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Aliento de Dios con nosotras

El Espíritu viene como “lenguas de fuego” (Hch 2,3) y


san Pablo anima a los creyentes a ser hogueras de luz que
brillen en el mundo (Flp 2,15-16).
Todas llevamos dentro un testimonio escondido que hay
que sacar a la luz; llevamos una fortaleza metida en nuestra
debilidad, una alegría que no nos pertenece solo a nosotras.
¿Cómo testimoniar la fuerza y la belleza de la fe en estos
tiempos para que ésta sea creíble? ¿Cómo redescubrir la alegría
y el entusiasmo que viene de Dios?
Solo podemos comunicar algo de lo que presentimos,
intuimos, vivimos, hemos tocado, olfateado, gustado... En la
primera carta de Juan, toda la comunidad proclama con
claridad su testimonio: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras
manos acerca de la Palabra de vida, lo testimoniamos y os lo
anunciamos para que estéis en comunión con nosotros y para
que vuestra alegría sea completa” (1Jn 1,11-4).
Como Jesús envió a dos apóstoles a preparar el cenáculo
para la última cena, así envía siempre delante de él su Espíritu,
que es su aposentador, para que prepare el encuentro, para
hacernos “capacidad”. La interioridad del ser humano es
morada, templo del Espíritu, Dios tiene sus delicias ahí, en
estar con nosotras. Es importante “no solo creerlo, sino
procurar entenderlo por experiencia” (Santa Teresa, C 28,1).
Esta es la operación del Espíritu: capacitar al alma para el
encuentro y para la novedad del Amor. “El amor de Dios ha
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sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que habita en nosotros.” (Rm 5,5; 8,11).
El Espíritu es el corazón de la oración. Cuando nos dejamos
guiar por Él, se convierte para nosotras en el dulce “huésped
del alma”, y nos lleva, como maestro interior, a una
experiencia de:
➢ Verdad. Desde nuestro interior quiere liberarnos de
nuestras falsas imágenes; de proyecciones efímeras, de lo
que no es lo mejor de nosotras mismas, recordándonos:
“¿No sabéis que sois templo de Dios?” (1 Cor 3, 16) y
nos guía hacia la verdad completa. He venido para que
tengáis vida en abundancia (Jn 16, 13). Nos muestra que el
Amor es el único el motor que genera vida.
➢ Creatividad. El Espíritu, don por excelencia, se convierte
en tarea. Genera posibilidades nuevas de respuestas a las
necesidades de la humanidad, quiere formas nuevas de
visibilizar el Reino entre nosotras. Difunde el buen
perfume de la caridad, “que es paciente, servicial, no
busca su interés, que se alegra con la verdad” (1Cor 13,4-
6). Y se concreta en los gestos sencillos y en las palabras
de verdad (Hech 10,26.34.44). El Espíritu, que es dador de
carismas, no se contradice en la multiplicidad de dones,
sino que, es el que obra todo y en todos (1Cor 12,11). Nos
invita a acoger y a posibilitar el don, en mí misma y en los
demás, eso es caminar al aire del Espíritu.
El auténtico profeta no se preocupa tanto de hacer cosas, sino
de describir el paisaje, la acción de Dios, que es “don en sus
dones espléndido”; se esfuerza, sobre todo, en dar testimonio

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del amor, en contarnos qué pasa cuando el amor de Dios brota a
borbotones en el corazón. Y cómo desde ahí, cambia la vida, la
propia y la cercana, y por expansión la sociedad y el mundo.
Tenemos que volver, una y otra vez, a las fuentes, tocar las
raíces, volver a la Persona que nos mostró al Padre y nos regaló
al Espíritu. Eso, necesitamos vivirlo con creatividad y libertad,
muy atentas a Dios y muy atentas al mundo y a los hermanos.

El testimonio del asombro.

Los creyentes somos personas asombradas, porque nadie


nos ha regalado nunca tanto. El asombro es la respuesta a la
obra de Dios (cf Jn 6,29). “Recibid el Espíritu” por pura
Gracia, sin merecerlo, por su deseo y gusto, se nos regala, esa
presencia y esa fuerza.

