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INTRODUCCIÓN A LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA

05 La Antropología Cristiana

Material elaborado por la cátedra


Versión 1 Dic. 2016
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La Antropología
Cristiana
¿Qué es el hombre?

Módulo de estudio
Índice

La Antropología Cristiana ¿Qué es el Hombre? ...................................................................................... 2


1. El Hombre como “Imagen de Dios” en la Biblia ............................................................................... 2
2. La Naturaleza Humana .............................................................................................................................. 5
2.1 El Alma Humana .................................................................................................................................. 6
2.2 El Cuerpo Humano ............................................................................................................................. 8
3. La persona humana .................................................................................................................................. 12
4. Fundamentos de la Dignidad Humana.............................................................................................. 14
5. Bibliografía ................................................................................................................................................... 17
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La Antropología Cristiana
¿Qué es el Hombre?
El siguiente texto es una adaptación del texto de la Unidad “La persona humana” edi-
ción impresa de Ramos, Alejandro (2007). Antropología Teológica. Buenos Aires: Aga-
pe y de la Unidad 7 “La persona humana y su dignidad” del módulo de estudio del
Curso Antropología Filosófica de la Universidad FASTA.

1. El Hombre como “Imagen de


Dios” en la Biblia
Si buscamos en la Sagrada Escritura un concepto que defina lo que el
hombre es, no lo vamos a encontrar. Por esta razón, tenemos que bus-
car conceptos que, de alguna manera, expresen lo que Dios revela so-
bre el hombre. Entre estos, el más importante es el que encontramos en
la primera página de la Sagrada Escritura, donde se presenta al hombre
como imagen del Ser divino, porque lo que más le interesa a la Escritura
es mostrar este aspecto del ser humano: la relación con Dios como algo
constitutivo de su ser y como algo que tiene que ver con todas las di-
mensiones de su vida, no sólo con una parte.

En el Génesis nos encontramos con dos versiones de la creación del


hombre. En el primero, el ser humano es creado hacia el final del relato.
Luego de haber creado los cielos y la tierra, los astros del firmamento y
todos los vivientes (vegetales y animales), Dios decide crear al hombre:

“Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejan-


za nuestra, y mande en los peces del mar y en las aves de los cielos, y
en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes
que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano, a imagen su-
ya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gen 1, 26- 27).

En este texto, el autor inspirado enseña dos verdades fundamentales:

 todas las cosas son creadas por Dios, desde la nada;


 el hombre es el culmen de la Creación.

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Esta última es la idea fundamental de la Biblia sobre el hombre: esta


creatura se halla en la cima del mundo material y es la más digna de
todas las creaturas, por eso, su creación está colocada al final del mun-
do material. La Creación del hombre es considerada por el autor sagra-
do como el coronamiento de toda la obra creadora. Y esto se manifiesta
a través de distintos signos:

El hombre es un ser especial, distinto de los demás seres creados, por-


que hay en él un modo de ser más perfecto: existe en él un alma espiri-
tual. Siendo Dios espiritual, quiso crear un ser que sea en parte también
espiritual para poder entablar una relación de amistad con él.

El hombre tiene alma, un alma inmortal hecha para Dios. Y por tener
alma, tiene capacidad de conocer y amar; es el único ser de toda la
Creación que tiene esta capacidad. Por lo tanto, Dios es el único ser con
el cual puede hablar, del cual puede esperar un acto libre de amor.

Ningún otro ser puede entablar con Dios una relación personal. En efec-
to, siendo la Vida eterna la contemplación de Dios, sólo el hombre está
hecho para ella (Ladaria 1995: 115). No hay un cielo para las plantas o
los animales; sus vidas terminan definitivamente con su muerte. No su-
cede así con el hombre que, teniendo un alma de naturaleza espiritual,
está hecho para conocer y amar a Dios en la tierra y para vivir con Él
para siempre en la eternidad.

Todo esto dice la Biblia cuando afirma que Dios crea todas las cosas y
que el hombre ha sido hecho a su imagen. Esto último implica una gran
responsabilidad para el hombre, pues es el único ser que puede lograr
que las cosas que han salido de Dios vuelvan a Él, en la medida en que
él dirija su vida hacia su Creador. Con la realización del hombre, se reali-
za toda la Creación.

