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Angel Avatar: Preludio al Apocalipsis I

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CAPITULO II

El sacerdote quedó hecho piedra ante la cruenta imagen de la siempre


energica Rémeny, tirada en el suelo, apagada y agonizante; más no era para
menos: ¿De que forma podía caberle en la cabeza que ella pudiera terminar
así, después de haber visto todas las acrobacias que había hecho antes?
Realmente fue un duro golpe. Fue encontrarse de cara con algo que le hizo
temblar desde lo más profundo de su corazon, y que inmediatamente derivó
una desesperación absoluta.

— ¡¡HERMANA!! —exclamó súbitamente, y se dispuso a auxiliarla a


toda prisa con el corazón en la boca. Sin embargo, el hermano mayor se le
interpuso, como si de un muro se tratase, y lo hizo revotar contra el,
haciendolo caer sentadito al suelo.
— ¿A dónde vá padre? —le preguntó con un tono un tanto disimulado—
¿No cree que primero debería presentarse?...—. Esto más bien fue un
supuesto sin sentido. A el no le interesaba saber quién era realmente, pero
tampoco podía precipitarse en luchar así de golpe. No fuera a ser cosa que
les volviera a pasar lo mismo que les paso con Rémeny, es decir, quedar al
borde de la derrota por tomarse a la ligera la situación. —. Digo…, es de
mala educación no hacerlo…
El sacerdote simplemente levantó su inocente mirada, e inmediatamente
le respondió.
—Ah... Si, es verdad ¡Tiene razón! —. Tomandose todo el tiempo del
mundo, agachó la cabeza, e hizo una correcta reverencia, como si fuera
toda una doncella, pero en versión masculina. —. Mi nombre es Eliel. Eliel
Péndragon. Soy un sacerdote de rango D menor de la iglesia de San
Alberino de Roma—La levantó, y esbozó una sonrisa por demás tierna y
adorable, poniendole así un broche de oro a una presentación practicamente
perfecta. —. Encantado de conoceles.
Cabe aclarar que el ni se imaginaba con que clase de personas estaba
tratando.

<< ¿Rando D?... ¿De Roma? >>pensó extrañado el hermano mayor, y


se planteó todo más o menos así: ¿Rango D de qué? Y... ¿Roma?¿Por qué
venir desde tan lejos a una ciudad donde, no hay practicamente nada
bueno como para hacer valer ese viaje? ¿Qué clase de asuntos lo habrán
traído hasta este pueblo?
Sin que el mismo se diera cuenta, hizo una leve mueca de incomodidad
con la boca, aunque esta fue practicamente imperceptible para Eliel, que
solo se quedó sonriendole, a la espera de que lo dejase pasar por las buenas.

—Ya entiendo—le respondió finalmente, siempre con el mismo tono


disimulado del principio—. Así que desde Roma ¿Eh? ¿Y puedo preguntar
para que quieres acercartele? —refiriendose a Rémeny. — ¿Acaso vas a
encomendar su alma a tu dios, rezando un “Padre nuestro” previo a su
muerte? —Es decir, una omilía para bendecir su alma, e impedir que caiga
en los avernos. Lo típico en las carceles, previo a la pena de muerte.
Pero inesperadamente para el, Eliel negó efusivamente con la cabezita, al
tiempo que murmuró como un tono un tanto infantil: “Nu Nu Nu”.
Ante esto, el hermano mayor levantó una ceja, nuevamente sorprendido,
tanto por la forma en la que le respondió, como también por la respuesta en
si.
— ¿No?... ¿Y entonces?
—Pués... Pensaba ayudarla a que se recupere, y así vuelva a estar como
antes—le respondió con corto, simple y conziso, como si esto fuese algo
normal, y muy pero muy facil de hacer.
—Q... ¡¿QUÉ?! — ¡Pero si no existe forma de hacer eso! Solo por
simple curiosidad volteó a mirarla, y constató con sus propios ojos que ya
había perdido demasiada sangre. Su cuadro ya no tenía retorno; ni siquiera
con una cirujía inmediata. Entonces... ¡¿De que forma podía ayudarla en
ese estado?! —. En este punto...—le recriminó trás volver la vista a el—...,
es imposible que puedas ayudarla. Ya se ha desangrado bastante. Dudo que
le quede más de un minuto de vida.
—Si. Eso es verdad, ha perdido mucha sangre. Pero yo puedo—le volvió
a responder casualmente Eliel.
—Pués entonces dejame preguntarte: ¿Cómo? ¿Acaso sabes medicina?

