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Fecha captura: 26/05/2005 Fecha artículo:
URL Original: http://www.dardemamar.netfirms.com/
Recopilado por: DAni (trufito) Autor artículo: dardemamar
Título: El sueño de tu hijo
Asunto: Recopilación de artículos de la web dardemamar
http://www.clubdelateta.com

El contenido de este artículo esta recogido a través de canales públicos vía Internet de acceso general. La publicación en
este documento es meramente de difusión pública debido a su interés en opinión del recopilador y debe ser acogida
como tal. Gracias.

Recopilación de diversos artículos de la web: http://www.dardemamar.netfirms.com


No os olvidéis de visitarla. Gracias por el trabajo, esfuerzo divulgativo y material tan interesante.
Sin lugar a dudas uno de los mejores documentos que he tenido el privilegio de leer sobre el sueño
infantil. Muchas gracias Ale. ;-)
Webmaster: Dra. Alejandra Marina Mercado.

El sueño de tu hijo ....................................................................................................1


Colecho .................................................................................................................3
Por qué los niños se despiertan por la noche.....................................................................3
Dormir...................................................................................................................6
Diferentes culturas ....................................................................................................7
¿Dónde duermen?.....................................................................................................7
Modelo de vida ........................................................................................................9
Cómo ayudar......................................................................................................... 10
Duermen solos....................................................................................................... 12
Lo mejor .............................................................................................................. 14
En el laboratorio ..................................................................................................... 14
¿Cómo duemen?..................................................................................................... 15
Domir Juntos ......................................................................................................... 16
Muerte Súbita ........................................................................................................ 17
¿Cómo dormir? ...................................................................................................... 20
Hazlo: La necesidad es natural. Ríndete ante ella. ........................................................... 20
DECLARACION SOBRE EL LLANTO DE LOS BEBÉS. ........................................................... 22

El sueño de tu hijo
¿Es que acaso se nos dará la vida dos veces? Pues ¿cómo es que me duermo sin ceñirte entre mis
brazos?. Otomo Yakamochi, Japón 718 a 785.

Es bueno que sepas, que los bebés que maman, por lo general toman más seguido que los
alimentados con leche de otra especie (sobre todo porque la leche de vaca es hecha para recién nacidos
que pesarán 300 Kg.!) entre otras cosas porque es muchísimo más fácil de digerir y asimilar, es por eso que
muchos bebés que maman necesitan de tomas nocturnas, sobre todo porque es durante las noches cuando
la producción de prolactina es mayor (ver ¿Cómo funciona?). Hay además muchos otros motivos por lo que
tu bebé se despierta por las noches, si te interesa, el Dr. Carlos González los explica en este artículo: Por
qué los niños se despiertan por la noche.

A algunas mujeres esto puede asustarlas y parecerles muy sacrificado, pero las hormonas de la
lactancia, hacen que duermas más y mejor después de dar el pecho, y a su vez te dan energías. Además, es
aconsejable que tengas la cuna o moisés al lado de tu cama para no tener que levantarte por las noches, y
ya no es mal visto que algunas noches duermas con tu niñ@ en tus brazos, ¿no lo crees?, todo el mundo (en

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occidente) te dirá que no debes dormir nunca con tu hijo, que es peligroso porque puedes asfixiarlo, que se
te puede caer, que hay estudios que demuestran esto, etc. Por el contrario, en oriente es natural dormir
con los hijos hasta edades avanzadas, si quieres puedes leer qué opinan profesionales japoneses sobre este
tema (Colecho, Desarrollo psicológico de los niños, Nobuko H. Sasaki)

Las investigaciones han mostrado que el colecho (dormir juntos) con un lactante promueve los
vínculos, regula los patrones de sueño de la madre y su bebé, juega un papel importante al ayudar a la
madre a ser más sensible a los requerimientos de su bebé, y les da a ambos más oportunidad de un buen
descanso. El entorno generado por el colecho también ayuda a las madres a continuar el amamantamiento
a libre demanda, un paso importante para mantener la producción de leche de la madre.

El Dr. James McKenna, profesor de Antropología de la Universidad de Notre Dame, miembro del
Consejo de Asesores de la Salud de La Liga de La Leche Internacional, y experto en el tema del colecho,
cree que hay mayor peligro en dejar un niño solo en una cuna, que en proporcionarle un entorno en el que
duerma acompañado, con las debidas medidas de seguridad. El mismo dice: "Estamos de acuerdo con otros
autores en que hay que tomar precauciones especiales para reducir el riesgo de accidentes catastróficos.
Sin embargo, la necesidad de tales precauciones ya no es un argumento en contra del colecho en su
totalidad y especialmente el compartir el lecho ya que los accidentes de niños estrangulados, asfixiados o
muertos a causa del síndrome de muerte súbita suelen suceder en cunas donde los bebés duermen solos y
cuyo sueño no está debidamente supervisado." Y agrega: "Mientras que los peligros específicos
estructurales de una cama adulta son importantes, el hecho de que existan no quiere decir que no puedan
ser eliminados ni tampoco que todas las instancias de compartir el lecho sean peligrosas ".

El Dr. McKenna cree que el colecho puede ser una experiencia positiva para una familia en proceso
de amamantamiento y que no tiene por qué ser peligroso siempre y cuando se tomen los siguientes medidas
de seguridad:

Los padres fumadores o consumidores de tranquilizantes, drogas o alcohol, no deben dormir con sus hijos.
Los padres obesos no deben dormir con sus hijos.
La ropa de cama debe ser de la misma medida del colchón.
El colchón debe ser de la misma medida de la estructura de la cama, especialmente la cabecera.
No deben permitirse almohadas o frazadas sueltas cerca de la cara del bebé.
No deben permitirse los espacios entre el borde de la cama y la pared en la que se apoya ya que el bebé
podría rodar y quedar atrapado.
El bebé no debe descansar boca abajo.

Según el Dr. Marcos Alexandre:


“La asunción de que el colecho inhibe la independencia es, según los mismos estudios, pura
mitología cultural. Investigaciones de seguimiento confirman que los niños que duermen con sus padres son
más independientes, obtienen mejores resultados escolares, tienen un mayor grado de autoestima y menos
problemas de salud que los que duermen solos.”

La psicóloga Mª Luisa Ferrerós opina:


“Los nuevos estudios sugieren huir de ciertos métodos que consideran brutales como aislar a los
bebés en su habitación y dejarles llorar durante 10 minutos ininterrumpidamente, tal y como proponen
algunos best-sellers infantiles (Ver "La Ferberización", por Robert Wright, psiquiatra infantil).
Recientes investigaciones aseguran que cuando los niños lloran porque están solos, aumentan su dosis de
cortisona y sus hormonas del stress a causa de cambios físicos en el celebro”

Si te interesa leer más sobre el tema, en los links que siguen encontrarás varios de los capítulos del
excelente libro NUESTROS HIJOS Y NOSOTROS de Meredith F. Small, que hablan con detalle de los
estudios realizados por el Dr. McKenna y creo que te sacarán todas las dudas.

Por todo lo dicho, queremos afirmar que en este sitio NO RECOMENDAMOS el libro "Duérmete Niño",
de Eduard Stivill, fundamentamos nuestra postura en la Declaración sobre el Llanto de los bebes y en la
Denuncia contra Stivill de la Asociación Primal.

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Colecho
Nobuko H. Sasaki, Desarrollo psicológico de los niños, vol 43.

Desde la antigüedad en la familia japonesa es normal que cuando nazca


un niño duerma con sus padres. Mientras que en Europa y América se prepara la
habitación para los niños antes de que nazca. Y el bebé debe acostumbrarse a
dormir solo.

Las costumbres en Japón son diferentes a las de Europa y América. Por


ejemplo las condiciones de las viviendas son distintas, en Japón se suele dormir
en un colchón en el suelo y en Europa y América se duerme en camas. ¿Qué
costumbre es mejor? Hay dos corrientes diferentes. Pero últimamente los
países occidentales empiezan a considerar el dormir en familia como lo hacen
en Japón. Es posible que haya muchos beneficios al dormir en familia y es
natural dormir así. Realmente hay que superar muchos procesos para que los
niños pequeños puedan dormir solos. Por ejemplo cuando los padres hacen dormir a los niños solos lloran
de pena o preocupación, pero ellos tienen que acostumbrarse. Cuando se es niño la mayoría del tiempo se
pasa con los padres. Entonces cuando se duerme durante más de 10 horas, separar a los niños de sus padres
no es natural. Por la noche los adultos están más preocupados y tienen más miedo que en pleno día, a los
niños les pasa lo mismo. Por esta razón durante ese tiempo ¿cómo se puede tranquilizar mejor a los niños?
¿con sus padres? ¿o sin sus padres? Y cuando los niños tienen fiebre y se sienten mal por la noche, si
duermen juntos, los padres pueden darse cuenta rápidamente de estos cambios y del estado de los niños.

Entonces ¿hasta cuando estaría bien que durmieran los niños con sus padres? Muchas personas lo
deciden según los años de los niños, por ejemplo hasta los 3 años, hasta que entre en las guardería, hasta
que entre en la escuela primaria. En los libros y revistas las personas deciden lo que los niños harán cuando
tengan “x” años, otras personas lo deciden comparando un niño con otro. Cada niño es diferente en su
crecimiento y carácter. Por eso es imposible decidir el momento en que los niños van a dormir solos
comparando la edad con otros niños (inclusive sus hermanos). Esperar con paciencia (sin impacientarse) el
momento en que los niños decidan dormir solos es lo más natural. Si eso sucede cuando ellos van a la
guardería o cursos más avanzados, muy bien. Pero lo más rápido no es necesariamente lo mejor. Los hijos
pueden decir que desean dormir solos pero no siempre continúan. En algunos casos pueden decir que
desean dormir con sus padres otra vez. Se puede considerar que eso es natural, los hijos avanzan y a la vez
retroceden. Cuando los padres se tranquilizan transmiten esta tranquilidad a los hijos y les ayuda a
autoindependizarse.
Texto correspondiente a la Web http://www.kidslab.net/magazine/mag49-6.html traducción de
María Jesús Escudero Martín de Ave

Por qué los niños se despiertan por la noche


La mayoría de los insectos, reptiles y peces tienen cientos de hijos, con la
esperanza de que alguno sobreviva. Las aves y mamíferos, en cambio, suelen tener
pocos hijos, pero los cuidan para que sobrevivan la mayoría. Los mamíferos, por
definición, necesitan mamar, y por lo tanto ningún recién nacido puede sobrevivir sin
su madre. Pero, según la especie, también necesitan a su madre para muchas otras
cosas.

En algunas especies, el recién nacido es capaz de caminar en pocos minutos y


seguir a su madre (¿quien no recuerda aquella escena encantadora en Bambi?). Eso
ocurre sobre todo en los grandes herbívoros, como ovejas, vacas o ciervos. Estos
animales viven en grupos que devoran rápidamente la hierba de una zona, y tienen

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que desplazarse cada día a un nuevo prado. Es necesario que la cría pueda seguir a su madre en estos
desplazamientos.

Los pequeños herbívoros, como los conejos, pueden esconder a sus crías en una madriguera, salir a
comer y volver varias veces al día para darles el pecho. Sus crías no caminan nada más nacer, sino que son
indefensas durante los primeros días.

Lo mismo ocurre con la mayoría de los carnívoros, como los gatos, perros o leones. La madre sale a
cazar dejando a sus indefensas crías escondidas. Las crías no nacen sabiendo, sino que aprenden, y esto es
importante, porque les permite una mayor flexibilidad. Una conducta innata es siempre igual, una
conducta aprendida puede adaptarse mejor a las condiciones del entorno, y perfeccionarse con la práctica.
La primera vez que un ciervo ve a un lobo, debe salir corriendo. Si no lo hace bien, morirá, y por lo tanto
no podrá aprender a hacerlo mejor. Por eso es lógico que los ciervos sepan correr en cuanto nacen. Los
lobos sí que pueden aprender: la primera vez el ciervo se les escapa, pero con la práctica consiguen
atraparlo. Los juegos de su infancia constituyen un aprendizaje para su vida adulta.

Los primates (los monos) parece ser que descendemos de animales que caminaban nada más nacer.
Pero, al vivir en los árboles, tuvimos que hacer cambios. Bambi resbala varias veces antes de ponerse en
pie; y eso no tiene importancia en el suelo. Pero, subido en una rama, un resbalón puede ser fatal. De
modo que los monitos van todo el día colgados de su madre, hasta que son capaces de ir solos
perfectamente, sin el menor error.

Pero es el monito el que se cuelga, activamente, de su madre, agarrándose con fuerza a su pelo
con manos y pies, y al pezón con su boca (cinco puntos de anclaje). La madre puede correr de rama en
rama, sin preocuparse de sujetar al niño.

