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Ser una diosa es mucho menos divertido de lo que piensas.

Sobre
todo cuando solo eres media diosa, te enteraste de eso recientemente, y
todavía no sabes lo que estás haciendo la mitad del tiempo. Y cuando
terminas utilizando tus poderes no tan confiables para robar la oficina
llena de trampas explosivas de un jefe de la mafia vampiro.
Sí, esa parte es una mierda.
Pero esa es sólo la punta del iceberg de Cassandra Palmer, también
conocida como la pitia, la nueva acuñada Jefe Vidente del mundo
sobrenatural. Después de todo, Cassie todavía tiene que salvar a un amigo
de un destino peor que la muerte, hacer frente a un maestro vampiro cada
vez más posesivo y evitar que un grupo de sus propios acólitos desaten
una tormenta de ira sobre el mundo. Definitivamente justo como un día
normal en tu oficina, ¿verdad?

Cassandra Palmer #6
¡Para los lectores que ayudaron a esta serie en todo el
camino hasta el sexto libro!
Como agradecimiento, por favor vean mi página Web,
karenchance.com, por dos historias de novela corta, escritas
para acompañar este libro. Son precuelas tituladas A Family
Affair y Shadowland. No se requieren para entender o disfrutar
de esta novela, pero son divertidas, gratis y dan una visión más
clara en ciertas áreas del loco mundo de Cassie.
¡Disfrútenlo y gracias por leer!
—Creciste.
La pequeña voz proviene de la chica aún más pequeña en la puerta.
Era difícil verla en la resplandeciente noche con los rayos de luna cayendo
a través de ella, y sobre el nebuloso grafiti enmarañado de senderos
fantasmales entretejidos a través del aire. Sentí relajados algunos de los
músculos en mi cuello.
Y luego tensos otra vez cuando una voz demasiado fuerte llamó
desde una habitación cercana:
—¿Cassie?
Me abstuve de saltar… apenas. Los movimientos bruscos podrían
asustarla, y en este momento, no podía permitirme el lujo de eso.
—Quédate justo ahí —dije en voz baja, sonriendo
tranquilizadoramente a la chica fantasma.
—¿Qué? —preguntó la voz, esta vez más fuerte.
Miré hacia atrás para ver la salvaje cabeza blanca de mi socio en el
crimen, Jonas Marsden, asomándose de una puerta en la oficina. Con el
cabello alborotado, las mejillas rosadas y con las gafas inmensas que lleva,
se parecía a un Einstein drogadicto. Pero, a pesar de las apariencias, se
merecía su posición como líder del mundo mágico. Jonas encabezaba al
poderoso Círculo Plateado, la mayor organización de magia en la tierra.
Pero los grandes magos siguen siendo humanos, y el ego de Jonas
no estaba tomando bien la cosa del envejecimiento. Como cuando se negó
a poner un hechizo de audición sobre sí mismo, sólo porque el resto de
nosotros hablamos en voz muy baja. Por desgracia, no se puede decir lo
mismo de él.
—No hay necesidad de susurrar —bramó—. Te aseguro que el
escudo resistirá.
—Eso me sigues diciendo. —Él estaba hablando sobre el hechizo
para amortiguar el sonido que había arrojado para evitar que todo tipo de
ruido que hiciéramos se filtrara al resto de la casa. Eso era algo
importante, dado que nos cerníamos sobre el territorio de un choque de
trenes en esto. Por supuesto, eso describía más o menos mi vida
últimamente.
Mi nombre es Cassie Palmer, y soy la pitia recién coronada, también
conocida como la Jefa Vidente del mundo mágico. Eso suena mucho más
impresionante de lo que es, ya que hasta ahora involucra en su mayoría
dar paseos en taxi a través del tiempo junto a personas extrañas, y entre
casi perder la vida. Como actualmente, estábamos un par de décadas
atrás, tratando de robar a mi viejo maestro vampiro junto con un tipo de
aburrida mirada excéntrica, lo de hoy estaba siendo bastante normal.
Pero mis nervios no lo creían.
Tal vez es por eso que el espejo manchado sobre la chimenea me
mostraba unos cortos rizos rubios que parecían como si hubiera estado
pasándoles mis dedos nerviosos a través de ellos, un rostro lo
suficientemente pálido para hacer que mis pecas destaquen crudamente, y
sorprendidos ojos azules muy abiertos. Además una camiseta que
proclamaba: Las niñas buenas nunca quedan atrapadas.
Esperemos que sea así, pensé fervientemente.
Afortunadamente, esta era una corte vampírica bastante laxa, siendo
dirigida por un tipo que había sido el equivalente renacentista de la basura
blanca. Pero Tony tenía una regla dura y certera: nadie se perdía la cena.
No estaba segura de por qué, ya que los vampiros no necesitan comer…
comida, de todos modos. Y la mayoría no lo hace, ya que cualquiera debajo
del nivel de maestro, el estándar de oro para los vampiros, tiene papilas
gustativas que no funcionan.
Tal vez era una tradición, algo que había hecho en vida y todavía se
aferraba en la muerte. O tal vez estaba siendo su ser habitualmente asno y
sólo quería disfrutar de su cena frente a un grupo de personas que en su
mayoría no podía hacerlo. De cualquier manera, eso significaba que Jonas
y yo debíamos tener una hora antes de que alguien nos interrumpiera.
Suponiendo que el hechizo funcionara, de todos modos.
Jonas no se veía muy preocupado.
—Podrías bailar una giga irlandesa aquí —se jactó—, en zuecos y
nadie escucharía.
—No, pero podrían sentir las vibraciones…
—¿En esto? —Hizo un gesto en torno a los crujidos del entarimado
de la Era-de-la-Revolución, el azote de la lluvia contra las ventanas
centenarias, y el relámpago intermitente que retumbaba fuera en el cielo,
enviando sombras saltarinas a través de las paredes de yeso original. Tony
vivía en una hacienda histórica en las afueras de Pennsylvania, lo cual
usualmente era pintado muy bonito.
Esta no era una de esas veces.
—O nos olerían —añadí.
—¿Desde el otro lado de la casa? —se burló Jonas—. No son súper
humanos.
Parpadeé.
—Bueno, en realidad…
—Le das a tus vampiros demasiado crédito, Cassie —me dijo con
severidad—. ¡En una competencia entre ellos y un buen mago, siempre
apuesta por el mago!
Bueno, eso es lo que estoy haciendo, estuve a punto de señalar. Pero
no lo hice porque quería que se callara de una vez. Normalmente no soy
nerviosa, pero bueno, tampoco suelo tratar de robar una oficina con
trampas explosivas de un jefe de la mafia vampiro. No es que ahora
estuviera haciéndolo. Eso era cosa de Jonas. Yo estaba aquí por algo más.
—Está bien —dije, mirando nerviosamente a la chica.
Afortunadamente, ella todavía estaba ahí, incluso un poco más
sustancial ahora. La vieja muñeca que arrastraba de los pelos había
adquirido un tono rosado, y su vestido, parte del cual desaparecía por el
suelo, ahora era una pálida sombra azul. Dejé escapar un aliento que no
sabía que había estado conteniendo.
El nombre del fantasma era Laura y habíamos jugado juntas cuando
niñas, hace tiempo cuando llamaba a este lugar hogar. Solo que había
crecido y ella… bueno, nunca lo haría.
Es uno de los hechos más duros sobre los fantasmas: cuando
mueres, permaneces de la misma manera que estabas en vida. Es decir, si
eres un hombre con un solo brazo, vas a ser un fantasma con un solo
brazo; es simplemente la forma en que se manifiesta la energía. Sobre
todo, aprenden a seguir con ello al estilo Beetlejuice, lanzando cabezas
cortadas a incautos turistas, el término fantasmal para visitantes de
cementerios, o arrastrando los intestinos destripados tras ellos como un
tren sangriento.
El humor tiende a asumir una inclinación macabra después de la
muerte.
Pero el inconveniente es que, si mueres a los cinco años de edad, te
quedas de cinco. Podrías aprender cosas nuevas, adquirir nuevas
habilidades, incluso obtener sabiduría de alguna clase. Pero es la
sabiduría de un niño. No es que de pronto empiezas a pensar como un
adulto.
Incluso después de más de cien años, no lo haces.
Ese era un problema, ya que necesitaba información, y la necesito
urgentemente. En concreto, tenía que hablar con mi madre, que también
había sido huésped de Tony. Pero, quien había muerto cuando era más
joven de lo que Laura parecía ahora.
Por supuesto, visitar a una mujer muerta debería ser lo
suficientemente fácil para una viajera en el tiempo, ¿verdad? Solo que
nunca me es tan fácil. Me había pasado la mayor parte de una semana
buscándola y no tenía nada de nada. Pero tenía que encontrarla; un amigo
estaba en problemas y mamá era la única que podría saber cómo
ayudarlo. Y había una maldita buena probabilidad de que Laura supiera
dónde estaba.
Pero si recordaba bien, hacer que cooperara tendía a ser complicado.
—Hola, Laura —empecé casualmente.
—¿Qué está haciendo? —preguntó, arrastrando la muñeca a la cuña
de luz saliendo de la oficina.
—Nada. Está bien —le susurré, tratando de mantenerla aquí fuera,
donde pudiéramos hablar en privado.
Así que, por supuesto, ella se coló por la derecha, entrando.
Cerré los ojos.
He sido capaz de hablar con fantasmas todo el tiempo que puedo
recordar, mucho más de lo que he estado haciendo mi actual trabajo de
locos. Pero es como hablar con las personas: hablan contigo solo cuando
quieren. Por supuesto, por lo general quieren, ya que la mayoría de los
fantasmas se limitan a un solo lugar y no reciben a muchos visitantes.
Bueno, no muchos que los noten, de todos modos. Así que si Jonas no
hubiera estado aquí, probablemente ya estuviera soltando todo lo que
quería saber y más.
Pero lo estaba, y de los dos, él era claramente el más interesante.
Acepté lo inevitable y la seguí dentro.
Jonas debe haber hecho algún buen desmontaje, porque nada me
disparó, apuñaló o agarró al pasar por la puerta. Él también se veía
bastante bien, si ignorabas su costumbre de recoger cosas al azar y
pegarlas en la masa ondulante que llama cabello. O, en este caso, sobre él.
—Se parece a Honeybun. —Laura se rio. Ella estaba hablando de mi
conejo-mascota de la infancia, aquella que básicamente habíamos
compartido ya que los animales pueden sentir a los fantasmas mucho
mejor que la gente.
Y no estaba equivocada.
—¿Encontraste algo? —preguntó Jonas, alzando la vista a través del
desorden en el escritorio. Y luciendo dos escandalosos mechones de pelo
blanco escapándose de ambos lados de un viejo sombrero de copa. No
combinada con su atuendo, y no lo había estado usando cuando llegamos.
Pero he descubierto que tratar de descifrar a Jonas solo hace que me duela
la cabeza, por lo que en su mayoría no lo hago.
—Él es simplemente esponjoso.
—¿Disculpa?
—Uh, no. Todavía no —le dije, tratando de espantar
disimuladamente a Laura hacia la puerta.
En lugar de eso, ella se metió debajo de la mesa.
—¿Ya terminaste? —preguntó Jonas, mirándome sobre sus gafas
mientras yo me arrastraba tras ella.
—Uh, sí.
—¿Estás segura de que no pasaste por alto algo? Es bastante
pequeño, ya sabes.
—Bastante segura.
Lo que él quería no estaba en la oficina. Lo sabía porque sabía dónde
estaba, pero lo necesitaba ocupado unos minutos más buscando. Minutos
que podría utilizar para tratar de sonsacar algunos secretos de Laura. Pero
Jonas no parecía estarme prestando atención. Por una vez, Jonas se veía
enfocado.
—Este no es momento para juegos, Cassie —dijo con severidad, a
medida que Laura se arrastraba a través de sus piernas.
—No podría estar más de acuerdo —dije, agarrándola.
Solo para que ella abruptamente se desvaneciera y mis manos
pasaran a través de ella. Y se apoderaran de la pantorrilla de Jonas.
—¿Hay algún problema? —preguntó secamente.
Sí, aunque el desvanecimiento no lo era. Los sentidos de Laura no
funcionaban tan bien cuando ella no estaba ahí, por decirlo así, y era lo
suficientemente curiosa para estar de vuelta en cualquier momento. El
problema era peor que eso.
El problema era que ella pensaba que yo quería jugar.
—No, no, espera… ¡oh, mierda! —susurré, cuando desapareció
completamente fuera de vista.
—¿Qué? —Jonas se puso tenso, mirando a su alrededor—. ¿Qué es?
Laura rio y volvió a aparecer por el raído sofá a cuadros, donde Tony
sentaba a sus invitados para que pudiera verlos retorcerse en los duros
viejos pliegues.
—¡No puedes atraparme! —dijo ella, lanzando el reto de costumbre.
Había sido divertido cuando era una niña y no tenía nada mejor que
hacer. Ahora lo era menos.
—No, escucha…
—Estoy escuchando —dijo Jonas con impaciencia, mientras ella
desaparecía de nuevo.
¡Maldita sea!
Salí de debajo del escritorio.
—Cassie, qué…
—Vuelvo en un segundo —le dije, con los dientes apretados.
—Incluso para una pitia, estás actuando un poco loca —dijo
suavemente a medida que salía furiosa.
Ni la mitad de enloquecida que iba a estar si no encontraba a cierto
fantasma juguetón, pensé sombríamente, mirando afuera de la habitación.
Nada me devolvió la mirada, a excepción de un viejo retrato en la
pared, algún pariente ceñudo de la familia del antiguo dueño de este lugar
antes de que Tony decidiera que lo quería. Estaba iluminado bajo la luz de
la luna, como todo lo demás aquí, cosa que era un problema. Cuando se
desvanecían, los fantasmas eran poco más que manchas plateadas en el
aire, y jodidamente más difíciles de detectar en los claroscuros de muebles
antiguos, retratos tapados y sombras saltando al azar. Cayó un rayo
afuera, haciendo que la parte blanca de los ojos pintados se destacaran
espeluznantemente.
—No se vale esconderse —llamé tensamente.
Pero parecía que era la única que pensaba así.
Esto realmente no iba a ser fácil. ¿Y qué había de nuevo en eso?
Pensé salvajemente. Si había una cosa que había aprendido en los últimos
tres meses, era que nada lo era. Era como vivir en la Ley de Murphy.
Solo que no.
Eso sería ir un paso adelante.
Según Murphy, si algo puede salir mal, saldrá mal. Pero eso no
funcionaba en mi vida. Necesitaba una nueva regla. La Regla de Cassie.
Algo más en línea a: si algo no puede salir mal, ya que es completamente
imposible que suceda en primer lugar, de alguna manera se las arreglará
para ir mal de todos modos.
Un ejemplo: la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que tener
un padre asesinado por un jefe de la mafia vampiro era algo poco probable.
Y que el alma de dicho padre terminara atrapada en un pisapapeles
encantado, porque el vampiro era un imbécil que quería regodearse de su
antiguo sirviente durante el mayor tiempo posible, era simplemente una
tontería. Añade el hecho de que el destino del mundo ahora podría
depender de ese pisapapeles, del espíritu que contiene, y toda la cosa
limita lo ridículo. Y si la comunidad mágica se deshiciera de dicho
pisapapeles de suma importancia, porque dicho bastardo vampiro huyó a
Faerie con él… bueno. Ni siquiera sé si existe una palabra para eso.
Pero necesitan una. Porque ocurrió de todos modos. Como siempre,
a mí.
¿Ves el tipo de cosas con las que estoy tratando aquí?
Pero ahora mismo, recuperar el pisapapeles de la fatalidad era
problema de Jonas. Él era el que trataba de salvar un mundo. Yo no era
tan ambiciosa. Sólo estaba tratando de salvar a un amigo.
Y no estaba yendo muy bien.
Me di por vencida con la sutileza y saqué el collar más feo del mundo
de mi camiseta.
Un segundo después, un fantasma apareció, como un genio de una
botella. Solo que este genio vestía de vaquero elegante y se veía bastante
asustado.
—No —me dijo rotundamente—. De ninguna manera. No. Ni siquiera
lo pienses…
—No tengo mucho tiempo —le susurré con dureza—. Y ella puede
hacer esto por horas. Una vez tuvimos un juego que duró toda una
semana.
—Y eso, ¿cómo es mi problema? —preguntó, mirando a su alrededor
con nerviosismo—. Maldita sea, es peor de lo que recordaba. Todo este
lugar está goteando ectoplasma.
—Sabes que no hay tal cosa —le dije con impaciencia. El nombre del
fantasma era Billy Joe, y a pesar de pasarse la vida desafiándose-a-sí
mismo, no sabía una mierda acerca de la muerte. Tal vez porque se pasaba
la eternidad viendo viejas películas cursis y volviéndome loca.
Nos conocimos cuando tenía diecisiete años, y accidentalmente
compré un collar que él hechizó como un regalo de cumpleaños para mi
institutriz. Ella terminó con algunos pañuelos sin hechizar en su lugar, y
yo conseguí un apostador irlandés del siglo XIX, con una bocaza y un halo
amarillo. Algunos días, sigo pensando que ella salió ganando.
—¿Ah, sí? —preguntó Billy, con su sarcasmo habitual sobrescrito
con un dejo de pánico—. ¡Deja de mirar a tu alrededor como un ser
humano y echa un vistazo con tu Visión Fantasmal para variar!
Su tono, resaltándolo como si realmente fuera una forma paralela de
ver el mundo. Algunas personas tienen doble-vista; somos de doble-visión,
con un segundo par de ojos, de la clase que se centra en el mundo de los
espíritus. Normalmente trato de aplacarlo, ya que ver a los otros tiende a
hacerte más como ellos y ellos te van a regresar la mirada, y hay algunas
cosas por ahí que dan miedo. Pero no parecía que fuera a encontrar a
Laura de otra manera.
—¿Ves lo que quiero decir? —exigió Billy, cuando cambié. Solo que
ahora, en lugar de un vaquero semitransparente con una camisa con
volantes y un Stetson, era una columna verde brillante de humo en forma
vagamente de vaquero. Y menos claro, en lugar de como debería haber
sido, porque había estado en lo correcto, toda la habitación brillaba con el
mismo color misterioso.
No era sólo que los anteriores propietarios de la hacienda hubieran
conocido un final desastroso. Este lugar había comenzado como un
cementerio indio mucho antes de que se hubiera construido sobre él, y
después había sido un campo de batalla en la Guerra Revolucionaria. Y
luego estaban los diversos rivales que Tony había arrastrado a través de
los años, muchos de los cuales no se habían ido nunca. Y los espíritus
vengativos habían seguido a algunos de los vampiros a casa, deseando un
poco de reembolso posterior-a-la-carnicería. El resultado final era
básicamente una central fantasma, con gruesos senderos brillantes que
dejaban por el suelo, las paredes, el techo y toda la habitación pulsando en
neón.
—Sabes que los chicos de por aquí odian a otros fantasmas —dijo
Billy, azotando su cabeza a un lado por algún sonido que no pude oír—.
¡Como en, realmente, en serio los odian!
—Se supone que esta es tierra sagrada —señalé—. A los propietarios
originales no les gustaban los nuevos, y han estado en batalla desde
entonces.
—Sí, bueno, ellos pueden pelear sin mí —dijo Billy—. Ya he
terminado. —Y empezó a desaparecer de nuevo en su collar, que, dado que
él lo encantó, era terreno neutral.
Por lo menos lo hizo hasta que lo arrastré de regreso.
—Laura no te hará daño —le dije, luchando con él por el control—.
Ella es uno de los fantasmas más dulces que he conocido. Simplemente le
gusta jugar.
—¡Sí, apuesto que sí! ¡Con mis huesos, si tuviera alguno!
—¡Ella no es así!
—¡Claro! ¡Porque cuando la niña inocente aparece en una película de
terror, siempre es algo bueno!
—¡Esto no es una película! —dije, y le arrebaté el collar.
—Está bien. Bueno, seguro. Ella es buena. Es maravillosa. Pero,
¿qué pasa con los demás?
Tenía un punto. La casa era una zona de guerra que los humanos
nunca veían, generaciones de espíritus elaborando y rompiendo alianzas,
persiguiéndose y ocasionalmente canibalizándose entre sí, y en general,
continuando en la muerte batallas que habían luchado en vida. Y al igual
que en las batallas de todas partes, los débiles no sobrevivían por mucho
tiempo.
—No quiero que te arriesgues —le dije con sinceridad—. Basta con
echar un vistazo alrededor; ver si habla contigo. Sabes lo que necesito.
—¡Sí, que te examinen la cabeza! —espetó Billy—. Es un fantasma,
no es como si ella fuera alguna parte. Podrías encontrarla en nuestro
propio tiempo, sin el riesgo…
—¿No crees que pensé en eso? —siseé—. La casa está vacía en
nuestro tiempo. Nadie se fía de la gente de Tony…
—No puedo imaginar por qué —dijo Billy con sarcasmo.
—…así que se han repartido a otras casas donde pueden ser vistos.
Desde que se volvió traidor, este lugar ha estado vacío. Y sin energía
humana para alimentarlos…
—Los fantasmas entran en modo hibernación —terminó por mí.
Él debería saberlo; él estaba tan activo como podía estarlo solo
porque le dejaba extraer energía de mí. Otros fantasmas hacían lo mismo,
en una escala mucho más pequeña, nadie metiéndose en su territorio,
porque los seres humanos arrojan energía viva todo el tiempo, como
células de la piel. Esa era la razón por la que los avistamientos de
fantasmas eran generalmente reportados en cementerios o casas antiguas.
No era sólo porque sus cuerpos a menudo terminaban allí. Era porque a
los fantasmas originados en otros lugares les era mucho más difícil
alimentarse lo suficiente para mantenerse activos.
—No puedo encontrarla en nuestros días en casa de Tony —le dije—.
Y cada vez que trato de ir atrás en el tiempo a solas, casi me quedo
atrapada. Esta puede ser mi única oportunidad. —Parecía que quería
discutir, cosa que Billy podía hacer tanto tiempo como Laura podía estar
oculta. Pero tampoco tenía tiempo para eso—. Billy, por favor. ¡No sé qué
más hacer!
Frunció el ceño.
—Eso no es justo.
Y en realidad no lo era. Nos molestamos, discutimos y maldecimos
entre sí todo el tiempo, peor que un viejo matrimonio. Y estaba bien; era
normal en las familias en que ambos habíamos crecido. Pero nosotros no
manejábamos las emociones más delicadas muy bien, porque no las
habíamos encontrado con demasiada frecuencia.
Billy había sido parte de una familia de diez hijos estridentes, y
aunque tenía la impresión de que sus padres habían sido cariñosos a
veces, simplemente no había habido sido lo suficiente para todos. Y él a
menudo había estado perdido en la confusión. Y en cuanto a mí…
Bueno, al crecer con Tony había tenido un montón de cosas, pero en
realidad cariño no había sido una de ellas.
Como resultado, ambos preferíamos mantenernos al margen de esas
emociones más delicadas, o ignorarlas por completo. Así que, sí, usar ese
tipo de expresiones suplicantes o de ojos llorosos, era hacer trampa. Pero
estaba desesperada.
Billy hizo un sonido de disgusto después de un minuto y miró hacia
el cielo. ¿Por qué?, no lo sé. Él había estado evitando activamente algo así
como por ciento cincuenta años. Luego se fue sin decir nada más, pero con
un ademán irritado que me hizo saber que pagaría por esto eventualmente.
Estaba bien. Estaba muy bien.
Me preocuparía por las consecuencias más tarde.
Ahora sólo tenía que encontrarla.
—Vamos —le engatusé, intentando sonar calmada y dulce—. Estoy
fuera de práctica.
Nada. Sólo un eco en una sala oscura, cruzada y atravesada por
senderos fantasmales. Tan espesos y tan difusos que la Vista no estaba
funcionando en absoluto.
—¡Maldita sea, Laura!
Y, por fin, alguien se rio.
Era difícil saber de dónde venía por el sonido del viento y la lluvia,
pero la paciencia nunca ha sido el fuerte de Laura. Un segundo más tarde,
se produjo un alboroto junto a las largas cortinas de una ventana. Me
lancé mientras ella corría, demasiado entusiasmada para tener cuidado, y
así me deslicé sobre una alfombra. Y acabé por caer y pasar a través de
ella.
—¡No se vale desvanecerse! —jadeé, golpeando la madera dura.
Ella se rio, saltando alegremente por la puerta entreabierta y por la
sala mientras me ponía de pie. Pero ella asintió.
—Sin desvanecerse.
—¿Sin engaños? —pregunté, siguiéndola. Porque de lo contrario, eso
no contaba.
—Sin engaños —convino solemnemente.
Y entonces dio un paso a través de una pared.
Técnicamente eso no era desvanecerse. Era su muy patentada
tarjeta de pase-libre-fuera-de-la-cárcel, ya que la niña que había sido no
podía seguirla. Era por eso que había ganado, nueve de cada diez veces,
cuando jugábamos a este juego. Pero había aprendido algunas cosas desde
la última vez, y un segundo después, di un paso a través de la pared
detrás de ella.
Bueno, no exactamente la atravesé. Me desmaterialicé, moviéndome
en el espacio a través del poder de mi puesto, justo como me había movido
a través del tiempo para traernos aquí. Era un buen truco, como lo
demostró el rostro de Laura cuando me re-materialicé a un par de pies
detrás de ella.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó con los ojos brillantes.
Y luego echó a correr de nuevo, desapareciendo a través de un
librero.
Fui tras ella, tratando de recordar la distribución de estas
habitaciones mientras corría. Porque a diferencia de Laura, no soy
incorpórea cuando viajo. Sólo desaparezco de un lugar a otro, y aparecer
en medio de una silla o una mesa no sería divertido. Así que mis nervios
estaban apaleándome incluso antes de lanzarme a través de otra
habitación, pasando a través de una chimenea, esquivando apenas de
ensartarme en un atizador, y me dirigí hacia el pasillo…
Y vi a Laura pasar directamente a través de una par de hombres que
venían en esta dirección.
O no, pensé, de repente congelada.
No hombres.
Por lo menos, ya no.
Ellos bajaban por una magnífica escalera de caracol vieja, una de las
mejores características de la casa. Estaba hecha de roble, pero había sido
pulida a un brillo oscuro por el aceite usado por miles de manos durante
cientos de años. Pero no sostenían una vela para que los vampiros
bajaran. Bueno, uno de ellos, de cualquier forma.
Mircea Basarab, el elegante maestro de Tony, probablemente habría
hecho que mi corazón se acelere en simples vaqueros viejos. Digo
probablemente porque nunca lo he visto en algo tan plebeyo, y esta noche
no era la excepción. Una cascada brillante de cabello oscuro cae sobre
unos hombros encerrados en un esmoquin tan perfectamente adaptado
que podría haber terminado una sesión de fotos. El cabello era en realidad
color caoba, no negro como se veía con poca luz, pero los anchos hombros,
la esbelta cintura y el aire cargado de energía apenas contenida no eran
ilusiones.
Sin embargo, se veía un poco fuera de lugar en una casa donde su
anfitrión era afortunado si recordaba mantener la corbata fuera de la sopa.
Dado que Mircea nunca parecía fuera de lugar en ningún sitio, supuse que
había una razón por la que había decidido venir así. Probablemente la
misma que tenía a Tony forzando a la familia a sentarse a cenar en una
fiesta cada noche.
Por un segundo, deseé poder haber visto a Tony, y a sus más de
ciento treinta kilogramos, metido en un traje de pingüino, por una vez tan
supremamente incómodo en una de sus cenas como todos los demás.
Pero no iba a hacerlo. Porque el vampiro al lado de Mircea, aquel con el
cabello oscuro y rizado, la perilla y los ojos marrones engañosamente
amables, no era Tony.
Mierda, pensé ferozmente, y retrocedí rápidamente a la habitación de
la que había salido.
Lo cual era absolutamente lo correcto a hacer.
Al menos lo era hasta que me siguieron adentro.
Presa del pánico, me desplacé… también la decisión correcta, ya que
no había otras puertas para salir. Pero desplazarse a través del tiempo en
una fracción de segundo en estado de pánico no es fácil, y esta vez no lo
logré. O, más bien, no lo logré completamente.
¡Hijo de puta! Pensé desesperadamente, encontrándome atrapada en
la chimenea cuando los dos vampiros maestros de alto nivel entraron a la
habitación.
Intenté desplazarme de nuevo pero no fui a ninguna parte, casi como
si me hubiera quedado atrapada. Lo cual podría ser porque lo estaba, me
di cuenta un segundo después. La mitad de mi cuerpo estaba en la
habitación de al lado, habiéndome desplazado a través de la chimenea de
manera agradable y correcta. Pero la otra mitad…
La otra mitad estaba todavía de este lado de la pared, sobresaliendo
de los viejos ladrillos ennegrecidos justo por encima de la cintura.
Me giré y viré desesperadamente, pero no fui a ninguna parte. Y
luego traté de desplazarme de nuevo con frenesí. Pero media docena de
intentos en rápida sucesión solo me dejaron mareada y con un serio deseo
de vomitar. Y no más libre de lo que jamás había estado.
Una mirada hacia mi cintura mostró que al menos no había sido
cortada en dos, como a la ayudante de un mago inepto, que es lo que
suponía que siempre sucedía en estos casos. En lugar de eso, di una
molesta mirada al montón de ladrillos, formando un aro a mi alrededor
funcionando como un anillo, compitiendo por espacio que no estaban
encontrando. Y desprendiendo un sutil polvo de entre las piedras en el
proceso.
Me asusté un poco con eso, porque si era audible a mis oídos,
probablemente sonaba como una avalancha para los vampiros. Pero
cuando miré hacia arriba, solo la rejilla de la chimenea estaba mirándome.
Literalmente, ya que era una de esas cosas falsas de Tiffany con un
centenar de colores y un montón de insectos de ojos saltones por todas
partes.
Pero no había vampiros, de ojos saltones o de otra manera.
Sorprendentemente, no se habían dado cuenta de mi lucha, más de lo que
se habían dado cuenta de mis latidos o mi respiración en pánico. O bien la
oscuridad en la chimenea antigua y la pegajosidad de la pantalla me
habían protegido de la vista. Y supuse que la tormenta había cubierto
cualquier ruido que hiciera, o de otro modo, estaba apenas en el interior
del escudo de sonidos que Jonas había establecido. Lo había vinculado a
una sección de esta ala de la casa, pero no estaba segura de lo lejos que se
extendía.
No es que importara. Debido a que la vista y el oído no son los
únicos sentidos fuertes para un vampiro. Y a pesar de la temperatura,
estaba sudando como un…
—Es la chica, ¿no? —dijo el segundo vampiro bruscamente.
Dejé de luchar por un segundo, cuando sentí como incluso los
latidos de mi corazón se congelaban.
—Cassandra. —Mircea asintió, entregando a su compañero una
bebida—. Le gusta jugar por toda la casa.
Y entonces empezó a latir de nuevo.
Por supuesto, la casa olía a mí, pensé vertiginosamente. Por
supuesto que sí. Mi yo más joven dormía en el otro extremo del pasillo;
¿por qué no lo haría?
Tragué saliva y me pregunté, no por primera vez, qué esperanza de
vida tenía una pitia.
¿Por qué pensaba que no era muy alta?
—No. Quise decir, es por eso que estás aquí —dijo el otro vampiro,
sus ojos oscuros se estrecharon con sospecha.
Eso no era inusual. Podía ser tan encantador como cualquiera de su
especie, pero a diferencia de Mircea, ese no era su trabajo. Su nombre era
Kit Marlowe y hace mucho tiempo había hecho la transición de espiar a
favor de Su Majestad, la reina de Inglaterra, para hacerlo con otra reina, la
encargada del temido Senado Vampiro Norteamericano.
Bueno, temido por la mayoría de la gente, incluyendo a la mayoría
de los vampiros de Estados Unidos, ya que servía a su más que menos
benevolente gobierno. Pero para mí, no parecía tan aterrador, tal vez
porque estaba saliendo con uno de los senadores. Aquel que actualmente
estaba mirando con divertida tolerancia a Kit.
—¿Qué te ha dado esa idea?
—No seas tímido. Te he visto poner menos esfuerzo encantando a
condesas…
—Quienes normalmente requieren poco esfuerzo —murmuró Mircea,
bebiendo brandy.
—…que en esta niña. “¿Vaya, no es esa una bonita pintura, Cassie?
¿Cómo es que la hiciste?” —imitó Marlowe.
—Los colores eran bastante agradables —protestó Mircea, sus labios
crispándose.
Kit no parecía tan divertido.
—¿Cuál es tu interés? —le preguntó sin rodeos.
—Es una niña encantadora.
—Es una vidente. —Los ojos de Marlowe se estrecharon—. Auténtica,
a decir verdad, pero eso es apenas suficiente para justificar acampar en el
desierto…
—Está a menos de una hora de Filadelfia.
—En el desierto —insistió Marlowe, mirando a su alrededor
despectivamente—. Y en todo caso, si querías ver al maldito vampiro, ¿por
qué no le ordenaste ir a tu corte? ¿Por qué venir aquí, y mucho menos por
casi un año?
—Ah. ¿Por eso es que tu dama te ordenó a comprobarme? —
preguntó Mircea, instalándose de nuevo en un sillón de cuero rojo oscuro.
Todavía parecía divertido, aunque si realmente lo estaba o no era una
incógnita.
Su compañero se quedó de pie, y se tensó ligeramente.
—Necesitaba preguntarte sobre un número de…
—¿Ahora quién está siendo tímido?
Marlowe se detuvo.
—Bueno, si ella está curiosa, ¿quién puede culparla? Nadie hace
esto.
—Muchos maestros visitan a sus siervos.
—Sirvientes que viven en París; sirvientes que viven en Roma. ¡No
sirvientes que viven en los bosques de Pennsylvania en un basurero! —
Marlowe gesticuló alrededor, el pequeño pendiente de oro que llevaba en
una oreja parpadeó bajo la luz de un rayo—. ¿Qué esperas que le diga?
—Que estoy encargándome de unos asuntos familiares que no le
conciernen.
—Oh, sí. Sí, eso le sentara muy bien —dijo Marlowe
sarcásticamente.
—Debería. Es la verdad.
—Y no vas a ofrecer ninguna otra explicación, más detalles —dijo
Marlowe, merodeando cerca de la chimenea.
—No veo por qué tendría que esperarlos —comentó Mircea a medida
que empezaba a luchar de nuevo—. No soy un recién nacido que debe ser
cuidado, y esto no tiene nada que ver con ella.
—¿Nada? —Marlowe giró, justo antes de llegar hasta mí. Y justo
antes de que se hubiera acercado lo suficiente para dar una buena mirada
sobre la rejilla.
Tragué saliva.
Tenía veinticuatro años.
Y ya estaba demasiado vieja para esto.
—Eso es lo que dije.
Marlowe empezó a pasear de ida y vuelta.
—Entonces, el hecho de que su madre fuera Elizabeth O'Donnell, ex
heredera de la pitia, es irrelevante, ¿verdad?
Mircea ladeó la cabeza, y sus ojos se estrecharon ligeramente.
—Ahora, me pregunto. ¿El topo está en mi familia o la de Antonio?
—No necesito un topo —dijo Marlowe tajante, y bebió su whisky.
—Ah, entonces un dispositivo de escucha. Y sí, sería bastante simple
aquí. Los magos de Antonio no son los mejores.
—Son una mierda —dijo Marlowe sin rodeos—, y ese no es el punto.
Tienes una fijación en una posible pitia…
—Eso es bastante especular, ¿no te parece?
—¡No, no me lo parece! ¡Y tú no nos lo informaste!
El tono de Marlowe era tan acusatorio como las palabras, pero
Mircea no parecía preocupado.
—Hasta ahora, no hay nada que contar. La madre de Cassandra era
la heredera del trono de la pitia en algún momento, sí, pero fue removida…
—¡Pero no por falta de habilidades! Por confraternizar con ese fulano
Roger Palmer…
—Cuyas capacidades son desconocidas.
—Trabajaba para tu sirviente. ¡Debes saberlo lo suficientemente
bien!
—Sin embargo, no obstante, no lo sé. —El tono de Mircea era
calmado, pero bueno, siempre lo era. Más reveladores eran sus ojos que
permanecían marrones. Marlowe no lo estaba incitando, aún—. Y ya que él
y Elizabeth están ahora muertos, nunca podremos saberlo. Dejando los
talentos de Cassandra en incógnita.
—Aun así, decidiste conocerla de todos modos.
—¿No lo harías tú?
—Y ganar su confianza.
—Solo por prudencia.
Marlowe se cruzó de brazos. Y a pesar de que ya no podía ver su
rostro, la postura de sus hombros contaba la historia por sí sola.
—Solo prudencia, si nos hubieras informado. Solo prudencia si no
hubieras mostrado, digamos, un persistente interés en el trabajo de la
pitia, antes de ahora.
Había estado tratando de meter una mano en el aro de ladrillos
empujándose a mi alrededor, para forzar las malditas cosas a abrirse. Solo
para que terminara deslizándose a través de mis dedos mientras mi cabeza
se sacudía bruscamente hacía atrás. Y luego, de nuevo aún más
bruscamente cuando sentí la mano de alguien en mi trasero.
Ese ataque al corazón que había estado posponiendo durante unos
meses podría haber aprovechado este momento para aparecer y saludar,
salvo que la mano no fue seguida por un golpe aplastante o el sonido de
una alarma. Sino por una segunda mano en mi cadera y, a continuación,
por un fuerte tirón. Mi columna se habría relajado en alivio, si no hubiera
estado ocupada saliéndose de mi cuerpo.
Tenía que ser Jonas; uno de los chicos de Tony ya me hubiera
arrancado en dos a estas alturas. No es que no se sintiera como si no
estuviera tratando de hacerlo. Y lo peor de todo, él estaba haciendo difícil
concentrarme en lo que los vampiros estaban diciendo.
Y yo quería escuchar esto.
—¿Cuántos regalos… —preguntó Marlowe, por encima del sonido de
las rocas moliéndose entre sí—, le has dado a través de los años?
¿Cuántas visitas le has hecho?
—No las suficientes, por lo visto. —El tono era seco—. Seguimos tan
alejados de la sede del poder como siempre. Si la cónsul dejara un poco
ese orgullo testarudo y le diera una visita en persona, podría hacer más
que cualquier regalo…
—¡No me tomes por tonto, Mircea! —dijo Marlowe, caminando hacia
delante e inclinándose hacia abajo, golpeando sus manos en los brazos de
la silla de Mircea—. ¡Te he conocido por demasiado tiempo! Eres el mejor
embajador entre los Senados. Nadie pone en duda eso. Pero no viniste en
calidad de senador, ¿verdad? Viniste solo, tranquilamente, sin séquito y
sin ninguna mención en los registros del Senado. Viniste por ti, no por
nosotros, y quiero saber…
—Y lo que yo quiero —dijo Mircea, su voz de repente plana—, es
saber cómo te las arreglas para hacer funcionar tu departamento cuando
todos tus esfuerzos parecen estar ocupados siguiéndome.
—¿Qué esperabas? —exigió Marlowe, pero retrocedió ligeramente—.
Tú eres su más poderoso sirviente. Por supuesto que está preocupada por
la idea de que te alíes con una posible pitia. Es el tipo de movimiento que
podría ponerte en una posición inviolable. —Él vaciló, y luego siguió—. Es
el tipo de movimiento que podría permitirte tener una oportunidad de
reemplazarla.
—No tengo tal ambición —dijo Mircea, de manera nivelada.
—¿Y si la tuvieras? —preguntó Marlowe deliberadamente—. ¿Qué
dirías entonces?
—Si ya has tomado una decisión para dudar de mí, ¿por qué
preguntar?
—Para darte una oportunidad de explicarte.
—Lo cual he hecho. Simplemente te niegas a aceptar cualquier cosa
que diga.
—¡Porque no tiene sentido! ¿De verdad esperas…?
Pierdo el hilo de la conversación de nuevo, porque las piedras a mi
alrededor de repente se calientan, y no como una roca en un día soleado.
Más como lava. Jonas da un tremendo tirón desgarrador, y se siente casi
como si los ladrillos se licuaran durante una fracción de segundo…
Y de pronto se endurecieron otra vez, dejándome atrapada peor que
antes.
Mucho peor. Ahora mi cabeza y hombros sobresalen, pero mis
manos quedan atrapadas cerca de mi cabeza como si me hubieran
arrojado entre las piedras, y mi pecho se comprimió hasta el punto que era
difícil respirar. Las piedras volvieron a su antigua rutina un segundo
después, más fuertes que nunca, al estar justo en mi oreja. Y me permite
tomar una respiración solo cuando las que están directamente debajo de
mi pecho se mueven.
Lo cual hicieron por solo la mitad de lo que necesitaba.
—Uff —dije, mirando desesperadamente la pequeña franja de
Marlowe que todavía podía verse a través de la rejilla.
Date prisa, pensé, pero no a Jonas. Podía respirar, o algo así. Estaba
bien. Iba a estar bien. Probablemente. Y quería escuchar…
—…control del que crees —estaba diciendo Mircea—. Veo a muchas
personas importantes, incluyendo a los líderes de otros Senados…
—Y sin embargo, cada pitia —dijo Marlowe tenazmente—. Antes de
siquiera ser coronada, en algunos casos, recibe una visita, y no en calidad
oficial…
—Las visitas oficiales son frías y formales. Hago mejor mi trabajo en
un ambiente más relajado. No puedo encantar a cualquiera en nombre de
la cónsul si no puedo conocerlos.
—Y aun así, estas visitas no parecen estar funcionando —señaló
Marlowe.
—No parecen estar funcionando todavía —dijo Mircea, terminando
su bebida—. Cada pitia es diferente…
—¿Incluso aquella que visitaste antes de unirte al Senado?
A diferencia de otros comentarios de Marlowe, este lo dijo
suavemente, casi con timidez, con pinzas en lugar de una porra. Y a
diferencia de los otros, este aterrizó en el blanco. Los ojos de Mircea
brillaron ámbar, lo suficientemente brillantes como para rivalizar con los
relámpagos afuera, y Marlowe dio un paso hacia atrás.
—Has estado muy ocupado —siseó Mircea.
Marlowe parpadeó, como si él no estuviera acostumbrado a oír ese
tono. Pero se recuperó rápidamente.
—Tienes que admitirlo, parece sospechoso…
—¡No tendría, si no hubieras ido a hurgar!
—Es mi trabajo indagar. Y tengo un testigo creíble que te vio…
—¡Hacer una visita legítima a plena luz del día! De otra forma no
tendrías ningún testigo preocupándote.
Marlowe volvió a parpadear ante la implicación. Pero luego siguió
adelante de todos modos.
—No estaría preocupado si supiera por qué estabas allí. Difícilmente
pudo haber sido en nombre de una cónsul que ni siquiera conocías en ese
momento.
—Nunca dije que lo fuera.
—Entonces, ¿por qué?
Sí, pensé vertiginosamente, ¿por qué?
Y entonces las piedras comenzaron a calentarse de nuevo.
¡No! Pensé, pateando con las piernas, tratando de llamar la atención
de Jonas. ¡Todavía no!
Y conseguí un golpe en el culo por mis esfuerzos.
Hijo de p…
Otro tirón, y esta vez, llegó hasta mi cuello. Lo que, habría sido una
mejora, salvo que ahora no podía respirar en absoluto. Había un poco de
presión agitada sucediéndose de una manera que habría sido demasiado
familiar si no hubiera estado a punto de ahogarme. Y además, la luna
acababa de ponerse detrás de una nube o la habitación estaba empezando
a oscurecerse.
Eso no era una buena señal, y tampoco lo era la sangre que de
repente golpeaba en mis oídos, o mi corazón palpitando a toda marcha en
mi pecho, o los malditos ladrillos moviéndose, que se sentían como si
estuvieran tratando de decapitarme. Pero la peor parte era que, ya no
podía oír.
Pero parecía que Mircea se había recobrado, y volvía a hacer lo que
siempre hacía, calmar los nervios crispados, tranquilizar los ánimos,
haciendo que la gente escuche. Y Marlowe lo hacía. Los ojos oscuros
estaban todavía afilados y todavía acechaban, pero su postura se había
relajado un poco, y el rostro inteligente lucía pensativo. Parecía que podría
estar creyéndoselo.
Fuera lo que fuera, pensé con rabia cuando la oscuridad inundó mi
visión, haciéndome imposible incluso leer los labios. No es que pudiera
haberme concentrado lo suficiente con las rocas alrededor de mi cuello de
repente ardiendo de forma nuclear. Habría gritado de dolor si hubiera
tenido aliento, o agitado mis brazos si no estuvieran atrapados como el
resto de mí. Solo que no era cierto un segundo después, cuando unas
manos fuertes me agarraron de nuevo, y tiraron, retorcieron…
Y empujaron.
Un traqueteo, un desplome.
Y un pitido, lo suficientemente fuerte para amenazar mis tímpanos.
¿Qué demonios?
Saqué mi nariz de una alfombra polvorienta y vi la cara sombría de
Jonas mirándome por un segundo. Y luego dijo algo… áspero, gutural,
amenazante, y decidí que tal vez golpeé el suelo con demasiada fuerza.
Porque parecía que la sala de repente cobraba vida.
—¡Levántate! —gruñó a medida que un armario se volcaba desde la
pared del fondo por toda la habitación y se estrellaba contra la puerta.
Y había un puño golpeando a través de ella en busca de problemas.
Una lámpara se lanzó detrás del armario, apenas rozando mi cabeza
mientras era arrastrada a mis pies, solo para agolparse contra el
impresionante montón de muebles acumulándose en la entrada. Otra
lámpara se encontraba en pedazos en el piso, el traqueteo y el desplome
accidental que había oído antes, supuse… como si tal vez la hubiera
pateado cuando me solté de la pared. Pero eso todavía no explicaba…
—¿Son las guardas? —le grité por encima del chillido sobrenatural
mientras corríamos a través de una puerta que daba a la habitación de al
lado, la cual estaba cambiando y moviéndose tanto como la última. Y
arrojando su contenido detrás de nosotros.
—Sí —dijo Jonas abruptamente, aplastándonos contra la pared a
medida que pasaba una cama con dosel.
—Pero… pensé… que te hiciste cargo de ellas —jadeé.
—¡Lo hice! —dijo Jonas, indignado—. Pero cuando uno se ve
obligado a ejercer magia suficiente para sacudir un pequeño pueblo, ¡uno
tiende a tropezar hasta en la más inadecuada de las protecciones!
—¿Lo siento?
Jonas ni siquiera se molestó en responder a eso. Él sólo me arrojó
por el medio de dos sillones mullidos que fueron esponjosos en el pasado y
hacia el pasillo. Solo para jalarme de nuevo abruptamente.
No entendí por qué hasta que los muebles que nos rodeaban de
repente dejaron de tratar de pasar a través de la puerta que conectaba las
habitaciones y se lanzaron a la vez a un lugar en la sala. Esquivamos el
camino y luego nos unimos a la corriente fluyendo hacia fuera. Solo para
ver una pared de piezas de roble pesado, casi llegando al techo, tratando
de arrasar su camino por el pasillo hasta la oficina.
Tratando y fallando.
Tal vez porque alguien del otro lado estaba convirtiéndolos
rápidamente en astillas.
Giramos de vuelta para ver que lo mismo sucedía en el otro extremo
de la sala, junto a la sala de la chimenea. Piezas antiguas y viejos pedazos
de chatarra estaban formando una masa sólida, retorciéndose, esquivando
y tratando de resistir a los golpes desde el otro lado, sin dejar de arrojar
piezas hacia nosotros. La pintura de una mujer del siglo XIX se estaba
tambaleando en lo alto de la pila, su boca cómicamente abierta pareciendo
como si gritara por ayuda a medida que alguien hacia todo lo posible en
convertir la montaña de cosas en un grano de arena.
Y su esfuerzo era malditamente bueno.
La señora gorda está cantando, pensé aturdida, justo antes de que
Jonas me agarrara.
—¿Qué está pasando? —preguntó, pareciendo enojado ya que su
impresionante despliegue de magia no se veía tan impresionante, después
de todo—. ¿Quién está ahí atrás?
—Mircea —admití, y Jonas maldijo.
—¿Un maestro de primer nivel? ¡No me dijiste que uno de ellos
estaría aquí!
—No lo sabía. Y… en realidad… son dos. Marlowe está con él —
admití, mirando detrás de nosotros. Mircea debe haber terminado a un
lado de la sala, cuando la primera oleada de muebles animados inundó el
pasillo, y Marlowe en el otro. Lo que nos dejaba atrapados entre la roca
final y la dura pared, con dos presas de muebles apenas conteniendo a dos
vampiros maestros y a nosotros atrapados en el medio.
Sin lugar a donde ir.
—¿Supongo que es demasiado esperar que puedas desplazarnos,
justo en este momento? —preguntó Jonas secamente.
Negué con la cabeza y él frunció el ceño. Pero no discutió conmigo.
Él había sido el amante de la antigua pitia, y sabía cosas sobre el trabajo
que la mayoría de los magos no sabían. Como que el poder del oficio podría
ser inagotable, pero el de la pitia en sí no lo era. Y que un desplazamiento,
incluso uno espacial como para sacarnos del camino, requería
concentración.
Algo que era un poco difícil de manejar después de haber sido casi
asfixiada.
En cambio, él me soltó la mano y levantó las suyas, murmurando
una larga cadena de algo que hizo que el pelo en la parte de atrás de mi
cuello se pusiera de punta y su melena ya salvaje se pusiera
absolutamente eléctrica. Y todas las puertas de todas las habitaciones
entre nosotros y las presas de muebles se abrieron de golpe. Y el contenido
empezó a fluir, reforzando las líneas del frente.
—En el instante en que puedas, desplázanos de aquí —gritó, para
ser oído por encima del crujido de la madera y el metal moviéndose en
formas que los diseñadores nunca tuvieron la intención, y el agudo chillido
de las guardas—. ¡Vamos a tener que volver por el otro!
—No… necesito —jadeé, tratando reagrupar aire en mis pulmones
hambrientos.
—¿Qué?
Extendí la mano y tiré del sombrero, que de alguna manera todavía
seguía conteniendo la masa crepitante de pelo en su cabeza, y pesqué algo
más. Era una esfera de bronce pequeñísima encerrada en vidrio, que brilló
débilmente cuando la toqué.
—Hechizada —le expliqué sin aliento—. Tienes que saber… si está…
o no.
Los ojos azules de Jonas se trasladaron desde el pisapapeles a mi
cara, tornándose agudos y entornados en el camino.
—¿Supongo que hay una razón por la que no me dijiste nada de esto
antes?
Lamí mis labios.
—Ajá.
—¡Pitias! —Él levantó las manos de una manera que me recordó
misteriosamente a Agnes, mi predecesora, quien probablemente habría
tenido algún truco para sacarnos de esto. Pero lo más que yo podía hacer
era deslizarme hacia abajo sobre mis talones, poner los brazos sobre mi
cabeza para cortar el ruido, y concentrarme en recuperarme.
Solo esperaba hacerlo rápido, porque Jonas no nos había comprado
mucho tiempo. Dos maestros de primer nivel redecoran rápidamente, y las
habitaciones ya se estaban quedando sin cosas que destruir. Teníamos
que salir de aquí.
—Billy —susurré—. El tren va a salir de la estación.
No recibí nada a cambio, a pesar de que sabía que me había oído.
Billy no necesitaba oídos para escuchar mi llamada; si elegía responder o
no, era otra cosa. Pero había sonado bastante ansioso por irse antes.
Empecé a intentarlo de nuevo, pero Jonas me agarró del brazo.
—Cambio de planes. Cuando puedas desplazarte, llévanos de vuelta
a la oficina.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Tenemos el orbe —explicó, no resultó muy útil.
—¿No es eso lo que querías?
Él parecía exasperado.
—¡Sí, pero no para sacarlo de esta corriente de tiempo! El espíritu
que contiene es lo único que mantiene la barrera protectora del mundo en
su lugar. ¡Al removerlo caería esa protección, exactamente como quiere
nuestro enemigo!
—Entonces escóndelo en alguna parte. Algún lugar donde Tony no
pueda encontrarlo. Luego podemos buscarlo cuando volvamos a nues…
Jonas negó con la cabeza.
—No tenemos idea de para qué lo usó Tony entre ahora y entonces.
—¿Para sujetar papeles?
—¿Y qué más? —preguntó Jonas severamente—. No sabemos; por lo
tanto, no podemos arriesgarnos a eliminar una pieza de un rompecabezas
tan delicado. ¡Podríamos cambiar inadvertidamente la historia!
Fruncí el ceño.
—Si no vas a tomarlo y no vas a ocultarlo, entonces, ¿qué estamos
haciendo aquí?
—Necesitaba verlo, saber lo que estoy buscando. “Pisapapeles”
podría significar cualquier cosa…
—¡Te lo describí!
—…y para verificar que el vampiro Antonio no había mentido sobre
el destino de tu padre solo para torturarte.
Cosa que habría hecho absolutamente, me di cuenta. Tony y yo
habíamos tenido lo que podríamos llamar una relación en absoluto óptima.
—Pero no lo hizo.
—No. Por una vez, al parecer, dijo la verdad. Lo que significa que
debemos regresar esto —dijo Jonas, sacudiendo el pisapapeles ante mí—,
no sea que Antonio se dé cuenta de su importancia y altere sus acciones
en el futuro. ¡Entonces sería imposible de encontrar!
Digo algo impropio de una dama, que no escuchó porque estaba
siendo imposible escuchar nada. Sentí ganas de gritar junto con las
guardas, si hubiera tenido el aliento y hubiera hecho algún bien. Pero no
lo haría, como tampoco usaría la última parte de mi energía para
desplazarnos a la oficina, donde estaríamos atrapados una vez más,
porque no iba a poder hacer esto dos veces en rápida sucesión. No en la
forma en que me sentía en este momento, y no llevando a dos. Y eso
asumiendo que pudiera hacerlo a…
—¡Cass! ¡Prepárate para desplazar! —La voz de pánico de Billy cortó
el estruendo.
—En un minuto —dije con irritación, frotando la parte de atrás de
mi cuello.
—¡No en un minuto! ¡Ahora! ¡Ahora, ahora, ahora, ahora, ahora,
ahora, ahora!
Alcé la cabeza.
—¿Qué te pasa?
—¿Recuerdas que dijiste que si me topaba con problemas regresara?
Bueno, regresé. ¡Y estoy en problemas!
—¿Qué tipo de problemas?
—¿De qué tipo crees? —espetó—. Estoy tratando de perderlos, pero
conocen este lugar mejor que yo y creo que finalmente han encontrado una
razón para trabajar juntos.
—Espera. —Miré alrededor. Pasillo estrecho; parte aislada de la
casa; nadie alrededor, solo nosotros y un par de vampiros más o menos
indestructibles—. No trates de deshacerte de ellos.
—¿Qué?
—Simplemente regresa aquí, ahora.
—No lo entiendes, Cass. Cuando dije problemas, quise decir…
—Lo entiendo. Sólo hazlo. —Me puse de pie.
—¿Cassandra? —Jonas me observaba de cerca—. ¿Qué pasa?
—Um —dije brillantemente, ya que explicar este tipo de cosas no
solían ir bien. Pero no importó, porque no tenía tiempo de todos modos.
Un segundo después, un grito horrible cortó el aire, haciendo que el
chillido de las guardas sonara como una melodía en comparación.
Giré mi cabeza, pero no había nada que ver. Y Jonas no parecía
haber notado nada. Hasta que el aire de repente se tornó espeso, frío y
difícil de respirar, y el pasillo empezó a temblar visiblemente, los artefactos
de iluminación del techo se apagaron, uno tras otro en una larga fila.
—¿Cassandra? —dijo Jonas, con un poco más de fuerza esta vez.
—Creo que es hora del expreso de medianoche —le dije, esperando
no haber cometido un gran error.
—¿Y qué quiere decir eso? —exigió.
—¡Significa chu-chu, hijo de puta! —gritó Billy, precipitándose desde
del techo. Y justo en su cola había un tren, está bien, lo que parecía un
tren, con cada maldito fantasma de la propiedad en él.
Maldición, no dije, porque estaba ocupada agarrando a Jonas y
lanzándonos por la puerta más cercana, justo antes de que el viento
sobrenatural se estrellara contra el pasillo como un tornado.
Nos estrellamos en el piso al otro lado cuando éste golpeó, rebotando
por el pasillo como un tren hirviente cargado de furia. Simplemente el
viento a su paso fue suficiente para arrancar los aparatos de iluminación
de las paredes, soplar el equivalente a un semana de cenizas de la
chimenea, y para enviar las figuritas chinas de porcelana al desplome de
su perdición. Media docena de libros salieron volando enloquecidamente
por el aire sobre nuestras cabezas, solo para enredarse en las cortinas
salvajemente retorcidas a medida que me arrastraba hacia arriba.
Jonas levantó la cabeza para mirarme.
—¿Qué de…?
—¡Fantasmas! —le dije, tambaleándome hacia la puerta.
Me dolía el tobillo, mis pulmones seguían clamando por aire, y mi
cuello estaba en llamas. Pero no me quedaría aquí para evaluar los daños.
Ni siquiera esperaría hasta que la tormenta terminara. Tropecé hacia el
pasillo con Jonas en mis talones, los dos fuimos zarandeados aquí y allá
por los espíritus que llegaban tarde.
Y entonces me detuve por un segundo en temor.
Porque no había rastros de fantasmas aquí. El pasillo, delante de
nosotros era un rectángulo sólido de pulsante verde enojado. Tampoco
había más muebles haciendo represas, simplemente pedacitos al azar de
madera sobresaliendo del yeso como las púas de un puerco espín.
Tampoco había ningún vampiro cabreado.
El único detrás de nosotros estaba bien, a juzgar por los sonidos
renovados de destrucción golpeando el montículo. Pero quienquiera que
hubiera estado en este extremo… bueno, no sabía en dónde había
terminado. Pero no creo que fuera una buena idea ir a buscarlo.
Debido a que el tren se dirigía de vuelta por este camino.
—¡Corre! —grité a Jonas, y salté a la puerta de la oficina, justo
cuando la tormenta barría de nuevo contra nosotros, lanzando una nube
mortal de escombros por delante de sí. Él se arrojó detrás de mí,
condenadamente ágil para un tipo viejo, mientras los fragmentos
irregulares de algunos paneles se azotaban hacia fuera como cuchillos.
Y luego cerró la puerta de golpe.
Lo miré con incredulidad.
—Fantasmas, ¿recuerdas?
Pareció un poco avergonzado.
—Cierto.
Y luego estaban de vuelta.
Ni siquiera habíamos entrado en la oficina interior cuando Billy pasó
a través de la puerta, chillando algo que no pude entender porque un
tornado enfurecido estaba justo en sus talones inexistentes. Algo atravesó
la oficina exterior cuando nos sumergimos en la interior, volcando
archivadores abiertos y enviando una ventisca de papeleo bailando
enloquecidamente a través del aire. Jonas saltó por el sombrero, yo salté
por él, y Billy me agarró por el cuello, todavía balbuceando algo.
—¿Qué?
—¡Me debes, me debes tanto!
—¿Lo tienes?
—Sí, estoy bien. ¡Gracias por preguntar!
—¡Billy! ¿Lo. Conseguiste?
—¡Sí, maldita sea, sí! ¡Lo tengo! ¡Lo conseguí!
—Gracias —le dije con fervor.
Y nos desplacé.
—No —le dije a Marco, una década y media más tarde, cuando se
abrió la puerta de la suite del hotel en las Vegas, a la que llamo hogar—.
Sólo… no, ¿de acuerdo?
Marco es mi jefe de guardaespaldas. Mide casi dos metros, tal vez
ciento diez kilogramos, y la contextura de un tren de carga. Mis piernas no
son tan grandes como sus brazos, lo que podría sentirse raro, excepto que
la mayoría de los hombres tampoco son tan grandes. Es moreno, peludo,
malhablado, mastica-tabaco, todo un ejemplo de machismo cubierto de
armas que no necesita porque también es un maestro vampiro.
Es por eso que es molesto cuando decide jugar a la mamá gallina.
No es que eso pareciera estar pasando esta noche.
—No lo habíamos planeado —dijo Marco, y me lanzó adentro.
—¿Qué te pasa? —le pregunté, porque Marco se estaba viendo un
poco asustado. Eso era preocupante en alguien quien, sospechaba, había
sido asignado para liderar a mis guardaespaldas porque era el más
antiguo de los maestros de Mircea. Lo había visto todo y no se atemorizaba
fácilmente.
Aunque parecía estar en cierto modo tambaleante ahora mismo.
—Tenemos un problema —dijo con gravedad.
Negué con la cabeza, soltando una pequeña nube polvorienta por la
pésima limpieza en la casa de Tony.
—No.
—¿Qué significa eso?
Habría pensado que era obvio dado que me estaba arrastrando a las
dos de la mañana, cubierta de hollín, yeso y sudor, con una contusión
alrededor de mi cuello en forma de collar y una camiseta casi
completamente destruida. Pero aparentemente no. Me acerqué a su
alrededor, equilibrando una taza y una bolsa de pasteles devastadores de
la cafetería de la planta baja, ya que no era como si fuese a vivir lo
suficiente para tener que preocuparme por el colesterol.
—Quiere decir que he tenido suficiente por una noche. Estoy
cansada; me voy a la cama. Si hay un problema, puede esperar hasta…
Me detuve, porque acababa de ver la sala. Bien podría haber pasado
por un club nocturno si no estuviéramos en el vigésimo segundo piso del
hotel. Era una mezcla de buen gusto en blanco, azul y amarillo, dado que
había tenido algo que ver en la redecoración después del último golpe de
desastres. También usualmente estaba desierta, los guardias prefiriendo
pasar el rato en el salón con la mesa de billar y el refrigerador con
cervezas.
Pero no era así esta noche. Esta noche, todos los guardias de turno
estaban, ya sea, sentados en la pequeña área de conversación, fumando
fuera en el pequeño balcón o reunidos en el bar. Era como una fiesta.
O tal vez un funeral; los chicos se veían condenadamente sombríos.
—¿Por qué están todos aquí? —le pregunté a Marco, que me había
seguido por el corto tramo de escaleras.
—Porque ellas están allí —dijo, señalando con el pulgar el salón. El
cual me di cuenta estaba cerrado, con las puertas firmemente cerradas.
Nunca las había visto de esa manera; los chicos las prefieren abiertas para
mantener una mejor visión sobre mí.
Pero parecía que sentían que hoy podían hacerlo sin echarle un ojo a
lo que sea que estuviera ahí dentro.
—¿Quién son “ellas”? No tengo ninguna cita esta noche. —Por lo
menos, realmente esperaba no tenerla. El tipo de huéspedes que recibo a
las dos de la mañana, tendía a ser de la variedad con colmillos, y no del
tipo divertido—. Dime que no son más senadores —le dije, porque
realmente, en serio, no quería hacer eso.
—Ya quisiera.
Suspiré y crucé mis brazos sucios.
—Bueno. Suéltalo.
Pero él no lo dijo.
—¿Dónde está Jonas? Se supone que debías estar con él.
Me encogí de hombros.
—¿En casa? —Lo dejé en el vestíbulo antes de ir por café. Y había
pasado un tiempo, ya que a pesar de que me veía como una refugiada de
guerra, aun así tuve que esperar en la fila para pagar.
Las Vegas.
—¡Maldita sea! —Marco se veía genuinamente nervioso. No, no era
eso. Marco se veía casi…
Las puertas corredizas se abrieron y un pequeño vampiro se deslizó
por ella, antes de cerrarlas de manera dramática tras él.
—¡Refrigerios! —dijo con voz chillona.
—¿Qué? —Marco lo fulminó con la mirada.
—Ya me has oído —dijo el vampiro, con los ojos desorbitados—.
Dicen que si tienen que esperar más, se merecen…
—Te diré lo que se merecen —dijo Marco amenazadoramente.
—…algo de comer, pero sabes que no tenemos nada de comida en el
lugar y no sé qué… —El vampiro se detuvo bruscamente, mirándome.
O, para ser más precisos, a mi pequeña bolsa de pasteles.
—No —le dije, tratando de ocultarla detrás de mí. Pero un segundo
después, estaba en su mano de todos modos.
El chico que acababa de cruzar la habitación en un parpadeo era
Fred. Parecía un contador cuando se quedaba quieto por largo tiempo, con
cabello largo castaño claro y una figura algo corpulenta, lo que era
bastante acertado, ya que es lo que había sido antes de ser puesto como
servicio de guardia. Aún no había descubierto a quién había tenido que
cabrear para quedar atascado con esa función.
