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El problema ético

En el primer caso, como toda actividad humana , puede uno preguntarse si su


práctica se debe ajustar a las normativas de la ética, y en el segundo si sus
conocimientos aportan algo a dichas normativas. Por otro lado, toda religión
comporta determinadas normativas referidas a los comportamientos y tiene, por
tanto, una dimensión ética. De esta forma, el problema ético es inevitable al tratar de
las relaciones entre ciencia y religión. Ambas inciden en el campo de la ética, y esto
puede producir roces y conflictos entre ellas.

En general, se puede definir como ética la consideración de las normativas o


criterios por los que se pueden juzgar las acciones humanas como buenas o malas.
La ética puede considerarse como práctica o como reflexión sobre la práctica. La
palabra ética viene del término griego ethos, que significa originalmente «carácter» y
«costumbre». Aunque a veces se distingue entre ética y moral, generalmente se
pueden considerar como equivalentes.

Lo ético se puede entender, por tanto, como una dimensión de la existencia


humana. Tiene conciencia del bien y del mal y de su libertad frente a ellos, de donde
nace la responsabilidad de sus actos, fundamento de toda ética. Sin libertad, por
tanto, no se puede hablar de ética ni de ordenamiento jurídico que regule los
comportamientos e imponga obligaciones. La ética presupone la libertad.

Aunque hay diversos, y a veces muy numerosos, modos de determinar lo que se


considera éticamente permisible o no, se puede descubrir un cierto consenso, y no
se pone en duda la necesidad misma de la existencia de la ética.

Fundamentos de la ética

Como hemos visto, ética y moral tratan sobre las guías y normas del
comportamiento, es decir, sobre cómo sabe el hombre lo que es bueno o correcto y
lo que es malo o incorrecto en sus acciones. Dependiendo del fundamento sobre el
que nos basemos en estas cuestiones, tendremos un tipo u otro de ética. La ética
cristiana asume este principio y añade la consideración de la naturaleza humana
como creada por Dios y la referencia constante a la forma en que esta naturaleza se
realiza en la persona de Jesucristo. Dentro de esta categoría se pueden incluir
también las éticas que siguen el pensamiento de Immanue l Kant, para quien el
fundamento de la ética se encuentra en el carácter de «imperativo moral categórico»
de los principios morales universalmente válidos.

De esta forma, las cualidades morales se convierten en «datos éticos» no reducibles


a otros elementos. Dentro del segundo grupo, que hemos llamado «de éticas
teleológicas», se encuentra el utilitarismo pragmático, iniciado por Jeremy Bentham
y John Stuart Mili, para el cual el juicio ético depende de las consecuencias
prácticas de los comportamientos, no de éstos en sí mismos. Según ellas, los
principios éticos nacen de la voluntad general de la comunidad de asegurar su
propia subsistencia, por lo que necesita establecer normas necesarias para
organizarse socialmente. Esta breve descripción de algunas de las principales
corrientes sobre la fundamentación de la ética nos ayuda a comprender las
dificultades que surgen en las discusiones sobre los problemas éticos y en los
intentos de establecer unos principios éticos que sean aceptados por todos.

Dependiendo de en qué corriente ética se sitúe cada cual, dará mayor importancia a
unos elementos o a otros a la hor a de enjuiciar moralmente una situación. También
hay que tener en cuenta el peso cultural que influye en los juicios éticos. Ante esta
problemática, no queda más remedio que aceptar un cierto pluralismo ético, lo que
implica una dificultad innata en el debate ético. Como una solución a este problema,
algunos proponen lo que denominan el «mínimo ético», que incluiría únicamente
aquellos preceptos que pueden considerarse aceptables por una gran mayoría.

En la práctica, llegar a establecer los contenidos de este mínimo ético resulta


también problemático. Estas consideraciones, que hemos expuesto aquí de una
manera muy breve, influyen en el modo en que van a tratarse los problemas éticos
que se susciten en la práctica de la ciencia. Es muy común hablar de los problemas
éticos de la ciencia sin especificar desde qué tipo de ética se están enjuiciando, lo
cual puede ocasionar una cierta confusión. Se da por supuesto, al hablar de la ética
de la ciencia, que todos entendemos de la misma manera los fundamentos en que
se basan los juicios éticos, lo cual es, cuando menos, problemático.