¿Se atrevería usted a ir de rama en rama, o simplemente caminando por la calle, con su bebé a
cuestas pero sin sujetarlo, ni con los brazos ni con ningún paño o correa? Claro que no. Para que un niño
sea capaz de colgarse de su madre y sujetarse solo durante largo rato, probablemente debería tener al
menos dos años. Ya nuestros primos más cercanos, los chimpancés, son incapaces de sujetarse solos al
principio, y su madre tiene que abrazarlos, pero sólo durante las dos primeras semanas. La diferencia con
nuestros hijos es abismal. Y para caminar (no para dar cuatro pasos a nuestro alrededor, como hacen al
año, sino caminar de verdad, para seguirnos cuando vamos de compras, sin llorar y sin que tengamos que
girar la cabeza cada segundo a ver si vienen o no), nuestros hijos tardan al menos tres o cuatro años.

Hasta los 12 o 14 años, es prácticamente imposible que los niños sobrevivan solos; y en la práctica,
procuramos no dejarles solos hasta los 18 o 28 años. Los seres humanos son los mamíferos que durante más
tiempo necesitan a sus padres, y dejan muy atrás al segundo clasificado.

Probablemente, esto se debe en parte a nuestra gran inteligencia. Como decíamos de los lobos, la
conducta debe ser aprendida para ser inteligente, pues la conducta innata es puramente automática.
Nuestros hijos tienen que aprender más que ningún otro mamífero, y por lo tanto tienen que nacer
sabiendo menos.

¿Y qué tiene todo esto que ver con que los niños se despierten? Ya llega, ya llega. Ahora mismo
veremos que tiene que ver todo lo anterior con la conducta de su propio hijo.

Empezábamos diciendo que hay crías que necesitan estar todo el rato con su madre, encima de ella
o siguiéndola a poca distancia, y otras que se quedan escondidas, en un nido o madriguera, esperando a
que su madre vuelva. Para saber a qué tipo pertenece un animal, basta con observar cómo se comporta una
cría cuando su madre se va. Los que tienen que estar siempre juntos se ponen inmediatamente a llorar, y
lloran y lloran (o hacen el ruido equivalente en su especie) hasta que su madre vuelve. Una cría de ganso,
por ejemplo, aunque tenga agua y comida cerca, no come ni bebe, sino que sólo llora hasta que sus padres
vuelven, o hasta la muerte. Sin sus padres, de todos modos no tardaría en morir, por lo que debe agotar
toda su energía en llorar para que vuelvan. Y debe empezar a llorar inmediatamente, en cuanto se separa,
porque cuanto más tarde en hacerlo más lejos estará, y por tanto más difícil será que le oiga. En cambio,

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un conejito o un gatito, cuando su madre se va, permanecen muy quietos y callados. Esa separación es
normal en su especie, y si se pusieran a llorar podrían atraer a otros animales, lo que siempre es peligroso.
¿Cómo reacciona su hijo cuando usted le deja en la cuna y se aleja? Si, como hacían los míos, "se pone a
llorar como si le matasen", quiere decir que, en nuestra especie, lo normal es que los niños estén
continuamente, las 24 horas, en contacto con su madre.

Y no es difícil imaginar que hace 50.000 años, cuando no teníamos casas, ni ropa, ni muebles,
separarse de su madre significaba la muerte. ¿Se imagina a un bebé desnudo en el campo, al aire libre,
expuesto al sol, a la lluvia, al viento y a las alimañas, sólo durante ocho horas, mientras su madre "trabaja"
recogiendo frutas y raíces? Ni siquiera una hora podría sobrevivir en esas circunstancias. En tiempos de
nuestros antepasados, los bebés estaban las 24 horas en brazos, y sólo se separaban de su madre para estar
unos momentos en brazos de su padre, su abuela o sus hermanos. Y cuando empezaban a caminar lo hacían
alrededor de su madre, y tanto la madre como el niño se miraban continuamente, y se avisaban
mutuamente cuando veían que el otro se despistaba.

Hoy en día, cuando usted deja a su hijo en la cuna, sabe que no corre ningún peligro. no pasará
frío, ni calor, ni se mojará, ni se lo comerá un lobo. Sabe que usted está a pocos metros, y le oirá si pasa
algo y vendrá en seguida (o, si usted ha salido de casa, sabe que otra persona ha quedado de guardia,
escuchando a pocos metros). Pero su hijo no sabe todo eso. Nuestros niños, cuando nacen, son
exactamente iguales a los que nacían hace 50.000 años. Por si acaso, a la más mínima separación, lloran
como si usted se hubiera ido para siempre. Más adelante, cuando empiece a comprender dónde está usted,
cuándo volverá y quién le cuida mientras tanto, empezará a tolerar las separaciones con más tranquilidad.
Pero aún faltan unos años.

Casi toda la conducta del bebé, que aún no ha aprendido nada, es instintiva, idéntica a la de
nuestros remotos antepasados. Y la conducta instintiva de la madre también tiende a aparecer, aquí y allá,
despuntando entre nuestras gruesas capas de cultura y educación.

Por eso, cuando vaya al parque con su hijo de tres años, ambos se comportarán de forma muy
similar a sus antepasados. Usted mirará casi todo el rato a su hijo, y le avisará cuando se despiste ("ven
aquí" "no vayas tan lejos"). Su hijo también le mirará con frecuencia, y si la ve despistada o hablando con
otras personas se pondrá nervioso, incluso se enfadará, e intentará llamar su atención ("mira, Mamá, mira"
"mira qué hago" "mira qué he encontrado"...)

Llegamos a la noche. Es un periodo particularmente delicado, porque si el niño duerme ocho horas,
y la madre se ha ido durante este tiempo, cuando despierte puede estar a siete horas de marcha, y por más
que llore no la oirá. Hay que montar la guardia. Durante las primeras semanas, nuestros hijos están tan
completamente indefensos que es su madre la que debe encargarse de mantener el contacto. En aquellas
raras culturas (como la nuestra) en que madre e hijo no duermen juntos, la separación hace que la madre
esté muy intranquila, y sienta la necesidad imperiosa de ir a ver a su hijo cada cierto tiempo. ¿Qué madre
no se ha acercado a la cuna "para ver si respira"? Claro que sabe que está respirando, claro que sabe que no
le pasa nada, claro que sabe que su marido se reirá de ella por haber ido... pero no puede evitarlo, tiene
que ir.

A medida que el niño crece, se va haciendo más independiente. Eso no significa que pase más
tiempo solo, o que haga las cosas sin ayuda, porque el ser humano es un animal social, y no es normal que
esté solo. Para un ser humano, la soledad no es independencia, sino abandono. La independencia consiste
en ser capaces de vivir en comunidad, expresando nuestras necesidades para conseguir la ayuda de otros, y
ofreciendo nuestra ayuda para satisfacer las necesidades de los demás. Ahora ya no hace falta que usted
vaya a comprobar si su hijo respira o no; ¡él se lo dirá! Como se está haciendo independiente, será él quien
monte guardia. Se despertará más o menos cada hora y media o dos horas, y buscará a su madre. Si su
madre está al lado, la olerá, la tocará, sentirá su calor, tal vez mame un poco, y se volverá a dormir en
seguida. Si su madre no está, se pondrá a llorar hasta que venga. Si Mamá viene en seguida, se calmará
rápidamente. Si tarda en venir, costará mucho tranquilizarle; intentará mantenerse despierto, como
medida de seguridad, no sea que Mamá se vuelva a perder.

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Es aquí donde la vida real no coincide con los libros, porque a las madres les han dicho que, a
medida que su hijo crezca, cada vez dormirá más horas seguidas. Y muchas se encuentran con la sorpresa
de que es todo lo contrario. No es "insomnio infantil", no son "malos hábitos", simplemente es una conducta
normal de los niños durante los primeros años. Una conducta que desaparecerá por sí sola, no con
"educación" ni "entrenamiento", sino porque el niño se hará mayor y dejará de necesitar la presencia
continua de su madre.

Si cada vez que su hijo llora usted acude, le está alentando a ser independiente, es decir, a
expresar sus necesidades a otras personas y a considerar que "lo normal" es que le atiendan. Eso le ayudará
a ser un adulto seguro de sí mismo e integrado en la sociedad.

Si cuando su hijo llora usted le deja llorar, le está enseñando que sus necesidades no son realmente
importantes, y que otras personas "más sabias y poderosas" que él pueden decidir mejor que él mismo lo
que le conviene y lo que no. Se hace más dependiente, porque depende de los caprichos de los demás y no
se cree lo suficientemente importante para merecer que le hagan caso.

Una infancia feliz es un tesoro que dura para siempre, que nadie podrá jamás arrebatarte. La
infancia de su hijo está ahora en sus manos.

Carlos González. Autor de "Mi niño no me come" y "Bésame mucho". Ed. Temas de Hoy

Dormir
Jenny Calhoun, de dos meses de edad, duerme en el hueco del brazo
materno; cada vez que se mueve en sueños, diez finos cables pegados a su cara y
a su cabeza calva ondulan hacia todos lados, dándole el aspecto de una medusa
bebé. Su madre, Amy Calhoun, abre los ojos soñolientos en el cuarto apenas
iluminado, fijando una mirada inexpresiva en la diminuta cara que tiene a pocos
centímetros. Los cables pegados a su cabeza se bambolean hacia la bebé, en
tanto ella estira una mano inconsciente para dar a Jenny unas palmaditas tranquilizadoras. Luego Amy
acomoda la manta de la pequeña y ambas vuelven a hundirse en un sueño más profundo. Dos cuartos más
allá, el antropólogo James McKenna contempla las doce agujas del polígrafo, que saltan en tándem cuando
Jenny y Amy se mueven, cambian el plano de sueño y se dejan llevar.

Los trazos del polígrafo representan lo que McKenna ve en la pantalla del monitor; las agujas
brincan en respuesta a una emisión eléctrica, marcando líneas desiguales en un rollo de papel. Hasta un
novato puede ver que las líneas de la madre y las de la bebé hacen un dibujo similar. Los patrones de la
actividad cerebral, el ritmo cardiaco, el movimiento muscular y la respiración son similares porque las dos
experimentan una excitación mutua; juntas, ascienden, cruzan y descienden por varios planos de sueño. En
la cara de McKenna se insinúa una sonrisa de duende: ha visto muchas veces ese patrón, pero nunca deja
de divertirlo comprobar que la naturaleza utilice tan claramente el vínculo madre-bebé, aun en sueños.
Este trabajo, junto con sus estudios previos sobre la conducta de los primates, lo ha convencido de que la
mayoría de nuestras ideas sobre el sueño infantil son una construcción cultural, en peligroso desacuerdo
con las necesidades biológicas y emocionales de los bebés. "Si tienes un bebé -dice McKenna cuando se le
presenta la oportunidad- duerme con él."

En 1978, Jim McKenna y su esposa tuvieron un bebé, un varón llamado Jeffrey. El nacimiento de
ese niño fue una coyuntura crítica en la vida de McKenna, en más de un sentido. Hasta ese año era
conocido por sus trabajos sobre los monos langures, grandes monos grises de la India, famosos por su estilo
maternal laissez-faire: a menudo otros monos de la tribu arrebatan al recién nacido de brazos de su madre
para pasarlo de uno a otro como si fuera un muñeco. Pero si McKenna estaba muy enterado sobre la
manera de criar de los monos, no lo estaba tanto en cuanto a cómo criar a su propio hijo. Uno de los
problemas era el sueño: como cualquier recién nacido, Jeff se revolvía, alborotaba y no quería dormir
cuando debía. McKenna no tardó en descubrir que una manera de inducirlo al sueño era dormir con él. "Me
acostaba con él y respiraba como si estuviera dormido", recuerda McKenna, 18 años después. Y respira
profundamente, bombeando el pecho ante mí como si aún tuviera a su bebé arropado sobre él. "Noté que
respondía muy bien a estas claves respiratorias.

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Entonces me pregunté de qué me asombraba: lo que tenía ante mí era un bebé de primate, nacido
sin desarrollar, que la selección había hecho sensible al contacto y al cuidado de sus padres." Sobre la base
de esas siestas con su bebé, empujado por una mente antropológica que se dispara en todas direcciones
cuando inicia una empresa erudita, McKenna empezó a hacerse preguntas sobre el sueño del infante
humano. ¿Por qué debía Jeff dormir solo, si dormía mejor con uno de sus padres? ¿Algún bebé humano está
diseñado por la evolución para dormir solo? ¿Cómo duerme la mayoría de los bebés del mundo? ¿Y cuáles
son las consecuencias de dormir solo y de dormir acompañado? Esta obra se ha convertido en piedra
fundamental de la etnopediatría; combina la historia cultural, la etnografía y las medidas biológicas. Y se
propone modificar radicalmente la manera en que muchos crían a sus hijos.