Eliel simplemente se prestó para explicarselo. No parecía tener ningún


problema en hacerlo. Era de esa clase de personas sin prejuicios, bien
propensas a responder todo lo que se le pregunte por más que, como en este
caso, no tenía por qué darles ni la hora.
Cerró los ojos, y entrelazó los dedos de sus dos manos, como si estuviera
a punto de recitar oración, adoptando así un semblante rebozante de pureza
e inocencia que, al menos de vista, rozaba lo sagrado. Parecía un auténtico
santo. Fue a partir de este punto que el hermano mayor empezó a sentir una
extraña sensación de paz que lo invadió desde lo más profundo de su ser,
como si una especie de calor tivio hubiera comenzado a aflorarle desde el
momento en que Eliel se posicionó en oración. Fue algo tan pero tan
extraño e indescriptible, que ni siquiera llegó a pensar nada al respecto en
su cabeza. Solo se limitó a sentir dicho calor, y con el, una sensación de
relajacion total.
Este sacerdote era algo especial. Tenía algo que lo hacía muy diferente a
todos los demás sacerdotes que el había conocido hasta ahora; aunque
tampoco sabía decir con seguridad que.
Fue recién ahí que Eliel abrió la boca.

—No—respondió a lo de la medicina—. Porque puedo reavivar su


llama…—agregegó luego.
—S… ¿Su llama? —murmuró el hermano mayor, y casi
instantaneamente volteó a ver a los otros dos con cara de: ¿De que habla?...
Eliel no le prestó atención a esto.
—Si—. Volvió a abrir sus ojos, y desvió la mirada hacia Rémeny, al
tiempo que dio inicio a la explicación. —. Todos contamos con una
pequeña llama, la cual arde desde el mismísimo inicio de nuestras
existencias, y cuando una persona muere, esa llama se extingue; el calor
desaparece, y el cuerpo se enfría—Miró fijamente a Rémeny—. Pero la de
ella aún no lo ha hecho. Sigue ardiendo, aunque muy tenue, pero lo hace—
Volteó a ver nuevamente al hermano mayor con una sonrisita por demás
adorable y tierna. —. Yo tengo el poder de reavivar las llamas que están a
punto de extinguirse, y darles fuerzas para seguir ardiendo como antes, y
eso es porque la mía es..., hmmm, un tanto especial—A partir de aquí, paso
a explicar otro de los aspectos del tema de la llama—. Tanto la
regeneración de los tejidos, así como también la superación de las
diferentes enfermedades que uno contrae a lo largo de su vida, están ligadas
directamente al estado de la llama, y la forma de arder que posee. Por
ejemplo…—Pensó un ejemplo rápido y común. —. Yap. Ya se. —Sacó
una tiza del bolsillo de su hábito, y dibujó un muñequito con forma humana
en la pared, cosa que, si supuestamente estaba apurado, debería haber
omitido, pero bueno, se había emocionado tanto con la explicación, que
había dejado de lado, sin querer, el detalle de que Rémeny ya tenía un pié y
medio del otro lado. —. Hay veces en las que nos lastimamos, y la herida
tarda en sanar. —Le dibujó una herida en el hombro al muñequito. —. El
tiempo que la herida demore en sanar, depende enteramente de como y
cuanto arda la llama que sustenta la existencia de ese individuo. Cuánto
menos arda la llama, más demorará en curarse, claro, en el caso de que esa
herida puede curarse por si sola—. Y a partir de aquí, empezó a hacer
referencia al caso de Rémeny, que claramente era muy distinto. —. En el
caso de la hermanita, esa herida es demasiado grave como para poder
regenerarse sin ayuda, debido a que provocó que el fuego de su vida se
debilitaze a tal punto, que es incapaz de regenerarla. Mientras esa herida no
sane, la llama irá perdiendo lo poco de calor que le queda, y finalmente se
extinguirá—Pero todo estaba bien—. Yo puedo ayudar a que vuelva a arder
con todas sus fuerzas, y de paso prestarle calor para que esa herida sane, y
asi su vida deje de estar en peligro. Si todo sale bien, ella podrá volver a
estar como antes, es decir, caminar, correr, todo lo que hacía antes de ser
herida—. Y para cerrar, finalmente miró a los tres hermanos con una tierna
sonrisa en su rostro para ver si había entendido. Realmente parecía un
santito, tanto su suave tono de voz, como su respetuosa forma de hablar. —
¿Lo pudieron entender?... ¿O fui muy rapido?...
Pués de que lo entendieron, lo entendieron. El problema era que todo lo
que acababa de decirles sonaba demasiado a cuento religioso: los famosos
milagros falsos de los cuales los miembros del Vaticano solían jactarse una
y otra vez, y con los cuales se compraban la credibilidad social. Aunque
cabía destacar que para ser un cuento, estaba demasiado bien armado. Los
Porromini menores se preguntaron con cierta ironía: ¿Cuánto tiempo habrá
estado para inventarse semejante historia?
Pero ojo, al hermano mayor no le cayó tan asi la cosa. Esa extraña
sensación que había sentido hace un rato, el supuesto calor, le hizo dudar
un poco. Ósea, si se lo hubiera dicho cualquier otro cura, hubiera pensado
igual que sus hermanos. Pero este tenía algo que hacía que no se pudiera
dar nada por sentado.