Finalmente, hay que señalar que la imagen se refleja, según el pensa-


miento bíblico, también en el cuerpo, puesto que el hombre es conce-
bido como una totalidad. No es que Dios tenga cuerpo, pues no lo tie-
ne, sino que el cuerpo y el alma forman una única sustancia: la persona
humana. No existe la consideración separada de cuerpo y alma en la
Biblia como sí se daba en el pensamiento filosófico griego.

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No obstante ello, la Escritura señala, también como propio de la ima-


gen, la inmortalidad: “Porque Dios creó al hombre para la incorruptibili-
dad, le hizo a imagen de su misma naturaleza; más por envidia del dia-
blo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertene-
cen” (Sab2, 23).

En el NT, la idea del hombre como imagen de Dios adquiere un matiz


distinto, puesto que ya no significa sólo una impronta divina impresa en
el hombre sino que es considerado más bien en su aspecto dinámico, es
decir, como algo que tiene que reproducir el hombre. Por lo tanto, le
presenta el modelo a imitar: Cristo.

Cristo es el hombre perfecto, el nuevo Adán, el arquetipo al cual el


hombre debe conformarse.

La persona humana tiene la misión, entonces, de poner en acto esta


imagen divina y lo hace en la medida en que se relaciona con Dios (Sei-
bel 1984: 631). La noción de imagen tiene acá un sentido moral: es la
dignidad que el hombre tiene que manifestar en sus actos.

La enseñanza fundamental sobre el hombre en la Biblia es que es


imagen y semejanza de Dios y que está invitado a una relación es-
pecial con Él mediante la Gracia.

¿Qué aspectos de nuestra naturaleza nos hacen imagen y semejanza de


Dios?

Hablaremos de tres aspectos:

Somos personas como Dios es persona.


Tenemos un alma espiritual como Dios que es enteramente espiritual1.
Somos seres sociales por naturaleza como Dios es una comunidad de
Personas Divinas (recuerden el Dogma de la Santísima Trinidad).

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Dios no tiene alma espiritual sino que es enteramente espiritual. Cuando veamos la
definición de alma entenderán por qué no se le aplica a Dios esta noción.

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Analizaremos ahora la naturaleza humana y la noción de persona para


explicar estos tres aspectos mencionados.

2. La Naturaleza Humana
La Biblia acentúa fundamentalmente aquello que, en primera instancia,
distingue al hombre del resto de los seres: su capacidad de conocer (in-
teligencia o entendimiento), y por consiguiente, de amar por propia de-
cisión lo conocido (voluntad).

Tanto el entendimiento como la voluntad humanas son una participa-


ción del Entendimiento y la Voluntad divinos y allí radica el fundamento
de su señorío.2

Vamos a tratar ahora de ver dos aspectos del ser humano:

 su naturaleza y
 su ser personal.

La naturaleza de un ser es aquello que tiene desde su nacimiento, es la


esencia, aquello que lo hace ser tal cosa, y el principio de su obrar.

En el caso de la naturaleza humana, lo que la constituye, lo que hace


que sea lo que es, son sus dos dimensiones:

 la corporal, que es evidente por la simple autopercepción;


 la espiritual, es decir, que somos seres inteligentes que po-
demos pensar y amar, produciendo realidades espirituales
(Fabro 1982: 155).

En esto nos distinguimos del resto de los seres y esto revela que hay en
nosotros algo más que un cuerpo, puesto que todo efecto supone una

2
Las potencias (Inteligencia y Voluntad) y las perfecciones (Bondad, Sabiduría, etc.)
que se dan en Dios en el grado más alto posible aparecen en diversos grados (siem-
pre en menor intensidad) en los seres creados. Por ejemplo, el hombre es bueno, pero
su bondad es limitada en relación con la Bondad divina. También los animales son
buenos, pero en una escala menor (y en sentido diverso) al de los hombres). En la
jerarquía de los seres creados, cada nivel participa (posee una parte) en distinto grado
de esas perfecciones que Dios tiene.