Diferentes culturas
La gente pasa durmiendo una tercera parte de su vida. Y no dormimos de cualquier manera. La
cultura y la costumbre, las tradiciones recibidas de las generaciones anteriores determinan cómo
dormimos, con quién y dónde. Durante la mayor parte de la historia humana, niños y bebés durmieron con
su madre o quizá con ambos padres. Nuestros remotos antepasados vivían en pequeños grupos que
subsistían cazando y recolectando; cabe suponer que estas agrupaciones, en sus
albergues temporarios, no tenían dormitorios separados para padres e hijos. Hace
sólo 200 años que algunas culturas empezaron a construir viviendas con más de
un cuarto; aun hoy es rara esa intimidad para el descanso, como no sea en las
sociedades más ricas. En la actualidad, la mayoría de los habitantes del mundo
vive aún en albergues de un solo cuarto, donde se llevan a cabo todas las
actividades, ya sea durante la vigilia o mientras se duerme.

El antropólogo John Whiting descubrió una simple asociación entre el clima y el hecho de que los
niños durmieran con los padres (entre otras conductas). Evaluando 136 sociedades de las que tenía
información, delineó cuatro clases de disposición típica para el descanso hogareño: madre y padre en la
misma cama, con el bebé en otro lecho; madre y bebé juntos y el padre en otro lugar; todos los miembros
de la familia en camas separadas, y todos los miembros de la familia en una misma cama. Según descubrió,
el patrón predominante en todas las culturas era el de la madre durmiendo con su hijo y el padre en otro
lugar (50 por ciento de las 136 culturas). En otro 16 por ciento, el bebé dormía con los padres. Whiting
apuntaba que muchas de estas culturas eran poligámicas, de modo que el padre variaba entre distintas
casas y camas, mientras que la unidad estable era, en realidad, la de cada madre con su hijo.
También descubrió una relación con el clima frío. El hombre duerme con su mujer, como rutina, en
los lugares donde la temperatura invernal cae por debajo de los 10 grados centígrados -presumiblemente,
más por abrigo que por ningún otro motivo-, pero a menudo lo hacen por separado cuando el clima es más
cálido. Por otra parte, el sitio donde duerme el bebé suele ajustarse a una situación climática diferente:
por lo general lo hace con la madre en las zonas de clima cálido, pero en climas más fríos, los bebés son
envueltos en una manta sujetados a una tabla, para reducir al mínimo la pérdida de calor. No obstante,
estas culturas representan una pequeña minoría de la población humana.

¿Dónde duermen?
En casi todas las culturas del mundo actual, los bebés duermen con un
adulto y los niños mayores, con los padres u otros hermanos. Sólo en las
sociedades del Occidente industrializado, como Norteamérica y algunos países
de Europa, el sueño se ha convertido en asunto privado; la comparación de este
último patrón con otros grupos subraya uno de los principales aspectos en los
que Occidente se destaca del resto de la humanidad, en cuanto al tratamiento
de los niños.

En un estudio realizado en 186 sociedades no industriales, los niños duermen en la misma cama que
sus padres en el 46 por ciento de estas culturas; en otro 21 por ciento, lo hacen en cama aparte, pero

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dentro del mismo cuarto que sus padres. En otras palabras: en el 67 por ciento de las culturas actuales, los
niños duermen en compañía de otros. Más significativo es que en ninguna de esas 186 culturas tienen un
dormitorio aparte antes de superar, por lo menos, el primer año de edad. En otro estudio que abarca 172
sociedades, todos los niños de todas las culturas dormían acompañados por lo menos algunas horas por la
noche. Estados Unidos se destaca, sin lugar a dudas, como la única sociedad en que los bebés son puestos
rutinariamente en cama propia y en cuarto propio; en un estudio de 100 sociedades, sólo los padres
estadounidenses tenían habitaciones aparte para sus bebés; en otro, que analiza 12 sociedades, todos los
padres, menos los norteamericanos, dormían con sus bebés hasta el destete.

Los bebés de diversas culturas duermen en una variedad de receptáculos y superficies: sobre una
estera o una manta suave tendidos en el suelo, en una hamaca hecha de cuero o fibras, en un colchón de
bambúes hendidos o en una cesta colgada. En la mayoría de los casos, el sitio en que ellos duermen no se
diferencia del que utilizan los padres; es decir, no tiene nada de especial.
La antropóloga Gilda Morelli comparó las disposiciones y costumbres para dormir de los padres
estadounidenses con las de un grupo de indios mayas de Guatemala. Todos los bebés mayas duermen con su
madre durante el primer año y a veces también durante el segundo. En más de la mitad de los casos el
padre también estaba allí o durmiendo con los niños mayores en otra cama. Las mayas no tenían muy en
cuenta la alimentación nocturna, pues se limitaban a volverse y ofrecer el pecho cuando el bebé lloraba de
hambre; probablemente lo hacían sin dejar de dormir profundamente. En el grupo estadounidense
comparativo, tres de los bebés fueron puestos en dormitorio separado desde el nacimiento y ninguno de los
18 sujetos dormía regularmente en la cama de los padres. Hacia los tres meses de edad, el 58 por ciento de
los bebés ya dormía en otro cuarto; hacia los seis, todos menos tres hablan sido trasladados a otra
habitación.

No es de sorprender que 17 de los 18 padres norteamericanos dijeran verse obligados a permanecer


despiertos para la alimentación nocturna. Entre las dos culturas había también claras diferencias en la
actitud para con el sueño en general. Los padres norteamericanos utilizaban canciones de cuna, cuentos,
ropa especial, baños y juguetes para ritualizar la experiencia del sueño, mientras que los mayas se
limitaban a dejar que el bebé se quedara dormido cuando quisiera, sin más tonterías. Cuando la
investigadora explicó a las madres mayas cómo se acostaba a los bebés en Estados Unidos, éstas se
horrorizaron, expresaron su desaprobación y se compadecieron por los pequeños norteamericanos, que
debían dormir solos. Para ellas, su propia manera de dormir era parte de un compromiso mayor para con el
niño, compromiso en el que las consideraciones prácticas no desempeñan ninguna parte. No les interesaba
que no hubiera intimidad o que el bebé se moviera mucho por la noche; consideraban que la proximidad
nocturna entre la madre y el bebé formaba parte de lo que debe hacer todo progenitor por sus hijos.

A la inversa, los padres norteamericanos que dormían regularmente con sus bebés decía hacerlo por
motivos "pragmáticos" (presumiblemente para darles el pecho y tranquilizarlos si estaban nerviosos),
aunque reconocían que dormir con ellos parecía fomentar el apego. No obstante, a diferencia de los
mayas, pensaban que una asociación estrecha fortalecida por el sueño en compañía era molesta y, de algún
modo, poco saludable en lo emocional y en lo psicológico. Sacaban al bebé del dormitorio conyugal cuanto
antes, generalmente hacia los seis meses, y expresaban la necesidad de guiar al niño por un camino de
independencia, además del deseo de recuperar su propia intimidad. También pensaban que esa separación
sería menos traumática si se realizaba más temprano que tarde. Tal como dijo una madre: "Soy un ser
humano y necesito un poco de tiempo e intimidad para mí misma". Además, muchos pediatras y expertos
en puericultura aseguran a las madres que el bebé está más seguro si duerme solo en una cuna o un moisés,
y ellas siguen ese consejo creyendo hacer lo correcto.

Cuando se estudia a quienes emigran de una cultura a otra se pueden apreciar con claridad las
diferencias de actitud; según resulta, de todas las tradiciones que cambian bajo la presión del país
adoptado, los patrones de sueño infantil son una de las últimas. En Inglaterra, los padres asiáticos -
originarios de India, Pakistán y Bangladesh- continúan durmiendo con el bebé, aunque no sea el patrón
aceptado ni el aconsejado por la medicina británica. Y en Estados Unidos, donde los pediatras y la sociedad
en general apoyan el sueño solitario, se mantienen bolsones étnicos en los que el patrón aceptado es
dormir con el bebé; también lo hacen las minorías que viven según las reglas de comunidades no blancas.
En un estudio de los hispanoamericanos de East Harlem, en Nueva York, el 21 por ciento de los niños de

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seis meses a cuatro años dormía con sus padres, comparado con el seis por ciento de una muestra
equivalente de niños blancos de clase media. El 80 por ciento de los niños hispanos compartían el cuarto de
sus padres, y esto no era únicamente por falta de espacio.

No son sólo los inmigrantes recientes los que difieren en cuanto a la manera de dormir de sus hijos.
Por ejemplo: en una comparación de blancos con afroamericanos, el 55 por ciento de los padres blancos y
el 70 por ciento de los padres negros dijeron dormir con sus bebés."Entre los blancos, dormir con sus hijos
era algo que hacían primordialmente cuando consideraban que el bebé tenía problemas para dormir -que
despertaban por la noche-, o cuando la madre no estaba muy conforme con asumir la crianza y tenía
sentimientos ambivalentes con respecto a la cercanía con un bebé. En este y otros estudios, el sueño con
los padres, en familias blancas, suele ser un último recurso para tranquilizar a un niño que está molesto o
resolver una relación problemática entre progenitor y vástago". Entre los padres negros aparecía como el
patrón normal, sin relación alguna con la búsqueda de solución a problemas de sueño o de relación.

En los Apalaches, al este de Kentucky, es norma dormir con los bebés y niños, desde hace cientos
de años."Aunque los habitantes de esta zona no son "minoría étnica" ni inmigrantes recientes, representan
una población cohesiva que se ha mantenido resistente a los cambios. Los historiadores apuntan que, en
tiempos coloniales, en la costa este de Estados Unidos era habitual que varios durmieran en la misma
cama; siendo las casas tan pequeñas, no había otra manera de hacerlo. Pero en el siglo XIX, cuando
empezaron a surgir ideas nuevas sobre la intimidad, la vivienda reflejó esos cambios; de pronto
aparecieron dormitorios privados: primero, en las posadas; luego, en los hogares. La gente de los
Apalaches, descendientes de esa tradición más colonial, continuó con los dormitorios comunales; aun en la
actualidad, con espacio en abundancia, se niega a poner al bebé aparte. Pese a los consejos de los
pediatras de la zona, estas madres acuestan a sus bebés en la cama conyugal, pues creen en su particular
ideología de crianza.

Como señala la antropóloga Susan Abbott: "Para la mayoría de quienes acostumbran a hacerlo [el
sueño en compañía] no es una especie de extraño resabio de un pasado arcaico; tampoco es patológico en
su constitución ni en su resultado. Es un patrón de crianza actual, bien situado, que resiste los embates de
los expertos en puericultura contemporáneos". El objetivo es vincular estrechamente a la familia y
mantener cerca a los hijos. Verna Mae Sloane, de 75 años, escribe sobre la maternidad en los Apalaches:
"¿Cómo esperas retenerlos en la vida si comienzas por empujarlos lejos de ti?". Una vez más, la ideología
que orienta el dormitorio colectivo en esas culturas es más la del apego que la de la independencia.

Modelo de vida
Puesto que los padres controlan dónde duerme cada uno, es su sabiduría
popular la que dictamina las disposiciones para dormir. Como he dicho antes, en
aquellas culturas donde el principal objetivo de los padres es integrar a los niños en
la familia, el hogar y la sociedad, se mantiene a los bebés al alcance de la mano,
aun durante la noche. Los bebés duermen solos primordialmente en aquellas
sociedades (principalmente en el Occidente industrializado y sobre todo en Estados
Unidos), en las que se da importancia a la independencia y a la confianza en uno mismo.

Subrayando este inconsciente objetivo social hay un supuesto aún más fundamental, sostenido por
los norteamericanos y algunos otros grupos: que la manera de tratar a los niños desde el primer día tiene
un efecto importante sobre lo que harán cuando sean adultos. No todas las culturas comparten esta
filosofía. Los gusii, por ejemplo, consideran que la infancia es un período de dependencia, durante el cual
el objetivo no es modelar al bebé, sino mantenerlo con vida. Creen que los padres deben esperar hasta la
niñez para iniciar la educación. Para los mayas, madre y bebé son una unidad inseparable; ellos creen que
los pequeños no están listos para la orientación hasta que aprenden a hablar y a razonar. En esta cultura no
se considera que los recién nacidos sean susceptibles a la enseñanza, sino que sólo necesitan cuidados. En
otras palabras: el sueño puede adquirir un tono moral. Y la base de esa moralidad es cultural, por
supuesto. Los padres norteamericanos creen que es moralmente "correcto" para los infantes dormir solos,
aprendiendo así a ser independientes y autosuficientes.