<<¿Realmente será cierto que puede hacer eso?>>se preguntó a si


mismo, y entrecerró los ojos, dudoso<<¿Tendrá algo que ver con esta
extraña sensación que estoy sintiendo en el pecho?>>refiriendose al calor.

Los hermanos menores estuvieron a solo un abrir y cerrar de boca de


mandarlo al diablo a Eliel, más el hermano se anticipó a ellos.

—Está bien—le respondió este a Eliel, sorprendiendolos de lleno, ya que


no esperaban que el fuera a aceptar de buenas a primeras: nunca solía
hacerlo.
Eliel simplemente le agradeció por su cooperación, y rápidamente corrió
hacia Rémeny, se agachó, y lentamente apoyó el oído sobre su pecho. De
esta forma, pudo escuchar los latidos de su corazón, y así constató que, tal
y como pensaba, ella aún seguía viva.

—Que bueno que tu llama todavía no se ha extinguido—murmuró con


una amable, cálida, y sincera sonrisa, que expresó de lleno el alivio por
haber podido intervenir a tiempo, y luego, misteriosamente, empezó a
quitarse el guante de su mano derecha, muy pero muy despacio. ¿Qué iba a
hacer? Nadie lo sabía. Lo extraño era que, a medida que se lo iba quitando,
el esbozó unas cuantas muecas de dolor en su rostro. ¿Le dolía quitarse el
guante? Su expresión lo decia por si misma: Era como la de alguien siendo
infiltrado con una aguja; un dolor muy intenso.
Fue trás terminar de quitarse el guante, que finalmente se pudo ver a
simple vista la razón de este intenso dolor: Tenía atravesada la mano con
una profunda herida en forma de cruz invertida, como si alguna vez le
hubieran clavado un clavo en ella, tal y como a Jesucristo cuando fue
crucificado. Al momento de ver esa herida, los hermanos Porromini se
estremecieron levemente: en ningun momento pensaron que podría llegar a
tener semejante lastimadura.
Fue a partir de ahí que un extraño aroma empezó a rondar por el lugar.
Era un olor suave, y muy agradable. Algo así como el aroma de un enorme
campo de rosas; y transmitía una sensación de paz absoluta bastante
extraña, parecida a la que tuvo el hermano mayor. Parecía ser capaz de
relajar incluso al más histerico y violento, cosa que solo la presencia de un
santo podría lograr.
Como si faltase algo más para afirmar que lo que estaban viendo, era
algo “increible”, la herida de su mano, que no tenía ni siquiera una costra,
ósea, que no había cicatrizado, repentinamente empezó a sangrar, tal y
como lo haría si se la hubiera hecho en ese mismo momento, y en paralelo,
el olor se fue volviendo más y más intenso. Estaba claro: La verdadera
fuente de ese olor, era su sangre, una de un rojo tan pero tan intenso, que
era equiparable a la del color de las rosas rojas en su plenitud.
La sensación de serenidad poco a poco también se adueñó de los
hermanos menores, quienes junto al mayor, se quedaron viendo todo con
total espectativa: Esto ya se había vuelto una experiencia similar a la de ver
sangrar una estatua de la vírgen, ósea, impacta, sorprende, y mucho; pero la
mayoría solo se queda en silencio, observando, y elevando plegarias desde
lo más profundo de su corazón; algunos por respeto, y otros porque no les
da el cuero para decir nada, debido a su shock es demasiado grande.
Digamos que el caso de los Porromini se aproximaba más a lo ultimo.