Sin embargo, sabía a quién estaba empezando a molestar esta
noche.
Vio mi expresión.
—¡No, no, no! —dijo, retrocediendo, sus grandes ojos grises
abriéndose de par en par. Y entonces la pequeña comadreja corrió.
—¡Vuelve aquí! —exigí, pero Fred se había ido. Era como un borrón,
llevándose la bolsa por la que esperé en fila veinte malditos minutos, y se
dirigió a la cocina.
Solo para encontrarme esperando por él cuando llegó.
—¡¿Qué… cómo… mierda?! —Me miró, con la mano sobre el corazón
en un ataque que no le iba a dar, ya que no había latido en unos cuantos
cientos de años—. ¡Sabes que odio cuando haces eso!
—¡Entonces devuélveme mis cosas!
—Yo… no puedo —dijo, mirando a su alrededor con desesperación.
Marco había entrado detrás de él, pero no estaba haciendo nada,
sólo estar de pie delante de la puerta con sus enormes brazos cruzados,
esperando.
—Por favor —dijo Fred trágicamente cuando agarré mi propiedad. Y
luego—: ¡Por favor! ¡Por Favor! ¡Aaaah! ¡Aaaah!
Solté la bolsa, porque honestamente no sabía qué diablos estaba mal
con él.
—¿Qué demonios le pasa? —le pregunté Marco.
—Tiene miedo.
Fred no lo negó.
—¿De qué?
—De ellas allí. —Señalando con el pulgar hacia atrás en esta
ocasión, por encima del hombro. Pero no sirvió de nada, ya que las
persianas que dividían la cocina de la sala estaban cerradas, como siempre
se cerraban en las fiestas formales que nunca dábamos.
—¿Quiénes son ellas allí?
Marco abrió la boca, pero fue Fred quien habló. Estaba viendo en la
bolsa, y no parecía feliz. Tal vez porque se había aplastado con toda la
agitación, y una mancha de color rojo había florecido como la sangre en
uno de sus lados.
Tomó un plato y le dio la vuelta, vertiendo el contenido. Y entonces
se quedó allí, mirando tres pasteles tristemente machacados.
—¿Qué es esto? —exigió.
—¿Qué te parece? —le espeté. Maldita sea, la mayor parte del azúcar
en polvo se había desprendido, y esa era la mejor parte.
Sus grandes ojos grises se levantaron para encontrarse con los míos,
con la mirada de un hombre que ve su perdición.
—¿Qué compraste? —chilló.
—¿Qué esperabas?
—¡No lo sé! Tienen todo tipo de cosas allí: ¡delicados pasteles,
pequeñas tartas, pain au chocolat, deditos de sándwich y esos lindos
pequeños macarrones bebé! ¿Por qué no compraste los macarrones bebé?
—No me gustan los macarrones.
Se me quedó mirando.
—¿Qué quieres decir con que no te gustan los macarrones? ¡A todo
el mundo le gustan los macarrones!
—Bueno, yo no soy todo el mundo y no me gustan —dije, tratando
de alcanzar el plato. Y conseguí que abofeteara mi mano por mi osadía.
—Pero… pero no puedo servirles esto —dijo, un poco enloquecido—.
Y el servicio de habitación tarda una eternidad, siempre hay una línea
enorme de espera y, ¿qué se supone que debo hacer?
—Se supone que tienes que decirme qué está pasando antes de que
te estrangule —le dije ominosamente.
Pero Fred estaba más allá. Fred se veía como si pensara que
estrangularlo sería un buen paso. Estaba inclinado sobre el plato, sus ojos
lanzándose como dardos alrededor de la brillante superficie de la cocina
como si pensara que un servicio de té y canapés acompañantes
seguramente aparecería en cualquier momento.
—Oh Dios… —dijo miserablemente cuando esto no sucedió.
Miré a Marco, esperando un poco de cordura. Solo para encontrarlo
también mirando el plato.
—Tal vez podrías… sacudirlos —dijo aparentemente serio.
—¿Sacudirlos? ¿Sacudirlos? —siseó Fred—. ¡Son donas de jalea! ¡No
hay nada que sacudirles!
—Son mis donas —dije, tratando de alcanzar el plato de nuevo. Y me
lo arrebató otra vez.
—Agarra una manzana —gruñó Fred, lanzándome una de un tazón.
—¡Si hubiera querido una manzana, no habría comprado donas!
—Bueno, eso está muy mal —dijo entre dientes, encorvado sobre mi
cena como Gollum con el anillo—. Porque no voy a ir ahí dentro y decirle a
un montón de nigromantes…
—¿Qué?
—…que no tenemos nada para ellas. No lo haré, ¿me oyes?
En realidad no.
—¿Un montón de qué? —pregunté, para clarificar.
Los ojos como dardos regresaron y su tono era apenas audible.
—Nigromantes —dijo con reverencia.
—¿Qué?
Levantó la mirada, frunciendo el ceño absolutamente molesto.
—¡Nigromantes!
—¿Qué es un nigromante?
Marco suspiró.
—Brujas —tradujo.
—¿Brujas? —Fruncí el ceño.
—¡Sí! —dijo Fred con vehemencia—. ¡Brujas! ¡Brujas! ¡Bru…! —De
pronto se dio cuenta que había estado gritando, y se mordió la lengua.
Entonces se agachó detrás de la mesa de la cocina de modo que, supongo,
Marco y yo fuéramos mejores objetivos—. Brujas —susurró.
Puse una mano en mi cabeza. Sólo quería una dona. Un dulce
recordatorio esponjoso y relleno de jalea de que había cosas buenas en la
vida, por mucho que el destino pareciera decidido a privarme de ellas.
—¿Qué brujas? —pregunté finalmente.
—Del tipo aquelarre —dijo Marco hoscamente—. Se presentaron
hace casi una hora, exigiendo verte.
—¿Tienen una cita?
Marco pareció ligeramente incómodo.
—No.
—Entonces, ¿por qué las dejaste entrar?
—¿Porque ellas aparecieron en el balcón y se permitieron atravesar
las guardas? —preguntó Fred, mirando a escondidas sobre la mesa lo que
provocó que Marco le disparara una mirada.
—¡Porque uno no le dice a un montón de líderes de aquelarres que
se largue! —espetó Marco.
—Si no tienen una cita, lo haces —le dije con gravedad.
No estaba tratando de ser irrespetuosa, pero en serio, esta mierda
tenía que parar. Mañana, tarde y noche, desde mi no-exactamente-
coronación, había sido lo mismo: líderes del Senado, líderes del Círculo,
líderes de Manadas, la prensa-tratando-de-fingir-ser-líderes de algo,
cualquier cosa que les hiciera entrar, lo que fuera, todos aparecían aquí.
Para mirarme boquiabiertos. Y en el caso de estos últimos, para obtener la
historia del siglo.
Y lo peor era que ni siquiera era mía.
Sí, yo era la pitia que los vampiros habían sacado de la nada hace
unos meses, de la que nadie sabía nada. Y sí, eso habría sido noticia de
primera plana en cualquier situación. En cualquier otra situación.
Pero, de repente, a nadie le importaba que hubiera sido criada por
Tony el Piojo, en lugar de ser cuidadosamente ilustrada en la Corte de las
Pitias. Nadie se molestaba por el hecho de que por eso, no había recibido
prácticamente ninguna formación para el trabajo que tenía que hacer. Ni
siquiera parecía preocuparles que la ignorante protegida de un vampiro
ocupara uno de los cargos más importantes en el mundo mágico, mientras
que dicho mundo estaba siendo consumido por una gran guerra.
No.
Solo se preocupaban por una cosa.
Solo se preocupaban por mi madre.
Verán, no era el alma de mi padre lo que había puesto al pisapapeles
en la parte superior de la Lista de Navidad de Jonas. Era el hecho de que,
poco antes de que él, mamá y su Buick estallaran en un millón de
pedazos, mi madre había hecho algo que había ligado su alma a la de mi
padre. Así que cuando su espíritu fue capturado en la trampa mágica que
Tony había ideado, la suya se fue junto con él.
Y eso era una especie de gran cosa.
Debido a que el alma de ella pertenecía a una diosa.
Sí, lo sé. Simplemente le da a todo el lío insano ese pequeño toque
de locura, ¿no? Pasé mi infancia pensando que Tony me había acogido por
la bondad de su frío y viscoso corazón, después que mis padres murieran
en un trágico accidente, solo para descubrir que él había dispuesto el
accidente. Uno que había matado no solo a mi padre, sino también a la
criatura que el mundo una vez había conocido como Artemisa.
Oh, ella había tenido otros nombres, incluso antes de que
comenzara a usar el alias O'Donnell. Todos los dioses lo habían hecho,
saltando alegremente en torno a este nuevo mundo que habían
encontrado, causando caos y formando semidioses por doquier, mientras
eran adorados bajo cientos de títulos diferentes. Pero había sido Artemisa
en Grecia, quien había tenido una epifanía sobre cuánto caos estaban
causando los dioses durante sus juergas, y de cómo muchos seres
humanos estaban terminando muertos en el proceso.
Ella había sido Artemisa cuando desarrolló conciencia.
Por lo menos, asumo que lo hizo, aunque quién sabe. Los dioses no
eran nada más que caprichosos. Tal vez sólo se despertó un día y decidió
mandar al carajo a su comunidad de seres divinos, y arrojar sus piadosos
culos fuera del planeta.
Resulta que hizo precisamente eso, por un hechizo sostenido en
parte por, lo adivinaste, su propia alma divina. Era la única cosa lo
suficientemente potente como para cortar el acceso a un mundo entero. Y
había funcionado… más o menos.
Significando que había funcionado en ese momento. Y aún más
tarde, después que ella comenzó a debilitarse a partir de la falta de magia
compatible en el planeta en el que había quedado varada, gran idea mami,
mientras aún permanecía aquí. El hechizo ahora estaba siendo sustentado
por el grupo que Jonas actualmente dirige, una alianza de magos
humanos conocidos como el Círculo Plateado. Así que, presumiblemente,
incluso si de alguna manera se venía abajo, los magos deberían ser
capaces de reforzarlo.
Eso suponiendo que tuvieran todas las partes.
Lo cual, por supuesto, es donde el registro se viene abajo. Dado que
el hechizo de protección de Artemisa había estado vinculado a través de su
alma, esa alma formaba una parte vital del hechizo. Lo que significa que si
desaparece, el hechizo que estaba reforzando también lo haría.
Y puesto que los otros dioses no se habían divertido con su pequeño
momento de cordero-que-quitas-los-pecados o lo que sea que había sido, y
realmente querían regresar, ese era un problema.
En particular, cuando la otra parte en guerra estaba más que
dispuesta a darles la bienvenida con los brazos abiertos. Todo el lío tenía a
Jonas queriendo arrancarse su lunático cabello.
Lo que hacía querer arrancarme el mío era que todo el mundo
asumía que podía hacer algo acerca de todo esto.
Sí, está bien, en algún momento la diosa famosa por su virginidad,
había decidido procrear con un ser humano, por alguna razón, y tener un
bebé. Pero eso no te confiere automáticamente cualquier visión especial.
Había tenido que aprender sobre todo el asunto de la manera difícil, como
todos los demás, juntando piezas claves durante los últimos meses, desde
que la guerra dejó en claro que los dioses estaban tomándose en serio la
cosa de reclamar su parque de juegos. Y todavía no sabía mucho más.
De hecho, probablemente sabía menos que la mayoría, ya que nadie
parecía pensar que era importante decirme algo en realidad. Era su As
bajo la manga, el pollito cuasi-divino del que esperaban tener la suerte de
sacar algo de su culo cada vez que un dios o su, un poco, homicida
descendencia aparecían para causar más estragos. Era exasperante.
También era aterrador.
Sobre todo porque, además de la falta de comprensión había
conseguido un gran huevo viejo de ganso en el departamento de
adivinación. Claro, tenía el poder que venía con mi puesto, pero todas las
pitias habían tenido eso. Y la mayoría de ellas habían conocido más sobre
ese poder que yo. Pero si había algún tipo de bono de semidiós que debía
conseguir adicional, bueno, se había perdido en el correo. En mí no
obstante línea materna, yo era Cassie.
Y algunos días, en la mayoría de ellos, tenía miedo de que no fuera
suficiente.
Como aquellos días en que estaba cubierta de moretones y de mi
propia sangre, además de algunas telas de araña de dos décadas de
antigüedad que no había notado hasta ahora.
—¡Mierda! —dije, pasando frenéticas manos por mi cabello y
sacudiendo un par de pequeñas cosas marrones que se escurrieron a
cubrirse. Y no lo hicieron gracias a la bota inmensa de Marco—. Necesito
un trago —dije con sinceridad.
—¡Bebidas! —La cabeza de Fred apareció—. Tienes razón. Vamos a
necesitar…
—Ni siquiera… —le advertí mientras él tomaba la taza de café que
estúpidamente había puesto en la encimera de la cocina.
—¿No podías haber comprado uno grande? —gruñó, manteniéndolo
lejos de mí. Y entonces de alguna manera mi café terminó vertido en tres
pequeñas tacitas de café, las puso en una bandeja junto con las donas
aplastadas y salió a toda prisa por la puerta, todo en aproximadamente el
tiempo que me tomó parpadear.
Empecé a seguirlo, pero Marco no se movió del camino.
—Espera.
—¡Espero y me muero de hambre!
—Hay cosas peores.
—¿Cómo qué?
—Como tener tu propia maldición —dijo Fred, sigilosamente
regresando a la cocina a través de los pocos centímetros de espacio dejado
por Marco.
—¿Qué?
—Ya sabes. —Él miró fijamente hacia abajo.
—¡Ellas no hacen eso!
—¡Demonios, claro que lo hacen! He visto cosas, ¿de acuerdo? Y esas
no son magos. No son parte del Círculo. No tienen reglas…
—Ellas tienen reglas, sólo que son decididas por sus aquelarres —
argumentó Marco.
—Sí, reglas como si alguien las molesta, pueden maldecir tu pe…
—¿Podrías callarte de una puta vez? —espetó Marco. Y puso una
mano del tamaño de un guante sobre la boca de Fred. El descontento de
Fred después tomó la forma de gruñidos indignados.
—Pensé que los aquelarres estaban bajo la autoridad del Círculo —
dije, tratando de recordar toda la información que Jonas había estado
forzándome a aprender últimamente.
—No los más poderosos. Jamás se unieron.
Marco lanzó una mirada por encima del hombro.
—Supongo que pensaron que no lo necesitaban.
Sí. Y si ellas estaban vagando como si nada a través de las guardas
que el Círculo habían puesto en este lugar, tenía en cierto modo que
acordar con ellas. Pero eso todavía no lo hacía correcto.
—¿Por qué están aquí? —exigí.
—No me dijeron —dijo Marco, manteniendo a Fred sin ningún
esfuerzo bajo su agarre. Y puesto que, a pesar de todas las pruebas de lo
contrario, Fred era también un vampiro de nivel maestro, eso en realidad
era un poco impresionante. O lo habría sido, si Marco no estuviera
ocultándose al mismo tiempo de unas cuantas viejas.
—Te sientes intimidado —le acusé.
Frunció el ceño.
—¿Recuerdas lo viejo que soy?
—Porque es imp…
—Importa porque no he vivido tanto tiempo por ser estúpido. A veces
lo más inteligente es ser intimidado. A veces lo más inteligente es mirar
antes de saltar.
—Yo hago eso.
De repente Fred dejó de luchar, supongo que de modo que Marco y
él pudieran enviarme la misma mirada de incredulidad.
—¡Lo hago! —dije de nuevo, y era verdad. Parcialmente cierto. Bien,
era cierto cuando tenía la oportunidad de mirar, lo que no era a menudo
en estos días. Pero ese no era el punto.
—Ese no es el punto —dije.
—Entonces, ¿cuál es?
—Que estoy harta de esto, ¿de acuerdo? No soy su esclava, ni del
Círculo, de los vampiros o cualquier otra persona. No voy a vivir como…
—Es tu trabajo.
—Tonterías. —Lo miré furiosa, demasiado cansada, hambrienta y
con falta de cafeína para molestarme con la diplomacia, que era algo más
en lo que apestaba de todos modos—. ¿Qué crees que habría hecho Agnes
si hubieran interrumpido en el medio de la noche?
—No sé…
—¡Bueno, yo sí! —dije, recordando la mirada dulce de mi
predecesora, aquella que me había disparado en el culo la primera y
última vez que lo había hecho—. Agnes era una perra, ¿de acuerdo? Pero
tenía que ser una perra. Debido a que las personas que la rodeaban eran
todas esas grandes personalidades con todo ese poder, que si se les daba
la más mínima oportunidad habrían pasado sobre ella. Y ella lo sabía. Así
que no lo aceptó. No, en ningún momento, ni por cualquier razón, ¡ni de
ninguno de ellos! Y como resultado, la respetaban. Como resultado, le
tenían miedo, no al revés.
Marco me miró con una mezcla de afecto, exasperación y tal vez un
poco de lástima. Pero no dijo nada. Fred, por el contrario, aprovechó la
distracción del momento para zafarse de las garras de Marco. Y no fue
muy sutil.
—Sí, pero no eres Agnes —me recordó.
—No soy Agnes, todavía —siseé, y me desplacé.
Me fui de la luz, el ruido y el estrés a un lugar careciendo por
completo de dos de esas cosas. No me molesté en encender una luz. Podía
ver lo suficientemente bien por el haz naranja filtrado a través de un
resquicio en un muro de cortinas, y de todos modos, no había mucho que
ver.
Las habitaciones que el Dante, mi casa en Las Vegas, reservaba para
sus huéspedes más conscientes de su presupuesto eran un poco…
espartanas. Irónicamente, las hace menos cegadoras que las suites en la
planta alta, cosa que se ajusta en su mayor parte al tema del hotel de casa
embrujada súper elegante. Pero el diseñador se había quedado corto de
dinero para el momento en que llegó hasta aquí, así que las únicas
afrentas al buen gusto eran unos antiguos carteles de cine de terror y una
colcha fea.
No había estado aquí por un tiempo, y no estaba segura de por qué
estaba aquí ahora. Tal vez porque no tenía la fuerza para ir mucho más
lejos. O tal vez porque no tenía a donde más ir.
Era irónico; todo el tiempo era mío para explorar, en teoría de todos
modos, a excepción del mío propio. En el mío, había estado viviendo como
una prisionera durante semanas, con las pocas veces que me había
atrevido a aventurar fuera del hotel, no resultando muy bien. Y no creía
que fuera probable encontrar a alguien para salir ASP otra vez, ya que el
último tipo que había…
Bueno, él ya no estaba aquí.
Sin embargo, su habitación sí estaba.
A pesar de que se veía un poco áspera.
Un río de vidrio crujió bajo mis pies, brillando bajo la tenue franja de
luz. Una laica mesilla yace agrietada en dos, la lámpara de cerámica que
había estado encima casi pulverizada por completo. La salpicadura de una
poción había corroído a través de los postes de madera en una pared, y
todavía despedía un débil olor nocivo, a pesar de una semana de aire
acondicionado. Y una gran mancha ensuciaba la alfombra junto a la
ventana, viéndose negra con la poca luz.
La miré, y todo regresó a tropel: la conmoción, el horror, la furia de
la noche cuando el obstinado hijo de puta que había vivido aquí había
asumido como suyo el derecho a cambiar su vida por la mía. La semana
que había pasado desde entonces no había atenuado los recuerdos en
absoluto, o la emoción que iba con ello. En todo caso, era más fuerte que
nunca, las ganas de agarrarlo, para exigirle de dónde sacó el coraje, el
derecho, para tomar esa decisión por mí…
Me quedé allí un minuto, temblando, furiosa de nuevo pero sin nadie
a quien golpear. Porque él no estaba aquí. Sólo la habitación, fría, vacía y
genérica sin su preciado ocupante, el silencio hueco roto solo por mi
respiración entrecortada. Me abracé a mí misma y esperé a que mis latidos
retrocedieran del nivel de ataque.
Solo que no parecía estar haciéndolo.
Había leído una vez que había cinco etapas de duelo: negación, ira,
negociación, depresión y aceptación. Pero esa no había sido mi
experiencia. Había habido un poco de negación, sí, cuando me di cuenta
por primera vez de lo que había pasado, pero no había durado mucho. Y
después de eso… bueno, vamos a decir que había entrado a la fase dos con
venganza.
Y ahí era donde me había quedado.
Supuse que era por eso que mis uñas se habían hundido en mis
brazos lo suficiente para extraer sangre. Poco a poco las saqué y
cuidadosamente limpié mis manos en mis pantalones vaqueros ya sucios.
No iba a hacer esto ahora.
Iba a hacer esto más tarde.
Iba a hacer eso una vez que lo trajera de vuelta.
Solo que, hasta el momento, eso no iba de maravilla.
Esa era otra cosa que debería haber sido fácil. Diablos, era una
viajero del tiempo, ¿no? Sólo tenía que regresar y cambiar algunas cosas.
Hacer algunos ajustes. Velar por que los buenos ganen. Sencillo, ¿cierto?
Por supuesto, no debía. De hecho, era casi exactamente el tipo de
cosas que no debía hacer. La pitia resguardaba la línea de tiempo de las
alteraciones de los demás; no la cambiamos nosotras mismas.
Excepto, por supuesto, cuando lo hacíamos.
Agnes lo hizo, cuando me advirtió que estaba a punto de ser
asesinada. Si no lo hubiera hecho, nunca habría conocido al enloquecedor
hombre conocido como John Pritkin en primer lugar, nunca lo habría
necesitado para salvarme y nunca habría regiamente jodido su vida en el
proceso. A él podría haberle ido mejor, si ella hubiera mantenido las
narices en sus propios asuntos, pero no lo había hecho y yo había vivido.
Todo porque había cambiado una pequeña cosa…
Pero ese era el problema. Agnes había estado haciendo este tipo de
cosas por décadas. Ella había sabido qué cambiar y qué dejar
condenadamente en paz. Por no hablar de que la noche en que ella inclinó
las reglas por mí, había sido del modo fácil en comparación con la locura
de hace una semana. Si regreso, ¿en dónde hago el corte? Había
permanecido despierta por las noches durante una semana, tratando de
averiguarlo.
El lugar obvio era justo aquí en esta habitación. La lucha que la
había dejado viéndose aún más destruida que lo habitual había sido por
mi culpa. Alguien del otro lado de la guerra había querido un dispositivo
que Pritkin llevaba, uno que me convocaría a una ejecución improvisada la
próxima vez que intentara desplazarme. Habían luchado. Pritkin lo perdió,
se fue tras él, y como resultado, me encontró en el último momento.
Así que, si quería cambiar las cosas, la manera más fácil sería
advirtiéndole acerca de lo que se avecinaba.
Y eso funcionaría de maravilla, si él captara la indirecta. Pero Pritkin
definía ser testarudo y abría camino para un nuevo significado de lo
paranoico; bien podría ignorar un mano a mano como el que Agnes me
había enviado. Y aunque él no lo hiciera y evitaba seguir al supuesto
asesino al campo de batalla, eso tampoco funcionaría muy bien.
Ya que en ese caso, yo estaría muerta.
Así que, entonces, ¿dónde? ¿En medio de una lucha que apenas
gané la primera vez? Porque simplemente no veía cómo eso funcionaría. La
batalla final había ocurrido en un par de minutos de actividad frenética y
corrosivo terror. Y, como de costumbre, había sobrevivido por suerte más
que por habilidad. Cualquier alteración leve podría empeorar las cosas en
lugar de mejorar.
Por no mencionar el hecho de que, tan loco como hubiera sido, el
duelo que había luchado contra otro semidiós había terminado siendo
condenadamente útil. Había impresionado por completo a los seis Senados
Vampiros, que habían decidido poco después que tal vez iban a unir sus
fuerzas en la guerra, después de todo. Si evitaba la batalla, bien podrían
evitar la firma del tratado. Y necesitábamos ese tratado.
De cualquier forma, todo eso era discutible, porque aunque
encontrara una manera de salvar a Pritkin, sin asesinarme en el proceso, y
que no anunciara que las pitias de hecho alteran el tiempo para sus
propios fines de vez en cuando, ¿entonces qué? Porque Pritkin aún estaría
en un lío, y uno muy malo. Y el hecho de que, por una vez, no tenía nada
que ver conmigo, no ayudaba en lo absoluto.
No quería rescatarlo sólo para ponerlo de nuevo en la misma
existencia torturada que había estado llevando desde hacía casi un siglo.
Quería salvarlo. Por una vez, quería que este poder que nunca había
pedido, y que no había sido nada más que problemas desde el momento en
que lo tuve, haga de hecho su maldito trabajo. Y ayude a alguien.
Alguien que se lo merecía.
Sólo que no estaba segura de cómo.
Me senté en la cama para esperar a que pasara el lío de arriba. La
habitación era tranquila excepto por el leve suspiro del aire acondicionado,
y pacífica. O lo habría sido, si la brecha en las cortinas no hubiera estado
iluminando una franja sobre uno de los carteles de películas.
No es que se viera del todo horrible en este momento. Alguien había
rayado el cartel con marcador, un niño, supuse, ya que no podía imaginar
al tosco mago de guerra que conocía, dibujando un bigote y gafas sobre
Bela Lugosi. Pero claro, esa no sería la mayor sorpresa que me hubiera
dado últimamente.
A veces me preguntaba si conocía al hombre en absoluto. Segura
como el infierno que no lo entendía. Un momento estaba siendo un
absoluto imbécil, hasta el punto que sólo quería enviarlo a algún lugar
particularmente desagradable y dejarlo allí, y luego, al siguiente…
Sentí que mi respiración empezaba a ser más rápida, mis manos se
apretaron y estúpidas lágrimas surgieron de mis ojos. Las aparté
airadamente. Me había dicho que no iba a seguir con esto, y que me
condenaran si no…
—¿Cass?
—¡Ahhhh! —Salté hacia atrás, golpeando lo que quedaba de la
mesita de noche con mi trasero ya magullado, cuando Billy apareció a
través de un aleteo de naipes.
Las cartas eran mías. Ni siquiera me había dado cuenta que mis
dedos las habían tomado, pero no era una sorpresa. Los niños tienen un
juguete favorito; Linus tiene su mantita; yo tengo un gordo paquete de
cartas de tarot que me dio mi vieja institutriz, que ella había hechizado
como una broma. Y que ahora estaban por todo el lugar, hablando hasta
por los codos.
Estaban hechizadas para decir la fortuna por su cuenta, y ya sea por
diseño o alguna falla en el encantamiento, siempre intentaban superarse
unas a otras. El resultado era setenta y ocho diminutas voces hablando
poco a poco cada vez más fuerte a medida que cada una trataba de
hacerse escuchar sobre el resto. Y terminaban haciendo un escándalo
espantoso.
Empecé a meterlas de nuevo en el paquete, ya que era lo único que
las mantenía tranquilas, y al mismo tiempo miré furiosa a Billy.
—¡No hagas eso!
—Entonces no salgas corriendo sin decírmelo. Se supone que debes
estar durmiendo.
Sí. Como si eso hubiera estado ocurriendo mucho últimamente.
—Tuve algunos invitados indeseados.
—Entonces sácalos de allí. ¿Por qué tienes que ser tú la que se va?
¡Es tu habitación!
—Y no quiero tener que redecorarla otra vez. Después que tres
brujas cabreadas terminen destrozándola.
—No destrozarían la suite de la pitia.
—¿Por qué no? Irrumpieron en ella —me quejé, logrando empujar la
mayoría de las cartas en su lugar. A excepción de unas pocas que seguían
charlando en alguna parte. Tiré de las sábanas, tratando de encontrar las
malditas cosas—. Era más fácil para mí irme.
—Pero, ¿por qué viniste aquí? —Billy miró a su alrededor y su nariz
se arrugó—. Huele a zona de combate.
—No me importa a qué huele.
—Y es probable que esté llena de jodidas trampas explosivas por
todas partes.
Hice una pausa por un segundo, mi mano a medio camino debajo de
la cama. Había conocido a Pritkin principalmente en su papel como mi
guardaespaldas del Círculo/entrenador personal/sargento instructor, pero
él había tenido otros títulos a veces. Como mago de guerra/asesino.
—No creo que él haga eso nunca más —le dije a Billy. No desde que
intervine un par de veces de forma inesperada.
—Tal vez no. Pero, ¿qué hay de alguien más? Parece que este lugar
fue saqueado.
—Siempre se ve así. —A excepción de sus armas, la idea de Pritkin
de vida ordenada era aproximadamente a la de un chico de catorce años
de edad.
—Sí, pero la gente tiene que estar preguntándose a dónde se fue —
señaló Billy—. Es un mago de guerra, ¿verdad? ¿Nadie tiene curiosidad?
—Todo el mundo. —Había tenido cuestionamientos de él a diario por
prácticamente todo el mundo, excepto por Jonas, lo que era extraño ya
que Pritkin era técnicamente su subordinado. Pero tal vez Jonas
consideraba que un tipo como él podía cuidar de sí mismo. O tal vez era
como él me había dicho: no suele hacerle demasiadas preguntas a las
pitias.
A él tan poco le gustaban mucho las respuestas que conseguía.
—Entonces tal vez no deberías arrastrarte por el suelo —dijo Billy
deliberadamente.
—Y tal vez deberías decirme lo que dijo Laura —apunté enseguida.
Billy dejó de intentar razonar conmigo, y puso su insustancial
trasero a un par de centímetros por encima de la colcha fea.
—Dijo que están en la casa de botes.
Agarré la carta que había terminado a mitad debajo de la cama, la
saqué, y lo miré fijamente.
—¿Mis padres?
Él asintió.
Fruncí el ceño.
—¿Qué casa de botes? La hacienda de Tony está en medio del
campo. No hay un lago a kilómetros.
—Sí, le dije eso. Parece que estaba hablando de una cabaña
desvencijada que solía estar detrás de la casa. El antiguo propietario
guardaba su bote ahí, y el nombre se quedó. Hasta que Tony arrasó el
lugar para construir un estacionamiento, de todos modos.
Asentí. Entre otras cosas, Tony había estado en el negocio usurero.
Y no todos los artículos que embargaba cuando las personas no podían
pagar, eran lo suficientemente pequeños para ser almacenados en la casa.
Con el tiempo, había tenido un área en la parte de atrás para acomodar los
autos, camiones y casas rodantes que conservaba hasta que los vendía. No
había ido mucho por ahí, ya que no había nada interesante para un niño,
y siempre lo mantenía bajo llave.
—Ella dijo que a tus padres no le gustaban la casa principal —
continuó Billy—, y a Tony no le gustaban ellos o sus pequeños amigos.
—¿Qué amigos?
—Parece que atrajeron a demonios como nadie más, y eso estaba
asustando a los vampiros.
—¿Demonios? —Mi padre había tenido algunas habilidades con los
fantasmas, que era de donde yo obtuve las mías, supongo. Pero no había
oído nada acerca de demonios antes.
Pero bueno, él no era el único ahí, ¿verdad?
Billy asintió.
—Hubo algunos incidentes, cosas tipo poltergeist, incendios, un
vampiro se incendió como una antorcha…
—¿Quién?
—Manny —dijo Billy, refiriéndose a uno de los vampiros más tonto
de Tony—. Se recuperó bien, pero poco después, mamá y papá fueron
desalojados.
—A la casa de botes —dije, mirando la carta en mi mano sin verla
realmente.
—Sí —dijo Billy, sonando repentinamente molesto—. Y no pongas
esa mirada.
—¿Qué mirada?
—Esa mirada de voy-a-preguntarle-a-mamá-cómo-conseguir-que-mi-
amigo-Pritkin-regrese. ¡No es así de fácil!
—Dímelo a mí. —Pero eso no importaba, porque si alguien sabía
cómo sacarme de este lío, sería ella.
¿Recuerdan que dije que los dioses tuvieron diferentes nombres en
diferentes lugares? Bueno, ella había sido adorada por los nórdicos como
Hel, su diosa de la muerte. Quien, entre otras cosas, había estado a cargo
de las regiones que llevaba su nombre. Y en este momento, realmente
necesitaba saber sobre esas regiones.
Debido a que Pritkin había intercambiado su vida por la mía, pero
no en el sentido convencional. Por supuesto que no, ¿cuándo alguna vez él
hacía algo convencional? No, había tenido que hacerlo de manera
impresionante.
Al devolverme la energía cuando a mí se me había acabado, él salvó
mi vida. Pero también había roto un tabú que era lo único que le permitía
permanecer en la tierra. Eso había dado lugar a que fuera secuestrado por
su bastardo padre, que había estado esperando algo así como un siglo
para tener una excusa y llevarse a su único hijo de vuelta a donde creía
que pertenecía: a un trono en el infierno.
O, más probablemente, a un dormitorio, ya que el padre de Pritkin
era Rosier, Señor de los Íncubos. Eso hacía de Pritkin un poderoso medio
íncubo que había estado, según la visión retorcida de su padre, jugando en
la tierra el tiempo suficiente. Era hora de que tomara su derecho de
nacimiento y ayudara a la familia al prostituirse a sí mismo a los mejores
postores.
El hecho de que ese tipo de existencia sería peor que la muerte para
alguien como Pritkin, que odiaba la mitad demonio de sí mismo y todo lo
que venía con eso, era irrelevante para Rosier. Se había pasado siglos
tratando de conseguir un hijo corpóreo para utilizarlo como moneda de
cambio, y no estaba dispuesto a perderlo ahora. Y a diferencia de
Perséfone, a Pritkin no le estaba permitido visitar la tierra.
Rosier lo tenía y planeaba conservarlo.
Sólo así.
—¿Por qué estás viéndote de esa manera? —preguntó Billy con
cautela.
—¿Como qué?
—Como una loca desquiciada.
—No sé de qué estás hablando —dije, y empujé el resto de las cartas
en su lugar.
—Bieeeen. Pero antes de salir corriendo para una reunión familiar,
hay otra cosa que podrías querer saber.
—¿Como qué?
—Como que, si tus padres estaban esperando conseguir privacidad
en su casa de campo, lo consiguieron. Laura dijo que nadie iba por ahí, ni
siquiera los otros fantasmas. Los demonios pueden alimentarse de la
energía fantasmal aún más fácil que de los humanos; no hay un cuerpo de
por medio, ¿sabes? Y no se iban a arriesgar.
—¿Y? No soy un fantasma.
—Dije más fácil. Los demonios se alimentan de seres humanos muy
bien si quieren hacerlo con sólo un poco más de esfuerzo, y hay un
montón de esos desgraciados por ahí.
Fruncí el ceño.
—¿Cuántos?
—Laura no lo sabía. Ella nunca fue allí, no es estúpida. Pero algunos
de los vampiros regresaron asustados hasta la médula, contando historias
acerca de escuchar lo que tenían que haber sido cientos de demonios,
viendo luces en todas direcciones, sintiendo la deformación del espacio
rodeándolos, todo los nueve metros. Estaban completamente asustados.
Fruncí el ceño aún más.
—¿Qué clase de demonios?
—¿Qué diferencia hace? ¡La moraleja de la historia es que, si los
temibles hijos de puta en casa de Tony tenían miedo de esa cabaña, ¡tal
vez tú también deberías tenerlo!
—Mi madre está allí —le recordé. Y no era como si ella no pudiera
manejar a los demonios. Por lo que entendía de las viejas leyendas, ella
prácticamente los había gobernado en un punto.
—Sí, a veces —dijo Billy, sonando malhumorado—. ¿Pero y si ella
está en alguna otra parte cuando aparezcas ahí? ¿Y cómo es exactamente
que vas a hacer eso cuando no conoces la distribución del lugar? Vas a
tener que aparecer afuera, donde puedas ver a dónde vas, y eso significa
llegar por el bosque hasta la puerta principal. Y luego esperar a que
alguien te permita entrar, asumiendo que alguien esté en casa para
empezar. Y todo ese tiempo, serás un blanco fácil para un grupo de
demonios hambrientos. Porque sabes tan bien como yo que no sabes cómo
luchar contra ellos…
—Ya basta.
—Está bien, seguro. Voy a parar. Tan pronto como me digas cómo
planeas entrar.
No dije nada por un minuto.
—Jonas sabe acerca de demonios.
—Sí. Y estoy seguro de que estará encantado de hacer otro viaje a
casa de Tony ahora mismo. E incluso si fuera así, no estaría contento de
ayudarte a hacer algo que podría cambiar toda tu existencia…
—Sólo voy a hablar…
—…y de cualquier manera, ¿qué excusa vas a darle para necesitar
verla? No le puedes decir sobre el mago, porque eso sería decirle lo que es
Pritkin. Y sabes cómo se siente el Cuerpo acerca de los demonios…
—¡Dije basta! —le grité salvajemente. No necesitaba esto. Otro
maldito obstáculo en una semana que había estado lleno de nada más que
eso. Una semana de tratar de rastrear a mamá, cuando ella estaba
ocupada evitando a cualquiera que tratara de hacer precisamente eso. Ella
había tenido enemigos sobre su propio culo, y había hecho de la evasión
una forma de arte.
Por fin había mordido la bala y me di cuenta que iba a tener que ir
de nuevo a donde Tony, el único lugar del que estaba segura de poder
encontrarla. Solo para descubrir, después de tropezar con las guardas y
casi quedar atrapada media docena de veces, que tampoco estaba allí.
Había empezado a sentir que ella no estaba en ningún lugar.
Pero entonces Jonas se había presentado esta tarde, declarando que
simplemente tenía que ser llevado de regreso en el tiempo justo a ese
momento. Con su ayuda, había evitado las protecciones, mayormente, y
Billy había fisgoneado la verdad de Laura. Así que ahora había descubierto
que no había sido capaz de encontrar a mis padres donde Tony porque no
habían estado allí. Habían estado en la cabaña.
La cual, ahora sabía estaba rodeada por un ejército de jodidos
demonios.
—Cass…
—No lo hagas —dije firmemente—. Ahora no.
—Sí, ahora —insistió Billy—. Mira, ayudé, ¿verdad? Traté… ambos
tratamos. Pero él se ha ido.
—No, no lo hizo.
—Sí, así es. Y no lo puedes traer de vuelta por la pura fuerza de
voluntad. Mira, incluso si consiguieras entrar de alguna manera, y aunque
ella te dijera cómo llegar a la Corte de Rosier, ¿entonces qué?
—Entonces lo traería de regreso —dije con fiereza.
—Ajá. —Billy me miró, y fue lo suficientemente sólido para que
pudiera ver la compasión en esos ojos color avellana—. Solo que, sabes
que eso no va a suceder, ¿no? Cass, no te lo tomes a mal, pero ni siquiera
pudiste robar a Tony sin ayuda. ¿Y ahora crees que irás al infierno…
—Cállate.
—…y sacarás a Pritkin? ¿Cuando Rosier probablemente espera
exactamente algo como eso de ti? ¿Cuando él está preparado?
—¡Billy! ¡Cierra la maldita boca!
—No esta vez —dijo rotundamente—. Tienes que escuchar esto, y ya
que nadie más sabe lo que has estado haciendo, soy el único que puede
tratar de sacártelo de la cabeza. Cass, es un suicidio. Pritkin lo dio todo
para salvarte; ¿crees que él querría que desperdiciaras tu vida tratando de
traerlo de vuelta?
Me levanté bruscamente, porque ya no podía quedarme quieta. Pero
eso no detuvo a Billy. Por supuesto que no. Nunca había encontrado nada
que lo hiciera.
—E incluso si, por alguna casualidad en un millón, lograras sacarlo
de allí, ¿qué crees que pasaría entonces? —exigió—. No es como si algo
cambiaría. Rompió su libertad condicional, o como sea que quieras
llamarlo. Rosier simplemente lo arrastraría de regreso…
—¡No sabemos eso!
—Sí, lo sabemos. Pritkin te lo dijo…
—¡Lo que sabía! ¡Pero tal vez él no lo sabía todo! —dije, tratando de
pasearme de un lado a otro y sin poder por el condenado vidrio. Le di una
patada en forma de arco, sacándolos del camino y los fragmentos brillaron
con el resplandor de fuera por un momento, como lamiendo llamas.
—Oh. Así que sabes más sobre el infierno que un tipo que vivía allí.
—¡No, pero tal vez mi madre sí! —repliqué—. Ella también vivió allí,
si las viejas leyendas están en lo correcto. ¡Y durante siglos! ¡Si hay un
vacío legal, ella lo conoce!
—¿Y si no lo conoce?
—Entonces no lo hay —dije, cruzando los brazos y mirándolo
enfurecida—. Pero hasta que oiga eso de ella, no voy a darme por vencida.
No puedo, Billy… ¿no lo entiendes?
—Oh, lo entiendo —murmuró—. Simplemente no estoy seguro que
tú lo hagas.
—¿Qué significa eso?
Él negó con la cabeza.
—Nada. Sólo… nada. Pero el hecho es que no puedes llegar a ella y
preguntarle.
Me senté en la cama, de pronto exhausta. Había sido un día largo al
final de una larga semana, y mi pecho dolía. Quería gritar, llorar, tirar las
cosas, pero no tenía la energía. Quería dormir y encontrar a Pritkin allí
cuando despertara. Quería…
Dios. A veces ni siquiera lo sabía.
—No esta noche —admití, frotando la parte de atrás de mi cuello. Si
no me sentía con la fuerza de poder tratar con algunas brujas
entrometidas, estoy segura que no podía digerir cualquier cosa que
resguardara a mi vieja y querida madre.
—Vuelve a la suite —me dijo Billy en voz baja—. Antes de que a
Marco le dé un infarto. Descansa un poco. Mañana… tal vez las cosas
serán diferentes.
En otras palabras, mañana tal vez estaré en mis sentidos.
—Sí, tal vez —le dije, porque no quiero discutir más.
Billy asintió, y se apagó, luciendo aliviado. Cosa que no hizo
exactamente nada para hacerme sentir mejor. A pesar de la forma en que
había sonado últimamente, Billy Joe no era el tipo tímido. Billy Joe había
sido un jugador de alto riesgo en la vida, hasta que terminó en un saco en
el fondo del Mississippi por engañar a los tipos equivocados. Cuando Billy
pensaba que algo era demasiado arriesgado…
Bueno, digamos que las probabilidades no eran geniales.
Y no era como si todo lo que dijo no fuese cierto. Pero había algo que
no se había molestado en mencionar. Que si se invirtieran nuestras
posiciones, Pritkin habría venido por mí. Ya sea que me hubiera gustado o
no, si quería que se arriesgara o no, él no me habría dejado allí sin más.
Probablemente ni siquiera le habría pasado por la cabeza. Sabía eso, con
más certeza que la dirección en la que el sol saldría mañana.
Así que, ¿cómo podría sólo dejarlo ahí?
Me acurruqué en la cama desordenada, e incluso después de una
semana, las sábanas aún olían bien. Como a jabón, pólvora y magia. Me
quedé allí, mirando al techo, y no lloré. Debido a que eso era débil, y no
podía darme el lujo de ser débil.
Y porque solo lloras por personas que no vas a volver a ver.
Y ese no era el caso aquí, sin importar cómo se viera. Tenía que
llegar a él, tenía que quitárselo a su repugnante padre, tenía que encontrar
una manera de retenerlo. Y para eso, tenía que llegar a mi madre.
De alguna manera.
Pero había pasado una semana, y hasta ahora, ni siquiera había
logrado dar ese primer paso. Me había agotado yendo y viniendo a través
del tiempo como una loca. Había sido perseguida por los guardias a través
de la antigua Corte de la Pitia, casi me atropellaron en Londres, casi me
habían disparado matones de Tony. ¿Y para qué? No estaba más cerca de
encontrar a Pritkin de lo que había estado hace una semana.
Cuando me dejó.
—La Estrella…
Me despertó un suave chillido.
—La Estrella… la Estrella… la Estrella…
Un suave chillido molesto.
Gemí y rodé, porque era jodidamente demasiado temprano, y el
chillido de repente se hizo más amortiguado.
—La Estrella… la Estrella… la Estrella…
Me quejé de nuevo y me senté.
—La Estrella es considerada universalmente como la carta más
hermosa del tarot —me informó una voz petulante, desde algún lugar
debajo de mi trasero—. También es una de las más afortunadas, aunque
tal vez, no de la forma en que muchas personas preferirían. La Estrella…
Busqué alrededor, aturdida y todavía medio dormida, y no encontré
nada.
—…indica que el éxito es posible, pero solo con el tiempo y con
mucho esfuerzo. La Estrella brilla en el cielo de la noche, un faro de luz en
un mundo oscuro, empujando al que consulta hacia una aventura
heroica…
Sentí algo pegado a la parte posterior de mi pierna. La despegué y la
llevé hasta mis ojos somnolientos. Y vi un pequeño rectángulo con una
escena nocturna, un jardín y una chica desnuda con una jarra.
—…digna de una igualmente gran recompensa —me balbuceaba la
pequeña carta de tarot—. Si el que consulta sobrevive…
—¿Sobrevive?
—…de los peligros indudables, trampas, y, a veces, peligros mortales
que se encuentran en el camino, la recompensa será tan dulce como el
agua clara y fría que la hermosa doncella vierte en el espejo de agua
reflejando a las estrellas. Y si no…
—¿Qué? —grazné—. ¿Y si no qué?
—…entonces tendrá la certeza de que cayó en la búsqueda de un
objetivo admirable —dijo la carta, su pequeña voz elevándose con pasión—
. Los cielos cantarán alabanzas de su valentía, como lo hacen sobre los
héroes por los cuales son nombradas las constelaciones, y su memoria
será rememorada durante eras…
—Oh, cállate —le dije con saña, buscando a tientas en la mesita de
noche el paquete de cartas. Y no lo encontré. Genial, pensé, y salí de la
cama.
Pero no de la mía.
Golpeé el suelo, parpadeando ante la colcha horrible que había caído
a medias conmigo. En lugar del pomposo satén, ésta era una de la clase
rasposa, barata que el hotel reservaba para las habitaciones a un precio
mucho más económico que un viaje a Tahití. Y en lugar de un azul pálido
de buen gusto, tenía un tema completo de Halloween en amarillo, negro y
gris, con una luna fantasmal enjaulada por las ramas de un árbol
demacrado y sin vida.
Mierda.
Debo haber caído accidentalmente dormida en la habitación de
Pritkin, en lugar de arrastrar mi cansado culo de regreso a mi propia
cama. Y no es que fuera a conseguir una felicitación por parte de Marco.
Por supuesto, estaba un poco sorprendida que no lo hubiera hecho ya,
puesto que sabía condenadamente bien que los vampiros mantenían un
hechizo de seguimiento sobre mí. Había conseguido que Pritkin me lo
quitara un par de veces, pero siempre terminaba regresando a su lugar,
por lo general en cuestión de una hora o dos. Y ya que él había
desaparecido hace una semana, era seguro asumir que sabían
exactamente donde…
Me arrastré a mis pies, preparándome para recobrar la compostura,
pero tropecé con algo y me fui abajo de nuevo. Solo que esta vez golpeé la
alfombra, al lado de un par de botas sucias. Eran viejas, con suela enorme
y el cuero de la parte superior rayado, al menos lo que podía ver a través
de una capa de barro. Era tan espeso que la tapa de acero sobre los dedos
de los pies apenas era visible.
Eh. Eso es raro, comentó una diminuta parte más despierta en mi
cerebro. Pero no explicó por qué.
Me senté y fruncí el ceño un poco más.
No había nada particularmente extraño en ellas, excepto por el
barro, eso no era exactamente común en Las Vegas. Pero eran del tipo que
Pritkin usaba, útiles para patear puertas o patear las caras de los tipos
malos, y habían sido arrojadas de manera habitual debajo de la cama. O al
lado, pero el rodapié había ocultado la mayor parte de ellas. Lo que
explicaría por qué no…
Bueno, eso era. No eran raras, pero el hecho de que no las hubiera
notado ayer por la noche sí lo era. Sobre todo porque debería haber sido
capaz de olerlas a un par de metros de distancia. Arrugué la nariz a las
apestosas botas y las empujé a un lado. Y me asomé a la oscuridad
buscando el condenado paquete de cartas, mientras una voz alegre
empezaba a regalarme datos curiosos sobre la carta Estrella.
Eso era malo, pero si no la callaba, iba a seguir con los posibles
significados de la carta en combinación con otras. Y después con la forma
en que debe ser leída en las diversas combinaciones. Y si recordaba bien,
eso sería seguido por toda la historia del tarot, lo que podría prolongarse
durante, literalmente, horas antes de que finalmente terminara. Y en el
camino, sentiría una migraña que explotaría mi ojo izquierdo mucho antes
de entonces.
Después de una búsqueda infructuosa, salí a la superficie, jadeando
por la combinación de olores apestosos y polvillo, y empecé a tantear a
través de las sábanas desordenadas en busca del paquete que
simplemente tenía que estar en alguna parte. Pero no lo veía. Quizás
porque era difícil ver algo con la fuerte luz solar que entraba por las
cortinas.
Me detuve y parpadeé hacia ellas.
Las cortinas de repente totalmente abiertas.
Las cortinas de repente totalmente abiertas que estaban reflejando la
luz en el espejo sobre el tocador.
Y de acuerdo, no. Ese espejo había estado hecho en mil pedazos por
el suelo la noche anterior. Quiero decir, no podría estar equivocada en eso,
¿verdad? Había pisado sobre los restos, e incluso pateé algunos cuando…
Mi cerebro se detuvo chirriando en seco cuando sucedieron tres
cosas al mismo tiempo. Mis ojos se posaron más allá de la cama, donde
faltaba notablemente los vidrios rotos, los muebles destruidos, y las
manchas ominosas. Mi nariz registró la completa escasez de residuos de
poción. Y mis orejas escucharon atentamente un pequeño y nuevo sonido.
Un sonido como el pitido de una tarjeta de acceso desactivando un
bloqueo automático.
Mi cabeza giró de golpe para ver el picaporte de la puerta empezar a
moverse, y traté de desplazar. Pero mi cerebro confuso no estaba en la
misma sintonía. En lugar de eso, había entrado directo al modo vuelo, pero
por alguna razón había decidido que el camino hacia mi seguridad
involucraba tratar de aplastarme en los pocos centímetros de espacio
debajo de la cama. Solo que no pude, porque las malditas botas estaban
en el camino. Y para cuando las hice a un lado, empujando la carta de
tarot aún hablando bajo mi camisa, me di cuenta que ya había algo metido
entre mis pechos, poniendo la carta en la parte superior de un pequeño
paquete gordo que encontré allí, empecé a gatear más allá del rodapié de la
cama…
Pero ya era demasiado tarde.
La puerta se abrió y alguien entró, vi unos pies-con-zapatos-
deportivos silenciosos sobre el piso de azulejos de la entrada. Se
detuvieron abruptamente, y no hubo sonido alguno en un latido, luego
dos. Y entonces, cruzaron en silencio sobre la alfombra antes de detenerse
de nuevo junto a la cama.
Donde actualmente estaba tratando de quitar de vista mi culo
sacudiéndose en el aire como el Oso Pooh cuando salía de la casa de
Conejo, porque no lo había logrado meter abajo con el resto de mi cuerpo.
Por un momento, no dijo nada.
Luego, con un solo dedo hizo subir el rodapié. Y un par de ojos
verdes claros se asomaron por debajo hacia mí. Miré hacia ellos, y el poco
coherente pensamiento que había logrado formar, se esfumó de inmediato.
—¿Hay… algún problema? —me preguntó una suave voz.
Lamí mis labios, porque, como era habitual para mí, la palabra
“problema” no cubría todo. Abrí la boca para responder, y Dios sabe lo que
habría dicho. Solo que, afortunadamente, el habla era una de las muchas
cosas que no parecían estar funcionando en este momento.
Al igual que el control psicomotriz. Porque al siguiente momento,
cuando salí de debajo de la cama, y vi de frente un par de ojos verdes tan
familiares para mí, acabé sólo ahí de pie lánguidamente. Y me quedé
mirando.
Un rostro que era tan duro de ver.
No es que no fuera atractivo. Había habido un momento en que
pensé que, la nariz demasiado grande, los ojos duros como de cristal, su
apariencia de no-me-molesté-en-afeitarme-hoy-y-posiblemente-tampoco-
ayer no era exactamente todo un aspecto de estrella de cine. Pero había
mucho más de lo que se veía en John Pritkin, aunque había empezado a
entenderlo recientemente. La terca mandíbula fuerte, el cuerpo duro como
una piedra, y los destellos de humor detrás de esa expresión taciturna…
infiernos, incluso los rígidos picos rubios que llamaba cabellos podrían no
hacerlo guapo, pero agregaban un algo más.
Algo que podría haber sido molesto si no hubiera tenido un montón
de otras cosas que me molestaran justo ahora.
—¿Qué pasa? —preguntó Pritkin, apretando los dedos en mis brazos
mientras su rostro nadaba de repente delante del mío.
Me dije internamente que debía controlarme, pero no estaba
funcionando. Tenerlo tan de repente justo frente a mí de esta forma….
bueno, era lo que supongo que la mayoría de la gente sentía al ver un
fantasma. Era sorprendente, estimulante y extrañamente aterrador…
E imposible, comprendí, cuando la explicación se estrelló contra mí.
No es como si Rosier tuviera corazón y enviara a su hijo de vuelta a
donde pertenecía. La expresión de Pritkin me lo decía claramente. No sabía
cómo podría verse si me encontraba con su cara otra vez, pero no creo que
fuera de preocupación mezclada con una buena dosis de exasperación.
No. Esta era yo, pensando, deseando, soñando… y desplazándome
mientras dormía, a una época donde sabía que lo encontraría. Regresando
en el tiempo, y jodiendo todo regiamente si no lo recomponía.
—Cassie… —Pritkin estaba empezando a verse seriamente
preocupado, tal vez porque todavía estaba colgando ahí sin vida, mirándolo
como una idiota. Excepto por una mano, que había ido a tocar suavemente
su rostro. La sacudí alejándola, porque sí. Lo había perdido.
Lamí mis labios de nuevo.
—Um —dije, y me detuve. No tenía nada que decir.
Pero algo en mi cara debió haberlo tranquilizado de todos modos.
Porque me soltó y se sentó en el borde de la cama, parte de la
preocupación dejando sus ojos.
—Hemos hablado de esto —dijo secamente.
—Nosotros… ¿lo hicimos?
—Sí. No puedes simplemente desplazarte aquí porque es más rápido
que tomar el ascensor. Guardo sustancias peligrosas…
—No toqué la estantería —dije rápidamente. El recuerdo de la
primera y única vez que lo hice no era agradable. Bueno, excepto ver la
petulante cara de Rosier derretirse en un charco de baba después de
haberle vaciado unas cuantas docenas de frascos de poción contra-
demonio sobre él. Y después de todo lo que había sucedido desde
entonces, eso en realidad era…
—¿Cassie?
—¿Qué?
—Hay más peligros aquí que sólo la estantería.
—¿Como qué?
—Como esto —dijo Pritkin, buscando algo debajo de la cama y
sacando una de sus botas malolientes. Y luego sacando algo del interior.
Algo que parecía…
Un pulgar cayó por encima de lo que se parecía mucho a una
granada, excepto que era suave y de color acero-azulado, y tenía una
especie de cosa como palanca en la parte superior en lugar de un alfiler.
Una palanca que estaba a la mitad cuando Pritkin lo tomó. Lo cual podría
haber tenido algo que ver con el sonido agudo que se había estado
escuchando.
Y todavía lo escuchaba, me di cuenta, mientras sus ojos se abrían de
par en par. Agarró la otra bota y le dio la vuelta. Y entonces me agarró.
—¿Dónde está?
—¿Dónde está qué?
—¡La granada de poción!
—La tienes —le dije, mirando con confusión al objeto que acababa
de arrojar sobre la cama.
—¡No! ¡La otra!
—¿Hay otra?
—¡Se supone que no!
—¡Bueno, yo no la tomé! —dije febrilmente.
—Entonces qué es… —Sus ojos de repente se fijaron en la parte
delantera de mi camiseta—. ¡Ahí!
Y lo siguiente que supe, es que estaba agarrando mi camisa. Y
sacando algo de mi sujetador. Y arrojándolo a la basura con un
movimiento salvaje que apenas vi antes de que él se tirara sobre mí.
Golpeamos el piso, y me dolió, porque Pritkin es principalmente
músculo y pesa mucho. Y porque mi cabeza rozó el borde de la mesa de
noche en el camino hacia abajo. Y porque sus escudos chasquearon
cerrándose tan fuerte y rápido que cortó un centímetro de mi cabello. Que
cayó rápidamente ante mis ojos.
Pero eso no parecía importar tanto si estábamos a punto de ser
volados en pedazos por…
Por una granada que estaba tomándose su propio dulce tiempo,
pensé, cuando segundos pasaron y nada sucedió. Excepto por el corazón
de Pritkin latiendo fuerte en mis oídos, porque estaba apretujada debajo de
él, con la cabeza aplastada entre su pecho y el suelo. Hasta el punto de
que no podía… apenas…
—Aire —chillé y Pritkin se incorporó ligeramente.
Y tan pronto como lo hizo, comprendí lo que estaba provocando ese
sonido agudo detectable.
—La Estrella es considerada universalmente como la carta más
hermosa del tarot —dijo una pequeña voz en tono de reproche, por encima
de mi cabeza. Donde había caído del elusivo paquete de barajas de tarot.
El cual ahora sobresalía en un punto de impacto en la pared. Y chillando a
medida que setenta y ocho cartas simultáneamente hacían constatar su
desaprobación por el trato áspero.
Pritkin levantó la cabeza para mirarlas. Y luego volvió a mirar hacia
mí. Y entonces, se arrastró alejándose un par de metros, se sentó en la
alfombra, y puso su cabeza entre las manos.
—Lo siento —dije sin aliento, mientras las cartas seguían
murmurando para sí mismas.
Pritkin no dijo nada.
Eso estaba bien. Eso estaba muy bien. Yo necesitaba un momento.
Y un baño, comprendí, cuando levanté un brazo para apartar el
flequillo cortado de mis ojos. No eran solo las botas de Pritkin las que olían
en el lugar. Me senté allí, mortificada, incapaz de creer que me había
quedado dormida así.
—¿Hay algo que me matará si uso el baño? —pregunté finalmente.
—¿Conociéndote? —La voz de Pritkin sonó amortiguada ya que no
levantó la cabeza.
Fruncí el ceño.
—¿Eso es un sí?
Un par de dedos se acercaron a masajear su sien.
—Eso es un no. Suponiendo que no trajiste nada mortal contigo.
—Sólo suciedad —dije, dándome cuenta de la magnitud de esto. Iba
a tener un tiempo muy difícil explicando todo esto sin lucir como si
hubiera ido de espeleología a la Baticueva—. Voy a tomar una ducha —le
dije.
Pritkin no reaccionó a eso, así que eché a correr al minúsculo baño
que el Dante permitía a sus clientes habituales, que era del tamaño de mi
cubículo de inodoro arriba.
Mierda. Arriba. Cuando la yo más joven estaba presumiblemente
pasando el rato y haciendo… bueno, lo que había estado haciendo hace
tres semanas.
Esa fue la primera vez que Pritkin me había llevado de excursión por
algún espantoso sendero montañoso en las estribaciones de las Montañas
Rocosas. El Cuerpo, el nombre oficial de la rama de magos de guerra del
Círculo, lo usaba como campo de entrenamiento. Había sido una
experiencia inolvidable, sobre todo porque había llovido la noche anterior,
convirtiendo toda la montaña en un pozo de barro masivo.
Pritkin me había hecho correr de todos modos.
Por supuesto.
Lo único bueno fue que me había torcido el tobillo cerca del final,
cuando me caí sobre la raíz de un árbol, y había conseguido tres días de
descanso de los infernales entrenamientos. A juzgar por el estado de sus
botas, este era el primero de esos días, ya que no creo que él las dejaría
ahí alrededor por mucho tiempo en esas condiciones. Lo que significa que
tal vez Pritkin no estaría yendo arriba, y yo no estaba en tan terrible
desastre como había pensado originalmente.
Bueno, suponiendo que pudiera llegar a una razón por la cual
irrumpí en su habitación pareciendo como una refugiada de guerra. La
camiseta, las partes que los ladrillos no habían destrozado, estaba
manchada de hollín, mis vaqueros lucían como si hubieran ido a una
audición para un papel como deshollinador, y mi cabello, lo que había
quedado, estaba sucio y enmarañado por dormir. Por no hablar de que
tenía ese aspecto pálido que siempre tenía cuando me saltaba las comidas.
No era una sirena.
Me fruncí el ceño, preguntándome de dónde había venido ese
pensamiento. Pero podría no importar. Para un tipo que era tan
observador en otras cosas, Pritkin nunca parecía darse cuenta de cómo me
veía.
Unos nudillos tocaron la puerta, lo suficientemente fuerte como para
hacerme saltar.
—Voy a salir.
Abrí una rendija y saqué la cabeza, ya que el resto de mí no estaba
decente.
—¿Por qué? —pregunté, preocupada.
—Para conseguir algo de desayuno. ¿Qué quieres?
—¿Cómo sabes que no he comido ya?
Él sólo me miró.
—¿Tiene que ser algo saludable?
La mirada no cambió. Suspiré.
—Te pregunté lo que querías —me recordó—. Igual vas a correr más
tarde.
—¡Ya me rompiste el pie!
Alzó una ceja.
—Y sin embargo te las arreglaste para llegar aquí lo suficientemente
rápido.
Decidí que tal vez sólo debería callarme ahora mismo.
—Tienen bizcochos de tocino con queso abajo en el café, si es antes
de las once.
Pritkin me dio una mirada extraña.
—Son las siete y media.
—Bueno… entonces deben tener algunos.
Parecía que iba a decir algo más, pero luego se detuvo, con los ojos
entrecerrados.
—¿Algunos?
—Quiero dos.
—Tendrás uno.
—¡No cené!
—Comiste conmigo —dijo, frunciendo el ceño.
Mierda.
—Oh. Sí. Bueno, entonces uno —dije débilmente, y cerré la puerta.
Mantuve mi espalda pegada a la puerta hasta que oí la puerta del
pasillo abrirse y cerrarse, luego dejé escapar un suspiro tembloroso. Dios,
era un asco en esto. Razón por la cual debía inventar alguna excusa,
dejarle una nota, y salir endemoniadamente de aquí antes de que él
regresara.
¿Entonces por qué me estaba metiendo en la ducha en lugar de
hacer eso?
Tal vez porque la parte activa de mi cerebro se había dado cuenta de
otra cosa, algo que no se estaba molestando en compartir con el resto de
mí. Pero que se sentía importante. Y tal vez lo descifraría una vez que
hubiera estado despierta más de dos minutos.
Dejé que el agua caliente me golpeara en la cara, y supongo que
ayudó. Porque al poco tiempo que me enjaboné el cabello, desenredándolo,
decidí que el daño no era tan malo, y me quité el equivalente a una
chimenea de hollín escurriendo por el desagüe, así como también perseguí
ese pensamiento difícil de alcanzar. Lo que demostraba que mi
subconsciente era más inteligente que yo.
Había estado pensando que necesitaba a un experto en demonios
para tener alguna posibilidad de llegar a mamá. Así que me había llevado a
uno. De hecho, me había traído al único, al hombre que sabía más sobre
demonios que todos los demás en el Círculo combinados.
Solo había un problema: Pritkin odiaba mis desplazamientos a
través del tiempo. Él era absolutamente de la opinión que, si seguíamos
desplazándonos por aquí y por allá, tarde o temprano íbamos a estropear
algo que no podría ser arreglado. Estaba tan convencido de eso que la
primera vez que había regresado en el tiempo para ver a mi madre, cuando
había estado curioseando en lugar de ser objetiva, ni siquiera había
pensado en llevarlo conmigo. Ya sabía cuál habría sido su respuesta.
Y considerando cómo había ido todo: semidioses irrumpiendo en la
fiesta donde ella estaba, tratando de matarla; era probable que estuviera
bien no llevarlo. La reacción de Pritkin en casos de recibir disparos era
disparar en respuesta, y eso no habría funcionado con ese enemigo en
particular. Pero de demonios… sí, lo sabía todo acerca de ellos.
La mitad de los frascos que estaban tan precisa y extrañamente
dispuestos en los soportes de su estantería eran pociones para combatir
diversas variedades del infierno, ya que eso era lo que había estado
haciendo antes de enganchar su estrella en mi tren de mala suerte.
Probablemente sabía más sobre luchar contra demonios de lo que el resto
del Cuerpo jamás sabría. De hecho, él podría saber tanto sobre la forma en
que podría sacarlo de su actual situación como mamá, solo que dudaba
que estuviera dispuesto a decirme.