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Que los padres duerman con sus hijos les parece extraño, psicológicamente patológico y hasta
pecaminoso. Aquellas culturas en las que se duerme con el bebé piensan que la práctica occidental de
acostarlo aparte es amoral y constituye una forma de descuido o irresponsabilidad de los padres."En ambas
culturas, los padres están persuadidos de que su estructura moral es la "correcta". La diferencia de actitud
también refleja la manera en que las diferentes culturas ven el sueño, en general. Los mayas lo tratan
como si fuera una actividad social, por lo que dormir sin compañía les parece penoso, mientras que los
norteamericanos lo consideran un tiempo para la intimidad: el sacrificio es compartir la cama. Además,
distinguen claramente entre día y noche y la clase de actividades que se pueden realizar en cada momento
de día, mientras que a los Kung San les resulta muy natural despertar en medio de la noche y pasar unas
cuantas horas conversando en torno de la fogata. En su cultura no existe el insomnio, porque nadie
pretende dormir toda la noche. En realidad, la investigación intercultural del sueño ha demostrado que
despertar por la noche es mucho menos frecuente en las culturas occidentales que en otras. Sin embargo,
los padres occidentales toman como mucho más problemáticos esos momentos de vigilia, relativamente
pocos, que suele tener un bebé durante la noche, en comparación con otras sociedades donde el sueño
infantil es mucho más ligero. Pero no es sólo la industrialización o la modernidad lo que ha fomentado las
noches de sueño solitario e ininterrumpido.

Como mencioné anteriormente, los niños japoneses duermen con sus padres hasta la adolescencia.
Aunque haya otros cuartos y otras camas disponibles, se acuestan en futons en la habitación de sus padres.
Los japoneses ven en el niño a un organismo biológico aparte, que debe ser atraído hacia una relación
interdependiente con los padres y la sociedad, sobre todo con la madre. Ellos prefieren no dormir solos, no
pretenden -y probablemente no conciban que a alguien pueda interesarle- dormir solos. Compartir la cama
con alguien que no sea la pareja también quita énfasis a la connotación sexual de la noche y la cama que
tanto impera en la sociedad norteamericana. Para los japoneses, el concepto de familia incluye compartir
la noche; el modelo de familia tiende a orientarse hacia la madre y los niños, con el padre afuera, a
diferencia de la versión norteamericana de la familia nuclear, con los padres como pareja sacrosanta y los
niños subordinados a esa relación primaria.

Otras naciones industrializadas han fijado patrones de expectativa en cuanto al sueño de los niños.
Los holandeses, según han descubierto Sara Harkness y Charles Super, expertos en desarrollo infantil,
piensan que es preciso regular estrictamente a los bebés, tanto en el sueño como en todos los demás
aspectos.

También atribuyen los problemas de sueño infantil a alguna interrupción en la rutina. Mientras los
padres norteamericanos se esfuerzan por hallar soluciones a corto plazo para que sus hijos duerman toda la
noche -paseos en coche, ruidosas aspiradoras, osos de peluche que dejan oír el ritmo de un corazón-, a los
niños holandeses se los acuesta temprano, todas las noches a la misma hora, dejando que se adapten. Y si
se despiertan, tienen que entretenerse solos y levantarse cuando llegue la hora. Las madres holandesas
mantienen este plan regulado haciendo todos los días lo mismo. No corren de acá para allá con sus hijos ni
los llevan a pasear en coche. No creen en el estímulo y la excitación constantes para desarrollar las
facultades cognitivas de los bebés.

En cambio les ofrecen un ambiente estable, que permite pocas interrupciones y alteraciones. Como
los japoneses, tienden a tener una opinión consensuada sobre la crianza. La regla de oro consiste en tener
horarios regulares, para dormir y para todo lo demás.

Cómo ayudar
En algunas culturas, sobre todo la norteamericana, se utilizan los patrones de sueño de bebé como
medida de su grado de desarrollo. ¿Duerme toda la noche? ¿Por qué no? ¿Qué le pasa, qué tiene de malo el
estilo de crianza? A menudo el sueño es algo que hay que discutir con el pediatra y tema importante para
los expertos en puericultura.

En tiempos recientes, por ejemplo, Richard Ferber ha promocionado en Estados Unidos un método
para ayudar a que los bebés duerman. La "ferberización" requiere comprender los patrones naturales de

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sueño de cada niño y trabajar con las asociaciones rituales que efectúan los pequeños. "El método de
Ferber ha obtenido popularidad entre los norteamericanos, por el papel especial que desempeña el sueño
en esta cultura. Tanto los pediatras como los padres dan importancia al sueño, utilizándolo como criterio
para evaluar la madurez, el temperamento y la personalidad del bebé".

Una encuesta entre pediatras norteamericanos demostró que el 92 por


ciento recomendaba horarios regulares para acostarlo; el 80 por ciento, una rutina
especial y ritualizada a la hora de dormir; el 88 apoyaba que el bebé durmiera en
su cuna fuera del cuarto de los padres y el 65, que no tuviera ningún contacto físico
con ellos durante toda la noche. Como los pediatras son la fuente principal de
orientación para los padres norteamericanos, el mensaje transmitido suena bien
claro: la manera correcta de criar a tus hijos es que duerman solos.

Este mensaje, respaldado por la profesión médica, adquiere un aura de verdad científica, por lo
que las madres estadounidenses -al menos, las blancas de clase media y media alta- adoptan esta ideología
sin cuestionarla. Pero pretender que los bebés duerman durante periodos más largos según, pasan las
semanas no es, simplemente, una construcción cultural norteamericana. De hecho, hay buenos motivos
biológicos para esperar que cambien sus patrones de sueño a medida que se desarrollan. Típicamente, el
recién nacido divide su descanso en periodos breves de sueño, intercalados con períodos de vigilia aún más
breves. "Al principio, estos intervalos se distribuyen al azar a lo largo de las 24 horas, pues el bebé no tiene
ritmo circadiano, dado que en el vientre no había día ni noche a los cuales acomodarse. Hacia los tres o
cuatro meses, no obstante, el ambiente le ha dictado con claridad un ciclo nocturno-diurno y el cerebro
infantil ya está lo bastante maduro como para adoptarlo. Aunque el párvulo aumenta su cantidad total de
sueño sólo en una hora y media entre la primera semana y los cuatro meses de vida, consolidará ese sueño
en períodos más largos.

En las primeras semanas, la mayoría duerme cuatro horas a la vez; hacia los cuatro meses, muchos
alcanzan -al menos en las culturas occidentales, que fomentan esos periodos más largos- las ocho horas de
descanso nocturno ininterrumpido, suplementado con breves siestas. Y hacia los tres meses el cerebro
continúa esa consolidación presentando patrones de sueño más adultos en las ondas de actividad cerebral.

Esto forma parte de un desarrollo neurológico general, en el cual el bebé empieza a mover las
manos a voluntad y a seguir a la gente con los ojos. Sara Harkness, experta en desarrollo infantil, dice
irónicamente que, con el correr del tiempo, todos los niños acaban durmiendo como los adultos; sólo queda
por ver cuánto tardan en llegar a ese patrón. En otras palabras: obsesionarse con el sueño e inventar
triquiñuelas para que el bebé duerma toda la noche es, quizás, empujar el asunto más allá del potencial
biológico de niño. Muchos padres necesitan saber que dormir toda la noche (es decir, entre seis y ocho
horas sin interrupción), en la infancia o en la edad adulta, no es una verdad biológica ni un hecho cultural
universal. Los bebés norteamericanos, por ejemplo, suelen despertar durante la noche, pero a menudo se
consuelan solos y continúan durmiendo. Los pequeños kipsigis africanos despiertan tres o cuatro veces cada
noche hasta llegar a los ocho meses. Y hay una asombrosa variedad en la cantidad de sueño que cada uno
logra. Harkness descubrió que los bebés norteamericanos duermen dos horas más por día que los kipsigis.
Más sorprendente es su descubrimiento de que los niños holandeses duermen dos horas más que los
norteamericanos. Es obvio que los bebés (y presumiblemente los adultos) no duermen la misma cantidad de
horas, y cada cultura ayuda a determinar el cómo. James McKenna, para empezar, examinó los patrones de
sueño en distintas culturas y llegó a algunas conclusiones asombrosas: "Los humanos somos dormidores
bifásicos, es decir, estamos diseñados para dormir dos veces en un período de 24 horas. La siesta de la
tarde es parte de nuestro ser. Así que nadie debería sentirse culpable por echarse un sueñecito durante el
día".

La idea de una fase de vigilia energética durante el día, seguida por un período de sueño sin
interrupciones durante la noche, quizá sea más una fantasía cultural que un imperativo biológico. En
realidad, no concuerda con la manera en que los humanos y otros animales administramos el día de 24
horas. De un modo u otro, el bebé siempre dormirá lo que necesita.

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Duermen solos
Ya sea atado a la espalda de su madre, colgando de una hamaca en una
choza de barro o anidado en un moisés forrado de encaje en un cuarto pintado de
color rosa, todos los bebés se las componen. Pero si bien el acto real de dormir es
siempre el mismo -durante el descanso los niños están inconscientes y sueñan- el
ambiente del sueño puede ser muy diferente para cada criatura. Tomemos el ruido,
por ejemplo. Un bebé que duerme solo disfruta de un considerable silencio, con
pocos ruidos que penetren sus sentidos. El bebé que duerme en una habitación
llena de gente, aunque los otros también estén durmiendo, se encuentra rodeado de ruidos: voces y
respiraciones. Pensemos en el asunto del contacto. Un bebé solo toca apenas la ropa y su propio cuerpo; el
bebé que está en la cama con otro ser humano toca piel, calor y respiración. Los padres y los expertos en
puericultura siempre han reconocido que el ambiente donde se duerme cambia las cosas; justamente por
eso los occidentales aconsejan un lugar solitario y un ambiente tranquilo, pues buscan cierto tipo de sueño.
Por idéntico motivo, los etnopediatras se concentran ahora en el ambiente donde se duerme: ellos también
creen que es crucial para la salud y el desarrollo infantiles. Pero a diferencia de la mayoría de los
especialistas, los etnopediatras opinan que el sueño solitario, habitualmente recomendado, es
exactamente lo opuesto a lo que la naturaleza determinó por evolución y, por ende, distinto de lo que el
bebé en verdad necesita.

En todos los estudios comparativos del sueño infantil, las sociedades industriales de Occidente,
sobre todo entre blancos de clase media, ponen a sus niños y bebés en camas individuales y, a menudo, en
un cuarto propio. Este patrón contrasta marcadamente con casi toda la historia humana. Como ya hemos
visto, hasta hace 200 años todos los bebés dormían con adultos; virtualmente todo el mundo dormía con
alguien. Esto sucedía antes de que apareciera la noción de "intimidad", concepto que ha arraigado en las
culturas norteamericanas. En Europa, las casas de clase media reflejaban esta falta de intimidad; ninguna
casa tenía cuartos que funcionaran aparte ni dormitorios diferenciados de las habitaciones donde se vivía y
se comía. Cualquier ambiente se podía utilizar para dormir, cocinar, recibir a las visitas o atender los
negocios; muy pocas cosas en él estaban permanentemente fijas; ni siquiera los muebles. Tal como escribe
el historiador de la arquitectura Witold Rybczynski: "El hogar medieval no era en un lugar privado, sino
público". Era también un tiempo de gran pobreza y miseria. Aunque la nobleza europea tuviera varias
casas, con aposentos amplios y lujosos, los pobres estaban reducidos a tugurios de un solo cuarto.
También era una época de muerte. La mortalidad infantil era común; por ejemplo, en el primer
censo sueco, realizado en 1749, llegaba a 200 de cada 1.000 nacimientos (20 por ciento) Gran parte de esta
mortandad entre los niños se debía a enfermedades o a problemas en el parto, pero se pensaba que
muchos bebés, sobre todo en los centros urbanos, hablan muerto "por accidente" mientras dormían en la
misma cama con los padres. La causa se atribula a sofocación: la madre o el padre, al darse vuelta,
aplastaban al bebé y lo ahogaban. La asfixia se consideraba tan problemática que en Italia se inventó un
aparato llamado arcuccío para proteger a los recién nacidos de sus peligrosos padres dormidos.

Los dibujos muestran el arcuccío con aspecto de trampa para langostas; los costados de madera
tenían grandes agujeros donde era posible poner un pecho para amamantar y una barra arriba, para
sostener las mantas o frenar a un progenitor. Aunque se aceptara la asfixia como motivo de la alta
mortalidad infantil, en realidad muchos de estos fallecimientos eran sumamente sospechosos.
En los siglos XVI y XVII, la mayoría de los países europeos dictaron leyes para impedir que los padres
durmieran con sus bebés. En esencia, estaban tratando de impedir el infanticidio. Cuando habla
demasiadas bocas para alimentar era fácil sofocar a un bebé "por accidente". Por lo tanto, el gobierno
debía intervenir.

El miedo a la sofocación persigue hoy a muchos padres occidentales. A todos les parece posible
aplastar al bebé o ahogarlo bajo una montaña de mantas. Pero tal como apunta el investigador McKenna,
los bebés nacen con fuertes reflejos de supervivencia, capaces de gritar y patalear antes de permitir que
algo les obstruya las vías respiratorias. La sencilla evidencia de que, en el mundo actual, la mayoría de los
bebés duermen con uno de los padres sin morir asfixiados, debería convencer a los padres de que es
bastante difícil arrollar a un bebé sin darse cuenta. Es cierto que los colchones blandos y las almohadas
esponjosas representan un verdadero riesgo de sofocación; además, puede haber problemas si envolvemos

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al bebé tan apretadamente que no pueda expresar su instinto natural de empujar lo que molesta. Pero se
equivocan los padres occidentales temerosos de ahogar a sus niños.