“Recibirá de mí lo que os irá comunicando” (Jn 16,14),


dice Jesús refiriéndose al Espíritu. El Espíritu Santo,
¡comunicador!, intermediario, que nos recuerda ese gozo
extraño de Dios de darse sin medida; como lámpara de fuego
en toda cañada oscura, que convierte lo invisible en visible, la
falta de comunicación en comunión, la presencia en testimonio,
el amor callado en servicio, los dolores de la tierra en
esperanza. Cuando vivir es un atrevimiento a tejer un estilo de
vida que solo se explica si Dios está en medio.
El asombro nos lleva a mirar toda la realidad de forma
nueva, nos provoca a la libertad, nos anima a deja atrás el
miedo y la inseguridad, nos afianza en lo importante de la vida,
y nos ayuda a abandonar la necesidad de dominar, para recorrer
los caminos de la sencillez y la fraternidad.
El asombro nos limpia el corazón para poder ver y
testimoniar a Dios que tiene su casa en la espesura de la vida.

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La fe es un don y remite a la gratuidad, que es la auténtica
novedad para nuestra sociedad. Somos llamadas a introducir la
gratuidad de los detalles en la vida, la gratuidad de amor que
nunca es merecido pero que da sabor y color a la vida.
Desplegar esta vivencia nos hará testigos de Jesús, el que
derrochó la gracia sobre cada ser con el que se encontraba,
mostrando que es posible vivir un camino de amor liberador y
desinteresado, que reconstruye la vida y las relaciones.
Toda experiencia de Dios aspira a ser comunicada, “Lo
que gratis habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10,8). “¿De qué le
sirve a uno tener fe si no tiene obras?” (St 2,14-18). La fe y la
caridad se abrazan, la justicia y la paz se besan. La fe y el amor
se necesitan mutuamente.
Gracias a la fe podemos reconocer el rostro del Señor
Resucitado y gracias al amor actualizar su presencia.
“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis pequeños
hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). El testimonio de
la caridad nos permite ir por la vida con la mística de Jesús.
Los ojos fijos en Jesús y en la nube de testigos que nos
rodean.
Dar testimonio de la fe sería un peso insoportable para
nosotras, que llegaría a doblar nuestra espalda, si Jesús no fuese
delante.
¿Cómo testimoniar con nuestra pequeñez algo tan grande?
¿No sería mejor callarnos? No, porque la iniciativa no parte de
nosotras, es suya, nos envía cada día. “Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis
testigos… hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).
Jesús da testimonio de Dios a través de su libertad
insobornable, de su aguda percepción de la realidad, de su
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valentía para denunciar la hipocresía y la injusticia; y, sobre
todo, a través de su misericordia, de su abajamiento, de su amor
encarnado en una profunda experiencia del Dios Padre-Madre,
del Dios Amor. Nadie le quita la vida, la da; siempre da, y su
entrega estremece la historia.
Tú eres el Camino y nosotras la sed en busca de fuentes.
"Nunca te canses de hablar del Reino, nunca te canses de
hacer el Reino, nunca te canses de discernir el Reino, nunca te
canses de acoger el Reino, nunca te canses de esperar el
Reino" (Casaldáliga). A nosotras, acostumbradas a caminar a
paso corto, nos viene bien encontrarnos con esa bellísima
panorámica que invita a volar como las águilas.

No hay evangelio sin comunión. El testimonio de la


comunión, a esa experiencia de familia nos lleva el Espíritu,
viento impetuoso que barre todo miedo. Los dones de Dios no
son de propiedad privada, pertenecen a todos. Cuando intuimos
otros pasos creyentes y nos fijamos en otros rostros creyentes,
cuando unas a otras nos damos las razones de nuestra
esperanza, surge el aliento que nos anima para seguir creyendo
y buscando. Cuando vivimos a Jesús en comunidad, entonces la
fe se convierte en símbolo que nos convoca y nos fortalece.
Juntas, la profesión de fe, tiene una belleza y una fuerza
especial. Llamadas a ser las unas para los otras, una “nube de
testigos”, ayuda mutua que alienta, apoya, orienta, confronta y
empuja hacia el más de Dios, hacia esa profecía que denuncia y
anuncia. Ser signo incipiente de Reino.
¡La voluntad de Dios! La voluntad del Padre es para Jesús
algo deseable, algo que él va buscando apasionadamente, algo
que le llena de alegría (Lc 10,21). Jesús ve la voluntad del
Padre como un proyecto precioso de filiación y co-fraternidad.

