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Fundamentos de la ética
Como hemos visto, ética y moral tratan sobre las guías y normas del
comportamiento, es decir, sobre cómo sabe el hombre lo que es bueno o correcto y
lo que es malo o incorrecto en sus acciones. Dependiendo del fundamento sobre el
que nos basemos en estas cuestiones, tendremos un tipo u otro de ética. La ética
cristiana asume este principio y añade la consideración de la naturaleza humana
como creada por Dios y la referencia constante a la forma en que esta naturaleza se
realiza en la persona de Jesucristo. Dentro de esta categoría se pueden incluir
también las éticas que siguen el pensamiento de Immanue l Kant, para quien el
fundamento de la ética se encuentra en el carácter de «imperativo moral categórico»
de los principios morales universalmente válidos.
Dependiendo de en qué corriente ética se sitúe cada cual, dará mayor importancia a
unos elementos o a otros a la hor a de enjuiciar moralmente una situación. También
hay que tener en cuenta el peso cultural que influye en los juicios éticos. Ante esta
problemática, no queda más remedio que aceptar un cierto pluralismo ético, lo que
implica una dificultad innata en el debate ético. Como una solución a este problema,
algunos proponen lo que denominan el «mínimo ético», que incluiría únicamente
aquellos preceptos que pueden considerarse aceptables por una gran mayoría.
Aquí adoptamos una postura deontológica, desde la que trataremos sólo los
aspectos más generales de los problemas éticos que surgen en la práctica de la
ciencia, sin entrar en problemas concretos.
Para Mono, «es evidente que plantear el postulado de la objetividad como condición
del conocimiento verdadero constituye una elección ética y no un juicio de
conocimiento, ya que, según el mismo postulado, no podría haber conocimiento
verdadero con anterioridad a esta elección arbitraria». La objetividad misma de la
ciencia, de acuerdo con Monod, se establece por medio de un juicio ético que, a la
vez, establece el mismo conocimiento objetivo como único valor normativo. Por
tanto, la ciencia tiene en sí misma el fundamento de su propia ética. La ciencia
suministrará sus propios principios éticos, con lo que tendríamos una «ética interna»
propia de la ciencia.
Hemos visto que la ética interna de la ciencia, es decir, la ética que regula la
práctica misma de la ciencia y sin la que ésta no puede existir, no puede deducirse
de la misma ciencia, sino que es consecuencia de los principios éticos generales.
Como hemos repetido ya varias veces, sin presupuestos éticos la misma ciencia no
es posible. Pasemos ahora al problema de lo que podemos llamar la «ética
externa», es decir, la ética que tiene que ver con los resultados de la ciencia. Se
trata ahora, por lo tanto, de la ética que afecta al uso de los resultados de la ciencia.
Se puede hablar en este contexto de una ética personal de cada científico, y
también de una responsabilidad colectiva de la comunidad científica. Suele aducirse
aquí la separación entre ciencia pura y ciencia aplicada, dejando los problemas
éticos únicamente para la segunda. Más aún, habitualmente se ha admitido que la
ética es un problema para los ingenieros, no para los científicos, o bien para algunas
ramas de la ciencia, como la biología, para la que se ha desarrollado la bioética
como una rama especializada de la ética.
Un aspecto importante de la ética de la ciencia es el que se deduce de la influencia
actual de la ciencia en la vida humana. Hoy a nadie le cabe duda de que el influjo de
la ciencia en la configuración de la vida es cada vez más patente. La vida del
hombre moderno, desde que se levanta hasta que se acuesta, está condicionada
por la ciencia y la tecnología, cuyas consecuencias son cada vez más profundas.
Este influjo de la ciencia no se queda en lo meramente externo, sino que configura
también,en el nivel del conocimiento, la imagen que el hombre de hoy tiene del
universo, de sí mismo y de la sociedad en la que vive.
La ciencia ha creado una verdadera visión de las cosas, o filosofía de la vida, que,
reforzada por los logros de la tecnología, lleva consigo implícitos los calificativos de
«objetiva» y «verdadera». Lo que a nivel filosófico consagró el positivismo a
comienzos del siglo XX, erigiendo a la ciencia como el único conocimiento válido, se
da hoy además a nivel popular, con la aceptación de todos los puntos de vista que
son presentados como científicos. El progreso tecnológico ha conferido a la ciencia,
en efecto, un enorme prestigio social que hace que sus puntos de vista, con
respecto a toda clase de problemáticas, sean aceptados incondicionalmente. Otro
influjo de la ciencia en la sociedad es el que se deduce del hecho de que la ciencia y
la técnica son fuentes de poder.
Como decíamos más arriba, la base de toda ética está en la libertad del hombre. En
él, el fundamento de la ética estaría en la naturaleza conocida por la ciencia,
renunciando así a lo que él mismo denomina «espiritualismos» y «animismos». Al
proponer ese fundamento, estamos también negando en realidad la posibilidad
misma de la ética. De alguna manera , se puede relacionar con la ética
evolucionista, ya que identifica la línea del progreso científico-técnico con la de la
evolución en el nivel humano.
