Cuando se derrumbó sobre ella, con el rostro en la almohada junto al suyo, ella se
sentía tan exhausta como él.
La habitación estaba tan silenciosa, los únicos sonidos eran los de sus
respiraciones entrecortadas. El corazón de Mac latía como si hubiera corrido un
centenar de kilómetros. Ella lo sentía… ambos corazones. El de él un ruido sordo a
un ritmo fuerte y rítmico, el suyo más ligero y más rápido. Ella yacía debajo de él,
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con los ojos cerrados, saboreando este momento de intimidad absoluta y escuchaba
sus corazones sincronizados, latiendo juntos.
Todo en ellos se unía. Ella se sentía más fuerte y era consciente de que la energía
de Mac se agotaba. Estaba dentro de su cuerpo, sintiendo las corrientes de asombro y
alegría que le atravesaban. Las mismas corrientes que se arremolinaban en ella.
Sus brazos se habían relajado en el milésimo orgasmo… bueno, tal vez eso era una
exageración, pero habían sido demasiado numerosos para contarlos, viajando de uno
a otro. De repente, apretó brazos y piernas alrededor de él violentamente, como si de
repente tuviera que aferrarle, pero era una locura. Mac no daba señales de querer
marcharse. En todo caso, parecía acomodado encima de ella como si nunca fuera a
moverse de nuevo.
Era sólo que quería aferrarse a esto. Parecía tan raro, como un momento único.
Algo maravilloso, mágico. Por definición efímero, terminado casi tan pronto como
empezaba. Esto no podía durar. ¿Cómo podría? Lo bueno nunca duraba en este
mundo. Era…
Mac levantó la cabeza y le dedico una gran sonrisa, ella se sorprendió tanto que
olvidó sus pensamientos. La sonrisa era amplia. Sonreía con toda su cara y cada línea
en su piel le decía que era inusual. Las líneas de su rostro iban de forma natural a la
gravedad, a la severidad y a los ceños. Esto estiraba todas las líneas y parecía como si
sus cicatrices le dolieran.
Él le sonrió y ella tragó ante lo que veía. Vio, claramente, lo que sentía por ella. Vio
lo nuevo que era para él. Y sintió, en el fondo, donde no había posibilidad de
ocultarlo, sintió que él moriría sin dudarlo por ella.
Su talento, su maldición, le dijo todo esto, le dijo que por primera vez en su vida,
era muy amada. Era amada profundamente.
—Vaya —dijo él—. Eso fue… —Se interrumpió, se le borró la sonrisa de la cara.
Frunció el ceño y le secó una lágrima de su cara con el pulgar—. ¿Qué te pasa?
De repente pareció horrorizado, realmente asustado. Se levantó y se apartó,
dejando vacío y frialdad detrás.
—¿Te he hecho daño? —Exigió—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. —Catherine sorbió, avergonzada de sí misma. De repente se había
visto inundada por sus emociones y las de Mac. Y se había asustado—. Lo siento
mucho. Es sólo que…
Su estómago retumbó, alto y ella se echó a reír, secándose una lágrima con el
dorso de la mano. Risa, llanto, hambre… era un desastre.
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Mac estaba sentado, un poco más tranquilo, mirándola con cautela. Se relajó
visiblemente cuando ella le sonrió.
—Si estás llorando porque tienes hambre, tengo la respuesta correcta aquí mismo.
—Agarró el carro con un gran pie descalzo que sobresalió por debajo de las
sábanas—. Todo está frío, pero tengo un microondas. ¿Qué te parece?
Catherine se sentó en la cama, agradecida por el pensamiento mundano de
alimentos. Su estómago rugió de nuevo y se rio, sintiéndose más tranquila.
—Suena maravilloso. Creo que podría comerme un caballo. —Hacía un segundo
todas sus emociones habían estado revueltas pero ahora estaba más tranquila y,
previa consulta con el estómago, muriéndose de hambre—. Crudo. Espero no tener
que hacerlo.
—No, no, Stella no cocina carne de caballo cruda.
—Carpacho —dijo Catherine, sonriendo. Se apoyó contra la cabecera de la cama y
observó con interés como un desnudo Mac se levantaba y comenzaba a transportar
platos a un enorme horno de microondas contra la pared. La vista trasera era
asombrosa. Hombros enormes, densamente musculosos que se afilaban hacia una
cintura delgada, hasta unas duras nalgas con hoyuelos, muslos largos y duros, los
músculos individuales visibles.
Él le lanzó una mirada de asombro por encima del hombro.
—¿Carpo qué?
Catherine rio.
—Carpacho. Carne o pescado crudo, en lonchas finas.
El microondas era el nuevo modelo que calentaba la comida en un segundo. Ya
estaba regresando con la bandeja llena de comida y la colocó de nuevo en el carro.
La vista frontal era tan atractiva como la trasera con el añadido de un pene todavía
semi-erecto.
—Nada crudo que no tenga que estarlo —dijo él, colocando la bandeja sobre el
regazo de Catherine. Se inclinó y le dio un rápido beso en los labios—. Ahora presta
atención aquí porque esto es una sorpresa.
Catherine se enderezó y se preguntó a qué se refería.
—No hay casi nada aquí que no sea una sorpresa.
—No, ésta es realmente buena. Voilà. —Mac tocó algo y Catherine se quedó sin
aliento.
Era mágico.
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sobre la colina, haciendo resplandecer el paisaje. El cielo era el azul más brillante de
la historia de los cielos azules y sólo había pequeñas manchas de nieve en el suelo.
—La salida del sol, hace tres días —dijo Mac y cogió otro sándwich.
Ella miraba, asombrada, como un halcón volaba alto en el cielo, mientras se
deslizaba entre las corrientes con elegancia. El sol atravesó una barrera invisible y la
luz se disparó hacia el valle en brillantes rayos que venían directamente de
Hollywood. Excepto que ningún efecto generado por ordenador podría nunca hacer
estas cosas.
—¿Cómo podéis pagar todas estas cosas tan fantásticas? —Preguntó Catherine.
Esto eran al menos varios millones de dólares en tecnología, brillando en la
habitación de Mac. Entonces se dio cuenta de lo que había dicho y se llevó una mano
a la boca, horrorizada—. ¡Lo siento! — Jadeó—. ¡Lo siento! No es de mi incumbencia
y…
Mac tranquilamente se acercó, le apartó la mano de la boca y le besó los nudillos.
—No lamentes nada, cariño, nunca. Esta es tu comunidad ahora, tu gente.
Pregunta lo que quieras. ¿Y la respuesta a cómo nos podemos permitir todo esto? —
Esos ojos oscuros brillaban—. Lo robamos.
Otro bocado de ese glorioso ravioli se detuvo camino a su boca.
—¿Lo robáis?
Él asintió con la cabeza, se metió una loncha en la boca. Masticó. Tragó.
—Sí. O, mejor dicho, Jon lo hace. Estuvo seis meses en una misión para el clan
Calderón en Colombia, encubierto como un traficante de California. Se quedó con
una gran cantidad de información, lo suficiente para piratear profundamente sus
sistemas. Cuando necesitamos algo, simplemente lo birla de sus cuentas. La semana
pasada, por ejemplo, compramos un montón de semillas y fertilizantes para Manuel,
una carretilla elevadora nueva y un carro de parada para la enfermería. Tenemos una
lista de la compra de un kilómetro de largo. Jon entra delicadamente, toma el dinero
y lo transfiere a una cuenta bancaria de San Francisco, a nombre de una empresa
fantasma, todos tenemos tarjetas de crédito negras. Hasta ahora, varios tenientes de
Calderón han sido acusados de malversar al jefe y les han puesto a secar.
Literalmente, en ganchos para carne. Dirigían el negocio de la prostitución infantil
para el cartel. No eran buenos tipos.
—Tienes un buen montaje aquí, Mac.
Él dejó de sonreír y la miró a los ojos.
—Sí. Lo tenemos. Tenemos un montón de gente a la que queremos proteger.
Queremos mantener esta comunidad a salvo
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Capítulo 13
8 de enero
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Eso hizo.
Estaba muy frustrado cuando entró en su alojamiento, listo para poner una orden
de búsqueda en el maldito intercomunicador cuando allí estaba ella, mirando por la
ventana.
Oh Dios.
Se detuvo en el umbral y se frotó el pecho mientras la miraba, de espaldas a él,
mirando el paisaje. Casa. Nunca antes había tenido una casa, a menos que contaras
los alojamientos para oficiales solteros como casa. Pero aquí estaba, su casa, porque
Catherine estaba en ella, esperándole.
Ella se dio la vuelta y le sonrió, y solo con eso, su cansancio, frustración y mal
humor se disiparon como humo. Se dio cuenta por el rabillo del ojo de que la cena
estaba puesta en la mesa y respiró aliviado mientras entraba completamente en la
habitación, liberando el sensor infrarrojo que mantenía la puerta abierta. Esta se cerró
detrás de él y se dio cuenta de que verdaderamente estaba en casa. Las
preocupaciones del día se deslizaron de sus hombros y todo en él se elevó.
—Hola —dijo ella suavemente.
—Hola, cariño —replicó el—, ya estoy en casa.
Catherine rio. Dios, era bueno escuchar su risa. Él también rio y sintió crujir
algunos músculos en su mejilla. Realmente le dolía sonreír y se imaginó que era
mejor que se acostumbrara a eso porque ver a Catherine y no sonreír…bueno, era
casi imposible.
—No he podido estar en contacto contigo en todo el día —gruñó él.
—Eso he oído —suspiró—. Pero he estado ocupada. ¿Quieres saber cómo me ha
ido el día o quieres besarme?
Bueno, si lo planteaba así. Unos pocos pasos y la atrapó en sus brazos y toda la
frustración del día se le fue de la cabeza. Su boca era cálida y acogedora y sabía como
la miel. Tal vez era miel, porque algo suave, espeso y cálido avanzaba a través de sus
venas mientras ella se movía en sus brazos.
Fue afortunado de tener ese primer momento de calor suave porque entonces se
incrementó en el espacio de un latido de corazón y la estaba estrechando
apretadamente, besándola duro, tratando de imaginarse como desnudarla
justo…ahora.
Ella tuvo la misma idea y estaba tirando frenéticamente de su sudadera, tratando
de sacársela. Él era demasiado alto por lo que se apartó un momento y se agachó
para que ella le pudiera quitar la maldita cosa. Eso fue fácil para él. En el tiempo en el
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Ella estaba respirando pesadamente, más húmeda a cada segundo. Mac abrió los
ojos y miró sus pechos, los pezones duros de color rojo cereza.
Era una seducción agradable pero ahora, también, estaba atrapado en ella. El aire
se había vuelto caliente, difícil de meter en sus pulmones. Sus piernas se sentían
débiles. Cuando su coño se apretó otra vez en torno a su dedo, fue demasiado.
—Pon las manos contra la ventana. Abre las piernas. —Su voz era baja y gutural.
Se consideraba afortunado de poder hablar después de todo. Con un suspiro, ella
puso las manos contra la ventana, los rayos de sol la convertían en una visión de
marfil y oro. Mac miró la delgada y fuerte espalda, la cintura estrecha.
Agarró sus caderas y se acercó más a ella. Sabía lo que él quería. Podía sentirlo, de
la misma manera que él podía sentir lo que ella quería. Quería esto. Casi tanto como
él.
Sus piernas se abrieron y arqueó la espalda, ofreciéndose.
Mac no tuvo que utilizar las manos. Su polla lo hizo por sí sola, se deslizó dentro
de su calor meloso hasta que estuvo completamente en su interior. Él se inclinó sobre
su espalda, sujetándola con fuerza y puso la boca en su oreja.
—Hola, cariño —susurró—. Estoy en casa.
Nueve de enero
Laboratorios Millon
Palo Alto
A la mañana siguiente, después de una cuidadosa revisión de los datos del Nivel
4, Lee decidió comprobar a los pacientes oficiales, en la instalación oficial. Uno en
concreto. Quería visitar especialmente al Paciente Nueve. Antiguamente conocido
como Lucius Ward.
Lee aún estaba convencido de que Ward—ahora para siempre Paciente Nueve—
tenía la llave para un progreso, o por lo menos su cerebro la tenía. Era el momento de
ver que había dentro de su cerebro.
Lee esperó hasta que el personal de día había salido de la instalación, con solo un
equipo mínimo y el de seguridad, ninguno de los cuales iba a molestarle. Los
guardas de seguridad cambiaron los turnos a las diez de la noche y fue entonces
cuando caminó por los pasillos vacíos. Entró en la habitación de Nueve, cerrando
silenciosamente la puerta tras él.