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“Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).
El Espíritu Santo conoce ese Plan: 1 Co 2, 10.11 3.
¿Cómo puedo conectarme con esa colaboración Divina, con la
Ruah de Dios?
El Espíritu abre nuestra memoria, la memoria de nuestra
fe, la memoria viva que nos recuerda lo que ya de manera
incipiente hemos experimentado a lo largo de nuestra relación
con el Señor. Trae consigo la novedad, capaz de crear, de
recrear, de construir, de rehacer, de renovar todo otra vez…
Sólo quien ha gustado ya de esa presencia, de esas delicias,
intuye la acción del Espíritu, y puede suplicarlo de nuevo…
“Ven Espíritu, Ven..”
La Secuencia, es el canto de un creyente que intuyó, gustó,
presintió y acogió…desde su sensibilidad interior, desde su
lenguaje y experiencias cotidianas. Hoy desde nuestra
experiencia y relacion con el Señor, podemos pedir que venga a
nosotras esa presencia suya cargada de Dios, que venga donde
más falta nos haga...
Ven...
Padre amoroso; don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven..
Dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Ven…
Entra hasta el fondo del alma y divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío cuando nos faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Ven…

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Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Ven y reparte tus dones…

Jesús desde su experiencia de esa presencia continua que


da vida, nos hablaba de candiles encendidos, de perla preciosa,
de semillas, de odres de vino, para acercarnos el misterio de
Reino. El Antiguo Testamento y el mismo Jesús, enuncian la
fuerza espiritual divina, como la Ruah, esa dimensión femenina
de Dios.
La “Ruah” sigue buscando nuevas formas de expresarse en el
imaginario del corazón del mundo actual en que vivimos.
Quiere entrar en nuestro itinerario cotidiano, afectivo…, el
lenguaje también puede evocar nuestra propia experiencia,
experiencia que siempre será incompleta pero que traerá
matices de un Misterio vivo y sentido.

Para la reflexión personal:

Hoy recordando que Dolores Aleixandre nos acercaba


algunos matices que incorporan nuevas invocaciones a la
“Espíritu”. (Después, cada una, podría seguir añadiendo de su
propia cosecha otras resonancias nuevas): ¿Cómo
nombraríamos nosotras, esa experiencia de dentro, que nos
hace intuir la presencia amorosa del Espíritu alentando nuestra
vida? ¿Con qué nombres, podríamos decir esa ternura que
sabemos que nos acompaña cada día? ¿Cómo entrever esa
energía, esa fuerza, que nos levanta y nos empuja a seguir?

✓ Ven, ESPELEÓLOGA de nuestras simas:

Pablo nos dice que el Espíritu lo sondea todo, incluso las


profundidades de Dios. (1 Cor 2, 10,12) ¿Quién puede conocer

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todo lo humano, sino quien habita dentro? Conoce todos
nuestros terrenos, nuestras llanuras y montes, nuestros ríos y
desiertos, nuestros amores y desamores, nuestros deseos y
perezas, nuestros temores y valentías…, todo. Hoy, tenemos la
oportunidad de dedicar un tiempo tranquilo para hacernos
conscientes de esta presencia que nos habita y nos conoce
desde dentro y del todo. Y que en ese conocimiento nos va
mostrando nuevas facetas de nosotras misma y de la vida.

Podemos intentar silenciar nuestro interior para descender


del nivel de los pensamientos y de las ideas hasta otras zonas
más profundas, silenciosas y receptivas de nuestro ser. Desde
ahí, unirnos a la voz inaudible pero real del Espíritu. Sabernos
habitadas en todas las zonas de nuestras “simas”, en las más
luminosas, en las menos, en las que a veces evitamos entrar,
incluso en las que desconocemos. Saber que hasta mis vacíos
están habitados por su Presencia, que nos garantiza que Dios
nos mira con ternura y “estira de nosotras ayudándonos a
crecer”.

También podemos poner delante a esas personas con las que


nos cuesta comunicarnos, pera mirarlas también como
habitadas en lo más profundo de sí mismas por el Espíritu,
pidiéndole que nos ayude a descubrir ese fondo de bondad
última que somos todas, y que nos siempre somos capaces de
descubrir.