En una atmósfera saludable, en la que los padres no estén intoxicados ni drogados y no sean
obesos, la posibilidad de matar a un niño por sofocación es igual a cero.

Si esto es verdad, ¿por qué persiste el mito? Porque en muchas culturas occidentales hay también
motivos sociales, emocionales y políticos para mantener a los bebés fuera del lecho paterno. En el siglo
XVII, la Iglesia Católica expresó su preocupación por la posible vulnerabilidad sexual de la joven que dormía
con su padre. Al mismo tiempo, la cultura europea estaba desarrollando las ideas del amor romántico y
redefiniendo el matrimonio como lazo conyugal antes que como unidad económica o política. De pronto la
relación madre-padre adquiría independencia dentro de la idea más amplia de familia. Cuando este vinculo
se tornó sagrado, intimo y sexual, nació la intimidad de los padres. Los hijos, aunque fueran frutos de esa
relación, no podían interferir en la unión de los esposos. Por una parte se vela a los niños y a los bebés
como una amenaza contra ese vinculo y contra el patriarcado por el cual el padre era la autoridad familiar.
Esta visión llevó más adelante al complejo de Edipo de la psicología freudiana, drama que no se puede
producir si no se entiende que la madre y el padre tienen, desde un principio, un vínculo especial y
privado.

En la actualidad, Occidente perpetúa el mito por medio de los pediatras y los expertos en
puericultura. He aquí, por ejemplo, el consejo de la doctora británica Miriam Stoppard: "Algunos padres
optan por hacer que el recién nacido duerma con ellos, porque de ese modo la alimentación nocturna
resulta más fácil. Después de algunas semanas, no debería ser un hábito difícil de abandonar". No está
claro si el hábito es del bebé o de los padres. La doctora Stoppard recomienda poner en la cuna una
fotografía grande de una cara femenina (la de mamá podría servir), ya que al bebé le gustan mucho los
rostros humanos; la foto puede sustituirse por una ilustración. Penelopc Leach, en Babyhood, admite que
los bebés duermen mejor acurrucados entre adultos, pero también apunta que los movimientos nerviosos
del niño suelen perturbar a los padres y que a muchos les incomoda tener un infante en el "lecho marital".

El doctor Benjamin Spock, que en los últimos cuarenta años ha sido el principal experto en
puericultura de Estados Unidos, siempre ha recomendado el sueño solitario para los bebés... nada de
mimos y poco consuelo. T. Berry Brazelton, quien heredó el cetro de Spock como pediatra nacional, está
de acuerdo con que los bebés necesitan una rutina y un lugar silencioso y solitario para dormir. Como en
Norteamérica es tan fuerte la presión para que los niños duerman solos, aun los que acuestan al bebé con
ellos se resisten a admitirlo, como si estuvieran cometiendo un delito. El motivo parece ser a la vez teórico
y psicológico, y está vinculado una vez más con la idea de independencia.

Aunque no hay pruebas específicas que lo apoyen, la mayoría de los padres estadounidenses creen
que el sueño en compañía fomenta la dependencia emocional. Y en la arrolladora gestalt de la vida
norteamericana, la dependencia se considera negativa. Los adultos pueden dormir juntos porque su
relación es sexual e íntima; en Norteamérica, la cama es para la sexualidad y la intimidad. Más aún: la
interdependencia de la pareja es el ideal contemporáneo. Pero los hijos no forman parte de esa intimidad
sexual ni de esa interdependencia. El sueño a solas concuerda con la perspectiva arraigada del vínculo
entre los padres como cerrado, privado, romántico y exclusivo. Por eso, bajo el miedo de sofocar al bebé,
subyace un objetivo más fuerte de los padres: impulsar a los hijos a arreglarse solos y hallar sus propias
relaciones.

El sendero por el que los padres animan a sus hijos se inicia poco después del nacimiento; lo
transitan tanto en el sueño como en las actividades e interacciones del día. Aunque no hay indicios
decisivos de que dormir a solas o en compañía tenga un efecto directo sobre el apego posterior (después de
todo, el sueño es sólo una parte de la vida), los padres escogen a consciencia un patrón en lugar de otro.
Parecería una elección bastante benigna, razonablemente basada en lo más conveniente para los padres.
Pero hay nuevas y asombrosas pruebas de que el sueño solitario sería algo más que un objetivo de los
padres: también podría ser un riesgo biológico.

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Lo mejor
El principal objeto de estudiar a los niños en distintas culturas es obtener alguna perspectiva sobre
lo que podría ser la mejor manera de criar a los bebés de nuestra especie. Todos ellos nacen con las
mismas necesidades: alimentación, abrigo, limpieza y atención. Sólo varía la manera en que los padres
realizan esas tareas.

Es posible que, cualquiera que sea el método, el bebé crezca


perfectamente bien. Después de todo, los niños son increíblemente
adaptables a aquello que el ambiente les echa. Todos los que ahora somos
adultos hemos sobrevivido, obviamente, a nuestros años infantiles. Aun así,
qué comen los bebés, cómo se alimentan, cómo duermen y cómo son
manejados, todo eso afectará su desarrollo físico y psicológico. En capítulos
anteriores me referí al apego y al vínculo, a los estudios de pequeños primates humanos y no humanos que
demuestran una relación fisiológica entre el alejamiento de la madre y un aumento en las hormonas del
estrés, junto con una depresión del sistema inmunológico. Si el bebé puede ser fisiológicamente afectado
como resultado del alejamiento de la madre durante el día, también puede haber efectos poderosos si es
separado durante la noche. Desde el punto de vista del bebé, ¿hay alguna diferencia entre dormir solo o
con un progenitor?
EL DOCTOR SUEÑO.
Para responder a estas preguntas, Jim McKenna recurrió a las investigaciones de expertos en
fisiología, neurología infantil y sueño humano. Lo más importante es que controló con monitores la danza
nocturna de madres dormidas con sus bebés. Su trabajo experimental sobre el sueño en compañía se inició
en 1984, cuando cruzó la primera puerta abierta del Departamento de Pediatría, en la Universidad de
California, y llenó de preguntas los oídos del doctor Claibourne Dungy, pediatra,
"Mi principal ventaja es que no tenía miedo de parecer un imbécil o de preguntar", cuenta McKenna.

Dungy reunió rápidamente "a cuatro personas de bata blanca que me miraron escépticamente". Una
de ellos era la doctora Sarah Mosko, psicobióloga y psicóloga clínica; lo mejor en su haber era su
experiencia en el manejo del polisomnógrafo, un polígrafo para controlar a las personas dormidas. Estaba
preparada para ayudar a McKenna a establecer una situación experimental que indicara la diferencia, si la
había, entre los bebés solitarios y los que dormían acompañados. Tenían pocas investigaciones en qué
basarse; hasta entonces todos los estudios del sueño infantil se habían realizado 39 con bebés que dormían
solos, como si ésa fuera la norma. Por eso tuvieron que innovar con un protocolo experimental con el cual
fuera posible poner a prueba su hipótesis.

En el laboratorio
Desde entonces, McKenna y Mosko han completado tres estudios de madres e
hijos, realizados en el Laboratorio sobre Trastornos del Sueño, en la Academia de
Medicina de la Universidad de California, Irvine. En el primer estudio, realizado en
1986, se controló a cinco madres con su bebé durante una noche. En el segundo,
ocho madres con su bebé pasaron las dos primeras noches durmiendo separados, pero
en cuartos adyacentes, para que ellas pudieran levantarse a amamantar a los
pequeños como lo habrían hecho en casa. En la tercera noche, madres y niños durmieron en la misma
cama; ninguna de ellas estaba acostumbrada a esto salvo una. En el estudio más reciente, 50 madres
latinas pasaron una noche con sus niños como lo hacían normalmente: separados o juntos; a la noche
siguiente, según lo decidió el azar, durmieron como lo hacían en el hogar o de manera diferente; a la
tercera noche, en la situación opuesta a la segunda.

Madres e hijos debían presentarse en el laboratorio a las ocho de la noche. El cuarto preparado
para dormir, con un lecho cómodo y gruesas cortinas de oscurecimiento, proporcionaba a los sujetos una
atmósfera confortable para el sueño. Antes de que se acostaran se pegaba a la cabeza de la mujer y a la
del bebé un cable para registrar las ondas cerebrales en un electroencefalograrna (EEG). Otro cable,
adherido cerca de la cuenca ocular, hacía lo mismo con los movimientos de los ojos; otro, en el mentón, el

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tono muscular. La respiración se verificaba midiendo el aire que pasaba por una cuenta puesta en la nariz y
por el movimiento del tórax. Otro cable, cerca del corazón, medía el ritmo cardiaco. También había una
cámara de vídeo de registro infrarrojo, puesta de modo que registrara los movimientos de los sujetos
durante la noche. Contra lo que se esperaba, las madres informaron que en el laboratorio se dormía de
maravillas. "Estas madres con bebés pequeños están muy necesitadas de sueño, explica Mosko.

Generalmente dicen que la noche en el laboratorio ha sido la primera vez que han podido dormir
razonablemente bien desde que nació el bebé."

Los impulsos viajaban por los cables hasta la sala de grabación, donde unas agujas entintadas
registraban los mensajes en un polisomnógrafo de 22 canales; esta máquina es un detector de mentiras,
utilizado para dibujar la arquitectura del sueño. Más adelante, Mosko interpretaba los gráficos y marcaba
los niveles de sueño en intervalos de 30 segundos. Luego establecía si cada sujeto estaba durmiendo en
determinado nivel, si estaba despierto o pasando por un despertar transitorio (cuando una persona pasa a
un nivel de sueño más ligero, sin despertar del todo). En los párvulos, el despertar transitorio se manifiesta
como abruptos incrementos en las ondas cerebrales lentas y de alto voltaje, que el polígrafo dibuja como
picos agudos. En las madres se podían determinar cambios similares en el EEG. Cuando pasaban por un
despertar transitorio, madres e hijos también presentaban otros cambios fisiológicos, como parpadeos y
movimientos de mentón. McKenna, con su experiencia en conducta animal, inspeccionó los vídeos: cuando
el bebé levantaba la cabeza, la madre abría los ojos, etcétera.

Los dos científicos compararon a madres e hijos durmiendo solos y juntos, intervalo por intervalo.
Estos datos ayudan a diferenciar los cinco niveles de sueño por los que puede pasar una persona durante la
noche. El sueño MOR, Movimiento Ocular Rápido, es el más activo: se mueven los ojos y el mentón, los
músculos se tensan y relajan, cambian las ondas cerebrales, la respiración y el ritmo cardiaco se tornan
erráticos.

Durante el estado de MOR se sueña, aunque los sueños también pueden producirse en otras etapas.
Hay cuatro niveles diferentes del MOR, numerados de 1 a 4; el sueño profundo se produce en los niveles 3 y
4. Para los bebés, los investigadores combinan los niveles 1-2 y 3-4 para distinguir categorías amplias de
sueño más ligero y más profundo. Una buena noche de sueño no se determina, necesariamente, por la
longitud de tiempo pasado en un nivel en particular, y los patrones individuales de sueño varían de una
persona a otra, pero lo que parece ser importante para un descanso satisfactorio es el número de ciclos por
los que se pasa en los diversos niveles recorridos durante la noche.

¿Cómo duemen?
En los tres estudios de McKenna y Mosko, los resultados eran
los mismos: madre y bebé, cuando duermen juntos, están
extraordinariamente sincronizados. Era la danza nocturna que
McKenna esperaba, tras sus siestas con su hijo, pero el trabajo
detallado continúa sorprendiendo a ambos investigadores y a los
otros colegas que se han incorporado al equipo. El resultado más
obvio es que los durmientes están fisiológicamente vinculados: los
movimientos y la respiración de cada uno afectan al otro.
Cuando uno se mueve entre distintos planos de sueño, el otro
también lo hace. Este reflejo de los patrones de sueño incluye incluso
despertares transitorios, esos momentos fugaces en que uno asciende rápidamente a un plano de sueño
más ligero para luego volver a descender. ¿Dónde puede estar la importancia de esto? Cada vez que el bebé
responde al estímulo de su mamá, la respuesta pone en movimiento un ciclo que le brinda una práctica
adicional en respiración. Hasta los bebés sanos experimentan apneas, pausas en la respiración, varias veces
cada noche.

