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by EDICIONES RIALP, S. A.
Índice
Prólogo
I. La Psicología, entre Ciencia natural y Filosofía
La Psicología independizada
Especialización y extralimitación
La unidad del hombre vivo
La trampa del reduccionismo
Psicologismo eclesiástico
Urgencia y necesidad de la Antropología
II. Filosofía, Psicología, Medicina
La Medicina primitiva
Galeno y la posterior aportación cristiana
En el Renacimiento
Psicología y Psiquiatría
De Freud en adelante
III. La neurosis
¿Una enfermedad?
Origen de la neurosis
1. Teoría psicoanalítica freudiana
2. Adler
3. Jung
4. Allers
5. Frankl
6. Bossy Knoepfel
Curación de la neurosis
IV. Neurosis y vida espiritual
Neurosis y santidad
La falsa espiritualidad de algunos neuróticos
Planteamiento pseudomoral
Planteamiento pseudohumanístico
Neurosis y dirección espiritual
El arte de saber discernir
V. Instintos, afectos, emociones
El estallido histórico de la vida instintiva
Los instintos
Afectividad y emotividad
Efectos de una emotividad mal integrada
La madurez de la emotividad
VI. Temperamento y carácter
Alma y cuerpo
Los estratos de la personalidad empírica
La personalidad trascendente
Esquema y dinamicidad
Un quid misterioso
Las pasiones
Caracterologías de base somática
Tipos psicóticos
Tipos morfológicos y correspondencia caracterológica
Ejemplos históricos
Aporte fisiológico
Caracterología ambientalista
VII. El egocentrismo
Servir
Dinámica del egocentrismo
Postura ante la vida
Génesis del egocentrismo
Tipos egocéntricos
Egocentrismo y vida espiritual
Proceso del egocentrismo
VIII. Maduración de la personalidad
Primera infancia
Segunda infancia
Adolescencia
El matrimonio
La virginidad
IX. Angustia y culpa (Confesión, dirección espiritual y
psicoterapia)
Concepción mágica del pecado
El sentido cristiano del pecado
Dos insidias en la formación de la conciencia
El legalismo o intachabilidad ritual
El amor lírico o vaporoso
Relación entre culpabilidad y vida psíquica
El determinismo de raíz freudiana
El reconocimiento de la culpa
La Confesión sacramental
Confesión y psicoterapia
Psicoterapia y dirección espiritual
X. Dolor y consuelo
La cultura de los analgésicos
Consoladores, no simple consuelo
Cómo consolar al que sufre
Trascender el dolor
XI. Psicología de la vocación
Explicaciones insidiosas
El auténtico concepto de vocación
Psicología experimental de la vocación
1.ª Iluminación repentina
2.ª Atractivo sensible
Examen psicológico de la vocación
Las aptitudes
Recta intención
Los conceptos antivocacionales más comunes
1. «Quiero conocer la voluntad de Dios». «No sé si
tengo vocación».
2. «No me siento con fuerzan».
3. «Aún no soy bueno y no puedo pretender ser
santo».
4. «Nunca lo había pensado».
5. «Tengo que consultarlo».
6. «Uno puede salvarse y santificarse en cualquier
estado».
7. «El varón halla su complemento y perfección en la
mujer» (o viceversa).
8. «Querría, pero no puedo».
9. «No es lícito hacer propaganda de la vida
consagrada a Dios, para no coaccionar a nadie».