Aquí adoptamos una postura deontológica, desde la que trataremos sólo los
aspectos más generales de los problemas éticos que surgen en la práctica de la
ciencia, sin entrar en problemas concretos.

Relación entre ciencia y ética

La complejidad de la práctica científica, abierta hoy a comportamientos perjudiciales


para el hombre , el ambiente y la ciencia misma, y la incidencia de los resultados
científicos sobre la vida del hombre , desde las armas nucleares hasta la ingeniería
genética, así como el mismo impacto de la ciencia en las estructuras mentales del
hombre y en las formas de organización social, suscitan una preocupación cada vez
mayor entre científicos y no científicos acerca del problema ético de la ciencia. Más
aún, su misma práctica exige que ella misma sea percibida como un bien, lo cual ya
es en sí mismo una valoración ética. Esta consideración constituye el presupuesto
ético de la ciencia, del que ya hablamos. La existencia misma de la ciencia exige
como presupuesto el juicio ético de que el conocimiento científico es en sí mismo un
bien.
El tema de la relación entre ciencia y ética es extensísimo, por lo que aquí solo
podemos introducirnos en él presentando algunas de sus líneas básicas. Una
consideración previa consiste en distinguir entre, por un lado, la valoración ética de
la práctica y los resultados de la ciencia y, por otro, la responsabilidad del científico
respecto de su trabajo. Ambas cosas, naturalmente, están íntimamente
relacionadas, ya que el científico es responsable de su trabajo, precisamente debido
a la valoración ética a la que éste se halla sujeto. Se trata, en primer lugar, de una
responsabilidad ética sobre la forma en que el científico realiza su trabajo y, en
segundo lugar, de las consecuencias que de él se siguen.

Un tópico adicional muy importante es examinar cómo influye la ciencia misma en


las valoraciones éticas generales y si puede ser considerada de alguna manera
como fundamento de la ética.

Podemos empezar por plantearnos el comportamiento ético dentro de la práctica


misma de la ciencia y si puede ella misma suministrarse los principios de su
comportamiento ético, o bien si es necesario que acepte valoraciones basadas en
otros ámbitos del conocer humano . Estas consideraciones podemos denominarlas,
como ya se ha indicado, la «ética interna de la ciencia».

La presión actual por publicar resultados, de la que depende la promoción en la


carrera científica, está creando actualmente prácticas de dudoso carácter ético. El
comportamiento de los responsables de proyectos de investigación en relación con
sus subordinados es también una fuente importante de problemas éticos. Algunos
autores sostienen que la ciencia misma proporciona sus propios principios éticos.
Jacques Monod , por ejemplo, reconoce la necesidad de un fundamento ético
subyacente a la práctica misma de la actividad científica, pero afirma que dicho
fundamento parte de la propia ciencia y, según él, consiste en el «postulado de la
objetividad».

Para Mono, «es evidente que plantear el postulado de la objetividad como condición
del conocimiento verdadero constituye una elección ética y no un juicio de
conocimiento, ya que, según el mismo postulado, no podría haber conocimiento
verdadero con anterioridad a esta elección arbitraria». La objetividad misma de la
ciencia, de acuerdo con Monod, se establece por medio de un juicio ético que, a la
vez, establece el mismo conocimiento objetivo como único valor normativo. Por
tanto, la ciencia tiene en sí misma el fundamento de su propia ética. La ciencia
suministrará sus propios principios éticos, con lo que tendríamos una «ética interna»
propia de la ciencia.

Más adelante veremos cómo para él el conocimiento objetivo obtenido a través de la


ciencia es el único fundamento de toda ética, tanto para la práctica de la ciencia y
las consecuencias de sus resultados como para todo comportamiento humano .
Asignar, sin más, el calificativo «objetivo» al conocimiento científico y fundamentar
sobre él una ética interna de la ciencia significa ignorar la dificultad de establecer
dicha objetividad. Sin esta objetividad, el argumento de Monod, para basar sobre el
conocimiento científico el fundamento de la ética de la ciencia queda seriamente
cuestionado. Para Jacob Bronowski existe también una ética interna de la ciencia
que nace de su propia actividad.