Las apneas son la consecuencia de un paso a niveles de sueño más ligeros, acompañado por una
gran aspiración; el bebé no respira porque aún no lo necesita. Cuando vuelve al sueño se activa
nuevamente la razón para respirar. Por eso, cuando la madre pasa de un nivel a otro y el bebé se mueve
con ella, el pequeño adquiere más práctica en cuanto a navegar en la tormenta nocturna. Puesto que los

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bebés nacen tan incompletos en el aspecto neurológico, tiene sentido que el ambiente exterior, aun
durante el sueño, sea tan útil para "aprender" a dormir sin peligro toda la noche.
McKenna y Mosko descubrieron también que el bebé que duerme con su madre, aun cuando esté habituado
a hacerlo solo, lo hace de un modo muy diferente. Parece pasar más tiempo en los niveles 1-2 y menos en
los planos más profundos; exhibe más sueño MOR y está despierto durante más tiempo. En otras palabras,
se mueven con más frecuencia entre distintos niveles de sueño y tienen el sueño más ligero.

Christopher Richard, Mosko y McKenna también han descubierto que casi todas las madres con sus
hijos pasan toda la noche frente a frente. Aunque la madre acostumbre acostar al bebé boca abajo cuando
pasa la noche solo, cuando duerme con ella lo pone de espalda o de lado, buscando instintivamente una
posición que les permita estar cara a cara. Los bebés parecen preferirlo así; aunque estén de espaldas y
puedan elegir hacia dónde mirar, mueven la cabeza hacia la madre.

Esto podría ser, a primera vista, una situación posiblemente peligrosa. Los investigadores han
demostrado que las mujeres adultas expelen una temible cantidad de dióxido de carbono a corta distancia,
sobre todo si la manta forma un hueco frente a la cara del adulto. Pero una atmósfera de CO2 en la cara
también puede beneficiar a los bebés, pues cambia el medio inmediato y activa al cerebro para que ellos
respiren. Otros estudios han demostrado mayores beneficios fisiológicos para los bebés que duermen
acompañados. En el caso de los prematuros, el contacto directo aumenta la temperatura de la piel del
bebé; en los climas fríos esto es una ventaja, siempre que el pequeño no se acalore demasiado. Ese
contacto también estabiliza el ritmo cardiaco del bebé y reduce el llanto y las apneas durante el sueño. Al
menos, es obvio que crea un ambiente externo muy diferente que el sueño solitario.
Gracias al vídeo, hasta un novato puede observar el resultado más asombroso de la investigación de
McKenna: el sueño en compañía origina una mayor atención por parte de la madre.

Cuando ésta dormía con su bebé, exhibía una conducta protectora cinco veces mayor que cuando
se levantaba para atender al bebé. Lo besaba repetidamente, lo tocaba y lo cambiaba de posición;
reacomodaba las mantas y lo consolaba cuando el párvulo parecía inquieto. Y a veces ni siquiera estaba
consciente, según los datos del polígrafo. Instintivamente extendía una mano para mimar al pequeño,
manteniéndolo libre de daño.

Por ende, los bebés que duermen en compañía están bajo constante supervisión, a un susurro, una
caricia y una molécula de dióxido de carbono de la persona que los cuida. El bebé solitario, aunque sea
alimentado en cuanto llora y alzado cuando gimotea, nunca recibe durante la noche este tratamiento tan
íntimo.

Domir Juntos
Por qué dormimos los animales, nadie lo sabe, pero tenemos una
buena idea de cómo. Al igual que la mayoría de los estados físicos, el sueño
involucra una serie de mecanismos biológicos o fisiológicos. El sueño está
bajo el control del tronco cerebral primitivo, situado en la base del cerebro,
donde hay células diferenciadas que intercambian mensajes con el corazón,
los pulmones, los músculos que rodean el diafragma y las costillas y los
órganos productores de hormonas, sistemas todos que controlan y regulan la
coreografía del sueño. Mientras dormimos, como durante la vigilia, los
humanos adultos pasamos por distintos periodos de respiración controlada por el neocórtex y respiración
automática dirigida por el tronco cerebral. Los adultos podemos manejar el cambio entre estos distintos
tipos de respiración, pero para los bebés no es tan sencillo; nacen con el cerebro neurológicamente
incompleto y no desarrollan la capacidad de navegar fácilmente entre un tipo de respiración y otro hasta
tener, por lo menos, tres o cuatro meses. Y esto se refleja en los patrones de sueño de los recién nacidos.

Como dije anteriormente, no pueden consolidar los períodos de sueño y no distinguen entre día y
noche; además pasan más tiempo que los adultos en el sueño MOR.

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Cuando el bebé duerme con su madre, reacciona a los movimientos de ésta y pasa por numerosos
cambios en las etapas del sueño, mucho más que cuando duerme solo; así practica el repetido salto de un
tipo de respiración a otro. Dejado solo, el bebé debe manejarse a lo largo del sueño nocturno con el poco
adiestramiento que tiene y sin estímulos o guías ambientales externas. Con el correr del tiempo, la mayoría
de los bebés desarrollan la capacidad de pasar de un tipo de respiración a otro, a medida que el cerebro se
desarrolla junto con el sistema nervioso hasta manejar perfectamente la respiración nocturna. Pero par
algunos bebés, este paso entre distintos tipos de respiración puede ser más difícil; a ellos podría beneficiar
el metrónomo externo de la respiración de los padres. El sueño en compañía, con sus movimientos
sincronizados entre diversos niveles de sueño y sus puntos de control físico, quizá sea exactamente lo que
la naturaleza ideó para asegurarse de que el bebé sobreviviría a la noche y, además, de que aprendiera a
dormir y respirar solo.

Para McKenna, el vínculo entre madre e hijo, tan claramente visible en el aspecto fisiológico, bien
puede repetirse en lo psicológico. Aunque consideramos que el bebé es independiente de su madre desde
el nacimiento, dado que ella ya no participa en la regulación de su ser físico, aún existe un vínculo físico.
Aunque algunos deseen que sus bebés sean independientes, esta investigación demuestra que él necesita
estar en contacto, conectado, formando parte del sistema biológico de un adulto, en tanto se desarrolla y
madura a su propio ritmo biológico.

Casi todos los padres de la cultura occidental, al optar por el dormitorio aparte, han alterado el
estado de sincronismo físico entre progenitor y bebé durante las horas de sueño. Lo importante es que los
padres comprendan que, en este caso, no lo han hecho por motivos biológicamente correctos, sino por
razones culturales. Aunque bien intencionados, no comprenden que también pueden estar sometiendo a sus
bebés a riesgos innecesarios.

Muerte Súbita
El síndrome de muerte en la cuna (Sudden Infant Death
Syndrome: SIDS) es la principal causa de mortalidad infantil en Estados
Unidos, aunque se ha comprobado que se da en casi todas las sociedades
del planeta. Un bebé se duerme, aparentemente en buen estado de
salud, y muere sin previo aviso. El SIDS no es una enfermedad en sí
misma, sino un síndrome; esto significa que la etiología es compleja. La
causa de la muerte se puede atribuir muchos orígenes Fisiológicos.

A menudo las señales apuntan a una falla respiratoria, una


incapacidad de controlar el ciclo de la respiración durante el sueño o, quizá, la incapacidad de volver a
respirar después de una apnea. Para McKenna y otros, no es casualidad que el manejo de la respiración se
presente entre los tres y los cuatro meses de edad, el mismo período en que los bebés son más vulnerables
al SIDS. Además, en los climas fríos se producen casos porque el bebé, muy envuelto en mantas pesadas,
está sujeto a la hipotermia. En general, el sistema cardiovascular falla y el pequeño no se recupera. La
muerte se atribuye al SIDS cuando no hay accidente y no se ha diagnosticado ninguna enfermedad. Los
padres sólo saben que algo ha funcionado muy mal, que por algún motivo el bebé no logró sobrevivir a la
noche o a una siesta. Rara vez hay señales de advertencia; algunas veces el pequeño estaba algo resfriado;
otros presentaban problemas respiratorios; pero con mucha frecuencia padres y médicos no tienen motivos
para pensar que un bebé en particular sea vulnerable.

El SIDS se presenta más a menudo entre los varones que entre las niñas y entre bebés que nacieron
con peso inferior al normal (el 18 por ciento son bebés prematuros). La característica más llamativa es la
edad en la que se presenta: un 90 por ciento de los casos de SIDS se produce antes de los seis meses; más
comúnmente, entre los tres y los cuatro. Lo sorprendente es la extraña distribución del SIDS en las
culturas. La tasa mayor está en Estados Unidos, donde mata a dos de cada 1.000 nacidos con vida: casi uno
por hora.

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La Alianza del Síndrome de Muerte en la Cuna señala que, en un año, mueren en Estados Unidos
más niños por SIDS que por cáncer, enfermedades cardiacas, neumonía, maltrato, SIDA y otros males
sumados. Induce a confusión esta proporción inesperadamente alta en toda Norteamérica, considerando
que tanto Estados Unidos como Canadá son naciones industrializadas, con una buena alimentación y
adecuada atención médica prenatal. Como contraste, la menor incidencia de SIDS Se produce en Asia; en
Japón es del 0,3 por mil; en Hong Kong, 0,03 por mil (entre 50 y 70 veces menor que en Occidente), y en
China resulta prácticamente desconocida, aunque en este caso puede haber graves problemas de
información. Los investigadores especulan que esa baja incidencia en Asia puede deberse a factores
ambientales, como el hacinamiento y una atmósfera socialmente estimulada, así como al hecho de que los
bebés, además de dormir con adultos, lo hacen más boca arriba que boca abajo, lo cual parece proteger
contra el SIDS. La posibilidad de que el ambiente o el estilo de crianza pueda tener relación con este
síndrome ha sido confirmada por estudios realizados con grupos de inmigrantes asiáticos radicados en
Estados Unidos.

En un estudio comparativo entre chinos, japoneses, vietnamitas y filipinos residentes en el sur de


California, la proporción general de SIDS era de 1,1 por cada 1.000 nacidos vivos: la mitad de la que existía
en la población no asiática. Más convincente es el hecho de que la proporción fuera más elevada entre los
grupos de inmigrantes que llevaban más tiempo en el país de adopción y, presumiblemente, hablan
adoptado prácticas occidentales para la crianza. En Gran Bretaña, donde la mezcla de culturas difiere de la
de Norteamérica, los asiáticos provenientes de la India, Bangladesh y Pakistán tienen tasas bajas, así como
las familias originarias del Oeste de África. Estas diferencias, así como el sorprendente hecho de que el
SIDS afecte menos a las zonas donde los párvulos corren mayor peligro de desnutrición, enfermedades y
bajo peso al nacer, piden a gritos una respuesta.

Si la incidencia del SIDS no disminuye con una buena atención prenatal, alimentación adecuada e
higiene, ¿cuáles pueden ser los otros riesgos?.

EL AMBIENTE DE CRIANZA Y EL SIDS.


El sueño infantil evolucionó mientras el bebé viajaba bamboleándose en un cabestrillo, señala el
antropólogo Jim McKenna. Existe algo físico en esa relación; no podemos seguir suponiendo que dormir solo
no puede tener ninguna consecuencia fisiológica. Para el bebé humano, sumamente altricio, la atención
social es una atención fisiológica. McKenna está convencido, merced al trabajo de su laboratorio y a la
información sobre el SIDS en distintas culturas, de que la costumbre occidental de asignar al bebé su propia
cama y su propio cuarto no sólo es extraña, sino que va a contrapelo del tipo de atención para el cual
fueron proyectados los bebés. La idea de que el medio, específicamente la crianza, podría tener relación
con el SIDS es un tema controvertido. Nadie quiere culpar a los padres y, obviamente, hay algún motivo
biológico primario para que algunos bebés no sobrevivan a la infancia y otros sí, cualquiera que sea el modo
de dormir o el trato recibido. Pero ciertos cambios dramáticos que se han producido recientemente en la
tasa de SIDS vienen a subrayar la importancia de las prácticas de crianza para prevenir su incidencia.

En un principio, los expertos decían que era conveniente poner al bebé boca abajo para dormir, a
fin de que no se ahogara con su propio vómito. Pero comenzó a aparecer una relación entre la posición
supina y la baja incidencia del SIDS; su frecuencia empezó a bajar cuando se aconsejó a los padres que
acostaran al bebé boca arriba. Por ejemplo: en el Reino Unido se produjo una reducción del 90 por ciento,
entre 1981 y 1992, desde el momento en que se adoptó esa nueva posición para dormir; en Holanda,
Australia y Nueva Zelanda, la reducción fue del 50 por ciento.

En Estados Unidos, la caída del SIDS ha sido mucho menos espectacular, pues este cambio en las
recomendaciones de la puericultura ha sido menos publicitario y menos aceptado. Pero la mayoría de los
pediatras reconocen ahora que, al estar boca abajo, el bebé no puede patear las mantas si tiene
demasiado calor; de ese modo se reprime su instinto natural de regular la temperatura corporal. Y el bebé
no sólo resulta afectado en sus movimientos. Al parecer, los párvulos duermen de otro modo cuando están
en esa posición; duermen más y pasan más tiempo fuera del nivel MOR; además, los despertares
transitorios son menos y más breves. En otras palabras: duermen profundamente. Tal vez por esto los
pediatras comenzaron por recomendar ponerlos boca abajo: el objetivo occidental era que el bebé

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durmiera como un tronco. En posición supina, se agita, se retuerce y su sueño es mucho más ligero. Pero se
pasó por alto que un sueño ligero es, esencialmente, mucho mejor para el bebé que está aprendiendo a
dormir.