XII. El matrimonio, la aventura de la pareja
Amor conyugal santo
Crisis, adaptación, fidelidad
La prueba crucial
El amor conyugal de un hijo de Dios
Raíz de los conflictos matrimoniales
XIII. Psicología y mística
Unidad de vida
Características de la vida mística
La Psicología, desbordada
Complemento normal de la perfección cristiana
XIV. Verdaderas y falsas apariciones
Las apariciones de la Virgen
Prejuicios positivistas
Cautela de los doctores místicos
El Magisterio de la Iglesia ante los fenómenos
extraordinarios
Criterios de discernimiento de las apariciones
1.° El fenómeno en sí
2.° La personalidad del receptor
3.º Las circunstancias del fenómeno
4.° Los frutos
5.º El juicio de la Iglesia
Prólogo
Dios escribe derecho, aunque a veces parezca que lo hace con
«renglones torcidos». San Josemaría Escrivá solía decir que Dios
puede escribir incluso «con la pata de una mesa»; a condición,
claro está, de que ese instrumento, tosco y desproporcionado
como somos cada uno, se deje «usar», en el misterioso
entrecruzarse de gracia y libertad.
***
Este libro podría describirse como una obra en tres actos.
***
Escribe Torelló que «nuestra vida vale tanto como nuestro amor»,
evocando la expresión de San Juan de la Cruz: «A la tarde te
examinarán en el amor». Tal es el horizonte y la tesis fundamental
de este libro.
Ramiro Pellitero,
profesor de Teología pastoral
en la Universidad de Navarra
La Psicología independizada
Especialización y extralimitación
Psicologismo eclesiástico
La Medicina primitiva
En el Renacimiento
Psicología y Psiquiatría
De Freud en adelante
III. La neurosis
Al abordar ahora la neurosis, podría pensarse que abandonamos el
campo propio de la Psicología para entrar furtivamente en el de la
Psiquiatría. Pero hay que decir enseguida que la neurosis es tierra
de nadie, justamente por ser campo de todos.
¿Una enfermedad?
Origen de la neurosis
2. Adler
3. Jung
4. Allers
Tras la inautenticidad y el egocentrismo de la caracterología
neurótica, este autor descubre una profunda conflictividad
metapsicológica. Allers no cree en el conflicto entre instintos, sino
entre instinto y amor, entre ceguera física y conciencia, entre
donación (línea del amor) y egocentrismo (línea del instinto).
5. Frankl
6. Bossy Knoepfel
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Curación de la neurosis
Las tres principales neurosis a las que cabe reducir los demás
cuadros neuróticos —la neurastenia, la psicastenia y el histerismo
—, hemos visto que revelan una equivocada actitud humana ante
la vida: un error primordial aislador y, por tanto, angustiante. La
angustia neurótica no se confunde con esa otra primordial, que
defiende al hombre contra la disminución de la vitalidad y
representa un estímulo saludable. La angustia neurótica es la
angustia de la angustia, el «miedo al miedo»; es decir, la angustia
anticipada, la angustia que quiere evitar el riesgo inherente a toda
vida humana. «Quien quiera salvar la vida, la perderá», dijo
Jesucristo.
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Neurosis y santidad
Planteamiento pseudomoral
Planteamiento pseudohumanístico
Entre el siglo XVIII y los inicios del siglo XX, la locura racionalista
idealizó al máximo al hombre, hasta el punto de hacerle creer que
civilizarse significaba liberarse de la vida instintiva: ahora imperaba
la Razón, la Kultur, la Técnica, y el mundo mismo se convertía por
entero en una perfecta má4uina de felicidad. Las crueldades
bélicas y los fanatismos religiosos desaparecían para siempre en
los confines más remotos de la historia, la animalidad era triturada;
las Exposiciones universales y los Congresos pacifistas
aseguraban a todos que cualquier instinto primitivo había sido
definitivamente expulsado de la civilización moderna.
Mounier puso de relieve cómo tales entusiasmos se desvanecieron
en el siglo XX, que contempló el estruendoso estallido de la vida
instintiva relegada tras los empolvados velos de una moral
formalista, victoriana, ilusoria: el instinto de agresividad hizo su
horrible aparición con las dos guerras mundiales tan atroces, y el
instinto sexual se coló con inaudita desvergüenza, a través de la
psicología freudiana, en todos los rincones de la cultura.