La inclusión de la palabra «debemos» nos está indicando que se trata de una


normativa, es decir, que se sitúa en el campo de la ética, y una ética interna de la
ciencia misma. Estas ideas ponen de relieve la necesidad de una ética para la
posibilidad misma de la ciencia, pero no demuestran que sea la ciencia la que se
proporcione a sí misma esos principios. Libertad y honradez en la práctica de la
ciencia son principios totalmente necesarios, pero se deducen de los principios
éticos que rigen toda actividad humana , no de la ciencia misma. Nos encontramos
de nuevo con los presupuestos éticos de la práctica científica, pero no podemos
decir que los principios presentes en ellos se los proporcione la ciencia a sí misma.

Otro punto de vista del problema de la ética de la ciencia es el derivado de los


estudios sociológicos de Robert K. Estas normativas forman en su conjunto u n
«ethos», término que Merton usa con preferencia al de «ética». Este «ethos» forma
una ética interna de la ciencia y está basado en la aceptación de una serie de
valores, a los que siguen unos imperativos institucionales. Es fácil ver la debilidad
de esta postura, y la práctica nos recuerda que la actividad científica está sometida
a los planteamientos éticos presentes en toda actividad humana y tiene necesidad
de ellos. Entre los científicos, han sido los físicos quienes más a menudo han
negado que la conducta no ética sea en este campo de la ciencia un verdadero
problema.

El comportamiento ético no pertenece sólo a las ciencias aplicadas o a la


tecnología, sino a toda actividad científica, incluso a aquellas, como la física, que se
consideran más alejadas de los planteamientos éticos. En efecto, hoy se admite que
existen muchos problemas en la práctica de la ciencia que deben reconocerse como
comportamientos no éticos. Estos casos, aunque extremos y raros, demuestran que
el comportamiento ético es necesario en la práctica de la ciencia, y que la ciencia
por sí sola no proporciona sus propios principios. Otros comportamientos no éticos
en la práctica de la ciencia y que no repercuten en sus contenidos, pero que sí
afectan a las personas, son muchas veces pasados por alto.

Hemos visto que la ética interna de la ciencia, es decir, la ética que regula la
práctica misma de la ciencia y sin la que ésta no puede existir, no puede deducirse
de la misma ciencia, sino que es consecuencia de los principios éticos generales.
Como hemos repetido ya varias veces, sin presupuestos éticos la misma ciencia no
es posible. Pasemos ahora al problema de lo que podemos llamar la «ética
externa», es decir, la ética que tiene que ver con los resultados de la ciencia. Se
trata ahora, por lo tanto, de la ética que afecta al uso de los resultados de la ciencia.
Se puede hablar en este contexto de una ética personal de cada científico, y
también de una responsabilidad colectiva de la comunidad científica. Suele aducirse
aquí la separación entre ciencia pura y ciencia aplicada, dejando los problemas
éticos únicamente para la segunda. Más aún, habitualmente se ha admitido que la
ética es un problema para los ingenieros, no para los científicos, o bien para algunas
ramas de la ciencia, como la biología, para la que se ha desarrollado la bioética
como una rama especializada de la ética.
Un aspecto importante de la ética de la ciencia es el que se deduce de la influencia
actual de la ciencia en la vida humana. Hoy a nadie le cabe duda de que el influjo de
la ciencia en la configuración de la vida es cada vez más patente. La vida del
hombre moderno, desde que se levanta hasta que se acuesta, está condicionada
por la ciencia y la tecnología, cuyas consecuencias son cada vez más profundas.
Este influjo de la ciencia no se queda en lo meramente externo, sino que configura
también,en el nivel del conocimiento, la imagen que el hombre de hoy tiene del
universo, de sí mismo y de la sociedad en la que vive.

La ciencia ha creado una verdadera visión de las cosas, o filosofía de la vida, que,
reforzada por los logros de la tecnología, lleva consigo implícitos los calificativos de
«objetiva» y «verdadera». Lo que a nivel filosófico consagró el positivismo a
comienzos del siglo XX, erigiendo a la ciencia como el único conocimiento válido, se
da hoy además a nivel popular, con la aceptación de todos los puntos de vista que
son presentados como científicos. El progreso tecnológico ha conferido a la ciencia,
en efecto, un enorme prestigio social que hace que sus puntos de vista, con
respecto a toda clase de problemáticas, sean aceptados incondicionalmente. Otro
influjo de la ciencia en la sociedad es el que se deduce del hecho de que la ciencia y
la técnica son fuentes de poder.