✓ Ven, ENTRENADORA de nuestro juego:

“Cuando venga el paráclito, dará testimonio de mí” (Jn15,


26) La palabra “paráclito” viene del griego que expresa la
acción de confrontar, defender, exhortar, animar, posibilitar lo
que aún no ha emergido del todo, pero que es posibilidad, es
como el papel que hace un abogado. En el deporte, sería el

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termino entrenadora, es un personaje que se implica, que está a
favor, que potencia y posibilita, que emplea toda su sabiduría,
estrategias y energía para conseguir los mejores resultados.
Nadie tiene más deseo y empeño en que cada una juegue bien y
mejoren, que la entrenadora.

Pablo familiarizado con el lenguaje atlético nos dice:


“Olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por
delante y corro hacia la meta, hacia el premio al cual me llamó
Dios” (Fil 3,13). Es momento para identificar lo que frena y se
interpone en la carrera que cada una tenemos delante, para
adelantar y facilitar el camino hacia Cristo.

“Os encargo que procedáis según el Espíritu” (gal 4,7), es


una tranquilidad saber que podemos contar con una
“entrenadora” personal que se interesa por sacar lo mejor de
nosotras, que nos estimula a seguir; que conoce bien nuestros
recursos y limites, y que sabe conjugarlos con acierto para
conseguir la victoria en el “reto” de nuestra vida.

Hoy podemos hablar con nuestra “entrenadora”, de nuestros


cansancios, de nuestras derrotas, de algunas fisuras, de
dificultades que encontramos para seguir con ánimo en la
carrera. También de nuestros deseos y sueños, de lo que nos
motiva y nos anima a seguir. Podemos pedirle que nos enseñe
las estrategias que necesitamos para llegar al final en la fe, que
nos infunda confianza, aliento.

Ven entrenadora del alma, para hacernos comprender que


jugamos en “equipo”. La fe la vivimos en comunidad y que,
como equipo, nosotras también necesitamos apelar
constantemente a esta entrenadora de la vida comunitaria, para
que nos enseñe a incluir a todas y para potenciar que cada una
pueda desarrollar la parte del juego que le corresponde. Si el

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conjunto no se coordina o si alguna se excluye, se paraliza al
equipo, juntas como el sarmiento en la Vid, en racimo, así se
avanza según el querer de Dios.

No sirven los “solitarios”, “los protagonistas” por muy


capaces que estos sean. Amamos, crecemos y avanzamos con
los demás.

✓ Ven, CCONTROLADORA de nuestra denominación


de origen.

Sabemos de la importancia que hoy damos a lo que suena a


autentico, a verdadero, a lo natural, a la esencia que desprende,
para estimar el valor. La Ruah, nos recuerda constantemente
nuestra denominación de origen. “Si somos hijos, somos
también herederos, herederos de Dios, coherederos con Cristo
(Rom 8,16).

Dedica hoy un tiempo a encontrar esa esencia que hay en ti,


relee de forma personal el salmo 8, y descubre con asombro al
ser humano “coronado de gloria y dignidad”.

Después haz lo mismo de forma colectiva, y únete al Espíritu


en el clamor por todos los hombres y mujeres de muestro
mundo a quienes hoy son se respeta en su dignidad.

✓ Ven, CAZATALENTOS de nuestra empresa.

En esta empresa de llegar a ser seguidoras de Jesús,


discípulas, cómo acertar a la hora de encontrar recursos para
conseguir hacer crecer nuestros talentos a favor del Reino.
Pablo nos previene de un “espíritu mundano” que puede
infiltrarse en nuestra empresa para no hacernos ganar, sino
perder, que nos alejan de las leyes del Reino. Por eso,

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necesitamos del Espíritu de sabiduría, que nos orienta en la
elección de nuestro verdadero “negocio e interés”.

Pídele hoy al Espíritu que te conceda la sabiduría del


evangelio y te descubra los lugares donde se esconde y dónde
quizás, no se te ocurriría ir a buscar, como en las
bienaventuranzas.
Haz un mapa de tus relaciones y trata de descubrir entre
esas personas que te rodean, en cuáles encuentras verdadera
ayuda para vivir en la dirección del Evangelio.