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causa que lo origina. Si hay efectos espirituales (conceptos), es porque


hay una realidad espiritual que puede generarlo: una inteligencia (159).

Éste es el principal argumento para demostrar la existencia del alma: el


hombre puede pensar porque tiene una sustancia espiritual. Si el hom-
bre fuera sólo materia (como pretenden algunos filósofos), no sería po-
sible una explicación del pensamiento humano.

2.1 El Alma Humana


La pregunta es entonces: ¿Qué es el alma? Aristóteles da una respuesta
(De Anima, II, 1, 412b, 5-6):

“El alma es el acto primero de un cuerpo natural orgánico.”

También dice que se trata de “aquello por lo que primeramente vivimos,


sentimos y pensamos” (De Anima II,2, 414 a, 12-13).

Para precisar la naturaleza del alma, vamos a ver ahora algunas de las
propiedades (Cf. Vernaux 1970: 215ss):

Es subsistente

El alma es una forma inmaterial, como toda alma (del mismo modo que
el principio vital en un vegetal y en un animal), pero la humana es, ade-
más, espiritual. Esto significa que si bien se halla unida a un cuerpo (al
cual le da vida y a través del cual realiza algunas de sus operaciones),
no depende él para existir, y en algunas otras operaciones, para obrar.
Es decir que, en cierta medida, es independiente del cuerpo. Esto no
significa de ninguna manera que sea una sustancia separada del cuerpo;
afirmar esto sería caer en el dualismo de Platón y de otros pensadores
que imaginaban al hombre como compuesto de dos sustancias distin-
tas. El que sea subsistente significa que puede vivir y obrar sin el cuerpo,
pues no está completamente encerrada en los límites del cuerpo. Es lo
que sucede, por ejemplo, cuando el cuerpo muere y el alma subsiste
sucede durante el tiempo que media entre la muerte y la resurrección
del cuerpo, en el cual ella sigue viviendo aunque separada de aquél.

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Es simple

No tiene partes y, por lo tanto, no puede ser dividida. Lo único que se


puede dividir en partes son las sustancias materiales, los cuerpos. Las
sustancias espirituales no tienen partes.

Es inmortal

Las sustancias espirituales no pueden corromperse o disolverse, como sí


sucede con los cuerpos. La descomposición supone que haya partes y
las sustancias espirituales, como vimos, no las tienen. Además, como ya
dijimos, no depende del cuerpo para existir, como sucede luego de la
muerte. Hay, además, otro argumento para probar la inmortalidad del
alma: un deseo natural no puede ser vano. Esto significa que si una na-
turaleza desea profundamente algo, está hecha para eso y, por lo tanto,
tiene que ser algo posible, sino caeríamos otra vez en una contradic-
ción. Y como es posible comprobar que en todos los hombres existe el
deseo de vivir siempre, siendo el tema de la muerte algo natural al
hombre, podemos concluir que el alma está hecha para la inmortalidad.
El alma humana sólo podría desaparecer si Dios la aniquilara (si la de-
volviera a la nada). Pero esto sería un sinsentido, porque Dios creó el
alma humana para que viva para siempre.

Es creada inmediatamente por Dios en el momento de la concep-


ción3

Los padres no pueden ser causa del alma de sus hijos, porque ésta es
una realidad espiritual. Sólo un ser espiritual que tenga capacidad para
crear puede dar existencia a un nuevo espíritu. Esto se produce en el
instante en el cual comienza a existir un nuevo ser humano, en el ins-
tante preciso de la fecundación (concepción), en esa primera célula que
tiene una vida distinta de la de la madre.

3
Por eso, la Iglesia condena el aborto, porque desde el instante mismo en que el óvu-
lo se une con el espermatozoide, hay una vida humana y por tanto, interrumpirla su-
pone matar a una persona.

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El alma es aquello que da vida. Desde el momento de la fecundación,


hay vida, por lo tanto, hay un ser humano en acto.

Como dijimos anteriormente, el alma no preexiste al cuerpo porque ha


sido creada para dar vida a un cuerpo determinado, y no para que viva
por sí misma.