Hay algo más interesante: los datos de ambas posiciones pueden ayudar a explicar por qué las
culturas no occidentales están menos afectadas por el SIDS. Por definición, en otras culturas los bebés
duermen con la madre y maman a voluntad durante la noche. La investigación de McKenna ha demostrado
que, cuando la madre acuesta al bebé con ella, siempre lo pone de espaldas. Esta posición le permite darle
el pecho y vigilarlo con más facilidad; además, el bebé se mueve con mayor libertad. La alimentación
materna, por sí sola, también protege contra el SIDS, presumiblemente porque la lactancia nocturna
frecuente combate la hipoglucemia y asegura que la madre esté atenta. Naturalmente, las madres no
eligen la posición supina porque evite el SIDS, sino porque les parece natural. En los últimos cinco años,
poco más o menos, el simple acto de cambiar la posición del niño para dormir ha disminuido
significativamente la proporción de SIDS. Como la disminución se logró con un sencillo cambio en el estilo
de crianza, se ha abierto un nuevo camino para la investigación de este síndrome: conducta, antes que
fisiología.

Siguiendo la orientación de McKenna, ciertos científicos británicos preguntaron si las diferentes


proporciones de SIDS entre blancos y asiáticos de Gran Bretaña se podían atribuir a las prácticas de crianza
o al ambiente hogareño. Aunque en aquel país todo el mundo tiene derecho a una atención médica decente
y comparte una cultura general, los investigadores pensaban que podían existir diferencias
microambientales que proporcionaran algunas pistas en cuanto a la diferente incidencia del síndrome.

Se realizó un estudio de 20 padres provenientes de Bangladesh y 20 galeses, todos de la misma


clase socioeconómica y radicados en la misma zona de Cardiff, Gales. Descubrieron que los bebés de los
hogares asiáticos formaban parte de familias extensas y vivían en un "movido ambiente social y táctil". Rara
vez eran dejados solos o llorando; tanto bebés como niños siempre dormían con un adulto. Los
investigadores llegaron a la conclusión de que, en la familia de Bangladesh, la crianza es un asunto público
y comunitario. Por el contrario, los bebés galeses eran empujados a la independencia; en oportunidades se
dejaba que lloraran y pasaran buena parte del tiempo solos, tanto dormidos como despiertos. Además, su
atención estaba a cargo de una sola persona, generalmente la madre, y rara vez intervenían otros.

Por ende, los investigadores llegaron a la conclusión de que un ambiente social, en comparación
con otro privado, tendría algo que ver con la baja incidencia del SIDS entre los asiáticos.
Otros han sido más escépticos y aún ven cierto peligro en poner al bebé en la cama de los padres. Un
estudio en Nueva Zelanda trató de establecer una relación entre el SIDS y la cama compartida. Encontraron
una asociación entre grupos minoritarios de maoríes, pero el estudio no había eliminado factores como el
consumo de alcohol y de drogas, la obesidad y el uso del tabaco, que están relacionados con el SIDS. Tal
corno señala McKenna: el hecho de que algunas víctimas de este síndrome hayan muerto mientras dormían
con sus padres no es motivo para atribuirlo a esa actitud de los padres; existen otros riesgos potenciales
más probables.

Otro estudio del SIDS en relación con el lecho compartido, realizado con 200 familias de distintos
orígenes raciales radicadas en California, en el que el 22,4 por ciento de los casos correspondían a hogares
donde se compartía la cama, no halló ninguna relación entre el sueño en compañía y el SIDS.

Aunque los datos de laboratorio puedan ser nuevos, los hechos datan de largo tiempo: casi todos los
bebés humanos, en el último millón de años, han dormido en contacto con un adulto. Y aún en la
actualidad, en la mayor parte del mundo los bebés pasan su primer año durmiendo con un adulto. Aunque
muchos padres occidentales son firmes partidarios de que sus hijos duerman aparte, los datos de otras
culturas, junto con la conciencia de los posibles peligros de que duerman solos, podrían convencer a otros
de que rechazaran sus propias tradiciones culturales para intentar otra cosa.

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¿Cómo dormir?
A pesar de la gran cantidad de datos y grabaciones existentes, McKenna y sus colegas no consideran
que el solo hecho de que los bebés duerman solos provoque el síndrome de muerte
en la cuna. Tampoco creen que dicho síndrome quedaría erradicado si los bebés
durmieran acompañados. Consideran que para algunos bebés que corren ese riesgo,
el dormir acompañados podría proporcionar un entorno psicológico más positivo para
pasar la noche.

Más concretamente, los datos con que cuentan hasta el momento sugieren que el dormir en
compañía tiene grandes beneficios, en oposición a la infinidad de mitos que impiden que los padres
compartan la noche con sus pequeños. En lugar de limitarse al sencillo acto de llevar a los niños a la cama,
la cultura occidental sigue insistiendo en que lo ideal es que los niños duerman solos. Esto supone contar
con una habitación especial para el bebé, elaboradas cunas y colchones blandos, y juguetes que faciliten el
sueño, como osos de felpa que emiten el sonido del corazón humano; es decir un entorno muy diferente
del que vivían los bebés hace un millón y medio de años.

Los nuevos datos no recomiendan que volvamos a dormir en jergones o que acostemos a los bebés
en el suelo, sobre la piel de un animal. Pero es evidente que existen maneras de combinar lo que la
tecnología moderna y el conocimiento científico tienen que ofrecer con lo que es mejor para la biología
infantil. McKenna cita un buen ejemplo. Muchos padres occidentales utilizan intercomunicadores para
saber cuándo el bebé llora o está inquieto. Desde una perspectiva evolutiva y biológica, estos artilugios son
absurdos, ya que en la mayor parte de las sociedades el bebé debería dormir con su madre o con una
persona que oyera y percibiera cada llanto o queja.

Finalmente, sugiere McKenna, los intercomunicadores deberían funcionar a la inversa, de manera


tal que los bebés pudieran dormir rodeados de los sonidos normales de la casa. En este caso, la tecnología
ha mejorado las cosas para los padres, pero no para los bebés. Las necesidades de los bebés y las
respuestas de los padres a esas necesidades constituyen un sistema dinámico y de evolución conjunta, un
sistema que fue -y sigue siendo- moldeado por la selección natural para maximizar la supervivencia infantil
y aumentar el éxito reproductivo. La cultura puede cambiar y la sociedad progresar, pero la biología
cambia a un ritmo mucho menor. Los bebés siguen fieles a la biología del Pleistoceno a pesar de vivir en la
era moderna, y no hay artilugios tecnológicos ni rutinas de sueño que puedan cambiarla.

Lo que los bebés necesitan de sus padres es que formen parte de ese sistema interactivo padres-
bebé que cambió por razones evolutivas y que es -aún hoy- una necesidad biológica.

Hazlo: La necesidad es natural. Ríndete ante ella.


Por Robert Wright (traducción de Ana Charfén)

Cada noche, miles de padres, siguiendo la sabiduría común de


cómo cuidar a sus hijos, hacen uso de un ritual macabro. Ponen a su bebé
de algunos meses en una cuna, salen del cuarto, y estudiadamente,
ignoran su llanto. El llanto puede durar de 20 a 30 minutos antes de que
el padre pueda regresar. El bebé puede ser acariciado pero no levantado,
y el padre debe irse rápidamente, después de lo cual el llanto vuelve.
Eventualmente el sueño llega, pero el ritual recurre si el bebé se vuelve
a despertar durante la noche. La misma cosa sucede la siguiente noche,
excepto que el padre debe esperar cinco minutos más entre el tiempo
que va a ver a su bebé y lo consuela acariciándolo. Esto dura una
semana, dos semanas, tal vez un mes. Si todo va bien, finalmente llega

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el día en que el bebé se duerme solo sin llorar, y no toma alimento durante toda la noche. Mamá y papá
sienten que “ya la hicieron”.

Esto se conoce como “Ferberizar” a un niño, por Richard Ferber el experto americano más conocido
en sueño infantil. Muchos padres piensan que sus consejos para dormir a los bebés son agonizantes, pero
persisten, porque les han dicho que no le hacen daño al bebé. Ferber dice que este ritual es el proceso
natural del niño para aprender a dormirse solo. Lo que suena para el oído no entrenado como un bebé
luchando en protesta desesperada de abandono, es descrito por Ferber como un niño “aprendiendo nuevas
asociaciones”.

En este punto, les diré mi propia experiencia: Mi esposa y yo somos Ferberizadores fallidos. Cuando
nuestra primera hija demostró que podía llorar por 45 minutos sin parar, nos dimos por vencidos y la
dejamos dormir en nuestra cama. Cuando nuestra segunda hija nació tres años después, ni siquiera nos
molestamos en armar la cuna. Ella no era muy chillona, y parecía una buena candidata para la
Ferberización, pero descubrimos que nos gustaba dormir con un bebé.

¿Cómo tuvimos el valor para desafiar la sabiduría y los consejos populares de como hacer dormir a
un bebé? Esto nos lleva a nuestra segunda experiencia (peligrosamente familiar para muchos lectores):
Darwinismo. Para nuestra especie, el arreglo natural para la noche es que los niños duerman cerca de sus
madres por los primeros años. Por lo menos es la norma en las sociedades de cazadores grupales, lo más
cercano que tenemos al ambiente social del cual los humanos evolucionaron. Las madres amamantan a sus
hijos para dormir y luego amamantan a libre demanda a través de la noche. Suena cansado, pero no lo es.
Cuando el bebé llora, las madres amamantan como un reflejo, a menudo sin despertarse del todo. Si
llegara a estar despertar y estar completamente consciente, se duerme rápidamente junto con el bebé.
Como el padre, que puedo dar fe de esto, uno no se despierta completamente.

Así que la Ferberización, es antinatural. No necesariamente quiere decir que sea mala. La técnica
puede no ser dañina (aunque de hecho si lo puede ser, como veremos a continuación). No intento quitarle
a Ferber su derecho de predicar la Ferberización o de los padres a practicarla con tal de dormir en paz.
Cada quien sabe lo que hace. Lo que es molesto es que Ferber solo acepta su método como el bueno. El
implica que si los padres no siguen su método, están cometiendo un delito, como si los bebés necesitaran
dormirse solos en su cuarto. “Aún si tu y tu hijo parecen felices de compartir la cama durante la noche”,
escribe Ferber, “y aún si parece dormir bien en tu cama en la noche, a la larga este hábito no puede ser
bueno para ninguno de los dos.” En la televisión he visto a un padre admitir con vergüenza ante el famoso
gurú del cuidado de los bebés T. Berry Brazelton que le gusta dormir con su hijo de 3 años. Uno pensaría
que el pobre padre “cometería incesto”.

¿Por qué exactamente es malo dormir con los niños?. El aprender a dormir solos, dice Ferber, ayuda
a tu hijo a “verse a si mismo como un ser individual”. No lo entiendo. No es nada obvio para mí como un
bebé puede desarrollar un sentimiento robusto de autonomía al estar confinado en un pequeño cubículo
con barrotes a los lados y sojuzgado sin poder influir en su medio ambiente. (Menos obvio estos días,
cuando muchos niños están 40 horas a la semana en guarderías, y necesitan entrenamiento extra de
autonomía) Me encantaría ver evidencia de que eso es correcto, pero no hay ninguna. Al comparar como se
desarrollan los niños Ferberizados con los no Ferberizados, no nos dice nada, ya que los padres tienen
muchas otras maneras de criar y las variables no se pueden controlar.

Al carecer de datos, la gente como Ferber o Brazelton hacen afirmaciones creativas acerca de lo
que sucede dentro de la cabeza de los bebés. Ferber dice que si dejas dormir un bebé entre tu y tu esposo
(a) “en el sentido de que los separa a los dos, el bebé se puede sentir muy poderoso y preocuparse”.
Bueno, él podría sentir eso, supongo, o tal vez puede solo sentirse acurrucadito y calientito. Es difícil de
decir (de hecho si se ven “acurrucaditos”). Brazelton dice que cuando un niño se despierta en la noche y tu
te niegas a ir por él. “Tal vez no le guste, pero él entenderá”. ¡Oh, Dios!

De acuerdo a Ferber, el problema de dejar a un niño que tiene miedo de dormir solo, en tu cama es
que “tu realmente no estás resolviendo el problema. Debe haber alguna razón por la que tenga tanto
miedo”. Claro, debe haberla. Tal vez el cerebro de tu hijo fue diseñado por selección natural a través de

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millones de años durante los cuales las madres durmieron con sus bebés. Tal vez entonces si los bebés se
descubrían completamente solos en la noche a menudo significaba que algo horrible había sucedido,
digamos que la madre se la había comido una bestia. Tal vez el cerebro joven está diseñado para responder
a esta situación en llorar histéricamente para que algún pariente que lo pudiera escuchar lo pudiera
encontrar. Tal vez, para hacerlo más corto, la razón por la cual los niños que al dejarlos solos suenan
aterrorizados, es que los niños al dejarlos solos se aterrorizan, tal vez sea eso.