La relación ciencia-poder, que de algún modo ha existido siempre, se ha ido


agudizando más y más en los últimos años. El fenómeno de la industrialización de la
ciencia y la dependencia del poder político y económico para su financiación la han
aliado en la práctica, cada vez más, con las fuentes de poder. Estas relaciones entre
ciencia y poder abren un ámbito importante de consideraciones éticas que tienen
consecuencias en muchos aspectos de la vida humana y de la relación entre los
pueblos. En la práctica, los pueblos que poseen las llaves de la ciencia y la
tecnología son los pueblos más influyentes, tanto política como económicamente, y
corren el peligro de volver se dominadores y agresivos.

A esta situación responde, como reacción, una conciencia de que la ciencia ha


dejado de ser un vehículo de liberación para el hombre y se ha convertido en un
factor más dentro de los mecanismos del control del poder, y que la práctica de la
ciencia es, cada vez con más frecuencia, manipulada por intereses extracientíficos.
Al mismo tiempo, muchas veces, se pretende que esos intereses sean justificados
por la ciencia misma. De esta forma, alguien ha dicho con cierto humor que, más
allá de la autoridad de la ciencia, ya no hay santo al que encomendarse. El hecho
incontestable de que la ciencia y la tecnología son fuentes de poder crea un serio
problema ético al que los científicos no pueden ser ajenos.

Al mismo tiempo, la ciencia y la técnica son también factores de globalización que


no siempre respetan las culturas de las minorías, tendiendo muchas veces a
generar más riqueza en los países desarrollados en detrimento de los países más
pobres, y aumentando de esta forma los desequilibrios ya existentes. A menudo, la
ciencia acaba vinculandose con el poder político y económico y colaborando en los
procesos que convierten a unos pueblos en dominadoras de otros.

Fundamentos científicos de la ética

Al hablar de la ética interna de la ciencia se discutieron algunos criterios que,


partiendo de la ciencia, podían servir de normativa a su misma práctica. Ahora
daremos un paso más para ver si, a partir de la ciencia, es posible encontrar un
fundamento para la ética de toda la actividad humana . Lo que nos preguntamos es
si, dado el influjo de la ciencia en la vida del hombre y los problemas que se derivan
de ello, es posible que la ciencia misma aporte los principios sobre los que podamos
fundamentar la ética que rige todos los comportamientos del hombre .

Wilson y Michael Ruse resumen su postura de la siguiente forma

« Por lo tanto, la base de la ética no está en la voluntad de Dios ni en las raíces


metafóricas de la evolución ni en ninguna otra parte de la estructura del universo. »
Dado que esta corriente reduce el comportamiento humano a los mecanismos de la
evolución biológica, negando con ello toda libertad en las acciones humanas,
llamarlo «ética» es, cuando menos, engañoso. En realidad, la ética evolucionista
constituye la negación de lo que entendemos por «ética», ya que considera los
comportamientos humanos como completamente determinados por los mecanismos
de la evolución biológica. Tal como lo expone Jean Ladrière, si se escoge como
norma única de acción el asegurar de modo óptimo el funcionamiento de las leyes
evolutivas, no se haría justicia a las exigencias profundas de la voluntad libre, y
constituirá una profunda alienación de la misma esencia ética.

Como decíamos más arriba, la base de toda ética está en la libertad del hombre. En
él, el fundamento de la ética estaría en la naturaleza conocida por la ciencia,
renunciando así a lo que él mismo denomina «espiritualismos» y «animismos». Al
proponer ese fundamento, estamos también negando en realidad la posibilidad
misma de la ética. De alguna manera , se puede relacionar con la ética
evolucionista, ya que identifica la línea del progreso científico-técnico con la de la
evolución en el nivel humano.
Este tipo de ética se puede encontrar en lo que se ha llamado la «ideología del
experto», cuyos valores de eficiencia y competencia encarnan el científico y el
técnico. En conclusión, a pesar de la indudable influencia de la ciencia y la
tecnología en los planteamientos éticos, de la que se hablará a continuación, no se
puede poner en ellas su fundamento sin poner en peligro su propia esencia. La
ciencia se sitúa en el nivel de los hechos y trata de explicar su comportamiento,
mientras que la ética trata fundamentalmente de deberes y valores. La ética, por su
parte, tiene que ver con otros aspectos de la realidad que, de hecho, son más
importantes en la vida humana , como son las relaciones personales, la búsqueda
de la felicidad, la creatividad, la libertad y el sentido de la trascendencia, que no
pueden ser adecuadamente tratados sólo desde la ciencia.