Muy adolorido, Eliel ungió su dedo indice de la mano izquierda en la


herida, manchando la punta de este con sangre, y luego, con el, dibujó unas
extrañas marcas en forma de cruz invertida sobre la espalda de Rémeny,
hasta finalmente trazar un circulo completo en torno a la puñalada con estas
cruces, como rodeandola. Luego cerró los ojos, y comenzó a recitar una
oración, casi silenciosa, en un idioma practicamente incomprensible.
Todo se volvió silencio, ansias y espectativa. No se escuchaba ni el
maúllido de los gatos, ni el sonido de los automoviles del pueblo. Nada de
nada. El ambiente era muy tenso.

Cuándo finalmente terminó de recitar su oración, Eliel se persignó tres


veces, poniendole fin al rito, y a partir de aquí, algo extraño ocurrió:
Empezó a sentir un intenso dolor en la espalda, el cual forzosamente tuvo
que aguantar, cerrando los ojos con fuerza, y apretando los dientes, y
paralelo a esto, el cuchillo que yacía clavado en la espalda de Rémeny
empezó a salirse de la herida, muy lentamente, como si estuviera siendo
expulsado a presión. Una vez fuera el cuchillo, las marcas de sangre que le
hizo Eliel, poco a poco empezaron a esparcirse por toda la herida, y se
combinaron con su propia sangre. A partir de aquí, la herida se fue
cerrando paulatinamente.

— ¡NO PUEDE SER! ¡REALMENTE LA ESTÁ CURANDO! —


exclamó más que impactado el del perrito al ver esto. —. ¡NO JODAS!
¡ERA CIERTO!
Por su parte, el hermano mayor contempló todo esto con los ojos bien
abiertos.
<<E...Es verdad... ¡Realmente la está curando...!>>Esbozó una sonrisa
de oreja a oreja, como si se hubiera puesto feliz de que todo hubiera sido
real, pero claro, no porque Rémeny se recuperase, sino porque ya estaba
empezando a hacerse ideas raras. Algo planeaba.

Luego de que la herida finalmente terminase de cerrarse por completo,


Eliel, aún adolorido en la espalda, y encima agitado, cayó al suelo bañado
en sudor, y se quedó tendido boca arriba ahí por unos cuantos segundos
para recuperar el aliento. Fue en eso que lo poco que quedó de su sangre
sobre la espalda de Rémeny empezó a evaporarse, como si su cuerpo
hubiera comenzado a arder, y hubiera forzado la evaporación: La llama de
su vida había vuelto a arder con fuerza, tal y como Eliel había anticipado.
Así mismo, la herida de la mano de Eliel también paró de sangrar. Todo
parecía indicar que el podía controlar el sangrado a voluntad, más no así el
dolor.
Tras recuperar el aliento, luego de unos quince segundos más de reposo,
este se volvió a poner el guante, que en su interior tenía una especie de
gaza, la cual cumplía la función de proteger la herida de su mano y
contener el sangrado de esta; y luego dio un profundo suspiro de alivio: por
suerte, todo salió bien. El extraño aroma a rosas fue desapareciendo
paulatinamente.