Los instintos
El hombre es «luz del mundo». La luz hace que surjan las cosas,
los demás, el mundo, y que yo mantenga relaciones con ellos: el
color o la coloración de la luz aporta variantes a estos contactos
con el mundo, con el prójimo. Los colores serían una imagen de lo
que llamamos instintos, afectos, emociones o «estados de ánimo».
La luz contiene todo los colores, pero hay algunas fuentes
luminosas —lámparas, por ejemplo— que únicamente dejan pasar
los colores fríos, y otras que sólo dejan pasar los colores cálidos, o
sólo los tenues, o los estridentes. Pues bien, de igual manera, hay
personas cuyas relaciones consigo mismas, con los demás o con
el mundo son frías: racionalistas, calculadoras, aprovechadas;
otras son fácilmente agresivas, coléricas: ven todo negro; otras
tienden a la melindrería, a los sueños o fantasías: ven todo de
color de rosa; otras buscan por cualquier lado apoyo para su
flaqueza, son tímidas, dolientes: su luz es pálida; otras actúan
siempre precipitadamente, tienden a la compulsión, al calambre, a
las obsesiones, etc.
Afectividad y emotividad
La madurez de la emotividad
Alma y cuerpo
La personalidad trascendente
Esquema y dinamicidad
Un quid misterioso
Las pasiones
Son las pasiones las que guían el influjo del alma, tanto de sus
potencias más elevadas como de las funciones y estructuras
corporales. Y de este influjo, que tanto estudia hoy la Medicina, es
de lo que debemos hablar.
De ahí que Santo Tomás no sea materialista cuando afirma que los
médicos pueden juzgar la calidad de un intelecto por la disposición
corporal. Ni tampoco excesivamente espiritualista (o psicologista)
cuando escribe: «a veces el cuerpo se altera a causa de una fuerte
aprensión a alguna enfermedad: la fiebre, por ejemplo, o la lepra»
(trastornos por autosugestión; téngase presente que, en la época
del Aquinate, se diagnosticaban como «lepra» muchas afecciones
dermatológicas, hoy perfectamente diferenciadas de esa grave
enfermedad). Y con mayor agudeza continúa: «la aprensión
ocasiona la alteración del cuerpo solamente si a la aprensión se le
une un afecto —emoción, diríamos nosotros—, tal como la alegría,
el temor, la concupiscencia o alguna otra pasión».
Tipos psicóticos
Para entendernos mejor, reseñaremos aquí un esquema de las
enfermedades mentales. Se trata de fijar la terminología, pues ésta
cambia según los autores y es fuente continua de malentendidos.
—Respecto al pensamiento
Ejemplos históricos
Aporte fisiológico
Caracterología ambientalista
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VII. El egocentrismo
Ser persona significa vivir una única e irrepetible relación con el
otro, es decir, con Dios y con su creación. Por tanto, el sentido de
la vida personal viene dado por su enfoque como prestación, como
servicio. Este es el sentido de la vida: servir. Todo non serviam (no
serviré) va contra la vida y representa un querer ser servidos, es
decir, subyugar al otro. En el orden metafísico no hay otro mal,
ningún otro pecado, que volver las espaldas al prójimo, replegarse
sobre uno mismo, negando la realidad: el egocentrismo, que en el
fondo constituye una rebelión contra el hecho de ser persona.
Servir
Tipos egocéntricos
Primera infancia
Segunda infancia
Adolescencia
El matrimonio
La virginidad
Paratum,
como la flauta aguarda el soplo
para llenarse de música y de danza.
Como la corneta el hilo y el niño el aire
para dominar las alturas
con su frágil pobreza.
Así las cosas, la vida del alma ha sido encasillada sin más en la
esfera instintiva, y la religión —al decir de Freud— debería
calificarse como «una neurosis coaccionada universal», que
«ahoga la vida y deforma la imagen del mundo real». Dios no sería
más que una «sublimación de la imagen paterna». Y la sexualidad,
una energía, que debe descargarse: la represión o continencia de
la misma provocaría tensiones insoportables, descompensaría el
equilibrio del aparato psíquico y, por tanto, causaría la neurosis.