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El Paciente Nueve estaba sentado en una silla, con correas que sostenían su cabeza
al respaldo, correas que mantenían sus muñecas en los brazos de la silla, correas
alrededor de sus rodillas y tobillos. Las ataduras habían sido probadas y requerían
doscientos kilos de presión al corte para romperse, algo que el Paciente Nueve nunca
podría conseguir en su estado actual. Estaba completamente inmovilizado.
Diminutos sensores por todo su cuerpo estaban transmitiendo cada marcador
biológico individual a un ordenador altamente seguro. Los datos eran visualizados
en tablas holográficas cerca de la cabeza de Nueve.
Ritmo cardíaco, ondas cerebrales, nivel de adrenalina, todos los marcadores
sanguíneos, incluso la conductividad de la piel. Todo lo que hacía al Paciente Nueve,
su misma esencia, estaba ahí en letras blancas en el aire.
Su utilidad llegaba a su fin. El historial militar del Paciente Nueve, le había
convertido en un perfecto conejillo de indias para las pruebas de las varias versiones
del SL, ese también era el caso de los otros tres pacientes del Nivel 4. Pero ellos eran
recalcitrantes, rebeldes en extremo y habían resultado más problemáticos de lo que
valían. Como el Paciente Nueve.
Incluso casi comatoso, el Paciente Nueve era rebelde, oponiendo su voluntad
contra las propiedades químicas de la droga con tanta fuerza que los efectos estaban
casi siempre invalidados.
El electroencefalograma del Paciente Nueve estaba ahora tan sesgado que
resultaba casi inútil.
Lee quería descubrir la cuerda trampa oculta que había notado observando al
chimpancé, pero era casi imposible dado el hecho de que el Paciente Nueve todavía
tenía reservas de fuerza de voluntad que era capaz de hacer valer.
Increíble, considerando todas las cosas. Pero terriblemente inútil.
Lee le miró directamente a los ojos, sabiendo que en algún lugar ahí dentro había
una inteligencia escuchando y comprendiendo, aunque el cuerpo de Nueve estaba
más allá de su control.
Lee se inclinó hacia delante, apenas, satisfecho de ver los ojos de Nueve
abriéndose ligeramente. Lo que iba a ser dicho era importante y Nueve lo entendía.
Lee sostuvo una tablet en su mano izquierda, tecleando rápidamente para
introducir instrucciones con la derecha. La bolsa baxter se movió ligeramente
mientras la válvula de alimentación se abría. Una riada de 59 se dirigió hacia el
organismo de Nueve, suficiente para abrumarlo.
Ahora estaban más allá de las pruebas científicas. Nueve iba a ser sacrificado por
lo que era inútil proceder con incrementos, siguiendo el protocolo del método
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científico. Lo que iba a suceder estaba más en la naturaleza del arte. Una situación
forzada para darle a Lee la comprensión del poder de la droga.
El líquido transparente 59 estaba haciendo su camino a través del diminuto tubo.
Era viscoso y tomaría su tiempo. Lo que estaba bien. Lee observó cuidadosamente a
Nueve. Podía leer los monitores sin apartar los ojos de Nueve. Latido del corazón,
lento. Electrocardiograma, sesenta y cuatro latidos por minuto con alguna arritmia
extra sistólica. El electroencefalograma mostraba una mínima función cognitiva.
Niveles hormonales en consonancia con la ausencia de efecto de la demencia
avanzada. Hasta aquí todo bien.
El líquido alcanzó la vena subclavia, empezó a moverse a través del organismo de
Nueve. Habría calor, dolor, un alza en los niveles de adrenalina. Pronto estaría
moviéndose a través de la barrera de sangre cerebral, directamente dentro del mismo
cerebro.
Ah. El electroencefalograma tenía oleadas de puntas irregulares.
El Paciente Nueve le había dado a Lee un sinfín de problemas lo que le permitió
un toque de placer en sus palabras. Era inútil llamar a Nueve por su nombre real.
Capitán Ward. El buen Capitán había dejado su identidad junto con sus funciones
cognitivas un año atrás. Ya no era más el Capitán Ward, militar de los Estados
Unidos, era una cosa miserable y sin valor, apenas más que un animal, solo una
hostilidad endémica natural de bajo nivel mantenía unas pocas funciones cognitivas.
Pero Lee esperaba que Nueve estuviera recibiendo el mensaje. Esperaba que
doliera terriblemente.
Durante un segundo, por solo el más pequeño espacio de tiempo posible, el
científico en él se alejó y el hombre desnudo estuvo allí. Desnudo y necesitado,
desesperado por realizar su misión, desesperado por llegar a casa, a un país que
había visto por última vez cuando tenía siete años. Desesperado por regresar como
un ganador, un héroe, el hombre que iba a colocar él solo a China en lo alto del
montón por generaciones y generaciones.
E iba a hacerlo no con armas que derramaban sangre, no con megatones de
explosivos, sino con la fuerza de la mente, pulida y afinada por décadas de estudio
hasta que era, en sí misma, la mejor de las armas.
Sus objetivos eran tan claros que los veía todos los días, todas las noches. Vio los
peldaños para llegar allí, los pasos necesarios, los obstáculos a superar no con
violencia sino con sabiduría.
Y parecía que lo que se interponía entre él y su objetivo de cambiar el mundo
estaba sentado desplomado y vencido delante de él. Lee había estado tan seguro de
que un hombre como Lucius Ward podría ser el perfecto sujeto de pruebas. Un
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Mount Blue
Esa noche, muy tarde, Mac entró silenciosamente en su alojamiento. El alojamiento
de ellos. Catherine estaba viviendo allí ahora y él no se podía imaginar entrar dentro
de su alojamiento sin la esperanza de verla allí.
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Y sí, ahí estaba, sentada en la cama, con la cabeza caída al lado, profundamente
dormida.
Se detuvo y cerró la puerta detrás de él, mirándola, absorbiendo el salto de su
corazón al verla en su cama. Las paredes estaban en “vista”, el nombre de Jon para el
programa. Desde que ella descubrió lo que el sistema podía hacer, nunca estaba
apagado, siempre parecía abierto a los elementos. Ella había elegido mantenerlo
sintonizado con la línea del tiempo, y era noche profunda en el exterior, la luna
convertía la profunda nieve en plata brillante. Había seleccionado la cámara que
tenía la vista más amplia del valle y, tenía que admitirlo, era espectacular.
Ella era espectacular. Se había quedado dormida con su e-book en el regazo. El e-
book estaba enlazado a una tarjeta de crédito imposible de rastrear y aunque lo había
cargado, no tenía mucho tiempo para leer. Pasaba todo el día en la enfermería
repasando los suministros, ajustando un hueso roto, y Pat y Salvatore ahora la
adoraban oficialmente.
Mírala, pensó mientras cruzaba la habitación. Se ha quedado dormida en una
posición incómoda, la cabeza caía sobre su hombro, el e-book en una mano laxa.
Suavemente apartó el lector y se las arregló para acostarla sin despertarla. Había
intentado quedarse despierta, pero él había trabajado hasta tarde en el cuartel
general, trazando un guion para infiltrarse con Nick y Jon en los Laboratorios Millon
que no los llevara a ser asesinados y que no fuera una enorme flecha apuntando
directamente hacia Haven.
Habían enviado a sus nuevos drones sobre el laboratorio, volando a mil metros de
altura durante horas. Dos misiones para cada uno. Una de día. Otra de noche.
Continuarían enviando drones y en unos pocos días Jon y Nick irían a una misión
de reconocimiento de dos días.
Mac tenía sentimientos encontrados. Creía todo lo que decía Catherine. Si ella
decía que el cielo estaba hecho de queso, él estaba dispuesto a considerar la idea.
Ciertamente creía que ella creía que Lucius estaba en el laboratorio. Si realmente
estaba ahí, era otro asunto.
Por lo tanto. Iban a entrar.
Según lo que habían visto, la seguridad era fuerte y los guardas estaban armados.
Generalmente, a Mac no le importaba. Se apostaría a sí mismo, a Nick y a Jon contra
un número de guardas armados. Pero y esto era una constante para un soldado, la
mierda ocurría.
Siempre había estado perfectamente preparado para morir. Era un hombre difícil
de matar pero las situaciones peligrosas eran impredecibles y había visto a buenos
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pezones se volvieran duras cerezas rojas. Entonces besaría el camino hacia ese
vientre plano, lentamente, sintiéndola retorcerse, hasta llegar a la atracción principal.
Oh sí. Le daba lo mismo el sexo oral con otras mujeres sin embargo anhelaba el
pensamiento con Catherine. Levantar sus piernas, abrirlas, situarse entre ellas. Dios,
estaba seguro de que podía estar ahí durante horas. Hinchados labios rosados en esa
suave y oscura nube de vello, rogando ser besados. Lo que realmente quería era que
ella se corriera mientras la golpeaba con su lengua, sentir las intensas contracciones
contra su boca, escuchar sus gritos y gemidos mientras la follaba con su lengua…
Oh mierda. Se sentía como lloriqueando. Tan bueno, eso sería tan bueno y ¿por
qué coño no lo había hecho antes? Porque su cerebro explotaba, se convertía en una
nova, en el momento en que la tocaba. No había ninguna otra cosa más en su mente
que meterse dentro de ella con su polla. Era puro instinto, absolutamente irresistible.
Tal vez cuando la hubiera tenido unos pocos cientos de veces, tal vez cuando se
pudieran establecer en una rutina como las parejas normales, aunque él no tenía
ninguna pista de cómo se comportaban las parejas normales tal vez entonces podría
permitirse algunos juegos previos.
Pero ahora tenía las ardientes imágenes de su cara enterrada entre sus muslos, de
chuparle los pezones con su mano dentro de ella y ahora que pensaba en eso, ¡guau!
Sentir su clímax con su mano en vez de con su polla…excepto que su polla, que tenía
una mente propia, iba a querer también estar en su interior.
Era demasiado para él, solo pensar en cientos de horas con Catherine como su
patio de juegos personal. Dios.
La polla le dolía. Podía sentir su latido y parecía como si se partiera con cada
pulsación. Sus pelotas estaban tensas, listas para explotar. La solución a eso estaba
justo ahí, justo en sus brazos. Si la lamiera, podría ponerla lo suficientemente
húmeda para tomarle en cuestión de segundos. Podrían estar follando en pocos
minutos, sin duda, y no le haría mucho daño.
Pero…
Pero ella se veía tan cansada. Había sombras azules bajo esos gloriosos ojos
plateados. Pat le dijo que había trabajado todo el día con ella y con Salvatore en la
enfermería, que había remendado a uno de sus chicos de ingeniería que se había roto
el brazo tratando de forcejear con la viga de una pared. Ella no había tenido más que
sorpresas desde que había salido a buscarle, casi se había congelado hasta la muerte,
casi había sido follada hasta la muerte…
No podía hacer eso. Él no podía hacerlo. Se limitaría a estar echado ahí con su
agotada chica de acero y escucharla respirar y ser feliz porque ella estuviera
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llenaban sus ojos y mientras la miraba, una de ellas se deslizó hacia su cuello, como
una gota de agua sobre el mármol—. Tenemos que movernos muy deprisa. Será muy
difícil.
Mac no cometió el error de reír. Lo que fuera que la había asustado estaba
aterrorizándola y era real, al menos para ella. Él secó la lágrima con la yema del
pulgar y se inclinó para besar su fría boca.
—Podemos hacer lo difícil, cariño. Lo hemos estado haciendo durante mucho
tiempo. Estamos especializados en eso.
Un suave ping y las puertas se abrieron. Mac cogió a Catherine del codo y caminó
rápido hacia su cuartel general, Catherine corría para no rezagarse. Dos personas
frente al gran atrio les miraron, frunciendo el ceño ante la velocidad, luego miraron
hacia otro lado.
Nick y Jon entraron en el cuartel general justo detrás de ellos. Catherine miró
alrededor, notando los monitores y las sillas. La gran cantidad de alta tecnología que
Jon y Nick habían instalado les permitía tener ojos y oídos en casi cualquier lugar del
mundo que fuera visible. Los servidores estaban a un kilómetro de distancia, en un
bunker seguro climatizado. Podrían viajar a la luna con el ordenador tan potente que
tenían.
—Sentaos. Por favor. —La voz de Catherine era alta, vibraba de la tensión. Nick y
Jon se miraron el uno al otro, se encogieron de hombros y se sentaron. Ella le hizo
gestos a Mac y este también se sentó. Se instalaron, cómodos con la situación. Esto
era una sesión de información. Habían estado en sesiones informativas toda su vida
adulta y Mac sabía que todos tenían las mentes abiertas, preparados para escuchar lo
que Catherine iba a decir.
Eso todavía era un misterio.
—El Paciente Nueve es el Capitán Lucius Ward, sin duda—dijo ella sin rodeos.