Porque Billy tenía razón: Pritkin no querría que yo fuera por él.
Tanto como odiaba a su padre, y lo mucho que podría estar odiando su
vida en este momento, él no querría que me arriesgara. Probablemente iba
a recibir tremenda reprimenda una vez que lo encontrara…
Solo que Billy también tenía razón en eso. No iba a encontrarlo. No
sin ayuda.
Salí de la ducha y el aire se arremolinó caliente alrededor del cuarto
de baño. El espejo se empañó todo, y pasar la mano a través de él, solo lo
cambió por un segundo. Pero un segundo fue suficiente. Me mostró una
cara todavía ligeramente redonda de bebé, con las mejillas enrojecidas por
el calor, rizos rubios pegados a la cabeza, nariz respingona, y grandes ojos
azules cándidos. Empapada, me veía tan peligrosa como un conejo de
peluche. Empapada, me veía… bueno, como alguien que no tenía nada que
hacer en algún audaz rescate.
Fruncí el ceño, inconscientemente imitando a un cierto mago de
guerra que conocía. Pero mientras que en él la expresión era feroz, incluso
aterradora, en mí… sobre todo me hacía ver estreñida. Suspiré.
Pero a diferencia de la noche anterior, cuando había estado
sintiéndome impotente, abatida y con muchas ganas de darme por
vencida, hoy mi falta de credenciales de chica ruda no parecía tan
importante. Porque teniendo en cuenta a lo que me enfrentaba, no habría
importado de todos modos. Podría haber sido el más grande y malvado
mago de todos ellos, podría haber sido un vampiro de nivel maestro…
infiernos, podría haber tenido un ejército de ambos, y no habría hecho
ninguna diferencia.
Porque no veía a ninguno de ellos simplemente entrando en el
infierno.
De hecho, no estaba tan segura de ser una ventaja en este momento.
Ya que Billy podría haber estado equivocado en una cosa: no creo que
Rosier me estuviera esperando. ¿Por qué lo haría? Todos los demás que
conocía me subestimaban, siempre lo hacían. Todo el mundo me miraba y
veía al conejo esponjoso del espejo; bueno, casi todo el mundo. Pero, a
pesar de su edad, no me daba la impresión de que Rosier tuviera la misma
visión de su hijo, o casi nada más de cualquier otra cosa. E incluso
Pritkin, cuando no me tenía corriendo por senderos o empujándome de
acantilados, todavía algunas veces actuaba como si estuviera hecha de
cristal y pudiera romperme.
Pero no me había roto.
No me rompería.
No tengo ese lujo.
Y tampoco Agnes lo tenía. Me vi al espejo de nuevo, y decidí que no
me veía más delicada de lo que ella alguna vez lo había hecho. Tal vez
menos, de hecho. Ella apenas medía un metro cincuenta y ocho, con una
cara en forma de corazón, una piel de porcelana, y un aire de niña
pequeña que empezaba a creer que había cultivado deliberadamente. De
ese modo la gente la subestimaría.
Y luego les dispararía en el trasero.
Recorrí un dedo sobre la pequeña cicatriz que me había quedado,
que gracias a la capacidad de curación de cierto vampiro era mucho menos
prominente de lo que debería haber sido. Apenas un hoyuelo ahora, no es
gran cosa. Pero el asunto era que, no creo que hubiera estado apuntando a
mi trasero en ese momento.
En ese momento, ella había estado tras un miembro del Gremio, una
secta secreta de locos que querían alterar el tiempo para sus propios fines,
y ella no había estado jugando. Tampoco había tenido problemas para ir
tras él sola, sin la escolta de magos de guerra al que tenía derecho. Me
había dicho que a menudo causaban más problemas de los que resolvían
derribando todo a la vista, y teniendo en cuenta lo que había visto en mi
breve convivencia con el Cuerpo, no tenía ninguna razón para dudar de
ella. Pero pensé en la mayoría de personas persiguiendo a un peligroso
mago oscuro, aún habría querido a uno o dos, sólo por si acaso.
Agnes ni siquiera les decía nunca a dónde iba.
Así que, sí, si ella hubiera empezado a darme lecciones sobre tomar
riesgos, tenía unas cuantas cosas que decirle de vuelta. Y luego le habría
preguntado lo que ella hubiera hecho en esta situación. Solo que
probablemente no me hubiera dicho nada, porque se habría negado a
hablar conmigo, en caso de que le diera algún indicio del futuro que podría
causar que lo estropeáramos.
Pero si hubiera estado dispuesta a hablar… creo que sé lo que
hubiera dicho. Lo que ella habría hecho. Ahora sólo tenía que descubrir…
La puerta del baño se abrió de golpe antes de que pudiera terminar
el pensamiento, con remolinos de aire relativamente frío. Y antes de que
pudiera gritar, me encontré siendo jalada y golpeada contra la pared de la
entrada. Eso me dejó frente a la puerta del baño, donde nubes de vapor
estaban ondeando, como si el lugar estuviera en llamas.
Era en cierto modo apropiado, teniendo en cuenta que enmarcaban
el rostro de un medio demonio enfurecido.
Un segundo más tarde, mis manos golpearon la pared al lado de mi
cabeza, lo que podría haberme dejado indecente ya que estaban agarrando
la toalla de baño con la que estaba en proceso de envolverme el cuerpo.
Solo que no la solté. Así que la toalla terminó quedando extendida desde
donde mis manos trataban de retenerla, formando una barrera húmeda y
pegajosa frente a mí.
Lo cual, a menos que fuera mucho más mágica de lo que parecía ser,
no iba a ser suficiente.
Porque Pritkin se veía como un maldito homicida.
—¿No tenían bizcochos con queso? —dijo mi boca, porque mi boca
es idiota.
—¿Quién eres? —preguntó, acercándose a mi cara—. ¿Qué eres?
—¿Qué? —le dije, mirando directamente a esos furiosos ojos verdes.
—No estoy jugando —advirtió, su voz baja, plana y muerta—. Si las
siguientes palabras que salgan de tu boca no son una confesión, eso será
lo último que digas.
Mi cerebro se congeló ante eso, porque había visto lo que Pritkin
podía hacer enfurecido. Pero mi boca, mi estúpida y aparentemente
desconectada boca, comenzó a entrar en pánico. Y corrió a mil por hora.
—¡No me mates! ¡No me mates! ¡Soy yo! ¡Sabes que soy yo! Es
como… ¡Dios! ¿Por qué algún asesino enloquecido vendría aquí y utilizaría
tu ducha? ¿La gente hace eso? ¿Especialmente cuando necesitas una
limpieza urgente? Quiero decir, tienes que permitirles a los del servicio de
limpieza entrar aquí de vez en cuando o deja de preparar pociones aquí o
algo así, porque la porquería tirada te va a matar mucho antes que los
tipos malos tengan la oportunidad, ¡y no me arrojes contra la pared así!
¡Duele! Puedo explicarte, lo prometo, solo nopuedosimematasDios!
Lo último fue en respuesta a un par de cuchillos encantados
deslizándose desde el interior de la vieja sudadera con capucha gris de
Pritkin, la que usaba para trotar porque su maltrecho abrigo de cuero se
vería un poco raro. Pero necesitaba algo para cubrir el arsenal ilegal y las
armas-igualmente-ilegales-si-los-humanos-supieran-sobre-ellas que iban a
todas partes con él. Los dos se levantaron a ambos lados de su rostro, lo
que subrayaba el hecho de que él no tenía que dejarme ir para
destriparme, un pensamiento que detuvo incluso mi boca balbuceante.
Quizás porque estaba demasiado ocupada chillando.
—¡Deja de hacer eso! —dijo mientras los azotes recomenzaban, lo
que por supuesto solo me hizo chillar aún más. Y tratar de desplazarme,
solo que no funcionó del todo porque Pritkin se aferraba a mí. Lo que
significa que él también vino.
Terminamos junto a la ventana, algo que no ayudó a mi dignidad, ya
que mi trasero desnudo estaba ahora presionado firmemente contra el
cristal. ¡Bienvenidos a Las Vegas!, pensé histéricamente, preguntándome
si estaba mostrándolo en medio del estacionamiento. Y luego me pregunté
por qué importaba, teniendo en cuenta que estaba a punto de ser
asesinada por mi propio guardaespaldas.
O tal vez no.
Pritkin no me soltó, pero los cuchillos se quedaron en el otro lado de
la habitación. Teniendo en cuenta la rapidez con que podrían poner
remedio a esa situación, no me hizo sentir mucho mejor. Pero la muerte
potencial es mejor que la muerte inminente, y lo aceptaba.
Solo que ahora parecía que tendría que explicar unas cuantas cosas
más.
—Nos acabas de desplazar —me acusó.
—¡Por supuesto que sí! —le dije febrilmente—. ¿Qué se supone que
debía hacer? ¿Quedarme y conseguir ser brocheta?
—Eres una pitia.
Me quedé mirándolo fijamente.
—¡Duh!
—¡O alguna iniciada pitia pretendiendo ser una!
—Oh, por… Myra está muerta —le recordé. Mi rival por el poder de
pitia había tratado de matarme, pero había acabado destrozada en mi
lugar. Yo no lo había hecho, pero tampoco había desperdiciado una gran
cantidad de lágrimas por su recuerdo.
—Hay otras iniciadas —me recordó Pritkin a medida que se
presionaba más cerca, sus ojos estrechándose en mi cara.
Me estremecí. Pero no por las palabras. Sino porque mi culo
desnudo contra la ventana fría del aire acondicionado sólo me había
provocado piel de gallina en todo mi cuerpo.
Al menos eso es lo que me dije.
Traté de retroceder, pero no había ningún sitio a donde ir. Ya estaba
completamente contra la maldita ventana. Y la sensación de resbaladizo
frío por un lado y el duro calor en el otro lado era… una distracción.
Al igual que esos ojos sobre mí, con una intensidad que erizaba mi
piel, haciéndome saltar nerviosa. O era el calor que su cuerpo irradiaba a
través de la toalla mojada, o los fuertes dedos clavándose en mi piel, y el
aliento caliente en mi cara. Al menos, supuse que era por eso que mi
respiración se había acelerado y mi cabeza se había tornado confusa, y de
repente estaba extrañamente agradecida de que mis manos quedaran
atrapadas al lado de mi cabeza.
Porque realmente quería recorrerlas a través de su cabello.
Pritkin estaba diciendo algo, algo a lo que probablemente debería
estar prestando atención ya que se estaba viendo un poco… estresado.
Supongo que era debido a la sospecha, la ira o al tipo de rabia frustrada
que parecía provocarle a veces. Pero no se veía de esa manera. O, más
bien, lo hacía a mi cerebro, que ahora estaba completamente despierto.
Pero mi cuerpo…
Mi cuerpo alegremente me informó que él se sentía realmente bien
presionado de esa manera, todo músculos duros, contornos suaves y
bultos ominosos. A mi cuerpo le gustaba el aire apenas conteniendo la
fuerza y el caos enjaulado que él estaba emitiendo. Mi cuerpo pensó que
olía muy bien, como a calor, café y electricidad.
Mi cuerpo iba a hacer que me mataran.
Y está bien, esta era una complicación inesperada. En una situación
que ya era bastante complicada. Pero no era exactamente sorprendente.
Pritkin y yo habíamos estado juntos muchas veces últimamente y él
era medio íncubo. Infiernos, él era el hijo de su Rey, o como sea que era el
título de la criatura. Hubiera sido extraño que no sintiera algo de vez en
cuando. Y eso era sin el recuerdo de su última noche en la tierra, cuando
él me había dado energía de la única manera que un íncubo podía.
Cerré los ojos, pero eso solo lo hizo peor, dejando fuera las
distracciones y permitiéndome revivir lo que había estado tratando
realmente de olvidar. La voz familiar, un murmullo sibilante en mi oído, la
parte baja de su espalda resbaladiza por el sudor, el cabello
sorprendentemente suave rozando mi cuerpo cuando él tomó el control. Y
se movió encima de mí.
—Basta —subrayó Pritkin, su voz de alguna manera cortando a
través de la niebla. Pero no me soltó. Supongo que tenía miedo de hacerlo,
porque siendo una pitia o una de sus altas iniciadas podría desplazarme
sin él, si no había contacto. Pero eso nos dejaba atrapados, y eso se estaba
convirtiendo en algo realmente, realmente…
Impresionante, sugirió mi cuerpo con entusiasmo.
—¡Te lo dije, basta! —dijo Pritkin, sonando molesto.
—Tu primero —gruñí, abriendo mis ojos de golpe para mirarlo
enfurecida, porque él no estaba ayudando exactamente.
Por supuesto, tampoco lo hizo eso.
Él debe haber estado trotando, probablemente su habitual trote
madrugador de dieciséis kilómetros de calentamiento antes de venir a
torturarme. Al menos, supuse que era por eso que los abdominales duros
como piedras habían quedado expuestos por una camiseta caqui húmeda,
los viejos pantalones delgados se aferraban en todos los lugares correctos y
las mangas de la sudadera con capucha habían sido empujadas hasta los
codos, mostrando los flexionados músculos de sus antebrazos. Y luego
estaban esas manos, esos ojos y esa boca…
Me estremecí de nuevo, esta vez un temblor de pies a cabeza, y él
maldijo. Pero eso no pareció importar. Porque había salido como un
gruñido, y a mi cuerpo también le gustó eso. Mis caderas moviéndose
automáticamente, presionándonos juntos, y solté un pequeño gemido
porque se sentía tan bien.
Y luego jadeé de nuevo cuando fui liberada bruscamente.
Fue tan rápido que casi pierdo mi agarre en la toalla. Tuve que
agarrarla a toda prisa y luego sólo me quedé allí, respirando más duro de
lo que era técnicamente necesario y todavía pegada contra la ventana
infernal. Porque estaba demasiado cerca para ir a ninguna parte sin
chocar contra él una vez más.
Y no creo que fuera una gran idea.
Pritkin se había movido unos pocos pasos, pero no había dado la
espalda a la peligrosa criatura que había invadido su habitación y su vida.
Así que tuve la oportunidad de ver el rubor en su piel y la ira en su rostro.
Una ira que, por una vez, era totalmente inmerecida.
—¿Qué demonios fue eso? —exigí estridente.
—Mis habilidades son provocadas por las emociones fuertes —dijo
secamente—. Ya sea la mía o la de otro.
Poderes íncubos. No me extraña que me sintiera… como me sentía.
—¡No! Quiero decir eso —dije, agitando el brazo que no mantenía
ocupado cubriendo la poca dignidad que me quedaba—. Todo la cosa de
azotarme contra la pared, el cuchillo ondeando en el aire y… eso. ¿Qué
diablos pasa contigo?
—Nada. —Sus ojos verdes acusatorios se encontraron con los míos—
. Aparte del hecho que el hechizo de rastreo que tengo sobre ti señala tu
ubicación actual…. a cinco pisos por encima de nuestras cabezas.
Maldita sea. Debería haber pensado en eso. Los vampiros no eran
los únicos que mantenían un hechizo de seguimiento sobre mí. Pritkin
tenía el suyo propio para ayudar a localizarme en emergencias. Pero al
igual que todos los hechizos, tenía que ser renovado. Y él no había estado
alrededor para hacer eso últimamente.
Lo que significa que el único hechizo en este período de tiempo
estaba en la otra yo.
Y eso significaba…
—¡Oh, maldición! —Lo agarré con mi mano libre—. ¿Hablaste con
ella?
—¿Sobre ti? No. Simplemente llamé…
—¿Llamaste? —Lo sacudí—. ¿Qué dijiste?
Frunció el ceño.
—Le pregunté cómo estaba, y quedé satisfecho al ver que era ella en
realidad. Tú. ¡Maldita sea! ¿Quién eres tú?
—¿Quién crees? —dije, sentándome en el borde de la ventana, de
repente débil con alivio.
Dios, si él hubiera dicho cualquier cosa, y si eso hubiera provocado
que hiciera algo diferente… Pero no lo hizo. Él no pudo hacerlo. Prueba de
ello era el hecho que todavía estaba aquí en vez de tener mis huesos
esparcidos por todo un campo en alguna parte.
—Eres la Cassandra del futuro, ¿cierto? —exigió Pritkin.
—A buena hora te das cuenta —le dije, empujando el cabello mojado
fuera de mis ojos. Miré hacia arriba para encontrarlo observándome
enfurecido, pero estaba demasiado ida para preocuparme por eso—. Mira,
necesito algo…
—Evidentemente.
—No te pongas todo británico conmigo —le espeté cuando su acento
recortado surgió. Que por lo general precipitaba un berrinche, pero yo ya
estaba teniendo uno y no podíamos tenerlo los dos al mismo tiempo—.
Necesito armas. Contra demonios. Una gran cantidad de demonios.
—No.
Había estado envolviéndome en la toalla, porque ya había
proporcionado suficiente espectáculo gratuito para quien estuviera abajo,
así que no estaba segura de haber escuchado correctamente.
—¿Disculpa? —dije agradablemente.
—Ya me has oído. —Pritkin estaba de vuelta a su infalible mirada de
ojos acerados. Y su voz había adquirido algún matiz una vez más, con esa
cadencia débil que hacia al final de las palabras a veces. Pero eso no
significaba que fuera menos homicida, ni más servicial.
—Necesito armas —repetí—. Algo fácil de usar. No sé cómo luchar
contra demonios…
—Razón por la cual no vas a conseguirlas —me dijo rotundamente—.
Enojar a un grupo de seres peligrosos disparándole es muy poco probable
que mejore tu longevidad…
—¿Disparándoles? —Me animé un poco. Porque eso sería bueno.
Bien, mejor que tener que acercarme lo suficiente para volcar toda una
poción sobre ellos, de todos modos.
—No hay razón para hablar de armas que no vas a utilizar —dijo
Pritkin represivamente.
Apenas me di cuenta porque estaba ocupada revisando su arsenal
de lucha contra demonios. Supuse que eso es lo que era, dado que la
mayoría de sus armas estaban en un baúl u ocupando el espacio
destinado para la ropa en su armario. Pero supuse que las cosas para
luchar contra demonios estarían juntas, porque Pritkin era muy
concienzudo con sus armas, si no es que más.
Así que fui a la estantería.
—¿Qué hace esto? —pregunté, tratando de alcanzar una de las
pistolas de aspecto extraño dispuestas en la pared sobre los estantes con
pequeños frascos. Tenía una boquilla por lo menos dos veces del tamaño
de una .45, y parecía que debía utilizarse para disparar a elefantes.
Apuesto a que era pesada…
Una mano se cerró sobre mi muñeca, justo antes de que tuviera la
oportunidad de averiguarlo.
—Nunca. Toques. Mis. Armas.
Le fruncí el ceño; el agarre era lo suficientemente fuerte como para
hacer daño.
—Ay.
Él no se disculpó, y no me soltó, aunque su agarre se suavizó una
fracción.
—No puedes manejar esa arma.
—¿Cómo lo sabes?
—Te he visto disparar —dijo con amargura, quitándola de la pared.
—No me has visto disparar eso.
—Y no voy a hacerlo. ¿Qué clase de demonios?
—¿Qué?
—Demonios. ¿Qué tipo estás enfrentando? —exigió Pritkin.
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—Mi información no fue tan precisa —le dije, ardida por la
incredulidad en su rostro. Si hubiera sabido lo que había tenido que pasar
para llegar a esto poco—…sólo me dijeron que hay un montón de ellos.
Están alrededor de esta casa y yo… bueno, tengo que entrar.
—¿Dónde está la casa?
—¿Por qué necesitas saber eso?
Me miró, exasperado.
—Diferentes grupos de demonios frecuentan diferentes áreas. Son a
menudo territoriales, como tus vampiros suelen serlo. Al saber dónde está
la casa, posiblemente, podríamos saber a lo que te enfrentas, o al menos
reducir el campo.
—Sí —dije, porque eso tenía sentido—. Solo que no.
Pritkin frunció el ceño.
—¿Qué?
No dije nada. Simplemente había comprendido que no podía decir
nada. La geografía no importaba porque estos demonios no estaban allí
por las razones habituales. Estaban allí porque mamá los había
convocado, o como sea que llamaras a un ejército impío. No le podía decir
a dónde iba, porque él sabía la ubicación de la hacienda de Tony, y él era
aún menos propenso que Jonas en ayudarme a husmear en mi pasado. Y
por supuesto, lo que estaba planeando hacer estaba fuera de los límites ya
que de ninguna manera él iba a unirse a cualquier plan para ayudarme a
entrar en el infierno.
Básicamente, no podía decirle nada.
—No te puedo decir nada —dije, sabiendo lo bien que probablemente
lo tomaría—. Ojalá pudiera, pero no puedo. Sólo necesito algo que me haga
atravesar un bosque de desconocidos demonios hasta la puerta principal,
con el tiempo suficiente para que alguien me deje entrar. ¿Tienes algo así?
Pritkin se cruzó de brazos y me miró furioso.
—Sí.
—No era mi intención —dije cruelmente, cuando nos materializamos
en medio de un nebuloso campo oscuro, unos minutos más tarde.
Pritkin estaba demasiado ocupado escaneando el área estilo
Operaciones Especiales como para molestarse en contestar. Así como no
había mencionado que tenía la intención de agarrarme justo cuando
empecé a desplazarme. Debería haberlo imaginado cuando de repente
estuvo tan cooperativo, pero había estado distraída tratando de hacer que
la muy corta camiseta esmeralda que me había prestado tapara mi culo.
No estaba funcionando muy bien.
La acomodé de nuevo, deseando que él fuera más alto o que tuviera
un abrigo. Hacía frío, y la delgada camiseta no estaba haciendo mucho
para quitarme la piel de gallina que seguía apareciendo. O un par de cosas
más.
—¿Es obvio que no estoy usando sujetador? —le pregunté
nerviosamente. No le había dado muchas vueltas a lo que usaría cuando
visitara a mis padres, pero una delgada camiseta vieja sin nada debajo no
estaba en la lista.
—No… no me había dado cuenta —dijo Pritkin.
Miré hacia los montículos ofensivos, que estiraban el suave algodón
verde. Y resaltando como grandes faros mi falta de ropa interior.
—¿Crees que alguien más lo hará?
Me lanzó una mirada y luego apartó la vista rápidamente.
—Bueno…
—¿Bueno qué?
—Se ven un poco… saltones.
—¿Saltones? —Los miré con horror. No eran saltones; era demasiado
joven para que se vieran aguados. Reboté un poco sobre mis pies, y se
movieron, seguro. Pero eso era normal. ¿O no lo era?—. ¡No se ven
saltones!
—Tal vez fue una mala elección de palabra.
—¡Tienes toda la maldita razón, así fue!
—Solo quería decir que tienden a balancearse un poco cuando…
—¿Cuándo qué?
—En serio, haz algo.
Suspiré y me encorvé.
—¿Esto ayuda?
Pritkin no dijo nada.
—¿Y bien? —exigí.
—Son un poco… grandes… para ser fácilmente ocultados por…
—¡No son grandes! —No tenía grandes tetas aguadas, maldita sea.
Tengo unos buenos pechos erguidos. Siempre había estado orgullosa de
mis pechos. Simplemente no quería deslumbrar a mis padres, eso era
todo—. ¡Son del tamaño perfecto!
—No hay quejas de mi parte.
Me quedé mirándolo, porque viniendo de cualquier otro tipo, eso
habría sonado coqueto. Pero Pritkin no coquetea. Aunque, sí se quitó la
sudadera con capucha que todavía llevaba puesta y la puso a mi
alrededor.
Estaba cálida por su cuerpo y olía como él. Y el hecho de que
estuviera siendo un tarado no me impidió apretarla por un segundo, y a
las manos que trataban de subir el cierre, no queriendo dejarlo ir. Basta,
me dije con dureza. Iba a traerlo de regreso. Iba a…
—¿Dónde estamos? —me preguntó en voz baja.
Sólo lo miré en silencio por un momento. Y luego dije lo que tenía
que decir.
—Te voy a llevar de vuelta.
—No, no lo harás.
—¿Y cómo piensas detenerme? —Miré deliberadamente hacia sus
manos, que se habían apretado contra el suave algodón de la sudadera
con capucha—. ¿Al encadenarme? Porque eso no va a funcionar muy bien.
—No. Al esperar que utilices tu cerebro. Dijiste que necesitabas
armas…
—Y las tienes. ¡Así que dámelas!
Un labio se curvó.
—Son herramientas. Yo soy el arma. Sin mí no funcionarían bien.
—¡Voy a arriesgarme!
—No, no lo harás —me dijo de nuevo, sonando certero—. Eres más
inteligente que eso.
—¡Si fuera más inteligente, ya habría descubierto alguna otra forma
de hacer esto!
—Quizás no hay otra forma.
—Quizás estoy perdiendo la razón —murmuré.
—No es tan malo, una vez que te acostumbras a ello —dijo,
obligándome a verlo de nuevo. Porque Pritkin tampoco hacía bromas—.
¿Puedes al menos darme una disposición general del terreno? —añadió,
antes de que yo pudiera comentar. Como si hubiéramos establecido algo.
Y supongo que tal vez lo hicimos, ya que le respondí
automáticamente:
—Había un estacionamiento… no. Eso fue después. Debería haber
un montón de árboles, como un pequeño bosque.
Pritkin asintió detrás de mí.
—¿Esos árboles?
Miré por encima del hombro, y luego di la vuelta. La niebla se
aseguraba de que no pudiera ver muy bien. Ni siquiera la casa de Tony,
que debía de estar en algún lugar a la derecha, asumiendo que los bultos
grises a lo largo del horizonte fueran los árboles en cuestión. No podía
decirlo con seguridad, ya que no recordaba que hubiera tantos. Y porque
mis ojos no estaban interesados en los árboles.
Buscaban patrullas, una de las que Tony siempre distribuía
alrededor, y las cuales podrían estarse deslizando silenciosamente a través
de la niebla hacia nosotros en este momento. Aunque, si la memoria no me
fallaba, se habían pasado la mayoría de las noches cubriendo el camino de
entrada en la parte delantera, fumando y chismeando, ya que, ¿quién
infiernos irrumpiría en la fortaleza de un vampiro de todos modos? Por
supuesto, Jonas y yo lo hicimos, pero eso sería años a partir de ahora,
después de que mis padres ya estuvieran muertos. Así que incluso si eso
hizo que las patrullas estuvieran más vigilantes después, no debería
afect…
—¿Cassie?
—No sé —dije, tratando de concentrarme en los posibles árboles
cuando mis ojos querían buscar vampiros. No es que los vieran. Ese era el
problema. Nunca los veías… hasta que ellos querían—. Probablemente
debería mencionar que existe la posibilidad de, um, que podría haber
alguien más alrededor…
—¿Alguien más? —Pritkin frunció el ceño—. ¿Quieres decir alguien
además del ejército de demonios?
—…así que probablemente deberíamos mantener esto en silencio.
—¿Qué tan silencioso?
Me encogí ligeramente.
—¿Como muy bajo-para-oídos-vampiros?
El ceño se volcó en una mueca.
—¿Cuántos vampiros? —preguntó con severidad.
—Eso dependería de lo fuerte…
Pritkin maldijo, muy silenciosamente, en voz baja.
—¿Puedes hacer un hechizo de silencio? —pregunté esperanzada.
—No. —Él comenzó a cambiar algunas de las armas en sus fundas.
—Pero Jonas…
La cabeza de Pritkin se alzó entonces.
—Quiero decir, él pudo, o me dijo que podía, uh, algo…
—Sin embargo, no lo trajiste, ¿verdad? —preguntó Pritkin
dulcemente.
—Él estaba… ocupado…
Pritkin empujó más armas en nuevas fundas y murmuró algo que
sonó como—: Hombre inteligente.
—Pero si Jonas puede hacerlo —insistí—. Debes ser capaz…
—El problema no es el hechizo en sí —me dijo rápidamente.
—Entonces, ¿qué?
—La magia está enlazada con energía humana.
—¿Y?
—¡Y la energía humana atrae demonios!
Bueno, mierda.
Pritkin hizo un gesto a la masa en frente.
—¿Son esos los malditos árboles o no?
Entrecerré los ojos. Se veían mucho más siniestros que la delgada
línea que recordaba, casi como un bosque. Pero también eran los únicos
en la vista.
—Sí —dije—. Creo que sí. ¿Tal vez?
Pritkin murmuró algo más. Estaba haciendo mucho eso esta noche.
—Vamos.
Era el grupo correcto de árboles. Noté tan pronto como llegamos lo
bastante cerca para ver los haces de luz brillando a través de las ramas.
No era un claro de luna, demasiado brillante y del color equivocado, era
más como una fogata o un poco de electricidad. Pero la mayoría de los
robles con un puñado de pinos blancos me hacían imposible estar segura,
ya que no podía ver la casa.
Y lo que pude ver, no me gustó.
La iluminación rara hacía que extrañas sombras entrecruzadas
cayeran por todas partes, convirtiendo la zona bajo los árboles en un
medio-laberinto. Un nebuloso medio-laberinto a media luz, con formas de
luces cerniéndose aparte, como aquella misteriosa iluminación de otro
mundo que los ovnis despiden en las películas. Tragué saliva, de repente
deseando realmente que Scully de Expedientes X, haga una presencia muy
prosaica para informarme que todo en la vida tenía una agradable y
reconfortante solución científica.
Por supuesto, ella había conseguido quedar embarazada por algún
alien, ¿o no? Así que tal vez era mejor que mi compañero fuera más como
Mulder. Un Mulder desintoxicado con una gran cantidad de armas, que
sabía que los monstruos bajo la cama eran reales y te destripaban.
Pritkin estaba ciertamente pareciendo más cauteloso que de
costumbre. O tal vez simplemente no le gustaba luchar contra algo que ni
siquiera podía nombrar. Cualquiera que fuera la razón, se detuvo en un
roble lejano, parado como en guardia a una docena de metros por delante
del resto, y sacó la extraña arma grande-como-cañón que había visto en
Dante.
—¿Qué pasa? —pregunté, de repente tensa—. ¿Qué va mal?
—No siento nada.
—Pero… eso es bueno, ¿cierto? —pregunté, mirándolo girar el arma
y abrir el cilindro como un revólver antiguo.
—Eso es bueno si tu información estaba mal —me dijo con gravedad,
empujando algunas balas extrañas de un estuche de cuero en su lugar.
Parecían diminutos frascos de pociones, con diferentes colores líquidos
chapoteando contra los lados transparentes. No sé cómo algo que parecía
tan delicado sobreviviría siendo disparado de un arma de fuego, pero
bueno, supuse que no estaban realmente hechas de vidrio—. ¿Qué tan
segura estás?
—Bastante segura.
—Entonces no es nada bueno —dijo Pritkin tajante.
—¿Lo que quiere decir?
—Una de dos cosas. O bien no hay demonios allí…
—¿O? —insistí, porque se había detenido para escanear la línea de
árboles una vez más.
—O estamos tratando con algo lo suficientemente antiguo y lo
suficientemente poderoso para protegerse de la detección… incluso en
grupos.
Intenté reacomodar mi columna un poco más cómodamente contra
la corteza inflexible detrás de mí.
—Entonces… eso sería malo.
—Sí. Razón por la cual te vas a quedar aquí.
Empecé a decir algo y luego me mordí el labio, porque esa había sido
su voz de no-discutas-conmigo. A la cual tendía prestarle atención, ya que
solo la sacaba a relucir cuando la mierda ya estaba en camino.
—Puede que tengas que ser más rápido —señalé, después de un
segundo—. Puedo sacarte de ahí más rápido que cualquier arma.
Cerró el cilindro del arma.
—No, si estás muerta.
—Si nos mantenemos juntos, no lo voy a estar. Te estoy diciendo…
De repente me encontré sacudida a pocos centímetros de una cara
con la mandíbula apretada y ardientes ojos verdes.
—No. Tú no me dices qué hacer, no sobre esto. Haces lo que yo digo.
—¡Maldita sea, Pritkin!
La luz de la luna había deslucido todo el color de su rostro,
dejándolo completamente en blanco y negro. Intransigente, como la mano
en mi brazo, o el bajo timbre de su voz.
—Solo hay dos opciones. Me escuchas y seguimos adelante; te
niegas y regresamos. Pediste mi ayuda; haces esto a mi manera. No he
pasado más de un siglo luchando con estas criaturas para no saber
exactamente lo peligrosos que pueden ser. ¿Lo entiendes?
Sí, entendía bien. El problema era que él no lo hacía. Pensaba que
me estaba protegiendo, pero si él terminaba muerto porque yo no estaba
allí para desplazarnos, ambos estaríamos jodidos. Pero no podía explicarle
eso, sin explicarle más de lo que era seguro para él saber en este
momento.
—¿Cuánto estás planeando arriesgar? —susurré.
—No más de lo necesario. Voy a encontrar y sacar lo que sea que
esté allí. Cuando veas mi señal, corres a la casa. Desplázate de regreso
aquí cuando hayas terminado y yo estaré esperando. Pero solo muévete
cuando de la señal. Si no lo hago, te quedas.
—¿Y si no vuelves? —pregunté con rabia.
—Entonces te vas de aquí. Regresas a tu tiempo…
—¡Y un infierno lo haré! No voy a dejarte…
—Entonces no voy.
Y el exasperante hombre se cruzó de brazos, se apoyó contra el
árbol, y me miró. Tranquilamente. Agradablemente. Como si tuviera toda
la maldita noche.
Miré hacia atrás.
—¡Y yo que pensaba que habías mejorado últimamente!
—He estado siendo indulgente contigo.
—Indulg… —Apreté los labios contra un torrente de palabras,
ninguna de las cuales podía decir. Y no sólo porque teníamos que estar en
silencio. Sino porque por un segundo realmente me quedé sin palabras.
Indulgente no involucraba tratarme como un recluta de la Isla
Parris1.No suponía que cuestionara todas las órdenes que daba. Y estaba
condenadamente segura que no involucraba intercambiar su vida por la
mía sin siquiera preguntarme lo que pensaba de esa idea.
O cómo me sentiría después.
De alguna manera, con todo el llanto que había derramado por el
hombre en la última semana, me había olvidado de lo absolutamente hijo
de puta que podía ser.
Como cuando tranquilamente comenzó a hurgarse las uñas.
—¡Deja de hacer eso! —golpeé su mano.
Levantó la mirada, desconcertado.
—Tú… conseguirás un uñero —le espeté, porque no podía decir
nada más.
—Y eso arruinaría mi noche.
Me quedé allí por un momento, considerando seriamente trepar por
los árboles. Él tendría que seguirme o posiblemente verme ser comida por
lo que estuviera allí. Solo que, no. Cualquier otro hombre lo haría.
Pritkin me noquearía con algo de su arsenal, me arrojaría por
encima de su hombro, y me cargaría a Dios sabe dónde. Y eso sería todo.
Solo que me despertaría la mañana siguiente no más cerca de una
solución de lo que estaba en este momento.
Y estaba malditamente cansada de callejones sin salida.
Crucé mis brazos.
—Bien.
—Bien, ¿qué?
—Bien, vamos a hacerlo a tu manera. —Como si tuviera una
elección.

1 Isla Parris: aquí se encuentra una instalación militar perteneciente al Cuerpo de Marines,
ubicada dentro de Port Royal, Carolina del Sur, aproximadamente a 8 km al sur de Beaufort, la
comunidad se asocia típicamente con las instalaciones de MCRD (Depósito de Reclutas del Cuerpo
de Marines) que se utiliza para la formación de nuevos marines.
Cualesquiera que fueran sus defectos, Pritkin no se regocijaba.
—Espera mi señal —me recordó. Y entonces se fue, corriendo por la
línea de árboles. Donde, un segundo después, desapareció.
Y al momento en que lo hizo, estaba segura de que había cometido
un error. Sería totalmente de mi suerte conseguir que el hombre muriera
al intentar salvarlo. Miré alrededor del tronco, mis manos rasguñando la
áspera corteza lo suficiente para formar astillas bajo mis uñas.
Vamos, pensé desesperadamente, a medida que los minutos
pasaban. Vamos, vamos, vamos.
Pero no pasó nada. No hubo ningún sonido, ningún movimiento,
nada. Sólo una brisa suave con olor de lluvia y resina, y un tranquilo
silencio burlándose de mis miedos.
Hasta que alguien empezó a gritar.
Estaba corriendo antes de recordar la jodida señal, ya que nunca
había oído gritar a Pritkin. Y estaba esperando desesperadamente no
estarlo escuchando ahora. Pero sonaba humano… como si un humano
estuviera siendo devorado por un oso, asado sobre un fuego, descuartizado
o…
Silencié mi cerebro antes de que me derribara, y puse una ración
extra de velocidad. Debería sólo haberme desplazado, pero no podía ver
con claridad y de todos modos, ya era demasiado tarde ahora. El suelo
estaba tornándose desigual bajo mis pies, los árboles estaban cerrándose
cada vez más bajos, y me deslizaba y patinaba sobre un montón de hojas
negras podridas por una pendiente y a través de una pared de ramas
ásperas. Antes de estamparme al otro lado y en…
¿Qué carajo?
Lo que parecía ser unas rojas imágenes residuales sacudiéndose y
llenando mi visión, medio cegándome, a pesar de que no había estado
mirando ningunas luces brillantes. Sólo que estaba sin aliento, pero toda
la zona pulsaba dentro y fuera, como la visión de un corredor de maratón.
Parecía una discoteca endemoniada y sentía como si estuviera parada en
el medio de un caleidoscopio, mientras que un grito sobrenatural seguía y
seguía y…
Se detuvo tan abruptamente como había comenzado.
Llevándose las luces junto con él, lo que habría sido genial. Si no me
hubiera dejado tambaleándome en la más absoluta oscuridad, mi corazón
latiendo con fuerza, mi pulso acelerado, y mi mente balbuceando en algún
lugar de terror. Pero como de costumbre, mi boca estaba haciéndolo bien.
—¡Pritkin! —llamé con voz ronca—. Maldita sea, dónde…
—Por aquí.
La voz sonó sorprendentemente tranquila. O tal vez eran mis oídos,
que seguían escuchando los aullidos, y no eran capaces de discernir las
sutilezas. Como mis piernas no parecían volver a ser capaces de caminar
en línea recta jamás. No es que pudieran hacerlo de todos modos con el
deslizamiento bajo mis pies. Y mis rodillas. Y mi trasero mientras me
tropezaba y caía, y recuperaba para luego golpear un parche
particularmente asqueroso de hojas y deslizarme el resto del camino hasta
el fondo.
Donde Pritkin estaba arrodillado en el barro, en medio de un espacio
con un poco menos de árboles. La cubierta más gruesa alrededor de los
lados formaba una muralla natural, que la llovizna brumosa había
desvanecido al mismo gris húmedo como a todo lo demás, si no fuera por
el espectáculo de luces de otro mundo. Pero él parecía estar perfectamente
y sin ninguna perturbación.
Por lo menos hasta que me miró. Y frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo… ¿qué? —pregunté de manera desigual, porque el claro todavía
me daba vueltas. Y debido a que esa había sido una maldita pregunta
estúpida.
—Te dije que esperaras la señal.
—¡Estabas gritando!
—Lo que suele ser una clara señal para mantenerse alejado —dijo,
frunciendo el ceño aún más—. Además, no era yo.
—Entonces, ¿quién…?
—No quién. Qué —dijo, y trató de darme algo.
Ya que se parecía mucho a una serpiente cubierta de baba, la
rechacé de regreso.
—¿Qué dem…?
—¿Nunca te llevó ese vampiro con el que viviste a una tienda de
juguetes?
Me quedé mirándolo.
—¿Qué?
—¿Por una ocasión especial, un cumpleaños…?
—Tony creía en recibir regalos, no en darlos —le dije, inclinándome
para mirar la espeluznante cosa que sostenía. Era larga, negra y sin vida,
y aun así parecía una serpiente corta o una larga babosa—. ¿Me estás
diciendo que eso es un juguete?
—Era. El encantamiento desapareció.
Gracias a Dios.
—¿Quieres decir que eso no era una especie de hechizo de batalla?
—exigí, gesticulando alrededor indignantemente, y casi me caigo en el
proceso. Bueno, me estaba haciendo vieja—. ¿Y qué demonios está mal
conmigo?
—Una broma —dijo Pritkin, arqueando los labios en su versión de
una sonrisa—. El equivalente mágico a un cojín pedorro. Pero en lugar de
vergüenza, el componente visual del conjuro causa estragos en los nervios
ópticos. Es mejor no mirarlo directamente.
Ahora me lo dice.
—Cuidado. Probablemente hay más de ellos —dijo cuando empecé a
dar un paso.
—¿Cómo lo sabes?
—De otra manera no serían de mucha utilidad como alarma. —Él
levantó un dedo con una cuerda delgada envuelta a su alrededor. Le dio
un suave tirón, y una larga cinta resucitó de entre el lodo, con una
“serpiente” colgando a cada metro. Se veía como un banderín para un
cumpleaños de la Familia Adams, con todos los globos desinflados.
—Una alarma… bien, eso es una estupidez —señalé.
Una de sus cejas rubias se levantó.
—Si parece estúpido pero funciona… entonces no es estúpido. —
Señaló una pequeña cosa de plata cerca de la parte superior de la
serpiente más cercana—. Quitar el tapón lo pone en marcha. Por suerte,
solo pisé sobre este en lugar de tropezar con la cinta y sacar todos los
tapones a la vez. Tanto ruido despertaría hasta los muertos.
—Despertar a los… oh, mierda —dije, mirando alrededor.
—No es un mal sistema —comentó, poniendo con cuidado la cosa
viscosa de vuelta en el barro—. Rústico, pero eficaz, y utiliza muy poca
magia para ser fácilmente detectado. Por supuesto, suponiendo que un
intruso vendría por aquí. Pero teniendo en cuenta el espesor de los árboles
a ambos lados, eso no sería demasiado probable. —Me miró entonces con
sus ojos verdes entrecerrados—. La pregunta es, ¿por qué alguien con un
ejército de demonios necesita los juguetes de un niño para seguridad?
—Esa es una buena pregunta —concordé, y traté de agarrarlo.
Pero él ya estaba de pie y saliéndose de mi rango de alcance.
—¿No crees que es hora de que me digas lo que está pasando?
—¡Lo que está pasando es que estamos a punto de tener compañía!
—Los demonios de por aquí podrían estar sordos, pero sabía
condenadamente bien que algunas personas no.
—Inténtalo de nuevo —dijo Pritkin—. Dudo que alguna vez hubiera
algún demonio por aquí.
—¡A la mierda los demonios! —dije, tratando agarrarlo de nuevo. Y
de nuevo consiguió esquivarme—. ¡Maldita sea, Pritkin! Los chicos de Tony
podrían haberlo oído todo al otro lado del estado…
—¿Tony?
Mierda.
Sus cejas rubias se fruncieron.
—¿La casa que estamos buscando pertenece a tu viejo tutor?
Mierda, mierda.
—Yo… no —dije sin convicción, tratando de pensar en la mentira
que no me había molestado en pensar antes. Lo que habría sido más fácil
si el maldito bosque no siguiera bailando la conga. Me di por vencida—. El
lugar de Tony está por allá. —Hice un gesto de vuelta hacia el camino por
el que habíamos venido—. Pero está lo suficientemente cerca como para
haber escuchado todo esto, ¡así que tenemos que irnos!
—Estoy de acuerdo —dijo sombríamente, alcanzando mi mano—. Y
luego tenemos que hablar.
Solo que no parecía que fuésemos a hacerlo tampoco. Su mano se
cerró sobre la mía, cálida, real y estabilizante. Pero al parecer no lo
suficiente.
—¿Qué pasa? —preguntó, después de unos segundos, cuando sólo
seguí allí parada y mirándolo.
—No está funcionando.
—¿Quieres decir tu poder pitia?
—No, mi habilidad para el canto —espeté, intentándolo de nuevo. Y
una vez más no fuimos a ninguna parte. Tal vez porque no podía
concentrarme, con mi cerebro dando vueltas en mi cráneo—. ¿Cuánto
tiempo dices que duran estos efectos? —pregunté desesperadamente.
—No lo hice. Y depende de la persona. Tal vez media hora…
—¿Media hora? —Lo miré con horror. Bien podría ser el fin de los
tiempos.
Y para nosotros, probablemente lo sería.
—Solo puedo decirte lo que algunos de mis colegas dijeron, después
de que un niño pequeño visitando la Central soltara uno de estos. Nadie
tenía los escudos activos, y algunas personas fueron vistas dando tumbos
por aproximadamente ese tiempo…
—Bueno, ese es un problema, ¿no? —dije, tratando de calmarme
cuando sabía, sabía que estábamos jodidos. Pritkin era bueno, pero era
solo un hombre y Tony podría enviar docenas, muchos de ellos maestros.
Y aunque podrían no tener los favores de una fiesta mágica, tenían un
montón de cosas que explotaban, golpeaban y volaban la cabeza a la
gente. Y nosotros no podíamos ni siquiera devolver los disparos, porque
podríamos tener mala suerte y matar a uno de ellos, y eso alteraría el
tiempo y entonces…
—Tal vez nadie escuchó —dijo Pritkin, sin parecer ni remotamente lo
suficientemente preocupado—. Muchos de estos árboles tienen un efecto
insonorizante, y estamos en una pendiente…
—¡Sí, Pritkin! ¡Porque esa es la clase de suerte que tenemos! —dije
con voz chillona, porque lo de calmarme no estaba funcionando.
Y eso fue antes de que algo comenzara a estrellarse a través de los
árboles en el claro.
No era un vampiro. No, a menos que estuviera seriamente
equivocada y el establo de Tony hubiera incluido a alguien del tamaño de
Pie Grande. Pero a juzgar por la expresión de Pritkin, que había cambiado
a tener cara de qué-infiernos, tampoco era un demonio.
Parece que tal vez había tenido razón al principio, pensé
salvajemente. Debería haber traído a Scully. Aunque no estaba segura de
que incluso ella habría podido categorizar eso.
Surgió de la niebla entre los troncos y se detuvo, como si estuviera
buscando algo. Tal vez su cabeza, porque no parecía tener una. A menos
que contaras lo que parecía ser parte de un nido de córvido que alguien
había puesto y luego embutido por el agujero del cuello. Donde se
asentaba, tambaleándose como si fuera un muñeco cabezón bajo un
sombrero de ala ancha, mirando a la nada porque los ojos se veían como si
hubieran sido dibujados con marcadores.
No tenía más sentido que el resto. Era más o menos del tamaño y la
forma de una persona, si la persona fuera un fornido linebacker sobre
zancos. Mucho de él era de partes desiguales de metal, y un montón era de
cristal, esto último sobre todo un cúmulo de contenedores redondos
colocados en hendiduras de lo que supongo era su armadura. La mayoría
de los contenedores estaban salpicados con alguna sustancia azul-
plateada, confundiéndose con la niebla, pero una fila de pequeños en color
dorado cruzaban el pecho en diagonal, como el cinturón de pociones que
Pritkin llevaba a veces. Pero si eran pociones, no sabía cómo se suponía
debía tomarlas.
Puesto que tenía lo que parecían tijeras de jardinería por manos.
Por un momento, sólo me quedé mirando.
Sabía que probablemente debería estar aterrorizada, pero estaba
teniendo problemas con eso. Tal vez porque estaba viendo algo por lo que
cualquier productor del cine de terror habría despedido a su departamento
de arte. Parecía que el Hombre de Hojalata de El Mago de Oz y Edward
Manos-de-Tijeras habían tenido un bebé. Parecía que alguien había
rebuscado en el basurero y construyó un robot de la basura. Se veía…
bueno, se veía estúpido.
—Humúnculus —exhaló Pritkin, sin que tuviera que preguntar.
No es que eso ayudara.
—¿Qué? —demandé, de repente más enojada que cualquier otra
cosa. Porque no, simplemente no. El universo seguía lanzándome esas
bolas curvas, y estaba dispuesta al bate, pero no cuando lanzaba robots
decapitados. Tenía principios. Tenía normas. Tenía…
Una cara llena de barro cuando Pritkin repentinamente me empujó
hacia abajo.
Algo brilló y algo crepitó. Y pareció que el Hombre de Hojalata se las
arreglaba bien con esas tijeras suyas, después de todo. Porque cuando
miré hacia arriba, estaba viendo el mundo a través de un velo de lodo. Vi
un montón de brillantes filamentos dorados tejiéndose a sí mismos a
nuestro alrededor, flotando tal vez a un brazo de distancia, en un bonito
círculo impecable. Como si fuéramos la pesca del día.
Lo cual, de acuerdo, sí.
—Pritkin…
—Cuando te diga que corras —dijo con calma, sin apartar los ojos de
la criatura—, ve a los árboles. No te detengas y no mires atrás.
No me molesté en discutir, ya que no veía una forma de que
cualquiera de nosotros fuera a ir a ninguna parte.
—¿Y cómo perdemos la red?
—¡Así! —dijo, y me dio un empujón.
Y de repente, la red parecía como otro globo, uno que acababa de ser
pinchado con un alfiler. Me tomó tal vez un segundo darme cuenta que
había quedado atrapado en el exterior del escudo de Pritkin, y que al
hacerlo estallar, nos había comprado un par de segundos para deslizarnos
por debajo de los mechones vaporosos que caían por todas partes como
una telaraña. Y después estaba arrastrándome sobre mi barriga a través
del barro, tambaleándome sobre mis pies y comenzando a correr…
Y dándome cuenta que él no estaba tras de mí.
Me giré para verlo luchando contra la red, parte de la cual había
atrapado la parte trasera de su camisa. Eso no habría sido un gran
problema, pero la otra mitad se había adherido a la tierra, y debe haber
encontrado una mejor sujeción que las hojas viscosas. Porque sus mejores
esfuerzos solo la estiraban, como chicle entre la banqueta y un zapato,
haciendo que él no fuera a ninguna parte.
—¡Vete! —me dijo, furioso, cuando di la vuelta para ayudarlo, tal vez
porque el Hombre de Hojalata había comenzado a bajar pesadamente por
la pendiente, con el lindo y torpe vaivén de un niño aprendiendo a
caminar. Un niño maníaco armado con cuchillas mortales y bombas de
pociones.
O tal vez había otra razón, pensé, a medida que el aire ondulaba por
mi oído izquierdo. Algo golpeó el barro frente a mí, y algo más casi logra
golpearme entre los ojos. Porque de nuevo había redescubierto el suelo.
Podría no saber cómo lidiar con robots mágicos, pero entendía muy
bien la etiqueta de tratar con balas.
Pritkin maldijo y se lanzó a mi lado.
—¿Y ahora qué?
—Te lo dije —susurré, agarrando su solapa—. ¡Los chicos de Tony!
¡Ahora quítate la maldita camisa!
—¿Por qué no pensé en eso? —espetó. Y luego—: ¡No la toques! —
Cuando reconocí el problema. Una hebra vaporosa también se había
envuelto a través de la parte delantera de su ropa. Lo que no habría sido
un problema a excepción de todas las armas, correas y fundas que tenía
sujetas a dichas prendas de su cuerpo. Y al hecho de que la cadena
parecía tener la fuerza de tracción del acero sólido.
—¡Quítatelos! —le dije, agarrando la parte delantera de sus
pantalones vaqueros—. ¡Quítatelo todo!
—¡Lo estoy intentando!
—¡Trata con más fuerza! —dije mientras él se arrojaba a la izquierda,
resbalándonos en medio de un círculo fangoso en el suelo, justo antes de
que otra bomba de poción explotara donde habíamos estado sentados.
Afortunadamente, golpeó una roca y fluyó hacia otro lado, atrapando
quizás tres yardas y haciendo que se viera como una araña gigante
anidando en la zona. Y solo iba a empeorar.
Pritkin debe haber pensado lo mismo, porque me agarró de las
manos, que de alguna manera habían conseguido sacar su cinturón y
estaban trabajando en su cartuchera, y me sacudió con fuerza suficiente
como para castañear mis dientes.
—¡Vete de aquí!
—¡Oblígame! —gruñí, y arranqué su cartuchera, lo suficientemente
duro para hacerle maldecir.
Qué mal; se recuperaría de algunas contusiones. A diferencia de
otras cosas, pensé, echando un vistazo para ver que el mocoso a dos pasos
cubría la distancia condenadamente rápido. Y lo peor, la criatura se
preparaba para lanzar otra vez, y nos estábamos quedando sin lugares a
donde ir.
Hice lo que debería haber hecho antes y arranqué una de las armas
del cinturón de Pritkin. Parecía una .22, pequeña y plateada, sin
complicaciones. No parecía como si fuera a funcionar en algo y mucho
menos en los demonios. Pero tal vez podría frenar esa cosa.
Solo si no se estrellaba en el suelo primero.
—¿Qué estás haciendo? —exigí cuando Pritkin me miró enfurecido—
. ¡Dispárale a la maldita cosa!
—Sí, dispararle a algo hecho de pociones de batalla es un buen plan
—gruñó.
Solo que parecía que alguien más pensó igual que yo. Las palabras
apenas habían salido de su boca cuando algo se estrelló en la placa del
pecho brillante del Hombre de Hojalata. Y luego otra cosa arrancó su
sombrero. Y luego Pritkin maldijo y me agarró.
—¡Corre!
—¿A dónde?
—¡A cualquier lugar!
Y lo intenté. Pero antes de que pudiera moverme, ocurrieron tres
cosas a la vez. Un montón de siluetas oscuras salieron disparadas desde la
línea de árboles, la criatura lanzó su poción, y Pritkin dio una sacudida
enorme en lo que resultó ser el final de la cinta festiva de antes.
Y, oh, mierda.
Si pensé que el último viaje a la felicidad de mi niñez había sido un
infierno, no era nada comparado con esto. Del tipo que me hacía preguntar
en esos padres mágicos que pensaban que dar a sus hijos un viaje
psicodélico como juguete era una idea divertida. Pero bueno, supongo que
no se suponía que usaras todo el arsenal a la vez de todos modos.
Sentí como si mi cuerpo estuviera tratando de girarse de adentro
hacia fuera. Sentí como si todos mis órganos internos se hubieran
convertido en papilla. Me sentí como en la casa de los espejos de la risa,
con todo adoptando extrañas formas y patrones distorsionados. Me
hubiera enfermado si mi estómago aún estuviera funcionando; habría
gritado si hubiera podido recordar cómo.
Así como estaban las cosas, sólo me tendí en el lodo y observé a los
vampiros tropezar alrededor, porque parecía que también funcionaba en
ellos.
La elegante horda mortal había caído de modo furtivo como si
hubieran chocado contra un muro. Y actualmente estaban en modo fiesta
con las piernas tambaleantes, cosa que los hacía mucho menos
impresionantes. Hubiera sido un buen momento si la criatura también
hubiera estado dando tumbos.
Por desgracia, los juguetes no parecieron perturbarlo en absoluto.
Pritkin se dio cuenta, y dijo algo arrastrando las palabras como un
borracho, pero no oí nada de lo que dijo por encima de los ruidos de los
juguetes y los gritos de los vampiros. Pero al siguiente segundo estaba
libre, y desnudo a excepción de las botas patea-culos. Que esperaba
estuvieran a la altura de su nombre. Ya que la última bomba de poción
golpeó el suelo mientras tomaba las armas que se había quitado,
obligándolo a retroceder con las manos vacías.
No lo intentó de nuevo.
Me agarró, puso un brazo alrededor de mi cintura, y nos dirigimos
tambaleantes a la línea de árboles.
Y extrañamente, el hecho de que ninguno de los dos pudiera
caminar en línea recta ayudó. Redes golpearon delante de nosotros, detrás
de nosotros, y a ambos lados, pero no sobre nosotros. Tal vez la criatura
tampoco podía entender por dónde íbamos.
Pero aunque podríamos estar tambaleándonos como borrachos por
todo el lugar, no lo hacíamos lo suficientemente rápido. Pritkin puso una
ración extra de velocidad cuando nos acercamos a los árboles, mientras yo
seguía junto a él. Ahora estábamos casi en la parte más espesa del bosque,
donde cualquier red quedaría enredada en las ramas antes de que pudiera
aterrizar sobre nosotros. Las cosas estaban mejorando…
O lo habrían hecho. Salvo que este Hombre de Hojalata ya debía
haber visto al mago. Porque descerebrado no era. Eso o de repente su
puntería era terrible, rociando bombas de pociones en una rápida ráfaga a
los árboles justo frente a nosotros.
El resultado fue una larga pegajosa y ondulante red de mierda,
abriéndose prácticamente en nuestras caras.
Por un segundo, estaba segura que no sería capaz de detenerme, ya
que mis piernas solo estaban recibiendo órdenes la mitad del tiempo. Pero
o bien Pritkin estaba menos afectado por el hechizo, o sus botas patea-
culos tenían mejor tracción que mis zapatos deportivos. Porque se las
arregló para girar, torcer y desviarnos a un lado, golpeando a centímetros
de la tierra lejos de la larga línea de redes.
Una ráfaga de viento la hizo ondular sobre nuestras cabezas, así que
grité y me abracé a la tierra, justo cuando el Hombre de Hojalata
preparaba otro disparo.
Uno que nunca tuvo la oportunidad de hacer.
Los chicos de Tony podrían ser muchas cosas, incluso pésimos
tiradores con el bosque de la risa alrededor de ellos, con un objetivo en
movimiento y no siendo capaces de enfocar sus ojos en el blanco. Pero no
eran cobardes. Tener a un pendejo homicida por jefe tiende a hacerte eso.
Se habían reagrupado mientras nosotros corríamos, y ya sean pésimos
tiradores o no, cuando estás rociando tantas balas alrededor como de
repente estaban haciéndolo, estás obligado a darle a algo tarde o
temprano.
—Carajo —dijo Pritkin, sonando casi casual. Porque sí. No había
nada que pudiéramos hacer.
No vi la bala que impactó; todo estaba sucediendo demasiado rápido
para eso. Pero estoy segura que vi el resultado. Todo el mundo en tres
condados probablemente lo hizo, cuando el Hombre de Hojalata detonó en
un abrasador estallido de luz blanca y una masa chisporroteante de
humeantes bolas de pociones. Sentí la ola de calor incluso a mitad de
camino a través del claro, a medida que una docena de erupciones
separadas ardían por el bosque a nuestro alrededor e iluminaban el aire
por encima de nosotros, como cometas sobrenaturales.
Uno de ellos iluminó en azul y blanco el rostro de Pritkin en forma
estroboscópica cuando pasó por encima de nosotros, tan cerca que me
sorprendió que no le incendiara el cabello. Pero no todo era tan
afortunado. Un segundo después, se estrelló a través de la red y luego en
la línea de árboles detrás de nosotros. Y golpeé la tierra de nuevo, sobre el
condenado lodo, porque había visto un par de explosiones a tiempo.
Pero no las veía ahora.
En su lugar, algo contraatacó detrás de nosotros desde la línea de
árboles, pasando por encima de nuestras cabezas como un río de madera.
Lo que no entendí hasta que noté que la corteza empezó a fluir, las ramas
abultarse y unas hojas del tamaño de neumáticos salían derramadas del
bosque detrás de nosotros. Y más raíces abultándose repentinamente
apresurándose desde todas partes, sobre y bajo el suelo, tratando
desesperadamente de apoyarse en los anteriormente pequeñitos árboles
que estaban alzándose hacia el cielo como antiguas secoyas de doscientos
años.
Y sabes, uno pensaría que algo así mantendría tu atención. Y podría
hacerlo… si el resto de los cometas no hubieran tomado ese momento para
descubrir la gravedad. Se arquearon muy por encima de las copas de los
árboles, brillantes, azul-blanco, ardiendo contra los puntos de las estrellas
por un largo instante. Y luego se precipitaron al suelo, iluminando a un
montón de vampiros en serio asustados antes de desaparecer con un
silbido fuerte resonando en el suelo húmedo y fértil.
Que rápidamente pasó a ser nuclear.
Cada vez que una cometa golpeaba el suelo, se iluminaba como una
placa de rayos X durante un par de segundos, mostrando destellos de
cosas gigantescas retorciéndose por debajo. Me quedé mirando, porque
parecía que Cthulu2 se había perdido y terminó durmiendo la siesta debajo
de la Pennsylvania rural. Y no parecía feliz de ser molestado.
Él no estaba más infeliz que yo.
—¡Cassie! ¡Ven!
Pritkin prácticamente me dislocó el hombro, no tanto por
arrastrarme sino por sacarme de la tierra. Pero no me quejo. Porque los
árboles brotaban de la tierra por todos los lados alrededor de nosotros,
como un laberinto de lanzas de madera volando hacia el cielo de otro
mundo. Habrían sido bastante difíciles de evitar por sí mismos, pero a
medida que se disparaban, una lluvia oscura de barro, hojas ardiendo y
terrones de tierra eran arrojados hacia abajo, sobre nosotros y sobre la
ahora masa de vampiros desesperados por huir.
Habían perdido la calma de los muertos vivientes y corrían en todas
las direcciones, incluyendo unos contra otros. Si la escena hubiera tenido
una pista de sonido, hubiera estado llena de kazooms. En su lugar, estaba
llena de madera crujiendo, vampiros maldiciendo, hojas quemándose y…
Y el sonido de un árbol colosal rasgando a través del suelo, justo
debajo de nuestros pies, tirándonos en diferentes direcciones.

2 Cthulu: personaje extraído de la literatura de H.P. Lovecraft. Se describe (en el relato de La


Llamada de Cthulhu) como una enorme criatura comparable a una montaña desplazándose ya que
mide unos 10 kilómetros de altura, con cabeza de pulpo o calamar y abotargado cuerpo de dragón.
—¡Pritkin! —grité, incluso antes de golpear el suelo de espaldas,
sobre un terreno agrietado y desgarrado como por un terremoto, y
lanzándome como una gota de aceite en una plancha caliente de un lado a
otro.
Mis oídos resonaban sobre el loco ruido de mi pulso. El terreno dejó
escapar una y otra vez escombros que golpearon cerca de mi cabeza y
hombros. El polvo quedó atrapado en mis pestañas, haciéndome difícil ver,
y la suciedad obstruyó la parte posterior de mi garganta, haciendo que sea
casi imposible respirar. Y luego un brazo agarró mi cintura, haciéndome
retroceder y levantarme.
Y de repente, estaba volando a través de los árboles a una velocidad
demencial, pero no a pie.
Durante un par de extremadamente desorientadores segundos, no
sabía lo que estaba pasando, hasta que miré hacia abajo. Y después de eso
todavía no lo sabía. Vi un río de madera fluyendo por debajo de mi trasero,
las piernas de Pritkin agarradas a ambos lados de las mías, y su dueño
aferrándose con todas sus ganas a una raíz en constante expansión que
estaba disparando pequeños tentáculos que le hacían cosquillas a mi cara.
—¿Qué dem…? —grité, con incredulidad, porque no estaba
montando una raíz gigante como una maldita motocicleta.
Solo que lo hacía.
De alguna manera, definitivamente lo estaba haciendo. Pritkin se
había enganchado a uno de los locos tentáculos que sobresalían, usándolo
como vía rápida para salir de aquí. Un poco demasiado rápido, pensé
frenéticamente, mientras árboles se acercaban de cada lado, los más
pequeños siendo empujados y arrojados hacía un lado cuando el nuestro
paseando salvajemente se enroscaba locamente entre ellos, buscando Dios
sabía qué. Y amenazando con decapitarnos a ambos en el proceso.
—¡Agáchate! —gritó Pritkin; no sé por qué. Puesto que él
simultáneamente empujó mi cabeza hacia abajo a la madera entre mis
piernas, para evitar que las ramas cortaran mi cabeza a medida que
atravesábamos una zona particularmente densa.
Directo al enorme y viejo roble inminente al frente.
Lo miré fijamente, con la boca abierta por el conmocionado horror,
porque yo conocía ese árbol. Todo el mundo en donde Tony lo conocía. Lo
llamaban el General. Un leviatán de la selva, que ya era viejo cuando
Washington y su sarnosa tripulación cruzaron el Delaware no lejos de
aquí. Ahora lucía irregular y desgastado por el tiempo, con viejos brazos
vetustos tan gruesos como los troncos de otros árboles y vistiendo una
capa de musgo verde-gris. Pero se veía sólido como una maldita montaña y
casi igual de grande. Si un árbol podía verse cascarrabias, este lo hacía.
Estaba claro que no se iría a ninguna parte.
Lo que significaba que nosotros teníamos que hacerlo.
Sentí el brazo de Pritkin apretarse a mi alrededor una fracción más,
luego nos arrojó a un lado, y estábamos volando de nuevo. Y esta vez sin
una red de seguridad, si se le puede llamar así a una enorme y loca raíz de
árbol. Solo se vio mejor un segundo después, cuando chocamos contra el
suelo sin el beneficio de los escudos de Pritkin.