El reconocimiento de la culpa
***
La Confesión sacramental
Confesión y psicoterapia
La pasión de Jesús lleva la cuestión del dolor a las más altas cotas
de oscuridad, porque Él es el único verdadero Inocente y —por ser
el único «hombre perfecto»— el más sensible. El sufrimiento
aparece en Él, por tanto, no sólo como la máxima injusticia —la
mayor de la historia—, sino también como la más espantosa: todos
gritamos horrorizados y escandalizados nuestro «¡descienda de la
cruz!».
La claridad, por su parte, consiste aquí en el hecho de que la
asunción de todos los dolores de la humanidad —«Él cargó con
nuestros dolores» (Is. 53, 4)—, correspondiente a «tomar sobre sí
el pecado del mundo», trae la salvación a todos. En virtud de que
Él, el Inocente, «se hizo pecado y expiación» (2 Cor. 5, 21),
quitando el pecado del mundo por medio del dolor y la muerte,
cualquier hombre puede y debe abandonarse al dolor y a la
muerte; no en un sentido genérico, sino creyendo en la Pasión de
Cristo mismo en cada uno de nosotros. El sufrimiento del individuo
prolonga en el tiempo la Pasión del Señor, en cada cual de modo
único; o, según dice San Pablo a los colosenses: «Suplo en mi
carne lo que falta a los padecimientos de Cristo» (Col. 1, 24).
Quien cuida a alguien que sufre debería «lavarse los ojos» cada
día, a fin de que, tras el rostro inexpresivo de un viejo esclerótico,
tras las características manifestaciones obsesivas y casi
visionarias de un anciano hipocóndrico, tras las ruinas físicas y
psíquicas de un canceroso esmirriado y nada atrayente..., sepa
«ver» y venerar la grandeza y la dignidad de la persona: la
comunicación —verbal o no verbal, pero de persona a persona—
nunca debería faltar en los más pequeños servicios a los
sufrientes..., y siempre resulta posible.
Trascender el dolor
Explicaciones insidiosas
Todo esto no debe hacernos olvidar el quid misterioso que rige los
destinos humanos, los caminos incognoscibles de Dios, su estilo
inefable de gobernar la entera creación. De ahí que en los
documentos citados no se encuentre una verdadera definición
esencial de la vocación, y quizás resulte imposible formularla, pues
la vocación ahonda sus raíces en los misterios más insondables: la
conciliación de la libertad humana con la eficacia de la gracia
divina, la predestinación, la ciencia de Dios, etc. Cada vocación
entraña un entrecruzamiento de libertad y de gracia, de llamada y
de elección, de voluntad humana y de voluntad divina. Ahora bien,
¿debemos quedarnos en estas nebulosas?
Aclaremos una vez más que el único objetivo de la vida humana, la
única vocación universal, es el amor. Todo se or dena a esta ley
primordial. Ley sin límites: hay que amar «con todo el corazón, con
toda el alma, con todas las fuerzas» (Lc. X, 27). La plena
perfección humana y sobrenatural se encuentra aquí, y quien se
consagra a Dios no hace más que perseguir el mismo fin del amor
por una senda más expedita. Pero la perfección es alcanzable en
cualquier estado y condición. «Todos los demás preceptos y
consejos se ordenan, como a su fin, a este precepto del amor a
Dios y al prójimo» (Santo Tomás). ¿Existe una vocación singular
para cada hombre, más allá de la general al amor? Aquí se dividen
los pareceres, entre aquellos que quieren una llamada particular
para quienes se enrolan en una vida consagrada a Dios, y aquellos
que consideran suficiente la llamada general y, por tanto, dejan a la
libertad humana la posibilidad de elegir estado, siempre que se
posean las condiciones o aptitudes. Santo Tomás sostiene esta
última opinión y parece que esta tesis liberal se convierte cada vez
más en la sentencia común de los teólogos (Landucci).
c) Constante.