Mac se movió ligeramente en la silla, lanzando miradas a Nick y Jon. Ella buscó sus
ojos así como los de Nick y Jon. Mac nunca había visto a una mujer tan hermosa,
completamente concentrada en su tarea, una moderna Juana de Arco. Sus temblores
empezaron a disminuir mientras hablaba, concentrada en su misión.
—Ahora entiendo que ha estado esencialmente retenido como preso en el
complejo de Millon. Lo que pensé que era una forma avanzada de demencia era
inducida farmacológicamente. Ahora lo sé. Debemos ir a buscarle.
Mac pensó ¿qué es esto de “nosotros”?
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Ella se veía regia, como una reina reuniendo a las tropas para una batalla. No era
Juana de Arco. Era Boadicea. Debería haber tenido un banderín emplumado
ondeando al viento, montada en su carro.
Cuando antes estaba estremeciéndose de pánico, ahora estaba vibrando con
determinación y propósito. Dios, solo mírala, pensó. Derecha y elegante, los ojos grises
brillando como plata como una espada atrapada en la luz. Brillante pelo oscuro
deslizándose sobre los hombros mientras paseaba de un lado a otro. Su enorme
camiseta negra se veía como el elegante manto de una guerrera.
Él conocía cada centímetro de su cuerpo bajo la ropa, cada suave músculo, cada
tierna depresión y hueco, conocía la suavidad de sus pechos, como de duros se
podían poner sus pezones…pero ahora esta era una Catherine nueva. No la mujer
asustada y helada que había llegado… ¿Cuándo? ¿Solo hacía tres días? Ni la amable
doctora que había ayudado a una mujer aterrorizada a traer a un bebé saludable al
mundo, ni la apasionada mujer que gritaba en sus brazos. Esta era otra Catherine,
fuerte y determinada y tan irresistible como las otras.
—Necesita desesperadamente vuestra ayuda. Van a matarle mañana. Debemos ir
ahora.
Jon estaba recostado en la silla, se veía relajado. Mac le conocía mejor. Sus ojos
azules estaban brillando
—Cariño, sabes que te queremos. A todo el mundo le gustas y a Mac más que
gustarle, por lo que estás bien en mi libro. Pero con el debido respeto hacia Mac, no
tienes ni idea de esto. Cualquier clase de rescate de rehenes necesita planificación y
tiempo, y no estamos allí todavía.
Cuando Jon estaba así… cuando sus ojos brillaban y su cuerpo estaba enroscado
para atacar, la gente tenía que mirar de nuevo porque el peligro que vivía justo
debajo de su piel bronceada destellaba rápidamente, como un estoque atrapando la
luz.
Pero Catherine estaba impertérrita.
—No me importa cuán preparados estéis, debemos ir, ahora. Os di ese llamativo
halcón. Quiere decir algo para Mac aunque él trata de ocultarlo. No sé qué pero
vosotros — lentamente se dio la vuelta— los tres, sabéis de donde viene. Viene de
Lucius Ward. Él fue una vez uno de vosotros y ahora está en peligro de muerte y
vamos a ir a buscarle.
—Pruébalo —dijo Nick de repente. Sus ojos oscuros se entrecerraron—. A mí
también me gustas, Catherine, pero estás pidiéndonos que lo arriesguemos todo por
un hombre que nos abandonó para que muriéramos. ¿Cómo sabes que no nos va a
traicionar? ¿Qué pruebas reales tienes?¿Qué está pasando?¿Y cómo es que sabes que
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—No me gusta hacerlo, pero puedo leerte. No tus pensamientos tanto como tus
emociones. Y me he abierto a ti. Puedes leerme, también, ¿verdad? Al menos en
parte. Lo suficiente para saber que estoy diciendo la verdad.
Soltó la muñeca de Nick y él levantó la cabeza. Cualquier humedad que hubiera
en sus ojos se había ido, pero allí había una ligera suavidad, donde antes no había
habido nada.
—Joder. —Él tomó aliento—. Lo siento. No me había pasado antes nada como
esto. Era como si…
—Como si estuviera en ti, ¿verdad, Nick? Dentro de tu cabeza, sintiendo lo que
estás sintiendo, pensando lo que estás pensando.
Él asintió con la cabeza, sus labios cerrados apretadamente.
Ella puso una mano sobre su hombro. Estaba tocando tejido por lo que no había
ninguna de esas cosas paranormales. Era simplemente un gesto de conexión humana.
—Sé cuan desequilibrado te debes estar sintiendo. Y créeme cuando te digo que
nunca te leería deliberadamente. Esta…esta habilidad que tengo es increíblemente
agotadora. Me siento como si pudiera dormir durante una semana. Pero tenía que
hacerlo, tenías que conocer la verdad. Y la sabes, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza.
—¿Qué? —Explotó Jon, lleno de hostilidad. Mac se tensó—. ¿Qué sabes? Maldita
sea, Catherine, ¿le has drogado? Porque esto es basura. Es basura, Nick. Lo sabes.
Sabes que el Capitán nos abandonó y también sabes que no está en algún laboratorio.
¿Por qué debería estar? Me gustas Catherine, pero creo que fuiste enviada a meternos
en una trampa. Tal vez involuntariamente, pero no hay forma de que salgamos de la
montaña a…
Catherine se estiró y le agarró la mano. Jon se detuvo de repente, sus ojos se
abrieron como platos con sorpresa, la mandíbula cayó.
Catherine sonrió con gentileza.
—Fuiste traicionado una vez, Jon. Gravemente. Mucho peor de lo que crees que
Lucius Ward hizo. Eso arruinó tu vida. Nunca has vuelto a confiar en nadie hasta
que te uniste a… ¿los equipos?—Esto último como una pregunta, dirigida a Mac.
Este asintió con la cabeza.
—Los equipos. Allí encontraste confianza y aceptación y entonces tu líder te
traicionó. Pero, Jon, no lo hizo. No pudo. No está en él, así como la traición no está en
Nick o Mac. Él es como tú y está herido. Está en problemas y a punto de morir y su
última oportunidad está en vosotros tres. —Su esbelta mano apretó la muñeca de
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Jon, pero Mac no estaba preocupado porque fuera a atacarla. Él se veía destrozado,
casi asustado, aunque Mac podría haber jurado que el miedo no estaba en el
vocabulario de Jon. Había visto a Jon correr riesgos excesivos sin pararse a pensar en
su seguridad.
Su atención se centró rápidamente en Catherine cuando ella gimió y se balanceó
un poco. Estaba a punto de ponerse a su lado cuando las palabras que ella dijo le
congelaron en su sitio.
Su voz se profundizó, se volvió más baja y áspera, tan varonil como le permitían
sus cuerdas vocales.
—Ensillad, chicos, es el momento de cabalgar. ¿Queréis vivir para siempre?
Era el grito de guerra del Capitán al principio de cada misión. Catherine incluso
tenía el punto del Sur en su voz, un eco fantasmal del profundo acento de Georgia
del Capitán.
El vello de los antebrazos de Mac se erizó y rozó las mangas de su sudadera y
sintió la sangre abandonar su cara. Nick y Jon se veían también pálidos. Jon ahora
parecía enfermo, una gota de sudor caía por su sien.
Catherine soltó su mano como si quemara y abrió los ojos. Se llevó la mano a la
garganta y parecía asustada.
—Mac– su voz era apenas un hilo. Tosió y lo intentó de nuevo—.Mac. ¿Qué ha
pasado? He perdido el conocimiento por un momento.
A él le llevó un momento encontrar la voz. No pudo aguantar el ver esa mirada
perdida en su cara. Se levantó y la arrastró a sus brazos. Ella estaba temblando
mientras le pasaba los brazos alrededor de la cintura, escondiendo la cabeza contra
su hombro. Él la sostuvo apretadamente, mirando por encima de su cabeza a Jon y a
Nick.
Ambos estaban de pie, tan determinados como él mismo.
—Ella me estaba leyendo y entonces oí… —Jon sacudió la cabeza bruscamente,
como si quisiera deshacerse del pensamiento, pero este se quedó—…oí al Capitán.
Estaba en su cabeza y en la mía. Está vivo en Palo Alto. Está en peligro. Ahora.
Debemos ir a buscarle.
—Sin duda. —Gruñó Nick.
—Sí. —Por mucho que no quisiera, Mac dejó ir a Catherine. Sus temblores habían
remitido. Él quería mantenerla en sus brazos pero ya estaba cambiando a modo
misión, una parte con ella, la otra planificando al vuelo una misión de rescate de
rehenes. Habían estado trabajando en eso, pero a ritmo lento. Ahora iban a ir con lo
que tenían.
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Capítulo 14
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No era una situación divertida, pero Catherine tuvo que aguantar las ganas de
reír.
Los tres hombres parecían horrorizados, y Mac parecía tanto horrorizado como
enfadado. Un Mac enfadado era formidable. Si ella no lo conociera tan bien, si no le
conociera hasta los huesos, estaría asustada.
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Su rostro era sombrío, las partes cicatrizadas tirantes por la tensión, los ojos
entrecerrados. Parecía aún más grande, sus anchos hombros bloqueaban el resto de
la habitación de su vista, las manos enormes se abrían y cerraban como si estuviera
preparado para luchar.
Lo estaba.
Consigo mismo.
Catherine lo miró a los ojos, luego a Nick y a Jon.
Qué revelación habían sido los dos hombres cuando había mirado dentro de sus
almas. Nick, con su amor perdido, el anhelo que sentía por ella, sabiendo que nunca
la volvería a ver, enfermo de preocupación porque ella pudiera estar en problemas.
Nadie sabría nunca, mirando esa fachada fría y reservada con la que se enfrentaba al
mundo, que tenía todas esas emociones dentro. Que él tenía todo ese amor dentro.
Y Jon… ardiendo de rabia por la traición que había minado su vida. Ella no había
entendido quién o qué le había engañado cuando era un niño, pero iba más allá de la
traición como un hombre. No, había algo en su pasado y coloreaba cada emoción. Y
otra vez, quién habría pensado que toda esa rabia y dolor se arremolinaban bajo el
exterior de Chico Surfero.
Tres hombres grandes y fuertes, guerreros, entrenados para matar, de pie justo
delante de ella y con aspecto enfurecido y decididos a impedirle entrar con ellos en el
laboratorio para rescatar a su antiguo líder.
—Ya podéis dejarlo —dijo ella en voz baja—. Sabéis en lo profundo de vuestros
corazones que tengo que ir con vosotros. Si tenemos alguna esperanza de salvar a
vuestro líder, me necesitáis. Conozco el laboratorio como la palma de mi mano.
Conozco su sistema de seguridad y conozco la disposición. Sobre todo, vais a
necesitarme cuando encontremos a Nueve. Está conectado a máquinas y será una
tarea muy delicada separarlo de las máquinas sin matarle. Ninguno de vosotros tiene
esperanza de hacerlo. Sólo yo puedo liberarlo de la maquinaria a la que está atado, y
sólo entonces podréis rescatarlo.
Se hizo un silencio absoluto en la habitación si podías pasar por alto el rechinar de
dientes. Bueno, iban a rechinar aún más fuerte.
—Y tengo algo más que decir. No estoy entrenada como vosotros tres. Prometo
que os obedeceré absolutamente. Decidme que me agache y me agacharé. Seré
vuestra sombra y seguiré vuestras instrucciones. Sé muy bien que soy una potencial
responsabilidad, y confiad en mí, no quiero serlo, por lo que contad conmigo para
hacer exactamente lo que digáis. Pero —levantó la mano cuando Mac abrió la boca—
en el momento que nos encontremos dentro de la instalación me obedeceréis, los tres.
Al instante. A menos que realmente estemos siendo tiroteados, en ese momento
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vuestra formación supera la mía, haréis exactamente lo que yo diga. No puede ser de
ninguna otra manera.
Ella miró a cada uno otra vez.
—Vale. Ahora todos podéis dejar de fruncir el ceño y superadlo. Nick, Jon, id a
buscar vuestro equipo como dijo Mac, conseguid algo para mí y nos reuniremos aquí
de nuevo en diez minutos. Prepararé la reunión informativa sobre el laboratorio.
Para ser hombres tan decididos, parecían extrañamente indecisos. Ella sabía que
llevarla iba en contra de cada instinto que tenían. No sólo porque no estaba
entrenada, sino sobre todo porque cada hombre, silenciosa y profundamente, no
podía poner en peligro a una mujer. Los tres tenían una feroz vena protectora en
ellos que no les permitiría contemplar ponerla en peligro.
Catherine hizo un espectáculo de comprobar su reloj.
—Habéis consumido todo un minuto. Un minuto que podría marcar la diferencia
entre la vida y la muerte para vuestro capitán. ¿Mac?
Ella lo miró, apreciando su lucha, sabiendo que él odiaba esto, sabiendo que él
entendía lo necesario que era. Se quedó inmovilizado por las facciones en guerra
dentro de su corazón y la razón se impuso. Por un pelo.