Supongo que había pasado por demasiadas cosas como para
encargarse de eso en este momento. Pero estaba bien. Eso estaba muy
bien. Ya que un par de segundos después, la fuerza imparable encontró el
objeto inflexible y un fuego artificial de madera explotó a través del bosque.
También habría explotado a través de nosotros, pero para entonces,
Pritkin había logrado levantar un escudo. O algo así. Era delgado y
tambaleante, se veía tan sustancial como una pompa de jabón, y era
probable que durara lo mismo. Pero fue muy, muy apreciado, sobre todo
cuando una astilla de roble del tamaño de una pierna se precipitó a través
del aire directamente hacia nosotros.
Y el escudo no se rompió.
Sin embargo, lo curvó. Hacia el interior, para ser precisos,
permitiéndome ver como una columna que no sólo me hubiera sacado un
ojo sino que hubiera arrancando toda mi cabeza venía más y más cerca,
mientras su impía inercia luchaba con la vacilante protección de Pritkin.
Hasta que apenas pude ver nada más, porque estaba a un centímetro y
medio de distancia de la punta de mi nariz.
Y entonces cayó con un gigantesco estrépito, estrellándose contra la
maleza lo suficientemente fuerte para sacudir la tierra debajo de nosotros.
Y para atravesar el sonido del escudo de Pritkin con un pequeño eco un
segundo después. Dudaba que hubiera oído el diminuto estallido de todos
modos, en medio de todos los otros choques, explosiones y traqueteo de
troncos que aún estaban cayendo alrededor. Y mi corazón, que sonaba
más fuerte que todos ellos juntos.
Durante un largo momento, sólo me tendí allí.
Quería comprobar a Pritkin, que estaba inusualmente tranquilo.
Quería levantarme y salir corriendo, gritando en una dirección, cualquier
dirección, lo que significara salir de una jodida vez de aquí. Quería
comprobar los daños en mi cuerpo, los que tenía la sensación estaban
acumulándose en este momento.
Quería hacer un montón de cosas, pero no las hice.
Porque ya no estábamos solos.
Dos más de los drogadictos clones del Hombre de Hojalata se
abrieron paso a través de los árboles mientras yacía allí, temblando y
desvalida. Unos de los frasquitos de vidrio estaba lleno de un malvado rojo
burbujeante, los otros con un igualmente siniestro verde, y ambos estaban
cargados con más bolitas del hechizo de red dorados. Pero antes de que
tuviera la oportunidad de ponerme nerviosa al respecto, no es que
realmente me sintiera capaz de estarlo más, algo más vino a través de los
árboles.
O, más exactamente, alguien.
Reduciendo radicalmente la maleza con un palo y el ceño fruncido,
con una larga cara de caballo bajo un sombrero de ala ancha. El
propietario de la cara se detuvo a un metro de distancia, fijándose en el
bosque en llamas, las agitadas raíces, el mago de guerra desnudo y los
vampiros gritando. Y en mí, extendida sobre el socio que esperaba
realmente no haber matado. Durante mucho tiempo, él no dijo nada. Y
luego suspiró.
—Igual que tu madre —me dijo—. Tú sí que sabes cómo hacer una
entrada.
La llovizna se tornó en una lluvia torrencial de camino a la casa, por
lo que la conversación se mantuvo al mínimo. Aunque protesté cuando la
enorme criatura roja cargó a un inconsciente Pritkin sobre su hombro,
como un saco de patatas. Y luego otra vez cuando la cabeza de Pritkin,
ahora empapado y goteando, golpeó contra la parte trasera de la criatura
cuando se puso de pie.
—¡Esa cosa lo va a matar! —dije, luchando para ponerme de pie.
Pero al hombre, nuestro captor, Roger, no parecía importarle. Decidí
que le diría Roger, ya que de ninguna manera le llamaría papá. Y tenía que
llamarlo de alguna forma.
—Él es un mago de guerra. Son casi imposibles de matar —dijo y
frunció el ceño—. Incluso a propósito.
Se adentró a la maleza. Y ya que el Gran Rojo lo siguió, no tuve más
remedio que seguirlo, también. Gracias a Dios, debimos haber recorrido la
mayor parte de la distancia en nuestro viaje loco, porque a los pocos
minutos, nuestro anfitrión abrió una puerta lateral de una bonita cabaña
azul pálido.
Y Gran Rojo estrelló a Pritkin sobre una mesa, con fuerza suficiente
para sacudir las estanterías de los alrededores.
—¡Pensé que habías dicho que no estabas tratando de matarlo! —
Miré furiosa a Roger, que estaba quitándose el abrigo mojado.
Él me lanzó una mirada de contrariedad.
—No parecía que necesitaras ayuda con eso. —Y luego desapareció
por un tramo de escaleras.
Me incliné sobre Pritkin, con el corazón en mi garganta. Un día, esa
famosa cabeza dura no iba a ser suficiente. Tal vez hoy, ya que escurría
algo por toda la mesa.
No podía decir qué, porque Roger no había encendido una luz y la
habitación estaba en su mayoría en las sombras. Una vaga neblina se
filtraba por las escaleras, pero no era suficiente para ver. Hasta que mi
torpe mano finalmente encontró un interruptor de luz en la pared, y una
pequeña lámpara sobre la mesa saltó a la vida.
Y me mostró un charco de agua sucia, no de sangre.
Me senté abruptamente, con sensación de desmayo.
Una revisión rápida me mostró una gran cantidad de cortes y
rasguños por el cuerpo demasiado inmóvil, pero nada que se viera que
pusiera en peligro su vida. Me quité la sudadera con capucha y se la
envolví alrededor para preservar cualquier pudor que hubiera quedado
entre nosotros, y noté que me temblaban las manos. Un momento
después, el temblor se había extendido por todo mi cuerpo, haciendo que
incluso sentarme sea difícil.
No estaba segura si era de la preocupación por Pritkin, o por ser
golpeada con una docena de pequeños “juguetes” al mismo tiempo, o por
evitar que me atacara todo un bosque. Pero mi cabeza de repente parecía
pensar que se sentiría mejor entre en mis rodillas.
Como ahora mismo.
Me dejé caer, y luego sólo me quedé allí, mi cuerpo continuaba
haciendo su larga demostración de por qué no estaba hecha para esta
mierda.
Durante unos minutos, el único ruido fue mi respiración laboriosa y
un reloj en algún lugar, molestamente ruidoso. Y la lluvia azotando las
ventanas, porque al parecer solo podía visitar a Tony con pésimo clima. Y
algo haciendo pequeños sonidos de rasguños.
Algo cercano.
Mi cabeza se alzó de golpe, y mi corazón saltó de nuevo a lo que
estaba empezando a sentirse como su nuevo hogar, justo detrás de mis
amígdalas. Pero todo lo que vi fue oscuridad. Tal vez porque la principal
fuente de luz estaba casi encima de mí.
Pero nada se abalanzó sobre mí en la penumbra, y mis ojos se
ajustaron lentamente. Enviado imágenes de la típica cocina, alrededor de
la década de 1960, que supongo fue la última vez que alguien se había
molestado en renovar este lugar. Al otro lado del espacio rectangular
estaba una perfecta trilogía cocina, refrigerador y fregadero, una ventana
cuadrada enmarcada por cortinas blancas y una puerta que daba a la
habitación contigua.
Y un robot desplomado en una silla, hurgándose el ojo.
Me quedé helada.
Era el que tenía bombas ácidas de pociones verdes asomando de su
pecho como ampollas en una víctima de la peste. Y aunque no tenía
mucho en claro en este momento, si tenía muy, muy claro una cosa: no
quería saber lo que hacían esas bombas. De repente sentí miedo de
moverme, sin saber lo que podría verse como una amenaza.
Pasaron los minutos. El reloj, con un gran cucú de madera junto a
la puerta, continuó marcando la hora. La lluvia continuó azotando contra
las ventanas. Y el robot siguió arañando su ojo, solo que no podía entender
que estaba…
Oh.
Al igual que el Hombre de Hojalata con su flojo saco de jardinero y el
Gran Rojo, cuyos hombros terminaban en nada más que pequeños
botones, éste no tenía una cabeza propiamente dicha. Como si el que los
hubiera diseñado simplemente hubiera perdido el interés por encima del
cuello. Pero alguien había decidido que eso no sería suficiente, y había
metido un cubo de plástico blanco en la parte del agujero del cuello.
Lo cual podría no haber sido tan malo, ya que por lo menos había
adquirido vagamente la forma correcta. Y su alegre superficie prosaica era
menos que la del Chico del Maíz más al Hombre de Hojalata. Pero
entonces, alguien había tenido que arruinarlo.
Al pegar un par de pestañas postizas en la parte delantera.
Por un momento, me quedé mirando.
Eran gruesas, negras y lánguidas, como dos arañas desanimadas, y
una se había deslizado hasta la mitad de lo que suponía tendría que
llamarse la mejilla, tal vez porque el pegamento de pestañas fue diseñado
para adherirse a otras pestañas, no al plástico brillante. Esto parecía
molestar al… lo que fuera… razón por la que se mantenía hurgando en
ella, tratando de colocarla de nuevo en su lugar. Pero a pesar de tener
unas agradables manos robóticas en lugar de tijeras de jardinería, no
parecía estar haciendo mucho progreso.
Lo observé durante un rato, sin ver en realidad, un ruido blanco no
desagradable zumbando en mis oídos. Y entonces decidí que tal vez no
pensaría en nada por un momento. Mi cerebro, obviamente, no estaba a la
altura, y dejar de sintonizar todo estaba sonando realmente bien…
Pero por supuesto que no.
Hubo una fuerte pisada en la escalera, y luego Roger irrumpió de
nuevo en la cocina, con su frenética energía habitual y un recipiente con
agua.
—Dejarse caer así —estaba gruñendo, como si hubiera estado
hablando para sí mismo—. ¡Podrías haber conseguido matarte tontamente!
—No eres precisamente fácil de encontrar —dije, mi voz sonando un
poco extraña y un poco entrecortada, como si estuviera haciendo una mala
interpretación de Marilyn. Puse mi cabeza sobre la mesa.
Eso me dejó observándolo de reojo, pero no ayudó. Él también tenía
el ceño fruncido desde este ángulo.
—¡Podrías haber llamado!
—¿Llamado?
—¡Estamos en la guía telefónica! —dijo, estrellando una contra la
madera frente a mí.
Parpadeé, bizca.
—¿Bajo qué? ¿Dioses y demonios?
—El único demonio es el que has traído contigo —dijo, transfiriendo
el ceño a Pritkin.
Y muy bien, pensé. Parecía que mamá estaba en casa. Porque no
creía que su… ¿amante?, ¿amigo?, ¿mascota?... probablemente hubiera
descubierto a Pritkin así de rápido. Apenas había puesto los ojos en el
hombre, y Pritkin parecía un humano.
Bueno, normalmente. En este momento más bien parecía un
cadáver. Me levanté con la vaga idea de hacer algo, solo que mis piernas
vetaron ese plan a medio camino mediante una moción que me dejó
tropezando torpemente en la mesa.
Dolió. Mucho. Mi rodilla entró en contacto dolorosamente con una
de las robustas patas de la mesa, y la mesa ganó. Retrocedí, con el
acompañamiento de Roger maldiciendo una serie de improperios dignos de
cierto mago de guerra que conocía.
—¡Siéntate antes de que te desmayes!
—Demasiado tarde —murmuré, pero de todos modos mi trasero de
alguna manera encontró la silla una vez más. Él dejó un cuenco en la
sobremesa y murmuró un poco más, mientras limpiaba a Pritkin como si
fuera a morir de suciedad o algo así. Pensé que si ese era el caso, ambos
moriríamos ya que habíamos pasado inmundos mucho tiempo. Pero en el
lado positivo, no me veía tan impropia, estando cubierta decentemente por
el barro.
Forrada de plata, pensé, y caí, observando al robot tratar de fijar su
pestaña un poco más firme.
En cierto modo parecía que había tenido una noche dura.
Podía identificarme.
—¿Qué es eso? —pregunté, después de unos minutos.
Roger levantó la vista de su control de daños en Pritkin.
—¿Es eso lo que has venido a preguntar?
—No.
—Entonces no necesitas saber, ¿verdad? —espetó, y se fue de golpe.
Me quedé mirando tras él por un momento. Y luego me las arreglé
para levantarme y también comprobar a Pritkin, quien lucía mucho más
limpio pero no más consciente de lo que había estado nunca. Sentí que mi
estómago caía, ya que mi entrenamiento de primeros auxilios no incluía
qué hacer contra las travesuras mágicas, bosques antropófagos o ataques
de robots sobrenaturales.
Puse una mano en su mejilla, y su piel se sintió fría. O tal vez era
sólo que también aquí estaba frío. Su rostro se giró hacia mi palma, su
cálido aliento en mi piel, una suave caricia tranquilizadora.
Hasta que se detuvo de repente.
Lo agarré y sacudí, cosa que no hizo mucha diferencia porque no
tenía mucha fuerza. Y luego, cuando el tiempo en la habitación estaba
empezando a derrumbarse sobre mí, la luz estaba menguando y estaba
contemplando un ataque al corazón junto a un derrame cerebral, él dio un
fuerte resoplido. Seguido por lo que, incluso con caridad, solo podría ser
llamado un ronquido.
Me senté bruscamente, tratando de decidir entre romper a llorar y
desmayarme. Pero ninguna de las dos sonaba tan genial. Así que
finalmente me decidí por sólo escucharlo respirar por un tiempo.
Y el hombre escalera arriba golpeó enfadado.
—No creo que él esté feliz de verme —le dije a Pritkin, quien no pudo
tener una opinión al respecto.
Pero alguien más lo hizo.
—Oh, no, no es así… —dijo alguien, y luego se calló con un pequeño
“eep”.
Fruncí el ceño. Estaba agotada, asustada y posiblemente al borde de
la locura, pero no lo estaba todavía. Y estaba bastante segura de que eso
había venido de la cosa robot. Y ya que no tenía una boca, eso era…
Bueno, eso era interesante.
Me levanté de nuevo.
La cosa de hurgar se había detenido sospechosamente, las manos de
la criatura dejadas con recato en su regazo. Al girar me di cuenta que
estaba cubierta por un medio delantal con volantes. También era verde,
con bolsas de algodón a cuadros blancos y un arrugado ojal.
No hay nada como una buena combinación de colores, pensé, y me
acerqué más.
La criatura no se movió.
Me detuve frente a ella.
Sólo permaneció sentada allí.
Me agaché y estiré una mano, la que admito temblaba un poco. Pero
eso probablemente era el resultado del entretenimiento nocturno. Porque
ya sea por el delantal, las pestañas o el hecho de que era alta como el
infierno, no era… en realidad…
—¡Oh, gracias! —dijo alguien alegremente cuando la pestaña encajó
de regreso a su lugar, y yo aparté mi mano.
Alguien más maldijo:
—¡Maldita sea, mujer!
—Bueno, ¿qué se supone que debo hacer? —preguntó la primera
voz. Era femenina, y sonaba de mal humor—. De todos modos, no importa.
Ella, obviamente, puede oírnos.
—¡Sí, por supuesto que puede! —dijo el hombre—. ¡Ese es el punto!
—Bueno, no iba a ser grosera, con su dolor, miedo e incluso sin
conseguir algo de ropa seca… podría morir.
—Entonces ella encajaría muy bien aquí —se quejó la voz masculina.
Y de acuerdo. Podría no ser la mejor guerrera del mundo. O, ya
sabes, estar en cualquier lugar en la lista. Pero había una cosa que sí
sabía. Una cosa que conocía… condenadamente… bien…
Me incliné más cerca. Y en la superficie blanca y brillante del cubo,
vi el reflejo de la luz sobre la mesa, una impresión borrosa de un viejo
pastel, y el largo rectángulo que servía como el hueco de la escalera. Y un
par de enormes ojos azules, sonriendo hacia mí… desde el interior del
plástico.
—Me atrapaste —dijo la mujer alegremente—. ¡Mírate!
Me puse de pie, tambaleándome un poco, pero me las arreglé para
señalar con el dedo.
—Tú. Tú no eres un homún… humun… lo que sea —dije en tono
acusador—. Eres un fantasma.
Un agradable rostro enmarcado con una mata de pelo gris apareció
sobre la parte superior del cubo, dejando un pequeño halo verde en la
oscura habitación.
—Correcta a la primera —dijo aparentemente emocionada.
—¡No, no es así! —gruñó la otra malhumorada voz. Y un viejo
caballero en un uniforme azul con hombreras doradas balanceándose se
asomó parcialmente fuera del reloj—. Ambos lo somos. Y la palabra es
humúnculus —me dijo, oficiosamente.
—Significa “hombrecillo” en latín —agregó la mujer—. Aunque
siempre pensé que era muy sexista. Después de todo, soy mejor en esto
que él. —Y ella señaló con un pulgar metálico al otro fantasma masculino.
—¡No lo eres! —Sus grandes patillas grises temblaron indignadas.
—Sí lo soy —dijo complacientemente—. Por eso me dan las buenas
manos. —Ella flexionó una ostentosamente. Y me sonrió—. Él no puede
manejarlas.
—¡Ni siquiera puedes conseguir colocar una pestaña en su lugar,
mujer!
—Puedo hacerlo. Estaba tratando de ser sutil.
—¿Sutil? ¡Tienes 220 kilógramos y la contextura de un tanque!
Ella puso los ojos en blanco.
—Apuesto a que solías conseguir todas las chicas.
Me senté de nuevo.
—¿Qué son? —pregunté, mirando de ida y vuelta entre los dos—. Si
son fantasmas, ¿por qué están en… eso? —Hice un gesto a su armatoste
de metal por cuerpo.
Ella miró hacia abajo.
—No es muy bonito, ¿verdad?
—Hacen bien su trabajo —dijo el anciano severamente.
—Bueno, sí, pero… —Ella miró de nuevo hacia mí—. Quería pechos,
ya sabes.
—Muy bien, ya es suficiente. —La voz irritada de mi anfitrión vino
detrás de mí.
Me di la vuelta lentamente, porque los movimientos demasiado
rápidos no estaban funcionando muy bien últimamente para mí, y lo
encontré sosteniendo otro recipiente con agua. O tal vez el mismo, solo que
había sido lavado y una toalla estaba cubriendo su brazo. Él los empujó
hacia mí, junto con una barra de jabón rosa aromática.
—En caso de que quieras limpiarte —dijo secamente.
Sentí que debía señalar que tomaría más de un recipiente con agua
para eso, como tal vez un río. Pero no lo hice. Porque él no podía traerlo, y
simplemente conseguir limpiar mi cara estaría bien.
Por supuesto, podría haber hecho eso en el fregadero, al igual que él
podría haber vaciado el cubo allí. Tal vez era quisquilloso, y no quería lavar
la mugre del bosque sobre el mismo lavabo donde preparaba la comida.
Pero estaba apostando por otra razón.
No miré las escaleras deliberadamente.
—Gracias —le dije, y me senté en la mesa de nuevo.
—Tu amigo va a estar bien —dijo, después de un minuto, sin
mencionar cómo lo sabía—. Y una vez que esté, tú… bueno, tienen que
irse.
Lo ignoré, porque no estaba para una pelea en este momento. Y
porque no iba a ir a ninguna parte. Decidí lavar mi cara mientras él se
quedaba torpemente alrededor.
Decidí que era agradable no ser la que hacía eso, para variar.
Había una cafetera brillante en la estufa. La vi cuando me estaba
lavando la parte trasera de mi cuello sucio.
—Me gustaría un poco de té —le dije, porque quería. Y porque eso lo
mantendría ocupado por un tiempo.
Parecía que estaba debatiéndose en decirme que no tenía, o
posiblemente que me fuera al infierno, pero entonces la mujer fantasma
habló.
—Uno de menta, querida. Es maravilloso para los nervios.
—No ayudes —espetó él. Pero fue a hacerlo.
Mi estómago rugió, no habiendo cenado en quien sabe cuántas
horas habían pasado.
—Y hay algunas galletas de mantequilla —añadió—. Creo que están
en el…
—¡Sé dónde están!
—No suele ser así —me confió ella cuando él abrió una caja de pan y
luego la cerró de golpe—. Sólo cuando está nervioso. Soy Daisy, por cierto.
—Daisy. —Daisy el fantasma. Muy bien.
—Bueno, mi nombre real era Gertrude, pero siempre lo odié. Era el
nombre de mi abuela, y nunca pude soportar a la mujer. Mi esposo me
llamaba Daisy, porque amaba tanto las margaritas —dijo y sonrió, con los
ojos un poco llorosos.
Miré de ella al… ¿Teniente? ¿Coronel? Lo que sea.
—Él es… él…
—¡Dios mío, no! —dijo, el bigote esponjándose de indignación.
—Sería muy afortunado —resopló ella—. Ralph era mi marido. Murió
en, oh, 1942, algo así.
—¿Bajo el fuego enemigo? —supuse, teniendo en cuenta la fecha.
—No. —Ella pareció sorprendida—. En el marco de las seis de la
mañana en Hoboken. Se emborrachó y se fue a dormir en las vías del
ferrocarril. —Suspiró—. Él no era un hombre brillante.
—Muy bien, lo digo en serio —dijo Roger, acercándose con un plato
de galletas—. Ya basta.
Ella también le puso los ojos en blanco.
Tomé una galleta.
—¿Quiénes son ellos? —le pregunté, señalando a los robots de
nuevo.
—Daisy ya se ha introducido a sí misma, creo —dijo con amargura—
. Ese es Sam.
—Su siervo, señora —murmuró el viejo caballero, y emergió
completo del reloj. Tenía un cuerpo corpulento cubierto por un uniforme
azul almidonado—. Lo dejé afuera —le dijo al hombre, supongo que
hablaba del Gran Rojo—. Quieres que regrese, ¿ver si puedo salvar algo?
—No sé. —Mi anfitrión me miró—. ¿Queda algo?
—¿Del otro? —pregunté.
Él asintió.
Pensé en ello.
—¿El sombrero?
Frunció el ceño.
—No —le dijo al coronel, quien murmuró algo y se acercó a darle a
Pritkin una mirada ceñuda.
—¿Qué destruimos? —pregunté, mientras rellenaba mi boca. Las
galletas eran caseras. Dios, tan buenas.
—¿Es que no te alimentan en tu tiempo? —preguntó mi anfitrión.
—No muy a menudo —le dije con sinceridad.
Se unió al Coronel en el ceño fruncido a Pritkin.
—¿Qué era eso? —pregunté de nuevo cuando la tetera silbó.
—Mi jardinero —me dijo, levantándose para ocuparse de ella—. Tu…
mi esposa —se corrigió, mirando a Pritkin—, es amante de los bosques.
Pero no quedaba mucho cuando llegamos. Los antiguos propietarios
habían limpiado parte de la tierra para la agricultura y más para construir
la casa principal. Luego, Tony quemó el resto con el fin de tener un campo
abierto de fuego, en caso de que alguno de sus enemigos tratara de
acercarse sigilosamente.
Eso sonaba como a Tony.
—Logramos revertir gran parte de los daños, pero requiere
mantenimiento para conservarlo. Y más ahora —dijo secamente, poniendo
un par de tazas de cerámica de colores brillantes.
—Entonces las pociones…
—Eran fertilizantes, sí.
—¡Vaya fertilizantes!
Frunció el ceño y puso el agua de la tetera en las tazas que hacía
juego.
—Funciona perfectamente bien en la cantidad correcta. ¡Tal vez la
próxima vez deberías tomarte un momento para averiguar a lo que estás
atacando!
—Nosotros no atacamos nada —dije, el miedo recordado afilando mi
voz—. ¿Por qué le dijiste que éramos el objetivo? ¡Tenías que haberme
reconocido!
—No estaba allí —dijo, poniendo la tetera sobre una bandeja, con
más fuerza de la necesaria.
—¿Entonces me estás diciendo que la criatura hizo todo eso por su
cuenta?
—Ese es el punto de un humúnculus: que tengan voluntad propia.
Demasiada a veces. —Lanzó una mirada a Daisy.
—Sólo estaba tratando de atraparte —me dijo ella, mirando
tímidamente.
—Ese era… espera. —Tomé la taza que me ofrecieron, porque mi
garganta estaba llena de migas de galleta, y apenas podía hablar. Pero tan
pronto como tragué un poco de té verdaderamente caliente, lo dejé—. ¿Ese
eras tú?
—Bueno, no fui yo —dijo el Coronel—. ¡Un buen soldado sabe
cuándo actuar y cuándo pedir instrucciones!
—Lástima que no soy un soldado —resopló Daisy.
—Como lo demuestras continuamente.
—Y no te esperaba —me dijo, ignorándolo—. Estaba podando un
poco, poniendo orden, y luego las alarmas sonaron, prácticamente me
asustaron de… bueno, no de muerte, pero ya sabes lo que…
—¡Perdiste la cabeza! —le acusó el Coronel.
—¡No tengo una cabeza, viejo, y tú tampoco! —le dijo
interrumpiendo—. No estaba tratando de lastimar a nadie, sólo retenerlos
hasta que pudiera averiguar quiénes eran. Pero entonces esos horribles
vampiros llegaron y me dispararon. Y para cuando regresé aquí, y tomé mi
otro cuerpo, y regresé ahí…
—Estuvimos allí, ¿recuerdas? —exigió el Coronel.
—Entonces deja de culparme —resopló.
—Pero eres un fantasma —dije, señalando lo obvio—. Y los
fantasmas no pueden mover cosas. Bueno, tal vez un trozo de papel, o un
clip de papel. Pero nada como… —Hice un gesto al traje de metal que
llevaba, ese era más complejo que el atuendo del Hombre de Hojalata, casi
como un anticuado traje de buceo—. De ninguna manera levantarías eso.
—Bueno, no, por supuesto que no —concordó ella—. Solo lo dirijo,
querida.
—Entonces, ¿cómo…?
—¿Podemos hablar de por qué estás aquí? —interrumpió Roger.
—No —dije, y no sólo porque tenía que ganar tiempo hasta que mi
madre se uniera a la fiesta. Pensé que lo sabía todo acerca de los
fantasmas, pero esto era nuevo—. ¿Me estás diciendo que simplemente…
les haces nuevos cuerpos?
—Me gusta pensar en ello como una prótesis a cuerpo entero —dijo
el Coronel.
Miré de él a Roger.
—Tú… ¿cómo funciona? Porque no…
Él hizo un sonido irritado.
—¿Importa? Fue un experimento, uno que nunca terminó. Pero eso
no es…
—¿Qué tipo de experimento? —Miré a mi alrededor a las torpes
criaturas. Podía ver un poco del Gran Rojo afuera, a través de una ventana
por la puerta. Quizás porque era aún más grande que el verde y ocupaba
demasiado espacio, de modo que tenía que ser dejado en la calzada como
un auto familiar. Solo que no había tal cosa como un auto para
fantasmas—. ¿Quién hace esto?
—El Círculo Negro —dijo Pritkin con dureza, detrás de nosotros.
La voz de Pritkin fue fuerte, pero parecía ser la única cosa que lo era.
Necesitaba un brazo debajo de sí mismo con el fin de incorporarse y
temblaba ligeramente. Moretones habían florecido a lo largo de toda su
caja torácica, tenía el comienzo de un buen ojo morado y su tono de piel
era de un blanco grisáceo que no me gustaba en absoluto. Pero no parecía
estar interesado en su salud. Parecía estar interesado en mi padre.
—Eres Roger Palmer —dijo rotundamente.
No era una pregunta. Él había tenido un montón de tiempo para
averiguar a quién estábamos visitando, y nadie había acusado jamás a
Pritkin de ser lento. Incluso furioso, a juzgar por su expresión.
—¿Siempre dice lo obvio? —me preguntó Roger, apartándose el
cabello rubio lacio de su rostro.
No respondí. Estaba demasiado ocupada tensándome. No estaba
segura de lo que sucedía cuando un mago de alto rango de la luz y uno
oscuro se conocían, pero no creí que fuera divertido. Incluso cuando uno
no tenía armas, y el otro… bueno, al menos no iba a sacar nada.
Aún.
—Esto es en lo que has estado trabajando para el Círculo, ¿cierto? —
exigió Pritkin, no ayudando con las cosas.
—Estoy retirado —dijo Roger ligeramente, pero sin ofrecerle algún
tipo de té.
Pasé de mi taza. No tenía leche, porque sí, soy una bárbara. Pero
Pritkin la tomó de todos modos. Aunque, no bebió de ella, estando
demasiado ocupado mirando a Roger. Lo que habría funcionado mejor si el
hombre no hubiera tenido su larga nariz pegada en la caja de galletas.
—¡Y sin embargo, tienes por lo menos tres de esas cosas, tal vez
más! —dijo Pritkin con voz áspera—. ¿Para qué?
—Para cualquier propósito que elija, mago de guerra.
—Por razones de seguridad —dije rápidamente, porque el pálido
rostro de Pritkin se había puesto púrpura. Y porque era cierto.
No necesitaba que me dijeran más. Mis padres se habían estado
escondiendo con el hijo de puta de Tony, porque, lo crean o no, hay cosas
peores por ahí. Como un montón de antiguos semidioses rezagados, con
una vida larga y rencores más largos aún. Los Spartoi habían sido los hijos
de Ares que quedaron atrás cuando los dioses se fueron de la tierra debido
a su sangre mezclada que les dio la oportunidad de quedarse aquí. Habían
sido usados para cumplir la voluntad de su padre, que consistía en cazar y
destruir la persona responsable de su exilio.
Mi madre.
Fallaron, pero no antes de que el viejo Olimpo lo intentara. Y ahora
mamá y su extraño protector no comprendían que el pequeño y rechoncho
Tony algún día sería un problema mucho mayor para ellos que cualquier
antiguo semi-dios. Todo lo que sabían era que su poder había disminuido
considerablemente en los últimos años, y que necesitaban un escondite
que nadie esperaría.
Roger me observó, como si supiera lo que estaba pensando. No era
demasiado difícil, ya que habíamos luchado juntos con los Spartoi una
vez. Bueno, más o menos.
Mayormente escapamos juntos.
—¿Qué tipo de seguridad? —exigió Pritkin—. Si dices la verdad, no
son más que fantasmas…
—¿Crees que los espíritus no son poderosos? —preguntó Roger
maliciosamente—. Tú más que nadie deberías saberlo mejor.
—¿Y por qué sería eso? —preguntó Pritkin con voz sedosa. No había
demasiada gente que pudiera adivinar lo que era, especialmente después
de media hora de saberlo. Pero Roger simplemente sonrió.
Bueno, esto iba bien.
—Todavía no entiendo cómo los hiciste —dije rápidamente.
—De la misma manera que los magos de guerra hacen golem —me
dijo Roger.
—¡No son para nada iguales! —dijo Pritkin. Y él debía saberlo. Había
tenido un golem una vez.
—Bueno, sí, está la cuestión de tu gente forzando a los demonios a
alimentar sus construcciones —accedió Roger—. Mientras que mis
asociados lo hacen por su propia voluntad. Por otra parte…
—Los golem son controlados…
—Una palabra más bonita para esclavizados.
—…por lo cual no son libres de hacer estragos…
—Hasta que se liberan y se comen tu cara —dijo Roger secamente.
—…¡a diferencia de esas cosas esta noche! ¡Podría habernos matado!
—¿Con qué? Ella no estaba armada.
—Hizo un muy buen trabajo sin… —Pritkin se detuvo—. ¿Ella?
—Su nombre es Daisy —le informé.
La boca de Pritkin se había abierto para otra réplica, pero la cerró
ante eso. Sus ojos se deslizaron sobre Roger y luego de regreso a mí, como
si estuviera tratando de ver el parecido. Podía sentir mi cara sonrojándose;
no sé por qué. Yo definitivamente no veía ni una jodida cosa por mí misma.
Roger Palmer era un tipo alto y desgarbado, un poco delgado, con
una cara, nariz y dientes que eran ligeramente alargados. Eso le daba una
apariencia equina, que no ayudaba mucho a la mata de pelo rubio
deslavado que le gustaba caer sobre sus pálidos ojos azules. Estaba
vestido con un viejo traje marrón y una chaqueta de punto color canela
que había comenzado a formar pelusas. Llevaba pantuflas raídas de
terciopelo morado, ya que supongo que las botas altas que había llevado a
tropezones por todo el bosque habían necesitado limpieza. No se veía como
un peligroso mago oscuro, a pesar de que eso era lo que decía la historia
que seguía escuchando. Y ciertamente no se veía como alguien que
terminó casándose con una diosa.
Pero entonces, yo tampoco me veía muy parecida a una pitia, de
modo que las apariencias podían engañar. Simplemente no sabía si este
era el caso. Tampoco sabía si él estaba provocando a Pritkin cuando ya
estaba de ese terrible ánimo porque pensaba que podía manejarlo, o si
simplemente no se daba cuenta.
A juzgar por su reacción, tampoco creía que Pritkin lo supiera.
—Pero los fantasmas no pueden alimentar nada —repetí, antes de
que ellos empezaran de nuevo—. La mayoría de ellos apenas se las
arreglan para cuidar de sí mismos…
—Tonterías —dijo Roger. Y por primera vez, su rostro cobró vida—.
Los fantasmas son criaturas asombrosas, entre los más versátiles en
existir. Y poderosos…
—¿Poderosos? —repetí, porque esa no había sido mi experiencia. De
acuerdo, los de Tony habían causado algunos estragos, y había visto algo
similar en algunas otras ocasiones. Pero era muy raro cuando un montón
de fantasmas encontraban una razón para trabajar juntos, usualmente en
búsqueda de su deporte favorito, la venganza, o del poder que necesitaban
tan desesperadamente. Sin él, terminaban en una existencia a medias,
encadenados a lo que sea que habitaran y en la minúscula subsistencia
que les aportaba hasta que finalmente se desvanecían por completo.
A menudo pensaba que era por eso que muchos finalmente se
volvían locos. La eternidad deja de ser un bono cuando eres efectivamente
un prisionero. Y ciertamente había suficientes espíritus enloquecidos por
ahí.
¿Pero poderosos?
—Oh, sí —insistió Roger—. Toma a los demonios por ejemplo. Todo
el mundo siempre habla de lo fuertes que son, lo difíciles que son de
controlar, y cuán peligrosos son. —Hizo pequeños movimientos con los
dedos alrededor de la penúltima palabra, como si se burlara de la idea de
alguien teniendo miedo de una modesta criatura como un demonio—. Si
tan solo supieran; los fantasmas lo son mucho más.
—Estás loco —dijo Pritkin, como si por fin hubiera llegado a una
explicación que le satisfacía.
Roger se burló.
—Oh sí, vamos a sacar a relucir el venerable viejo estereotipo…
—El cual actualmente estás haciendo tu mejor esfuerzo para
corroborar.
—…del nigromante loco…
—¿Eso es lo que eres? —pregunté, sintiendo caer mi estómago.
Jonas había dicho lo mismo, pero había guardado la esperanza de que
estuviera equivocado.
Roger me lanzó una mirada impaciente.
—A pesar de lo que puedes haber oído, no es una mala palabra. Es
simplemente un nombre dado para aquellos que trabajan con magia y se
especializan en los muertos: todo tipo de muertos. La única razón por la
que tiene una connotación maligna es porque el Círculo lo ha hecho de esa
forma.
—Y debido a que muchos de la raza terminan teniendo que ser
encerrados —añadió Pritkin.
—Sí, siempre me pregunté por eso —dijo Roger dulcemente—. Si
somos tan ineficientes, ¿por qué molestarse?
—Nadie se cuestiona de sus poderes, mago. Se trata de sus
principios.
—Principios. —Roger dejó escapar una risa—. Como si el Cuerpo
supiera algo de ellos.
—A diferencia del Círculo Negro, que tiene todo un record de
altruismo.
—Sí, vamos a pretender que esas son las únicas dos opciones.
—¡El Cuerpo es la única opción que mantiene a la comunidad
mágica a salvo! —dijo Pritkin, ruborizándose.
—De todo menos de sí mismo.
—¡De aquellos que imprudentemente ignoran la experiencia de
siglos…!
—¡De aquellos que resienten la absurda magia estancada que se
debilita cada año…!
—¡…e intentan experimentos peligrosos, que es casi seguro,
terminarán en un desastre!
—¡…mientras que nuestros enemigos se hacen más fuertes! ¡Sí! ¡Tira
piedra a tu propio tejado, mago de guerra! —espetó Roger—. Pero no
condenes al resto de nosotros por no hacerlo contigo. ¡Hay quienes
prefieren una oportunidad de luchar! —Y la taza se quebró.
Daisy y yo saltamos. El bigote del Coronel tembló. Pritkin y Roger se
miraban furiosos entre sí. Así que salté mientras tenía oportunidad, ya que
podría no tener otra.
—¿Cómo es que los fantasmas son más poderosos que los
demonios? —pregunté. Porque si era cierto, realmente necesitaba tener
una charla con Billy Joe.
Roger me lanzó una mirada enojada, como si supiera lo que estaba
haciendo. Pero después de un momento, respondió de todos modos.
—Bueno, por un lado, son menos vulnerables. Mira al Coronel por
ejemplo. ¿Ves alguna gema de control en su frente?
—Él no tiene frente —dijo Daisy, mirando con desaprobación—. Ni
siquiera tiene cabeza…
—¡Tengo una cabeza, mujer! —dijo el Coronel indignado.
—Me refería a tu nuevo cuerpo.
—¡Yo también! ¡El punto era dejarlos libres por encima del cuello
para que nuestras cabezas ocuparan el lugar!
—Pero nadie ve nuestras cabezas —señaló Daisy—. Y se ven tan…
extraños.
—No son la única cosa rara por aquí.
—Mi punto —dijo Roger, hablando por encima de ellos—, es que el
Coronel no tiene que preocuparse de que alguien borre un hechizo de su
frente o saque un pergamino de su boca…
—Lo que sería bastante fácil ya que por lo general está abierta —
puntualizó Daisy.
—…o cualquier otra de las típicas formas de inmovilización de una
construcción, como un golem. Porque no son construcciones; ellos sólo los
están usando.
—Como conducir un auto —dijo Daisy—. Puede destruirse, pero
sigues de pie.
—¿Un demonio puede seguir de pie? —pregunté.
—Sí, pero entonces no regresaría, ¿cierto? —contrarrestó Roger—.
Una vez que el golem, su prisión esencialmente, es destruido, su condena
ha terminado. Y por lo general no pierde el tiempo para huir de allí. Salvo
que decida conseguir… venganza… contra su antiguo maestro. Pero de
cualquier manera, has perdido tu sirviente.
Pritkin lo fulminó con la mirada, pero no lo refutó. Lo que supongo
significaba que lo que contó Roger era bastante exacto. Él disfrutaba de un
buen argumento cuando le agradaba ese alguien, y no creo que a él le
agrade Roger.
—Y luego está la forma en que se alimentan —continuó Roger, sin
darse cuenta—. Los fantasmas y los demonios son espíritus, ¿cierto?
—Bueno, algunos demonios…
—Y los dos ganan fuerza alimentándose de la energía viviente.
Asentí.
—La diferencia es que los demonios solo pueden consumir cierta
cantidad. Son como los humanos de esa forma, o los vampiros. Se
alimentan para satisfacer sus necesidades de momento, y para almacenar
poder para después. Y, por supuesto, los demonios más antiguos, pueden
contener una cantidad muy, muy grande. Pero incluso ellos tienen límites,
a pesar de que no les gusta admitirlo. Mientras que los fantasmas…
—¿Qué pasa con los fantasmas?
—Son como esponjas eternas: nunca se llenan. Puedes alimentarlos
una y otra vez, y ellos simplemente… lo absorben.
Daisy asintió con su sustituto de cabeza, y la pestaña cayó de nuevo.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo lo sabes? Los fantasmas no tienen acceso a ese tipo de
poder. —Para la mayoría de los fantasmas que había conocido, el problema
había sido encontrar suficiente energía para seguir adelante, no en ver
cuánto podían almacenar.
—Lo hacen si alguien se lo provee.
—Pero, ¿por qué alguien…?
—¡Estás haciendo soldados indestructibles! —le acusó Pritkin.
Lo miré, ligeramente sorprendida, pero no tanto como Roger. Quien
parecía sorprendido de que un aficionado mágico pudiera sumar dos más
dos. Pero él negó con la cabeza.
—No es indestructible. Como habrás descubierto esta noche. No es
que ese modelo hubiera sido diseñado para el combate, que conste, pero
cualquiera de ellos puede ser destruido en las circunstancias adecuadas.
Pero eso no es realmente el punto.
—Entonces, ¿cuál es?
Roger se quedó pensativo.
—Supongo que la mejor analogía serían tus Spitfires3 en la Segunda
Guerra Mundial.
A juzgar por su confusa expresión, eso no le aclaró mucho a Pritkin.
Tampoco lo aclaró para mí, pero estaba un poco distraída por la sensación
de malestar que se había abierto en la boca mi estómago. Porque no
estaba interesada en el por qué de la extraña afición de Roger.
Era en el cómo.

3 Spitfires: fue un caza monoplaza británico usado por la Royal Air Force (RAF) y muchos otros
países Aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
—Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis planearon invadir
las Islas Británicas —dijo—. Pero para ello, primero necesitaban controlar
los cielos, y eso significaba acabar con la RFAB, que es la Real Fuerza
Aérea británica.
Asentí, aturdida.
—Pero la RFAB aguantó, principalmente por sus aviones, los
Spitfires, éstos fueron unos pequeños aviones condenadamente buenos, y
porque sus fábricas podían construir una fuente aparentemente
interminable de ellos. Cada vez que un avión caía, había dos más
esperando para reemplazarlo. Sólo había un problema.
—Las fábricas no podían hacer pilotos —dijo Pritkin, entrecerrando
los ojos a Daisy. Quien estaba buscando en su delantal la pestaña perdida.
—Exactamente —dijo Roger—. La RFAB seguía perdiendo pilotos, y
no podía entrenar suficientes tan rápido como para satisfacer la demanda.
Simplemente resistieron debido a una afluencia de personal cualificado del
exterior. Y aun así, la cosa estuvo cerca. Pero imagínate si pudieras
entrenar a alguien una vez, y sin embargo usarlo una y otra vez. Imagínate
si, cuando un vehículo fuera destruido, aquel dentro del cuerpo
permaneciera ileso y pudiera rápidamente regresar y recoger otro. Y otro
después de ese, y otro después de ese…
—Nunca te quedarías sin pilotos —dije, mirando a Pritkin. Quien
había empezado a pasar de enojado y se acercaba a furioso.
Roger asintió.
—Piensa en ello: un ejército de soldados que no puede morir; ya lo
hicieron. O ser capturados y obligados a responder preguntas por parte de
tus enemigos. O ser impedidos a regresar a la base. Después de todo, ¿qué
puede atrapar a un fantasma?
Yo podía pensar en algo, no lo dije, porque Pritkin había alcanzado
la apoplejía. Tal vez estaba pensando en la destrucción que una fuerza de
este tipo podría causar en el Cuerpo. O tal vez era la actitud de Roger lo
que le molestaba. Era como si hubiera olvidado quién era su audiencia y
estaba felizmente en una perorata sobre su tema favorito.
—Por supuesto, hubo problemas —dijo Roger—. Lo más molesto de
todo, es que los fantasmas decían que los cuerpos no se sienten como los
de ellos.
—¡Seguía yendo a la deriva, saliendo de él! —dijo Daisy—. ¡Y eso fue
antes de que tratara de mover la cosa!
—Y la práctica no ayudó mucho —agregó Roger—. Finalmente me di
cuenta que había creado simplemente un vehículo, cuando lo que ellos
necesitaban era un cuerpo. Así que hice algunas investigaciones y
descubrí que el hechizo de unión para un golem tiene similitudes con la
forma en que se hacen los zombis, y una vez que entendí eso, bueno, las
cosas comenzaron a marchar.
—Ya te digo yo —puntualizó Daisy.
—Por supuesto, todavía tenía que averiguar un encantamiento para
aligerar el peso de los cuerpos, de modo que no se quedaran sin poder
como un 747. Y los fantasmas no pueden hacer magia. Por lo tanto, todos
sus hechizos tenían que ser transformados en forma de poción que
pudieran llevar…
—Pero te las arreglaste —dije, porque obviamente así era.
—Bueno… más o menos. —Él le dio una enorme palmadita al muslo
de Daisy—. Y a diferencia de los soldados vivos, los míos no se cansan. No
pueden ser heridos. No necesitan dormir. Mientras haya cuerpos para
alojarlos y energía abasteciéndolos, pueden seguir y seguir y…
Él se interrumpió porque Pritkin finalmente había tenido suficiente.
Una oleada de energía de repente llenó la habitación, recordándome que
Pritkin no necesitaba armas. Él era una. Era un mago de guerra.
Pero bueno, Roger también lo era.
Pritkin se lanzó sobre la mesa y al aire, con algo en la mano que no
pude ver pero que sabía condenadamente bien que no podía utilizar. Es
suficiente, quise gritar. ¡No podía hacer daño a nadie! ¡Ya estaba muerto!
Pero nunca tuve la oportunidad.
Estaba medio levantada de mi asiento, con la mano extendida y las
palabras formándose en mis labios, cuando Pritkin de repente ya no
estaba allí. Pero un segundo después, algo golpeó la pared del fondo con
un crujido. Miré por encima para verlo removiendo la pintura detrás de la
mesa, el yeso y los ladrillos, habiendo sido arrojado al otro lado de la
habitación y a través de la pared por algo que se había movido tan rápido
que había sido solo un borrón.
Y aún lo era, porque estaba demasiado ocupada corriendo para ver
qué era. Empujé una silla a un lado y me arrodillé junto al cuerpo caído,
aquel que tenía una granada de poción sin estallar cayendo a un lado.
Pritkin debía haber permanecido consciente el tiempo suficiente para
robarle una al Gran Rojo mientras lo transportaba de vuelta, y la metió en
su bota.
¡Maldita sea! Debí haber pensado en eso. Pero no había considerado
necesario registrar a un hombre desnudo.
—¡Eso le enseñará a no meterse con los escudos! —dijo alguien, y
me volví para ver a la criatura de pie en la puerta. La lluvia soplaba a
través de la imagen fantasmal de la cabeza del Coronel sobresaliendo por
el cuello de un gran cuerpo y mirando con aire satisfecho.
—¡No le vas a enseñar nada si está muerto!
—¿Preferirías a tu padre muerto, muchacha? —preguntó el Coronel.
Tomé la granada dorada y se la lancé.
—¡Él iba a atraparlo, no a matarlo!
El Coronel la esquivó detrás de la puerta, evitando los pegajosos
hilos que azotaron la madera y se extendieron por la abertura, como una
telaraña gigante.
—Bueno, ¿cómo iba a saber eso? —preguntó, mirándome furioso a
través de un hueco—. ¿Y qué bien tendría atraparlo? ¡Este no es tu tiempo!
—¡Se le podría obligar a decir la verdad! ¿Cuántos hombres tiene el
fulano Círculo Negro? ¿Dónde mantienen su…?
—Debería haber anticipado eso —dijo Roger con irritación,
acercándose. Miró al Coronel—. La próxima vez, permíteme pedir ayuda
antes de intervenir.
—Es un mago de guerra. No habrías tenido tiempo de pedirla —
protestó el Coronel, a nadie, porque ya nadie lo estaba escuchando.
—¡Haz algo! —le dije a Roger, que se había arrodillado junto a Pritkin
y comprobaba su pulso por segunda vez en la noche.
Miró al Gran Rojo.
—Linterna.
El gigante desenganchó una de un cinturón de herramientas con
uno de los ganchos que usaba de manos, y la empujó a través de un hueco
en la red. Dada la apariencia de lo demás que estaba colgando alrededor
de su cintura, era evidente que el uso principal de Rojo no era la
jardinería. Podía haber golpeado a Pritkin con algo mucho peor que la
palma de su mano, aunque eso podría haber sido suficiente.
Roger recogió la linterna y levantó el párpado izquierdo de Pritkin,
con cuidado de no mover su cabeza.
—Dilatación normal —me dijo, después de un segundo—. Y su pulso
es fuerte. Debería estar bien, pero no lo sabremos con certeza hasta que
despierte.
—¡Si despierta!
—Te preocupas demasiado. Es mitad demonio…
—¡También es mitad humano!
—Bueno, ¿qué quieres que haga? —preguntó con impaciencia—. No
soy médico, y él no es un vampiro. Puedo manipular la carne muerta como
quieras, pero no tengo poder sobre los vivos.
Tal vez no, pero conocía a alguien que sí.
Él atrapó mi brazo mientras yo me levantaba.
—Ella no está aquí. Ella…
—¡Maldita sea, claro que sí! —Rompí el agarre y corrí hacia las
escaleras.
Solo había un piso, que llevaba a un pequeño pasillo. Había dos
puertas a cada lado, la primera abierta en un cuarto de cachivaches, una
pila alta de muebles viejos, y la siguiente a una bañera pequeña. Pero la
puerta a través del pasillo llevaba a un dormitorio, con una gran cama de
bronce, una ventana entreabierta lo suficiente para sacudir las cortinas, y
un antiguo armario. Y otra puerta…
Conduciendo a una habitación infantil.
No había nadie en ella a excepción de un bebé en una cuna, que de
alguna manera dormía a pesar de la tormenta afuera y la lucha en la
planta baja. Pero quien despertó cuando golpeé en la puerta. Se despertó y
comenzó a gritar.
—Muy bien, eso es suficiente —dijo Roger, entrando detrás de mí.
Por un segundo, no estaba segura de sí estaba hablando conmigo o
con ella.
No es que supusiera que importara.
Se apresuró a mi lado y recogió a una pequeña cosa en un enterizo
amarillo, con una mata de rizos rubios suaves y su cara fruncida.
—Tu madre está en el bosque —me dijo, buscando frenéticamente
alrededor de su chaqueta por algo—. ¡Lidiando con el desastre que hicieron
ustedes dos, antes de que consuma la mitad del estado!
No dije nada. Finalmente encontró un chupón que metió en la boca
muy abierta emitiendo todo un escándalo. Eso funcionó durante un par de
tirones, hasta que ella rápidamente lo escupió. Él suspiró.
—Siempre me pregunto en esos bebés que pueden ser engañados
por esas cosas —dijo, balanceándola de arriba a abajo—. Ella, tú, nunca lo
haces. Unos cuantos tirones y cuando no sale nada… —Se encogió de
hombros y puso su cabeza en su hombro, haciendo la danza de bebé-por
favor-cállate que todos los padres parecen conocer.
Me senté.
Había una mecedora bajo mi trasero, pero no estaba segura de cómo
supe eso. En ese momento no estaba segura de saber nada. Estaba viendo
a un padre preocupado atendiendo suavemente a su bebé molesta, la
tenue luz de la luna inundando desde afuera por una pequeña ventana
formando un halo sobre sus cabezas rubias, una recta como un alfiler, la
otra una masa de rizos. Y nada tenía sentido.
—Has matado a cientos de personas —dije aturdida.
Él levantó la vista.
—¿Qué?
—Los fantasmas no trabajan gratis. Todo ese poder…
—¿Qué poder?
—Para alimentar tu ejército. Tiene que venir de alguna parte.
Frunció el ceño.
—¿Estamos de regreso con eso?
Lo miré fijamente, deseando que se pareciera más a la imagen que
llevaba en mi cabeza. Al mago enloquecido disparándome a mí y a Agnes
en un calabozo húmedo; el maníaco, tambaleante idiota, apenas
adelantándose a los Spartoi en una huida desesperada a través de
Londres; el enojado hombre sarcástico de escaleras abajo. Cualquiera de
ellos haría esto más fácil.
En cambio, tenía a un hombre de aspecto agotado con baba en el
hombro. Tenía a un hombre llevando una mano desesperada a un trasero
en pañales, con esa mirada que tienen todos los hombres en el mundo de
por-favor-no-dejes-que-necesite-un-cambio-mientras-su-madre-está-fuera.
Me dio una sonrisa ridículamente torpe cuando él se dio cuenta que estaba
seca.
No se lo ponía fácil.
—¿Qué le ofreciste a tus legiones? —dije, deliberadamente en un
duro tono.
—¿Mi qué? —Él pareció confundido por un momento, tal vez porque
había empezado a tratar de agarrar un biberón de un refrigerador pequeño
metido debajo de una mesa al mismo tiempo que balanceaba a una bebé
inquieta.
—¡Aquellas de las que estabas hablándole a Pritkin!
Finalmente atrapó la botella.
—¿Te refieres al mago de guerra? Nunca nos presentamos.
—¡Sí! ¡Aquel que tu criatura casi mata! Le dijiste…
—Lo que él quería oír —dijo, colocando el biberón sobre la mesa. Y
luego murmurando algo y agitando una mano hacia él. Luego trató de
probarlo en su muñeca, pero eso era un poco difícil de hacer con una bebé
babeando sobre su hombro—. Ten —me dijo, empujándola hacia mí.
La rechacé, pero él sólo la empujó de nuevo hacia mí.
La tomé.
Ella no se parecía a mí. No se parecía en nada, de esa manera tan
distintiva en que los bebés y las medias hogazas de pan se parecen. Hasta
que ella se aburrió de ver el bolsillo de la camisa de Pritkin, y un par de
familiares ojos azules de bebé se encontraron con los míos.
No parecían impresionados.
—Hijo de p… —maldijo Roger.
Miré hacia arriba y lo vi con una mancha roja en la muñeca, por
cortesía del contenido ahora caliente y lleno de vapor del biberón. Esperé
mientras sacaba otro, intentó usar de nuevo el hechizo de antes, y
finalmente logró la correcta temperatura.
—No suelo hacer esto —explicó—. Yo no, es decir, se me caen las
cosas, y su madre dice…
—Tus. Legiones —repetí, porque tenía que hacerlo. Tenía que saber.
—Oh, por el am… —Se interrumpió, mirándome como si deseara
poder callarme la boca todavía con un chupón—. ¡Mis legiones constan de
un ex-marine que murió en la Guerra Española-Americana y un ama de
casa que expiró bajo el puente de la calle cuarenta y cuatro! Y nunca drené
a nadie para mantenerlos. Es todo lo contrario, ¡por lo general terminan
drenándome a mí!
Tomó al bebé, metió el biberón en su boca, y me miró.
—Pero… hiciste un ejército para el Círculo Negro. Dijiste…
Se encogió de hombros.
—Siempre he sido bueno contando cuentos. Y tu mago de guerra…
bueno, se merecía unos cuantos momentos malos. ¡Él me dio suficientes
esta noche!
—¿Estás tratando de decirme que eso no era cierto? ¿Que te
inventaste todo eso? —No me lo creí ni por un segundo. La evidencia de lo
contrario había lanzado a Pritkin a través de una pared.
Me miró con impaciencia.
—La teoría es lo suficientemente sólida, pero en la práctica… es
como les dije. Fue un experimento fallido.
—¡Se veía muy exitoso para mí!
—Bueno, por supuesto. Fue diseñado para eso. —Sostuvo el biberón
bajo la barbilla y tiró de una otomana, supongo que así no me soltaría, y
se dejó caer.
—¿Diseñado para hacer qué?
—Para engañar al Círculo Negro. —Él vio mi expresión e hizo un
sonido de disgusto—. Mira, no funcionó, ¿de acuerdo? Pero el Círculo no
sabía eso porque nadie lo había probado jamás. Los demonologistas que
podían crear un apropiado hechizo de unión no pueden ver fantasmas, ¡y
no puedes vincular algo que ni siquiera puedes ver! Y los nigromantes que
se especializan en fantasmas no pueden hacer un vínculo.
—Daisy dijo lo contrario —le recordé.
Puso los ojos en una imitación inconsciente.
—¿Sabes cómo se hacen los zombis? —preguntó, poniendo a la bebé
en su hombro y dándole palmaditas en la espalda—. No son como los
fantasmas. No tienen alma. Así que un nigromante debe enviar un poco de
la suya para animar su creación.
—¿Y?
—¡Y no es como si pudieras prescindir de mucho! Es por eso que no
se ven ejércitos de zombis vagando, a pesar de lo que las películas tratan
de hacernos creer. Un nigromante solo puede dirigir dos, tal vez tres a la
vez con éxito. Los demás que trate de levantar estarán en piloto
automático, las luces están encendidas, pero no hay nadie en casa, ¿de
acuerdo? Y como tal, son blancos fáciles. Inútiles.
—Sigo sin ver…
La bebé me interrumpió con un eructo asombrosamente ruidoso.
Ambos miramos hacia ella, yo en shock, él con satisfacción. Le limpió la
barbilla y le metió el biberón en la boca.
—Te lo dije, modifiqué el hechizo vinculante utilizado en los golem
con el hechizo que utilizamos para hacer zombis. Y funcionó, más o
menos. Pero ya sabes lo que pasa con la magia: siempre te devuelve el
golpe de alguna manera. Y en este caso particular, encontré que el nuevo
hechizo se limitaba en la misma forma que el hechizo de zombis: solo
podía unir a dos o tres “cuerpos” a la vez. ¡No podría hacer un ejército si lo
intentara!
Estudié su rostro, con ganas de creerle. Sus ojos azules se veían
inocentes, y sonaba completamente convincente. Pero, también lo había
sido en la planta baja.
Roger frunció el ceño, supongo que porque me estaba tomando
demasiado tiempo.
—¡Piensa, muchacha! ¿Por qué crees que nadie usó antes a los
fantasmas como armas? No soy un genio y nada es nuevo bajo el sol.
Probablemente alguien lo intentó en algún momento, ¡luego renunció
disgustado y volvió a los zombis! Pueden ser desagradables, pero al menos
son fiables.
—Y sin embargo, tú lo has hecho, por lo menos con dos…
—Sí, dos. Y tampoco creas que no me dan todo un infierno. Quiero
decir, piensa en la logística por un minuto. Si pudieras encontrar
suficientes espíritus de mentalidad independiente, que no estuvieran
obsesionados con la venganza las 24/7, si de alguna manera pudieras
encontrar la energía suficiente para alimentarlos, y si pudieras
convencerlos de apoyar tu causa… bueno, entonces podrías tener una
fuerza a tener en cuenta. Pero, ¿sabes cuáles son las probabilidades de
eso?
Él tenía razón, comprendí. Y si no hubiera estado tan ocupada
preocupándome por él y Pritkin yendo por la garganta el uno del otro,
podría haberme dado cuenta por mí misma. Billy Joe era sólo un fantasma
y me daba pelea. No podía imaginar cómo controlar un ejército, o incluso
lograr reclutarlos para empezar. No era extraño que nadie nunca lo
hubiera hecho. Sería como tratar de pastorear gatos.
—Obsesivos gatos parlanchines —concordó Roger, porque supongo
que había dicho lo último en voz alta.
—Pero Jonas, el jefe del Círculo Plateado, me dijo que tu ejército
fantasmal había estado observando cada movimiento del Círculo.
Roger se rio.
—¿Lo hizo, cierto?
—¿Me estás diciendo que eso tampoco era cierto?
—Por supuesto que no era cierto. No me gusta el Círculo Plateado,
pero el Negro es mucho peor. No iba a ayudarlos, pero siguieron
insistiendo. Ellos tenían la idea que tenía varios cientos de fantasmas,
cosa que supongo pensaban que era un desperdicio, ¡ya que se estaban
alimentando de ellos! Así que me aseguré de que los rumores llegaran al
Círculo Plateado para ponerlos extraordinariamente paranoicos y darme
una excusa para no capturar muchos.
Me quedé mirándolo. Sonaba tan displicente sobre ello, como si
mentir a las dos más poderosas organizaciones mágicas en la tierra no
fuera gran cosa.
—Y tu ejército…
—Cuando la gente oye el término “ejército” acoplado a cualquier
cosa, tienden a respetarlo. Pregunta a Tony.
—También le mentiste. —No era una pregunta.
—Bueno, no podíamos quedarnos en la casa —dijo malhumorado,
viéndose un poco molesto. Como si hubiera estado esperado una alabanza
por sus logros. De acuerdo, estaba muy impresionada, de que hubiera
durado tanto como lo había hecho. También estaba empezando a entender
el punto de vista de Pritkin: había una muy buena maldita posibilidad de
que papá estuviera loco.
—¿Por qué no te quedaste en la casa? —le pregunté, insegura de que
querer saber.
—Tu madre se negó rotundamente. Te lo dije, ella prefiere los
bosques, y de todos modos, no le gustaba a Tony.
Imagínense eso.
—Y, en cualquier caso, ¡el bastardo grupo de fantasmas que tienen
allá siguió tratando de devorar a Sam y Daisy! Tenía que sacarnos de ahí.
—Así que fingiste el ataque de los demonios para que así Tony los
exiliaría a la casa de campo —dije, porque por supuesto que lo hizo.
—Un hechizo de fuego. Ya sabes cómo son los vampiros.
—…y entonces pusiste las trampas explosivas en el bosque…
—Bueno, tuvimos que hacerlo crecer primero.
—…y construiste esas cosas para que nadie saliera a espiarte.
—Me preocupa menos que nos espíen a que nos maten —dijo
secamente—. Si los malditos Spartoi aparecieran, necesito algo mucho
mejor que los moribundos de Tony para ganar tiempo. Algo incluso que un
dios no esperaría. Y aún tengo las especificaciones de los humúnculus de
cuando estaba con el Círculo Negro, así que… —dijo y se encogió de
hombros.
Me senté allí. Tenía alrededor de mil preguntas que quería,
necesitaba, hacer, y esta podría ser mi única oportunidad. Porque si
madre era algo como Agnes, no iba a estar feliz de verme. Lo sabía, sabía
que tenía que aprovechar la oportunidad mientras estaba aquí, pero se me
estaba haciendo difícil hacerlo.
—Tú… mentiste acerca de todo —dije, tratando de envolver mi
cerebro en la idea de que este hombre completamente normal convenció de
alguna manera a todo el mundo, a los Círculos Plateado y Negro, a Agnes,
a un maestro vampiro, a todo el mundo, que era una fuerza a tener en
cuenta. Cuando lo único que tenía eran algunos cutres robots y un par de
fantasmas sabelotodo.
—Prefiero pensar en ello como una creativa solución de problemas —
dijo con frialdad.
—Y te saliste con la tuya —dije con admiración. Porque esa era
probablemente la parte más difícil de aceptar.
—Suenas sorprendida.
—Estoy atónita —dije con sinceridad. Él sonrió—. Deberías haber
estado muerto hace años.
La sonrisa se desvaneció.
—Gracias —dijo con amargura, cambiando a la bebé al otro hombro,
ya que ese había sido babeado lo suficiente—. Pero tal vez algún día
aprenderás que las personas son crédulas. A menudo, simplemente
creerán lo que les digas, si suenas lo suficientemente convincente y si es
algo que les gusta. Quieren creer, así que hacen la mitad del trabajo por ti.
—Pero… pero es el Círculo Negro —dije, tratando de imprimir en él el
tipo de gente con el que había estado tratando, ya que al parecer todavía
no lo entendía.
—La misiva es válida para los delincuentes, tanto como para
cualquier otra persona —dijo—. Tal vez más. Están tan acostumbrados a
que todo el mundo les tenga tanto miedo como para tratar de estafarlos,
así que simplemente asumen que debes estar diciéndoles la verdad.
Sólo me senté allí y lo miré un poco más.
—¿Y ese ejército que seguiste prometiendo? ¿No esperarían verlo,
tarde o temprano?
—Bueno, sí —dijo, en voz más baja, debido a que la bebé se había
vuelto a quedar dormida—. Es por eso que tuvimos la pelea. Exigieron
resultados y yo… bueno, aguanté durante todo el tiempo que pude,
señalando que el reclutamiento fantasmal era un poco más difícil que el de
tipo habitual. Y luego tenía que construir el prototipo, entonces resolver
las uniones, y después demostrarlo… estuvieron felices ese día, por lo
menos. Pero con el tiempo exigieron ver más, y por supuesto todo lo que
tenía era dos.
—Pero, ¿por qué hacer algo en absoluto? —dije con ira, porque nada
de esto tenía sentido—. ¿Qué siquiera estabas haciendo allí?
Me frunció el ceño, tal vez porque me las había arreglado para
despertar a la bebé, y se puso a mecerla.
—Estaba allí por el poder, por supuesto. Les dije que no podía
reclutar a los fantasmas sin eso, o soportar un ejército por mí mismo. Si
querían resultados, tenían que apoquinar. Y lo hicieron. —Él sonrió—. Oh,
vaya que lo hicieron. Por años, estuve drenándolos, secos…
—¿Para qué? —exigí, deseando al menos una cosa verdadera en toda
esta montaña de mentiras que había construido—. ¿Por qué arriesgar tu
vida por un poder que ni siquiera necesitabas?