Ahora solo quedaba despertar a Rémeny, y corrovorar que todo salió


bien: Se volvió a parar, se le acercó, y le dio unas suaves palmaditas en el
cachete derecho. Como vio que con esto ni se mosqueaba, la samarreó un
poco, y así finalmente empezó a querer abrir los ojos.

—Uhmmm...—murmuró entredormida— Q… ¿Qué pasa...?... —. Estaba


soñando que en ese preciso momento estaba en su cama, que era
madrugada, y que una de sus amigas/hermanas de la iglesia la estaba
despertando de imprevisto para que la acompañase al baño, puesto que le
daba miedo ir sola. Rémeny odiaba esto, puesto que siempre que la
despertaban, no podía volver a dormirse en toda la noche, y se tenía que
levantar temprano; pero claro, ahora lentamente empezó a despertarse de
verdad, en principio, moviendo un poquito los parpados. Al notarlo, Eliel
sonrió, dando por sentado que ya estaba perfectamente bien, y la miró a los
ojos, a la espera de que los abriera, y así recibirla nuevamente en la vida
con una tierna sonrisa.
— ¿Se encuentra bien hermana? ¿Todavía le duele?
Esa voz... ¿Donde la escuché antes...? Y claro..., se le hizo familiar casi
de inmediato, aunque no pudo identificarla correctamente de buenas a
primeras, pero había algo que si tenía bien clarito: esa vocecita le daba
mala grima. Una muy mala grima.

Fue recién ahí que empezó a recordar todo, poco a poco:

Primero estaba en la estación, dispuesta a regresar a acasa, y de


repente—pausa—..., escuché un alarido extraño, que resultó ser un cura
sentado en el andén. Estaba hablando solo, y haciendo movimientos
extraños—En realidad estaba temblando como un loco del manicomio—,
como si estuviera borracho... Entonces yo...—pausa— ¿Qué hize? —pausa
—... Ah si, iba a largarme de allí lo más rapido posible para intentar
evitarlo, pero el se me adelantó y se me acercó. Cuándo lo tuve frente a
frente, no me pareció tan amenazante como parecía a la distancia, y por la
forma en la que me habló, parecía ser muy amable y forma, pero me dijo
unas cosas raras que no pude entender bien, y después..— No se acordaba
de lo más imporatnte...—. Q... ¿Qué pasó despues de eso?...
Después............. — ¡DESPUES ESTALLÓ LA BOMBA! — ¡¡ES
VERDAD, EL EMPEZÓ A VERME LAS TE...—se censuró a si misma—...
¡¡EL PECHO!!
Trás recordar este hecho central, el resto fue cocer y cantar para su
cerebro: Recordó la persecución, su enorme tenacidad a la hora de
perseguirla, y la horrible sensación de cuando le agarró la pata. Durante
esos momentos no se lo podía quitar de encima. Siempre la seguía y la
alcanzaba. Sin embargo, estaba segura se haberlo dejado muy atrás tras
patearlo en la avenida. ¿Por qué ahora lo tenía casi sobre ella?... ¿Como
diablos hizo para atraparla?... Y más importante... ¿Por qué ella no se dió
cuenta de nada?
Encima, para empeorar las cosas, ella procesó todo de la siguiente
manera: la tenía en brazos, muy cerca; y la estaba mirando a la cara. En
otras palabras... ¡¡ESTABA A PUNTO DE CONCRETAR LA
VIOLACIÓN, Y SI LA DESPERTÓ, FUE PARA PODER PRESENCIAR
SUS QUEJIDOS CUANDO LO HICIERA!! ¡¡NO PODÍA SER TAN
HIJO DE PUTA!! ¡¡LLEGAR TAN LEJOS SOLO POR UN DESEO
SEXUAL DESENFRANADO, ANORMAL, Y DELIRANTE!! ¡¡Y
ENCIMA CON UNA HERMANITA INDEFENSA COMO ELLA!!
Si claro.... Muy indefensa...