El hombre es una sustancia compuesta de materia y de forma.

No hay que confundir aquí forma con figura; no significa contorno físi-
co, sino que refiere a una noción filosófica. La forma es el principio de
ser y de acción del cuerpo, es decir, el alma, que hace que el cuerpo
exista como una sustancia viva, organiza sus partes y le da unidad.
Además, es el principio intrínseco de sus acciones.

El alma es el principio de los actos vitales (nutrición, movimiento, senti-


miento y pensamiento). Esto no significa que su función no sólo es dar
vida a un cuerpo, sino que también tiene una actividad propia, como
sucede luego de la muerte del cuerpo.

La unión del cuerpo y el alma es algo natural, es decir, que el alma


fue creada para un cuerpo concreto, y no es una unión solamente
funcional.

2.2 El Cuerpo Humano


De los relatos de la Creación se concluye que la persona humana com-
prende no sólo el alma sino también el cuerpo, y esto significa que
también el cuerpo depende de Dios en su ser y que tiene un sentido
especial en su obra creadora.

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El ser humano coopera con el Creador en la obra de hacer que todas las
cosas alcancen el fin último. Para ello, tiene una dimensión especial no
sólo lo espiritual, sino también lo corporal. En cierto sentido, se puede
decir que el hombre, que es varón o mujer, a través de esta comple-
mentariedad de los sexos se convierte en el “compañero” de Dios en la
tarea de hacer que la Creación alcance su fin.

La corporalidad en el hombre significa nuestra pertenencia a la historia


del universo; es el signo de nuestra solidaridad con el cosmos. Ella es
también, como en el caso del alma, una manifestación de la Bondad
divina. De este modo, la vida humana en su totalidad es un don, un ta-
lento confiado a la libertad del hombre y una expresión del amor per-
manente de Dios que la conserva en su ser.

Todo esto significa tener cuerpo, y por esto, el valor de la vida humana
es sagrada e inviolable, ya que dañarla es un modo de rechazo del don
divino, de rechazo al Amor del Creador.

Así podemos concluir que de ninguna manera el cuerpo (la mate-


ria) es un obstáculo para llegar a Dios; por el contrario, constituye
el espacio personal en el cual experimentamos nuestro ser como
un don del Amor divino.

Es importante la autoconciencia de la bondad del cuerpo puesto que,


desde allí, el hombre descubre las posibilidades de comunicación con el
resto de las creaturas que pertenecen al universo, y a través de esa co-
municación, cumple con la misión que tiene en el cosmos.

El cuerpo humano tiene diversas dimensiones:

2.2.1 Dimensión Personal

No es solamente una cosa que el hombre posee, sino que el hombre


existe en un cuerpo, como una persona humana (unión sustancial de
cuerpo-alma). Esto quiere decir que el cuerpo es el “lugar” en el cual se
expresa y actúa el ser humano; en él, adquieren forma y se concretizan
sus potencialidades, todas ellas en relación con su corporalidad. Incluso
el entendimiento humano tiene una dependencia directa con el cuerpo,

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puesto que depende de él para actuar. El conocimiento racional se inicia


en los datos sensibles que obtiene el hombre a través de los sentidos
orgánicos. De este modo, el cuerpo participa en la realización total de la
persona y es el ámbito primero dentro del cual el ser humano experi-
menta y realiza su existencia (Cf. Roccetta 1993: 118).

2.2.2 Dimensión Natural

A través del cuerpo el hombre se relaciona con el mundo creado. Si


bien el hombre trasciende el universo de lo material, al mismo tiempo,
está constituido por esos mismos elementos del mundo. El cuerpo es el
signo visible de esta pertenencia a la tierra (Adán, del hebreo adamah =
“tierra”). Como vimos, el hombre es un colaborador de Dios, vive en el
mundo con la tarea de continuar la obra que Dios comenzó. El cuerpo
manifiesta la posibilidad de cumplir con esta responsabilidad en el
mundo material. Dominar sobre el resto de la Creación significa poseer
y desarrollar las potencialidades de la Creación para el bien de todos los
hombres. Naturalmente, esta transformación del mundo por el trabajo
no es un hecho solamente material, sino espiritual, más precisamente
ético, puesto que se trata de la responsabilidad que el hombre asume
frente a la Creación.