Él comenzó a responder, pero luego levantó la vista. Y toda su cara
cambió. Por un instante, lucía casi guapo. Estaba mirando algo detrás de
mí, en la puerta, y supe incluso antes girarme lo que era.
O, más bien, sabía quién era.
—Encontré a un mago de guerra sangrando en el linóleo —dijo mi
madre, entrando y tomando a la bebé.
—¿Sangrando? —dije y salté a mis pies.
—La curación fue uno de mis dones una vez —dijo—. No he perdido
por completo la habilidad.
—¿Está despierto? —No dudaba de ella, pero quería ver ese ceño
fruncido por mí misma.
—Lo va a estar muy pronto. —Ella miró enojada a su marido—.
¿Quieres revisarlo?
—Por supuesto.
—¿Sin más incidentes?
Él puso sus ojos en blanco, pero pareció un poco culpable. Se fue.
Dejándome con una diosa que no conocía, y una madre que apenas había
conocido.
Durante un largo momento, no dije nada. Era tan hermosa como la
recordaba, y nada como las leyendas decían. Era una guerrera, lo sabía, y
no sólo por algunas viejas historias probablemente medio tergiversadas.
Sino porque lo había visto con mis propios ojos. Ella había reducido a un
Spartoi a polvo, atrapó a otro en un bucle de tiempo, mandó corriendo a
un tercero en la versión de un carruaje del siglo XIX. Y luego, con un poco
de ayuda de mi parte, había arrojado a la mayoría del resto en el tiempo,
dejándolos varados para siempre en la caída de la historia, sin forma de
detenerlo.
Pero ella no lo parecía. Su hermoso cabello de bronce cobrizo se
curvaba en rizos húmedos a lo largo de su espalda, su suave vestido
blanco estaba mojado y sucio en el borde, como si hubiera traído un abrigo
que le había quedado un poco corto. Y su hermoso rostro lucía sereno
mientras calmaba a su hija.
Olía a lilas, pensé sin comprender, el olor familiar rodeando mi
cabeza como una caricia. Recordé… de la infancia… que eso era casi la
única cosa que yo…
—Cassandra.
Unos ojos azul violeta se encontraron con los míos. Estaban en
calma, como su voz. Pero, de repente, yo no lo estaba. De pronto, apenas
podía respirar y mi pecho dolía.
—Cassie —susurré—. La mayoría de la gente… me llaman…
Una mano suave acunó mi mejilla. Me quedé inmóvil, no porque el
toque fuese indeseado. Sino porque de repente quería voltearme, para
ocultar mi cara, para decirle cien cosas diferentes que no era capaz de
articular más allá de mi inflada garganta. Quería…
—No deberías haber venido.
Fue como una patada en el estómago, a pesar de que la había estado
esperando.
—Yo… lo sé —dije, tragando con fuerza—. Agnes dijo… ella tampoco
quería verme. Dijo que la dejaría adivinar demasiado, sólo que de hecho
yo… quiero decir, ella dijo que no volviera. Y no lo hice. Pero ella no podría
haberme ayudado con esto de todos modos. Necesitaba verte…
preguntar…
—Sé por qué has venido.
—¿En serio? —Eso me detuvo en seco.
—No soy lo que era, Cassandra. Pero no soy un ser humano.
No, pero yo sí. Flotó en el aire, tácito, pero palpable. No era lo que
ella era. No me veía en ella en absoluto. Nunca lo hice. Era mucho más
parecida al hombre torpe de abajo, aquel que dejaba caer a los bebés, oye,
tal vez eso era lo que estaba mal en mí, aquel que escogía peleas que no
podía ganar, aquel que obstinadamente insistía en hacer las cosas a su
manera. Y había conseguido que lo mataran.
Me pregunté cómo sería para mí.
—Me alegra haberte visto. —Su mano fue suave, delicada en mi
mejilla por un momento más, antes de alejarse—. Deberías irte.
La miré fijamente, lágrimas de rabia oscurecían mi visión de ella
sosteniendo a la bebé ahora en calma, y me pregunté por qué me había
tenido para empezar. Por qué se había molestado. ¿Acaso las diosas
también se embarazaban? Era difícil creer que había sido a propósito,
cuando claramente podía seguir adelante sin mí. Bueno, mala suerte.
Estaba aquí y me iba a quedar aquí, hasta conseguir lo que había venido a
buscar. Había conseguido muy poco en el camino de preparación para esta
vida loca de cualquiera de mis padres. Pero tendría esto.
Se volvió para poner a la bebé en la cuna.
—Eres tan terca como tu padre.
—Entonces sabes que no voy a ir.
—Harías bien en reconsiderar.
—¿Al igual que él debió haberlo reconsiderado, esa noche en
Londres? —Se me escapó antes de que pudiera detenerlo, pero no me
disculparía. Un humano, un torpe, lerdo, tarado humano, la había salvado
esa noche, de un grupo de criaturas que harían estremecer a los dioses.
No había sido bonito y seguro que no había sido elegante, pero había
funcionado.
A veces nosotros los simples mortales podríamos sorprenderle.
—Si él no hubiera estado allí, habría muerto —me concedió,
meciendo a la niña—. Pero su vida… podría haber sido muy diferente.
—Y la mía no habría existido. ¡Así que perdóname por estar alegre de
que él sea obstinado!
Ella me miró.
—Incluso suenas como él.
Su voz había sonado cariñosa, casi indulgente. Parecía imposible
que ella pudiera importarle alguien así… no divino. Sobre todo porque
había asumido que ella lo había estado utilizando de alguna manera. Pero
había sonado…
—¿Cómo se conocieron? —pregunté, porque siempre me lo había
preguntado.
Ella no contestó. Tampoco se sentó, así que yo tampoco podía. Tal
vez por eso, esto se sentía como algo menos que una visita, o incluso una
audiencia, y más como la visita de un vagabundo en la puerta.
Bien, pensé, con rabia. Pero iba a preguntar de todos modos. Ella
podía ignorarme, pero iba a preguntar lo que condenadamente quisiera.
—No fue esa noche —dije desafiante.
Ella todavía no se sentaba, pero se apoyó en la cuna. Parecía
cansada, pensé, y luego lo descarté. Las diosas no se cansan… ¿cierto?
Ella sonrió levemente.
—Nos conocimos cuando Agnes lo llevó a través de más de tres
siglos. De una bodega en Londres, si recuerdas.
Recordé a Agnes llevándose al mago furioso que había sido antes,
pero no había pensado que hubiera planeado quedarse con él.
—¿Por qué no lo entregó al Círculo?
—El Círculo no tiene instalaciones para hacer frente a los viajeros
del tiempo, por más ineptos que fueran. Eso es responsabilidad de la Corte
de la Pitia. Ella lo llevó a Londres, y poco después, me encontré con él… en
la cárcel.
—¿Y te enamoraste de un inepto presidiario viajero del tiempo?
Se me salió antes de que pudiera detenerlo, pero ella no pareció
ofendida.
—Nadie sabía que era inepto en ese momento. Fui designada para
llevarle comida, ya que se presumía que era un peligroso mago oscuro y
podría desplazarme en un segundo. En cambio, me quedé. Y hablamos.
—¿Sobre qué? —No podía imaginar a dos personas que tuvieran
menos en común.
—El pasado, el futuro… un odio mutuo del destino, las reglas, el
sofocante orden.
—Pensé que el orden era algo bueno.
—Depende para quién.
Parpadeé. Eso había sonado sombrío.
—No entiendo.
Un relámpago afuera hizo brillar su cabello de un flameante rojo por
un instante.
—Lo haces. Eres la hija del caos, Cassie, de la agitación, la
mutilación y la incertidumbre salvaje. Tu misma existencia es una
prueba…
—¿De qué? —pregunté, cuando ella dejó de hablar.
—De que la esperanza no puede ser encadenada. ¡De que el destino
se puede deshacer!
Parpadeé nuevo. Lo había dicho con fervor, con pasión, cosa que
estaba más que bien. Porque, de lo contrario, podría haber sonado menos
como una profecía en labios de una diosa… y más como el balbuceo barato
que utilizaban algunos llamados clarividentes en una lectura de cartas
cuando no sabían qué decir.
O cuando estaban tratando de cambiar el tema.
Ella sonrió de nuevo, como si leyera mi mente.
—Entonces, ¿deseas rescatar a este demonio?
Asentí.
—¿Por qué?
—Yo… ¿qué?
—Es una pregunta sencilla, ¿cierto? Estás proponiendo arriesgar
mucho por él.
—Él lo haría por mí.
—¿Ah, sí? Son criaturas egoístas, los demonios…
—Podrías decir lo mismo de los seres humanos… o los dioses.
Una ceja se levantó.
—Tal vez. Pero no estamos hablando de ellos. Sino de una criatura
que está luchando contra su propia naturaleza. Tarde o temprano, va a
ceder a ella. Tal vez lo mejor es que esté entre los suyos.
—¡Él no es como ellos! Son… —Pensé en los demonios que conocía,
desde los más benignos a los francamente aterradores. Ninguno de ellos
me recordaba en lo más mínimo al hombre en la planta baja—. Él es
humano.
—Es en parte humano. Es sobre su otra mitad sobre la que aún
tiene que aprender.
—No creo que él quiera aprender sobre eso —dije secamente. Pritkin
había sido bastante claro en ese punto.
—Esa no es su elección. Somos lo que somos. Todos estamos
gobernados por eso, hasta cierto punto.
—Y todos elegimos a qué punto… excepto él. Hicieron la elección por
él. Fue arrebatado…
—De ti.
—Sí.
—Y eso te molesta.
—¡Sí!
—Debido a que es tuyo.
—Y… —me detuve, de pronto confundida. Hasta que recordé: los
dioses siempre habían tenido seres humanos como sus sirvientes, o
juguetes, o lo que sea, sin pensarlo un segundo. Antes de su epifanía,
mamá probablemente también los tuvo. Pero yo no era una diosa, y eso no
era lo que había ocurrido—. No. Él es dueño de sí mismo…
—¿Entonces no debería él decidir esto por sí mismo?
—No entiendes. No le dieron la elección…
—Pero sí la tuvo. Salvarte y ser condenado o dejarte morir. Él optó
por la primera.
—¡No! ¡Él… esa no era una opción! Fue forzado a hacerlo por… por
su padre, por las circunstancias, por…
—¿Por el destino?
—Sí… supongo.
—Y ahora deseas rehacer su destino.
—Si quieres decirlo así…
—No dudes —dijo ella, de repente urgente—. El destino tiene
muchas cuerdas, Cassie, y cuando jalamos las de otros, las nuestras con
frecuencia resuenan.
De acuerdo, estaba empezando a pensar que tal vez me estaba
quedando atrás en esta conversación. También estaba empezando a
entender los problemas que la gente solía tener con los oráculos.
—¿En español? —le dije esperanzadoramente.
—Cuando cambias el destino de otra persona, a menudo cambias el
tuyo propio.
—¿Para mejor? —pregunté, ya sabiendo cuál iba a ser la respuesta.
—No hay forma de saberlo. Esa es la esencia del caos, saltar de un
acantilado, sin saber lo que encontrarás abajo.
Sí, sólo que sabía lo que generalmente encontraría.
—Creo que me gusta más el orden —murmuré.
—¿En serio? —Ella arqueó una ceja delgada—. Entonces abandónalo
a su suerte, y vuelve al tuyo.
—No.
—Entonces eliges el caos.
—¡Muy bien, de acuerdo, elijo el caos! —dije apasionadamente—.
¡Sólo dime lo que necesito saber!
Me re-materialicé unos minutos más tarde en mi apartado rincón
favorito del vestíbulo del hotel. Tenía pared a ambos lados, y una imitación
de gruesa estalactita bloqueaba la mayor parte de la vista. Una estalactita
de la que rápidamente tuve que agarrarme para no caer sobre mi trasero.
De acuerdo, pensé, mientras la habitación giraba enloquecida a mí
alrededor.
De acuerdo, pensé, cuando los colores corrieron en remolinos y un
efecto como de túnel de viento rugió en mis oídos y todas esas cosas de los
juguetes de Roger empequeñecieron en comparación.
De acuerdo, pensé, a medida que mi estómago se unía y mi cerebro
decidía ceder, haciéndome caer sobre mi trasero de todos modos.
De acuerdo.
Había una ligera posibilidad de que necesitara un día de descanso.
Me dejé caer hacia atrás, porque lo estaba haciendo de todos modos.
Y luego permanecí allí tendida, observando las vigas por encima de mi
cabeza en la oscuridad, girando de una forma que se suponía que no
debían. Eso fue bastante entretenido, pero tuve que cerrar los ojos
después de un momento, porque estaba empezando a hacer que me
enfermara.
Y ya estaba bastante enferma.
En retrospectiva, probablemente debería haberme quedado un poco
más después de dejar a Pritkin, y darme un descanso antes del próximo
desplazamiento en el tiempo. Lo cual, a juzgar por la manera en que me
sentía, había estado haciendo demasiado a menudo últimamente. Pero él
había comenzado a salir de la fase de aturdimiento, y había querido evitar
una conversación para la que no estaba preparada, así que había saltado a
mi tiempo.
No mi mejor movimiento, decidí, cuando la cosa de los giros
empeoró.
Después de un rato, giré la cabeza a un lado, porque si me
desmayaba y vomitaba al mismo tiempo, no me quería ahogar. Pero no me
desmayé. Y nada ocurrió, tal vez porque no tenía suficiente en mi
estómago para preocuparme.
Decidí que saltarse las comidas tenía sus ventajas, y me pregunté si
a alguien le importaría si sólo me dormía aquí.
La alfombra olía como a zapatos y colillas de cigarros.
Pero decidí que podía vivir con ello y di la vuelta, tratando de
encontrar un lugar cómodo.
Y en lugar de eso, me encontré nariz-a-pies con un muy brillante par
de zapatos Ferragamos.
—Lo sabía —dijo alguien con amargura.
Me tomó un momento, pero mis ojos finalmente se centraron en el
hermoso rostro del muy cabreado vampiro. Afortunadamente, no era
Marco. O Mircea. O cualquier otra persona para la que tendría que pensar
una buena historia, porque todavía no me sentía a la altura para eso.
—He estado esperando —dijo el vampiro sombríamente—. Tengo mil
cosas por hacer, pero sabía, sabía, que te presentarías en el peor momento
posible. Y mira. Mi fe se confirmó.
—Tú no tienes ninguna fe —dije arrastrando las palabras a medida
que mis ojos trataban de descruzarse.
El torbellino de colores, sonidos y música detrás de las piernas del
vampiro se unieron poco a poco en una imagen de Inframundo, si el
Inframundo vendiera camisetas de mal gusto y bebidas con sabor a fruta y
hubiera gente deambulando en esmoquin.
Espera.
¿Esmoquin?
—Oh, tengo fe —dijo el vampiro, entornado sus ojos oscuros. Iban
bien con el esmoquin que actualmente destacaba su buena apariencia
española—. ¡Tengo fe en que vas a arruinar mi vida!
Su nombre era Casanova. Sí, el Casanova, o al menos eso afirmaba,
aunque él no era y nunca lo había sido. Pero el íncubo que lo poseyó había
poseído previamente el famoso Amante Latino, y la comunidad vampírica
no es inmune al culto a las celebridades. Así que “Casanova” había
adoptado el nombre y el estilo de vida junto con el espíritu, lo que
significaba que estaba más acostumbrado a yacer por allí en sábanas de
seda que haciendo algún trabajo real.
Por eso me sorprendió que hubiera llevado entonces su primer
trabajo real con tanto fervor, aunque eso podría explicar por qué estaba
mirándome furioso. Una vez más, estaba manchando su hotel con mi
presencia. Teniendo en cuenta en cómo se veía por lo general el lugar, ese
pensamiento me habría hecho sonreír, si no estuviera tan jodidamente
cansada.
Y si esta noche no fuera la excepción que confirmaba la regla.
El hotel y casino del Dante eran por turnos de mal gusto, vulgares,
llamativos y cursis, pero no eran baratos. Nada lo era siendo una pieza
fundamental de la Franja de Las Vegas. Pero sólo porque sus huéspedes
estuvieran pagando un ojo de la cara por meter y sacar más dinero en
efectivo de las fauces abiertas del casino no quería decir que se vistieran
apropiadamente. A pesar de lo que las películas nos hacían creer, el
atuendo estándar en las tardes de Las Vegas era una camiseta y
pantalones cortos, excepto en el invierno, cuando ocasionalmente podrías
ponerte una sudadera con capucha y pantalones vaqueros.
Pero no esta noche. Esta noche, las estalactitas, estalagmitas y los
géiseres disparando vapor en el sobresaturado vestíbulo estaban siendo
opacados… por personas refinadas. Nunca antes había visto tantos
vestidos brillantes, trajes a la medida y peinados elegantes en este lugar.
¿Y ese era un cuarteto de cuerdas?
—¿Vamos a tener una fiesta? —pregunté, apoyándome en un brazo.
—No vamos a tener nada —dijo, agarrando la copa de champán que
una camarera al pasar acababa de dejar para mí—. ¡Y si creyera en un Ser
Divino, ese tendría que ser más sádico que él mismo marqués para
ensillarme contigo!
—Está bien, ya déjalo —dije, haciendo una mueca, a la copa, porque
el único sorbo que pude conseguir había estado fatal—. Acabo de regresar.
Y si eso es lo que estás sirviéndoles a los clientes, es mejor que te prepares
para algunas demandas.
—No son invitados; son parte del personal. ¡Y no voy a pagar por
champán cuando las cámaras no pueden notar la diferencia!
—¿Qué cámaras?
—Cámaras por las que no necesitas preocuparte. ¡Ahora mueve tu
nariz o lo que sea que haces y sal de aquí! Y hazlo rápido, antes de que
alguien te vea. ¡Hay vagos con ropas más rasgadas que se ven mejor que
tú!
Por una vez, parecía genuinamente ofendido.
Miré hacia abajo.
Y está bien, me he visto mejor.
La sudadera con capucha que Pritkin me había prestado, en gran
parte, me había protegido la parte superior de mi cuerpo durante el
combate cuerpo a cuerpo. Pero mis piernas habían quedado expuestas y
estaban cubiertas de arañazos, picaduras de insectos, barro seco y algo
que finalmente identifiqué como mugrientas manchas resinosas de árbol.
Mis zapatos una vez blancos eran negros, había una capa de suciedad
debajo de mis uñas, y pensé que era algo bueno que no hubiera visto mi
cara en un espejo últimamente.
Pero, también se sentía áspera.
Saqué una aguja de pino de mi cabello y traté de dignificarme.
—Te lo dije, acabo de regresar. Y no me iré a la habitación hasta que
consiga algo de comer.
—¡Me encargaré de enviarte algo!
—Sí, claro. En dos horas, y voy a estar dormida para entonces.
—Les diré que se den prisa.
—Nunca se dan prisa. —Fred había tenido razón en una cosa: el
servicio a la habitación por aquí apestaba—. Sólo voy a correr hasta la
línea de tacos…
—¡Eso queda al otro lado en la avenida!
—¿Y?
—Oh, por Di… espera aquí —me dijo, señalando al suelo delante de
mis zapatos sucios. Y luego apuñaló el aire un par de veces más para dar
énfasis—. Justo. Aquí. ¿Entendido?
—Me gustan con guacamole y salsa roja, pero sin lechuga —le dije, y
me senté frente a la base de la roca falsa una vez más.
Estuvo de regreso en un segundo, pero no con la comida. Sino con
una gran maceta de helechos en un cubo de bronce, como aquellas que
enmarcaban el mostrador de la recepción. No sé qué tenían que ver los
helechos con el ambiente, pero el Dante no se preocupaba por pequeñas
inconsistencias como esas. O el hecho de que incluso el infierno no habría
tenido esa alfombra.
—Justo. Aquí —repitió, dejando caer el helecho. Y luego se fue de
nuevo.
Empujé las hojas de mi cara, ya que había puesto la cosa
directamente frente de mí, y comprobé la fiesta/convención/rara asamblea
de gente hermosa que estaba llevándose a cabo. No sé si Casanova estaba
tratando de atraer a un grupo más adinerado de personas al hacer desfilar
a sus empleados de servicio en Gucci, o si había algo más en juego. Y,
después de un minuto, decidí que no me importaba.
Apoyé la cabeza contra la estalactita y cerré los ojos. La habitación
parecía que estaba girando más rápido de esa manera, pero extrañamente,
eso hizo que mi estómago se sintiera mejor. Lo cual, por supuesto, sólo
quería decir que mi cerebro despertó.
Comenzó a abrumarme con pensamientos de todas las cosas que
podía haber preguntado esta noche, en lugar de sentarme a charlar con los
fantasmas de Roger. Pero había estado un poco y más allá que solo
asustada, y ellos habían sido difíciles de ignorar. Y luego mamá…
Maldita sea. Mi madre. Tragué fuerte, y después me golpeé la cabeza
un par de veces contra la roca, porque me lo merecía.
No sé lo que había esperado que hiciera. ¿Darme la bienvenida con
los brazos abiertos? ¿Bañarme a besos? ¿Decir que me había echado de
menos?
Y sí, lo entiendo. Una parte de mí había esperado eso, o no habría
dolido tanto. Alguna parte estúpida, porque por supuesto que ella no me
había echado de menos. Nunca había tenido la oportunidad. No había
pasado décadas preguntando, buscando, soñando…
Y ella me había dado lo que pedí. Bueno, más o menos. Y no había
sido para nada lo que había esperado.
No era tanto la información en sí misma, después de pasarme una
semana contemplando irrumpir en el infierno, me había preparado para
casi cualquier cosa. Pero el hecho de que ella no se hubiera reído de mí, o
que me dijera que estaba loca, o que me disparara en el trasero… ella
simplemente… me dijo.
Me había dado lo que necesitaba para llegar hasta el siguiente nivel
de mierda sin la necesidad de argumentar en absoluto. Así que, o me
estaba sobreestimando seriamente, o… ¿o tal vez en realidad tenía una
oportunidad en esto? ¿Tal vez vio algo en mí que yo no veía? Tal vez…
Tal vez pensó que la mejor manera de deshacerse de mí era dándome
lo que quería y dejar que me diera cuenta por mí misma que estaba loca.
No lo sabía. Tenía esa sensación extraña de que sabía menos sobre
mis padres ahora de lo que sabía antes. De seguro entendía menos.
Como a mi padre. Supongo que la verdad, si es que siquiera
conseguí la verdad, era mejor que los rumores que había oído, pero no era
menos bizarra. ¿Qué hacia una antigua diosa con la versión mágica de un
estafador? ¿Y qué había estado haciendo él con el Círculo Negro?
Él había dicho que necesitaba poder. Pero, ¿para qué? Porque un
par de fantasmas no podían usar mucho, incluso si iban por ahí jugando a
Iron Man. Así que, ¿para qué la estaba usando?
No podía haber sido para ayudar a mamá. Ella había estado débil,
sí. Había necesitado magia, sí. Pero no de la variedad humana. Por eso las
viejas leyendas hablaban de los dioses visitando la tierra, pero viviendo en
otro lugar: Asgard, Vanaheim, el Olimpo, como quieran llamarlo. Debido a
que no podían alimentarse de magia humana. No sabía si eran
incompatibles, o no era lo suficientemente fuerte o qué. Pero se debilitaban
si se quedaban aquí por mucho tiempo.
Era por eso que mi madre había acabado perdiendo la mayor parte
de su poder después de atraparse a sí misma aquí. Y por qué finalmente
había ido a la Corte de la Pitia después de evitarla todos esos siglos. Apolo,
dios de la profecía, había dotado a los oráculos de Delfos algo de su propio
poder, en la época que habían sido buenos pequeños adoradores, y todavía
eran fuertes. Supongo que la pizca que las pitias utilizaban era
insignificante en comparación con la cantidad necesaria para el hambre de
un dios.
Pero mamá no se había quedado en el festín mucho tiempo. Ir a la
Corte había permitido a sus enemigos localizarla, y había tenido que
gastar la mayor parte del poder que había ganado en la lucha contra ellos.
Así que terminó asentándose en la casa de campo de Tony con papá, quien
a su vez estaba evitando al Círculo Negro, que presumiblemente quería
hacer cosas violentas con él. Y espera…
¿Por qué? Hasta esta noche, nunca había pensado en realidad en
eso. Sólo había asumido que estaban escondiéndose. Eso es lo que haces
cuando malas personas están detrás de ti. Pero ahora que los había
conocido, eso no tenía mucho sentido, al menos no como un plan a largo
plazo.
Los Spartoi eran implacables. Ella tenía que saber que la
encontrarían eventualmente, y tan pronto como lo hicieran, el juego habría
terminado. Su poder casi había desaparecido, los chicos de Tony no
lucharían por ella, e incluso si lo hacían, los Spartoi los harían picadillo en
un minuto. Y de haber luchado ambos, dudaba que los locos inventos de
Roger lo hubieran hecho mucho mejor. E incluso si contaba al bosque
como parte de sus defensas, y habiendo pasado por eso, no veía ninguna
razón por la que no debería, bueno, Pritkin y yo habíamos sobrevivido. Era
muy poco probable que un grupo de antiguos semidioses lo hiciera peor.
Así que, sí, todo lo que había visto había sido como un recurso
provisional, algo que compraría a mis padres un poco de tiempo.
Pero para hacer, ¿qué?
—¡Ten! —Salí de mi medio sueño, media ensoñación, por alguien
empujando algo debajo de mi nariz. Algo que se veía delicioso, noté,
cuando me las arreglé para empujar la bandeja de plata lo suficientemente
lejos para centrarme en el contenido.
—Esos no son tacos —le dije adormilada.
—No, es mejor —espetó Casanova—. ¡Ahora vuelve a tu habitación
antes de que alguien te vea!
Habría discutido, pero me sentía conmovida hacia el tipo que me
había traído una bandeja de deliciosos y surtidos entremeses. Contenía a
partes iguales precioso salmón, salchichas jugosas, camarones gordos
envueltos en tocino, y abundantes albóndigas. Mi estómago despertó y
comenzó a quejarse lastimosamente. De repente, me estaba muriendo de
hambre.
Un teléfono sonó y Casanova lo arrebató de su chaqueta.
—Por supuesto que sí —dijo con saña—. No puedo tomarme cinco
minutos… está bien, está bien. ¡Ya voy!
Empujó la bandeja hacia mí y se fue, con esa velocidad líquida que
utilizan los vampiros cuando no están para juegos. Y yo tampoco perdí el
tiempo. Tomé un trozo de salmón que estaba por encima de un ingenioso
remolino de queso con hierbas, que a su vez estaba descansando sobre
una rebanada de pepino fresco…
Los cuales permanecerían siempre frescos, me di cuenta un segundo
después.
Ya que estaban hecho de plástico.
Me las arreglé para escupir la cosa antes de que me atragantara, y
luego me quedé allí sentada, mirando la cosa viscosa en mi palma. Y me
pregunté cómo era que mi vida había llegado a esto. Lo tiré, me limpié la
mano en mi sucia camisa, y tomé un gomoso camarón, que parecía estar
hecho de goma real. Y luego una salchicha con un hermoso dorado que
había salido de una botella de pintura en spray. Y entonces…
—¡No! —dije, cada vez más desesperada, rebuscando en la bandeja
entera. Era todo lo mismo. Eran falsos. Todo era falso.
Casanova acababa de darme una bandeja de comida de plástico.
Se veía como una de esas bandejas de muestras que los
restaurantes utilizan en la entrada como tentación. Parecía que los
empleados no solo no estaban sirviendo champán falsa, sino que tampoco
la comida lo era.
—¡Hijo de puta! —Permanecí sentada allí, incrédula, furiosa,
completa y absolutamente hambrienta. Por otro segundo, antes de
ponerme en pie y empujar las hojas del helecho a un lado.
El lugar estaba lleno. Si eso era posible, con aún más tipos de
bellezas que se aplastaban en el vestíbulo ya inundado de turistas desde la
última vez que miré. No había manera de desplazarme sin ser vista, y de
todas formas, no me sentía a la altura.
Tal vez parecía una vagabunda, pero esto se suponía que era el
infierno. Si podían tener sátiros sirviendo en el bar de arriba, a íncubos
manejando el salón y camareras con orejas puntiagudas deambulando con
cócteles, una persona de la calle al azar no debería sorprender a nadie. Y
si lo hacía, mala suerte. El universo podría odiar a Casanova, pero estaba
conspirando para matarme de hambre.
Y ya había tenido suficiente.
Estaba tomando de nuevo el control de mi vida, o por lo menos de mi
cena.
Iba a salir.
O, ya sabes, acecharía detrás del mostrador de recepción, porque no
quería que me sacaran de la oreja.
Afortunadamente, nadie se estaba registrando en este momento. El
personal me dio un par de miradas, pero la mayoría de ellos me conocían
para ahora, y arrastrarme detrás del escritorio era una de las cosas menos
extrañas que me habían visto hacer. Nadie trató de detenerme, así que me
escabullí de allí por un corredor de servicio, me escondí en la parte trasera
de una tienda de helados y salí al vestíbulo de nuevo. Justo donde el
ambiente infernal daba paso a un pueblo fantasma del Viejo Oeste, si el
Viejo Oeste hubiera tenido cactus de plástico y señales de neón
anunciando cócteles y caras boutiques.
Y un carro tirado por burros de fibra de vidrio con una señalización
de tacos parpadeando.
Podría jurar que un coro celestial comenzó a cantar, si eso no
hubiera sido muy poco probable por aquí. Me lancé hacia delante, atraída
por el canto de las sirenas en forma de carne chamuscada y salsa de chile
habanero, mi boca haciéndose agua y mis ojos vidriosos. Chocando
directamente frente a una camisa de vestir almidonada.
—¿Crees que no te conozco a estas alturas? —exigió Casanova, su
ceceo castellano apareciendo junto con lo que parecía una absoluta
rabieta.
—Oh, por el amor de… ¡sal de mi camino! —le dije, tratando de
pasar.
Pero no tenía mucha fuerza para eso y Casanova, a pesar de actuar
como una pequeña perra la mitad del tiempo, era un maestro vampiro. No
iba a ir a ninguna parte. ¡Maldita sea!
—No vas a arruinarme esto —dijo amenazadoramente.
—¡Sólo estoy tratando de ponerme en la maldita línea de tacos! ¡Ni
siquiera sé lo que es “esto”!
—Esto es mi intento de salvar un negocio en decadencia —dijo entre
dientes, agarrándome del brazo y sacudiéndome detrás de un par de pacas
de heno falsas—. ¡Estoy a punto de estar en televisión, en cobertura de
costa a costa, en primer plano!
—¿Por qué?
—¡Por eso! —dijo Casanova, señalando a un chico de grandes
dientes con un micrófono en la solapa que acababa de salir a un área
despejada frente al vestíbulo. Él y la docena de chicos con camisetas
negras que corrían a su alrededor interfiriendo, estaban bloqueando el
acceso a la mayoría de la gente a los elevadores de la esquina, pero a nadie
pareció importarle. Estaban demasiado ocupados observándolo mientras
sonreía a una cámara de vídeo de aspecto profesional.
—Demonios —dijo de pronto, aparentemente saboreándolo—. Ogros.
Gigantes. Monstruos de todo tipo. Si usted no cree en monstruos, eres
parte de una pequeña minoría. A lo largo de la historia, casi todas las
culturas de la tierra han creído. Aún más extraño, todos ellas han creído
en los mismos monstruos. Toma a los zombis por ejemplo: “Se levantaran
de entre los muertos y se comerán a los vivos… Haré que los muertos
superen a los vivos”. ¿De dónde cree que proviene esa cita? ¿Stephen
King? ¿La Noche de los Muertos Vivientes? No. Es de una antigua epopeya
babilónica que fue escrita hace cinco mil años. Es uno de los escritos más
antiguos del mundo. Los zombis… tienen pedigrí.
—¿Qué es esto? —pregunté, sintiendo mi estómago dar un vuelco
por una razón totalmente nueva—. ¿Cómo hizo la prensa para entrar aquí?
—Los invité —dijo Casanova brevemente.
—¿Qué? —Lo miré con incredulidad.
—¿Tienes alguna idea de lo difícil que es… —preguntó
fervientemente—, obtener ganancias cuando la mitad de tus habitaciones y
la mayor parte de tu personal ha sido apropiado por el condenado Senado?
El “condenado Senado” era el Senado Vampiro, que había perdido su
lugar de reunión habitual en un ataque al principio de la guerra. Ellos se
habían movido temporalmente aquí, ya que el casino era propiedad de uno
de los suyos, siendo parte de la amplia cartera de Mircea. Hasta el
momento eso había ido mejor de lo que esperaba, con un grupo de
maestros de alto nivel y sus séquitos aglomerando el lugar. Pero eso podía
cambiar fácilmente, como esta noche, por ejemplo.
—¿Estás loco? —susurré—. Sabes quién está arriba. ¿Qué demonios
pudo haberte hecho creer que esto era una buena idea?
—La estoy mirando.
—¿Qué?
—¡Oh, qué tan rápido se olvidan! —dijo, burlón—. ¿O es que tal vez
vagamente recuerdas todo menos destruir mi hotel hace poco más de un
mes?
—¿Cuál de todas las veces? —pregunté con inquietud. Porque, de
acuerdo, había habido algunos incidentes.
—Pero los zombis son recién llegados en comparación con los
cambiaformas —siguió diciendo el locutor—. Hay pinturas rupestres de
hace catorce mil años que representan a los seres humanos con caras de
animales o transformándose en bestias de todo tipo. Desde Europa llegan
cuentos de los cambiaformas más famosos de todos: los Hombres Lobo.
Pero, ¿sabía usted que en Centroamérica hay historias de hombres-
jaguar? ¿Y en Asia central de hombres-oso?
—¿La gran batalla? —susurró Casanova, espetando enojado—. ¿Por
la que todavía estoy haciendo reparaciones?
—Oh. —Esa—. ¿Qué hay de esa?
—Bueno, se corrió la voz, ¿no? ¡La contención no es tan fácil cuando
tienes gigantes refriegas mágicas llevándose a cabo en el aire sobre el
maldito techo! Hicimos lo mejor que pudimos, pero desde entonces, ha
habido rumores. Finalmente fueron tan insistentes que el Senado decidió
que sería más fácil hacer que esas bazofias de personas vengan…
—¿Qué personas?
—Debes haberlos visto —dijo con impaciencia—. Con pequeños
cuernos, los chillidos y el… ¡oh, no importa! El punto es que, su numerito
está descreditando las leyendas urbanas y cosas así. Si vienen aquí y no
encuentran nada…
—¿Y si lo hacen?
—Luego está el eterno favorito de todos, el vampiro —entonó el
locutor—. ¿Hasta dónde se remontan? Pongámoslo de esta manera: hay
antiguos fragmentos de cerámica persa representando a criaturas
chupadoras de sangre. Que son anteriores a todos los registros escritos,
amigos.
—Entonces hacemos algunos ajustes mentales, borramos algunas
imágenes, ¡lo que sea necesario! —dijo Casanova—. Pero al final, van a irse
satisfechos y, más importante aún, ¡tendré un anuncio en horario estelar
de una hora de forma gratuita y tú no vas a arruinarme eso!
—No estoy haciendo nada —le dije con rabia—. ¿Cuál es tu
problema?
—¡Oh, por favor! ¡No creas que no sé por qué esas perras están aquí!
—¿De qué estás hablando?
No recibí una respuesta, porque un chico en un uniforme de
seguridad corrió hacia nosotros, viéndose asustado. Dado que la mayoría
de los guardias de seguridad alrededor del casino eran vampiros, y
vampiros que habían visto algunas jodidas cosas, eso no me hizo muy
feliz. Y por una vez, Casanova y yo parecíamos estar en la misma sintonía.
—¿Qué? —exigió antes de que el guardia incluso se detuviera.
—Señor, es cada vez peor. No podemos contener…
—¡Entonces pide refuerzos! ¡Están grabando!
—Señor, hemos pedido refuerzos. Tenemos a toda la guardia de
servicios en el lugar o en camino, pero no somos, es decir, no podemos…
—No me vengas con eso —gruñó Casanova—. ¡Solo son tres!
¡Siéntense en ellas si es necesario!
—Señor, no creo que entien…
—Muy bien, van a tener que contener la situación… —dijo un chico
en una camiseta negra con un cerdo rosado en el frente—. Los estamos
escuchando en los micrófonos.
—Lo siento —susurró Casanova obsequiosamente, y me empujó
contra la pared.
—Y en cuanto a los demonios, bien, han sido mencionados en casi
cada libro sagrado —dijo el locutor—. Junto con un montón de textos
seculares. Tomen a los íncubos, por ejemplo. Un espíritu que
supuestamente visita a las personas mientras duermen, para, eh, tener
relaciones carnales. Esa idea se remonta a Mesopotamia, al comienzo de la
historia escrita, al menos cuatro mil quinientos años atrás.
Casanova se giró hacia el otro vampiro de nuevo.
—Estarán con la introducción en un minuto. Sólo espera hasta
que… —Un pollo pasó volando por delante de su cara—. ¿Qué dem… qué
fue eso?
—Señor, eso es lo que he estado tratando de decirle —dijo el vampiro
con tensión—. No tenemos un minuto.
—Pero ahora todas estas leyendas, fábulas, mitos, y, sí, monstruos,
se han reunido en un solo lugar, para su entretenimiento —dijo el locutor,
levantando un brazo—, ¡en una atracción en Las Vegas de la que está
hablando todo el mundo! El Dante, donde se rumora, cosas inexplicables
suceden de forma regular…
Otro pollo pasó volando, esta vez delante de la cara del hombre.
—¿Qué es eso? ¿Qué está pasando? —exigió, rompiendo la
caracterización.
—Creo que se te olvidó una —resonó la voz de una mujer, sonando
divertida.
—¿Qué?
—En tu larga lista de criaturas sobrenaturales. Has olvidado al más
importante de todos.
—¿A quién he olvidado? —preguntó el hombre, pareciendo
confundido.
Pero no tanto como cuando toda una bandada de pájaros asustados
repentinamente descendió sobre la multitud, chillando, cacareando y
haciendo que la gente se agache y grite. O cuando uno de ellos de repente
se transformó en pleno vuelo en un vampiro desnudo. Quien golpeó el
suelo con un ruido sordo y un grito:
—¡Brujas!
Se levantó tambaleando y salió corriendo, con el trasero desnudo
frente a la cámara, pero dudo que nadie se diera cuenta. Debido al
pandemónium que se había desatado. Pollos, ovejas, y una bandada de, sí,
puercos estaban corriendo, volando, graznando y chillando por todas
partes, la gente gritaba y se agachaba, y algo o alguien se estrelló contra el
puesto de tacos. El cual terminó volcándose, desparramando la deliciosa
carne y el queso rallado, tirando mi última oportunidad de cenar por todas
partes.
Finalmente llegué a mi límite.
—¡Deténgase! —grité, a todo pulmón, incapaz de aguantar más.
Y, sólo así, lo hicieron.
Se detuvieron.
No algo. Todo. Incluso una cabeza de lechuga, atrapada a medio
rebote.
La miré por un momento. Y luego al chico de los tacos, quien estaba
a punto de darle a alguien en la mano un par de enormes bolsas de papel
blanco. Lamí mis labios. Me acerqué y quité las bolsas de sus dedos
congelados.
Me sentiré mal por esto más tarde. En este momento, todo lo que
sentía era hambre. Aferré mi comida robada contra mi pecho y pasó por
encima de un río de grasa, un turista caído, y un pájaro a pleno vuelo.
Luego doblé la esquina…
Para encontrar que la burbuja de tiempo que había creado
inadvertidamente no se extendió tan lejos. Las hojas del helecho en la
maceta crujían ligeramente con la brisa del ducto de aire acondicionado.
Un pollo atrapado dentro de un uniforme de guardia de seguridad dejó de
luchar para mirarme por el agujero del cuello. Y un trío de mujeres en uno
de los elevadores intercambiaron miradas.
El ascensor tintineó y las puertas se abrieron. Me subí. Una de las
mujeres empezó a decir algo, pero levanté una mano. Tenía salsa de taco
en ella.
—La próxima vez —dije con voz áspera—, traten de llamar.
—¿Llamar?
—Estoy en el directorio —dije salvajemente.
Y entonces las puertas se cerraron y desaparecí.
Tan buenos. Oh Dios, tan jodidamente…
Hubo un golpe en la puerta. Levanté la vista del festín que se
extendía en mi colcha, y miré hacia ella. Pero, aparentemente, mi estado
de ánimo no se comunicó por sí mismo al echar espuma, porque un
momento después, la puerta se abrió.
Un vampiro miró dentro.
Escondí mi comida lo mejor que pude, y le gruñí.
Retrocedió un poco, con las manos levantadas.
—Cielos. Quiero decir… Por Dios —dijo, con sus grandes ojos grises.
—Vete. De. Aquí —le advertí, y empujé otro nacho en mi boca.
—Sí, eh, sí. Solo que Marco dijo que te preguntara… —Se
interrumpió, mirando algo—. Oye, ¿eso es mole…?
—¡Fuera! —Y desapareció de repente.
No se fue, desapareció.
Me entró el pánico por un segundo, pero luego lo vi, no mentalmente
en la forma que vi cuando desplacé a alguien una vez, sino corriendo en
pánico más allá de la puerta abierta. Por un segundo, me pregunté si
realmente lo había desplazado. Los vampiros podían moverse lo
suficientemente rápido como para que se viera así…
Pero no. La falta de poder me golpeó un segundo más tarde,
obligándome a dejar escapar un gemido. Maldita sea, me sentía como una
mierda.
No es de sorprender. La verdadera sorpresa era que no estuviera
muerta. Desplazarme en el tiempo casi constantemente durante una
semana, apenas pausando a comer y dormir antes de salir de nuevo, parar
el tiempo, esa era toda una fuga de energía masiva, y luego desplazar a
alguien… no es de extrañar que no se hubiera ido lejos, solo a unos pocos
metros. Me sorprendió que hubiera ido a algún lado en absoluto. Y ahora
sentía náuseas.
Bebí una margarita en alguna clase de vaso de polietileno y le dije a
mi estómago que lidiara con ello. Un momento después, otro vampiro
apareció en la puerta.
Éste fue más inteligente. Éste no entro. Éste se limitó a verme con
los brazos cruzados y con desaprobación fraternal, aunque no sabía si era
por mi apariencia, mi forma de comer en la cama, o por asustar al pobre
Fred.
—¿Es seguro entrar? —preguntó, después de un minuto.
—¿Te vas a comer mi comida?
Marco levantó una espesa ceja negra.
—¿Es del puesto de acidez estomacal de abajo?
—Sí.
—Entonces es sagrado, te lo aseguro.
—Entonces puedes entrar —le dije, como si tuviera elección. Marco
iba a donde condenadamente le complazca.
Por el momento, se conformó con ocupar una de las pequeñas y
delicadas sillas de princesa, de diseñador, que habían escogido para
agraciar mi dormitorio. Siempre parecía que iban a romperse bajo la
presión, pero de alguna manera nunca lo hacían.
—Te fuiste por mucho tiempo —dijo finalmente.
—Me quedé dormida.
—¿En un pinar? —Sacó algo de mi cabello.
Maldita sea, pensé que los había quitado todos.
—Eso fue después que desperté.
Él me miró. Le miré de regreso. Y me comí otro nacho.
Suspiró.
—Has estado actuando raro toda la semana.
—Pensé que siempre actuaba extraño, de acuerdo a ti.
—Entonces, más raro. —Él me contempla rasguñada, sucia y
salpicada-de-habanero—. ¿Hay algo que quieras decirme?
Y de repente, allí estaba. En realidad, en serio ahí estaba. No sabía
si estaba haciendo la cosa de vampiros y manipulando mis emociones,
pero lo dudaba. Marco no solía hacer ese tipo de cosas. Es por eso que
habíamos desarrollado una especie de vínculo en las últimas semanas que
habíamos estado atrapados aquí.
Sabía que a Marco no le gustaba ser niñera más de lo que a mí me
gustaba tenerla. Pero era su trabajo cuidarme y el mío dejarme cuidar, por
lo menos lo era ahora que todo el mundo quería matarme. Y ambos
hacíamos nuestro trabajo. Para crédito de Marco hacía el suyo con un
poco de gracia, y hacía de este lugar tan acogedor para mí como cualquier
jaula dorada llena de vampiros como podía estarlo.
Tal vez por eso tuve una repentina urgencia loca de derramar hasta
mis entrañas. Quería decirle exactamente lo que había estado haciendo.
He querido decírselo a alguien durante toda la semana. La presión, el
miedo, la angustia, la ansiedad trepidante, tenía todos esos estados
construyéndose en mi interior hasta el punto de empezar a sentir como si
quisiera gritar.
Y mira cómo ha resultado todo, pensé sombríamente.
—No —dije, y mastiqué un pedazo de pollo cubierto de chocolate.
—¿Estás segura? —preguntó, y miró fijamente mi camiseta.
Mierda. No sabía qué tan raro olería la cosa sucia que llevaba
después de restregarla por medio del bosque, pero no importaba. Los
vampiros no son herbívoros. No están diseñados para diferenciar entre los
tipos de flora, incluso la extraordinaria flora inducida por la habilidad de
una diosa. Están diseñados para encontrar presas. Como el hombre con el
que acababa de rodar por todo el bosque.
Cargué con un nacho, y no respondí.
Marco nunca me había preguntado en dónde estaba Pritkin. Pero
algunos de los otros chicos lo habían insinuado alrededor, y algunos
sabelotodo habían dejado una copia de uno de esos periodicuchos más
escandalosos sobre la encimera de la cocina. Uno con una foto pixeleada
de Pritkin y yo besándonos en el porche delantero del jefe.
Había sido tomada en lo que se suponía fue mi coronación, después
de que los Spartoi me atacaran. Habíamos luchado, y yo gané, un hecho
que continuaba asombrándome. Pero ganar no aseguró la supervivencia, y
casi no lo había logrado. La foto era de Pritkin donándome la energía que
necesité para vivir, básicamente dándome la versión íncubo de un boca a
boca. Solo que no se había visto de esa forma.
Y el hecho de que había estado completamente desnuda en el
momento no había ayudado.
Tal vez Marco pensaba lo mismo que algunos de los otros, que
Pritkin estaba manteniendo un bajo perfil fuera del camino de Mircea. No
lo sé porque nunca habíamos hablado de esto. Y nunca habíamos hablado
de eso porque él nunca había preguntado.
Tampoco lo hizo esta vez.
Él simplemente se acercó y se apropió del enorme nacho que había
estado preparando distraídamente, poniéndole guacamole, carne, queso,
frijoles refritos, crema agria y cargado de salsa tragándoselo todo en un
solo bocado. Y luego dijo suavemente:
—Porque sabes quién estará preguntando después.
—¿El Senado?
Marco me dirigió una mirada extraña.
—En cierto modo.
Mierda, mierda, mierda.
—Pensé que Mircea estaba en Nueva York. —Él siempre estaba en
Nueva York en estos días. Bueno, excepto cuando estaba en Las Vegas, o
en su corte en Washington, o en uno de la media docena de lugares de por
medio. Comprendía la necesidad de no poner todos los huevos en una sola
canasta en tiempo de guerra, así que tenía sentido que el Senado
extendiera su base de poder. Pero esto se estaba volviendo ridículo. Me
sorprendía que no le hubiera dado un latigazo a estas alturas.
—No tiene que estar aquí para estar aquí —dijo Marco—. Si
entiendes lo que digo.
—Sí. —Esa era una de las ventajas de ser un vampiro maestro: lo
que veía su familia, Mircea podía verlo. Pero, a diferencia de todos los
demás aquí, yo no tenía la habilidad de hablar-con-la-mente, y no estaba
pensando en tomar el teléfono. De hecho, podría arrojarlo contra la pared.
Mircea mi amigo/amante/protector/ocasional socio en el crimen hubiera
sido bienvenido. Mircea el senador… no tanto. No hasta que terminara con
mi misión actual, de todos modos.
Él podría tener un casino temático del infierno, pero tenía una idea
bastante clara de lo que sería su punto de vista sobre mi persona visitando
al infierno real.
Marco suspiró y miró por encima de mi desastre en la cama.
—¿Cuándo se les ocurrió el de mole?
—La semana pasada —dije, y se lo entregué. Había agarrado un
montón.
Comimos en silencio durante un rato. Marco era uno de esos tipos
que no sienten la necesidad de hablar todo el tiempo. Le había preguntado
acerca de eso una vez, y él había dicho que pasó años aprendiendo a
bloquear la cháchara incesante de otros miembros de la familia que
pasaba por su cabeza. Se podría pensar que las habilidades mentales de
los vampiros se utilizarían solo para cosas importantes, pero al parecer no.
De acuerdo a él, chismeaban todo el tiempo, y casi lo vuelven loco antes de
aprender a cómo filtrarlos. Y ahora él no apreciaba la de tipo verbal
tomando su lugar.
Eso estaba bien. También me gustaba la tranquilidad. Sobre todo
cuando la alternativa era un montón de preguntas que no podía
responder.
No es que no me hubiera gustado tratar. Marco tenía grandes
hombros, y habría sido un gran alivio poder volcar parte de esto sobre
ellos. Pero no sería justo, y de todos modos, no había nada que él pudiera
hacer. Salvo decirle a Mircea lo que estaba pasando, no porque fuera un
soplón, sino porque eso era lo que los sirvientes vampiro hacían.
Básicamente él sólo me había recordado ese hecho, porque era un tipo
decente. Pero no había necesitado la pista.
Sabía que no podía decir nada a nadie.
Era una de las cosas más difíciles acerca de este trabajo. Y
sospeché, por qué una gran cantidad de pitias desarrollaron la reputación
de ser un poco… raras. ¿Cómo no serlo cuando sabías cosas que nadie
más conocía, cosas que nadie más podía permitirse saber, y cuando ni
siquiera tienes a nadie con quien te pudieras desahogar alguna vez un
rato, sobre lo absurdo de visitar a tus padres muertos, o detener el tiempo,
o ir al infierno…?
Me estaba volviendo loca y solo había tenido el trabajo unos meses.
¿Cómo lo había hecho Agnes? ¿Y durante décadas?
Por supuesto, ella no había sido exactamente la niña del cartel de la
normalidad. Y eso a pesar de tener a Jonas ayudándola. Y aunque dudaba
que le hubiera dicho todo, o incluso la mayoría de las cosas, sabía que
ellos habían hablado. Él no habría sido capaz de entrenarme de lo
contrario.
Y de repente, estúpidamente, sentí una punzada de celos por una
mujer muerta.
Y está biiiiien. Eso era suficiente por un día.
Raspé el último nacho en el pequeño vaso de plástico que tenía
guacamole.
—Estoy que me derrumbo —le dije a Marco—. ¿Qué era lo que
querías preguntarme?
Su oscura cabeza se inclinó inquisitivamente.
—¿Fred dijo que había algo? —incité.
Sonrió.
—Oh, sí. Quería saber lo que le hiciste a esas brujas.
—¿Por qué? —pregunté con cautela.
—Porque ellas llamaron para pedir una cita mañana.
—Um.
Sus ojos oscuros se estrecharon.
—¿Hay algún problema?
—Mejor que sea pasado mañana. Estoy… planificando dormir.
Siguió sin preguntar.
—Date un baño —me dijo, tapándose un lado de la nariz.
Y luego lo arruinó al robarse el resto de mis nachos.
Bastardo.
Estaba lavando la maldita camiseta cuando recibí un mensaje de
texto. Tomé mi teléfono de la mesita de noche antes de que vibrara hacia el
borde y vi un gran signo de interrogación negro mirándome. Lo miré de
vuelta por un momento, y luego envié un mensaje: Mañana.
Esperé para asegurarme de que se fuera.
Mierda.
Sí. Se fue.
Dejé la camiseta en remojo y metí mi cansado culo en la ducha.
Después de lavar 40 acres de tierra de donde Tony, apoyé mi cabeza
contra el resbaladizo azulejo, envolví una mano alrededor de mi cuello, y
traté de relajarme. No funcionó. Estaba realmente cansada, con los huesos
dolorosamente cansados, hasta el punto que me sorprendió no acabar
cayendo dormida allí mismo.
Pero no estaba lo suficientemente cansada.
No para relajarme, no para olvidar, ni para dejar que todo
desaparezca por un tiempo y detener el torbellino en mi cabeza.
Últimamente, se sentía como uno de esos juegos de carnaval con la gran
rueda girando y los anunciadores diciendo que pagues el dinero y pruebes
tu suerte. Solo que con mi rueda, eso no tenía sentido. Puesto que cada
maldito segmento daba lugar a otro problema.
Y el pequeño espacio que apareció esta vez, estaba marcado con
Mircea.
Dios, Mircea. No era de extrañar que Marco estuviera siendo amable
conmigo. Él probablemente supuso que estaba así por eso.
En cierto, también lo había imaginado. Los vampiros piensan de
manera diferente a los humanos sobre un montón de cosas, pero no me
parecía que ver a tu novia besándose con otro hombre en tu porche
delantero fuera una de ellas. No cuando había sido sorprendida por
algunas de las cámaras en el lugar dejando constancia de mi gran
momento, que había terminado siendo diferente de lo esperado.
No es que eso les hubiera parado de transmitir a todo el maldito
mundo.
Había estado esperando escuchar de eso, era una de las razones por
la que el vertiginoso ritmo de la última semana no me había molestado.
Prefería estar en otro lugar. Pero tarde o temprano, Mircea y yo íbamos a
tener que hablar, ¿y no iba a ser divertido? ¿Cuando ni siquiera podía
decirle lo que había estado sucediendo, porque eso terminaría revelándole
que Pritkin era parte íncubo? Y con ese agudo intelecto suyo no le llevaría
mucho tiempo para poner dos y dos juntos, no cuando solo había existido
alguna vez un híbrido de íncubo humano en toda la historia.
Me pregunté qué molestaría más a Mircea, ¿qué besara a un mago
de guerra o al hombre al que el mundo recordaba como Merlín?
Por supuesto, no era la única con secretos. Como todo el asunto con
las pitias que había medio escuchado. ¿Qué demonios quería Mircea con
las pitias?
Sabía lo que el Senado quería: tener a la pitia en su esquina les daba
poder en la comunidad sobrenatural para rivalizar con los magos, algo que
nunca habían tenido realmente. Y eso tampoco dejaba de ayudar en sus
esfuerzos en la guerra. Pero esto no había sido por el Senado, ¿o sí? Esto
había sido sobre Mircea personalmente.
Así que, ¿qué era lo quería?
Tal vez era solo lo que ya sabía: su hermano Radu había sido
encarcelado por la Inquisición y torturado hasta la locura. Retroceder en el
tiempo para salvarlo había sido casi lo primero que Mircea me había
pedido una vez que nos encontramos de nuevo en edad adulta. Y era cierto
que amaba a su hermano. Hablaba de él todo el tiempo…
Pero él no hablaba de eso. No hablaba sobre la campaña de siglos
que había librado para salvarlo. Podía entender que no me dijera antes lo
que quería, en caso de que imaginara que cambiar el tiempo usualmente
era un gran NO para la pitia. Pero tampoco había dicho nada después. Y
luego que tuvo a Radu de regreso, ¿qué daño podía haber al decirme?
Tal vez simplemente no habíamos llegado a eso. Pero esa era la cosa
con Mircea: un montón de cosas simplemente nunca ocurrían. Y cada vez
que trataba de preguntar algo acerca de cualquier cosa más allá de lo
superficial, la conversación se desviaba rápidamente. Realmente rápido.
Así que, ¿qué era lo que no quería que supiera?
Tal vez no era nada, sólo el viejo hábito de alguien que había
aprendido hacía mucho tiempo a mantener las cosas para sí mismo. Pero
yo no era un maestro rival. Y éramos novios. Deberíamos hablar más de
esto, ¿cierto?
No lo sabía. No era como si hubiera tenido un novio antes. Gracias a
crecer con Tony, no era como si hubiera tenido alguna relación, en un
sentido estricto, que llamáramos normal. Y Mircea podía hablar en círculos
alrededor durante décadas; probablemente ni siquiera tendría que sudar
para mantenerme en la oscuridad.
Pero, ¿lo haría?
Mi cerebro no sabía, pero mi instinto… mi instinto tenía otras ideas.
Tenía, por ejemplo, vetada la idea de preguntar a Rafe, pintor de la vieja
corte de Tony y mi amigo de la infancia, sobre mis padres. Eso hubiera
sido más fácil que correr tras Laura… mucho más sencillo. Y entre la vieja
corte de Tony, Rafe no me mentiría.
Pero entonces, tampoco sería capaz de mentir a Mircea, si le
preguntara a quemarropa lo que yo estaba haciendo. Así que fui con
Laura, incluso aunque tal vez no hubiera tenido que hacerlo. Aunque tal
vez estas dudas estaban sólo en mi cabeza. Aunque…
Por décima vez me dije que detuviera esto y simplemente me
relajara. Tenía un día completo mañana. Necesitaba despejar la cabeza.
Necesitaba dormir un poco. Necesitaba…
Caray, sabía lo que necesitaba.
También sabía que no iba a conseguirlo.
Era uno de los problemas de vivir con criaturas con sentidos
sobrenaturales. Estaban conmigo todo el tiempo. Incluso cuando no
estaban a mi lado, muy bien podrían haberlo estado. Y no era sólo de su
olfato que tenía que preocuparme. El oído del vampiro captaba cada
aliento, cada palabra, cada suspiro…
Mis dedos se cerraron contra el azulejo cálido y húmedo, pero no
ayudó. Necesitaba un poco de tiempo a solas. Necesitaba un poco de
espacio. Lo que más había conseguido para mí últimamente había sido el
poco tiempo en la habitación de Pritkin, y entonces me había quedado
dormida en su mayoría. No es que importara, ya que una zona de guerra
no era propicia para ciertas cosas, aunque si pensaba en ello, podría haber
estado lo suficientemente desesperada…
Eché un vistazo a la puerta de la ducha, toda empañada. Eso y la
fuerte caída de agua tibia me hicieron sentir casi como si estuviera en otro
lugar. Podía cerrar los ojos e imaginar una cascada o una selva tropical
o… o una ducha sin vampiros alrededor. No era realmente exigente en este
momento.
Me quedé allí por un momento, preguntándome cómo una persona
llegaba a tal punto en que en realidad tenía un debate interno sobre si
debía masturbarse o no. Me dio una risita medio histérica de lo totalmente
absurdo de mi situación, la que, por supuesto, también me tuve que
tragar. La gran pitia, semidiosa y heredera al trono de Artemisa…
Ni siquiera se podía dar placer a sí misma.
Solo que podía. Podía totalmente. Sentí que lo deseaba tanto, estaba
tan cerca del borde, que podría no tener que hacer mucho después de
todo. Sólo podía dejar que mi suave mano se deslice sobre mis pechos, se
deslice por mi estómago, y luego sólo siga los senderos de agua un poco…
un poquito… más abajo…
Y sentí el choque repentino de unas manos en mi cuerpo, una
lengua deslizándose por mi espalda desnuda.
Debería haber saltado; casi salté. Pero conocía esa lengua. Conocía
esas manos. Conocía… oh Dios.
Las palmas eran cálidas, desafiando la leyenda. Los dedos eran
ásperos por callos formados hace cientos de años, en guerras que la
mayoría de la gente había olvidado. Y el toque… era majestuoso.
Eso es lo que quinientos años de experiencia hacen por ti, pensé
violentamente, cuando un resbaladizo cuerpo por el agua se apretó contra
el mío.
No me di vuelta. No me moví. No había esperado ver Mircea esta
noche, había estado preparándome psicológicamente para una llamada
telefónica, y ahora…
Quería hablar, decirle que lo sentía, decirle que no había sido lo que
parecía ser. Pero mi garganta se había cerrado, y no salió nada. Excepto
un gemido cuando la húmeda piel desnuda se deslizó contra mí, con un
escalofrío casi eléctrico.
Mircea tampoco dijo nada, no con palabras. Pero conocía la tensa
flexión de ese cuerpo delgado, y no necesitaba palabras. Las manos que
habían sido gentiles un momento antes agarraron mis caderas, sus dedos
clavándose en mi piel desnuda. Y me atrajo más hacia atrás contra él, lo
bastante rudo como para arrebatarme otro grito ahogado de mis labios.
O tal vez esa era la imagen que cruzó por mi visión, un poderoso
cuerpo de pie bajo la ducha, con un brazo apoyado contra la pared, su
moldeada mandíbula bañada con agua, y los ojos entrecerrados mientras
él… ¿se complacía a sí mismo?
No tenía sentido, como tampoco el hecho de que los azulejos en los
que él se estaba apoyando eran de un color diferente a los míos. O que la
ducha estaba configurada en una dirección diferente, haciendo que me
duela el cerebro. Pero no tenía tiempo para procesarlo, porque las
imágenes eran un poco… abrumadoras.
Su oscuro cabello mojado se derramaba sobre sus hombros, suelto
como pocos lo han visto. Riachuelos corriendo por su pecho, estómago y
sus apretadas nalgas por el esfuerzo, duros bíceps agrupados en el brazo
con el que se estaba apoyando, y también en el que estaba usando para
agarrarse. Solo que agarrar no era la palabra correcta.
Él retiraba la jaula de su palma en largas y lentas estocadas para
después volver con un duro movimiento, dejándome sentir el poder detrás
de cada embestida. No había nada del toque delicado que a menudo
utilizaba conmigo, el cual había confundido con su preferido. Pero que
ahora me daba cuenta que era el resultado de un vampiro moderándose
por la fragilidad de un ser humano, tan temeroso de poder lastimarla que
era extremadamente gentil, cauteloso.
No estaba siendo cauteloso ahora. Y era hermoso, él era hermoso, en
su casual brutalidad. Alguien que no podía hacerse daño a sí mismo y
sabía que no podía, empujando sus límites, llegando a un clímax que…
¿De repente me incluía?
Esos increíbles ojos cerrados, esos dientes afilados enterrados en su
labio inferior, y un ceño de intensa concentración aparecieron en su
rostro. Una mano empujó mis rizos mojados a un lado, la lengua encontró
las muescas en mi cuello que había dejado allí como una marca de su
posesión. Y algo parecido a una descarga eléctrica reverberó a través de
mí. Sus manos se deslizaron sobre mi cuerpo, enrollándose en mis
pezones, apretando mi piel, incluso antes de que un espesor inconfundible
se deslizara contra mí.
Estaba duro, caliente e increíblemente pesado. Mircea no era
pequeño, aunque suave, y como esto, era asombroso y de alguna forma
aterrador. Al menos normalmente. Pero en este momento no había nada de
eso. Sólo esto, sólo un aliento jadeante, una necesidad cruda y pulsante,
un dolor insatisfecho, y en realidad estaba a punto de estallar,
desmoronándome por completo, volverme absolutamente loca si él no…
—Oh Dios. Sí. —Eso es lo que quería, lo que necesitaba, no mi
propio toque sino el suyo, la sensación de él a medida que envolvía mis
piernas alrededor de su cintura…
Y casi me caigo. Mi espalda estaba contra los húmedos azulejos
resbaladizos, mi frente contra un enjabonado vampiro resbaladizo, y en
cualquier momento ahora, iba a aterrizar en una indigna posición. Y dada
mi experiencia, probablemente en mi trasero. Pero entonces Mircea deslizó
sus fuertes manos debajo de mis muslos, impulsándome, levantándome
con su cuerpo mientras se empujaba dentro de mí…
Cuidadosamente, como no lo había sido hace unos momentos. Él
estaba ralentizando, siendo cauteloso, refrenándose. Y no quería eso.
—No —jadeé, incluso mientras me sostenía, tan, tan
cuidadosamente. Como si fuera de porcelana, como si pudiera romperme.
Cuando quería quebrarme; quería sentir—. No así. Como antes.
—Te haré daño.
—No lo harás.
Pero Mircea estaba siendo terco.
—Mi fantasía, mis reglas —me dijo, cambiando de posición,
consiguiendo que la última media pulgada… justo allí…
—Eso es hacer trampa —jadeé sin aliento—. Y es mi fantasía.
Una ceja oscura se arqueó, haciendo que una cascada miniatura se
deslice en una de sus mejillas esculpidas.
—Perdóname, dulceaţă, pero creo que esta es mi fantasía, lo que
explicaría por qué está siendo tan difícil.
—¿Te gusta cuando soy difícil?
—Me gustas de cualquier manera —murmuró en mi oído, su
húmedo cabello oscuro cayendo a mi alrededor mientras aceleraba…
Pero no lo suficiente.