—D... De...—murmuró ella, sin poder hablar del todo bien todavía.
— ¿“De”?...—. Eliel parpadeó tres veces, sin imaginar siquiera lo que se
le iba a venir. —. ¿Qué es “De”?
Subitamente, ella abrió los ojos de golpe, y plasmó su más efimero
pensamiento en un grito 100% ensordecedor, que bien sería capaz de hacer
mear hasta a un luchador de boxeo profesional.
— ¡¡DEGENERADO DE MIERDA!! —exclamó a los cuatro vientos, y
casi sin darle tiempo a parpadear siquiera, le encajó un terrible y demoledor
puñetazo en medio de la cara para que le quitase sus sucias manos de
encima. El mismo lo lanzó hacia trás, y lo hizo estrellarse contra la enorme
pared de ladrillos de la que se constituía el callejón; al tiempo que un gato
callejero que estaba oculto cerca de allí, maulló aterrado, y se escabulló
rapidamente hacia la salida. Poco se podía opinar al respecto..., pero si era
por decir algo: ¡Que piñaaa!
Los hermanos Porromini abrieron bien grandes los ojos tras contemplar
la abrupta e inesperada acción de la monja, y se les puso la piel de gallina.
Habían quedado más fritos que un huevo a la plancha. Nunca se
imaginaron que le iba a pegar a secas apenas despertase, por el hecho de
que, dormida, parecía solo una bebé indefensa. Sin embargo, esto le dejó
claro en un 100% al hermano mayor que la habilidad de Eliel era
verdadera: <<Es perfecto...>>, pensó.
Completamente furiosa, Rémeny se puso de pie, caminó los seis metros
que la separaban de Eliel, que estaba tirado en el suelo, tomandose el
rostro, inmerso en el intenso dolor del puñetazo; y empezó a contemplar
como se arrastraba, buscando la forma de ponerse de pie.
Al verla delante suyo, el levantó la mirada, e intentó explicarle bien la
situación para que entendiera, más no llegó a hacerlo. El hecho de ver que,
a pesar de haberle propinado semejante puñetazo, el continuase
molestandola, porque si; para ella, cada vez que el la miraba, lo hacía con
ojos de violador sediento de sexo desenfrenado, y esto la incomodaba
muchísimo; le dió una brutal patada a traición en la entrepierna, es decir,
donde más le duele a un hombre, y con eso practicamente lo fulminó; en
todo sentido. El ni siquiera llegó a murmurar ni un simple quejido.
Directamente quedó 100% K.O. Encima lo agarró exhalando, por lo que
esta patadita, además de dejarlo semi muerto, también lo dejó sin aliento.
Al presenciar esta escena, los Porromini sintieron en carne propia el intenso
dolor que Eliel estaba sintiendo por entonces. Digamos que todo hombre
sentiría lo mismo si ven que golpean a un par en esa zona: ¡Pobre padre!
¡Eso si que duele!

— ¡AHÍ TIENE! —le recriminó Rémeny trás patearlo, viendolo


retorcerse en el suelo, tomandose la entrepierna, desesperado; una imagen
por demás humillante. — ¡CON ESO SE LE VAN A IR LAS GANAS DE
VIOLAR JOVENCITAS! ¡MALDITO PERVERTIDO!
Eliel intentó responderle, más que nada para intentar aclarar las cosas,
aunque a decir verdad, no entendía bien a que venía eso del “Degenerado”,
y por más que era injusto que ella lo golpeara de esta manera tan cruel sin
saber el la razón, era muy ingenuo, y de naturaleza extremadamente
pacifica como para devolversela. Además, tampoco sabía defensa personal.
En otras palabras, era una especie de sacerdote mariquita; cero habilidad,
cero reflejos, y cero destrezas. Su unica virtud fisica era su bonito rostro,
por mencionar algo.
Lo que si alcanzó a murmurar, fue un tenue “No...”, que en realidad iba a
ser un tierno y lastimoso “No me pegues por favor...”. Pero claro, dentro
del cerebro de Rémeny, todo lo que dijera Eliel, claramente se iba a volver
en su propia contra. Tal fue así, que ella interpretó ese “No...”, como un
“No podrás escapar... ¡TE VIOLARÉ HASTA QUE REVIENTES!”.
Estaba claro que sus prejuicios ya rozaban la demencia, pero ella era asi
con todo aquel a quién le guardase bronca. No daba lugar siquiera a una
disculpa, o a un pedido de piedad.