—Poneos en marcha —dijo él con fuerza, luego la tomó en sus brazos en el
instante que Nick y Jon salieron de la habitación—. Dios —dijo contra su pelo—, odio
esto.
—Lo sé. —Ella lo sabía. Podía sentir el latido de su corazón contra la mejilla. En la
cama, había sido el latido estable del corazón de un atleta, pero ahora latía rápido,
furioso y salvaje, como si estuviera corriendo. Lo estaba, en cierto modo. Estaba
teniendo lugar una batalla dentro de él, una guerra interna. Mantenerla aquí y tener
sus limitadas posibilidades reducidas a nada, o llevarla con ellos, con la
preocupación persiguiéndolo a cada paso.
No había buenas opciones.
Mac no se preocupaba cuando estaba en modo de misión. Ella había leído esto en
él. La ansiedad no era parte de su estructura mental. Comprendió que él se
preparaba tanto como un hombre podía —y ella había sentido que la mayor parte de
su vida fue entrenamiento— y luego simplemente seguía adelante sin ningún temor.
También sabía que él estaba totalmente preparado para morir en cualquier
momento. Ese tipo de cosas simplemente no se podían ocultar.
Pero ahora el miedo casi rezumaba de sus poros. No era miedo por él, sino por
ella.
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—Mac. —Le besó el pecho, sobre su corazón y se apartó. Su cara era fría y dura,
pero las aletas nasales estaban blancas por la tensión—. Tiene que ser así. Lo que le
dije a Nick y Jon también se aplica a nosotros. Cada segundo que paso tratando de
tranquilizarte, de darte fuerzas, es un segundo perdido y drena mi energía.
Sus manos cayeron con sorpresa. Ella lo había hecho deliberadamente,
pretendiendo que estaba infundiéndole fuerza cuando la verdad era todo lo
contrario. Ella ganaba fuerza y coraje sólo de estar cerca de él. Pero la idea de que él
podría ponerla en peligro con su miedo lo impresionó.
—Bien. Deja que me prepare para informarles sobre la instalación. Tendré que
usar uno de tus ordenadores.
—Ahí —gruñó él—. Dime lo que puedo hacer. —De repente, él parecía torpe, con
las manos grandes agarradas con torpeza a su lado, abriéndose y cerrándose
vanamente, cuando siempre era el epítome de la elegancia masculina.
—No hay mucho que puedas hacer hasta que yo reúna algo de información —dijo
ella suavemente.
—¿Puedo al menos traerte un café?
Necesitaba hacer algo por ella. Lo entendía. Su estómago estaba revuelto y lo
último que necesitaba era cafeína, pero...
—Claro, eso sería de gran ayuda.
Él apretó un botón y habló en voz baja.
Millon tenía los planos de las instalaciones, además de las normas de seguridad y
las reglas de protección del laboratorio, en un archivo que había dado a todos los
empleados. Ella lo subió y lo ejecutó con un programa que creaba un holograma y lo
amplió. Acababa de terminar de imprimir las reglas de seguridad y de protección
cuando Jon y Nick regresaron juntos con un ciudadano de Haven empujando un
carrito.
Stella otra vez, bendita fuera.
El carrito tenía café y té, bendita fuera una vez más. En el carro había platos llenos
de mini paninis, mini donuts y rodajas de manzana con una pizca de canela fresca.
Mac, Nick y Jon se abalanzaron sobre el café, los paninis y los donuts mientras ella
saboreaba el té y comía las rodajas de manzana. Se sintió llena de energía por la
inyección instantánea de fructosa.
—Bien, poneos cómodos, chicos. —Los tres hombres intercambiaron miradas, pero
obedecieron sin quejarse. Catherine paseaba de un lado a otro mientras les
informaba. Una sensación reconfortante y familiar. Había dado clases para
universitarios durante varios años en Boston, y aunque estos tres hombres duros y
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feroces eran totalmente diferentes de los suaves cerebritos a los que estaba
acostumbrada, no podía quejarse de su atención. Estaban concentrados en ella,
asimilando cada palabra.
—Vamos a repasarlo otra vez. Ésta es la instalación principal. Hay estructuras
auxiliares pero aquí es donde se lleva a cabo el trabajo y es aquí donde el capitán es
retenido. —El holograma estaba ligeramente inclinado, dando una indicación de su
estructura. El tamaño en metros estaba puesto en letras blancas en la parte superior—
Es una instalación en forma de L con un ala larga y un ala más corta. El ala más corta
sólo es de laboratorios y la otra tiene lo que algunos de mis colegas más
escalofriantes llaman “depósito de carne”... los pacientes humanos y animales de
prueba. —Ella señaló ambas alas con una pluma, tocando el aire. El sistema de
ordenador de Mac era de primera calidad. El holo era tan realista que era como tener
a escala una copia en 3D de la instalación delante de ella. Cuando golpeaba el aire
para indicar cada ala, siguió teniendo una pequeña sacudida de sorpresa porque su
pluma encontrara aire y no acero y vidrio—. Hay tres niveles sobre el suelo y tres
niveles bajo tierra. El nivel inferior está dedicado a la producción de lotes de prueba.
Se trata de una planta de producción y cuenta con entradas independientes. Mi pase
de seguridad cubre los seis niveles, pero, por supuesto, habrá sido anulado. Jon,
¿crees que podrías hacerme un duplicado con el nombre de un colega que sé que está
fuera del estado?
—Ningún problema —contestó Jon.
—Genial. Así, antes de que pase por el edificio planta por planta, tengo que
informaros de lo que sé de las medidas de seguridad. Millon tiene que ofrecer una
cara amigable para el mundo por lo que no está rodeado por un muro visible, sino
uno invisible. Hay un rayo microondas rodeando el edificio, lo bastante fuerte para
freír un mamífero, por supuesto incluidos los seres humanos. Los rayos pierden el
enfoque después de unos diez metros por lo que estos jarrones de diseño tan caros
que bordean la periferia son en realidad emisores de microondas.
Ella hizo zoom en la línea de enormes jarrones de cerámica de color gris y marrón,
altos como un hombre, que rodeaban la compañía, y que contenían cipreses italianos
delgados como un lápiz, importados a un costo enorme desde la Toscana. Había más
de tres mil de ellos. Era impresionante visualmente y había aparecido en varias
revistas de diseño.
—El sistema es apagado a las cuatro A.M. y un ejército de barrenderos se apresura
en barrer los animales muertos, insectos y hojas achicharradas, y las microondas se
encienden de nuevo a las cuatro quince.
—¿Sabes dónde está el C&C? —preguntó Nick.
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—Lo que ves es una grabación desde la última luz a la primera de esa zona. Ahora
vamos de nuevo a un mes atrás. —Con un golpe de su dedo, Jon detuvo el parpadeo
de las imágenes—. Esto es lo que necesitamos saber. Una proyección de
acontecimientos aleatorios... acontecimientos que no se han repetido al menos tres
veces en un mes... tenemos vehículos patrullando esta área en una ronda regular. —
Su dedo trazó un perímetro de un kilómetro y medio alrededor de la instalación—.
Utilizan principalmente luces nocturnas, pero usé un algoritmo y realcé la luz para
poder verlos. Yo estimaría que esos son transportes de tropas... vehículos todo
terreno sin techo, llevando cinco soldados además de uno que maneja lo que parece
un calibre .50. —La imagen se amplió y amplió otra vez hasta que cuatro formas en el
interior del vehículo fueron visibles, además de un hombre sentado en una especie
de plataforma elevada en la parte de atrás manejando un cilindro largo.
Catherine miró fijamente. Eso estaba mucho más allá del nivel de seguridad del
que ella era consciente.
Mac daba golpecitos en una PDA.
—Tengo sus rutinas y conseguiré los agujeros en la seguridad. Continúa.
Jon señaló con un bolígrafo las luces rojas que se movían hacia atrás y hacia
delante rápidamente en arcos cortos más lejos, cerca de la instalación.
—Y esto son patrullas. Hay diez cubriendo un arco de un kilómetro y medio
aproximadamente, patrullan cada hora. Son el apoyo a las patrullas de ruedas.
—Espera. —Nick se inclinó hacia delante, con la intención en su serio rostro
moreno—. Repasemos esto otra vez.
El holo mostró la serie de patrullas motorizadas y a pie, de gris a negro y
viceversa. Él las estudió, sus ojos las siguieron de acá para allá durante varios
minutos. Mac y Jon le dieron el tiempo. Mac siguió dando golpecitos en su PDA y
Jon utilizaba otro ordenador, haciendo alguna investigación complicada. Ella podía
ver el destello de las pantallas, demasiado deprisa para que entendiera lo que él
estaba buscando.
Sólo podía esperar. Una vez que les había proporcionado el protocolo de
seguridad que había sido al principio de su reunión informativa, no tenía nada más
que ofrecer.
—La seguridad está dirigida hacia el interior —dijo Nick finalmente, recostándose.
Mac dejó de dar golpecitos en la PDA y las manos de Jon se levantaron del
teclado.
—Mirad. —Nick señaló los puntos rojos, congelando las imágenes borrosas de los
vehículos, inclinando el holo de Millon—. Cada arma está apuntada hacia dentro. La
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ruta que las patrullas hacen, la dirección del calibre 50, todo tiene sentido si diriges
tu seguridad para mantener las cosas dentro en lugar de fuera.
—Jesús —resopló Mac.
—¿Eso tiene sentido? —preguntó Catherine—. Quiero decir, claro que Millon se
protege contra intrusos. Solo este laboratorio debe valer mil millones de dólares en
secretos industriales para robar. ¿Seguramente deben tener miedo de que alguien
vaya y los robe?
—Nick tiene razón —gruñó Mac—. Tienen mucha seguridad interna. Lo que nos
mostraste ya es de primera calidad. Estos cables trampa del perímetro exterior... son
caros y requieren mucha mano de obra. Tienen sentido si están allí por si alguien de
dentro escapa y la alarma suena. Esta seguridad está definitivamente dirigida a
impedir que lo que sea que hay dentro salga.
—Bien —dijo Catherine, considerándolo—. Tal vez eso hace nuestra tarea mucho
más fácil. Tal vez podemos entrar.
—Sí. —Mac suspiró—. El truco será volver a salir con vida.
* *
Cincuenta minutos más tarde, Mac se tocó la oreja. O más bien, tocó un punto en
el ligero casco.
Catherine obedientemente tocó el mismo sitio de su casco. Era el punto que la unía
con el líder de equipo, Mac. Un punto a unos dos centímetros a la izquierda
conectaba su sistema de comunicaciones con el sistema de todo el equipo.
—¿Estás bien, cariño? —La voz profunda de Mac sonó en su oído. El sonido era
tan bueno, tan profundo y calmado, envolviéndolo todo, que era como si estuviera
hablando dentro de su cabeza—. ¿Te acuerdas de los simulacros?
Una cantidad enorme de información le había sido suministrada por él a través del
auricular, mientras Nick y Jon la vestían con un increíble traje ligero y flexible que
estaba segura que detendría las balas. Encima del traje, sin embargo, era la única que
llevaba una capa más de protección, una placa ligera que cubría su pecho y espalda
que Mac dijo que pararía un misil. Entonces Nick le guiñó un ojo. ¡Nick! El frío y
distante Nick. Tal vez se lo imaginó porque cuando le miró otra vez, su cara era tan
inexpresiva como siempre.
Por suerte, ella era una estudiante rápida y podía retener grandes cantidades de
datos técnicos.
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El pájaro volaba prácticamente solo, aunque Jon le dijo que podía volver a tomar
el control en un microsegundo. Ella le creyó. En una misión, él ya no era el Chico
Surfero, relajado y distante. Era todo ferviente concentración, como Mac y Nick.
Los hombres estaban inclinados sobre una tableta que mostraba una vista de
pájaro del complejo Millon, enviada desde un drone que les había precedido. Habían
observado mientras los centinelas cambiaban a las 2 A.M., según el protocolo.
Eran las 2:30 A.M. y estaba previsto que aterrizaran justo fuera del perímetro de
seguridad más alejado en quince minutos.
Los hombres estaban discutiendo las tácticas en un murmullo bajo dentro del
casco de ella, sus tranquilas voces profundas sonaban como un río corriendo por...
Ella se sobresaltó cuando una mano enguantada grande sacudió su hombro.
—Estamos allí, cariño —dijo Mac en su oído—. TEA sesenta segundos. ¿Estás
lista?
Su corazón latía con fuerza y tenía la boca seca. Ella quería bajar su ritmo cardíaco,
agradecida por todos los ejercicios de biofeedback que había hecho en la escuela de
posgrado, bebió un sorbo de agua de un depósito que estaba escondido en algún sitio
en su espalda y asintió.