Las largas y gruesas estocadas estaban siendo más exasperantes
que satisfactorias, y no era lo que quería.
—¡Maldita sea! —Lamí su lóbulo—. ¡Haz lo que digo!
Bajó la velocidad aún más, en un deslizar mucho más sensual.
—Oblígame.
Mordí un poco de su tentadora carne, y lo sentí vibrar contra mí. Oh,
a él le gustó eso, ¿no?
—Más duro —le pedí.
—Eso es hacer trampa —murmuró, pero el ritmo se aceleró
notablemente.
Mordí su cuello entonces, justo en el punto donde se unen sus
grandes hombros y su fuerte cuello, y él soltó una carcajada.
—Ahora sé que estoy soñando.
Sangró un poco, pero el agua lo lavó de inmediato. Mordí un poco
más duro la siguiente vez, más cerca del punto donde había dejado su
marca en mi cuello y lo sentí de repente ponerse rígido contra mí. Y
entonces me empujó contra la pared y me tomó, con un abandono
imprudente que me dejó sin aliento, adolorida, jadeando y…
—¿Cassie?
Esta vez sí salté, y di un grito, casi cayendo sobre mi culo. Porque no
había sido la voz de Mircea. Me tomó un desorientador segundo aferrarme
a la jabonera para procesar el hecho de que: a) ese había sido el tono
profundo de Marco, b) estaba fuera de la ducha, c) no había nadie aquí
excepto yo, y d) podría posiblemente estarme volviendo loca, pero eso no
era exactamente una noticia nueva.
—¿Estás bien? —preguntó Marco.
No le respondí. No estaba segura de que pudiera. Jadeaba como un
tren de carga y mis ojos estaban nublados mientras luchaba por realmente
contener un inapropiado orgasmo. ¿Qué demonios?
—¿Cassie?
Tragué fuerte, mirando la puerta empañada, donde la luz de la
habitación quedaba bloqueada en su mayoría por el perfil romano de
Marco. Estaba mirando a la pared, a pesar del hecho que incluso los ojos
de un vampiro no podrían haber visto mucho aquí, porque sabía que se
trataba de mí. Todos sabían sobre mi modestia corporal, lo que era
estúpido considerando la cantidad de tiempo que terminaba desnuda, pero
así era.
Pero él no estaría fuera por mucho tiempo, si no conseguía una
respuesta. Preservar lo que quedaba de mi modestia no era su trabajo;
mantenerme viva sí. Y casi había muerto en el baño una vez, porque la
gente no había querido molestarme, a pesar de que arreglármelas para
matarme a mí misma en una ducha era discutible. Pero seamos sinceros,
si alguien pudiera…
—Cassie. —Y de acuerdo, ese tenía el tono de “tienes exactamente
tres segundos para responder antes de que entre y te salve, así que si
quieres ahorrarte la condenada vergüenza, será mejor que respondas”. Y
ya que aún estaba tendida contra la pared, mi cuerpo tenso y tembloroso,
decidí que podría no ser un gran plan.
—Yo… sí. Sí.
—¿Estás segura? —Él no parecía muy convencido, y no podía
culparlo. Mi voz había sonado como un graznido roto.
Me aclaré la garganta y lo intenté de nuevo.
—Sí, estoy… estoy bien.
—Bueno. Es sólo que has estado allí un rato.
Sí, supuse que sí. Mis dedos estaban como pasas, y me sentía más
que un poco mojada. Junto con muy, muy confundida.
Tragué saliva.
—Estaba a punto de salir.
—Muy bien.
—Marco… tú… no has escuchado de Mircea esta noche, ¿cierto?
—No, es un poco temprano para que él se reporte. Hay una
diferencia horaria entre Nueva York y las Vegas, ya sabes.
—Sí. Lo sé.
—Le voy a decir que estás bien, si llama. Duerme un poco, Cassie.
—Voy a hacer eso —le dije, mirando a mi ducha vacía.
Después de todo, mañana iba a ser un infierno.
El infierno, resultó ser, que se parecía mucho a las Vegas.
No del tipo centellante-neón-brillante. Más a la parte árida, llena de
arena con la gente desesperada, pero aun así se parecían. Había una
especie de vaga familiaridad. Me pregunté por qué cierto demonio de ojos
verdes nunca lo mencionó.
Por supuesto, él no mencionaba mucho de nada, pensé con rabia,
justo cuando el chico a mi lado cayó de bruces.
No había nada que lo hubiera causado que yo pudiera ver, a
excepción de su propio par de polvorientos Pradas, pero no obstante cayó
duro. Me paré en seco y me puse en cuclillas, con miedo de haber activado
alguna guarda o de otro modo sus sentidos nos habían funcionado. Pero
supongo que no. Porque un segundo más tarde, se dio la vuelta, la arena
aferrándose a un lado de su elegante perfil, y mirando fijamente a la esfera
celeste que había decidido llamar cielo. Y maldijo ingeniosamente.
Tomé un trago del agua demasiado caliente de mi cantimplora y
esperé.
—¿Quieres montar esa cosa camello? —pregunté cuando la perorata
finalmente cesó.
La única respuesta fue otra serie de maldiciones.
—Supongo que no —dije, y pasé la cantimplora al tercer miembro de
nuestro trío, que se la terminó con un generoso trago.
—¿Acabas de beberte toda el agua? —exigió Casanova, luchando
para sentarse. Solo para que la molesta cola de la bestia le diera una
bofetada en la cara.
No tuve alguna respuesta sabelotodo a eso. Algo sobre Casanova
siendo un vampiro y no tener realmente la necesidad de beber agua. O
acerca de la probabilidad de que la derramara, teniendo en cuenta su
actual falta de elegancia. O el hecho de que nos habíamos metido en un
montón de problemas para encontrar a alguien dispuesto a vendernos
unas de esas cosas que parecían camellos de modo que él pudiera
montarlo en lugar de tambalearse por la arena como un chico de
fraternidad borracho.
Pero Caleb sólo lo miró impasible. De lo más impasible que había
visto jamás, junto con el asunto de ser grande, sombrío, calvo, e
intimidante. De hecho, no había visto nada que Caleb no hiciera bien,
excepto aguantar el histrionismo de Casanova. Supongo que los magos de
guerra estaban hechos de otra pasta. Al menos, los magos de guerra
dispuestos a ir al infierno para rescatar a un compañero. Pero incluso la
paciencia de Caleb estaba empezando a agotarse.
Como lo dejó claro al balancear su polvorienta bota contra la
vestimenta de alta costura de Casanova.
—Levántate.
Unos ojos marrones que actualmente no lucían ni bellos, ni suaves,
ni tentadores lo fulminaron con la mirada por debajo de una cascada de
cabello oscuro y sedoso.
—¡Si no hubieras lanzado este hechizo infernal, no estaría en el
suelo para empezar!
—Un hechizo de cojera no te impide caminar —dijo Caleb, cruzando
los brazos.
—No, me impide caminar correctamente. O correr, ¡lo que podría
tener que hacer condenadamente bien!
—No hubiera sido necesario, si hubieras cooperado.
—¡Oh, por supuesto! —dijo Casanova, luchando con las túnicas
voluminosas que habíamos comprado a un compañero de viaje para cubrir
su Armani—. ¡Por supuesto que esto es mi culpa! ¡Por supuesto que lo es!
¡No puedo imaginar por qué no habría cooperado para entrar en el
infierno!
Caleb sólo continuó observándolo. Como uno de los más antiguos
amigos de Pritkin en el Cuerpo, y la única otra persona, además de
Casanova, que sabía quién era en realidad, había sido una adición natural
a la pandilla de rescate. Casanova había estado menos, mucho menos,
predispuesto, pero lo necesitábamos. O, más precisamente, necesitábamos
el camuflaje que su cuerpo proporcionaba a nuestra guía.
Dicha guía lo miraba con leve reproche en este momento.
—Ya te lo he dicho, no estás en peligro, Carlos —dijo Rian, usando
su nombre de nacimiento. Tenía la impresión de que ella encontraba sus
pretensiones un poco exageradas—. Un anfitrión no es responsable por las
acciones de su demonio. Si nos atrapan, les diré que te obligué…
—Fui forzado —dijo él con rencor—. ¡Nadie en su sano juicio estaría
aquí de otra manera!
Rian no hizo ningún comentario. Ya los había hecho. Probablemente
era por eso que ella y Casanova habían logrado mantener su relación
durante tanto tiempo. Por supuesto, el hecho de que ella eligiera
manifestarse como una bella mujer de cabello negro vagamente persa, con
enormes ojos oscuros, piel color miel, y labios rojos como rubí,
probablemente no había hecho daño.
Y a diferencia de su anfitrión, Rian se había ofrecido para ayudar.
Conocía a Pritkin desde hacía mucho tiempo, desde sus días como un
hombre joven en la corte de su padre, y siempre había simpatizado con su
situación. Lo cual era una suerte, ya que entrar en dicha corte estaba
resultando ser más complicado de lo que pensaba.
Casanova, por el contrario, se sentía claramente más adecuado para
descansar alrededor del tocador de alguien que pasar penosamente por el
infierno. No es que él estuviera vagando particularmente.
Pero finalmente tuvo que arrastrar su indignado metro ochenta de
esbeltez por la arena.
—¿Cuánto más falta? —exigió.
Rian miró al cielo.
—No te preocupes, lo he cronometrado perfectamente. Vamos a
llegar a la ciudad por la noche. Voy a tener que fusionarme contigo por lo
menos una hora antes de eso, o arriesgarme a ser detectada.
—Sí, y no queremos eso —murmuró Casanova.
—No, no lo quieres —dijo ella seriamente—. No estás en peligro,
Carlos. Pero si me descubren, el maestro bien puede revocar mi derecho a
rescindir más tiempo en la tierra. Siente que se ha extendido de manera
injusta con esto.
—No veo por qué —dije, agarrando las riendas de la cosa camello.
Parecía gustarle Casanova. O su cabello, de todos modos. Seguía tratando
de comérselo.
—Para evitar cosechar en exceso en la tierra, los Señores Demonios
hicieron un acuerdo —me recordó—. Solo se permite un número
determinado de cada una de nuestras razas en la tierra al mismo tiempo.
Tenemos que esperar turnos.
—Pero todavía estás en el tuyo. ¿No te permiten tres huéspedes?
—Sí. —Ella lanzó una mirada de reojo a Casanova, que estaba
reaccionando normalmente al mechón con baba de camello que acababa
de recuperar con gracia—. Pero no creo que nadie esperaba que encontrara
a un inmortal como mi último huésped. Debería haber sido obligada a
regresar hace siglos.
—Pero, técnicamente, no estás rompiendo ninguna regla.
—Lo hago ahora —dijo en voz baja, a medida que intercalábamos en
la línea irregular con otros grupos similares que veían de todas direcciones
e iban hacía el mismo lugar.
Estaba realmente agradecida por ellas, ya que el “camino” era
invisible por lo que podía ver, sólo interminables kilómetros de arcilla
rojiza horneada por el sol en gigantescas placas agrietadas y resecadas por
el sol. Solo una ocasional ramita reseca de un árbol sobresalía de una de
las grietas rompiendo con la monotonía, junto con la línea dispersa de
viajeros, todos yendo más o menos en la misma dirección. Mamá había
olvidado mencionar que la Corte Principal de los Íncubos estaba
jodidamente lejos del portal por el que habíamos pasamos para llegar
hasta aquí.
Por supuesto, eso normalmente no habría sido un problema. Rian
podía desplazarse dentro y fuera del mundo de los demonios de la misma
manera que yo podía desplazarme en el humano. Pero los Señores
Demonios eran paranoicos unos con otros y cuidaban muy bien sus Cortes
Principales, y Rosier simplemente había aumentado la seguridad a partir
de su estreches maníaca. Así que sin desplazamientos. Ella había tenido
que venir a través de la versión ASR4 íncubo para poder llegar a casa, justo
como cualquier otro demonio.
Por suerte, nuestro grupo no incluía ningún otro demonio. Y por lo
que concernía a los guardias de la puerta, eso significaba que básicamente
contábamos como la comida durante el vuelo. Por supuesto, eso planteaba
la cuestión de cómo, exactamente, íbamos a salir cuando nuestro grupo
incluyera a otro demonio, y uno en la parte superior de la lista de “no
puede volar”.
Maldita sea, esperaba que mamá tuviera razón.
—¿Quiénes son todas estas personas? —preguntó Caleb, mirando a
los transeúntes.

4Administración de Seguridad en el Transporte (en inglés TSA): gestiona sistemas de seguridad


en los aeropuertos, metros, y ferrocarriles norteamericanos.
No eran tan interesantes como esperaba, al menos lo que podía ver.
Muchos de ellos se protegían tanto como nosotros, contra el resplandor
por encima de nuestras cabezas y de las intermitentes ráfagas de viento
que azotaban arena fina por cada orificio disponible. Pero parecían
vagamente humanos, al menos la mayoría de ellos, un grupo de tipos
andrajosos y hambrientos envueltos en trapos polvorientos.
O, mejor dicho, aquellos que estaban a pie como nosotros. Pero de
vez en cuando, un ruido de cascos y una nube de polvo en miniatura
anunciaba el paso de lo que parecían personas más prósperas, en
refinadas túnicas sueltas para protegerlos del sol. Tampoco pude ver
mucho de ellos, ya que tanto hombres como mujeres llevaba velos que
colgaban de turbantes u otros cubriendo sus cabezas, probablemente para
tratar de reducir la cantidad de polvo rosa que se respiraba en el lugar.
Pero hubo destellos de brillantes sedas coloreadas debajo de sus túnicas
exteriores y cabalgaban en carretas de aspecto cómodo.
Rian miró a su alrededor desinteresadamente.
—Siervos, o aquellos que lo serán. Comerciantes: aquellos pocos en
los que se pueden confiar. Personas de este mundo regresando a casa tras
una travesía en otros lugares…
—¿Personas de este mundo? —Caleb pareció confundido.
—Hay muchos infiernos —le dijo ella—. No es más que un término
para mundos en esta dimensión. Kazallu es uno; la tierra es otro.
—¡Tonterías! ¡No vivimos en el infierno!
—Habla por ti —dijo Casanova, cojeando por lo que resultó ser una
piedra en su zapato.
—Un infierno —dijo Rian, imperturbable—. Cuando encontramos
éste, hace miles de años, la gente era… primitiva, pocos en número,
muriendo de enfermedades, hambre, guerra. Tomamos el control y les
ayudamos.
—Se alimentaron de ellos, querrás decir —interrumpió Caleb.
—Hasta cierto punto. Pero ellos no son muy… ¿nutritivos?
Proporcionan una subsistencia, nada más. Es por eso que nuestro tiempo
en la tierra es tan preciado. En pocos años allí, acumulamos poder que
nos tomaría siglos aquí.
—Así que somos ganado para ustedes —dijo Caleb, como si acabara
de confirmar algo que sospechó durante mucho tiempo.
Rian le lanzó una mirada coqueta.
—Preciado ganado, sin duda.
—Oh, ya déjalo —dijo Casanova, irritado—. Ella simplemente te está
tomando el pelo —agregó a Caleb, haciéndome parpadear.
Miré a Rian, pero sus desempolvados párpados violetas estaban
bajos, sus largas pestañas sombreando sus pómulos altos. Y luego otra vez
a Casanova. Y me pregunté cómo un depredador no se daba cuenta
cuando conocía a uno mayor.
Pero no dije nada, y ella tampoco, al estar ocupada bajando un velo
sobre su cara y alejándose un poco cuando otro vehículo se acercó al
nuestro.
Este era diferente, un deportivo de dos ruedas, casi como un
carruaje, y conducido como uno también. No tuve que preguntar a quién
pertenecía; la reacción de Rian fue suficiente. El conductor íncubo-poseído
no se había molestado con una capa externa como todos los demás. En
cambio, llevaba una delgada túnica fina de seda roja bordada en oro que
brillaba con la luz a medida que nos pasaba, dispersando a los seres
inferiores a uno y otro lado mientras seguía por el camino.
—Hijo de pu… ¿por qué no pudimos conseguir uno de esos? —
preguntó Casanova.
—Están restringidos a los Danim, aquellos que acogen a un íncubo
—dijo Rian—. Atraería demasiada atención.
—Y mis pies ensangrentados, ¿no?
—Si esto podría costarte tanto, ¿por qué nos ayudas? —le preguntó
Caleb a Rian, con los ojos entrecerrados.
—¿No deberías haber preguntado eso antes de venir aquí? —exigió
Casanova.
—Estoy preguntando ahora.
—La pelea entre John y su padre está destruyendo en pedazos a la
familia —le dijo Rian—. Entre otras cosas, está haciendo parecer débil al
maestro. Algunos han comenzado a decir, que si no puede controlar a su
propio hijo, tal vez no debería tener el control de la familia… y eso es
peligroso.
—¿Quién más podría hacerlo?
—Como cualquier corte, la nuestra tiene facciones, demonios
mayores y sus seguidores, que constantemente compiten entre sí para
obtener una ventaja. Rosier por sí mismo generalmente está por encima de
esas disputas, pero John es su punto débil y todo el mundo lo sabe. Y
como todos los que albergan poder, tiene enemigos.
—Imagínate eso —dijo Casanova venenosamente—. Tan semejante
criatura agradable.
—Él es mejor que cualquiera que lo reemplazaría —dijo Rian, más
agudamente.
—Cuando dices que esto está destrozando a la familia, ¿eso significa
que algunos están a favor de Pritkin? —pregunté con esperanza. Porque
podría venirnos bien tener más amigos.
Pero por supuesto que no.
—No. Nadie entiende su renuencia a alimentarse. Se ve como una
prueba de su humanidad, su rareza. Ningún íncubo podría aguantar tanto
tiempo… —Se estremeció—. Va en contra de nuestra propia naturaleza,
contra todo lo que somos.
—Entonces suena como si todos estuvieran de acuerdo con Rosier —
dije con amargura.
Pero ella negó con la cabeza.
—Casi nadie lo está. Pocos entendieron su obsesión con obtener un
hijo mitad humano, y menos aún pueden comprender por qué se niega a
dejar que ese chico viva como le plazca. Sí, John podría ser un activo para
la familia si él usara sus poderes en nuestro beneficio. Pero si no lo hace…
—Oh, sí. El horror —dijo Casanova amargamente—. Su padre quiere
que viva en el regazo del lujo, rodeado de mujeres hermosas y siendo
tratado como un príncipe. Y todo lo que tiene que hacer a cambio es tener
sexo con algunos demonios probablemente magníficos. Pero, ¿qué hace en
lugar de eso?
—Vivir su propia vida —le dije—. No ser prostituido por su padre y
ganar poder para las propias ambiciones de Rosier. Cosa sobre la que no
tiene control y que podría ser cualquier maldita…
—Oh, por favor. Todos estamos en los engranajes de las ambiciones
de otra persona, nos guste o no. Así es la vida. Si eres inteligente, en lugar
de boicotear el sistema, mejor obtienes lo que puedas de él.
—Sí, si eres un egoísta hijo de…
—Ni siquiera lo intentes, niña —espetó Casanova—. ¿Soy egoísta?
¿Qué hay de tu precioso mago? Estamos en guerra, por si no te diste
cuenta.
—Esa es la razón por la que está aquí —dije con impaciencia—. Él
me salvó…
—Sí, a una sola persona. ¿Y qué pasa con el resto de nosotros?
—¿Qué pasa contigo? ¿Qué debía hacer Pritkin…?
—Se suponía que iba a encargarse de esto, si hubiera sacado la
cabeza de su culo, inclinar ese obstinado cuello a su padre, y preguntar
amablemente, ¡tal vez podría habernos conseguido algunos malditos
aliados que valieran la pena!
—¿De qué estás hablando?
—Los Señores Demonios —dijo Casanova severamente—. El Concilio
de Demonios. ¿Tienes alguna idea de cuánto poder tienen?
—Carlos… —dijo Rian tranquilamente.
—¿Quieres que alguien gane esta guerra por ti, hacerlo rápido? —
preguntó Casanova, ignorándola—. Ahí es a dónde vas para acudir por
ayuda. Pero en cambio, ¿qué estamos haciendo? —dijo y extendió una
mano—. ¡Estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo para cabrearlos!
—Carlos… —dijo Rian, con un poco más de urgencia.
Pero Casanova estaba en su rol.
—Echemos un vistazo a los hechos, ¿de acuerdo? El maldito mago
consigue regresar, decide que no quiere ser un demonio. Así que va a la
tierra, olvidando que no puedes poner distancia de algo así. Eres lo que
eres. Negarlo es sólo un juego mental que juegas contigo mismo. Pero su
juego mental terminó con una chica muerta…
—¡Eso no es justo! —le dije, mirándolo furiosa.
—Por supuesto que es justo. Él pudo no haber planeado matarla,
pero la drenó, ¿cierto? Sí, Rian me contó —dijo, al ver mi expresión
indignada—. Si voy a arriesgar mi cuello para traerlo de vuelta, merecía
saber.
—Sí, pero, Carlos… —dijo ella.
—Todavía no he terminado. Así que ahora tiene una esposa muerta,
cortesía de las habilidades sobre las que nunca se molestó en aprender
nada. Entonces, ¿qué hace? ¿Decide que quizás su padre tenía razón? Por
supuesto que no. Él se vuelve loco y trata de matarlo…
—Rosier sabía lo que ella estaba planeando hacer —dije, furiosa.
La chica en cuestión había sido la esposa de Pritkin, y un demonio
de bajo nivel. Pero a diferencia de él, ella no había odiado el mundo de los
demonios. Le había encantado, lo había codiciado, quería ser parte de él
más que nada. Pero fue excluida debido a su casi inexistente poder.
Así que decidió aumentar ese poder, con un poco del poder de
Pritkin. No sé si es por eso que ella se enredó con él en primer lugar o si
también hubo genuino afecto entre ellos. Pero si hubo afecto, no había
sido suficiente para evitar que iniciara un intercambio de poder en su
noche de bodas, con la esperanza de aumentar sus propias habilidades y
por lo tanto su estatus en el mundo de los demonios.
Por desgracia, había fracasado horriblemente, y Pritkin no había
sido capaz de detenerlo. Nunca antes había tenido relaciones sexuales con
otro demonio y no sabía del ritual que ella estaba usando. Y Rosier no le
había advertido, a pesar de conocer las intenciones de ella de antemano.
—No sabemos lo que Rosier sabía o no sabía —argumentó Casanova
cuando mencioné eso—. Ella fue a visitarlo antes de la boda; ¿quién sabe
por qué? Tal vez estaba tratando de conseguir que ambos se reconciliaran.
Tal vez sólo quería conocer a su famoso suegro. Tal vez un millón de otras
cosas. No sabemos… ¡y tampoco lo sabía él!
—¡Creo que Pritkin conoce a su padre un poco mejor que tú!
—Muy bien, te concedo eso. Digamos que Rosier lo sabía de
antemano, o adivinó lo que la idiota niña estaba planeando. ¿Eso de
alguna manera le obligaba a decirle alguna maldita cosa a su distanciado
hijo; al hijo que dijo que no quería saber nada de su mundo, al hijo que
juró que quería vivir como un ser humano?
—¡Sí! Si no hubiera sido un completo bastardo…
Casanova me miró como si pudiera estar loca.
—¿Un Señor Demonio?
—Todavía es una mierda hacer eso.
—¿Y arrastrarlo al infierno para matarlo no lo fue? ¿Cómo se supone
que eso terminaría bien? ¿Y cómo lo hará esto?
—Porque no se trata de Rosier —le dije con impaciencia—. Se trata
del Concilio de Demonios. Ellos son los que condenaron a Pritkin a la
esclavitud por el intento de asesinato a su padre. Ellos son los que pueden
revertirlo.
—¿Y por qué deberían ayudarte? —preguntó Casanova
desagradablemente.
Tomé una respiración profunda, tratando de mantener la
compostura. Porque estaba siendo un imbécil, pero era un imbécil con un
punto. Si él venía, se merecía saber. Y porque lo necesitábamos.
Sin Rian, nunca encontraríamos a Pritkin antes que las fuerzas de
Rosier nos encontraran, y sin Casanova, ella sería vista e identificada
antes de que nos pudiera ayudar. Se suponía que debía estar en la tierra,
no aquí. Y no les tomaría mucho tiempo a quienes la identificaran
averiguar por qué, de repente, había decidido volver a casa después de
evitarlo durante un par de cientos de años.
—Tú mismo lo dijiste —le recordé—. Estamos en guerra. El Concilio
no quiere que los dioses regresen más que el resto de nosotros…
—¿Y un solo hombre va a evitar eso?
—¡Ha hecho un buen trabajo hasta ahora!
Casanova se burló.
—Ha hecho un buen trabajo contra exactamente un dios, que ya
estaba muy debilitado cuando llegó aquí gracias a lo que él tuvo que hacer
para atravesar el hechizo de tu madre. Y quien te subestimó porque… —
Hizo un gesto de arriba hacia abajo sobre mí, e hizo una mueca—. ¡Fue
demasiado confiado y consiguió que lo mataran! ¡Pero no creo que los
próximos sean así!
—Razón de más para darme lo que quiero —dije, negándome a dejar
que me afecte—. Es una petición lo suficientemente pequeña; no les
costará nada; no arriesgarán nada. Pero las recompensas podrían ser
sustanciales.
—Entonces, ¿por qué no preguntarles antes de traernos a tropel
hasta aquí? —exigió.
—¡Porque ellos no pueden entrar en el reino de otro demonio! Nadie
del Concilio tiene el derecho a violar la soberanía de otro Señor. Y ninguno
de ellos va a intentarlo y arriesgarse a un precedente que podría ser
utilizado en su contra algún día. Pero si podemos sacarlo…
—Si siendo la palabra clave.
—…entonces pueden decirle a Rosier que es por el bien común. —O
lo que quisieran decirle; no me importaba. Pero mamá conocía a los
demonios mejor que yo, y ella pensaba que eso es lo que ellos
considerarían; si podíamos sacar a Pritkin.
E íbamos a hacerlo. De alguna manera. Pero la ciudad brillando en
el horizonte, oscura, lejana y ligeramente azul, me hizo desear haber traído
una cantimplora extra. Porque mi boca se había secado de repente.
—No debemos pelear entre nosotros —dijo Rian, un poco más agudo
que en sus tonos habituales. Tal vez porque también estaba mirando la
ciudad—. Si esto va de acuerdo al plan, debería ser un procedimiento
bastante simple.
—¿Y cuándo, alguna vez, lo ha sido? —se quejó Casanova.
Sí. Eso es lo que me temía.
Como Rian había predicho, llegamos a la ciudad al caer la noche. Y
una vez más lo sentí, la desconexión masiva entre todo lo que alguna vez
había conocido y todo lo que estaba experimentando. Había estado
sucediendo mucho últimamente, desde la primera vez que me había
desplazado, yendo de un mundo de electricidad, rascacielos de cristal y
regido por la ley, a uno lleno de antorchas, castillos de piedra y regido por
los capricho de un hombre.
Eso había sido sorpresivo.
Eso había llevado algunos ajustes.
Esto era peor.
El desierto terminaba abruptamente en un acantilado irregular con
una casi caída libre que parecía tal vez tener unos miles de metros. Un
revoltijo de vehículos se hallaba esparcido alrededor de la entrada a un
puente de piedra, con una forma demasiado estrecha para mi gusto. Se
extendía por el precipicio como un delgado dedo, demasiado estrecho para
otra cosa que el tránsito peatonal. Y del otro lado, un mástil de tierra
triangular albergaba una ciudad tan antigua y tan grande que hacía que
las metrópolis humanas se vieran como juguetes en comparación.
Nos alineamos con todos los demás, incluyendo a sus animales más
pequeños y carretas de mano, y nos dirigimos al otro lado, mientras un
impío viento hacia volar nuestra ropa como manos hambrientas y aullaba
una advertencia en nuestros oídos. No ayudó que el maldito puente
estuviera abierto a ambos lados, con sólo una endeble barandilla entre
nosotros y una épica caída libre. Alguien más adelante no aseguró bien a
sus gordas aves corral, y el viento las arrancó de sus manos, haciéndolas
revolotear en el vacío durante un segundo antes de caer como una piedra.
No las vi caer.
—¿Pasa algo malo? —me preguntó Rian, en la voz de Casanova. Ella
se había fusionado con él a unos pocos kilómetros, por lo que era más
difícil comunicarnos, ya que tendían a hablar entre sí con el mismo
cuerpo. Pero era necesario. Dentro de un cuerpo, incluso su propia gente
tendría problemas para reconocerla. Ellos podrían decir lo que era, si
estaban prestando atención, pero no quién era.
Al menos, realmente esperábamos que no pudieran.
—Esto… no es exactamente lo que esperaba —confesé, mirando
hacia abajo donde un río resplandecía dorado con la última luz de lo que
sea que parecía un sol, cortando una viva cicatriz a través de la arena roja
sin rostro. Había algunas pequeñas manchas negras en él.
Me di cuenta con una sacudida que eran barcos.
—¿Qué esperabas? —Ella sonaba curiosa.
—Algo más parecido a la Tierra de las Sombras —le dije, hablando
del mundo de los demonios en la que el Concilio se reunía y donde Rosier
tenía una pequeña corte secundaria para cuando estaba en sesión. No era
como la tierra, pero al menos era agradable y compacta, una pequeña
ciudad comercial en un mundo crepuscular, con todo y todos al alcance.
Podía caber en la plaza con la que nos tropezamos al otro lado del
puente.
Al igual que la fortaleza que se alzaba por encima, ésta era de un
rojo opaco y brillaba bajo la última luz amarillenta del día. También estaba
repleta a pesar del tamaño, y ruidosa, con gente charlando, animales
bramando, campanas en sus correas y monturas tintineando, y nuestro
camello sacudiendo una tonelada de fino polvo rojo sobre nosotros.
La mayoría de la gente comenzó a alinearse para que se le permitiera
el paso por la enorme puerta tachonada con unos tres metros de alto, la
cual parecía ser la única entrada a través de los muros principales. Pero
nos hicimos a un lado con unos cientos de otros que al parecer
necesitaban un descanso. Sacudiéndonos la arena del cabello y la ropa,
nos unimos a una cola para una de las fuentes superficiales a cada lado
de la plaza.
Muchas de las cosas como camellos, y una gran cantidad de
personas, estaban bebiendo directamente de la enorme cuenca, pero
esperamos mientras Rian utilizaba su agilidad vampiro para rellenar
nuestras cantimploras desde más arriba, donde el primer chorro de agua
dividía la roca teñida de óxido.
—Esto… no es bueno —retumbó Caleb en mis oídos.
Y el premio del eufemismo del año es para…, pensé, mirando
perdida alrededor. Pero sobre todo arriba, más y más arriba, a los nueve
muros dentro de las paredes que conformaban la colosal fortaleza que se
elevaba sobre nosotros. Era tan grande que bloqueaba la última luz del
día, proyectando largas sombras que bañaban todo en sucio ocre.
—Una rosada ciudad rojiza tan antigua como el tiempo —murmuró
Caleb.
—¿Qué?
—Sólo una cita sobre una ciudad en la tierra alguna vez.
—Nunca he visto algo así en la tierra.
—Y no lo harás. —Por alguna razón, él no parecía tan impresionado
como yo—. La sociedad humana es demasiado fluida para haber
construido algo así. Hubiera sido arrasada en algún momento mucho
antes de ser escenario de algún conquistador, u obsoleta por la nueva
tecnología. Esto debe haber tomado miles de años para construirse por un
pueblo atrapado en una sola fase de la existencia y sin permitirles seguir
adelante.
—Tal vez ellos no quieren seguir adelante.
Caleb me lanzó una mirada.
—Y tal vez sus señores no lo permitirían, ya que eso les haría más
difíciles de gobernar. Más difíciles de controlar. —Su labio se curvó—.
Estoy empezando a entender por qué John odia este lugar.
Parecía como si pudiera decir más, pero Rian estaba de vuelta,
empujando las cantimploras desbordantes en nuestras manos
polvorientas. Bebí un poco de agua, la arremoliné en mi boca y escupí,
tratando de que la arena dejara de crujir entre mis dientes. No funcionó.
—Muy bien, ¿ahora entiendes? —siseó Casanova. Siempre era fácil
decir cuando hablaba; la mesurada y cuidadosa voz de Rian, así como sus
elegantes movimientos delataba los salvajes gestos y tonos más duros de
él.
Al menos así era cuando él me hablaba.
No contesté hasta que nos movimos lejos de la multitud, más cerca
de un pequeño borde construido de piedra, cerca del precipicio. Solo
llegaba un poco más arriba de la cintura, y el viento se sentía más fuerte,
así que seguí hasta el lado derecho de la cosa camello. Pero no sirvió de
nada; sentí como si ambos pudiéramos salir volando en cualquier
momento.
Me agaché, y eso estuvo un poco mejor, sobre todo porque ya no
podía ver la caída.
—¿Ahora entiendo qué? —pregunté.
—¿Ahora comprendes lo estúpido que es esto? —preguntó Casanova,
en cuclillas frente a mí—. ¡Tenemos que salir de aquí antes de que alguien
nos reconozca!
—¿Reconocernos? —Hice un gesto alrededor—. Tiene que haber dos,
tres mil personas sólo en esta maldita plaza.
—¡Sí, así que con nuestra suerte, eso nos debería comprar unos
cinco minutos!
—El problema no es que nos reconozcan —dijo Caleb, con los ojos en
la puerta—. No están revisando a todos o la mayoría de la gente que pasa.
Es la salida.
—No vamos a salir. ¡Probablemente ni siquiera vamos a entrar! —
dijo Casanova, antes de que Rian detuviera su boca con una cantimplora.
—Vamos a salir como entremos —les dije, tratando de
tranquilizarme a mí misma tanto como a ellos—. Mi madre dijo que
debería ser capaz de abrir las puertas entre los mundos, con o sin la
aprobación de la guardia. Era su don más grande.
—¿Deberías ser capaz? —siseó Casanova, empujando la cantimplora
a un lado—. ¿No lo has probado?
—¿Cómo se supone que voy a probarlo, Casanova? —siseé en
respuesta—. ¡Los demonios tienden a tener una mala opinión de las
personas que irrumpen en sus cortes!
—Irrumpiremos en la de Rosier cuando intentemos robar a su
heredero y luego no podamos irnos de una jodida…
La cantimplora estaba de vuelta.
—Mi madre dijo que podía hacerlo —repetí, lo suficientemente lento
como para que, con suerte, entrara en su dura cabeza—. Dije “debería ser
capaz” y sí… elegí mal las palabras. Lo siento.
Esperé que una disculpa pudiera calmarlo, pero por supuesto que
no.
—¡Si lo sientes, entonces sácame de aquí! —balbuceó, empujando la
cantimplora lejos y rociando agua por todo mi cuerpo.
—¡No voy a dejarlo aquí!
—¡Él es un Señor Demonio! ¡Puede cuidar de sí mismo! Si él quiere
irse, encontrará la manera…
—Han pasado seis meses, Carlos —dijo Rian, lo que le hizo cambiar
ocho expresiones faciales a mitad de una frase. Le dio un raro tic
esquizofrénico, pero no me importó. Estaba demasiado ocupada tratando
de asimilar lo que ella estaba diciendo.
—¿Seis meses?
—El tiempo pasa de manera diferente aquí —me recordó—. Es por
eso que tu poder no funciona. Ya no estamos en tu línea de tiempo.
—Pero seis…
—Esa es una de las razones por la que acepté venir contigo. Lord
Rosier ha esperado mucho tiempo para esto. Él no va a perder a su hijo
otra vez, no si puede evitarlo.
—¿Es por eso que hay tantos guardias? —preguntó Caleb.
—No. —Rian miró a su alrededor, y por un segundo, pensé que vi
sus ojos grandes almendrados deslizarse detrás de los de Casanova—.
Nunca había visto tantos a la vez. Es la única buena señal.
—¿Buena? —se preguntó Casanova—. ¿Cómo es que…?
Él se detuvo abruptamente cuando varios guardias vestidos de
índigo se separaron de un grupo cercano y vinieron en nuestra dirección.
Estaban aún más cubiertos que los turistas, sólo unos oscuros ojos
afilados y negras cejas arqueadas se mostraban entre sus turbantes y los
velos que habían metido por el cuello de sus ropas. Las cuales no
camuflaban del todo las absurdamente curvas espadas a sus lados.
Tampoco dije nada, a medida que se acercaban. Ni me moví. O
incluso respiré. Traté de decirme a mí misma que actuara natural, pero no
estaba funcionando muy bien. Y no era la única. De repente, los únicos
movimientos en nuestro pequeño grupo fueron los del viento azotando
nuestras ropas y las cosas como camello masticando el cabello de
Casanova.
Hasta que los guardias pasaron más allá de nosotros y agarraron a
un par de niños que habían estado jugando en la orilla rocosa del
precipicio. Una madre desesperada se acercó y los recuperó, sollozando
incluso antes de que uno de los hombres empezara a reprenderla. Tragué
arena y bajé la cabeza, vertiendo un poco de agua sobre mi cuello caliente
hasta que se habían ido de nuevo.
—Esto es bueno —dijo Rian, aclarándose la garganta—. Porque
demuestra que el maestro está preocupado. Hay por lo menos tres veces el
número habitual de guardias en servicio, tal vez más. Algo que no tendría
caso si él no se considerara vulnerable.
—Él piensa que podemos hacerlo —dije, traduciendo eso.
—Piensa que vamos a ser lo suficientemente estúpidos como para
tratar de hacerlo —me corrigió Casanova—. ¡Los guardias están para
asegurarse de que no tengamos éxito!
Miré hacia la puerta, la cual tenía una enorme reja pasada de moda
en la parte superior, sus afilados dientes fundidos en algún tipo de metal
negro. Las puntas brillaban débilmente con los últimos rayos de luz, como
si hubieran sido bañadas en sangre. Eché un vistazo a Caleb, quien
también las estaba mirando.
Y a diferencia de Casanova, él y yo no teníamos una salida.
Recientemente, Rosier había prometido a Pritkin no intentar asesinarme
otra vez, pero no estaba segura de cómo funcionaría eso cuando estaba
tomando la ofensiva en el partido. Pero incluso si fuera aplicable, dejaba
una gran cantidad de opciones abiertas… ninguna de las cuales era
probable que disfrutara. Y en cuanto a Caleb…
—Si quieres volver, lo entenderé —le dije en voz baja.
Él frunció los labios ligeramente, y me lanzó una mirada. Casi
parecía como si estuviera tratando de contener una sonrisa, excepto que
Caleb no sonreía. Parecía estar en contra del código de los magos de
guerra o algo así. Y porque habría sido una locura bajo las circunstancias.
—¿Te arrepientes?
—No. —No era como si esto fuera a ser más fácil después.
Se puso de pie y se estiró, sus marcados músculos ondularon bajo la
fina tela de la túnica.
—Supongo que me iré cuando tú lo hagas.
—Oh, por… ¡Dios me guarde de los héroes descerebrados! —espetó
Casanova.
—Pensé que no creías en Dios.
—Creo en Satanás —dijo, empujando la cosa camello lejos de su
cabello—. Debería. ¡Estoy parado en su maldita puerta!

♦♦♦
Si las puertas de Satanás eran imponentes, su atrio quitaba el
aliento.
Pasamos por la puerta a través de un túnel abismal, la luz mortecina
detrás de nosotros inundando a lo largo del techo como agua roja, la luz
del día ya demasiado tarde para realmente iluminar nuestro camino, pero
demasiado pronto para encender las linternas que brillaban a intervalos
regulares por encima de nuestras cabezas. Me guie al permitir que mis
dedos se arrastrasen sobre la rugosa superficie rocosa de la pared más
cercana, que aún mantenía el calor del día y probablemente lo haría por
horas teniendo en cuenta el grosor de la piedra. Y sentí un poco de ese
temor inicial reapareciendo lentamente.
A pesar de que el aire aquí desentonaba bastante, con demasiados
cuerpos prensados, excesivamente juntos, el constante empuje de la
multitud y los músculos de mis pantorrillas doliendo seriamente, todavía
lo sentía: el peso de los siglos presionando hacia abajo como una
atmósfera extra.
Caleb había estado en lo cierto; este lugar era viejo. Más antiguo que
nuestras pirámides, más viejo que nada en la tierra. Tal vez tan antiguo
como el mundo en sí, ya que había marcas de cincel sobre la piedra roja
oscura, pero no líneas de mortero que pudiera ver. Era como si hubiera
sido tallado en lugar de construido. Como si un gigante hubiera cercenado
una montaña de arriba hacia abajo, dejando que las piezas encajen a su
manera demencial y llevándose el resto.
Debería haber sido imponente, y tal vez si fuera una turista lo habría
sido. Con las cosas así, era más intimidante que nada. Sentí que el nudo
en mi estómago se hacía un poco más fuerte, incluso antes de que nos
topáramos con el otro lado en pocos minutos.
En algo que se parecía mucho a un bazar árabe.
Las tiendas se alineaban con las calles que iban en todas direcciones
como radios de una rueda. Y vendiendo de todo, desde especias hasta
animales vivos, de estructuras metálicas a brillantes ropas de gasa, de
cerámica a verduras, de pescado a artículos de cuero, y de lana a pan
recién horneado. Los comerciantes llamaban para ofrecernos sus nuevas
mercancías incluso cuando trataban de recoger los toldos de sus tiendas, o
encender los faroles colgados como estrellas sobre las calles, o azotaban
carne fresca sobre las parrillas, levantando tentadores olores para
nuestras papilas gustativas cubiertas de polvo. Era ruidoso, estridente,
atestado de personas y extrañamente alegre, pero Caleb no parecía
anonadado.
—Siervos, mis nalgas —murmuró.
Me tomó un momento darme cuenta de lo que quería decir, porque
la mayoría de la gente merodeando por la puerta, a la espera de familiares
y amigos a su encuentro, parecía una mezcla de aquellos en el camino.
Con una excepción. Un deprimente número tenía lo que parecían ser
esclavos siguiéndolos, hombres delgados, mujeres y en algunos casos,
niños, con los pies descalzos y túnicas sencillas, con sus brazos
extendidos llevando paquetes y cajas o las riendas de los animales.
La mayoría de los esclavos no parecían nativos. Algunos de ellos ni
siquiera parecían humanos. Miré fijamente, probablemente de manera
grosera, a una con la piel azul moteado y lo que parecían brazos extra
cuando Rian me agarró de la manga.
Porque sí.
Los guardias también se encontraban aquí por todas partes.
Eran un poco menos obvios, descansando junto a los puestos de
comida o intercalados entre la multitud de la puerta. Pero había un
montón de ellos, escaneando a los recién llegados con una mirada vigilante
digna de los policías y las fuerzas de seguridad en todo el mundo. Y no se
veía que pasaran por alto muchas cosas.
Pero no se percataron de nosotros, gracias a Caleb.
Él hizo un gesto con la mano, envío una descarga a algo como un
ganso en la última línea de camellos un poco más delante de nosotros.
Este dio un graznido de sorpresa y se estrelló en la siguiente línea, y luego
todo el grupo, ya tenso por el oscuro túnel que acabábamos de pasar,
estaba bramando, balando y dispersándose en todas direcciones. El
conductor frenético y su hijo corrieron tras ellos, gritando por ayuda,
reclutando a algunos de los comerciantes con pilas vulnerables de frutas y
verduras.
No recibieron ayuda de ninguno de los guardias.
Pero por un momento, todo el mundo estaba viendo el show en lugar
de la línea, así que aprovechamos y nos deslizamos a través de ella.
—Por aquí, rápido —dijo Rian, sacándonos de la multitud alrededor
de la puerta y metiéndonos en la multitud más anónima.
O, al menos, eso es lo que creo que dijo. No podía oír ni una maldita
cosa. Los sonidos de la gente hablando, las chirriantes ruedas de los
carros, los bramidos de los animales, los comerciantes maldiciendo y la
música a todo volumen desde todas las tabernas en cada calle, sólo se
habían añadido a una explosión de bocinas en los muros más altos,
anunciando la llegada de la noche.
Agarré el brazo de Rian, así no la perdería y renuncié a la sutileza.
Nadie me podía oír con todo esto de todos modos.
—¿En dónde lo tienen? —grité, sólo para ver su cabeceo en dirección
a la calle delante de nosotros. Y diciendo algo que no pude escuchar,
porque no tengo audición de vampiro.
Pero entonces, tal vez no lo necesitaba.
Muy por encima de las malolientes y estridentes calles llenas de vida
estaba una larga línea de elegantes edificios con balcones y terrazas,
algunos con agraciadas torres. Bancos de vegetación variada entrelazaban
la piedra aquí y allá, casi chocando con este paisaje. Lo que parecían
fuentes atrapaban la última luz en algunos pocos lugares. Y aunque el
lugar también parecía que había sido excavado en la piedra de la zona,
debía de haber venido de un estrato diferente. Porque era de un dorado-
miel pálido que brillaba contra las capas más oscuras por todas partes,
como si se mezclara con polvo de oro.
Si algo alguna vez gritaba palacio, esto lo hacía.
—No es detrás de la pared más alta —dijo Caleb, en mi oído. Como si
él hubiera llegado a la misma conclusión.
—Entonces… eso es algo bueno por lo menos.
—Depende.
Me di la vuelta para mirarlo.
—¿De qué?
—De lo que hay en esos tres niveles superiores.
Estaban oscuros, ahora que el sol local se había puesto, dejando a
los acantilados debajo de una saliente de piedra, con sólo unas pocas
luces inservibles brillando aquí y allá ominosamente. Como una pesada
ceja sobre unos ojos brillantes. Sentí que empezaba a tensarme de nuevo,
incluso sin saber por qué.
Y luego me dieron una razón cuando Caleb me dio un enorme
empujón desde atrás.
Tropecé y luego choqué contra el suelo, golpeando mi muñeca y
desollado mis manos en el proceso. Pero no me importó. Porque un
momento después, alguien en un carruaje veloz atravesó el bazar,
incluyendo el área donde acababa de estar de pie. Si me hubiera quedado
donde estaba, me habría aplastado bajo sus ruedas como a las
pertenencias mundanas de un desafortunado inmigrante.
El conductor ni siquiera pareció darse cuenta. Vi desde el suelo
cuando giró hacia una de las calles que se irradiaban desde el centro
formado por la puerta, su túnica de seda verde brillante aleteando
mientras azotaba su carro de ida y vuelta en un demencial curso de
personas pareciendo decidido a hacer el mayor daño posible. Hasta que
chocó de frente con una tienda y se estrelló en el interior, las criaturas
camello balando, haciendo un ruido suficientemente alto para cortar
incluso el ruido de la multitud.
El conductor saltó, riendo, y desapareció en una taberna en la calle,
junto a una chica con escaso atuendo.
Dejando al comerciante de la tienda con los camellos dentro, para
ordenar las cosas por sí mismo.
Y a mí siendo levantada del suelo por un furioso mago de guerra.
—Gracias —le dije—. No vi… —Me detuve, porque Caleb no se veía
en realidad preocupado por mis rodillas peladas en este momento. Caleb
se veía de la manera en que Pritkin se vio un par de veces antes cuando
nos habíamos conocido.
Justo antes de que tratara de matarme.
—¿Qué? —dije, mirando alrededor en busca de otro carro. Pero la
calle estaba despejada, al menos de vehículos maniáticos. Las personas
estaban llenando de nuevo la línea, incluyendo la familia del inmigrante
que corrió a recoger lo que quedaba de sus pertenencias. Las cosas
estaban volviendo a lo que se consideraba normal aquí.
Pero Caleb no se veía como si pensara lo mismo.
—¿Notas algo? —dijo entre dientes.
—¿Qué estás…? —Me callé porque entendí. Acababa de notar algo.
No era que algo hubiera aparecido, sino que algo estaba faltando.
O alguien.
—¿Dónde… —preguntó Caleb entre dientes—, está ese maldito
vampiro?
Recorrí la multitud, pero no había ni rastro de un vampiro bocón en
una polvorienta túnica al estilo Obi-Wan chillando sobre estar casi
agotado. O alguien sereno y calmado bajo el control de un ser que
probablemente estaba acostumbrado a los conductores locos de por aquí.
No había nadie en absoluto, salvo el flujo de personas a través de la puerta
y la vida alrededor de las tiendas volviendo a la normalidad.
No entendía. Habíamos estado distraídos solo un segundo. ¿Dónde
pudo haber ido tan rápido? Y, ¿por qué ella nos dejaría en una ciudad
extraña llena de guardias que probablemente tenían nuestras fotos
pegadas en sus dianas?
Mi boca se secó, así que tragué fuerte.
—Le pregunté en dónde tendrían a Pritkin. Tal vez fue a averiguar.
Caleb me lanzó una mirada furiosa.
—¡Y tal vez se fue a ganar puntos de bonificación con su amo y
Señor al delatarnos!
Negué con la cabeza.
—Eso es ridículo. Si ella no quería que viniera tras Pritkin, todo lo
que tenía que hacer era permanecer en las Vegas. Nunca habría llegado
tan lejos sin ella. Podría haber abierto la puerta, pero no habría logrado
pasar a los guardias. Necesitaba un íncubo para eso…
—¡Y ella se aseguró que tuvieras uno!
—Sí, entonces, ¿por qué ayudarnos si planeaba delatarnos?
—Tal vez pensó que conseguiría más si probábamos ser una
amenaza más creíble —dijo Caleb, hirviendo—. Decirle a su precioso amo
lo que planeamos, mientras todavía estábamos en las Vegas podría ganarle
uno o dos puntos. Pero si nos detiene cuando en realidad estamos en su
ciudad, cuando estamos a menos de un kilómetro de nuestro objetivo,
¡podría esperar que él fuera mucho más generoso!
—¡No, si ella nos ayudó a conseguirlo para empezar!
—Puede decir que tenía miedo si no iba tan lejos, nos las
arreglaríamos para encontrar otro camino, y ella no sería capaz de
advertirle ya que no sabría cuál fue.
Traté de pensar en una objeción a eso, me esforcé. Porque si Rian
había decidido delatarnos, estábamos bastante jodidos. Y eso fue
especialmente cierto un momento después, cuando un sonido metálico
resonó en todo el bazar, procedente desde la dirección de la puerta.
La puerta de este lado todavía estaba abierta, y todavía expulsaba
parte de los recién llegados rezagados. Pero tenía un mal presentimiento
de que tal vez ese no era el caso del otro lado. Parecía que estaban rodando
la alfombra de bienvenida para la noche: con nosotros dentro.
—Ella lo programó a la perfección, de acuerdo —gruñó Caleb,
agarrando mi mano y sacudiéndome hacia una de las calles laterales.
—Caleb, escucha —dije, corriendo por detrás—. Ha ayudado a
Pritkin antes, más de una vez. Ella incluso se puso en peligro para
ayudarlo. No hay razón para creer…
—¡Hay muchas razones! La escuchaste por ti misma. Está más que
retrasada en su retorno, probablemente por unos cuantos cientos de años.
Quizás Rosier se cansó de su pequeño escurrimiento y de su ayuda hacia
su rebelde hijo, y le dijo que tenía que hacer espacio para otra persona. ¡Y
tal vez ella decidió que al diablo con eso! ¡Y al diablo con nosotros!
Maldita sea, eso sonaba terriblemente lógico.
—Entonces, ¿por qué Casanova pasó todo ese tiempo discutiendo
con nosotros? —exigí—. ¡Él estaba tratando de hacernos regresar!
—Tal vez le dijo que lo hiciera, para asegurarse de que no
sospecháramos nada. O puede que realmente no lo supiera. Él es un
vampiro, y siempre miran primero por los suyos. Y Mircea es su amo. ¿Qué
tipo de recepción crees que conseguirá cuando Mircea descubra que te
puso en peligro? —Él se volteó hacia mí de repente—. ¿Puede evitar que
ella diga algo? ¿Puede al menos retrasarla?
—Si ella permanece dentro de su cuerpo, tal vez. No lo sé. Pero no
tiene por qué hacerlo. Ella puede ir y venir como le plazca, no creo que él
tenga ningún control sobre eso. —Al menos ninguno que yo jamás haya
visto.
Caleb utilizó una de las blasfemias favoritas de Pritkin. Y luego usó
algunas más.
—Malditos demonios. No se puede confiar en ellos, en ninguno de
ellos. Debí saberlo…
No me molesté en señalar que esa no era exactamente la cuestión,
porque en este momento, estaba un poco de acuerdo con él. “Malditos
demonios” sonaba algo así como la frase del día.
Sobre todo porque estaba a punto de correr a través de un montón
de ellos.
—¿A dónde vamos? —pregunté, agachándome y esquivando,
tratando de evitar chocar contra alguien y poner una flecha intermitente
sobre nuestras cabezas.
—Lejos. Ella estará pensando que nos quedamos en el mismo lugar,
pensando que la perdimos en la multitud. Probablemente pensó que sería
capaz de decirle a los guardias justo dónde encontrarnos, mientras
caminábamos por ahí, comiendo kebabs o alguna mierda.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—¡Encontrar un lugar donde ocultarnos!
—¿Ocultarnos? —Agarré su brazo, tiré de él a la sombra de un
balcón que alguien se había olvidado de enrollar. No era tanto como un
escondite, pero al menos no estábamos en la calle—. ¿Sabes cuáles son las
probabilidades de que los evitemos hasta la mañana? —pregunté—. ¿O de
regresar por el portal si lo hacemos?
—¿Tienes una idea mejor? —demandó—. ¡Porque soy bueno,
realmente bueno, pero no voy a ser capaz de luchar contra todo para
sacarnos de aquí!
—No por nuestra cuenta. Pero hay alguien más aquí que conoce el
lugar, al menos tan bien como Rian.
Caleb hizo un sonido de disgusto.
—Casanova está bajo su mando. Además, estaba petrificado de
arruinar esa cara bonita suya. Incluso si no resultó un traidor, no
podemos confiar en él para hacer una maldita…
—¡No Casanova! —dije, porque más o menos estaba de acuerdo con
ese sentimiento—. Pritkin.
Caleb me miró como si finalmente hubiera inclinado la balanza,
como si hubiera estado rondando en su mente entre excéntrica y
descaradamente loca, y finalmente hubiera decidido hacia dónde apuntaba
la flecha.
—¿Y simplemente cómo —dijo pesadamente—, esperas que
lleguemos a él? Las probabilidades eran bastante malas antes; ahora en
cualquier momento, ¡vamos a tener a toda la ciudad sobre nuestros
traseros!
—Pero la ciudad espera que nos escondamos, que estemos por
nuestra cuenta, o merodeando por el bazar si no lo hacemos. Ellos no
esperarán que vayamos tras Pritkin.
—Sí, sí, eso es probablemente cierto. Y hay una razón para eso —
siseó Caleb. Y luego subió abruptamente la capucha de mi túnica.
—¿Qué…?
—No mires detrás de ti, pero hay un montón de guardias corriendo
por el bazar.
Demasiado para cualquier persistente fe que tuviera en Rian.
¡Maldita sea! Si tuviera su cuello al alcance, lo exprimiría, pensé, mirando
a través del espacio bajo su brazo a un montón de guardias que estaban
tirando de velos, sacudiendo túnicas y actuando como si ninguna de esas
personas tuviera ningún maldito derecho a…
Mis pensamientos pararon en seco, justo cuando algo más hizo lo
mismo. Algo que aún se asomaba frente a una de las tiendas en ruinas.
Porque por aquí, como en cualquier otro lugar, eres pudiente o no, y
parecía que los pudientes hacen lo que endemoniadamente les complacía.
Y nadie los cuestionaba.
—Vamos —le dije a Caleb—. Tengo una idea.

♦♦♦

—Uno pensaría que obtendríamos más por una de esas delicadas


cosas camello que eso —me quejé con Caleb, diez minutos más tarde.
—Desde que los XP-38 salieron al mercado, simplemente ya no están
en demanda.
—¿Qué?
—No entiendes las referencias culturales, ¿verdad?
Fruncí el ceño.
—Las entiendo. Sólo que las tuyas son extrañas.
—Esa es de Star Wars. No es rara.
—He visto Star Wars y esa no estaba en ella.
—En la primera película, ¿cuándo están en el desierto? —preguntó—
. ¿Cuando tienen que vender el deslizador de Luke?
—Oh. Te refieres a las viejas.
—¿Las viejas? ¿Las viejas? Querrás decir las únicas que… —Él vio
mi expresión—. No importa. ¿Para qué necesitamos más dinero?
—Para que así pudiera conseguir un traje como el tuyo —dije,
mirando con envidia el rico tejido de lana verde de su larga prenda como
caftán. Era cálido. Era atractivo. Cubría su culo.
—¿Qué hay de malo con el que llevas?
—¿Aparte del hecho de que parezco una puta?
Tiré de la parte trasera de las ajustadas bragas rosa que llevaba,
pero no sirvió de nada. Todavía eran al menos dos tallas más pequeñas y
se subían por mi trasero. Pero eso había sido lo mejor que pudimos pagar
en el comercio más cercano. Y no habíamos tenido tiempo para comparar
precios.
Por supuesto, no importaba si ibas en una bonita y larga túnica
como la de Caleb. Era un poco más problemático cuando se trataba del
traje sexy de esclava, sobre todo cuando lo único que tenía además de las
bragas apenas cubriendo mi culo eran unos diáfanos pantalones tipo
harem altos y un top que no cubría tanto como un sujetador tendría que
hacerlo. Pero eran los pantalones los que realmente me molestaban por
alguna razón.
—Te ves como Mi Bella Genio sin la cola de caballo —dijo Caleb, no
ayudando en absoluto.
—Creo que se ve como una copia barata de Aladdin —espeté—.
Junto a todo lo demás.
—Si hubiera sido copiado, diría que fue al revés —dijo Caleb,
mirando con un poco de nostalgia los edificios que estábamos pasando. La
gente aquí podría no tener madera, pero habían utilizado lo que tenían
sacándole todo el provecho, tallando dinteles, columnas, escaleras, incluso
las elaboradas protecciones sobre sus ventanas, todo en la misma piedra
roja.
Caleb se veía como si le hubiera gustado tener la oportunidad de
explorar un poco. Parecía el niño proverbial en la tienda de dulces, solo
que sin ningún dinero. Me sentí un poco mal por él de repente.
Pero no creo que andar por ahí fuese demasiado saludable.
—¿Qué? —pregunté.
—Los íncubos van de aquí a la tierra, ¿no? —preguntó.
Asentí.
—Y este lugar vino primero. Así que diría que los íncubos llevaron
pedacitos de esta cultura a la tierra, no al revés.
—Sí, pero, ¿por qué estos pedacitos? —pregunté, todavía tratando de
sacar mis bragas de mi trasero.
Caleb sólo me miró.
—¿En serio? ¿Tienes que preguntar por qué los íncubos alentarían
un atuendo como ese?
Suspiré.
—Es sólo que… por una vez, ¿sabes? Sólo una vez, me gustaría ir a
una misión sin mi trasero al aire, o sin recibir un disparo, o cualquier otro
problema.
—Míralo de esta manera —dijo, subiéndome hasta la parte trasera
del carro semi destruido que estábamos a punto de robar—. Tal vez los
guardias estarán demasiado ocupados mirándolo como para prestarnos
atención.
—Sí. Tal vez. —O tal vez estábamos a punto de hacerle el trabajo a
Rosier muy, muy fácil. Pero, al menos, el dueño de la tienda no estaba
tratando de detenernos, a pesar de que el traje de Caleb tenía rayas y el
del otro tipo había sido normal, aunque su piel era de un color diferente, y
aunque yo era una rubia y la que el conductor tenía ahora a su izquierda
era una morena.
Por supuesto, él era un íncubo, de modo que esa última supongo se
podía explicar.
Pero nadie se estaba preguntando por las otras cosas. Incluso nadie
estaba mirándonos directamente, como si nuestra mera presencia gloriosa
fuera demasiado. De hecho, Caleb se acercó demasiado a un portero
cuando éste estaba luchando con las cosas como camellos que habían
estado pastando alegremente sobre las mercancías de un tendero todo este
tiempo y no tenían ninguna prisa de irse. Y el hombre estaba de espalda a
la carretilla, dispersando paquetes por todas partes, en lugar de jalar el
dobladillo de la túnica de Caleb.
Maldita sea, no había estado aquí ni una hora y ya odiaba este
lugar.
Realmente esperaba no ser un residente permanente.
—Entonces, todo bien —dijo Caleb, recogiendo las riendas. Y luego,
sólo se quedó allí.
—Entonces, todo bien —concordé.
—Todo. En. Orden —dijo de nuevo, frunciendo los labios, a medida
que continuábamos sin ir a ninguna parte.
—¿Hay algún problema? —pregunté, después de unos segundos.
Él me lanzó una mirada.
—Tú no, eh, no sabes cómo conducir una de estas cosas, ¿verdad?
Lo miré.
—¿Qué si se cómo manejar un carruaje, Caleb? ¿Eso es lo que me
estás preguntando?
Suspiró.
—Sí. Yo tampoco.
Jugueteó con las riendas un poco más, hasta que una de las cosas
camellos se dio la vuelta y le dio una mirada fulminante. Caleb lo fulminó
de regreso.
—¡Sabes, el entrenamiento de los magos de guerra no cubren esto!
—¿Cubren los hechizos de aturdimiento?
—Sí, ¿por qué?
—Porque creo que el dueño quiere su carruaje de vuelta.
Y tenía que darle crédito a Caleb. Podría no ser rival para Ben-Hur a
corto plazo, pero no había nada de malo en sus reflejos. Se giró, alzó una
mano, y el cabreado demonio que acababa de tambalearse fuera del bar
salió volando. Literalmente, el hechizo arrancó al hombre del suelo y lo
envió volando al menos cinco metros, estrellándose a través de la parte
delantera de la taberna, dispersando sillas, mesas y clientes por todas
partes.
Y normalmente, eso habría sido todo. Excepto por el hecho de que
no estábamos en cualquier lugar normal. Así que lo que sucedió en lugar
de eso, fue que ahora un íncubo súper cabreado se levantó de su huésped
inconsciente y vino por nosotros, más o menos al mismo tiempo que una
docena de guardias o más que había estado inspeccionando las tiendas en
la calle se dio cuenta de que acababan de dar con el premio gordo.
Bueno, esta parte es normal, pensé, y tomé las riendas. Mientras
Caleb comenzaba a disparar hechizo tras hechizo, que en un mago de
menor nivel podría haber parecido en pánico. Pero los magos de guerra no
entran en pánico. O si lo hacían, se aseguraban que todos en los
alrededores lo estuvieran con ellos.
Y no hay nada como la amenaza de una muerte inminente para
convertir a la gente antes mansa en una turba furiosa. Unos cuantos
hechizos de fuego incendiaron media calle, unos pocos del tipo eléctrico
hicieron que todas las linternas de arriba reventaran en una lluvia de
colores, algunos como martillazos hicieron que los carruajes se estrellaran
en pilas y golpearon en las mesas al aire libre de los restaurantes, y de
repente, los guardias tenían más de qué preocuparse que nosotros. Como
en ser pisoteados por todo el mundo al final de la calle, por un par de
cientos ellos, que de pronto decidieron que querían estar en otro lugar.
Todo el mundo, menos el Súper Cabreado, claro está, que sólo
seguía acercándose.
Pero estaba bien, porque finalmente el fuego había hecho lo que no
habíamos podido conseguir, que los camellos se movieran. Salvo que no
sólo se estaban moviendo, se movían con pánico ciego y sin más
preocupación que la que su dueño había mostrado por ninguna persona o
propiedad. Por lo menos, traté de alejarlos de la gente, pero era un poco
difícil con tantos corriendo por todos lados, y al mismo tiempo
aferrándome con todas mis ganas. Y Caleb no podía ayudarme, al estar
demasiado ocupado tratando de averiguar lo que funcionaría de su arsenal
en un íncubo.
No mucho, al parecer, y el demonio seguía acercándose, el estado de
la calle ya no pareciendo molestarle, porque ahora no era que estuviera
corriendo tras nosotros exactamente, estaba como volando, y no creo que
nos fuese a gustar lo que ocurriría cuando nos alcanzara.
—Mi bolsa —jadeé a Caleb mientras barríamos a través de una
puerta, el íncubo justo sobre nuestros pasos y la adicional tenue luz
brillante del breve túnel.
—¿Qué bolsa?
—¡Esa!
La empujé con mi cadera, y el pequeño trozo de tela con borlas
inútiles que había comprado para reemplazar los bolsillos que había
perdido al dejar mi túnica, brilló. Era tan de mal gusto como, bueno, el
infierno, pero tenía que tener algo, porque no estaba lo suficientemente
loca como para aparecer totalmente desprevenida.