—Se lo advierto... Si sigue jodiendome... ¡PIENSO PATEARLE LA


ENTREPIERNA DIEZ VECES MÁS, NO, CIEN, Y LUEGO LLAMAR A
LA POLICÍA! ¡¿VERDAD QUE NO QUIERE QUE LO HAGA?! —. La
piel de Eliel directamente se erizó del miedo al escuchar lo de las cien
pataditas, y más aún cuándo vio que ella ya estaba preparando la patita para
hacerlo. Pensaba darle con la punta de su zapato de cuero.
Como que lo de la policía iba a ser lo menos doloroso, al menos para el.
—N... ¡No por favor! —llegó a responderle a duras penas, desesperado,
al tiempo que volvió a levantar la mirada, intentando buscar su ojos. Fue en
eso que ella le dió la primer, o que va, segunda patada en los testículos, y
esta forzosamente lo paralizó. De esta forma, la mirada que iba a ir directo
a sus ojos, quedó clavada en su cintura, y bueno, por si alguno pensaba que
la cosa no podía ser peor, el hecho de que el le mirase la cintura, la llevó a
pensar inmediatamente que ¡¡EL AHORA LE ESTABA MIRANDO LA
ENTERPIERNA, PREPARADO PARA ACTUAR DE INMEDIATO!!
—Ma...—Su indignación fue aumentando más, más, más, más y más,
hasta que ya no aguantó. — ¡¡MALDITO HIJO DE PUTAAAAAA!! —
Como un acto reflejo, empezó a patearlo con toda su furia. El estomago, el
pecho, la cara, las patas, el trasero. Ninguna de estas partes se salvó de la
ira de Rémeny. Al no poder defenderse, lo unico que pudo hacer Eliel, fue
gritar, victima de esta brutal, e injusta, tortura
Los hermanos Porromini, o más bien, los dos menores, contemplaron
horrorizados esta violenta escena, y si bien tenían un corazón de piedra, no
pudieron evitar sentir algo de lastima por el pobre Eliel. Pero por otro lado,
estaban bien cagaditos de miedo. Si llegaran a abrir la boca para pedirle
que parase, ella los iba a meter en el mismo bote, y los iba a patear como a
un costal de arena como a el. No querían saber nada con terminar así.

—P...Pobresito... Lo va a matar...—comentó el que tenía al perrito en sus


manos. — ¡Esa monja es una anormal!
El hermano mayor lo miró de reojo con cierta ironía: Esto te da lastima,
pero incinerar a un pequeño y adorable perrito de la calle no. A mi me
parece que el anormal aquí es otro....
—V...Venga, ayudalo—le dijo el hermano menor al del perrito.
— ¡No jodas! ¡No quiero morir!
— ¡Se mas valiente!
— ¿Y por qué no vas tu?
—Eh...—su cuerpo se estremeció levemente al escuchar su pregunta. El
tampoco quería saber nada con meterse con Rémeny. Ya había tenido
suficiente con lo que ella le había hecho a su mano al principio. —...no...
Es decir, yo...
— ¡¿Lo ves?! ¡Eres un cobarde!
— ¡No! —le apuntó con el dedo—. ¡Lo que pasa es que aún soy muy
pequeño!
—Tienes 34...
— ¡Pero es tu deber como mi hermano mayor! ¡¿Acaso no lo dijo
nuestro hermano mayor?! ¡Qué era la obligación de un hermano mayor
proteger al menor!
— ¡No jodas! ¡Eso fue para engañar a la hermana!
— ¡¿Acaso le tienes miedo a ella?!
— ¡¿Y qué me dices tu?! ¡Estás que te meas los pantalones!
— ¡Callate! ¡El que se mea eres tu!
Cansado de tanto bla bla bla sin sentido por parte de sus hermanitos
menores, el hermano mayor se adelanto unos cuantos pasos, y se paró
detrás de Rémeny, quién simplemente seguía golpeando al pobre, y ya
demacrado Eliel, al tiempo que repetía una y otra vez “¡DEGENERADO
DE MIERDA, MUERASE DE UNA VEZ! ¡NO MERECE VIVIR!”.