—Sí —dijo ella, contenta de que su voz sonara tranquila—. Lo estoy.
Ella vio que él la miraba con los ojos entrecerrados.
—Recuerda el simulacro. Te quedas...
—Dentro del triángulo que Nick, Jon y tú haréis en todo momento. Obedezco
todas las señales de mano —alto, avanzar y abajo— y debo tratar de pasar
desapercibida. —Ella volvió a mirarle con los ojos entrecerrados—. Te lo dije. Me sé
el simulacro.
—Aterrizando —la voz de Jon sonó en sus oídos, y el pequeño helicóptero
simplemente se desvió hacia abajo y aterrizó con apenas un golpe.
—Vamos, vamos, vamos —dijo Mac, y los hombres simplemente desparecieron
como fantasmas, sin hacer ningún ruido en absoluto. Catherine trató de emularlos,
pero no era tan elegante como ellos. Su bota rozó el patín del helo con un ruidito
metálico. Ella hizo una mueca, pero ellos no prestaban atención mientras
descargaban su equipo de las cámaras exteriores en completo silencio.
—Control de equipo —dijo Mac en voz baja, y ellos descargaron la lista
terriblemente larga de cosas que llevaban. Al final dieron brincos en silencio,
comprobando para ver si algo sonaba cuando se movían, pero nada lo hizo.
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concentrarse, orientarse, porque la voz en su cabeza se volvía cada vez más débil.
Sostuvo el puño en alto, cerrando los ojos para concentrarse mejor.
Podía sentir la calma de Mac y la de los otros hombres, y luego los desterró de sus
pensamientos.
Dime dónde estás.
Silencio, pero su cabeza se llenó de dolor. Dondequiera que él estuviera, sufría. Se
concentró con tanta fuerza que podía sentir un eco de su dolor. Tratando de
mantener todas las vías de comunicación abiertas, trató de analizarlo. Una parte de
ella, la parte empática, unida al hombre que yacía en una cama, tal vez muriendo, y
la otra parte de ella, la neurocientífica, observando y analizando.
El dolor... era sistémico. La mayoría de los dolores eran orgánicos y enfocados.
Éste era difuso, pero intenso. Ardiente. Otra oleada de dolor, llegaba desde...
Catherine inclinó la cabeza, tratando de respirar más despacio, intentando llevar
su mente fuera de sí misma, arrojándola por encima del muro de cipreses, a través de
las paredes de hormigón, por los pasillos del laboratorio, hasta...
Él.
¿Qué era el dolor? Ardor, por todo su cuerpo, debajo de la piel. Cuando llegó otra
oleada, fue capaz de identificar la procedencia. Debajo de la clavícula. Entrando a
través de una vía IV abierta. Algún tipo de droga que estaban utilizando en él cuyos
efectos secundarios eran un dolor insoportable y un embotamiento de los sentidos.
¿Le estaban matando?
Ella se hundió aún más profunda dentro de sí misma.
¿Dónde estás... Lucius?
Un gesto de sorpresa.
¿Sabes... quién soy?
Sí, y tus hombres van a por ti. En este momento, Lucius.
Lucius... Una oleada de tristeza se apoderó de ella tan profundo que casi la tiró de
rodillas. Yo fui Lucius, una vez. ¿Verdad?
Todavía lo eres. Ya vamos a por ti. Pero tenemos que saber dónde estás.
Tristeza, resignación. Es demasiado tarde. Moriré, mañana.
¡No! Se envió una ola de energía que provenía de lo profundo de sus huesos, una
ráfaga feroz que no sabía que tenía en ella. ¡Estamos aquí! ¡A pocos minutos! ¿Dónde
estás?
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sospechado que existiera, en sus treinta y cuatro años en este mundo, y él sabía sin la
menor sombra de duda que sin ella, esto desaparecería de su vida para siempre.
Estaría condenado a vivir el resto de su existencia en los helados confines de su
corazón.
Mac se estremeció y bajó la mirada hacia el bello rostro de la mujer que había
cambiado su vida.
Habían tenido tan poco tiempo. Tres días. Nada, en realidad. Fueron tres días que
habían puesto su existencia boca abajo. Por primera vez, pensaba con mucha ilusión
en el futuro. Nunca antes lo había hecho. El futuro había sido ese interminable... algo
que se extendía ante él. Lo mismo que hoy, sólo que tal vez más duro. Ninguna razón
para querer que el futuro llegara. Cuando lo hiciera, no sería diferente del actual.
Y, sin embargo, con Catherine, el futuro había parecido... vaya, atractivo. Mejor.
Bueno. Vivir con Catherine, compartir su vida con ella, tal vez incluso formar una
familia...
Apartó el pensamiento de su cabeza en el instante en que se formó, pero entonces
había vuelto y se había pegado, como una lapa. Familia. Las familias eran para otras
personas, no para él. Lo que sabía de las familias es que eran lugares violentos donde
las personas se desgarraban unas a otras.
Excepto que, quizás, no la que él podía encontrar con Catherine.
Era una locura pensarlo, lo sabía, pero una vez allí, el pensamiento no dejó su
mente. No tanto el pensamiento como las imágenes. Una hija pequeña de pelo negro
con ojos plateados. Esa imagen se fijó en su cabeza, junto con una agitación loca en su
pecho. Crear un nuevo ser humano, una niña pequeña, viéndola crecer,
protegiéndola... mierda, hablando sobre pensamientos disparatados.
—¿Qué le pasa? —preguntó Jon en su oído, y él arrancó.
—No lo sé. —Su voz sonaba ronca a sus propios oídos.
—Mac. —Al otro lado de él, Nick le puso una mano sobre el hombro. Fue entonces
cuando Mac se dio cuenta de que estaba temblando—. Ella está bien.
Detrás de sus párpados, los ojos de Catherine se movían de un lado para otro,
como si estuviera siguiendo algo. Su mano enguantada agarró la suya.
Le dio unos golpecitos en la mejilla. Si hubiera sido uno de sus hombres, lo habría
abofeteado, pero la idea de abofetear a Catherine hacía que su sistema comenzara a
sudar otra vez.
—Cariño. —Golpecito, golpecito—. Cariño, despierta. Venga, cariño, abre los ojos,
puedes hacerlo.
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Algo en su voz debió haber sonado extraño porque Nick y Jon se miraron entre sí,
caras cuidadosamente en blanco. A Mac no le importaba un carajo porque allí estaba
ella, su Catherine, de vuelta de dondequiera que fuera que hubiera ido.
—¿Mac? —Su voz era ronca, como si no hubiera hablado en días—. ¿Qué ha
sucedido?
—Joder si lo sé. —El alivio lo atravesó—. Perdiste la jodida conciencia. Estaba
cagado de miedo. No vuelvas a hacer algo así otra vez. Joder.
Ella esbozó una sonrisa débil, mirándole, después a Jon y Nick.
—Tu vocabulario empeora cuando estás asustado.
—Joder, sí. —Pero él también sonreía—. Entonces, ¿qué coño pasó?
Catherine se tocó la cabeza.
—Espero que me creas cuando digo que me comuniqué con Lucius Ward. Le van
a bajar al Nivel 4 donde cree que van a matarlo pronto. Había rumores de que había
otro, un nivel secreto, pero nunca los creí. Así que al parecer el Nivel 4 realmente
existe. Le dieron una droga que es muy dolorosa, pero creo que aumenta... lo que sea
que esté en él que puede hablar conmigo. —Miró a los tres hombres—. Si lo llevan al
Nivel 4 antes de que lleguemos hasta él, no sé cómo acceder. Podríamos perderle.
Tenemos que darnos prisa.
—¿Puedes andar? —Mac quería que ella se quedara donde estaba, aunque sabía
que no lo haría, no a menos que físicamente no pudiera andar. Si era necesario, él
podía llevarla.
—Oh, sí. Estoy bien. —Se tocó la cabeza otra vez, inclinándola hacia un lado, luego
al otro, como si la estuviera probando—. Si perdí la conciencia fue por la conexión
con Lucius, no debido a algo en mí. Vamos a tener que darnos prisa. Tenemos que
llegar a él tan rápido como podamos.
—Roger. —Nick estaba preparando algo que él llamó el Anthill, comprobaba su
PDA, hacía ajustes—. Tan pronto como hayamos pasado por la barrera microondas
soltaré las Hormigas. Si conseguimos pasar la puerta principal deberíamos ser
capaces de llegar hasta el capitán sin ser detectados. No creo que haya más de diez
hombres de servicio dentro de la instalación.
—¿Hormigas?
—Te lo explicaré más tarde, cariño. Vamos a seguir adelante. —Otra vez, Mac se
maravilló de Catherine, de su mujer. Ella simplemente asintió con la cabeza, reajustó
su ligera mochila y empezó a avanzar cuando ellos lo hicieron. Sin preguntas, sin
alboroto. No estaba entrenada, pero era una compañera de equipo hasta los huesos.
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Una ola de amor lo atravesó. Si sobrevivían a esto, iba a casarse con ella en el
instante en que estuvieran de vuelta y nunca la perdería de vista otra vez.
Avanzaron sin incidentes, a un ritmo constante. Catherine mantuvo el ritmo,
permaneciendo con cuidado exactamente en el centro de su triángulo de seguridad.
El perímetro exterior de seguridad estaba detrás de ellos y llegaron a la barrera de
microondas.
Su visión nocturna incluía infrarrojos y el área entre los enormes jarrones se veía
ligeramente roja. Las tablets no mostraban guardias dentro de un radio de cien
metros. Sin embargo, Mac continuó con las señales de mano. Hizo señas a Catherine
para que permaneciera a su lado.
En la barrera, Nick, Catherine y Jon estaban cada uno detrás de un jarrón. Mac
estaba detrás de Catherine. A su señal, todos treparon los jarrones de casi dos metros
de alto, Nick y Jon subieron y cruzaron con facilidad. Mac impulsó a Catherine y Jon
estaba al otro lado, ayudándola a bajar. Mac se acercó y se pusieron en cuclillas.
Mac señaló al pequeño cañón en las manos de Nick y dio la orden.
Nick lo levantó hacia el cielo, hizo algunos ajustes y luego apretó el gatillo. Un
proyectil se alzó en el aire, desapareciendo de la vista. Se inclinaron sobre la PDA de
Nick, mirando la pantalla.
Mil drones diminutos, pequeños como hormigas, de color blanco y casi invisibles,
treparon rápidamente en la entrada de la instalación principal. Un programa especial
reunió las transmisiones confusas para que la pantalla mostrara una imagen clara de
lo que estaba delante de ellos. Había algunos puntos en blanco en la pantalla, pero un
programa de relleno los interpolaba. Lo que estaban viendo en la pantalla era
alrededor del 98 por ciento correcto. Más que suficiente. En la parte superior derecha
estaba el plano de la instalación mostrando la posición de los drones.
Catherine sonrió.
—Hormigas —dijo—. Lo entiendo. Mini drones. Inteligente.
Nick estaba describiendo la escena.
—Dos guardias en la entrada. ¿Armados? —Miró a Catherine.
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. No estoy familiarizada con el armamento. Sé que algunos de los
guardias tienen armas en sus fundas con un mango particularmente grueso y pesado.
Mac apretó la mandíbula.
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* *
Lee se inclinó hacia delante y dio un golpecito a su chofer en el hombro.
—¿No puedes ir un poco más rápido?
—No, señor. No me permiten exceder el límite de velocidad. Por nadie, ni siquiera
por usted. Podría perder mi trabajo —respondió el conductor en un tono monótono.
Era un empleado de Millon sin ninguna instrucción especial para satisfacer las
necesidades de Lee. Lee tomó nota para conseguirse un conductor con instrucciones
explícitas para hacer lo que él dijera.
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Lee miró su reloj. Las tres de la mañana. Había dado la orden de iniciar la infusión
IV de SL-59 hacía una hora. Recogería el cerebro a las ocho, junto con los otros tres
soldados, que habían resultado ser casi tan inútiles como el mismo Nueve. Seis horas
de perfusión deberían ser suficientes para tener una idea de los efectos en el sistema
nervioso y en el tejido neurológico.
Esto podría haber esperado hasta la próxima semana o incluso al próximo mes,
por supuesto, pero algo le carcomía. Su calma habitual estaba rota y un sentido
enorme de urgencia le azuzaba. Era ridículo. Estaba en medio de un plan de veinte
años. La urgencia no era necesaria, la meticulosidad lo era. Sin embargo, a pesar de
que era un científico y aunque creía en los rigores de la razón, también había
aprendido a seguir su instinto.
Le inquietaba ir corriendo al laboratorio en la oscuridad de la noche para
supervisar algo de lo que su equipo secreto podría ocuparse fácilmente, pero le
inquietaba aún más quedarse en casa.
Dormir era inadmisible.