Este tipo de ética se puede encontrar en lo que se ha llamado la «ideología del
experto», cuyos valores de eficiencia y competencia encarnan el científico y el
técnico. En conclusión, a pesar de la indudable influencia de la ciencia y la
tecnología en los planteamientos éticos, de la que se hablará a continuación, no se
puede poner en ellas su fundamento sin poner en peligro su propia esencia. La
ciencia se sitúa en el nivel de los hechos y trata de explicar su comportamiento,
mientras que la ética trata fundamentalmente de deberes y valores. La ética, por su
parte, tiene que ver con otros aspectos de la realidad que, de hecho, son más
importantes en la vida humana , como son las relaciones personales, la búsqueda
de la felicidad, la creatividad, la libertad y el sentido de la trascendencia, que no
pueden ser adecuadamente tratados sólo desde la ciencia.
No debemos olvidar, sin embargo, que el patronazgo de la ciencia por parte de los
gobernantes no es algo nuevo. Estos grupos de investigación suelen incorporar
personal científico de distintas disciplinas, y están muchas veces orientados a
resolver problemas concretos. Esto se refleja en la industrialización de la ciencia,
que conlleva, según Ziman, la creación de una nueva ciencia, la «ciencia industrial»,
con características distintas de las de la ciencia académica. Este nuevo tipo de
ciencia se caracteriza, entre otras cosas, por una burocratización cada vez mayor de
la práctica de la ciencia.
Lo cual conlleva que la práctica de la ciencia se vea cada vez más inmersa en
regulaciones y normativas, lo que puede aplicarse a la ciencia subvencionada tanto
por los gobiernos como por las industrias. De alguna manera, se puede decir que se
politiza y se industrializa la ciencia, y se incorpora a los científicos en las tareas que
se derivan de ella. De esta manera se introduce en los proyectos de investigación
subvencionados un dirigismo cada vez mayor, que impulsa el desarrollo de la
ciencia en determinados sentidos. No puede escapársele a nadie que esta nueva
situación de la práctica de la ciencia plantea nuevos problemas éticos, tanto en
relación con la práctica misma de la ciencia como respecto de los fines hacia los
cuales se encamina la investigación, en referencia con el bien de la sociedad, o
«ética externa».
De esta forma se amplía, por tanto, el campo de la ética. Esta extensión del campo
de la aplicación de decisiones éticas supone, sin lugar a dudas, un enriquecimiento
de la ética, al obligarla a considerar y analizar situaciones humanas nuevas. La
influencia de la ciencia en la ética no se queda en lo periférico, sino que llega
incluso a su mismo centro con la consideración de nuevos valores que han de
tenerse en cuenta. A la ética del pasado, que se basaba fundamentalmente en una
aceptación pasiva de la naturaleza, la ciencia moderna le descubre un nuevo campo
de consideraciones basado en el dominio que ella ejerce sobre la naturaleza.
Esta nueva situación exige una nueva reflexión ética, ya que el dominio de la
naturaleza, por sí mismo, no es un valor último, sino que debe ser valorado en la
medida en que se dirige a mejorar la vida humana . Este problema lo veremos con
más detalle en el próximo capítulo, al hablar sobre los problemas éticos del medio
ambiente. No toda influencia de la ciencia en el campo de la ética es, de hecho,
positiva. No es infrecuente que bajo la etiqueta de «científico» se propongan críticas
y juicios de valor a la ética tradicional que no responden a una seria reflexión y que
pueden conducir a un relativismo ético total.
A veces, también, el prestigio social de la ciencia provoca actitudes prepotentes en
los científicos, que se sitúan por encima del bien y del mal y se consideran libres del
sometimiento a toda ética. Otro aspecto negativo, aunque no se pueda
responsabilizar de él a la ciencia, pero que sí está de algún modo vinculado con ella,
es la falta de capacidad del hombre para mantener una reflexión ética que salga al
paso de los problemas que la ciencia y la tecnología van planteando. Esto da lugar a
que se dé un cierto desfase de la reflexión ética con respecto al desarrollo científico-
tecnológico. Este desfase está presente en muchas situaciones actuales, en las que
los nuevos problemas éticos son afrontados con inadecuados elementos de análisis,
basados en criterios del pasado, como consecuencia de que al desarrollo científico
no le ha seguido otro desarrollo equivalente de la reflexión ética.
Consideraciones finales
Hemos resumido en este capítulo algunos de los problemas éticos que suscita la
práctica de la ciencia, quedándonos en sus aspectos más generales y sin intentar
entrar en casos concretos, tema que tiene una gran importancia y amplitud. Hemos
visto cómo estos problemas se pueden dividir en lo que hemos llamado la «ética
interna» y la «ética externa» de la ciencia, es decir, la que se refiere a su misma
práctica y la que tiene que ver con sus consecuencias para el hombre. En relación a
una y a otra, hemos visto que la ciencia misma no puede proporcionar sus propios
principios éticos, sino que debe regirse por los que regulan todo comportamiento
humano . Una formulación de los elementos básicos del comportamiento ético de la
ciencia podría expresarse en términos de la responsabilidad que todos tenemos en
que se produzca un verdadero progreso en nuestro conocimiento de la naturaleza
como un bien en sí mismo, que la práctica de la ciencia se rija por los principios
éticos generales, que ese conocimiento contribuya al bienestar de la humanidad,
que se mantenga una participación justa de todos en los logros de la ciencia, y que
ésta se realice respetando el equilibrio del medio ambiente.
No hay conflicto entre la ética natural y la religiosa, sino que son dos formas
distintas de establecer su fundamento. En realidad, se trata de llamar la atención
sobre la no conveniencia ética de ciertas prácticas científicas y de aportar elementos
para una reflexión ética. El campo de la ética ofrece muchas oportunidades para un
diálogo fructífero entre ciencia y religión.