2.2.3 Dimensión social

Por su medio del cuerpo se realiza el encuentro con los otros hombres,
compartiendo con ellos una vida que es, por la naturaleza misma del
hombre, comunitaria. El hombre es un ser hecho para relacionarse con
los demás, y el cuerpo es la presencia y el lenguaje de este modo de ser
del hombre. La corporalidad es la forma visible por la cual un ser hu-
mano se presenta a otros y se comunica. El cuerpo es la revelación de la
persona, particularmente el rostro que manifiesta su interior (cf. Ibíd.
121). En este sentido también, el ser humano es pensado por Dios como
una totalidad, esto es, el varón y la mujer se complementan de manera
que juntos realizan la imagen de Dios. La comunión espiritual entre las
personas humanas y la consecuente reciprocidad se ponen de manifies-
to en todo tipo de encuentro que cada uno tiene con los otros, en toda

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forma de amor y de comunión, de colaboración y de vida en común que


expresa la naturaleza social del hombre.

2.2.4 Dimensión Ético-Religiosa

En la medida en que, por su intermedio, el hombre se relaciona también


con Dios. Del segundo relato de la Creación en el Génesis, se deduce
una extraordinaria familiaridad entre el varón y la mujer con Dios; am-
bos comparten su vida con Dios. Hay, en el hombre, conciencia de que
todo su ser depende totalmente de Dios. Por esto, tiene que darle glo-
ria, es decir, honrarlo como Dios, también a través de su cuerpo. Esta
tarea supone una elección libre por parte del hombre, esto es, la deci-
sión voluntaria de buscar el bien con todo el ser, cuerpo y alma. No ca-
ben aquí distinciones entre el alma y el cuerpo; el ser persona es una
totalidad. Conviene aquí, entonces, mencionar aunque sea brevemente,
el sentido de la sexualidad humana. Trataremos de descubrir el sentido
que tiene, no sólo el cuerpo en forma individual, sino la complementa-
ción del varón y la mujer.

Para descubrir el valor que tiene la sexualidad en el hombre, hay que


recordar que la persona humana es el ser más noble y excelso que exis-
te en el universo visible. Tiene valor en sí mismo y por sí mismo y tiene
un destino de eternidad, y esta vida eterna a la cual está ordenado le
confiere una dignidad especial al cuerpo y a la sexualidad.

La sexualidad es un bien no porque sea algo útil o agradable, ni por el


placer que pueda brindar, sino porque en sí misma y por sí misma es
buena; pero nunca puede ser el fin de la vida humana por más intensi-
dad que tengan los placeres, puesto que la persona está hecha para
algo más: la comunicación en un amor espiritual que sólo es posible por
la donación de sí mismo a otro. Esta facultad tiene tres dimensiones que
se complementan mutuamente:

 la dimensión biológica (corporal-orgánica);


 la dimensión psíquica que se revela a través de la atracción que
une a dos personas y que no es solamente física, pues lleva a la
persona a buscar una plenitud de sí mismo a través del otro;

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 la dimensión espiritual: es la más profunda. Se desarrolla cuando


un ser humano maduro descubre la suprema dignidad de la per-
sona, es decir, que está dotada de un valor y belleza tales que la
hacen merecedora de ser amada, querida por sí misma. A partir
de acá, se producen entre el hombre y la mujer la máxima unión
posible, es decir, la unión espiritual que se expresa mediante el
lenguaje propio de la sexualidad (Cf. Caffarra 1987: 31-
47).Cuando el ser humano logra esta comunicación interpersonal
en un amor espiritual, puede descubrir el verdadero valor de la
sexualidad, puesto que la percibe no como una realidad en sí
misma o en cuanto que sirve a los propios gustos, deseos, intere-
ses, sino como la posibilidad de la donación de sí mismo.