Quizás era como un sueño. Aunque era un científico, Lee creía absolutamente en
el poder premonitorio de los sueños. Los sueños eran una manifestación de lo que la
conciencia había observado y extrapolado. Él sentía esta acuciante urgencia por estar
allí, tal vez porque era importante para él observar directamente los efectos sobre el
Paciente Nueve. Tal vez vería algo que eludiría las videocámaras o de lo que los
técnicos no informarían.
Si su subconsciente le decía que fuera allí, era por un motivo.
Por no mencionar el hecho de que ese idiota de Flynn amenazaba con cortar la
financiación.
Y luego, por supuesto, estaba el auténtico placer de ver morir a Nueve. Había sido
recalcitrante, un paciente difícil. El paciente más difícil que Lee había tenido nunca.
Iba a ser un verdadero placer verlo morir de un modo útil.
Comprobó su reloj otra vez. Nueve había recibido una infusión de veinte
centímetros cúbicos.
En una conjetura, Lee supuso que la dosis útil para mejorar el rendimiento sería
dos centímetros cúbicos durante un período de una semana. Veinte era diez veces la
cantidad, repartida en el espacio de seis horas. La autopsia iba a ser muy interesante.
En general, Lee se alegraba de haber decidido venir ahora. Observaría los últimos
efectos de primera mano. Se tocó la oreja.
—Levinson, en media hora baja al Paciente Nueve a la sala de autopsias en el
Nivel 4. Estoy llegando.
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—Sí, señor. —Levinson era uno de los tres científicos que conocían el protocolo
secreto.
—Conductor, llévame a la entrada lateral. Entrada D. Conduce directamente a la
zona de carga. —Desde allí sería un corto descenso hasta la sala de autopsias.
Tendría tiempo para adaptar y configurar su equipo privado de grabación.
—Sí, señor —respondió el conductor, y Lee pulsó el botón que levantaba la
pantalla de intimidad y se recostó, satisfecho.
En conjunto, una buena noche de trabajo.
* *
Al principio, Catherine tenía dificultad para correr. Sus piernas temblaban, sentía
la cabeza ligera y lejana, y apenas podía concentrarse. Pero minuto a minuto volvía a
sí misma.
Mac estaba ahí a su lado, a cada paso del camino. Si tropezaba, su mano estaba
allí, en su espalda, estabilizándola, tan subrepticiamente que Nick y Jon no lo
notaban.
Eran los efectos secundarios de su conexión con Lucius Ward. Él había debilitado
sus fuerzas. Conectar con otra mente, otro corazón, era tan duro como levantar pesas.
Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago mientras corría un
maratón.
Pero mientras cruzaban el amplio césped, Mac había calculado las rondas de los
guardias al segundo, ella volvió en sí. Recordó lo que estaba haciendo y por qué.
Ella estaba salvando una vida.
Estaban al lado del edificio. Los tres hombres miraron cuando ella introdujo el
código de su colega Frederick Benson por el sistema, con la esperanza de que Jon
supiera lo que estaba haciendo.
Lo sabía.
La puerta se abrió con un clic. Catherine empujó y los cuatro la atravesaron como
si fueran uno. La grabadora a un lado simplemente registraría una masa más grande
de lo habitual. No era algo que pudiera disparar una alarma, pero sin duda algo que
apuntaría hacia ellos cuando miraran mañana, con el Paciente Nueve desaparecido.
Catherine era muy consciente del hecho de que no sólo estaba entrando
ilegalmente en los Laboratorios Millon. También estaba cruzando hacia una vida
nueva. Ahora era un miembro del equipo de Mac, una proscrita. Atada a los hombres
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Bajo sus manos ella podía sentir que los músculos debilitados de Ward se
tensaban. Bajo esto, una voluntad férrea esforzándose... Cama...
Las manos en forma de garras cayeron, agarrando...
Cama.
Algo en la cama.
Catherine saltó.
—¿Qué? —Mac gruñó mientras trataba de calmar a Ward sin hacerle daño—.
¿Qué estás haciendo, cariño?
Ella escarbaba como loca en las sábanas. La cama, la cama... ecos de lo que había
oído como si un grito lejano sonara en su mente.
La cama.
Ella retiró las sábanas, las sacudió.
La cama... debajo de la cama.
Cayó de rodillas con tanta fuerza que se hizo daño y rebuscó frenéticamente en la
oscuridad debajo de la cama. Nada.
Tenía que estar aquí, lo que fuera.
¡Piensa, Catherine!
Sus manos, agitándose, hasta alcanzar...
Ella levantó el lado del colchón y allí estaba, en el soporte ortopédico. Con un grito
Catherine lo levantó, y como un botón que ha sido pulsado, Ward se calmó en los
brazos de Mac.
Ella estudió la tarjeta manchada de sangre, estudió el holograma en 3D de la cara.
La cara del enemigo.
—Este es el pase de Lee. El jefe de investigación de Arka. No me lo puedo creer.
Robó la tarjeta de Lee. Esto definitivamente tiene autorización para el Nivel 4, si es
que existe. Ahora podemos entrar y salir.
—Jefe, Catherine. —La voz tranquila de Nick era sombría en su auricular—.
Compañía. Muy rápido.
* *
—¿Cuántos? —preguntó Mac.
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La tormenta de mierda estaba casi sobre ellos. Habían llegado hasta aquí, ya
habían tenido suerte. Sólo se tenía una cantidad de suerte en cualquier misión y ellos
acababan de consumir toda la suya.
Ahora iban calientes y Mac quería a Catherine fuera de aquí. Ella había hecho un
trabajo fabuloso trayéndolos aquí. Inteligente y hermosa y amable. Y ahora valiente.
No iba a perderla. No ahora, no justo después de encontrarla.
Tenía que sacarla de aquí, rápido.
El capitán todavía estaba en sus brazos, después de tener lo que pareció ser un
ataque. Sus ojos estaban cerrados, la destrozada cara floja. Pesaba menos que algunos
petates que Mac había llevado en la batalla.
Mac podría llevarlo a cualquier lugar. Podría llevarlo hasta el Nivel 4. Podría
hacer cualquier cosa mientras supiera que Catherine estaba a salvo.
—Escucha —dijo con urgencia—. Tenemos el pase. Bajaremos al Nivel 4,
sacaremos a los hombres. Toma las Hormigas, te ayudarán a guiarte hasta la salida.
¿Puedes volver al helo y esperarnos? ¿Recuerdas cómo atravesar la pantalla
microondas? Tú...
Ella ya se dirigía hacia la puerta.
—De ninguna manera, Mac. De ninguna manera voy a abandonarte. Necesitas
ojos y oídos que no son las Hormigas, ojos y oídos que conocen el camino. Y,
definitivamente, vas a necesitarme para desconectar a esos hombres de sus
máquinas, si todavía están vivos. Asegúrate que cierras la puerta detrás de mí. —Ella
abrió la puerta y haciendo una señal a Nick al final de corredor, lo volvió a mirar—.
¡Vamos! Cierra la puerta.
No había tiempo para discutir y él reconoció que sería inútil de todos modos.
Cada célula en su cuerpo le decía que sacara a Catherine de allí, pero su cabeza le
decía que ella tenía razón. La necesitaban.
Nunca antes en su vida había ido a una misión con un objetivo dividido. Siempre
estaba atentamente concentrado en entrar, hacer el trabajo, salir. Entraba con
hombres que se entrenaban tan duro como él y que eran absolutamente capaces de
cuidar de sí mismos. Nunca había entrado preocupado por un compañero de equipo
como lo estaba ahora con Catherine, y lo odiaba con toda su alma.
Pero, ¿qué podía hacer?
Él la siguió, con el capitán en sus brazos, cerrando la puerta. Ella ya estaba
corriendo por el pasillo, Nick y Jon la seguían. Él alcanzó a Nick.
—¿Cuántos? —preguntó.
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La luz explotó en el corredor acompañada por un estallido sónico que era casi
doloroso en su intensidad incluso a través de los dispositivos amortiguadores.
La imagen regular que las pocas Hormigas que les habían seguido mostraban, era
la de los dos técnicos de laboratorio en el suelo, en posición fetal con las manos
tapándose las orejas. Dos centinelas corrían por el pasillo. Nick comprobó el portátil,
salió y los derribó con un disparo a cada uno. La pantalla los mostró caídos, muertos.
—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó y corrieron al pasillo.
Catherine corrió hacia la habitación, miró en su interior, entonces lo miró a él.
Mac se tensó. Su mirada era triste, solemne.
Eso era malo.
Entraron rápidamente en la habitación y se detuvieron en el umbral.
Era muy malo.
Romero, Lundquist y Pelton estaban en tres camas. Si Mac no hubiera visto las
líneas de colores que se movían irregularmente en las máquinas cerca de cada cama y
oído los suaves pitidos, hubiera estado convencido que estaban muertos.
Teñían peor aspecto que el Capitán. Más delgados, en peor estado. Las cirugías
habían sido más intensas, probablemente las drogas que les había proporcionado
eran más fuertes.
Ellos eran muy fuertes, unos jóvenes hombres resistentes. La clase de hombres que
los malditos locos adoraban arruinar. Estaban comatosos, sus caras hundidas casi
parecían máscaras mortuorias. Manchas azul oscuro mostraban donde las
intravenosas habían sido utilizadas durante un largo período de tiempo.
Cada hombre estaba desnudo, sin siquiera la dignidad de una sábana de hospital,
despatarrados como si fueran un sacrificio humano, lo que era cierto ya que ellos
eran sacrificios. Para alguien codicioso.
Los tres hombres, jóvenes, valientes y bravos —los mejores en el mundo—
parecían prisioneros de guerra en un salvaje campo de prisioneros. Y sin embrago
estaban aquí… en Silicon Valley en los buenos y viejos Estados Unidos de América.
Mac nunca iba a la batalla rabioso. Rabia, ira, venganza… todas eran emociones
que no podía permitirse. No podías ir al combate con emociones porque te cegaban.
Eran desventajas y eran peligrosas. Por lo que se aseguraba bien de limpiarse de
cualquier emoción antes de empezar una misión y cuando estaba operacional era
todo razonamiento frio y claro y firme planificación.
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Eso fue todo lo que barrió ahora, mientras la pena por sus hombres le inundaba.
Pena porque hubieran sido llevados a eso. Claramente torturados, atormentados,
tratados como menos que animales por sus propios compatriotas.
La rabia le llenó, una enorme e incontrolable ola que fue incapaz de resistir. Sabía
que estaba poniéndolos a todos en peligro, poniendo en peligro a Catherine y al
Capitán y no había nada que pudiera hacer.
Se detuvo y respiró una vez, dos veces. Nick y Jon también estaban quietos como
estatuas. A pesar de todos los combates que habían vivido, todas las muertes en
batalla que habían visto, en esta escena había algo inherentemente maligno que los
sorprendió. Como si hubieran sido tocados por la mano del Diablo.
Catherine fue la primera en moverse. Sus manos eran rápidas y seguras mientras
suavemente empezaba a desconectar a los hombres de la maquinaria. Ella estaba
susurrando por lo bajo y después de un momento Mac se dio cuenta de que estaba
comprobando una lista de verificación, de modo parecido a como él y sus hombres
comprobaban el equipo justo antes de ir a la batalla.
Por fin los hombres estuvieron desconectados, yaciendo inmóviles como carne en
el mostrador de un carnicero, apenas respiraban. Catherine los miró apenada.
—Nick, Jon, envolvedlos en sábanas. Voy a hacer algo.
Ellos asintieron con la cabeza y empezaron a envolver sábanas alrededor de los
torsos desnudos de sus camaradas caídos. Apenas habían terminado y estaban
levantándolos cuando otra alarma sonó, aguda y más urgente que la anterior.
Catherine corrió de regreso a la habitación.
—¿Qué es esa alarma? —Preguntó Mac.
—He pulsado la alarma de incendios y esa es la señal de evacuación. Todas las
puertas exteriores ahora están abiertas. Vamos.
* *
Lee salió de la limusina, pensando que podría pasar por la sala de descanso. A esta
hora de la noche, estaría vacía.
Millon trataba bien a sus empleados. Había una máquina Nespresso que hacía un
café divino, había cestas con hojas de té chino y una gran selección de infusiones de
hierbas.
Las sillas eran cómodas y el personal mantenía el lugar muy limpio y ordenado.
Todo en uno, pensó Lee, se merecía una buena taza de té. Revisaría sus notas
mientras tanto y tal vez incluso meditaría. Llegaba temprano.
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Tenía ganas de esto, en todos los sentidos. El Paciente Nueve y sus cofrades
habían probado ser los más entrometidos. Considerándolo todo, iba a ser un placer
segar a Nueve y a los otros. Aunque era un científico y no creía en algo tan arbitrario
como la suerte, sentía que el programa seguiría su curso de ritmo normal una vez
que esos hombres estuvieran fuera del camino y él pudiera investigar en más
pacientes ordinarios.