Y porque nunca le había regresado a Pritkin su pequeña pistola
plateada combate demonios.
—¿Qué hace esto? —gritó Caleb, tirando de ella.
—¡Dispárala y lo sabrás!
Supongo que estuvo de acuerdo, porque un segundo después
disparó a la perfección en la nube brillante formándose alrededor del
íncubo. Y un segundo después de eso, ésta se desintegró en un montón de
nubes más pequeñas, que flotaron en el aire por un momento, viéndose
mucho menos brillante. Y luego fluyeron de nuevo juntas, un tanto más
tenues y más pequeña, pero aún moviéndose rápidamente.
En otra dirección.
—¡Maldita sea! —Caleb la miró, sus ojos brillando—. ¡Tengo que
conseguirme una de estas!
—¡Deja de congratularte y ayúdame! —grité de nuevo, ya que los
camellos estaban como dementes y las calles no estaban ni siquiera cerca
de nivelarse y los íncubos no iban a tener que matarnos en un minuto,
porque íbamos a volcarnos sobre nuestras cabezas—. ¡Toma las riendas!
—¡No quiero las riendas!
—Maldita sea, ¿por qué no? No puede ser peor que…
—¡Es por eso que no!
No tuve que preguntar lo que quería decir. Un rayo de algo rojo y
chisporroteante golpeó en el suelo a nuestro lado casi al momento en que
las palabras salieron de su boca, haciendo que los camellos giraran y luego
se desviaran hacia otro lado de la calle. A través de todo el camino. De
repente, estábamos echando chispas por la piedra inquebrantable,
teniendo que esquivar cestas, toldos enrollados y lanzándonos a un
montón de vajillas, las que sin duda, mañana iban a estar rasgadas,
abolladas y destrozadas pedacito por pedacito.
Por supuesto, también nosotros podríamos estarlo.
Porque entre tratar de regresar a las malditas criaturas de nuevo a
por lo menos la mitad de la calle, evitar la decapitación y tratar de perder a
la veloz gente, quienes por suerte aparentaban estar familiarizados con la
horriblemente mala conducción, vi a las fuerzas de seguridad convergiendo
sobre nosotros de todos los lados.
Pero no por la puerta de adelante, donde suponía que los guardias
aún no habían recibido el memorándum. O tal vez el viejo entrenamiento
simplemente tardaba en morir. Estaban tan acostumbrados a dejar que
sus amos y señores hicieran lo que endemoniadamente querían que sólo
se quedaron allí con miradas confusas en sus rostros mientras nosotros
los dejábamos atrás, a pesar de tener una docena de guardias gritando
justo en nuestra cola.
—¿Cuántas puertas van? —preguntó Caleb, lanzando un hechizo
que hizo que la reja de nuestro lado se viniera abajo tan pronto como
pasamos.
—¡Dos!
—Mierda. Y el muro exterior hace tres, y hay tres por encima de ese
maldito palacio…
—Eso deja tres.
—No, dos. El palacio se encuentra en el sexto nivel, no más allá de
él. No necesitamos pasar por la sexta puerta.
Sí, pero necesitábamos pasar la cuarta y quinta, y no pensaba que
fuéramos a conseguirlo. Porque campanas repicaban de repente en una
advertencia más arriba en las paredes, los guardias se acercaban y el
laberinto de calles significaba que nos mantendríamos volando por los
callejones de ambos lados, y cada vez más rayos de energía roja salían de
ellos. Al ritmo que íbamos, dudaba que consiguiéramos pasar uno más.
Por supuesto, podía estar equivocada.
Un par de guardias se interpusieron en la siguiente puerta, con los
brazos extendidos en señal de advertencia, demasiado lejos como para
preocuparse de ser atropellados. Pero no demasiado lejos para hacerse
atrapar en la calle con un solo hechizo. Pasamos disparados por la puerta,
la cual no se habían molestado en bajar, porque claro que íbamos a
detenernos cuando nos lo preguntaban cortésmente.
Por supuesto que lo haríamos.
Necesitamos trabajar en nuestros modales, pensé, y me reí. Y me
pregunté si me estaba volviendo loca.
—Una más —dijo Caleb, mirándome de manera extraña.
—Sí, tal vez —suspiré, porque de repente ya no podía ni siquiera ver
el palacio.
Miré alrededor a través de mi cabello rubio rizado, tratando de
averiguar dónde, exactamente, había tomado un giro equivocado, porque
no podía recordar haber girado en lo absoluto. Pero las calles aquí eran
aún peores que en el bazar, una maraña de pasajes entrecruzados, como
el sueño todo bandido, y de cualquier forma menos recto. Y el palacio,
cuando lo vi, no parecía en absoluto estar cada vez más cerca. Como un
espejismo, brillaba entre destellos a través de los edificios o al final de los
callejones, resplandeciendo burlonamente mientras dispersábamos
personas y esquivábamos relámpagos y corríamos por cada maldita cosa…
Y luego sumergimos directamente frente a una masa de guardias.
Se habían reunido en una pequeña plaza, por delante de la última
puerta, que dos de ellos parecían estar tratando de bajar. Pero parecía que
tal vez éstas puertas interiores no habían sido cerradas en un muy largo
tiempo y no estaban en la mejor forma, porque parecían estar teniendo
problemas. Pero era evidente que no tenían la intención de que llegáramos
más lejos. Una tormenta de relámpagos rojos desgarró el aire hacia
nosotros y luego estalló en un halo cegador poco más allá de las narices de
nuestros camellos a medida que Caleb arrojaba un escudo.
Evitó que nos frieran, pero había demasiados de ellos, y ese escudo
no duraría mucho tiempo bajo este tipo de ataques, parecía que por fin
habían conseguido mover la puerta y…
Y a la mierda.
—¿Estás loca? —dijo Caleb cuando dejé de tratar de contener a los
camellos medio locos y en su lugar les di una palmadita en el trasero con
las riendas.
No le respondí, porque no tenía una buena respuesta, y porque
simplemente acabábamos de saltar hacia delante, golpeando un hueco en
la calle y saliendo volando por encima de ella, arrojando a varios guardias
en el proceso y posiblemente derribando a un tercero. Aunque no veía
cómo ya que estaba jodidamente segura que las dos ruedas habían dejado
el suelo. Y luego estábamos golpeando una vez más el piso, lo
suficientemente duro como para que me muerda la mejilla en dos mientras
pasábamos disparados a través de la última puerta, los camellos casi
quedándose sin sus narices, Caleb y yo agachándonos lo más que pudimos
en la parte superior del carro para no perder las nuestras.
Y aun así, sentí esas malvadas versiones de picos en miniatura, de
aquellos que están en la puerta principal en el exterior, rozando mis rizos
a nuestro paso.
No me importó. Tragué fuerte, demasiado ocupada tratando de no
caerme de culo como para preocuparme por nada más. Ya ni siquiera
trataba de dirigir el carro; de todos modos, era prácticamente imposible a
esta velocidad, y además, los camellos parecían saber a dónde iban.
Simplemente acabé aferrándome a la pequeña barandilla al lado de mi
pierna clavándose en mi muslo, con los nudillos blancos de la fuerza,
Caleb maldiciendo, los camellos chillando y las campanas resonando…
Y el palacio de repente reapareció frente a nosotros, a lo largo de un
tramo en la colina.
Sin embargo, había otra puerta en frente de él, una cosa de aspecto
frágil que parecía más ornamental que otra cosa, y un par de chicos
vestidos de blanco con lujosos cinturones de oro que parecían mucho más
amigables que los demonios vestidos de azul detrás de nosotros. Pero a
juzgar por sus expresiones, también estaban allí mayormente para ver.
Supongo que no demasiadas personas intentaban asaltar el palacio
de Rosier.
O si lo hacían, estos no eran los chicos para detenerlos.
Lanzaron una mirada de incredulidad sobre nosotros, los camellos
fuera de control, las personas huyendo y los hechizos de fuego casi
alcanzándonos, a medida que los guardias se reunían en una sola línea
larga detrás. Y luego saltaron a uno y otro lado mientras entrabamos por
la puerta, los fragmentos de madera preciosa volando, varias jardineras
rompiéndose y una sobrecargada lámpara oscilante destrozándose.
Y así, estábamos dentro.
No nos detuvimos. Habían muchísimos más guardias bajando las
escaleras y el escudo de Caleb apenas se mantenía en alto. A juzgar por los
golpes que había recibido, no iba a volver pronto.
Así que nos abrimos paso a través de ellos, con camellos y todo,
hacia arriba por las escaleras, en un borrón de colores brillantes, patrones
intrincados y un magnífico trabajo de azulejos. Sirvientes en blanco y oro
rodeaban un atrio con una larga piscina y fuentes, sirviendo a un montón
de personas hermosas. Quienes dejaron de comer el tiempo suficiente para
vernos en estado de shock, una mujer ni siquiera detuvo la caída de un
canapé de su hermosa boca.
Y entonces Caleb me tomó de la mano, nos bajamos por uno de los
lados de nuestro vehículo en mal estado aún en marcha y subimos por
otro magnífico conjunto de escaleras, no porque supiéramos a dónde
íbamos, sino porque los guardias vestidos de azul no podían estar muy
lejos.
—¿Qué camino? —preguntó Caleb cuando irrumpimos en el
siguiente piso, y casi chocamos con un individuo con poco atuendo y una
bandeja de lujo.
No creo que haya sido a propósito; lucía como los sirvientes de la
planta baja, con precarios pantalones recogidos y una faja de oro. Y una
vez que Caleb le arrebató la bandeja, sólo se quedó allí temblando, con los
ojos abiertos de par en par. Hasta que Caleb lo empujó en dirección a las
escaleras y salió corriendo, gritando algo en un idioma que no conocía,
pero en el tono universal de “¡oh, mierda!”
—¿Por dónde? —dijo Caleb de nuevo, prácticamente aplastando mis
bíceps.
—¡No lo sé!
—¿Qué quieres decir…?
—¡Por esto es que Rian venía!
—¡Mierda!
Y sí. Pero el ruido de abajo repentinamente se elevó, y nos quedamos
sin tiempo para debatirlo.
—Corre —sugirió.
Lo secundé y llevamos a cabo, adentrándonos por el pasillo y
subiendo más escaleras, ahora más reducidas esta vez. Parecía que solo
eran utilizadas por sirvientes, lo cual estaba bien, a menos que nos
viéramos atrapados con ellos y no hubiera espacio para maniobrar. Pero
no lo hicimos, porque los chicos que nos perseguían venían desde atrás, y
las pocas personas que vimos al subir no hicieron ningún esfuerzo para
obstaculizarnos.
Lo que habría sido genial… si supiéramos a dónde íbamos.
—¡Mira si hay guardias! —dijo Caleb al pasar un pequeño tramo que
conducía a un pasillo más amplio—. ¡Él tendrá algunos en su puerta!
Pero no había ningún guardia en las puertas de este piso, o el
siguiente, o en el otro después de ese. Traté de aplacar el pánico, pero no
estaba funcionando. Este lugar no se había visto tan grande desde el
bazar, pero de cerca era una historia diferente. Tomaría horas buscar en
todo el lugar, eso si Rian había dicho la verdad sobre Pritkin estando aquí,
cosa por la cual no estaba apostando…
Me estrellé contra Caleb, que se había detenido bruscamente, con
un pie volando en el próximo escalón, con el fin de mirar a alguien por el
pasillo. No era un guardia, aunque el hombre iba de azul. Y no era un
sirviente, a pesar de que salió tambaleándose de espaldas fuera de la
habitación como si a alguien no le hubiera gustado el plato principal de la
cena.
O su cara, pensé, cuando Casanova golpeó la pared y rebotó, solo
para encontrarse con un puño muy familiar en el camino de regreso a sus
pies.
—¡Pritkin! —gritamos Caleb y yo a la vez, y el iracundo rubio que
acababa de salir por la puerta siguiendo a Casanova miró hacia arriba, y
entonces dio un respingo, apretando aún más el puño. Luego apretó el
otro, a medida que un ceño superando a todos los ceños del mundo
apareció en su rostro para quedarse permanentemente ahí. Me vio, y
pareció furioso.
Solo que no, furioso era quedarse corto.
Él se veía como me sentí cuando desperté en esa húmeda ladera
quemada, solo para descubrir que él simplemente había renunciado a la
independencia por la que había trabajado tan duro, por la que había
sufrido tanto, un trato por mi vida. Cuando me di cuenta que acababa de
destruir su futuro por salvar el mío, aunque no lo había pedido, y nunca
me habría preguntado, él lo hizo. La misma impotente, devastadora e
indefensa furia estaba en su rostro como lo había estado en el mío esa
noche y de repente, me alegré cruelmente por eso.
Entonces, sacudió a Casanova de la pared y lo arrastró adentro,
mientras que nosotros corríamos tras ellos dando un portazo. Lo que era
estúpido, porque no era como si todo el mundo no supiera a dónde
habíamos ido, y no creo que una precaria pieza de madera fuera a
mantenerlos a raya durante mucho tiempo. Pero se sintió bien azotarla,
tan bien que casi la abro y lo hago de nuevo.
Me conformé con ver a Pritkin mientras él me veía furioso en
respuesta, retándolo a decirlo. Retándolo a reclamarme por hacer
exactamente lo mismo que había hecho por mí. Retándolo a decir cualquier
cosa.
—¡Me rompiste la nariz! —chilló Casanova.
—¡La trajiste aquí! —dijo Pritkin con rencor, sus ojos nunca dejando
mi cara.
—No fue de buena gana, insufrible…
—¿Dónde está Rian? —exigí, interrumpiéndolo, pero mirando a
Pritkin. Se veía diferente. El cabello más largo, hasta el punto que en
realidad podría tener el estilo de una persona normal. Estaba afeitado y su
piel lucía suave, con un poco de brillo como el que tenían las personas
escaleras abajo. Llevaba alguna fluida cosa parecida a un caftán en verde
oscuro que resaltaba la anchura de sus hombros y sacaba provecho a sus
ojos, similar a la que usan los jeques del desierto.
Se veía terrible.
La idea de Pritkin de un régimen de belleza incluía jabón y
desodorante; nunca antes había olido a colonia. Pero ahora la estaba
oliendo, algo salvaje y seductor y… y mal. Pritkin olía a sudor. Olía a
pólvora quemada. Olía a ingredientes de pociones desagradables, a café
demasiado fuerte y a esos pequeños caramelos de regaliz que se escabullía
para comer porque no quería darme un mal ejemplo por mi gusto por lo
dulce.
Solo que ahora no.
Ahora olía a este lugar.
Ahora él olía a nada.
—¿Dónde crees? —dijo Casanova amargamente—. Ella me dijo que
íbamos a venir aquí para buscar a John, pero tan pronto como llegamos,
empezó a preguntar por Rosier. Cuando exigí saber por qué, ella me dejó y
se fue a buscarlo por su cuenta. Y estúpidamente, traté de advertir…
—Sabía que eras tú —me dijo Pritkin, en furiosa voz baja—. Antes de
que él dijera una maldita palabra. Tan pronto como escuché las
campanas, sabía…
Le di una bofetada. Fuerte. Salió de la nada, a tal punto que ni
siquiera me di cuenta que iba a hacerlo hasta que su cabeza se sacudió,
hasta que él me fulminó con la mirada por encima de la marca de mi
palma en su mejilla izquierda.
—Yo… mejor hablaremos más tarde —dijo Casanova, y se escabulló
a alguna parte.
—¿Cómo se siente? —le pregunté en voz baja y temblorosa. Y no
estaba hablando de la bofetada.
—Tú… —Pritkin no continuó y terminó apretando sus delgados
labios, como si temiera que si empezaba no sabría dónde parar. Lo cual
era perfecto para mí. Mi adrenalina estaba bombeando, mi pulso latía con
fuerza, y nada de lo que pudiera decir, cualquier maldita cosa…
Excepto eso, pensé, mientras me arrastraba contra su pecho duro.
—¡Hijo de puta…! —empecé, solo para que mi voz se ahogara por
algo atrapado en mi garganta. No eran sentimientos. Era demasiado
oscuro para eso. Pensé que podría ser odio.
Sí, eso era. Lo odiaba.
—¿Me has oído? —gruñó Caleb, desde el otro lado de la habitación.
—¿Qué? —espeté. Y finalmente levanté la vista. Y parpadeé. Porque
esto no era una celda de prisión.
En lugar del agobiante cuarto desordenado lleno de pociones en las
Vegas, el cual incluso en un buen día parecía que estaba habitado por una
mezcla entre un niño hiperactivo y Rambo, este lugar era… hermoso.
Agraciado. Perfecto.
Era enorme, con sofás, almohadones y mantas esparcidas alrededor,
y una cama bastante grande para siete u ocho personas. Tal vez diseñada
para ello, teniendo en cuenta dónde estábamos. Había puertas en forma de
arcos en ambos extremos, llevando a más espacios, pero lo más grandioso
era el balcón, que era fácilmente tan amplio como la habitación y corría
toda su longitud.
Lámparas de bronce perforadas se balanceaban suavemente en
cadenas de seda, rodeadas de halos geométricos. Una brisa enviaba las
largas cortinas blancas flotando lánguidamente en la habitación, de modo
que las diáfanas estrellas podían verse a través de ellas. Sus bordes
acariciaban las piedras en forma de diamante en el suelo, en todos los
tonos posibles desde miel a oro pálido. Me quedé mirando, tratando de
entender la idea de Pritkin viviendo en un palacio, a diferencia de estar en
medio del desordenado y de mal gusto Dante, de él vistiendo finas ropas
bordadas en lugar de viejo cuero raído, de él habitando en un espacio tan
hermoso como extraño, sin nada, ningún libro, ningún vial, ninguna
imagen, nada, para recordarle el mundo que había perdido.
Como si eso no hubiera importado. Como si ni siquiera hubiera
perdido…
—¡Cassie! —dijo Caleb, con más urgencia esta vez—. Mira esto.
Corrí hacia el balcón, lo que me dio una buena vista a lo largo del
lado del acantilado y sobre la extensa ciudad. Pero las luces parpadeantes
no ocuparon mi atención tanto como lo que venía desde lo alto. Así que eso
es lo que pasaba ahí, pensé, viendo a un montón de figuras oscuras,
literalmente, corriendo por los edificios y mástiles de roca sobre el palacio.
No estaban usando las calles; estaban saltando de tejado en tejado
emergiendo como si estuvieran haciendo su propia autopista.
Y cada uno de ellos se dirigía directamente hacia nosotros.
—Parece que alguien llamó a las tropas de élite —dijo Caleb con
gravedad—. Lo que vayamos a hacer, hagámoslo ahora.
—Métela en el estudio —dijo Pritkin, acercándose a nosotros—.
Pongan barricadas en el interior. No puedo llamar a los guardias, pero
puedo llamar a mi padre…
—No nos vamos a ocultar; nos vamos —le dije rotundamente.
—No hasta que negocie un salvoconducto…
—¡Tu padre no te va a conceder un salvoconducto!
—Eso es irrelevante...
—Y una mierda.
—…¡como sabías bastante bien antes de empezar esta locura!
¡Maldita sea, Cassie! Pensé que tenías más sentido…
—¿Acaso la conoces? —preguntó Casanova, metiendo su maldita
nariz en el balcón.
Y perdí el control. Agarré la parte delantera del caftán bordado en
oro de Pritkin, ¿desde cuándo usa un maldito caftán?, y lo arrastré hacia
mí.
—Voy a decir esto una vez. Tú eres mi siervo. Jurado a mí servicio
hasta la muerte. Nunca te liberé de esa obligación. ¡Y si quiero venir por ti,
maldita sea, voy a venir por ti!
Algo cambió en sus ojos, algo peligroso.
—Y yo me callaré, y simplemente así será.
—Ahora mismo me importa una mierda si te gusta o no. Pero no me
voy sin ti, así que bien puedes…
La puerta reventó abierta, haciendo que Caleb y Pritkin levantaran
una mano. Y quienquiera que fuese voló directo de regreso. La puerta se
cerró suavemente.
Pritkin me miró por un segundo más, y luego transfirió la mirada a
Caleb.
—Las alfombras —gruñó, y por un segundo, Caleb pareció tan
confundido como yo. Y luego…
—¡Oh, infiernos no!
—¿Tienes una idea mejor? —espetó Pritkin, caminando y tomando
una dorada grande que estaba anclada sobre una zona para agradable
conversación justo dentro de la habitación.
Caleb miró hacia el cielo, pero luego aparentemente recordó dónde
estaba y se rindió. Tomó una roja del suelo del balcón. Y en el proceso
envió a uno de los guardias sobre la barandilla a la oscuridad, uno que
acababa de saltar encima de él desde el piso de arriba.
Caleb agarró el brazo de Pritkin a medida que su amigo arrojaba lo
que parecía una muy cara alfombra detrás del demonio.
—Mi magia es débil aquí —le advirtió.
—¿Lo del bazar fue débil? —pregunté con incredulidad.
Caleb me miró.
—Con la cantidad de poder que perdí, todo el maldito mercado
debería de haber estado en llamas. Y aun así, apenas lo logramos. No sé…
—Tendrá que ser suficiente —dijo Pritkin con gravedad.
—Claro. Lo dice el medio demonio.
—Nunca vas a dejarme vivir con eso, ¿verdad?
—¿Después de esto? —Caleb puso sus ojos en blanco. Y entonces
agarró a Casanova—. ¿Nos llevamos a este?
—¡Sí! —dijo Casanova acaloradamente—. ¡No quiero estar aquí
cuando Rosier se entere de lo que están haciendo!
—¿Lo que estamos haciendo?
—¡Nada de esto es mi culpa!
—Oh, estarás aquí —dijo Pritkin con gravedad. Pero luego, también
lo arrojó por el balcón.
Estaba a punto de enloquecer, porque ese era un maldito camino
largo hacia abajo, incluso para un vampiro. Pero no tuve la oportunidad.
Porque fui la siguiente.
Ni siquiera tuve tiempo de gritar antes de que mi culo estuviera
rebotando sobre algo firme pero suave, a menos de dos metros debajo del
borde del balcón. No tuve tiempo para ver lo que era antes de que Pritkin
aterrizara junto a mí. Y antes de que saliéramos a toda marcha, en un
borrón con el viento desgarrando mis ojos.
O tal vez era por el hechizo que cruzó el aire justo frente a mi cara, e
incendió algo.
Me di la vuelta, ya que eso había venido desde arriba. Y vi a un
grupo de guardias colgando sobre la barandilla del piso de arriba al de
Pritkin, disparando lo que parecían bolas de luz sobre nosotros. También
quemaban, pensé, con el olor a lana chamuscada.
Y me di cuenta que ese algo quemándose era el algo en el que
estábamos sentados.
Algo grande, dorado y…
Y al que le faltaba una esquina cuando Pritkin sacó un cuchillo y
cortó el pedazo ardiendo, de lo que había sido una bonita alfombra. No, no
era una alfombra, pensé sin comprender, agarrando los lados en una
repentina sensación de debilidad. Ahora se trataba de un objetivo…
volador, flotando sobre la ciudad en un apacible movimiento balanceante
que iba a conseguir que nos asáramos en cualquier momento. Me quedé
mirando a través del vacío a Casanova, quien también se aferraba al borde
de la alfombra con las dos manos, mirando a un lado con el trasero al aire.
Y con una expresión que de alguna manera se las arregló para
combinarlas entre cabreado y aterrorizado.
Y sabes que las cosas están muy mal cuando comienzas a estar de
acuerdo con Casanova.
—¡Todavía están disparando contra nosotros! —le dije a Pritkin, que
se arrastraba alrededor, murmurando algo a la alfombra.
—¿Y esto te sorprende?
—¡Sí! ¡Tienen que saber que estás aquí!
—Obviamente.
—¡Pero podrían matarte!
—Esa sería la idea.
—¿Estás diciendo que hay gente aquí que te quiere muerto? —Me
dio un gesto lacónico, pero ninguna información. Por supuesto que no—.
¡Maldita sea, Pritkin! No entiendo…
—¡No, tú no entiendes! —dijo, girando sobre mí salvajemente—. ¡Es
por eso que no deberías haber venido!
—¡Es por eso que no deberías haberte ido!
—¡No tuve elección!
—¡Yo tampoco!
—¡Consigan una habitación! —chilló Casanova cuando otro hechizo
pasó por el espacio entre nosotros—. ¡Y pon estas malditas cosas a toda
marcha o todos vamos a morir!
—Los hechizos en capas no son fáciles bajo las mejores condiciones
—le dijo Pritkin—. ¡Las cuales no tenemos!
—¿Qué capas? ¡Sólo tienes que mover esta cosa!
—Hechizo de levitación, uno —dijo Caleb, sosteniendo un dedo
delante su cara—. Mantener la maldita rigidez y nivel de la alfombra, dos.
—Otro dedo—. Y ahora quieres un hechizo de propulsión, serían tres, y eso
no va a pasar.
Casanova se quedó viendo de él a Pritkin y viceversa.
—¿Quieres decir que nos arrojaste por el balcón y no tienes un plan
para hacernos bajar?
—Alguien dijo una vez, si estás en un edificio en llamas, salta por
una ventana. Ya resolverás lo demás de camino a la tierra.
—¡Es la tierra lo que me preocupa!
Y no lo culpo. Una caída como esa era una de las pocas cosas que
podía matar a un vampiro maestro. Pero no era que pudiéramos bajar
más. Las bolas de rayos rojos parecían tener un rango, y habíamos flotado
demasiado alto para que no nos alcanzaran.
También empezábamos a avanzar un poco, apenas lo
suficientemente rápido como para rizar mi cabello, aunque eso habría sido
una mejora… si los guardias no hubieran cambiado a otros hechizos.
Estos parecían diferentes, con largas colas y una dispersión más amplia;
Supongo que era porque éramos más difíciles de apuntar a esta distancia.
Pero el resultado fue un cielo lleno de lo que parecían muchos fuegos
artificiales, rojos, rosas, amarillos y naranja, habría sido muy bonito…
Si no hubiéramos estado volando en medio de ellos.
Casanova chilló cuando otro hechizo ardiente pasó, derramando
chispas amarillas que abrieron pequeños agujeros en su túnica, antes de
que Caleb murmurara algo y se apagaran. Estaba más preocupada por las
ondas de choque de las explosiones, que nos mecían en todas direcciones,
como un barco en alta mar.
Acababa de tener ese pensamiento cuando otra ola nos golpeó, más
pesada que el resto, inclinando la alfombra a la que me estaba aferrando
con ambas manos y un pie por lo menos al treinta por ciento. Me deslicé
hasta el borde, y por un segundo, me quedé mirando hacia abajo a una
ciudad llena de profundas sombras azules, linternas de luces naranja,
hechizos que explotaban y calles llenas de gente mirando hacia nosotros.
Pero no grité.
Porque había una cosa, al menos, que no estaba viendo.
—¿Por qué los íncubos no están detrás de nosotros? —jadeé cuando
Pritkin me agarró y la alfombra se tambaleó a su lugar—. ¡Pueden llegar a
nosotros sin importar qué tan alto estemos!
—Sí, excepto que le disparamos a uno hace unos minutos —me
recordó Caleb, la luz de un rayo pasando detrás iluminó su cara de oro.
—¿Con qué? —preguntó Pritkin.
Caleb levantó la pequeña pistola de plata que le había dado.
Con lo cual, Pritkin comenzó a maldecir.
—No matamos a nadie —dije—. ¡Es más de lo que están tratando de
hacer con nosotros!
—Hay muchos entre los Señores que con gusto me verían muerto —
dijo Pritkin, estirándose y arrebatándole su armad de regreso—. Pero no
me van a atacar, ni aquellos bajo mi protección, justo frente a mi padre. ¡A
menos que ustedes dos les dieran una perfecta razón al disparar contra
ellos!
—Fue solo uno —dijo Caleb tímidamente.
—¡Eres tan malo como ella!
—¿Por qué te quieren muerto? —exigí—. Eres el heredero de Rosier…
—Y como tal, posicionado entre ellos y el poder. Empujé a todos un
paso más lejos del trono el día que regresé.
—Pero si no te pueden matar delante de tu padre…
—No pueden. Al menos no abiertamente, aunque la mitad de los
guardias por aquí están a sueldo de una u otra facción. Pero no son la
principal…
—¡Augghhh! —Ese fue Casanova, su cara manchada de sangre
iluminada por un hechizo rojo, dándole un aspecto realmente infernal. No
es que necesitara la ayuda en este momento—. ¿Soy el único cuerdo aquí?
¿Soy el único que se da cuenta que este no es momento para charlar? ¡No
me importa lo que hagas o cómo lo hagas, pero las alfombras voladoras se
supone que vuelan!
—En las películas, tal vez —dijo Caleb—. Pero en caso de que no te
hayas dado cuenta, esto no es una película. Eso… —señaló a la ciudad
resplandeciente, tan por debajo de nosotros ahora—… ¡no son imágenes
generadas por computadora y tú vas a conseguir que te empuje fuera de
esta alfombra si no te callas y nos dejas pensar!
Solo que eso no pareció que fuera muy bien.
Y eso fue antes de que algo retumbara en el aire que nos rodeaba
como un trueno. Sólo que en este lugar no parecía que se dieran mucho
los truenos. Y no creía que un trueno pudiera poner esa expresión en el
rostro de Pritkin.
—¿Qué es eso? —preguntó Casanova, con voz tensa. Como si no
pudiera aguantar más malas noticias en este momento. Lo cual era una
lástima, ya que eran las únicas que parecían llegar.
—Un príncipe demonio en la sede de su poder —dijo Pritkin con
fuerza, cuando una masiva tormenta de arena estalló sobre los
acantilados.
La ciudad se empequeñeció, haciendo que la considerable expansión
se viera como el juguete de un niño en comparación. A lo largo del
horizonte, tan lejos como pude ver, venía, en ambos sentidos, una masa
hirviente de suciedad, polvo y ultrajadas decenas de cosas. Casanova lo
miró boquiabierto por un segundo, con los ojos desorbitados y sin poder
creerlo, como un hombre que había esquivado con éxito la muerte durante
siglos, viéndola venir directamente hacia él.
Y entonces se empezó a desvestir.
Se arrancó las ropas polvorientas que había llevado todo el día,
incluso cuando las primeras ráfagas nos golpearon y las enviaron
ondeando a su alrededor. Rebuscaba a tientas, maldiciendo y actuando
como un loco. Pero por una vez, no pensé que lo estuviera.
Por una vez, pensé que tenía una muy buena maldita idea.
Agarré el bonito caftán verde de Pritkin.
—¡Quítatelo! —grité, el aullido del viento ya estaba casi sobre
nosotros, y por un milagro, él no discutió.
Tal vez, también lo había entendido, o tal vez el ruido hizo imposible
la discusión. Todo lo que sé es que se lo quitó, y por suerte, era una buena
lana pesada, cómoda, pero cálida para las noches frías del desierto. Y
resistente, o eso esperaba.
Até un extremo alrededor de una esquina de la alfombra y alcancé la
otra, y me di cuenta que teníamos que agradecer al hechizo que la había
quemado. A ello le siguió una loca carrera para conseguir atar la túnica
desatada, arrastrarla hacia el otro extremo de la alfombra y ponerla en su
lugar con la ayuda de Pritkin. Dijo algo, pero no le pude oír con el aullido
del viento en mis oídos, las primeras ráfagas de polvo restregando mi cara
y el pánico haciendo que mis manos anduvieran a tientas tan mal como
las de Casanova, a quien ni siquiera podía ver más.
Pero conseguimos atarla, y terminamos la improvisada nave justo
antes de la tormenta. Un vendaval furioso de viento y arena se estrelló
contra nosotros, con tanta fuerza que nos habría lanzado a la luna. O a
través de una ciudad a velocidades de locura, como una bala disparada de
un cañón.
Un arma muy, muy inestable. La improvisada “vela” inclinándose
delante de nosotros solo estaba atada a la parte inferior, lo que significa
que Pritkin y yo teníamos que aferrarnos a la parte superior porque no
teníamos un mástil. También teníamos que aferrarnos al extremo más
lejano de la alfombra, para que así no nos lanzara hacia arriba finalizando
todo esto muy rápido. Pero con todo y lo suficientemente loco, funcionó, tal
vez porque el hechizo que mantenía nivelada la alfombra también parecía
estabilizarla, dejando solo un pequeño problema.
El cuerpo humano no fue diseñado para manipular un velero
flotante.
En serio, realmente no lo estaba, pensé, mirando más
desesperadamente a Pritkin. Que sostenía su extremo de la alfombra con
sus dientes y buscaba a tientas algo que había enrollado alrededor de su
brazo. Pero no podía decir lo que era, o lo que él pensaba que estaba
haciendo, porque estaba demasiado ocupada siendo todos los tendones
estirándose, los ligamentos y músculos gritando que esto no era bueno,
nada bueno, para nada, nada bueno…
Y después estaba volcada en el medio de la alfombra.
Me entró el pánico por un instante, pensando que simplemente nos
habíamos jodido, pero continuábamos saltando delante de la tormenta, y
estaba tan nivelada como podría estar un recipiente improvisado hecho
con retazos. Pritkin debe haber agarrado la pieza que había estado
sosteniendo, y de alguna manera se las arreglaba para controlar ambas a
la vez, porque la vela estaba tan completa como siempre. Pero no podía
darme vuelta para averiguar cómo lo hacía, porque estaba medio ciega por
la arena y tratando desesperadamente de aferrarme a una alfombra
mágica agitándose como loca, cosa que no era tan divertida como las
leyendas nos hacían creer…
Hasta que de pronto se niveló.
Me giré, esperando desesperadamente que Rosier lo hubiera
reconsiderado, aún sabiendo las probabilidades de eso. Pero por encima de
mi hombro estaba la misma masa hirviendo de furia, sólo que más oscura
ahora que se tragó las luces de la ciudad que acabábamos de dejar atrás.
Pero apenas me di cuenta, porque Pritkin estaba…
—No —dije, inmediatamente rechazando lo que mis ojos me estaban
diciendo.
Parpadeé, y luego empujé una bufanda que se agitaba en mi cara y
volví a parpadear. Pero la escena no cambió. Pritkin seguía apoyado en el
borde posterior de la alfombra, sus pies estaban todavía anclados detrás
de una arruga rígida en la tela, y todavía estaba arqueándose hacia atrás,
hasta el punto que estaba tendido casi plano. Pero ahora sus antebrazos
estaban enredados alrededor de los extremos de la banda de tela larga que
había estado usando, la cual estaba bien sujeta ahora de las dos esquinas
superiores de nuestra vela.
Nuestra vela llena de viento. La que él estaba dirigiendo tirando de
una y otra soga improvisada, o al girar su cuerpo de un lado al otro. Así
que, básicamente, estaba…
—¡No! —dije de nuevo, porque era absoluta y positivamente
imposible surfear en el infierno. Me dolió el cerebro, mi relativamente
cerebro sano sin importar lo que Casanova diga, para pensar en palabras,
porque este tipo de cosas no suceden.
A menos que realmente te hubieras vuelto loco. Una idea reforzada
un segundo más tarde, cuando Pritkin de repente sonrió, me sonrió, a mí,
y dijo algo que el viento se llevó.
—¿Qué?
—¿Por qué estos planes tuyos siempre implican que yo me desnude?
—gritó, haciéndome parpadear de nuevo. Y luego fruncí el ceño, porque
maldición, no era el momento de perder la cabeza.
—¡No estás desnudo! —grité otra vez, porque era cierto, no por
mucho. Todavía tenía el pantalón de seda dorado, agitándose en el viento y
viéndose ridículo alrededor de las líneas duras de su cuerpo.
Y porque, ¿qué más le puedes decir a un sonriente demonio
surfeando en el infierno?
Él dijo algo que sonó como a “¿decepcionada?”, pero no, porque eso
sería absurdo.
Entonces Caleb y Casanova emergieron justo en frente perdiéndose
nuestro loco artilugio, porque no parecían haberse dado cuenta de las
modificaciones que había hecho Pritkin. Pero con la fuerza del vampiro y
los músculos de Caleb, parecían estar haciéndolo bien al sólo sujetar los
extremos de la vela, aunque eso les daba mucho menos control de lo que
teníamos. Pero la loca agitación del tejido en el que estaban, por supuesto,
no pareció molestarles.
Al menos, no parecía molestar a Caleb. A quien finalmente vi riendo,
gritando y dando una buena representación en cuanto a por qué los magos
de guerra eran vistos como ligeramente dementes por el resto de nosotros.
Como Casanova, quien se aferraba a los bordes de la cordura con chillidos
horrorizados.
Me volví hacia Pritkin, para señalar eso, ves, así es como una
persona normal reacciona cuando es perseguido por una tormenta gigante
ocasionada por un Señor Demonio a través de los cielos del infierno. Pero
no lo hice, porque él gritó algo. Algo que sonó como “la puerta”.
Y, oh, mierda.
Me di la vuelta, me agaché, y miré por debajo del borde rígido de
nuestra vela. Vi con horror que en unos pocos minutos habíamos logrado
cubrir casi todo el terreno que nos había tomado horas caminar. Lo que
significaba que el portal de este mundo se acercaba, y se acercaba rápido.
Ya eran visible los picos gemelos del cañón donde la puerta de la
Corte de Rosier se alzaba, muy lejos de la ciudad. Así, supuse, tendría
alguna advertencia si era atacado. Pero yo no lo hacía, y no sabía a ciencia
cierta si podía hacer esto; el rostro indignado de Casanova demandando el
por qué no había probado la teoría de mamá estaba empezando a sonar
mucho más como la voz de la razón y…
—¡Mierdaaaaa! —grité cuando el viento aulló, el polvo se arremolinó
y los guardias alrededor del portal nos vieron y cayeron al suelo. Casanova
y Caleb gritaron otra vez y de alguna manera lograron controlar su lado de
la alfombra en el proceso, arrojándonos en un enorme arco. Porque nadie
sabía si la puerta permanecería abierta para cualquier persona que no
estuviera conmigo.
Suponiendo que la abriera.
No podría decir si estaba haciendo algo, porque girábamos de
regreso en un arco y luego otra vez, todavía dirigidos hacia el posible olvido
en medio de salvajes azotes, los arcos que formábamos haciendo que me
fuera imposible concentrar. O ver. O cualquier cosa que no sea aferrarme a
nuestro loco barco y gritar.
Pero vagamente, a través de las bandas de arena dorada rojiza vi
otro remolino de colores, un toque de azul brillante que resplandeció desde
el interior. Y eso estaba bien, pero no podía decir si el escudo estaba
cubriendo el portal o no, porque era casi transparente, incluso en buenas
condiciones y estas no eran buenas condiciones. Pero Pritkin, maldito sea,
estaba haciendo su mejor esfuerzo apuntando como si supiera lo que
estaba haciendo cuando habíamos demostrado de manera concluyente que
ese no era nunca el caso, y de repente Casanova y yo estábamos chillando
al unísono pero no me importó porque, oh Dios…
Y entonces la atravesamos, rasgando a lo largo de un enloquecido
remolino de colores que normalmente me mareaba pero, era demasiado
tarde, y luego a las tinieblas.
Pero no las de la corte secundaria de Rosier. Esa oscuridad estaba
llena de piedra arenisca, silenciosos sirvientes y una elegancia extramente
señorial. Ésta estaba rayada de neón, con luces intermitentes y llena de
vida, música y máquinas tragamonedas rechinando. Y también un chico
gritando, a quien habíamos recogido del suelo cuando Pritkin trató de
corregir el rumbo para evitar que rozáramos directamente nuestro trasero
en alguna fea alfombra, y en su lugar nos envió a toda velocidad
directamente a un techo lleno de estalactitas.
Incluyendo una roca enorme tan inminente como una daga en
nuestro camino.
—¡Auggghhhh! —dijo el chico de la camisa rosada como un cerdo.
—¡Auggghhhh! —dijo Casanova, directamente en mi oído, porque de
alguna manera había terminado arriba en nuestra alfombra.
Auggghhh, no dije, porque él me había agarrado por el cuello,
tratando de aferrarse a algo y me estaba estrangulando en el proceso.
Lo cual no era saludable, pero no era peor que chocar con la
gigantesca masa de roca falsa que estaba a punto de ensartarse en los tres
de nosotros…
Hasta que Caleb envió un hechizo en el último segundo que reventó
la cosa en una nube de polvo de yeso y un trillón de piezas volando.
Después estaba tosiendo, agachándome y tratando de aferrarme. Y
simultáneamente trataba de deshacerme del abrazo infernal de Casanova,
mientras que al mismo tiempo trataba de evitar que el hombre-cerdo se
deslizara de la alfombra frente a mí. Porque estábamos al menos a media
docena de pisos, a toda velocidad alrededor de un espacio como caverna…
Bueno, en realidad, no hay nada que se le parezca a un exceso de
velocidad en una alfombra voladora llena de arena y llena de asustados
pasajeros.
Y entonces Pritkin finalmente consiguió que nos detuviéramos,
jalando con fuerza y enviándonos abajo hacia él. Para después esparcirnos
una vez más en el centro de la alfombra a medida que ésta se aplanaba, el
hechizo que se había sentido tan endeble en el infierno animándose ahora
que estábamos de regreso. ¿En la tierra?
No entendía, pero la vista a través de la franja de la alfombra era
inconfundiblemente la calle principal del Dante, donde se suponía que el
tema era un pueblo fantasma, no Aladdin, pero a nadie parecía importarle.
Una multitud se estaba reuniendo alrededor, mirándonos expectantes,
como si fuéramos una mejor variante de artistas callejeros que los que
usualmente merodeaban por ahí tratando de asustar a la gente. Solo que
esta vez, era al revés, a juzgar por la forma en que Casanova todavía
estaba chillando.
Yo no lo hacía, por la misma razón que no había estado gritando.
—Ayuda —dije atragantada, no siendo capaz de conseguir nada de
aire más allá de los setenta y siete kilos del vampiro tendido en mi espalda.
Y como resultado, cierta camiseta porcina y el chico en pánico que la
llevaba, se deslizó lentamente fuera de mis manos…
Pritkin alargó la suya y atrapó al chico, arrojándolo de nuevo en la
alfombra, justo antes de que diera a la multitud el espectáculo que
estaban esperando. Un grupo de seguridad del Dante corrió bajo nuestros
pies un momento más tarde, y luego sólo se quedaron allí, mirando hacia
arriba como todos los demás. Porque su formación no los había entrenado
para esto.
Hasta que el jefe se arrastró hasta mí, sucio y desnudo a excepción
de un par de maltratados calzoncillos blancos y asomó la cabeza que ya no
estaba perfectamente peinada por el borde. Y volvió a gritar. Solo que esta
vez fueron palabras reales.
—¡Bájenme, cretinos! ¡Bájenme, bájenme, bájenme!
Los guardias comenzaron a mirarse unos a otros, y entonces, un
montón de ellos enlazaron las manos y miraron hacia él.
Esperanzadamente. Lo que en cierto modo tenías que admirar,
considerando quién era su jefe.
Había pensado que los habría golpeado por algo como eso hace años.
Supongo que Casanova también lo hizo, porque empezó a gritar un
poco más, pero no pude oírlo. El viento acababa de alzarse notablemente y
terminó llevándose las palabras, así como de repente balanceó mi cabello
sudoroso contra mi cara. Y ya que estábamos dentro, eso probablemente
no era un gran…
—¡John! —dijo Caleb con urgencia.
—Lo sé.
—¡Bájanos!
—No hay tiempo.
Y no lo había. Un segundo después, una tormenta arrasó sobre el
hotel como un ciclón en una pradera. La multitud gritó y corrió a
refugiarse, un par de plantas rodadoras salieron girando, y empezamos a
flotar alrededor de nuevo, nuestra improvisada vela volvió a inflarse
parcialmente antes de que Caleb pudiera agarrarla.
Me aferré a la alfombra girando suavemente, pero no era miedo a la
caída lo que me tenía preocupada. Ni siquiera era la tormenta, en la cual
parecíamos estar en el ojo. No, mi miedo estaba ocupado con el par de
elegantes botas que se estaban materializando en la alfombra, mientras la
tormenta se arremolinaba, giraba y se reunía en la forma de un muy
enojado Señor Demonio.
Quien me agarró casi antes de haber terminado de consolidarse,
pero rodé hacia un lado y terminó agarrando al hombre-cerdo en su lugar.
A quien dejó caer rápidamente por la borda.
—¡Oh, Dios mío! —Me lancé hacia el borde de la alfombra, y
conseguí vislumbrar en una fracción de segundo a un reportero de
televisión aturdido, sentado sobre un montón de brazos cruzados de
vampiros, hasta que bruscamente lo arrojaron al suelo. Y luego me levanté
para encontrarme con un par de furiosos ojos verdes.
—Inténtalo de nuevo —gruñó Rosier.
—¡Déjala! —gruñó Pritkin, tirando un cuchillo y haciendo que los
ojos de Rosier se fijen brevemente en él.
—Buen plan —dijo, y me colgó sobre el borde―. ¡Fue la mujer! —
gritó, al parecer a la tormenta―. ¡Ella lo engañó! ¡Llévensela y hagan lo que
quieran!
Pero la tormenta no pareció impresionada. En todo caso, se hizo más
fuerte y más feroz, y nuevas formas comenzaron a fundirse fuera de la
arena resoplando. Uno aterrizó en nuestra alfombra, haciendo que toda la
cosa rebote, lanzándome hacia Rosier.
Quien rápidamente me soltó, sólo que resultó ser algo bueno.
Un destello de luz quemó mis retinas cuando caí de regreso, la pieza
de alfombra justo al lado de mi cuerpo salió girando en su propia
trayectoria, con Casanova aferrándose a ella como un náufrago al último
barril flotando entre las aguas.
Por un segundo, no me di cuenta lo que estaba pasando, hasta que
Pritkin me empujó detrás de él. Y arremetió con su cuchillo, enviando una
mano y la espada curva a girar sobre el vacío, luz neón recorriendo la hoja
como sangre hasta que llegó a una de las tiendas falsas. Y se atascó allí,
temblando.
Pero no tanto como yo cuando un demonio, ahora con una sola
mano y con túnicas negras, se abalanzó sobre mí. Fue expulsado
violentamente hacia atrás sobre la alfombra de Caleb por Pritkin, donde
dos de sus amigos habían estado a punto de lanzarse sobre nosotros. Pero
su peso añadido, los envió a volar antes de estar preparados, uno a un
techo cercano y a otro directamente hacia nosotros…
Donde aterrizó sobre una espada en manos de… ¿Rosier?
Y a juzgar por la cruel satisfacción en el rostro de Rosier, no creí que
hubiera sido un error.
—¡Llámalos! —gritó Pritkin.
—¡No puedo! —Rosier levantó la espada, expulsando el cuerpo al
vacío―. ¡No me responden a mí!
—Entonces, ¿por qué traerlos? —exigí.
—¡Yo no los traje! ¡Estaba tratando de alejar a mi hijo de ellos, antes
de que tú te las arreglaras para conseguir que lo maten! —Miró a Pritkin
furioso—. ¿Qué en los nueve infiernos…?
—¡Cassie no se iba a ir sin mí! ¡La estaba escoltando a la seguridad!
—¿Y cómo es que te funcionó eso? —exigió Rosier cuando dos
guardias más giraron a la existencia, y fueron simplemente despachados
rápidamente.
—Pensé que íbamos al Reino de las Sombras —dijo Pritkin,
mirándome.
—Allí íbamos —le dije―. Pensé… Debo habernos desplazado…
—¡No te puedes desplazar en el reino de mi padre!
—Ella no lo hizo —gruñó Rosier—. ¡Unió las puertas, la mía y la de
regreso a la tierra, trayéndote de regreso a donde ella quería que
estuvieras!
—No pude haberlo hecho —dije con vehemencia—. Ni siquiera
estaba segura de saber cómo abrir una…
—¡Vinimos a través de tu estela!
Ah.
—Entonces fue un error…
—¡Tremendo error! —siseó Rosier—. ¡Acabas de poner a mi hijo bajo
interdicto!
—Estaba restringido a los dominios de Rosier por orden del Concilio
—explicó Pritkin—. El Reino de las Sombras es un terreno neutral; podría
haberte acompañado allí. Pero aquí…
—¡Aquí está fuera de la ley, puede ser asesinado a plena vista! —
jadeó Rosier, habiendo arrojado a otro guardia por la borda.
—¿Orden del Concilio? —repetí, de repente con un mal
presentimiento—. Pero, ¿por qué quieren…?
—Gracias a ti —escupió Rosier, frente a mi cara—. Él tiene su propio
pasado con ellos. ¡Nunca les gustó, pero no fue hasta que se alió contigo
que empezaron a temerle! ¿Un demonio que odia al Concilio y una viajera
en el tiempo, amenazando cruzar el límite? ¡Podrías regresar en la historia,
destruirnos a todos! ¡Aunque parece que lo estás haciendo suficientemente
bien tal como está!
—Ya te he dicho antes, no soy ninguna amenaza para el Concilio…
—Sí, y es tan reconfortante tener tu palabra. ¡Desgraciadamente
prefieren algo un poco más seguro, como la cabeza de mi hijo!
—¿Por qué no la mía?
—Tú eres necesaria como refuerzo de guerra —dijo Rosier
amargamente—. Él es prescindible…
—¡Él no es tal cosa!
—Diles eso.
—¡Convócalos y lo haré!
Los ojos de Rosier brillaron con neón, y si las miradas mataran…
bien, eso les habría ahorrado algunos problemas.
—Sí, te gustaría eso, ¿no? —espetó.
Pritkin maldijo.
—¡Hazlo! ¡No hay elección!
—Tú planeaste esto —siseó Rosier—. Planeaste esto todo el tiempo.
Sé condenadamente bien que ella no vino con esto por su cuenta…
Pritkin maldijo de nuevo, aunque no tanto como cuando los guardias
saltaron, y cuatro de ellos decidieron atacarnos juntos. Los cuatro
golpearon sobre nuestra alfombra al mismo tiempo, aterrizando entre los
dos Señores Demonios y yo, su peso combinado haciéndome salir
volando. Afuera y arriba, hacia el vacío, agitando los brazos y el cuerpo,
tratando desesperadamente desplazarme, y fallando.
Y mirando el rostro en pánico de Pritkin cuando empecé a caer,
porque era una larga, muy larga caída.
O lo habría sido, si no hubiera caído directamente sobre Casanova.
Y eso habría sido genial, si mi peso añadido no hubiera hecho que
su pedazo de alfombra se viniera completamente hacia abajo. Y luego
volara hacia arriba. Recuperándose y cayendo en ambos extremos, yendo y
viniendo entre la batalla que ahora estaba en su apogeo en las dos
alfombras.
—Ooooh —dijo la multitud, impresionada por nuestras acrobacias.
—¡Aaaaaah! —dije, agarrándome alrededor del cuello de Casanova,
porque no soy miembro del Cirque du Soleil.
—¡Quítate! —gruñó él, porque no creo que hubiera planeado el acto
heroico. Había estado sobre manos y rodillas, mirando por encima del
borde de su inestable alfombra mientras trataba de conseguir que sus
hombres volvieran a formar una red de seguridad. Pero estaban ocupados
corriendo, tratando de alejar a la multitud que, al menos, se daban cuenta
que no era un acto.
Y por lo tanto no había nadie que nos atrapara a ninguno de los dos.
No es que estuviera muy interesada en llegar a abajo. La tormenta
había dejado caer unas cuantas docenas más de figuras vestidas de negro
en los tejados de los alrededores, demasiado lejos para llegar a la batalla
principal, pero a sólo unos pocos tramos de escaleras lejos del piso.
Supuse que esa era la razón por la que Pritkin y Caleb estaban
manteniendo las alfombras en el aire. Luchar en una pequeña plataforma
inestable no es divertido.
Pero era mejor que ser asediado por dos docenas de soldados de otro
mundo, todo al mismo tiempo.
Especialmente estos soldados.
Entre la penumbra en la Corte de Rosier y la frenética actividad en
torno a nuestro escape, no había conseguido un buen vistazo a las tropas
de élite vestidas de negro. Lo estaba haciendo ahora. Una de las capuchas
de las criaturas se deslizó hacia atrás lo suficiente para mostrarme su cara
si hubiera tenido una. En su lugar, había una placa frontal en bronce
blanco brillando bajo las luces, y mi estómago abruptamente comenzó a
irse hacia los dedos de mis pies.
—Mierda —dije, con sentimiento.
—¿Qué? —La cabeza de Casanova se giró—. ¿Y ahora qué?
—Ahora eso —dije, señalando.
—¿Qué?
—Allû.
—¿Allû? —Por un segundo, se quedó mirando fijamente a la
alfombra más cercana, y luego su rostro cambió—. ¡Mierda!
Y sí, eso lo resumía todo. Los Allû eran guardias personales del
Concilio, quienes normalmente acampaban en el Reino de las Sombras
haciendo la vida en el infierno un poco más infernal para cualquiera que
se atreviera a cruzarse con sus amos demoníacos. Pero ocasionalmente
eran enviados a hacer recados, como cuando el Concilio realmente quería
a alguien muerto.
Y usualmente cumplían su deseo, ya que su monstruoso ejército en
realidad no podía morir. Lo sabía porque había peleado con ellos antes. No
es que esa experiencia probablemente ayudara mucho en este momento,
ya que había participado principalmente matándolos una y otra vez. Había
estado atrapada en un bucle de tiempo y seguían “resucitando” en
cualquier tiempo que reiniciara, hasta que finalmente descubrí una
manera de ganarles.
Por desgracia, esta vez no tenía un centenar de posibilidades para
hacerlo bien.
—¡Llévanos más cerca! —le dije a Casanova, tratando de agarrar el
borde de la alfombra de Pritkin a la que ya regresábamos. Pero que
también se estaba moviendo, con media docena de hombres y criaturas
luchando en la parte superior, por lo que apenas rocé el borde con los
dedos.
Lo cual era genial, ya que un Allû se cayó de la alfombra un segundo
más tarde, ardiendo por un hechizo de fuego, y apenas sin tocarnos en su
camino a chocar contra el suelo muy por debajo. Para después levantarse,
todavía ardiendo. Y correr al edificio más cercano a reincorporarse a la
lucha.
Un segundo más tarde irrumpió de nuevo sobre el techo, moviéndose
tan rápido que el oxígeno hizo que las llamas consumieran todo más
rápido. Sus túnicas exteriores ya habían desaparecido, con sólo unos
pocos jirones de fuego todavía aferrándose al metal por debajo, que ahora
estaba al rojo vivo. No es que el Allû pareciera notarlo.
Pero Casanova lo hizo, las llamas ardiendo en el demonio se
reflejaban en sus ojos horrorizados cuando volteó a verme.
—¿Estás loca? ¡Desplázanos fuera de aquí!
—Solo tengo fuerzas para tal vez un desplazamiento, si tengo suerte
—le dije. Y eso asumiendo que pudiera concentrarme. Pero era la única
oportunidad que Pritkin tenía.
La buena noticia era que, los Allû no usaban hechizos. La mala
noticia era que, no los necesitaban. Eran monstruosamente fuertes,
increíblemente rápidos, e impermeables al dolor ya que no parecía que en
realidad tuvieran cuerpo. Tanto como podía ser capaz de decir, no eran
más que trajes animados de armadura.
Cosa que limitaba la estrategia de ataque. El único modo que
encontré para deshacerme de ellos era destruir por completo esa
armadura. Como triturándolas en pedazos con una ametralladora o
explotarlas de regreso al infierno, o de lo contrario sólo seguirían
regresando.
O se aburrían y decidían comenzar a lanzar esas malditas espadas.
De repente, el aire se llenó de muerte brillante, una de las cuales rozó a
Casanova al pasar por encima de nosotros. Pero la usé y arrojé a varias
otras que se movían enn nuestra dirección debido a nuestro enloquecido
curso o simplemente mala suerte.
Pero no porque estuvieran siendo dirigidas a nosotros.
Estaban siendo dirigidas a Pritkin.
—¡Llévame allí! —le dije en estado de pánico. Nuestra pequeña
embarcación seguía rebotando, pero ahora estábamos muy por debajo del
nivel de la de Pritkin. Él y Rosier acababan de enviar a un montón de sus
atacantes a volar y la repentina falta de peso hizo que rebotaran hacia
arriba.
—¡No soy un mago! —dijo Casanova furiosamente—. ¡No sé cómo
conducir esta cosa!
—¡Entonces piensa en algo!
—¿Qué esperas que haga? —exigió—. ¿Saltar? Eso simplemente… —
Vio mi expresión—. No.
—Eres un vampiro. Vivirás.
—¡Son cinco pisos hasta abajo!
—Ahora estamos más cerca de cuatro…
—¡Cuatro son demasiados!
—…y hay una carreta ahí abajo, con heno…
—¡Es falso! ¡Todo en este lugar es falso!
—¡Me lo debes! —le dije, agarrando su brazo—. ¡Me llevaste a una
trampa!
—Te llevé… —Si fuera posible, se vio aún más indignado de lo
habitual—. Me secuestraste…
—¡Una trampa en la que casi me matan!
—¡Yo no sabía lo que Rian iba a hacer!
—¡Eso es lo que dices! Pero no queda nada más que tu palabra, ¿no?
Ayúdame ahora y voy a responder por ti ante Mircea.
—Tú… ¡Dios! —escupió. Seguido por un montón de cosas en español
que probablemente no eran un cumplido cuando llegamos tan cerca del
piso como podríamos estarlo.
Y entonces saltó. Pero no tuve oportunidad de ver cómo o dónde
aterrizó. Porque sin su peso extra, el efecto vaivén se hizo más como de
honda.
El paseo hacia arriba pasó como un borrón aterrador, saltar desde
mi posición a la alfombra de Pritkin fue mucho peor, y entonces estaba
gritando, Pritkin maldiciendo y Rosier estaba apuñalando… a un guardia y
no a mí, por algún milagro, y yo estaba desplazándome…
Sin ir a ninguna parte.
—¡Sácalo de aquí! —gruñó Rosier, agarrando mi brazo—. ¡Hazlo
ahora!
Lo miré fijamente, tratando desesperadamente una y otra vez de
hacer precisamente eso. Pero todo lo que sentía era el equivalente
metafísico de engranes atascados. Acarrear cuatro personas a través de
tres mundos me había dejado tan seca como la arena que finalmente había
disminuido, después de depositar unas pocas docenas más de guardias en
los tejados de la falsa ciudad fantasma que nos rodeaba. Rosier debe haber
conseguido arrastrar con todos y cada uno de los condenados hasta una
de las laderas al pasar, pero no podíamos luchar contra todos ellos.
Una opinión que parecía compartir.
—Si me has costado mi hijo, chica…
—Tu exorbitante estrecho orgullo lo hizo años atrás —dijo Pritkin,
golpeando la mano de su padre lejos de mí—. ¡El tuyo y el mío! ¡Esta no es
su lucha!
—¡Ella la ha hecho suya! ¡Insiste en hacerla suya! —gruñó Rosier, y
la mano estaba de vuelta, esta vez alrededor de mi garganta. Un par de
ojos verdes iguales a los de su hijo, pero tan diferentes, ardieron sobre los
míos—. ¡Llévatelo ahora!
Pero no podía desplazarnos, no podía acceder a mi poder en absoluto
y no había tiempo para la recuperación. Porque los Allû habían decidido
que el acto de lanzar cuchillos que estaban haciendo no funcionaba, y
habían empezado a atacar en su lugar. Uno se volcó de un techo a la
derecha, rebotó en la alfombra de Caleb, y luego la usó de impulso para
mantenerse en marcha, a través del aire y directo a un edificio al otro lado.
Y a su paso, dejó una línea sangrienta a través del estómago de
Pritkin, donde su espada le habría destripado si sus reflejos de mago de
guerra no fueran tan agudos.
Pero eso no ayudaría mucho. Más de una docena de guardias se
estaban concentrando a lo largo de la línea del techo, a punto de
aplastarnos por número. Y ya era demasiado tarde para cualquier cosa
más que gritar a medida que saltaban…
Y salían volando hacia atrás cuando una bomba estalló frente a
ellos.
Las voces de Rosier y Pritkin se habían alzado juntas en un hechizo
que no sólo nos salvó, sino que también despejó la otra alfombra. Caleb
había alcanzado la alfombra en el último segundo, y ahora miraba hacia
arriba, viéndose sorprendido y muy aliviado.
Había estado luchando contra dos de las criaturas solo, y no había
salido muy bien.
Pero bueno, tampoco lo estaba esto. Porque volverían. Y no creía que
duráramos mucho tiempo, con el aire lleno de mortales cuchillas
kamikazes directamente dirigidas por un grupo de guerreros inmortales.
Y supuse que Rosier tampoco lo hacía.
Algunos de los Allû todavía caían cuando él murmuró algo bajo,
áspero y feroz, con suficiente poder detrás para hacer que los cabellos de
mi cuello se levantaran.
Pero eso habría estado bien; eso habría sido impresionante.
Si realmente hubiera hecho algo.
—¿Se supone que eso ayudaría? —pregunté cuando Rosier y Pritkin
se miraron sin comprender.
Y entonces Rosier lo intentó otra vez, y en esta oportunidad, el poder
de sus palabras hizo que mi piel se erizara dolorosamente. Y se mantuvo
escociendo hasta que Pritkin disparó una mano y agarró el brazo de su
padre.
—¡No van a venir!
—¡Tienen que hacerlo! —dijo Rosier, mirándose casi cómicamente
indignado—. ¡Soy un miembro del Concilio!
—¿El mismo que te está impidiendo moverte de nuevo a la Corte? —
preguntó Pritkin ácidamente.
—Eso no es por ellos; es ella —dijo Rosier, haciendo un gesto hacia
mí—. Ella quiere forzar mi mano...
—¿Estás loco? ¡Ella no tiene ese tipo de poder!
—¡Sabes quién era su madre! No se sabe de lo que es capaz…
—¡Afronta los hechos! ¡El Concilio preferiría verte muerto que
arriesgar sus preciosos cuellos! No van a convocar a sus guardias hasta
que me hayan matado, y a cualquier persona conmigo.
Los ojos de Pritkin se centraron en mí con esa última frase, y sacudí
la cabeza. Porque lo conocía.
—No. ¡No! No voy a de…
Fue lo último que conseguí decir antes de que él me agarrara y me
tirara de la alfombra, a los brazos de Caleb.
—¡Pritkin! Maldición…
—¡Escúchame! Necesito que encuentres a Casanova. Dile que tenga
a sus hombres…
Pero no escuché lo que quería que Casanova hiciera. Porque dos
cosas muy espeluznantes sucedieron a la vez. La multitud dio un enorme
rugido, como cuando su equipo favorito anota un touchdown, y una hoja
casi sólida de cimitarras llegó cortando el aire desde el otro lado de la calle.
Ni siquiera tuve tiempo de gritar antes de estar comiendo alfombra,
con la mano de Caleb en mi cuello, sujetándome. Vi a Rosier sacar una
hoja roja brillante de su costado, sentía todo bajo nuestra alfombra dura,
oí a Pritkin maldecir cuando fue asaltado por dos guardias que sólo nos
habían utilizado como trampolín. Y luego nos movíamos.
Pero no muy rápido. Parecía que el hechizo estaba teniendo
problemas, tal vez porque los Allû prácticamente habían despedazado la
plataforma que estábamos tratando de usar. Pero a pesar del mal trato, no
parecía que quisiera ir a ninguna parte.
Nosotros, por el contrario, éramos otra cosa.
Algo se estrelló contra mi lado, y por segunda vez en menos de
treinta segundos, me sentí volar.
Y Caleb no me podía ayudar en este momento.
Porque él estaba ahí conmigo.
Pero un segundo después, algo nos alcanzó, algo que rápidamente
caía porque era del tamaño de un pequeño trapo de cocina.
No, no es un trapo de cocina, pensé, cuando Caleb llegó
balanceándose detrás de mí. Grité y traté de hacer sitio para él en un
fragmento de alfombra del tamaño de un escalón, para volver a caer, en
otro. Miré hacia arriba y vi a Pritkin colgando de un lado de la alfombra,
Rosier y los Allû luchando a su alrededor, su mano extendida y una
intenso ceño de concentración en su rostro…
Formando una escalera de fragmentos de lana, en algunos casos del
tamaño de un pie de ancho.
Y entonces Caleb cayó sobre mí otra vez, estábamos rodando,
rebotando y cayendo por cuatro “escalones”, con piezas de alfombra que
atrapábamos cada vez que estábamos convencidos de que estaban a punto
de agotarse.