—Disculpa...—le dijo con un tono casual y sereno, como si nada


estuviera pasando— ¿Pero podrías dejar de lastimarlo? Si sigues así,
realmente se va a morir...
En el preciso instante en el que escuchó su voz dirigiendose a ella,
Rémeny se detuvo en seco, y en menos de un segundo, revivió todo lo que
había ocurrido: desde que tomaron como rehén al perrito y la apuñalaron,
hasta que perdió el conocimiento en el suelo, y ellos hablaban de violarla.
De tan solo recordar la puñalada, un intenso escalofrío le recorrió la
espalda. Una sensación tan pero tan desagradable, que la llevó a tocarsela
casi por un acto reflejo. Ahí abrió bien grande los ojos.
¡Es verdad! ¡ESE TIPO ES EL QUE ME ENGAÑO! ¡ESOS
MISERABLES ESTABAN MALTRATANDO A ESE CACHORRO!
Subitamente, volteó a mirarlo de forma intimidante, completamente
embrabecida por haber sido engañada; y daba la impresión de que lo iba a
atacar de buenas a primeras. Como que no había necesidad de agregar nada
más. Sin embargo, el ataque tuvo que esperar, puesto al ultimo se dió
cuenta de un detalle obvio y vital. Tan así, que incluso la hizo bajar los
brazos: En aquel momento que ella ya había descrito, realmente había sido
apuñalada, y había quedado agonizante. Eso lo recordaba bien. Pero
entonces... ¿Por qué ahora estaba de pie y consciente?, y más importante...
¿Por qué estaba con vida? Digamos que mientras se quedó pensando en
esto ultimo, bajó la guardia, se quedó quieta, y no hizo por atacar a nadie.
De esta forma, el hermano mayor pudo acercarse como si nada a Eliel, a
quién le hizo una tierna caricia en la cabezita, como si fuera una muñequita
preciada que había que cuidar, y luego ayudó a ponerse de pie.

— ¿Estás bien, mi querido Apple?...


Poco a poco, el fue reaccionando. Tenía toda la cara hinchada, y llena de
moretones.
—A... ¿Apple?...—murmuró debilmente Eliel.
—Si Apple.
Su expresión lo dijo todo: Lo miró con cara de “ ¿No se habrá
equivocado de persona?” Pero no, esto no parecía ser ninguna
equivocación.
—N...No entiendo... ¿Me lo está diciendo a mi...?
—Por supuesto.
—P... Pero yo no soy Apple, yo soy Eliel... Eliel Péndragon, un
sacerdote de rango D menor de la iglesia de San Alberino—. Se podría
haber ahorrado los detalles, pero no era propio de el hacerlo. Era de esas
personas que necesitaban identificarse así para poder sentir que lo hicieron
bien.
De todas formas, esto no cambió en nada la situación. El hermano mayor
siguió insistiendo.
— ¿Es que no te lo dije aún?
— ¿Eh?... N...No —. Ósea: ¿Tenía algo que decirle?
—Pues que a partir de hoy te llamarás así. Será tu nuevo nombre.
— ¿Eh? —. ¿Como que nuevo nombre? ¿A que se refiere con eso..?
Al notarlo dudoso, el hermano mayor se lo dejó bien en claro.
—SERÁS NUESTRO HERMANO..., y formarás parte de nuestra
familia: “Los hermanos Porromini”, la banda más poderosa de Réole ¡¿Qué
te parece?!
<< ¡¡¿ EHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH?!! >>pensó con total
sinceridad Eliel tras escuchar su... ¿Delirio?....
—S... ¡¿SU HERMANO?!
—Si. —. Y para rematar la escena, estrechó su mano. —. Será un
gustazo trabajar contigo, hermanito. Espero que nos llevemos bien.

Pretendiendo adueñarse de ese don casi divino, el hermano mayor movió


su ficha. Pero ignoraba que estaba metiendo sus manos donde no debía, y
que en consecuencia, el infierno estaba a punto de desatarse frente a sus
ojos...

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