Nueve y sus hombres eran atípicos, en cada sentido de la palabra.
Salió del vehículo y le indicó al conductor que se fuera, observando desaparecer
las luces traseras de la vista.
Lee sabía que los terrenos eran patrullados por agentes de seguridad, pero por el
momento era como si estuviera solo en toda la instalación. Incluso en el estado de
California.
Estaban cerca. Lee podía sentirlo. Una vez que sus atípicos se fueran, estaba
seguro de podría empezar a llevar el programa a una conclusión satisfactoria. Otros
seis meses de pruebas —o más bien teniendo a ese imbécil de Flynn probando el
programa— y estaría preparado.
Por eso, el año siguiente estaría en Beijing como subsecretario del Ministro de
Ciencia. O tal vez del Ministro de Defensa. Un miembro de honor de los altos
consejos de su país, un hombre que había sido fundamental en la formación del
futuro de su país. Un hombre que había sido fiel a su país a través de un largo,
solitario y amargo exilio.
Ah, pero el sabor del triunfo sería de lo más dulce por haber esperado. Aún era
joven, ni siquiera había llegado a los cuarenta. Había entregado la vacuna contra el
cáncer. Los miembros del Politburó estaban recibiendo la mejor atención médica que
el mundo podía ofrecer.
Él podría vivir hasta los ochenta vigorosos años, incluso hasta los noventa. Otros
cuarenta o cincuenta años de poder en la cúspide del país más poderoso del mundo
para mirar hacia delante.
Hizo una inspiración profunda y miró hacia el oeste. Estaba tierra adentro, por
supuesto. Pero cincuenta kilómetros le llevarían hasta el Pacífico. Casi podía sentir su
patria llamándolo a través de la amplia masa de agua. La civilización más grande
que la humanidad había conocido, triunfante una vez más.
Gracias a él, Charles Lee.
Sonrió y fue a coger su pase de seguridad, frunciendo el ceño. Qué raro, no estaba
en el bolsillo de sus pantalones, como solía estar. Descubrió mientras rebuscaba, que
tampoco estaba en ningún otro bolsillo. Ni en su maletín.
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* *
¡Cristo! Cuatro hombres casi muertos y tres hombres para llevarlos. Nick y Jon ya
estaban desmontando una cama para improvisar una angarilla para ser llevada por
dos hombres, cada uno llevando también a un hombre. Iba a ser difícil e iban a ser
presa fácil, pero no era cuestión de dejar a sus compañeros detrás. No iban a morir
como ratas en un laboratorio.
Catherine se quedó quieta durante un segundo con el ceño fruncido, claramente
desconcertada por algo y Mac casi se puso de rodillas en una explosión de amor por
ella. Cualquier otra mujer en el mundo estaría gritando de pánico o corriendo por
todas partes utilizando su energía en cosas inútiles, pero no su mujer. No, ella estaba
pensando.
—Mac —dijo urgentemente—, necesitamos llevar a estos hombres a un punto de
salida. ¿Podéis llevarlos unos quinientos metros?
—Seguro. Dinos donde está el punto de salida y lo haremos. Sal de aquí
rápidamente. Atravesamos los puestos de los centinelas en nuestros simulacros. Si
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sales por el lado oeste deberías estar bien. Nos encontraremos en el helicóptero. Si no
lo logramos, hay un kit con equipo de supervivencia cerca del asiento del piloto. Hay
diez mil dólares en efectivo, cógelo y vete…
Ella estaba sorprendida, con la boca abierta y los ojos como platos. Después
enfadada con los ojos entrecerrados.
—¿Qué pasa contigo? Hemos pasado antes por esto y ¿todavía quieres que te deje?
No puedo creer que dijeras eso. De vuelta a casa pagarás por este comentario,
Thomas McEnroe. Nick, Jon, ya que ninguno de vosotros parece ser estúpido,
seguidme.
Se movieron tan rápidamente como pudieron, Mac llevando al Capitán sobre el
hombro y sosteniendo un lado de la manta con Lundquist en ella, mientras Jon
sostenía el otro y llevaba a Romero sobre el hombro. Nick tenía a Pelton sobre el
hombro y comprobaba su pantalla.
Seguían a Catherine ciegamente. Después de su explosión no le había mirado.
Incluso su espalda, hermosa como era, se veía furiosa.
—Regla Número Uno, idiota. —Murmuró Jon por la esquina de la boca—. No
cabrees a tu amada.
—¿Qué coño sabrás tú de amadas? —Contestó Mac—. Tu record es cuatro noches
seguidas.
Él lo arreglaría con ella, si sobrevivían. No eran capaces ir a la carrera y llevar a los
hombres, eso quería decir que no podían reducir su perfil. Los hombres que estaban
rescatando no tenían chaleco antibalas. Serían unos objetivos muy grandes. Y el
helicóptero estaba preparado para cinco personas, no ocho. No podría despegar.
No estaban haciendo un buen tiempo. Mac estimó que estaban a unos buenos
quince minutos del helicóptero, sin contar el hecho de que tendrían que salir pitando
a través de la barrera de microondas.
En quince minutos más podían pasar un montón de cosas. Un montón de cosas
fatales.
Mac trató de ir a ese lugar frío en su interior que era su fortaleza en la batalla. Solía
llevarse a sí mismo fuera de la ecuación, como si fuera un Cylon, un robot. Una masa
de carne y huesos, sí, pero un compendio de estrategias de batalla, líneas de fuego, el
ballet mortífero de la batalla.
No pudo encontrar ese lugar, aunque lo buscó frenéticamente. Era el líder de un
equipo y ahora no solo Nick y Jon dependían de su capacidad de sangre fría para
formular estrategias, sino también el Capitán, Lundquist, Romero y Pelton. Por no
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mencionar a Catherine. Si iban a salir de esto con vida, él tenía que ser un soldado,
no un hombre.
Pero alguien que le recordaba cada paso del camino que era un hombre, con
debilidades humanas, estaba corriendo delante de él. Catherine.
Ella estaba enredándole la cabeza. Estaba enredando su habilidad de distanciarse
de la situación y pensar fría y claramente.
En una misión, en un combate, Mac hacía todo lo que podía para proteger a sus
hombres pero, siempre, la misión era lo primero. Todos eran soldados, todos
conocían el precio a pagar y todos lo aceptaban. Algunos de ellos podrían no regresar
a la base, pero mientras la misión fuera un éxito, era aceptable.
Perder a Catherine no era aceptable. No era una opción.
El miedo por ella freía sus circuitos, le hacía más lento. Estaba operando bajo una
presión tan intensa que casi le hacía partirse. Amar a Catherine le hacía mejor
hombre pero peor soldado y ella necesitaba ahora al soldado, no al hombre.
—¡Adelante! —Catherine se dio la vuelta jadeando y Mac vio el miedo en su cara y
otro enorme impulso de amor le recorrió. Ella estaba aterrorizada pero estaba
trabajando en ello. No les frenaba, en absoluto. Los ayudaba con cada fibra de su ser,
a pesar del miedo.
Esta mujer se merecía su mejor esfuerzo. Iba a sacarla de esto porque ella era la
misión más importante de su vida.
—¿Qué hay, cariño?
Estaban casi en un cruce. Catherine se había detenido con un pequeño puño en
alto y todos se detuvieron, también. Ella estaba sin aliento, su pecho se hinchaba y
deshinchaba, pero lo ignoró girándose hacia Nick.
—¿Hay alguien en el corredor de la derecha? —Jadeó.
El techo onduló. Nick estaba dirigiendo lo que quedaba de sus Hormigas hacia la
derecha.
—No tengo una imagen completamente clara —murmuró—. Pero el corredor está
vacío. Excepto por una pieza de maquinaria.
Ella cogió la pantalla, sonrió y dio un pequeño grito jadeante, se estiró y besó a
Mac en la boca. Mac sonrió, porque simplemente no podía no sonreír a Catherine y
porque estaba perdonado.
—No podéis verlo desde aquí pero es un cochecito eléctrico. Si estás seguro de que
la costa está despejada, podemos cargar a Ward y a los otros hombres en él y si
cronometramos bien las cosas, podemos ir con él hasta el helo.
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—Dile a seguridad que se retiren del coche y envía un equipo de técnicos para
recoger pruebas forenses. Si hay alguna molécula de ADN o material extraño, lo
quiero.
—Sí señor.
A pesar del alboroto de las sirenas, Lee hizo despacio el descenso al Nivel 4. El
edificio estaba desierto, el protocolo de evacuación había sido seguido al pie de la
letra.
En la entrada del Nivel 4, las sirenas cesaron repentinamente. Seguridad estaría
haciendo un barrido de las plantas superiores, recogiendo pruebas, interrogando a
los empleados del turno de noche. No bajarían allí; el Nivel 4 era secreto.
Lee caminó a la entrada de la puerta donde los Pacientes Veintisiete, Veintiocho y
Veintinueve habían estado. Habían estado en coma, y ahora habían desaparecido.
Ninguna persona podía llevarse cuatro hombres.
Así que esto había sido un asalto organizado. ¿Podía haberlo organizado
Catherine Young?
Nada de lo que él sabía de ella sugería que pudiera hacer algo así. Era una
investigadora brillante, una gran científica, pero no era una líder. Su personalidad
era tranquila y retraída. Pero el hecho era que había desaparecido y que su
laboratorio había sido asaltado.
Si Catherine tenía algo que ver con esto, iba a cazarla aunque fuera en el fin del
mundo.
Mientras tanto, no iba a detenerse. De hecho, había encontrado algo muy
interesante en el escaneo cerebral de Young.
Algo que podía utilizar, algo que podía desarrollar.
Esto era un contratiempo, nada más.
Nueve y el resto de pacientes estaban muy cercanos a la muerte. Le habían
privado de su tejido cerebral, eso era todo.
Sin embargo, se estaba acercando a meta.
Nadie podría detenerle.
* *
—¡No! —gritó Mac, puro pánico hormigueaba por su cuerpo. Un terror y un
miedo cegador y paralizante.
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podido le habría dado su propia vida pero no podía, sólo podía trabajar con sus
manos sobre el pecho de ella, 100 compresiones por minuto.
Cantaba, trabajaba y sudaba, frenético y aterrorizado.
—TELL quince minutos —anunció Jon, pero Mac no escuchaba.
No quería escuchar. Quería quedarse allí para siempre con las palmas de las
manos sobre el corazón de su amada, porque mientras las tuviera allí no tendría que
dejarla marchar, no tendría que despedirse...
—Mac... —dijo Nick en voz baja. Era la primera vez que Nick le llamaba por su
nombre. Mac lo miró y vio lágrimas en los ojos de Nick. No sabía que Nick podía
llorar.
—Ha muerto —susurró.
¡No!
No, no dejaría que ella... se fuera. Su mente rehuía pensar incluso en la
palabra muerta. Porque Catherine no podía estar muerta. Nada tendría ningún
sentido en todo el mundo si ella estaba muerta. Ella era en sí misma vida y disfrute y
ese corazón suyo, ese mágico corazón suyo...
Estaba latiendo.
¿Estaba alucinando? No podía sentir nada más bajo las palmas de las manos que
ese otro sentido, ese que le permitía sentir, tocar su corazón con su mano fantasma y
sentir la pulsación, una fuerte sacudida eléctrica.
La espalda de Catherine se arqueó de nuevo como si estuviera bajo las placas pero
no había placas. Ella se arqueó, tosió y volvió la cabeza.
—¡Jodido Cristo bendito! —aulló Nick, retrocediendo y levantando las manos.
—¿Qué? —gritó Jon desde la cabina.
Nick estaba blanco.
—Ella está... Catherine está...
—¡Viva! —gritó Mac.
La levantó y la tomó entre sus brazos, estrechándola fuertemente y
llorando, sollozos grandes y salvajes, llorando con tanta fuerza que no podía respirar
pero no necesitaba aire, todo lo que necesitaba era a Catherine, viva de nuevo entre
sus brazos.
Algo rozó su cicatriz. Era la mano de ella. Su mano. Que le acarició una vez, y cayó
débilmente.
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—Mac —le susurró ella, su voz era apenas audible sobre los desgarrados sonidos
que procedían del pecho de Mac—. Te quiero.
—¡Oh Dios! —Tenía tal nudo en la garganta que no podía hablar, no le salían las
palabras. Yo también te quiero, gritó en su mente, pero ella no podía oírle.
Se dejó caer entre sus brazos desmayada.
Así se dirigieron hacia Haven, con Catherine estrechamente apretada entre sus
brazos, con sus manos sobre su espalda, sintiendo como le latía el corazón. Su
precioso, precioso corazón. Latiendo.