Personas que también están en sintonía espiritual, en


búsqueda sincera. Personas en las que intuyes rasgos de Jesús;
gentes que intentan vivir de una manera limitada, pero
autentica, que viven y actúan en clave germinal, con
generosidad, con sencillez de vida, con atención por los otros…
Alégrate de conocer a esas personas y pídele al Espíritu que no
te alejes de ellas, que no te deje perderlas de vista, hazte
compañera de camino para compartir proyecto, anhelos y
camino, que te ayuden a descubrir otras cualidades y a vivir en
clave de Reino.

Tenemos demasiada gente cerca viviendo en clave de


superficialidad, de derrotismo o de quejas, de individualismo;
hay dinámicas de vida demasiado egoístas. Rodéate de
personas que motivan tu búsqueda, que ensanchan tu esperanza
y que te traen aromas de evangelio. Personas que te pueden
ayudar a crecer en la anchura del Reino.

Porque todo se contagia, la amargura genera desesperanza,


el victimismo genera rencor, y anquilosamiento del alma;
aléjate de un mal consejero.
Por el contrario, la bondad trae bondad, la amistad
posibilita lealtad, la sencillez trae la frescura de la vida, la

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generosidad contagia solidaridad. Busca a quien viva de forma
sencilla, en autenticidad, con entrega por los demás y con
ternura en el alma; a ése búscalo de amigo, y pídele consejo; y
si puedes, uniros juntas en el Proyecto.

Deja que el Espíritu también pueda mostrarte dimensiones de


ti, que aún no has descubierto, ni desarrollado y son para los
demás. Acoge las posibilidades que trae su Acción para que
pueda sacarlas a la luz en ti, favorece los medios, ponte a tiro,
consiente.

✓ Ven, CONSEJERA de nuestras inversiones e intereses.

En el evangelio son frecuentes las imágenes “financieras”,


“no atesoréis riquezas en la tierra donde roe la polilla y la
carcoma. Atesorad riquezas en el cielo” (Mt 6,19-20). Las
vírgenes prudentes, el administrador sensato… Jesús se quejaba
de que, siendo astutos para ganar dinero, no empleábamos la
misma sagacidad para administrar los bienes del Reino,
precisamente en lo que podría ser la verdadera ganancia de
nuestra vida. (El que pierde su vida la gana) El Espíritu es el
gran consejero de nuestras finanzas, nos introduce en la lógica
del evangelio, nos dice qué hacer con nuestros talentos.

Nos ayuda a revisar la acumulación en nuestros graneros, la


preocupación por la salud, o por la efectividad… Se ve que la
contabilidad de Dios es otra, y necesitamos una buena
“inversora” que desde dentro nos susurre su lógica y por qué
merece la pena apostar la vida. Tenemos que hablar con ella
allí donde están nuestros tesoros, para preguntarnos cómo
estamos invirtiendo los talentos que nos han sido entregados:
nuestras cualidades, saberes, tiempos, energías, ternura…, si lo
estamos usando para los demás o si los despilfarramos para
nuestros caprichos o nos los guardamos por miedo.

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Hoy es un buen momento para reconocer nuestros talentos y
confiárselos al Espíritu para que los haga crecer en la dirección
que el Señor quiere. También es buen momento para ver en qué
proyectos apostamos la vida, y qué nos motiva a ello, si es el
evangelio o nuestros intereses´.

En este momento especial para la Congregación, en la


preparación del Capítulo General, pedimos al Señor que su
Espíritu nos preceda, nos acompañe y nos aliente según su
querer, también, como familia-Congregación.

Espíritu Creador,
Tú que haces nuevas todas las cosas,
ve delante de nosotras en el camino,
ilumina nuestra manera de ver las situaciones,
ayúdanos a descubrir las formas en que actúas en
nosotras,
en los demás y en el mundo.

Espíritu de discernimiento,
Guíanos a lo largo de la Preparación del Capítulo,
inspira nuestros pensamientos, nuestras palabras,
nuestros afectos, y nuestra forma de hablar.
Guía nuestros encuentros comunitarios,
ayúdanos en nuestra búsqueda común para servirte
mejor.

Espíritu de Luz,
Habita en cada Hermana y en toda nuestra familia
congregacional,
para que tus prioridades se hagan nuestras.
Ilumina nuestro entendimiento y corazón.
Danos fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta,
sentido y conocimiento
para cumplir tu Santo y veraz mandamiento.
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