Ciencia, gobierno e industria

Aunque ya se ha mencionado la influencia que sobre la práctica de la ciencia tienen


determinados elementos ajenos a ella, vamos a volver de nuevo sobre este
problema y a relacionarlo con las consecuencias éticas que puede tener. En su
análisis sobre la ciencia, que ya hemos citado anteriormente, Ziman trata acerca de
lo que él denomina la llegada de la «ciencia post-académica». Por «ciencia
académica», entiende él la practicada de los siglos XVII al XX, vinculada a
instituciones preferentemente académicas, como las universidades. La «ciencia
post-académica» se refiere a la que está empezando a desarrollarse en nuestros
tiempos, con un influjo cada vez mayor y más directo de los gobiernos y de la
industria.

No debemos olvidar, sin embargo, que el patronazgo de la ciencia por parte de los
gobernantes no es algo nuevo. Estos grupos de investigación suelen incorporar
personal científico de distintas disciplinas, y están muchas veces orientados a
resolver problemas concretos. Esto se refleja en la industrialización de la ciencia,
que conlleva, según Ziman, la creación de una nueva ciencia, la «ciencia industrial»,
con características distintas de las de la ciencia académica. Este nuevo tipo de
ciencia se caracteriza, entre otras cosas, por una burocratización cada vez mayor de
la práctica de la ciencia.

Lo cual conlleva que la práctica de la ciencia se vea cada vez más inmersa en
regulaciones y normativas, lo que puede aplicarse a la ciencia subvencionada tanto
por los gobiernos como por las industrias. De alguna manera, se puede decir que se
politiza y se industrializa la ciencia, y se incorpora a los científicos en las tareas que
se derivan de ella. De esta manera se introduce en los proyectos de investigación
subvencionados un dirigismo cada vez mayor, que impulsa el desarrollo de la
ciencia en determinados sentidos. No puede escapársele a nadie que esta nueva
situación de la práctica de la ciencia plantea nuevos problemas éticos, tanto en
relación con la práctica misma de la ciencia como respecto de los fines hacia los
cuales se encamina la investigación, en referencia con el bien de la sociedad, o
«ética externa».

Vemos cómo aquí la responsabilidad del científico es sometida a prueba de muy


diversas y nuevas maneras. El científico responsable de u n proyecto se convierte
en un director que decide sobre la contratación de sus colaboradores, su
remuneración y la continuidad de los contratos. Algunos de los ejemplos que
veíamos al hablar de la ética interna adquieren ahora unas nuevas dimensiones, al
depender de las decisiones del investigador responsable grandes cantidades de
fondos y de personal. En estas nuevas situaciones es necesaria una nueva
sensibilidad ética que el científico no puede eludir.

Interacción entre ciencia y ética

Si la ética, como hemos visto, no puede fundamentarse en valoraciones deducidas


directamente del conocimiento científico o en criterios elaborados únicamente por la
ciencia, ni siquiera para su propia práctica, sólo queda concluir que ella misma debe
estar sujeta a la ética de todo comportamiento humano . Sin embargo, con esto no
negamos que exista una verdadera e importante influencia de la ciencia en la ética.
De esta manera, pueden perfeccionar y modificar las valoraciones éticas y contribuir
a crear nuevas sensibilidades que afectan a los juicios éticos. En numerosos
problemas del campo de la bioética, tales como la experimentación humana , el
aborto y la eutanasia, n o cabe duda de que los progresos acaecidos en el
conocimiento aportado por la ciencia introducen elementos importantes a la hora de
emitir juicios éticos.