—¿Has comido? —le preguntó Mac ansioso, cerrando la puerta tras de sí. Caminó
a través de la habitación y se sentó en la mesa frente a ella.
Catherine debía haberle preguntado a él si había comido. Había perdido un
montón de peso en los días pasados. Al menos eso era lo que le parecía a Catherine.
Había estado en coma diez días y se había despertado hacía solo cuatro días. Pat y
Salvatore la habían mantenido hidratada, había tenido conectada una sonda de
alimentación y un gotero de glucosa, así que cuando abrió los ojos, se había sentido…
refrescada. Como si hubiera dormido por mucho, mucho tiempo y ahora despertara.
Mac parecía una ruina humana. Estaba sentado a su lado cuando sus ojos se
abrieron y más tarde Stella le había dicho que él había dejado su lado solo para ir al
baño durante los diez días enteros.
No se había afeitado y apenas había comido y seguramente tampoco se había
duchado en esos diez días.
Cuando ella abrió los ojos y vio su rostro, con una barba que empezaba a
convertirse una tupida de hombre-de-montaña, los ojos enrojecidos, nuevos huecos
bajo sus mejillas y nuevas arrugas, sonrió, luego arrugó el ceño ante las grandes y
gruesas lágrimas que le caían a ambos lados de la cara. Él las ignoró por completo y
simplemente le sonrió y le dijo:
—Has vuelto —en una voz que se quebró.
Eso había roto su corazón abriéndolo de par en par y no se había cerrado desde
entonces.
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Catherine había recuperado sus fuerzas rápidamente, no gracias a Mac, que estaba
en contra de que hiciera cualquier cosa más extenuante que levantar el tenedor a la
boca.
Estaba en su habitación y se había terminado alguno de los alimentos de Stella que
habían llegado en cantidades industriales. Habían llamado a Mac porque en los días
que había estado fuera de servicio habían sucedido muchas cosas. Al principio,
Catherine se lo había tenido que quitar de encima con palanca y grúa, pero
lentamente lo convencieron de que ella no iba a morir si él desaparecía durante una
hora o dos.
El punto era que ella se sentía genial.
Ella sabía, racionalmente, que había recibido una descarga letal y que su corazón
se había detenido. Sin embargo no podía recordar nada de ello. Lo último que
recordaba era que corrían al helo con cuatro hombres muy enfermos a la espalda, que
después se subieron y luego nada hasta que se despertó en la enfermería de Haven.
Pero eso era un conocimiento teórico, no era un conocimiento que ella contuviera
en su corazón o en su cuerpo. Se sentía un poco débil y con la cabeza un poco ligera
pero eso era todo.
En este instante sentía algo más. Era demasiado pronto para decirlo y no había test
de embarazo en Haven, pero había un brillo inconfundible en su interior. Una
burbuja escondida de luz y alegría y los más débiles tentáculos de la vida. Le hacían
vibrar de placer.
Mac la miró entrecerrando los ojos.
—¿La comida está bien?
—Fabulosa —puso el plato frente a él—. Pruébala. Necesitas coger peso. Estás
horrible.
Él hizo un gesto de dolor.
—Nunca he sido guapo, cariño. Si eso es lo que quieres, estás con el chico
equivocado. Sin embargo, si encuentras a ese chico le partiré su bonita cara a palos
por lo que más te vale seguir conmigo.
Ella sonrió.
—Come.
Y él comió. Era la primera vez que ella lo veía comer con apetito desde que había
despertado. Se sentía bien. Él se sentía bien, ella lo sabía. Podía sentir que él se sentía
bien.
—¿Cómo está el capitán? ¿Y los hombres?
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—Ellos están... estables. Pat y Salvatore dicen que se recuperarán con el tiempo,
pero será mucho y con mucha rehabilitación. Stella está cuidando especialmente al
Capitán. En algún momento seremos capaces de ponerle al tanto y decidiremos qué
hacer.
Eso hizo que ella se espabilara.
—Querréis limpiar vuestros nombres. Te tendieron una trampa. Podrás salir a la
luz pública cuando el Capitán testifique.
Él dejó de sonreír.
—Sí. En algún momento limpiaremos nuestros nombres. Con el Capitán y el resto
de hombres aquí, sin embargo parece menos prioritario. Llegaron cinco personas
nuevas a Haven la última semana. Tenemos que mejorar el sistema de agua y Jon
tiene planes para un centro comunitario. Creemos... —Respiró profundamente y la
miró a los ojos—.Creemos que nuestro lugar está aquí. Pero no puedo tomar
decisiones por ti. Eres una científica con un billón de títulos. No creo que pueda
pedirte que renuncies a tu carrera de investigación para que te quedes con unos
proscritos en un campamento de alta tecnología fuera de la ley. Así que di la palabra
y empezaremos a pedir a las autoridades de los Estados Unidos una revocación de
nuestra condena en rebeldía.
Catherine estaba horrorizada.
—¡Oh, no!
Extendió la mano hacia la de él que se la estrechó inmediatamente. Esa conexión
instantánea, calidez y amor, sus dos manos unidas. El talento de ella, su don, se
estaba fortaleciendo como si el tiempo que pasaba en Haven, la hubiera llevado a una
nueva velocidad. Pero no había nada como lo que compartía con Mac y con nadie
más. Su vínculo era fuerte y profundo y... ¿a tres bandas?
—No quiero que hagas nada por el estilo. Estamos construyendo algo aquí. Algo
importante. No puedo decirte por qué, pero lo creo con todo mi ser. Lo que está
pasando aquí no debe ser perturbado o roto. ¿No puedes sentirlo también?
La comisura de la boca de Mac se elevó.
—No siento mucho más que cansancio durante estos días, pero sí —él soltó un
suspiro—. Quiero que nos quedemos aquí y sigamos construyendo... lo que sea que
estemos construyendo. Y quiero que lo hagamos juntos.
—Sé de algo más que quiero que hagamos.
Catherine se deslizó de su asiento, rodeó la mesa y se sentó en el regazo de Mac.
Los ojos de él se abrieron con sorpresa pero sus brazos la rodearon cuidadosamente.
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—Estás en minoría, Tom McEnroe. Ella y yo contra ti. Dos contra uno. —Lo besó
en la comisura y él le devolvió el beso ligeramente—. Y puesto que convertiste en un
gran asunto que Haven tuviera una democracia y eso, creo que deberías ir con el
voto de la mayoría.
—Humm.
Ella sonrió contra su boca. Cuando él se quedó sin palabras, fue todo de ella.
—Arriba.
Se puso de pie y él le bajó los pantalones del pijama y las bragas. Él se levantó un
poco y se quitó los pantalones. Iba en plan comando como hacían la mayoría de los
soldados de las Fuerzas Especiales. Ella recordó su sorpresa cuando él se lo contó.
Nos salva de que se nos pudra la entrepierna le dijo él, cualquiera que fuera su
significado.
Pero ahora estaba agradecida porque él saltaba libre, completamente erecto y
descansaba contra su vientre.
Ah, esto. Lo había ansiado tanto. El calor, la cercanía, el puro placer que
desprendía. Estaba besándola más profundamente ahora, una mano acercaba su
cabeza hacia él, con la otra le apretaba el trasero, estrechándola contra él.
Después la tocó entre los muslos. Intentaba comprobar si estaba lista para él
porque había pasado de cero a mil en unos segundos. Mac se sentía caliente y duro
como un palo contra su estómago. Sus dedos le dijeron que estaba lista. Ella pasó de
cero a mil también, todo su ser estaba concentrado estrechamente en donde él estaba
tocándola, oh, tan cuidadosamente.
Ella no quería delicadezas.
No había muerto. Contra todo pronóstico, no había muerto. Nick le había dicho
unos días después de despertar, que Mac se había negado a dejar que muriera y aquí
estaba. Joven, sana y enamorada.
Viva.
Un dedo enorme se introdujo en ella que suspiró con deleite. Sus músculos
vaginales se contrajeron alrededor, como si quisieran mantenerlo dentro de ella. Él
deslizaba su mano ligeramente, estaba casi vibrando todo él por el control porque no
quería hacerle daño.
Podía notar tan claramente que no quería lastimarla y lo mucho que le importaba.
En cada caricia, en cada beso. Y más, allí, bajo su piel donde sólo ella podía tocarle y
alcanzarlo.
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Catherine levantó la cabeza de su beso y lo miró desde arriba, miró la cara amada.
En algún nivel sabía que él no era guapo. Tenía cicatrices, su piel estaba salpicada de
viejas cicatrices de acné. Su nariz se había roto unas cuantas veces y estaba aplastada
contra su cara.
Pero ella no veía eso, ella lo veía a él, lo que era debajo de la piel. En ese lugar que
sólo ella podía ver.
Y él era tan hermoso.
—Ahora, Mac —susurró ella.
—Ahora —repitió él, mirándola a los ojos mientras la subía sobre él, situándola en
una posición que le permitía deslizarse profundamente sobre él. Profundo. Más
profundamente. Hasta que llegó tan dentro de ella que no podía imaginarse estar
separados.
Ah, Mac se sentía tan bien. Ella cerró los ojos y los abrió de repente cuando él la
sacudió un poco.
—No —le ordenó—. Mantén los ojos abiertos.
Y ella lo hizo así. La sujetó ligeramente sobre él y empezó a mover sus caderas
arriba y dentro de ella, de forma que ella estaba encima de él, creando con su pelo un
pequeño y oscuro muro alrededor de ellos, preservándolos del resto del mundo en
su pequeño paraíso privado.
Él movió las caderas con fuerza, hacia abajo y luego hacia arriba. Ella jadeó, pero
él sabía que no era de dolor porque estaba tocándola y la conocía. Esto era lo que ella
quería. Esta cercanía, este sentimiento de ser uno en dos cuerpos.
Su pelo se balanceaba mientras ella se balanceaba con sus embestidas. Él la
sujetaba tan apretadamente que ella no podía moverse, pero no lo necesitaba, Mac lo
estaba haciendo todo y además perfectamente. Él fue despacio al principio, dejando
que ella se acostumbrara a él de nuevo, pero luego sintió, supo, que podía acelerar.
Las embestidas se volvieron más duras y rápidas, y el calor se extendió de la ingle
hacia todo el cuerpo. Ella quería cerrar los ojos pero no podía. No podía apartar su
mirada de él mientras sus rasgos tensos se empezaban a endurecer.
Él estaba bombeando fuerte ahora, las articulaciones de la mecedora chirriaban, y
el calor crecía, y crecía y crecía…
El cuerpo entero de Catherine se contrajo y se liberó mientras elevaba ligeramente
las rodillas, con la cabeza echada hacia atrás, convulsionando en olas de calor que la
empujaban al borde del dolor.
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Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
Eso llevó al borde a Mac también, mientras él le daba una última embestida que
sacudió su cuerpo y llegaba con un interminable chorro de líquido caliente, que
vertió en su cuerpo con un grito áspero.
Se dejó caer contra él, húmeda, enrojecida y feliz. Juntos.
Se quedaron sentados en silencio, con la cabeza apoyada en su hombro, en sus
brazos, él todavía medio duro en su interior.
Era el momento más feliz de la vida de Catherine. Se sentía como si hubieran
escalado juntos una montaña y estuviera mirando la tierra prometida.
Ella giró la cabeza perezosamente y lo besó en la oreja.
—¿Sabes qué?
Sintió más que vio que sonreía.
—¿Qué?
—Creo que hicimos un bebé.
Todo su cuerpo se sacudió y ella sintió una oleada de alegría que le inundaba y no
podía decir si procedía de ella o de él. O de ambos.
San Francisco
Arka Laboratories
La policía local ha llevado a cabo extensos análisis forenses en la escena del robo
en las instalaciones de Millon. Las armas son militares pero no se han encontrado en
ninguna base de datos militar. No hay huellas dactilares ni se encontró ADN. Las
cámaras de video fueron desactivadas y se han tomado medidas para asegurar que
no vuelva a ocurrir de nuevo. La compañía de seguridad ha sido despedida y una
nueva, una compañía de muy buena reputación dirigida por el ex general, Clancy
Flynn, ha sido contratada.
Se ha hecho un inventario exhaustivo, pero parece que nada ha sido robado del
laboratorio. El sistema informático está intacto. Es mi opinión que el robo no tuvo
éxito y ha demostrado ser nada más que un acicate para aumentar la seguridad.
Lee terminó el informe y lo envió a la Junta de Arka donde los viejos que
formaban parte de la misma tendrían jefes de oficina que se lo leerían y firmarían sin
leerlo.
Lee tenía una nueva e interesante vía de investigación. Arka había desarrollado
una miniatura, una resonancia magnética portátil que podía escanear cerebros sin
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Lisa Marie Rice
Heart of Danger
Ghost Ops 1
Fin
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