«El hombre, considerando ante todo por qué ha sido creado —esto
es, para alabar a Dios y salvar la propia alma—, y movido por el
deseo de alcanzar este fin, elige como medio uno de los estados o
estilos de vida autorizados por la Iglesia, para mejor trabajar al
servicio de su Salvador y de la salva ción de su alma. Llamo
'periodo tranquilo' a aquel en que el alma no es agitada por
espíritus diversos y hace uso libre y tranquilamente de las propias
facultades naturales» (San Ignacio). Sabias palabras, que nada
tienen que ver con tantas elucubraciones «altísimas» y
alambicadísimas de espiritualidades mal entendidas.
Las aptitudes
Recta intención
Ojo, pues, a los consejeros, que sobre todo deben ser cultos,
instruidos en tales materias, letrados —al decir de Santa Teresa—,
y también, a ser posible, verdaderamente espirituales, hombres de
Dios.
La prueba crucial
Hay que trasfigurar el amor, sin que deje de ser amor. Y como el
amor esponsal es amor de amistad en grado eminente —amor de
benevolencia: quererse bien—, el declive del atractivo sexual
representa en este momento la disolución de lo que tal atractivo
tiene de más expuesto al ego tismo y, por tanto, entraña el
encaminamiento hacia una fase posterior, en la que la amistad se
serena y se eleva a una región de mayor intimidad. Por decirlo en
la jerga freudiana: «el instinto vital se separa del instinto de
muerte», porque el ecos, al liberarse del thanatos, alcanza su
destino original de puro entregamiento. La ternura se alza como el
arte principal de los cónyuges: las aguas torrenciales son las
mismas, pero aquietadas y límpidas, espejo de la eternidad del
cielo. Recalca Guitton con acierto que es preciso pasar de la
emoción al sentimiento, que es un hábito —en el sentido de
habitus, como toda virtud, y no de rutina—, es decir, una
disposición al don de sí más constante, cada vez más despierta,
que inaugura un cariño más auténtico, por ser más realista e
interior.
Unidad de vida
3.° Vida mística quiere decir, por tanto, total cristocentrismo: «mi
vivir es Cristo, y morir una ganancia» (Fil. 1, 21); o, como decían
muchos místicos orientales y occidentales, la vida mística supone
«el nacimiento de Cristo en el alma». No se quiere conocer «más
que a Jesucristo» (1 Cor 2, 2). Con Él y por Él se va al Padre, al
que se conoce de manera casi experimental: es el sentido de la
filiación divina, que iluminó la existencia y dio espíritu y cuerpo a la
predicación y a la obra fundacional de San Josemaría.
4.° Como la filiación divina es la obra propia del Espíritu Santo
(Rom. 8, 14-16), toda vida mística tiene una clara dimensión
trinitaria, suscita un trato personal con cada una de las tres
Personas divinas.
La Psicología, desbordada
Quien crea, pues, que ha tenido una visión, no debe hacer caso, y
ha de atenerse más a lo invisible que a lo visible. Las revelaciones
privadas no deben admitirse, sino que han de rehuirse, sin
examinar siquiera si son buenas o malas. Tales «revelaciones»
serán tanto más sospechosas cuanto más corporales. La regla de
oro será no admitir, aunque la visión no sea de cosas o personas
ajenas a quien la ha tenido, sino que haya sido en su interior
(«visiones imaginarias») y, por tanto, posiblemente sugerida por las
propias fuerzas naturales o por el demonio. Y esto porque, si las
visiones provienen de Dios, obrarán en el alma, aunque ésta las
rechace; y porque un solo acto de humildad es cien veces más
valioso que todas las revelaciones del Cielo. Finalmente, San Juan
de la Cruz subraya una y otra vez que, en este tipo de asuntos,
todos deben someterse al juicio de la Iglesia. Esta doctrina la
expone con gran claridad, especialmente en los libros II y III de su
Subida al Monte Carmelo.
1.° El fenómeno en sí