El hombre no se realiza si no es entregándose y venciendo su propio


egoísmo. Esto se percibe también, a nivel corporal, en la necesidad del
otro sexo. Por lo tanto, podemos concluir que las dimensiones biológica
y psíquica se realizan plenamente en la espiritual (cf. Ibíd. 34).

3. La persona humana
La persona fue definida por Boecio (s. V):

“sustancia individual de naturaleza racional”

La persona es sustancia: o sea existe en sí misma y no en otro, como


sucede con los accidentes.

Es sustancia individual: Al hablar de la sustancia, debemos hacer una


distinción entre sustancia primera y sustancia segunda. La primera es la
sustancia individual (tal cosa, tal animal, tal ser humano), llamada tam-
bién sujeto; la sustancia segunda es la universal, y se obtiene mediante
abstracción, es decir, la mente abstrae o distingue los conceptos univer-
sales (hombre, casa, cosa, concepto, etc.), y se la llama también esencia.
La persona es sustancia individual.

Es de naturaleza racional: Al hablar de persona, no hablamos de cual-


quier sustancia individual sino solamente de aquellas que tienen natura-
leza racional o espiritual. Estas pueden ser los seres humanos, los ánge-

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les y el mismo Dios (para los ángeles y Dios no decimos “de naturaleza
racional” sino “de naturaleza espiritual”).

El espíritu es el que pone en la naturaleza de los seres que lo poseen,


ese plus que no tiene el resto de la naturaleza, y llamamos libertad. To-
dos los seres que no tienen espíritu, se rigen por una ley de necesidad,
que llamamos instinto. Están impulsados a hacer necesariamente esto y
no esto otro. Pero la persona posee dos potencias espirituales: la inteli-
gencia y la voluntad. Estas potencias del alma humana son llamadas
racionales de ahí que la persona humana sea de naturaleza racional.

Por la inteligencia el hombre puede descubrir la verdad y por la volun-


tad elegir el bien, y dado que, como hemos visto en la unidad anterior,
estas potencias no se encuentran predeterminadas a un bien es que el
hombre es libre.

Esta noción de persona pertenece al ámbito del saber filosófico, es de-


cir, fruto del esfuerzo racional del hombre por conocer la verdad acerca
de sí mismo, entonces si bien no pertenece al ámbito teológico, puede
ser aplicado al mismo sin caer en una contradicción. Ahora bien, que
Dios se revele a sí mismo como un ser personal, es más como una trini-
dad de personas sí es una verdad estrictamente de fe, puesto que si
Dios no se hubiera dado a conocer, jamás podríamos llegar a semejante
conclusión.

El hombre es persona desde el primer instante de la concepción, desde


ese preciso momento hay vida humana y por tanto naturaleza racional.
Las ciencias médicas dan precisión de esta afirmación al reconocer la
originalidad del genoma humano diferente al de los progenitores pero
además único e irrepetible. No son las sensaciones las de que dan ori-
gen a la vida, ni la existencia de un sistema nervioso central, la vida se
manifiesta previamente con la existencia de la primer célula personal
que conforma esa sustancia individual de naturaleza racional que es el
hombre.

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4. Fundamentos de la Dignidad
Humana
El ser humano vale por lo que es. Por el simple hecho de ser per-
sona creada a imagen y semejanza de Dios.

No es lo que hace (el bien, lo útil o lo bello) ni lo que tiene lo que hace
que un ser humano sea digno.

La preocupación por la dignidad de la persona humana es hoy universal,


es el reconocimiento de la verdad primaria que todo ser humano es
digno por sí mismo y debe ser reconocido como tal.

Cuanto más fijamos la mirada en la singular dignidad de la persona,


más descubrimos el carácter irrepetible, incomunicable y subsistente de
ese ser personal.

Un ser con nombre propio, dueño de una intimidad que sólo él conoce,
capaz de crear, soñar y vivir una vida propia.

Un ser dotado del bien precioso de la libertad, de inteligencia, de capa-


cidad de amar, de reír, de perdonar, de soñar y de crear una infinidad
sorprendente de ciencias, artes, técnicas, símbolos y narraciones.