Algunas semanas de terror nocturno presumiblemente no van a dañar permanentemente a tu hijo.


Los humanos son resistentes por naturaleza. Si la teoría de Ferber hace daño a los niños, lo hace
indirectamente: el negar la leche de la madre al niño durante la noche. La leche materna, se ha
descubierto que es como una “placenta externa” cargada de hormonas perfectamente diseñada para
ayudar al desarrollo. Un estudio demostró que aumenta el coeficiente intelectual. Presumiblemente,
muchos de los beneficios del amamantar se pueden conseguir a través del día. Pero ciertamente no
sabemos que un período de 11 horas sin amamantar no haga daño. Y si sabemos que tal período de tiempo
no es parte natural del plan para un bebé de cinco meses, por lo menos para las sociedades de cazadores
grupales. O al juzgar a la leche en sí misma: es delgada y acuosa, típica de las especies que amamantan
frecuentemente. O al juzgar a las madres: Al no amamantar en la noche, puede causar doloroso
hinchamiento o hasta infección en el seno. Entre tanto, toda la evidencia disponible sugiere que la
alimentación nocturna es natural, Ferber dice lo contrario. Si después de los 3 meses de edad tu bebé se
despierta en la noche y quiere comer “es que está desarrollando un problema del sueño”.

Generalmente yo no me quejo de las estructuras sociales patriarcales opresivas, pero el Ferberizar


es una buen ejemplo de una de estas. Como los entusiastas de la “cama familiar” han notado, los doctores
varones, que no tienen idea de lo que es la maternidad, han intimidado a las mujeres por décadas a
practicar cosas no naturales y destructivas. Durante algún tiempo los doctores decían que las madres no
deberían amamantar más seguido a sus bebés que cada cuatro horas. Ahora admiten que estaban
equivocados. Durante un tiempo, presionaron a las madres a alimentar a los bebés con botella. Ahora
admiten que estaban equivocados. Por un tiempo les decían a las mujeres embarazadas que deberían
mantener la ganancia de peso al mínimo (¡y algunas mujeres lo lograban fumando más cigarros!).

Equivocados otra vez. Ahora les dicen a las madres que deben negar el alimento a los infantes toda
la noche, cuando los bebés tienen algunos meses de edad. Ya hay signos de que este “consejo” está por
comprobarse que es incorrecto. Aunque Ferber no ha puesto su bandera blanca, Brazelton suena cada vez
menos preocupado de los padres que duermen con sus bebés. (No nos sorprenda que la persona menos
“estricta con los infantes”, la famosa experta en cuidado de los niños, sea una mujer, Penélope Leach).
Mejor tarde que nunca. Pero en el cuidado de los bebés, así como en las ciencias del comportamiento,
generalmente, nos podríamos haber ahorrado mucho tiempo y problemas si reconociéramos que los
humanos somos mamíferos, y ponderáramos las implicaciones de este hecho.

Robert Wright es el autor de The Moral Animal: Evolutionary Psychology and Everyday Life.
Ilustracion porRobert Neubecker. 27 de marzo de 1997.

DECLARACION SOBRE EL LLANTO DE LOS BEBÉS.


Hombres y mujeres, científicas y profesionales que trabajamos en distintos campos de la vida y del
conocimiento, madres y padres preocupados por el mundo en el que nuestros hijos e hijas van a crecer,
hemos creído necesario hacer la siguiente declaración:
Es cierto que es frecuente que los bebés de nuestra sociedad Occidental lloren, pero no es cierto
que 'sea normal'. Los bebés lloran siempre por algo que les produce malestar: sueño, miedo, hambre, o el
más frecuente, y que suele ser causa de los anteriores, la falta del contacto físico con su madre u otras
personas del entorno afectivo.
El llanto es el único mecanismo que los bebés tienen para hacernos llegar su sensación de malestar,
sea cual sea la razón del mismo; en sus expectativas, en su continuum filogenético no está previsto que ese
llanto no sea atendido, pues no tienen otro medio de avisar sobre el malestar que sienten ni pueden por sí
mismos tomar las medidas para solventarlo.

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El cuerpo del bebé recién nacido está diseñado para tener en el regazo materno todo cuanto
necesita, para sobrevivir y para sentirse bien: alimento, calor, apego; por esta razón no tiene noción de la
espera, ya que estando en el lugar que le corresponde, tiene a su alcance todo cuanto necesita; el bebé
criado en el cuerpo a cuerpo con la madre desconoce la sensación de necesidad, de hambre, de frío, de
soledad, y no llora nunca.

Como dice la norteamericana Jean Liedloff, en su obra The Continuum Concept, el lugar del bebé
no es la cuna ni la sillita ni el cochecito, sino el regazo humano. Esto es cierto durante el primer año de
vida; y los dos primeros meses de forma casi exclusiva (por eso la antigua famosa 'cuarentena' de las recién
paridas); luego, los regazos de otros cuerpos del entorno pueden ser sustitutivos algunos ratos. El propio
desarrollo del bebé indica el fin del periodo simbiótico: cuando se termina la osificación y el bebé empieza
a andar: entonces empieza poco a poco a hacerse autónomo y a deshacerse el estado simbiótico.
La verdad es obvia, sencilla y evidente.
El bebé lactante toma la leche idónea para su sistema digestivo y además puede regular su
composición con la duración de las tetadas, con lo cual el bebé criado en el regazo de la madre no suele
tener problemas digestivos.
Cuando la criatura llora y no se le atiende, llora con más y más desesperación porque está
sufriendo. Hay psicólogos que aseguran que cuando se deja sin atender el llanto de un bebé más de tres
minutos, algo profundo se quiebra en la integridad de la criatura, así como la confianza en su entorno.
Los padres, aunque nos han educado en la creencia de que 'es normal que los niños lloren' y que
'hay que dejarles llorar para que se acostumbren', y por ello estamos especialmente insensibilizados para
que su llanto no nos afecte, a veces no somos capaces de tolerarlo. Como es natural si estamos un poco
cerca de ellos, sentimos su sufrimiento y lo sentimos como un sufrimiento propio. Se nos revuelven las
entrañas y no podemos consentir su dolor. No estamos del todo deshumanizadas. Por eso los métodos
conductistas proponen ir poco a poco, para cada día aguantar un poquito más ese sufrimiento mutuo. Esto
tiene un nombre común, que es la ‘administración de la tortura’, pues es una verdadera tortura la que
infligimos a los bebés cuando hacemos ésto, y nos infligimos a nosotras mismas, por mucho que se disfrace
de norma pedagógica o pediátrica.
Varios científicos estadounidenses y canadiense (biólogos, neurólogos, psiquiatras, etc.), en la
década de los noventa, realizaron diferentes investigaciones de gran importancia en relación a la etapa
primal de la vida humana; demostraron que el roce piel con piel, cuerpo a cuerpo, del bebé con su madre y
demás allegados, produce unos moduladores químicos necesarios necesarios para la formación de las
neuronas y del sistema inmunológico; en fin, que la carencia de afecto corporal trastorna el desarrollo
normal de las criaturas humanas. Por eso los bebés, cuando se les deja dormir sol@s en sus cunas, lloran
reclamando lo que su naturaleza sabe que les pertenece.
En Occidente se ha creado en los últimos 50 años una cultura y unos hábitos, impulsados por las
multinacionales del sector, que elimina este cuerpo a cuerpo de la madre con la criatura y deshumaniza la
crianza: al sustituir la piel por el plástico y la leche humana por la leche artificial, se separa más y más a la
criatura de su madre. Incluso se han fabricado modelos de walkyes talkys especiales para escuchar al bebé
desde habitaciones alejadas de la suya. El desarrollo industrial y tecnológico no se ha puesto al servicio de
las pequeñas criaturas humanas, llegando la robotización de las funciones maternas a extremos
insospechados.
Simultáneamente a esta cultura de la crianza de los bebés, se medicaliza cada vez más la
maternidad de las mujeres; lo que tendría que ser una etapa gozosa de nuestra vida sexual, se convierte en
una penosa enfermedad. Entregadas a los protocolos médicos, las mujeres adormecemos la sensibilidad y el
contacto con nuestros cuerpos, y nos perdemos una parte de nuestra sexualidad: el placer de la gestación,
del parto y de la exterogestación, lactancia incluida. Paralelamente las mujeres hemos accedido a un
mundo laboral y profesional masculino, hecho por los hombres y para los hombres, y que por tanto excluye
la maternidad; por eso la maternidad en la sociedad industrializada ha quedado encerrada en el ámbito
privado y doméstico. Sin embargo, durante milenios la mujer ha realizado sus tareas y sus actividades con
sus criaturas colgadas de sus cuerpos, como todavía sucede en las sociedades no occidentalizadas. La
imagen de la mujer con su criatura tiene que volver a los escenarios públicos, laborales y profesionales, so
pena de destruir el futuro del desarrollo humano.
A corto plazo parece que el modelo de crianza robotizado no es dañino, que no pasa nada, que las
criaturas sobreviven; pero científicos como Michel Odent (1999 y www.primal-health.org), apoyándose en
diversos estudios epidemiológicos, han demostrado la relación directa entre diferentes aspectos de esta

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robotización y enfermedades que sobrevienen en la edad adulta. Por otro lado, la violencia creciente en
todos los ámbitos tanto públicos como privados, como han demostrado los estudios de la psicóloga suizo-
alemana Alice Miller (1980) y del neurofisiólogo estadounidense James W. Prescott (1975), por citar sólo
dos nombres, también procede del mal trato y de la falta de placer corporal en la etapa primera de la vida
humana. También hay estudios que demuestran la correlación entre la adicción a las drogas y los trastornos
mentales, con agresiones y abandonos sufridos en la etapa primal. Por eso los bebés lloran cuando les falta
lo que se les quita; ell@s saben lo que necesitan, lo que les correspondería en ese momento de sus vidas.
Deberíamos sentir un profundo respeto y reconocimiento hacia el llanto de los bebés, y pensar
humildemente que no lloran porque sí, o mucho menos, porque son malos. Ellas y ellos nos enseñan lo que
estamos haciendo mal.
También deberíamos reconocer lo que sentimos en nuestras entrañas cuando un bebé llora; porque
pueden confundir la mente, pero es más difícil confundir la percepción visceral. El sitio del bebé es nuestro
regazo: en esta cuestión, el bebé y nuestras entrañas están de acuerdo, y ambos tienen sus razones.
No es cierto que el co-lecho (la práctica de que los bebés duerman con sus padres) sea un factor de
riesgo para el fenómeno conocido como ‘muerte súbita’. Según The Foundation for the Study of Infant
Deaths, la mayoría de los fallecimientos por ‘muerte súbita’ se producen en la cuna. Estadísticamente, por
lo tanto, es más seguro para el bebé dormir en la cama con sus padres que dormir solo (Angel Alvarez
www.primal.es).
Por todo lo que hemos expuesto, queremos expresar nuestra gran preocupación ante la difusión del
método propuesto por el neurólogo E. Estivill en su libro Duérmete Niño (basado a su vez en el método
Ferber divulgado en Estados Unidos), para fomentar y ejercitar la tolerancia de los padres al llanto de sus
bebés; se trata de un conductismo especialmente radical y especialmente nocivo teniendo en cuenta que el
bebé está aún en una etapa de formación. No es un método para tratar los trastornos del sueño, como a
veces se presenta, sino para someter la vida humana en su más temprana edad. Las gravísimas
consecuencias de este método, han empezado ya a ponerse de manifiesto.
Necesitamos una cultura y una ciencia para una crianza acorde con nuestra naturaleza humana,
porque no somos robots, sino seres humanos que sentimos y nos estremecemos cuando nos falta el cuerpo a
cuerpo con nuestros mayores. Para contribuir a ello, para que tu hijo o tu hija deje de sufrir YA, y si te
sientes mal cuando escuchas llorar a tu bebé, hazte caso, cógele en brazos para sentirle y sentir lo que
está pidiendo; posiblemente sólo sea eso lo que quiere y necesita, el contacto con tu cuerpo. No se lo
niegues.
Cuando un recién nacido aprende en una sala de nido que es inútil gritar... está sufriendo su
primera experiencia de sumisión. (Michel Odent)
Nota : para más información, puedes consultar los libros:
Nuestros hijos y nosotros, Small, M.F. Ed. VergaraVitae Bs. As.
Bésame mucho, Carlos González, Ed. Temas de Hoy.
En busca del bienestar perdido (el concepto del continuum, Jean Liedloff, ed. Obstare)
El bebé es un mamífero, Michel Odent, Ed. Mandala.
y también :
http://www.suenoinfantil.org/
www.primal-health.org
www.primal.es

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