De esta forma se amplía, por tanto, el campo de la ética. Esta extensión del campo
de la aplicación de decisiones éticas supone, sin lugar a dudas, un enriquecimiento
de la ética, al obligarla a considerar y analizar situaciones humanas nuevas. La
influencia de la ciencia en la ética no se queda en lo periférico, sino que llega
incluso a su mismo centro con la consideración de nuevos valores que han de
tenerse en cuenta. A la ética del pasado, que se basaba fundamentalmente en una
aceptación pasiva de la naturaleza, la ciencia moderna le descubre un nuevo campo
de consideraciones basado en el dominio que ella ejerce sobre la naturaleza.

Esta nueva situación exige una nueva reflexión ética, ya que el dominio de la
naturaleza, por sí mismo, no es un valor último, sino que debe ser valorado en la
medida en que se dirige a mejorar la vida humana . Este problema lo veremos con
más detalle en el próximo capítulo, al hablar sobre los problemas éticos del medio
ambiente. No toda influencia de la ciencia en el campo de la ética es, de hecho,
positiva. No es infrecuente que bajo la etiqueta de «científico» se propongan críticas
y juicios de valor a la ética tradicional que no responden a una seria reflexión y que
pueden conducir a un relativismo ético total.
A veces, también, el prestigio social de la ciencia provoca actitudes prepotentes en
los científicos, que se sitúan por encima del bien y del mal y se consideran libres del
sometimiento a toda ética. Otro aspecto negativo, aunque no se pueda
responsabilizar de él a la ciencia, pero que sí está de algún modo vinculado con ella,
es la falta de capacidad del hombre para mantener una reflexión ética que salga al
paso de los problemas que la ciencia y la tecnología van planteando. Esto da lugar a
que se dé un cierto desfase de la reflexión ética con respecto al desarrollo científico-
tecnológico. Este desfase está presente en muchas situaciones actuales, en las que
los nuevos problemas éticos son afrontados con inadecuados elementos de análisis,
basados en criterios del pasado, como consecuencia de que al desarrollo científico
no le ha seguido otro desarrollo equivalente de la reflexión ética.

Un problema que se suscita aquí es el de dilucidar a quién compete elaborar los


criterios éticos necesarios y tomar finalmente las decisiones.

Consideraciones finales

Hemos resumido en este capítulo algunos de los problemas éticos que suscita la
práctica de la ciencia, quedándonos en sus aspectos más generales y sin intentar
entrar en casos concretos, tema que tiene una gran importancia y amplitud. Hemos
visto cómo estos problemas se pueden dividir en lo que hemos llamado la «ética
interna» y la «ética externa» de la ciencia, es decir, la que se refiere a su misma
práctica y la que tiene que ver con sus consecuencias para el hombre. En relación a
una y a otra, hemos visto que la ciencia misma no puede proporcionar sus propios
principios éticos, sino que debe regirse por los que regulan todo comportamiento
humano . Una formulación de los elementos básicos del comportamiento ético de la
ciencia podría expresarse en términos de la responsabilidad que todos tenemos en
que se produzca un verdadero progreso en nuestro conocimiento de la naturaleza
como un bien en sí mismo, que la práctica de la ciencia se rija por los principios
éticos generales, que ese conocimiento contribuya al bienestar de la humanidad,
que se mantenga una participación justa de todos en los logros de la ciencia, y que
ésta se realice respetando el equilibrio del medio ambiente.

La vinculación de la ciencia y la tecnología al proceso que ha dado y sigue dando


lugar a esta situación exige nuevos planteamientos éticos. Como decíamos al
principio, toda religión implica una ética cuyas exigencias adquieren un carácter
religioso, es decir, derivado de la relación del hombre con la divinidad. En la ética
cristiana,la naturaleza humana , fuente de los principios éticos, es considerada
como creada por Dios, con lo que el seguir los preceptos de la ley natural significa
seguir la ley de Dios. En el hombre religioso, los preceptos éticos quedan reforzados
al ser considerados como mandatos divinos.

No hay conflicto entre la ética natural y la religiosa, sino que son dos formas
distintas de establecer su fundamento. En realidad, se trata de llamar la atención
sobre la no conveniencia ética de ciertas prácticas científicas y de aportar elementos
para una reflexión ética. El campo de la ética ofrece muchas oportunidades para un
diálogo fructífero entre ciencia y religión.

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