Por eso, dignidad, en general y en el caso del hombre, es una palabra


que significa valor intrínseco, no dependiente de factores externos. Algo
es digno cuando es valioso de por sí, y no sólo ni principalmente por su
utilidad para esto o para lo otro. Esa utilidad es algo que se le añade a
lo que ya es.

Lo digno, porque tiene valor, debe ser siempre respetado y bien trata-
do. En el caso del hombre su dignidad reside en el hecho de que es, no
un qué sino un quién, un ser único, insustituible, dotado de intimidad,
de inteligencia, voluntad, libertad, capacidad de amar y de abrirse a los
demás.

La persona es un absoluto, en el sentido de algo único, no reducible a


cualquier otra cosa. El yo no es intercambiable con nadie. Este carácter

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único de cada persona alude a esa profundidad creadora que es el nú-


cleo de cada intimidad: el hombre es un “pequeño absoluto”.

La persona tiene un cierto carácter absoluto respecto de sus iguales e


inferiores. Para que este carácter absoluto no se convierta en una mera
opinión subjetiva, es preciso afirmar que el hecho de que dos personas
se reconozcan mutuamente como absolutas y respetables en sí mismas
sólo puede suceder si hay una instancia superior que las reconozca a
ambas como tales: un Absoluto del cual dependan ambos de algún
modo.

No hay ningún motivo suficientemente serio para respetar a los demás


si no se reconoce que, respetando a los demás, respeto a Aquel que me
hace a mí respetable frente a ellos. Si sólo estamos dos iguales, frente a
frente, y nada más, quizá puedo decidir no respetar al otro, si me siento
más fuerte que él. Es ésta una tentación demasiado frecuente para el
hombre como para no tenerla en cuenta.

Si, en cambio, reconozco en el otro la obra de Aquel que me hace a mí


respetable, entonces ya no tengo derecho a maltratarle y a negarle mi
reconocimiento, porque maltrataría al que me ha hecho también a mí
por lo que estaría siendo injusto con alguien con quien estoy en pro-
funda deuda.

Resumiendo, la persona es un absoluto relativo, pero el absoluto relati-


vo sólo lo es en tanto depende de un Absoluto radical, que está por
encima y respecto del cual todos dependemos. Por aquí podemos plan-
tear una justificación antropológica de una de las tendencias humanas
más importantes: el reconocimiento de Dios.

Si la dignidad de cada ser humano nace del ser peculiarísimo e irrepeti-


ble que cada uno es, el fundamento de la dignidad de la persona está
dentro de ella misma, y no fuera. Por eso tiene valor intrínseco.

Esto nos plantea preguntas inquietantes: ¿Cuál es el origen de la perso-


na? ¿De dónde "sale"?

Lo evidente es que toda persona humana es hija de otra. Ser hijo no es


un accidente, sino algo que pertenece a la condición misma del ser per-

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sonal. Ser hijo significa ser engendrado, proceder de otro ser personal. Y
todo ser humano es hijo de otro. Pero si nos remontamos hacia arriba
en la cadena de las generaciones, surge la pregunta por el origen, no
sólo de cada ser personal en particular, sino de todos en general.

La única explicación satisfactoria de verdad a la pregunta por el origen


de la persona es decir que es fruto de una elección deliberada: aquella
según la cual Dios decide que existan los seres humanos.

Cada persona humana no puede ser un accidente, surgido al azar. El


amor de una madre por su hijo es una semejanza del amor con el cual
el Creador ha creado a cada persona. En ambos casos se trata de un
amor que quiere a esa persona, y no a otra. Ser hijo significa precisa-
mente eso: ser querido por ser uno la persona que es. Por eso, ese amor
por la persona concreta de cada hijo es una cierta imagen del amor con
que Dios nos quiere a cada uno.

Lo expuesto dice que para fundamentar adecuadamente algo tan serio


como la dignidad humana, en último término hay que aceptar que la
persona tiene un origen trascendente, más allá de la genética y de la
materia: esto es lo que asegura de verdad su carácter incondicionado.

Como conclusión podemos afirmar:

La fe de la Iglesia afirma que “todo atropello a la dignidad del hom-


bre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen”4.

4
Documento de Puebla nº 306.

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5. Bibliografía
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