Y entonces algo me golpeó la cara, algo que era mucho más duro que
la lana. Miré hacia arriba para encontrar a Casanova viéndome. Y luego
me levantó rápidamente y me arrojó a un lado.
Justo antes de que un Allû se estrellara en el espacio donde había
estado tendida.
—¡Tomen una parte! —gritó Casanova, prácticamente histérico. Y
sus hombres no perdieron el tiempo. Pero eran seguridad del hotel, no
soldados. No llevaban granadas o bombas de percusión, y aunque alguien
había pensado en disparar las pistolas, no eran muy útiles contra algo sin
órganos internos.
Trepé y agarré el brazo de Casanova.
—Pritkin quería que te dijera algo…
Casanova maldijo.
—Me gustaría decirle algo…
—No, escucha. ¡Creo que era sobre cómo luchar contra estas cosas!
Y él debe saberlo. Solía tener un golem, ¿recuerdas? ¡Y no son tan
diferentes!
—Bueno, ¿qué son?
—¡De eso se trata; no lo sé! Tenemos que conseguir que alguien
regrese allá arriba…
Casanova dijo algo que pareció bastante profano, pero no pude oírlo.
Porque el público estaba realmente metiéndose en el espectáculo. Gritaron
de terror simulado cuando las balas acribillaron al guerrero caído, luego
gritaron de aprobación cuando se levantó, las luces de neón de una tienda
cercana se filtraron a través de los cientos de agujeros en su cuerpo.
También presionaban contra la línea de vampiros que Casanova
había puesto sobre la calle, lo que habría estado bien. Dado que no había
manera de que rompieran a través de eso. Pero entonces el guerrero golpeó
a un grupo de seguridad que intentó adelantarlo, los envió a estrellarse
con sus amigos, y abrió brechas que la multitud comenzó a atravesar.
—Conténganlos, empújenlos, háganlos retroceder, apar… —estaba
gritando Casanova, antes de que también le dieran un revés.
Vi a sus hombres mirar con miedo, incapaces de ayudar y controlar
a la multitud al mismo tiempo. Lo vi salir volando por el aire y golpear una
pared. Agarré un arma de un vampiro cercano y me arrastré tras de él,
porque no vi al Allû…
Hasta que de pronto estaba sobre mi espalda una vez más, con una
cara de bronce en blanco mirándome.
Su peso amenazaba con aplastarme, los bordes dentados que las
balas habían desgarrado en su torso me estaba apuñalando como
pequeños cuchillos, y el calor de varios lugares ennegrecidos en su
armadura estaba tratando de quemarme. Pero apenas me di cuenta.
Porque la placa frontal de bronce en blanco estaba a quizás dos
centímetros de mi nariz, reflejando mis propios rasgos aturdidos.
E increíblemente, en lo único que podía pensar en ese momento era
en Daisy, mirándome por el lado de su cubo, su pestaña caída sobre una
mejilla brillante.
Y el hecho de que ese era un último pensamiento muy jodido de
tener.
Pero entonces Caleb demostró que estaba equivocada, sacando el
cuerpo acribillado sobre mí y enviándolo a deslizarse sobre el suelo. Lo
cual no habría ayudado mucho, excepto que lanzó un escudo sobre él
antes de que pudiera ponerse sobre sus pies. Gateé después de eso, un
pensamiento a medio formar martillando en mi cerebro, y encontré a la
criatura acostada de espaldas, como un insecto atrapado en ámbar.
Pero no por mucho tiempo.
Los magos de guerra son duros, y si el entrenamiento por el que
Pritkin me había hecho pasar significaba algo, destacaban la resistencia
por encima de todo. Porque no se puede canalizar la magia si te desmayas
debido al agotamiento. Pero Caleb había estado luchando todo el día, parte
de ese tiempo había estado en un lugar que requería un esfuerzo extra. La
tensión estaba por toda su cara, y no creía que fuera la única que se diera
cuenta.
No había ojos, ni boca, nada para formar una expresión de algún
tipo en ese pedazo de metal bruñido. Sólo determinación en blanco, que
empujaba inexorablemente contra el escudo. Entonces, ¿por qué tenía la
definitiva impresión que la malicia miraba hacia nosotros?
Estas cosas podrían no sentir dolor, pero claramente sentían algo.
Como la mujer que había estallado en un montón de pedazos hace
un par de semanas.
Lástima que no tenía ninguna de esas armas. Y la que tenía
probablemente no haría ningún daño. No tenía nada…
Mis pensamientos se detuvieron, se interrumpieron por la vista de
una joya pequeña, en forma de diamante que brillaba en medio de un mar
de bronce, lo que habría sido la frente de la criatura, si tuviera una. No me
había dado cuenta antes, porque era pequeña, tal vez la mitad del tamaño
de mi uña del dedo meñique, y era de oro rojizo, casi del mismo tono del
metal que la rodeaba. Era prácticamente invisible a cualquier distancia…
Pero no estaba a una distancia, la veía con claridad.
Al igual que oí la voz de mi padre diciendo:
—¿Ves alguna joya de control en su frente?
Sí, pensé aturdida, creo que la veo.
También pensé que sabía lo que Pritkin había estado tratando de
decirme.
Casanova llegó corriendo, y lo agarré.
—¿Tienes un arma?
—Sí —dijo con sarcasmo—. ¡Por supuesto! ¡La guardo en mi ropa
interior!
—¡Entonces consigue una!
Uno de sus vampiros le lanzó una Beretta, que agarró en el aire
incluso mientras me miraba. Los sentidos vampíricos nunca dejan de
sorprenderme. Al menos, realmente esperaba que esta no fuera la primera
vez que me defraudarán.
—No sé qué crees que pueda hacer esto —dijo malhumorado—. Ya
hemos perdido un centenar de asaltos con las malditas cosas…
Caleb le interrumpió con un rugido.
—¡Casanova! ¡Sácala de aquí!
Pero ya era demasiado tarde.
El escudo estalló y todos salimos volando, aterrizando, en el caso de
Casanova y yo, a unos cinco metros de distancia y de culo. Me dolió, pero
no tanto como lo que estaba a punto de pasar. Solo que Caleb se recuperó
casi tan rápido como la criatura, tacleándolo por las rodillas cuando venía
por mí.
—¡Dispara a la joya! —grité, agarrando a Casanova.
—¿Qué joya? ¿De qué estás…?
—¡Entre sus ojos! La que está entre sus…
—¡No tiene ojos! —gritó mientras la criatura lanzaba a Caleb a la
línea de los vampiros y se apresuraba sobre nosotros…
Y estalló en un montón de pedazos color bronce cuando Casanova
hizo el disparo del siglo.
Pareció aún más sorprendido que yo, y sus manos comenzaron a
temblar. Pero cuando lo agarré y grité:
—Dispara a las joyas, dile a tus hombres que les disparen…
Él lo hizo.
Al menos, supuse que lo hizo; no escucho la comunicación entre
vampiros. Pero vi cuando los vampiros que había estado de pie alrededor,
preocupándose por el control de las multitudes, de repente giraron y
comenzaron a disparar a cada Allû a la vista. Y aunque los humanos
podrían haber tenido problemas con unos objetivos moviéndose tan rápido
y más pequeños que la mitad de un M&M en un campo de fútbol...
Ellos no eran humanos.
Por un segundo, me tendí allí sobre mi trasero magullado. Y vi como
armaduras explotaban mientras saltaban de edificios, estaban de pie en
los techos o siendo arrojados de los restos de dos alfombras una vez
agradables, por un par de demonios enfurecidos. Y a pesar de todo el
daño, y una migraña que latía en mis sienes haciéndome sentir como si
posiblemente pudiera vomitar, una sonrisa un poco maníaca se extendió
sobre mi cara.
Y entonces las luces se apagaron.
La señal de neón con forma de cactus del bar que bailaba opuesta a
nosotros abruptamente se oscureció. El par de docenas de pantallas de
celulares, que la gente había mantenido grabando el espectáculo, se
apagaron. Las series de luces de Navidad que cubrían al burro falso se
apagaron. Y luego, fueron reemplazados por una enorme nada azul
negruzca que desgarró mi mente.
Y una presencia que gritó desde la eternidad. Era viejo, muy viejo,
tan viejo; por lo general podía adivinar la edad de un vampiro, pero esto…
no tenía palabras para esto. O para el aire, cuando su poder se estrelló
contra mí.
Luche sólo para jadear por aliento, y no tuve que preguntar lo que
estaba sucediendo.
Si este no era el Concilio de Demonios, condenadamente bien
debería serlo.
Una voz que hablaba todos los idiomas y ninguno llegó desde todas
las direcciones a la vez.
—¿Tú nos convocaste?
—¡Qué amable de tu parte, finalmente notarlo! —gruñó Rosier
mientras me ponía de pie.
Y luego abajo de nuevo cuando lo que parecía un puño invisible se
apretó alrededor de mi garganta.
Rosier estaba diciendo algo, algo que no pude oír sobre el vasto
océano chocando contra mis canales auditivos.
Habría pensado que estaba siendo estrangulada por un Allû
incorpóreo, que venía a tomar venganza, sólo que no podía sin cuerpo. Y
de todos modos, conocía esa mano. Solo no sabía que estaba haciendo
aquí abajo, ya que este bastardo Señor Demonio al que estaba unida,
estaba sobre una alfombra a cinco pisos de altura.
Pritkin estaba gritando algo, pero no podía decir si era a mí, a su
padre homicida, o a quienquiera que estuviera hablando. Todo lo que
podía oír era el rumor de las olas y los latidos de mi corazón, un lento
ritmo perezoso que estaba a punto de desmayarme. Pero si lo hacía, todo
esto habría sido en vano. Si lo hacía, Pritkin volvería a su prisión, si es que
no se enfrentaba a un destino peor por atreverse a salir de ella. Si lo hacía,
las criaturas que habían enviado a sus malditos guardias tras él podrían
encontrar algo más para terminar el trabajo, y eliminar el problema de
forma permanente.
Así que no lo hice.
No traté de ponerme de pie de nuevo, ya que era tan probable como
volar en estos momentos. Ni siquiera traté de seguir lo que sea que decían,
porque claramente eso tampoco estaba ocurriendo. Me concentré con todo
lo que tenía en sólo conseguir que mi maldita lengua dejara de colgarse
fuera de mi boca y hacer algo además de babear. Para de alguna manera
decir las palabras por las que había arrastrado a Pritkin a través de tres
mundos.
Y creo que lo conseguí, a pesar de que no pude oír mi propia voz.
Porque de repente, la oscuridad fue eclipsada por una luz, cuando una
solitaria estrella brilló intensamente a lo lejos. Y luego directo frente a mi
cara, deslumbrantemente brillante y asombrosamente bella tan de cerca,
bañándome en un prisma de colores cambiantes.
Me miré en ella, medio hipnotizada y habría tenido que luchar
contra la urgencia de alcanzarla y tocarla, si hubiera sido capaz de
moverme. Así las cosas, tragué saliva y lo intenté de nuevo, sin saber si
había hablado en voz alta, o sólo en mi cabeza.
—Artemisa… abordaría el Concilio.
—La que llamas Artemisa no existe más —me informó la luz—.
¿Cómo pueden los muertos hablar con los vivos?
Intenté contestar, pero lo único que salió fue una silbante náusea.
Se sentía como si al caballo que había estado sentado en mi pecho
simplemente se le hubiera sumado un elefante. Rosier realmente no quería
que hablara, lo que simplemente me hizo mucho más determinada.
—Ella me dio… un mensaje. —Me quedé sin aliento—. Ella dijo…
que hay cosas… que necesitan… awk. —Mi pequeño discurso se terminó
abruptamente cuando al elefante se le unieron un par de sus amigos.
Y bueno, eso fue todo. No pude hablar más, ni siquiera podía
respirar. Se sentía como si mi pecho hubiera sido derrumbado.
Hasta que la luz avanzó hacia adelante y me envolvió, sus brillantes
rayos bloqueando el resto de la habitación, y el poder que venía con él.
—¿Tú… tú eres el Concilio? —jadeé cuando la presión abruptamente
cesó.
—Yo soy el Guardián de las Puertas, niña. Convoco al Concilio, si la
necesidad es suficiente. Dime, ¿por qué debería convocarles para ti?
—Para escuchar… el mensaje de mi madre.
La luz reflexionó sobre esto por un momento mientras luchaba para
volver a inflar mis pulmones.
—Permíteme transmitírselos.
Y tal vez era yo, pero la no-voz había adquirido una nota astuta que
realmente no me gustó.
—Ella dijo… —Lamí mis labios y forcé las palabras—. Ella dijo… que
sólo funcionaría… si lo reproducía delante del Concilio plenario.
—Reproducir. —La luz fluctuó—. ¿Se trata de una grabación?
—Sí. Algo así. —No estaba muy clara esa parte, pero este no parecía
el momento de tocar el tema.
—De esa a quien llamas Artemisa… ¿para nosotros?
—Sí. Y se trata de algo más que Pritkin… John… Emrys —jadeé, la
falta de oxígeno en mi cerebro finalmente dio con el nombre que Rosier
usaba para su hijo—. Hay otras cosas… que deberían saber.
La luz brilló de nuevo por un largo momento, o tal vez fue mi idea.
Ahora estaba empezando a tener problemas para ver. Busqué mis últimas
reservas de fuerza, sólo para encontrar que no tenía ninguna. Esto tenía
que ser terminado…
Y luego lo estuvo.
—Vamos a escuchar lo que la Cazadora dirá —me dijo la luz—. Vas a
ser citada.
Y después la buena-y-anticuada electricidad regreso rapidísimo, una
ola de aplausos y silbidos rompieron por encima de mí, y un par de
alfombras vacías vertiginosamente cayeron del cielo, sus contenidos se
habían ido como la estrella, como los Allû, como todo en la habitación
mientras caía en la nada.

♦♦♦
Me desperté con un grito ahogado, mi mano en mi garganta,
sintiendo como si estuviera siendo ahorcada. Y que me había quedado
atrapada en alguna vacuidad crepuscular, en espera de un veredicto que
era muy importante, que significaba todo, pero que no podía controlar. O
incluso predecir…
Pero no estaba en la penumbra; no estaba en la luz. Y si alguien
estaba aquí conmigo, estaba siendo condenadamente silencioso. Miré
alrededor, jadeando, pero por lo que podía ver, nada regresaba mi mirada.
Sólo había oscuridad aterciopelada, el suave zumbido del aire
acondicionado y el olor familiar del suavizante de telas que el hotel
utilizaba en mis sábanas.
Me relajé de regreso contra la cama con un alivio tan profundo que
me mareó.
O tal vez fue algo más. Se sentía como si la cama estuviera girando
lentamente por debajo de mí, un desmayo, sensación a la deriva, como el
vaivén perezoso de la alfombra antes que Rosier llegará… Rosier.
Y de repente, todo vino muy deprisa.
Pritkin, suspiré, y me puse en marcha…
Lo cual hizo que la deriva perezosa se convirtiera en una ola
amenazando con barrerme de costa a costa por completo.
Me recosté lentamente, con cuidado. Y las olas disminuyeron
gradualmente a ondulaciones nauseabundas. Lo cual no fue una gran
mejora, pero al menos estaba consciente. Pero allí tendida, atrapada por
mi cuerpo, virtualmente impotente cuando tenía alrededor de mil
preguntas que hacer…
Casi deseaba estar inconsciente.
Porque esto era una tortura.
Pero, poco a poco, mis ojos se acostumbraron. Lo suficiente como
para ver una franja de luz fugándose por debajo de la puerta, alguna falsa
luz en la oscura ciudad de la noche cerniéndose a través de un minúsculo
hueco en las cortinas de las ventanas, el suave resplandor de mi
despertador, demasiado tenue para leer. Y un pequeño rectángulo
reluciente en la mesita de noche, justo debajo de él…
Y me pareció que podía moverme, después de todo, porque era mi
teléfono.
Mis manos temblaban tanto que casi se me cayó, y la luz de la
pantalla era cegadora de cerca. Pero mis dedos de alguna manera
encontraron los botones adecuados.
¿Estás bien?
Golpeé ENVIAR. Y luego esperé, la sensación de mareo, sudorosa,
llena de esperanza y enferma. Y mantuve un ojo en la puerta porque los
vampiros por lo general sabían cuando me había despertado. Los cambios
en el ritmo cardíaco y la respiración se los decía, incluso cuando no estaba
a punto de hiperventilar.
Durante un largo rato, no hubo respuesta. Y mi respiración empezó
a ser irregular, lo que era estúpido, porque no ayudaría. Me dije a mí
misma que me calmara, que los signos de angustia sólo iban a delatarme
más rápido, que lo último que necesitaba era un montón de preguntas que
no podía responder…
Pero no estaba funcionando.
Y luego recibí un texto, y sentí que mi columna vertebral se
desanudaba ligeramente.
Hasta que lo leí.
Sí, ahora déjame dormir.
Claro Caleb, pensé con saña, golpeando en respuesta.
¿Hbl? ¡Dm q’ p!
No hubo respuesta por un largo momento. Mi mano flexionada y casi
tuve que frenarme físicamente de lanzar el teléfono contra la pared. Y
luego…
Soy demasiado vieja para esta mierda.
Empecé en la pequeña pantalla:
¡¿q’ p?!
Deja de escribir así.
Tomé una respiración profunda. Caleb rara vez utilizaba los textos
para hablar, odiaba cuando lo hacía. También era un nazi de la gramática,
así que traté de tener cuidado cuando traduje.
¿P. está bien? ¿Qué pasó?
E & R dpn. H c’ C. P recluido. T cnvr.
Me quedé con ese pedacito de sin sentido durante un largo rato,
preguntándome si me estaba volviendo loca o si era Caleb. No era de
extrañar que odiara los textos. Él apestaba.
¿En español?
Esperé mientras Caleb escribía. Y escribía. Y seguía escribiendo.
¿Estaba tratando de darme un ataque al corazón?
Él y Rosier desaparecieron. Hablé con Casanova. Dijo que P. se
encuentra recluido hasta la audiencia. Te van a convocar.
Me quedé mirando eso, pero todavía no tenía mucho sentido.
¿Retenido dónde?
¿Dónde crees?
¡Maldita sea, Caleb!
Bueno, ¿qué esperabas? ¿Que simplemente lo dejaran aquí?
¡SÍ! Hemos pasado por todo eso, y ¿simplemente dejamos que R
se lo LLEVARÁ?
Más interminable mecanografía. Estaba empezando a pensar que
Caleb utilizaba solo un dedo. Uno que iba a romper…
Él no lo tiene. Está con el Concilio. Y antes de que te asustes,
Casanova dijo que hay reglas.
¿Reglas? ¡Estos son demonios!
Y él es parte de su clase dirigente. Y tienen privilegios, en caso
de que no te dieras cuenta.
Recordé al loco conductor del carro en el tianguis, y la forma en que
todos prácticamente se había pasmados mientras él los corría. Sí, me
había dado cuenta. Pero Pritkin era mitad humano, su otra mitad era
íncubo y ellos no parecían tenerle mucho respeto. Al Concilio seguro que
no le había parecido la idea de perder a Rosier.
Por supuesto, eso podría ser sólo buen gusto.
¿Qué privilegios?, escribí.
Como que no lo pueden matar s/un juicio.
Grandioso. Eso hizo que mi estómago se sintiera mucho mejor.
¿C’S?
¿Qué?
¿CUÁNDO ES?
No me grites. No lo sé. Casanova dijo que podría ser cuando
sea, desde horas hasta días.
¿Cómo se supone que voy a saber cuándo es? No me he suscrito a la
Gaceta del Infierno.
C. dijo que lo sabrás. Ahora duerme un poco. ¡O por lo menos
déjame dormir!
Sí, claro, pensé, y empecé a escribir otro mensaje. Pero Caleb tenía
la habitual terquedad de un mago de guerra, o eso o había apagado su
teléfono. Porque no conseguí nada.
Me quedé así por un tiempo, intentándolo otra vez. Y otra vez, y otra
vez, porque también puedo ser terca. Pero finalmente me di por vencida,
jadeando, porque incluso los mensajes de texto me estaban agotando. Así
que sólo me quedé allí, mirando el techo.
No entendía una maldita cosa. Había pasado una semana, tratando
desesperadamente con todo lo que conocía, con el fin de traer a Pritkin. Y
cuando finalmente lo hice, ¿qué pasó? Terminó de vuelta donde empezó,
sólo que posiblemente incluso peor. ¡Porque al menos su padre no quería
matarlo!
Y el Concilio tampoco debería. Esperaba tener que lidiar con Rosier;
me anticipé a los problemas en su Corte. Pero no había pensado mucho en
el Concilio de Demonios, excepto como una especie de línea de meta.
¡Porque ellos no deberían de decir un mierda sobre nada de esto!
Pero había un montón de evidencia contraria en la planta baja. Solo
me parecía una locura. ¿Por qué el Concilio enviaría, lo que tenía que ser
un gran porcentaje de sus fuerzas, para vigilar a un pequeño medio
demonio? ¿Un íncubo para empezar? Pensarías que Pritkin era Godzilla o
algo así, por la forma en que estaban actuando.
Y está bien, él había tratado de matar a uno de ellos una vez. Pero ya
que el de la cuestión había sido Rosier, de quien no parecían demasiado
aficionados de todos modos, yo habría pensado que un siglo sería
suficiente tiempo para superar eso. Su padre obviamente lo había hecho.
Y en cuanto a su relación conmigo, eso fue aún más QMDA5.
¿Cuándo le he hecho algo al Concilio? Incluso les había ayudado una vez,

5
QMDA: Qué mierda.
ayudando a Pritkin a derrotar a un antiguo demonio que tenía toda su
ropa interior bien agarrada. Admitámoslo, eso había sido mayormente
porque no quería que me matara dicho demonio, pero aun así. Habían
estado bien con eso.
Entonces, ¿cuál demonios era el trato?
Basada en lo que Rosier había dicho, parecía que de alguna manera
se les había metido en la cabeza que Pritkin y yo estábamos haciendo un
elaborado plan para cambiar el tiempo y destruirlos. Lo cual era la mayor
QMDA de todo, porque ¿desde cuándo voy cambiando el tiempo? Había
estado haciendo mi mejor esfuerzo para tratar de evitarlo, a pesar de
algunas muy severas tentaciones.
Y si me iba a viajar por el tiempo en venganza, tendría como objetivo
a los dioses. No a un montón de demonios que ni siquiera conocía.
Asumiendo que tuviera el poder, que no lo tenía, lo que hacía a esto
todavía más loco…
Ahora mi cabeza daba vueltas más fuerte, pero no estaba segura de
tener la culpa. Podría ser el agotamiento. Podría ser la falta de comida
desde el desayuno, porque no había tenido tiempo de comer, ni siquiera
las deliciosas salchichas olorosas en el tianguis, incluso si hubiera estado
dispuesta a arriesgarme a la venganza de Rosier. Podría el Concilio estar
formado por un montón de gente paranoica.
Porque yo tenía mi propia dosis.
Las olas finalmente redujeron el movimiento a un suave murmullo, y
decidí que estaba cansada de mirar el techo. Me levanté, con cuidado, y
me tambaleé hasta la cómoda. Dios, todo dolía. Derribé todo hasta que
encontré una aspirina, entonces me arrastré al baño para conseguir un
poco de agua, porque de ninguna manera iba a aguantar el acoso a la
cocina. Marco había estado en la línea de yo-no-veo-nada últimamente, lo
que realmente había sido muy agradable. Pero creía que hasta él podría
estar un poco curioso sobre la batalla épica que se desarrolló en medio de
la calle.
Dios, ¿por qué tuvo que suceder aquí? ¿Por qué siempre tenía
que…?
Me detuve, parpadeando. Y está bien, tal vez el cuarto de baño había
sido una mala idea. Porque significó que me echara un vistazo en el espejo.
Y uno fue suficiente. Aparté la vista. Me encontré viendo a alguien
vendada, que había sido golpeada grandemente por encima del estómago.
Me quedé allí por un minuto, tratando de recordar por qué mi
estómago merecía la momificación.
Y luego todo regresó a mí: el Allû, sin rostro que me miraba
fijamente mientras las irregulares heridas en su cuerpo estaban
perforando agujeros coincidentes en el mío.
Tuve que apoyarme en el lavabo de repente, pero no por miedo al
recordar. Más a un sentimiento de completa disociación. Cosas que no le
sucedían a la gente normal. O incluso a las personas normales como yo, si
cerrabas e ignorabas algunas cosas.
O normal como lo había sido.
Me miré en el espejo de nuevo, a pesar de que había decidido no
hacerlo, y no sirvió de nada.
Porque no parecía yo.
Por supuesto, parte de eso era el agotamiento antes mencionado,
que había pellizcado mi cara y me había dejado la piel color de tiza. Y la
suciedad, que todavía estaba allí en su mayoría, ya que nadie habría
querido ese infierno una vez que me despertará y descubriera que había
sido bañada como un bebé. Por la misma razón, no me habían desnudado
y vestido con una de mis pijamas cortitas. Dejándome como si Mi Bella
Genio se hubiera ido de juerga por dos días en muy mala compañía.
Sonreí un poco, a pesar de todo, y me pregunté qué diría Caleb si me
escuchara describirlo de esa forma. El Sr. Mago de Guerra Tan Propio,
quien se había reído y carcajeado a su manera por el cielo del infierno
como un loco. “Estás tan loco como ella”, Pritkin le había dicho.
Y tal vez lo estaba. Y tal vez yo lo estaba. Porque los ojos en el espejo
parecían diferentes esta noche. No en color o forma, o cualquier cosa que
pudieras palpar. Sólo diferentes. Como si tal vez hubieran visto cosas que
habían cambiado un poco la mente detrás de ellos.
Toqué la tela del pantalón, lo que quedaba de él, y me di cuenta que
no eran de seda. No eran de un insecto o un animal que hubiera visto
nunca. No eran de este planeta. Al igual que la suciedad que se aferraba a
mi templo.
Me rasqué, y no me sentí diferente bajo mis dedos.
Pero lo estaba.
Tres meses. Es todo lo que había pasado, desde que Agnes me dejó
al frente de este desorden, empezando todo esto. Me preguntaba lo que
Cassie pensaría, lo que diría, si le contara lo que había visto hasta hoy. Si
le describiera conducir un carruaje a través de, ¿cómo la había llamado
Caleb? ¿Una ciudad medio rosa tan vieja como el tiempo? O montar una
alfombra por encima de un mundo extraño, mientras hechizos explotaban
a mi alrededor como fuegos artificiales. O viendo tres lunas que se
elevaban en un profundo crepúsculo azul, bajo un manto de estrellas que
no podía nombrar…
O siendo perseguida por un Señor Demonio, o como objetivo de un
grupo de guardias malhumorados o casi destripada por una masa de
golems vengativos.
No tenía que adivinar; yo sabía lo que la vieja Cassie me habría
dicho. Una palabra: Corre. Vete, piérdete, lárgate a otro lugar, ve a un
lugar seguro. Pero ése era el verdadero truco, ¿no? Ya no había ningún
lugar seguro. Una vez, hace muy poco, ese pensamiento me habría
aterrorizado.
Todavía lo hacía. Por supuesto que sí. No era como si me gustara ser
perseguida o golpeada o casi asesinada…
Pero había cosas, acerca de esta nueva vida… cosas que había
tenido la suerte de disfrutar. O de maravillarme. O, como Caleb, ojalá
hubiera tenido más tiempo para explorar…
O algo. Fruncí el ceño ante mi reflejo y tragué mis pastillas. No me
entendía a mí misma y estaba empezando a pensar en círculos. Volví a la
cama.
Era suave y la habitación se mantenía girando suavemente debajo
de mí, hasta el punto que cerré los ojos, sólo para conseguir que se
detuviera. Me levantaría en un minuto. Iría a tratar de exprimir un poco
más de respuestas de Casanova, como: ¿qué se suponía que era una
citación del Concilio Supremo de Demonios?, suponiendo que apareciera.
Tomaría un baño, porque ciertamente tendría que usar uno. Iba a tratar
de idear qué iba a decir a todos, acerca de todo eso que sucedió en la calle.
Yo… yo…
Me desperté por segunda vez con el más maravilloso olor que flotaba
alrededor de mi nariz.
—Eso es todo —alguien dijo cuándo instintivamente lo seguí—. ¡Sólo
un par… más… ya está!
Y antes de que me diera cuenta, un bastardo dejó caer una
almohada detrás de mi espalda, impidiéndome regresar a mi encantadora
cama suave. Pero como también deslizó una bandeja llena de tocino,
panqueques, jarabe de arce, zumo de naranja, café, fruta fresca y pan
tostado bajo mi nariz, no me pude quejar demasiado. Además, no contesté,
porque ya estaba metiendo mi cara.
Dios, esta cosa de una sola comida al día tenía que acabar. Pero era
un infierno de comida. Estaba a la mitad antes de que levantara la vista, y
viera a Fred mirando mi plato celosamente.
—Sabes, nunca he visto la razón de poner panqueques y tostadas —
comentó, deslizándose al lado—. No en la misma comida, de todos modos.
Quiero decir, ambos son básicamente pan…
—Mi pan —dije, con la boca llena. Y rápidamente unté mantequilla y
mermelada de fresa en las dos míseras piezas de las que me había
apropiado, porque lamerlas probablemente habría sido grosero.
—Hay más abajo —señaló Marco, lo que le valió una sonrisa. Estaba
atrás.
—Sí, pero yo los necesito aquí arriba. Podrías haber dicho que
estabas ordenando el desayuno —señaló Fred.
—No susurré.
—Pero estaba en el balcón, haciendo una llamada. No oí…
—No es mi problema.
—¿…y de todos modos, quién ordena el desayuno a las siete de la
noche?
—¿Siete? —pregunté, confusa. Porque segura que se sentía como si
hubiera dormido más que eso.
—Casi has dormido una vuelta completa del reloj —dijo Marco.
Me quedé mirándolo un momento. Y luego…
—No vas a ninguna parte —me dijo, lo que no me impresionó.
Desafortunadamente, también puso una mano sobre el hombro con el que
estaba tratando impulsarme fuera de la cama, y supongo que lo logró.
Porque no estaba haciendo ningún progreso.
—Tengo que hablar con Caleb, con Casanova… —le dije, luchando.
Porque a pesar del sueño, no me sentía como si pudiera desplazarme.
—Ese mago de guerra llamó hace un rato…
—¿Qué dijo?
—…y no creo Casanova quiera hablar contigo.
—Marco. —Le agarre el hombro con un apretón que habría sido
doloroso en un ser humano. Marco ni siquiera se inmutó— ¿Qué. Dijo?
—Por eso no te preocupes, porque no ha pasado nada. —Marco me
lanzó una mirada—. ¿Tengo que saber lo que se supone que está
sucediendo?
—No. Y deja de robar mi comida. —Eso último fue dirigido a Fred,
que parecía tener un apetito que habría hecho a un camionero orgulloso.
—No es alimento; es café —dijo, lanzándome una mirada—. Y tienes
una cafetera entera.
—Ahora no —señalé, moviendo la cafetera robada más lejos de él.
Rodó los ojos. Y luego me robó un poco de crema—. ¿Por qué estás aquí?
—exigí.
—Yo vivo aquí.
—¡No en mi habitación!
—Sí, pero la única alternativa tiene brujas en ella.
Dejé de comer.
—¿Qué?
—Se presentaron hace una hora… —comenzó Marco.
—¡Bueno, deshazte de ellas!
Él sólo me miró.
—Ellas tienen una cita. ¿Recuerdas?
Y lo hice. De repente, sin duda recordé diciéndole a una de ellas que
hiciera una cita. Mierda.
—¿Qué quieren?
—No lo dijeron.
—¿No les preguntaste?
Frunció el ceño.
—No soy tu secretaria. Y no son comunicativas.
—¡Marco!
—Bueno, yo les pregunté —dijo Fred con la boca llena de algo.
—¿Y?
Tragó saliva.
—Y me dijeron que me metiera en mis asuntos. Sólo que no fueron
tan agradables. Creo que están locas como tenía que esperar.
Me derrumbé sobre la cama. Para alguien que acababa de tener casi
un día de sueño, no me sentía descansada. Me sentía adolorida, rígida y
lenta con los dos kilos de desayuno que apenas había consumido. Además
no sentía ganas de hacer frente a tres brujas iracundas.
—Es tu decisión —me dijo Marco y su voz sonaba grave. Como si
dijera que si no estaba a la altura, se iría por ahí a decirles que se
largaran. Si fuera cualquier otra persona, habría asumido que era un farol,
pero Marco había visto cosas más aterradoras que un trío de enojadas
manipuladoras de magia podían hacer. Tenía miedo de que realmente lo
hiciera.
Y no conocía el conjuro contrario para un pollo.
—Está bien —le dije.
—¿Estás segura?
—Sí. Sólo dame un par de minutos.
Él asintió y me dejó terminar de comer, lo que hice porque
necesitaba la energía, pero había perdido un poco el apetito. Sin embargo,
me sentí un poco mejor una vez que terminé. Aún cansada y adolorida
como el infierno, pero sin sentir que una buena ráfaga de viento me podría
hacer volar lejos. Me enfrentaría a ellas, puse la bandeja en la cama, y baje
las piernas por un lado.
Y mierda.
—¿Qué pasa?
Miré hacia arriba para ver que Fred había vuelto, tal vez porque no
había brujas en mi dormitorio. Bueno, aparte de mí, y yo no contaba.
—Trato de recordar dónde puso Marco la codeína —le dije con
sinceridad.
—No puedes tomar esas cosas. Estropea tu poder pitia. ¿Recuerdas?
—No es como si sintiera que lo tengo ahora, de todos modos. Y me
siento como morir.
—No, no lo haces. La muerte no duele —me dijo, y me presentó algo
en una pequeña bandeja—. Bueno, ya sabes. No después del primer
mordisco.
—¿Qué es eso?
—¿Cómo qué parece?
—Un café irlandés —le dije, animándome. Y demonios. Era como si
hubiera leído mi mente.
—¿Mejor? —preguntó, dejándose caer en la cama.
Lamí crema batida de mi nariz.
—Pronto.
Y lo estaba haciendo, con un cálido hormigueo que no hizo tanto
como calmarme los dolores fue más como hacer que no importaran nunca
más. Hasta que revisé mi armario. Y me di cuenta de que, en este caso, la
vieja edad del lamento era totalmente cierta.
—¿Y ahora qué? —preguntó Fred cuando me quedé allí, bebiendo y
con el ceño fruncido.
—No tengo nada que ponerme.
—Tienes todo un armario lleno de cosas.
—Sí. Pero no las cosas correctas.
—¿Qué diferencia hace lo que llevas puesto? —preguntó—. Estamos
hablando de personas que se presentan, no invitadas, en medio de la
noche y aterrorizan a todo el mundo. ¿Por qué vestirse para ellas?
—No están sin invitación esta noche —señalé—. Y no es para ellas.
—¿Para quién, entonces?
—Para mí —le dije con gravedad, hojeando los ganchos. Como si el
traje perfecto fuera a aparecer por arte de magia.
Pero no. La magia me metía en problemas; rara vez me sacaba. Y
esta, obviamente, no era una de esas veces.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que estoy cansada, estresada y mi poder se siente
poco firme…
—Pero no puedes permitirte verte así.
Me giré, sorprendida, a pesar de que no debería estarlo. Fred no era
estúpido. Él era solo… Fred.
Quién estaba mirando algo en mi mano con el ceño fruncido.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando el gancho que estaba
sosteniendo.
—Una falda —le dije a la defensiva. Era linda, una creación teñida
en multicolor que había comprado a un vendedor ambulante, se
arremolinaba alrededor de mis tobillos cada vez que me la ponía. Y
causaba que los vampiros pusieran caras de dolor.
Fred no me defraudó.
—Regresa eso.
—¡Bueno, no tengo muchas opciones! —De hecho, mi armario tenía
una grave crisis de identidad en este momento.
Por un lado estaban mis ropas viejas, camisetas y pantalones
mayormente, con unos cuantos pares de shorts y sudaderas diferentes.
Eran el tipo de cosas que había llevado durante años, y que habían
funcionado muy bien cuando mi trabajo era leer cartas del tarot en un
club nocturno o haciendo cosas de secretaria en una agencia de viajes
donde nunca veía al público. Eran cómodas, familiares y apenas verlas me
hacían sentir mejor.
Por desgracia, comprendí que decían Chica que Come Helado en el
Centro Comercial, más que Jefa Vidente del Mundo.
Por supuesto, el otro lado no era mucho mejor. No es que fuera
desnuda; sino todo lo contrario. Apenas había espacio suficiente para
contenerlo todo, lo que explicaba por qué el derrame de arcoíris de los
extravagantes vestidos de baile había comenzado a convivir con los baratos
de dos por diez centavos.
Fue doblemente molesto, ya que nunca había usado ninguno de
ellos. Porque, ¿quién necesita veinte vestidos de fiesta? Nadie, ese es
quien. Y menos yo, ya que no me invitan a ese tipo de fiestas de todos
modos.
Bueno, no usualmente.
Y cuando lo hice, alguien trató de matarme.
Puse la falda de regreso y seguí buscando.
—Ve con un traje poderoso. Ellas están vistiendo, en su mayoría,
trajes ejecutivos —aconsejó Fred.
—No tengo ningún traje ejecutivo.
—¿Por qué no?
—¡Porque mi guardarropa tiende a explotar!
—Entonces lleva algo como de pitia. ¿Qué es lo que usan para las
cosas tipo visitas oficiales?
—Maldita sea si lo sé. —Había visto a Agnes en un pequeño vestido
blanco, un vestido de cóctel retro de los cincuenta, y un vestido de noche
estándar de los ochenta. Pero si había un traje oficial de pitia, debía
haberse perdido.
—Apuesto a que es algo de Grecia —dijo Fred—. Ya sabes, una cosa
toda fluida y sandalias, como se ven esas viejas estatuas. Bueno cuando
están vestidas, quiero decir.
Fruncí el ceño.
—No lo sé. Delfos fue hace mucho tiempo. Probablemente se han
modernizado. —Demonios, incluso las monjas no llevaban más los hábitos
medievales.
—Sí, pero, ¿la bruja promedio sabe eso? —preguntó con astucia—.
Además, probablemente deberías jugar con todo el asunto de ser diosa.
Para el factor de intimidación.
—Yo no soy una diosa.
—Pero estás relacionada con una.
Me detuve de buscar ropa pero no me di vuelta. Esta era la primera
vez que alguien había sacado el tema, al menos en mi presencia, ya que
todos se habían enterado hace una semana. Había estado demasiado
ocupada para preocuparme realmente de eso, pero ahora me preguntaba.
―¿Es eso un problema?
—Uno pensaría que sería un activo, aunque ellas no parecen estar
realmente impresionadas hasta ahora. Quiero decir, ¿quién irrumpe en el
Penthouse de una diosa?
Finalmente me di la vuelta, y me encontré con esos ojos grises que
lucían exactamente de la misma forma que siempre lo hacían, imprecisos.
Y viendo aproximadamente a mi oreja izquierda. Fred había tenido una
terrible vista antes del cambio, esas cosas por lo general se restauraban.
Pero sus ojos debían haber estado muy mal, porque todavía estaba
bastante miope. Él era el único vampiro que conocía que llevaba gafas,
aunque lo hacía a escondidas.
—Ya sabes, te los puedes poner —le dije—. Nadie más está aquí.
—Sí, pero podrían entrar. Además, puedo ver. Especialmente si
sigues sacando ese tipo de cosas teñidas. Quiero decir, si se ve estridente
para mí…
—Bien. Sólo pensé en ofrecértelo. —Me quedé allí un minuto—.
Entonces, ¿cómo lo están tomando los chicos?
—Ellos no saben. Por lo menos, no lo creo. Los únicos que
regresaron a casa podrían haberlo mencionado, pero en su mayoría son
chismes sobre el maestro. Y no creo que nadie me haya visto con gafas
desde que estoy aquí.
—No, quiero decir, de mi, mmmh, linaje. ¿Cómo lo está tomando
todo el mundo?
—Oh, eso. —Él se encogió de hombros—. Escuché a un par decir
que tenía sentido. Que ninguna mujer humana posiblemente podría
meterse en tantos problemas como… mmmh, eso es, no parecían
demasiado preocupados acerca de eso. Si sabes a lo que me refiero.
—Sé lo que quieres decir. —Y de repente estaba profundamente
agradecida de vivir con criaturas de cientos de años de antigüedad, que se
tomaban las cosas con calma. Los vampiros eran difíciles de impresionar,
pero también eran difíciles de sacudir. Sentí que mi columna vertebral se
relajaba un poco cuando un miedo se evaporó, uno por lo menos.
—Por supuesto, están un poco preocupados de que esto te hace aún
más un objetivo de alto perfil, por lo que la gente va a empezar a tratar de
matarte más. Pero les dije, oye, ¿recuerdas la última vez? Quiero decir, si
un montón de semidioses no lo puede llevar a cabo, ¿a quién de ellos van a
enviar? Tendría que ser algo realmente extraño, algo realmente inusual,
algo realmente peligroso…
—¿Cómo a un trío de brujas de aquelarre?
Fred parpadeó.
—Naaaa —dijo finalmente—. Sólo hay tres de ellas. Si vinieran por ti,
probablemente habrían enviado más que eso.
—Gracias —le dije con amargura—. Eso me hace sentir mucho
mejor.
—Estoy aquí para ayudar. Ahora, ¿qué te vas a poner?
—No sé. —Empecé a buscar a través de los vestidos de nuevo, pero
estaba sin esperanza, más vestidos de baile y de diosa. Y mientras quería
vestirme para impresionar, no creía que lucir como si estuviera esperando
al príncipe encantador fuera el camino a seguir.
—Esos no van a funcionar —estuvo de acuerdo Fred, sorbiendo
café—. Pero apuesto que Augustine tiene algo.
—Augustine envió estos —señalé, hablando de lo mejor, según él,
como sea, el diseñador mágico de los alrededores. Su boutique ocupada la
más grande de las carísimas tiendas en la calle de abajo.
—Bueno, sí. Pero él estaba enviando material para fiestas. Apuesto a
que tiene algo que funcionara.
Augustine cierra a las seis. Y de ninguna manera iba a desplazarme
un par de horas para tratar de atrapar al gran hombre antes de irse.
—No hay problema —dijo Fred, repentinamente serio—. ¿Qué talla
vistes?
—Cualquiera entre dos y seis, dependiendo del traje. Pero eso no
importa. Augustine cierra a…
—Sí, lo sé. ¿De qué color lo quieres?
—Blanco. Pero no se puede entrar y él no vive por aquí. Y para el
momento en que pudiera volver y abrir, asumiendo que lo hiciera por mí…
—Oh, lo hará —dijo Fred cínicamente—. Puede que no le guste, pero
lo hará. Además, ¿has visto su anuncio últimamente?
—¿Qué anuncio?
—El que está afuera de su tienda. El que dice —Modisto de la pitia—
. Él dejó de lado la parte oficial, pero está implícito.
Bueno, eso explicaba por qué seguía recibiendo vestidos. Debería de
haber sabido que Augustine no estaba siendo generoso. Él no era conocido
por emociones tan suaves.
O, ya sabes, ninguna.
—Ha estado haciendo una fortuna con todas las mujeres ricas que
quieren vestir como tú —añadió Fred.
Parpadeé hacia él.
—¿Me han visto?
Se echó a reír.
—El punto es, que no está en posición de quejarse. Sólo tomaremos
lo que necesitamos, y se lo haremos saber mañana. Si se pone
quejumbroso, puedes decirle que quitaras su maldito anuncio.
—Sí, pero no me estás escuchando. No podemos entrar.
—¿Quieres apostar?
Me tomó un momento darme cuenta de a dónde quería llegar.
—No —le dije con severidad—. No podemos.
—¿Cincuenta dólares? ¿O es que quieres que sea interesante?
—Ya es bastante interesante. ¿No has oído acerca de esos tipos de la
semana pasada?
—¿Qué tipos?
—Dos adolescentes con dedos pegajosos que trataron de robarle
algunas camisetas o algo. Así que Augustine los hechizo, de hecho, los
atrapó.
La frente de Fred se arrugó.
—¿Para qué?
—Para todo. Él hizo algún hechizo que los hizo como si fueran
humanos de velcro. Sólo que una vez atrapado, no sale. Uno de los chicos
regresó al final del día, sollozando y asustado, arrastrando un gran tren de
basura de la calle, una silla plegable, un cochecito de bebé… y el carrito de
una persona sin hogar lleno de cosas.
—Bueno, eso no suenan tan…
—Y la persona sin hogar, lo golpeaba en la cabeza con un periódico
enrollado. —Ellos habían estado atrapados juntos todo el día, ya que él
había agarrado el brazo del chico pidiendo cambio.
—Oh. Bueno, síp, eso sería algo…
—Y él fue el afortunado. Tuvieron que hacer palanca para sacar al
otro chico de un taxi, ¡después de diez cuadras!
Fred frunció sus labios.
—Diez, no es tan malo si sólo estás montando un tronco o algo así.
—¡Él estaba corriendo detrás! No fue más que suerte que fuera un
mal día de tráfico y no iban demasiado rápido…
Mi voz se apagó, porque Fred ya no escuchaba. Él estaba mirando a
la pared, con los ojos desenfocados.
—¿Qué número calzas? —preguntó de repente.
—Ocho. ¿Por qué?
—No hay razón.
Entrecerré los ojos sobre él.
—Dime que no estás irrumpiendo en este momento.
—¿Yo? Sólo estoy aquí sentado.
—¿Y qué hay de los otros? —Fred era parte de un impío trío que
Mircea me había donado hace poco más de una semana. Al principio,
pensé que sólo estaba reforzando la seguridad después de un par de
incidentes recientes. Pero últimamente, había empezado a sospechar que
podría haber tenido otros motivos.
Razones egoístas, egoístas.
—¿Qué otros? —preguntó Fred, tratando de parecer inocente, justo
cuando la puerta se abrió de golpe.
—¡Esos otros! —le dije, señalando a los dos hombres que
aparecieron en la puerta. Bueno, un hombre, ya que no podía ver el otro
bajo una montaña de ropa, aunque sabía que estaba allí—. ¡Maldita sea,
Fred!
Pero Fred no me escuchaba.
—¿Y bien? —preguntó, dándose la vuelta.
—Te odio —gruñó la montaña.
Y luego comenzó a tambalearse en dirección de mi cama esparcida
con alimentos, antes de que todos gritaran:
—¡No!
La maldecida montaña y el guapo vampiro moreno quien pasó detrás
de él, sonrió, un rápido destello de dientes en una cara olivácea.
—Salimos limpios —me dijo—. Bueno, más o menos.
—¿Cuánto menos?
—Tropezamos con un pequeño hechizo. O uno de nosotros lo hizo.
—Aquí. Pon todo en la silla —dijo Fred, acercándole un sillón de la
ventana.
—¡Tú ponlos abajo! —espetó la montaña.
—¿Cuál es el problema? Simplemente suéltalos.
—¡No puedo simplemente soltarlos!
—¿Por qué no?
—No estás atrapado con ellos, ¿verdad? —pregunté con aprensión.
Un ojo azul se las arregló para mirarme a través de un resquicio en
una capa de gasa.
—¡No! ¡Estoy atrapado por mí! —dijo. Y luego levantó ambos brazos,
provocando un terriblemente caro derrumbamiento en mi alfombra.
Mi boca se abrió, pero no a causa de la indigna obra de Augustine.
—Oooooh —dijo Fred, mirando impresionado.
—¡Haz algo! —La montaña destacaba con un subrayado aspecto
rubio llamado Jules, quien extendió sus manos. O, debería decir, la mano,
ya que no había ninguna separación entre ambas. Los dedos iban
directamente a la otra, sin separación en la piel lisa y pálida. Dejando al
ladrón atrapado con las manos esposadas.
Hechas de sus propias manos.
—¿A dónde se fueron tus uñas? —preguntó Fred, mostrando su
calva mientras se inclinaba para echar un vistazo. Parecía más curioso que
asqueado.
—¿Cómo diablos voy a saberlo? —chilló Jules—. ¡Sólo arréglalo! —Y
empujó los espeluznantes dedos enjaulados otra vez… a mí.
Me las arreglé para no empujarlo, pero estuve cerca. Porque Fred
había estado en lo cierto; no había pequeños óvalos esmerilados a la vista.
Justo en lo que parecía una articulación extra donde la fusión se había
realizado. Y por la expresión en la cara de Jules, encontraba cada pedacito
tan inquietante como yo.
Pero no tan inquietante como tener de repente tres pares de ojos
sobre mí, todos a la vez. Y todos expectantes, porque los chicos eran
nuevos y no habían entendido algunas cosas todavía. Como el hecho de
que podía ser una clarividente, pero no era una bruja.
Bueno, está bien, síp. Técnicamente, caía en esa categoría, pero sólo
porque cada usuario femenino de magia lo hacía. Era un término comodín,
era como —mago— para los chicos, que no decía nada sobre el nivel de
habilidad, entrenamiento o especialidad de la persona. O en mi caso, si
podía manejar un hechizo básico.
Por supuesto, tenía las cosas de la pitia, pero esas eran sólo útiles
para su propia marca especial de locura. Podían enviarme a toda velocidad
a través del tiempo, pero no podía hacer un simple hechizo o un glamour
para cubrir mis pecas o ayudarme a hacer trampa en las cartas. Razón por
la cual Billy siempre ganaba.
Según Pritkin, tenía una cantidad decente de clase normal de magia,
pero todo era potencial, ya que nunca había aprendido cómo usarla. Eso
fue por culpa de Tony, hijo de puta, que había tenido miedo de que
pudiera utilizar cualquier cosa que aprendiera en su contra algún día. Y
por mi usual suerte.
Después de huir de Tony, había terminado viviendo con una bruja
null, una con el raro talento de poder suprimir cualquier tipo de magia
hecha a su alrededor. Eso había sido grandioso para esconderme de los
chicos malos, cuyos encantos de rastreo se habían deslizado sobre la casa
de Tammy como agua sobre el vidrio. Pero también significaba que no
podía hacer ningún tipo de magia para mí misma, o enseñarme.
Luego volví con Tony por tres años, para tratar de tenderle una
trampa por lo que le había hecho a mis padres. Y fue la segunda vez que
me escapé; después de que mi intento de venganza fuera
espectacularmente mal, me había pasado la mayor parte del tiempo en el
mundo humano. Porque es mucho más grande que la comunidad
sobrenatural, dándome una multitud más grande para esconderme.
Había funcionado, le había tomado tres años encontrarme, a pesar
de estar muy motivado. Y mientras tanto, apuesto que sus muchachos
habían pasado cientos de horas revisando todos los lugares donde una
joven bruja inexperta podría ir a rectificar ese pequeño problema, y no
habían encontrado nada. Porque no había ido a ninguno de ellos.
Eso había sido en parte por paranoia, y en parte la vieja cosa agria.
Había hecho un buen trabajo convenciéndome a mí misma que no quería
ninguna parte del mundo que no podía tener de todos modos. Pero ahora
me dejaba con un problema, que no había tenido la oportunidad de
remediar porque tenía todas las cosas de pitia vertidas en mi regazo.
No es que nada de eso le importara a Jules, quien estaba obviamente
a punto de llorar.
Su actitud no era de sorpresa. La pequeña broma de Augustine no
había asustado a nadie, pero era especialmente cruel en el caso de Jules.
Sus manos eran tan emblemáticas como los cigarros lo eran de Marco, o
los grandes ojos grises de Fred, o la línea de Rico. Me había preguntado
varias veces si era en parte italiano, ya que tenía la misma tendencia a
gesticular cuando hablaba. O cuando estaba discutiendo con otros
vampiros. O cuando estaba escuchando música, siguiendo las notas de
trinos de flauta con esos dedos expresivos.
Dedos que, por una vez, estaban completamente rígidos e inmóviles.
Y de repente, sentí verdadera ira hacia el dueño de la tienda. Las
otras cosas habían sido un poco divertidas; esto era simplemente cruel. Y
podía condenadamente bien sacar su elegante culo de la cama y venir a
arreglarlo.
—Consigue el teléfono de Augustine —le dije a Fred—. Dile…
—¡No! —dijo Jules, mirándose aterrorizado—. No, no puedes…
Se interrumpió abruptamente. Y azotó la cabeza hacia atrás y hacia
adelante frenéticamente. Y luego corrió a mi cuarto de baño, donde oímos
un sonido metálico mientras nos miramos el uno al otro. Y, finalmente,
fuimos a echar un vistazo.
Lo encontramos en la ducha.
Parecía estar tratando de hacerla funcionar, sólo que no funcionaba
tan bien con sólo los codos. Ayúdame, articuló a Rico. Quien suspiró pero
amablemente se acercó y giró el pomo. El agua salió de la pared, al mismo
tiempo que otra ráfaga, de ruido me hizo saltar. Fred había golpeado el
botón de la radio, él último éxito de Beyoncé a todo volumen hasta que
resonó por las paredes de azulejos e hizo temblar al toallero.
Y entonces Jules puso sus brazos sobre mi cabeza y me arrastró
hasta la luneta.
Eso no había estado tan mal, ya que sabía lo que estaba haciendo.
Lo había hecho yo misma un par de veces, tratar de añadir al ruido
ambiental de fondo de un ruidoso casino, un sonido más fuerte para
confundir el oído vampiro. Pero con los otros dos apiñados detrás de
nosotros.
Y se trataba de una ducha grande, pero no era tan grande.
Pero a Jules no le importaba lo que pensaba. Jules estaba sobre su
punto.
—No puedes… prométeme que no llamaras a Augustine —susurró.
—¿Por qué no? —exigí, tratando de pasar por debajo de sus brazos,
ya que él no podía dejarme ir de la forma usual. Pero eso no logró nada, ya
que Rico estaba justo sobre mi trasero. Lo que resultó empujándome de
nuevo a Jules en una de las llaves de la ducha, y no tuve que preguntar
cuál.
La corriente tibia de repente saltó a temperatura aproximadamente
de lava.
Un jadeo lleno de dolor fue todo lo que pude hacer antes de que una
mano se cerrara sobre mi boca. La de Rico, identifiqué, por el lindo
brazalete de oro alrededor de la elegante muñeca. Uno que iba a hacer que
se tragara si no…
Hubo un crujido alrededor. Y entonces la temperatura bruscamente
cayó de nuevo a soportable, dejándome sólo medio escaldada. Pero no
menos furiosa. Y nada menos que muda, porque la mano sobre mi boca no
cambió.
—Déjala ir —dijo alguien cuando empecé a revolverme.
Me tomó un segundo reconocer la voz, ya que tenía una
sorprendente nota de orden. Y porque venía del pequeño individuo en
cuclillas bajo la plataforma de artículos de aseo, se habría golpeado la
cabeza si se ponía de pie. Fred frunció el ceño a Rico, para mi mayor
sorpresa, Rico me soltó y se alejó un paso, me dio espacio para girarme y
mirarlo.
Sin embargo él no se veía muy arrepentido, tal vez porque no había
practicado exactamente esa expresión. Dudaba que muchas mujeres se
quedaran enojadas con él por mucho tiempo, con sus rizos oscuros, su
mandíbula sin afeitar y el visible six-pak debajo de la camisa que se mojó
rápidamente. Pero no le había ayudado conmigo, después de tratar con
Mircea por tres meses, tomaba más que un par de músculos nublar mi
cerebro.
—¿Y no estamos llamando a Augustine porque…? —exigí de nuevo.
—No podemos —dijo Jules, que se remontó a su modo de pánico—.
¡Si lo hacemos es seguro que el maestro nos encuentre!
—¿Y? No es como si él fuera a atacar a Augustine…
—¿A quién le importa Augustine? ¡Estoy preocupado por mí!
Me esforcé para ver lo que parecía auténtico pánico en esos ojos
azules.
—Tampoco Mircea anda atacando a sus vampiros —señalé. No tenía
por qué. La mayoría de ellos actuaban como si él fuera el príncipe
prometido.
—No es tanto como si el ataque fuera el problema —dijo Fred
aparentemente en modo Zen, a pesar de estar inundado por una cascada
fuera de la plataforma.
—¿Qué es, entonces?
Los tres intercambiaron miradas. Al menos, supuse que lo hicieron.
No podía ver a Rico, pero Fred miró detrás de mí y luego a Jules.
—Voy a decirle —advirtió.
Nadie dijo nada.
—¿Decirme qué? —exigí.
—Es como… —Fred pensó por un minuto—. ¿Sabes que los
británicos usaron a Australia para enviar convictos? —dijo finalmente.
Lo miré a través de los chorros de agua de una fangosa cascada por
mi flequillo sucio.
—¿Qué?
—Ya sabes, en los viejos tiempos. ¿Cuando necesitaban arrojar a
algunos alborotadores que no habían hecho lo suficiente para colgarlos,
pero no eran lo suficientemente buenos como para mantenerlos alrededor?
¿Como los cargaron en buques y los enviaron a Oz?
—¡No!
—Australia es un mal ejemplo —protestó Rico—. La gente murió allí.
Y antes de eso hubo dificultades, dolor y sufrimiento…
Fred levantó una ceja.
—¿Y?
Rico pensó por un segundo.
—Buen punto.
Cerré los ojos y respiré hondo. Luego los abrí para mirar a Fred.
—¿Por qué me dices esto?
Ojos grises se encontraron con los míos con una pizca de
compasión.
—¿Porque eres Australia?
Quería golpear mi cabeza contra los azulejos, pero no podía llegar a
ellos. Así que me quedé allí por un minuto, preguntándome cuántos
problemas tendría con Mircea si mataba a tres de sus hombres. Si estaba
haciendo lo que me estaban diciendo, no tantos.
Rico dejó escapar una risa.
—Desearía poder verle la cara.
—No —le dijo Fred—. Tú no. Pero no tenemos tiempo para la
diplomacia.
—Menos mal —dijo Rico, de alguna manera arreglándoselas para
encender un cigarrillo—. Todos apestamos en eso.
—¿Estás diciendo que ustedes estropearon algo y Mircea los castigo
enviándolos conmigo? —resumí.
—¿Ves? —dijo Rico—. Sigo diciéndoles a todos que ella realmente no
es una rubia tonta.
Me di la vuelta, dándole un codazo a Jules en el proceso, tomé el
cigarrillo de la boca de Rico. Y lo dejé caer sobre los azulejos empapados,
de los que salió humo con un pequeño silbido.
—Eso fue un cumplido —protestó.
—El punto es que no podemos cagarla de nuevo —dijo Fred
rápidamente—. O… bueno, no sé lo que podría pasar. Pero creo que es
seguro decir que ninguno de nosotros quiere saberlo. Pero ya sabes cómo
es Augustine. Un tipo delicado incluso en un buen día…
—Lo llaman temperamento artístico —dijo Rico, sonando divertido.
—Bueno, yo lo llamo ser un idiota —dijo Fred con amargura—. Pero
si tiene que salir de la cama, recorrer todo el camino hasta aquí, revertir
su maleficio o lo que sea, y luego ve el lío que los chicos dejaron en el
taller…
—¿Dejaste un desastre? —le pregunté a Rico, retorciéndome para
mirarlo.
—Tenías prisa.
—Yo… ¡yo no te pedí que hicieras ninguna maldita cosa!
—Siempre nos están diciendo que seamos proactivos —dijo Jules,
sonando insultado—. En casa, es así. Un buen siervo sabe lo que su
Maestro quiere antes que su Señor…
—¡Yo no soy tu Maestro! —le dije, por fin logrando agacharme debajo
de los brazos que me rodeaban.
—¡Bueno, ahora mismo tú eres lo más cercano que tenemos! —dijo
Jules, usando sus muñecas para empujar un mechón de cabello rubio
mojado de la cara—. ¡Y fui allí para cuidar de ti! ¡Ahora cuidas de mí!
Me quedé mirándolo, sintiéndome enojada, inundada y enojada. Pero
también comprensión de una manera extraña. Porque en dos frases, había
articulado a la perfección el código vampiro.
Los vampiros reales no eran los lobos solitarios de las películas,
viviendo una solitaria pero sexy existencia, en un castillo en alguna parte,
suspirando por el amor de una buena mujer. De hecho, era casi todo lo
contrario. En todo caso, me recordaban a las hormigas, viviendo en
expansión, familias sociales, a veces cientos o incluso miles, con cada
miembro en una ranura de una compleja jerarquía que habría hecho que
la cabeza de la mayoría de las personas explotara tratando de
comprenderlo.
Y todos aquellos miembros —excepto uno— eran siervos de
diferentes rangos. Quienes eran ordenados, controlados y dictados por
aquellos que estaban más arriba en la escalera, de manera que habría
horrorizado a la mayoría de los humanos. Pero junto con las restricciones
venía una extraña especie de libertad que la mayor parte de esos mismos
seres humanos nunca conocería.
Podrías no hacer las reglas, pero no tenías que lidiar con las
consecuencias. Podrías no tener el poder, pero tampoco tenías la
responsabilidad. A menos que fueras el jefe de tu propia casa, todo era
siempre un problema ajeno, la carga de otra persona, ya sea que dicho
alguien hubiera tenido algo que ver con cualquier lío que hubiera creado o
no. Podías ser disciplinado, si la embarrabas lo suficiente, pero nunca
conoces el estrés de lidiar con todas esas cosas por ti mismo.
Porque nunca estarías por ti mismo.
Y porque el ser siervo nunca se detendría.
Y justo en este momento eso sonaba realmente atractivo.
—Todo está bien —dijo Fred, después de un minuto—. Puede
esperar.
Jules lo miró con incredulidad. Y luego a mí. No se veía como un tipo
que pudiera esperar.
—¡No! —dijo, levantando la voz alarmada—. ¡Arréglalo! ¡Arréglalo
ahora!
Y síp. Esa era probablemente la forma en que me sentiría en su
lugar. Como querer rasgar mis manos o despegarlas de mi cuerpo por las
cosas extrañas en las que se habían convertido. La única diferencia era
que Jules tenía la fuerza de un vampiro. Podía hacerlo. Y, por supuesto,
con el tiempo volverían a crecer, pero no todas las cicatrices se curan.
Como por ejemplo el recuerdo arañando sobre su propia carne.
—Está bien —le dije, atrapando sus manos en las mías—. Está bien.
Solo… dame un segundo.
Cerré los ojos otra vez, no tanto por pensar, porque no había nada
que pensar. Pero si para evitar tener que pensar en las suyas. Pero no
sirvió de mucho, ya que todavía podía ver las imágenes residuales de sus
manos, las que había estado mirando tan fijamente.
Y en la imagen remanente parecían normales, incluso lindas, con
huesos finos y elegantes líneas. Eran las manos de un artista, las manos
de un actor. No era de sorprender, supongo, ya que eso es lo que Jules
había sido una vez.
Había sido un aspirante a Hollywood en algún momento en los
primeros días de las películas, cuando Mircea lo había conocido y le ofreció
una clase diferente de trato. Sólo que no había resultado como Jules había
esperado. Tal vez porque, mientras que él tenía talento, intelecto y empuje,
también era impetuoso, contundente, y tenía la mala tendencia a saltar
antes de mirar.
Como Rico había dicho, era un diplomático terrible.
Lo que no habría estado tan mal, pero la familia de Mircea era toda
acerca de diplomacia. Así que sí, para un tipo que no tenía mucho de eso,
algo como esto haría daño. Lo que probablemente explicaba por qué le
temblaban las manos de repente en las mías.
¡Maldita sea! Pritkin podría haber manejado esto en un latido del
corazón, probablemente sin siquiera sudar. Pero gracias a Rosier, él no
estaba aquí. Y no podía llamar a Jonas, porque encontraría a un grupo de
brujas de aquelarre en mi sala de estar y probablemente estallaría en una
disputa. Lo cual probablemente provocaría una represalia, ya que la líder
del aquelarre no estaba exactamente impresionándome con su contención
hasta este momento. Y luego ambas partes pedirían ayuda y después…
Después todos terminaríamos cacareando en la noche.
—¿Cassie? —La voz de Jules de nuevo, más tímida esta vez. Tal vez
la cantidad de tiempo que mi examen estaba tomando había empezado a
preocuparle.
También había empezado a preocuparme, porque no tenía nada que
decir. Bueno, aparte del viejo mantra de Roger de finge hasta que lo
consigas. Lo que no podría ayudar, pero podría contener a Jules de correr
fuera de control hasta que pudiera encontrar algo que lo hiciera.
—Síp —le dije, pensativa, acariciando el dorso de sus manos, y
tratando de canalizar a cada médico que jamás había escuchado—. Sí. Ya
me lo imaginaba.
—¿Qué imaginabas?
—No debes preocuparte —le dije, abriendo los ojos y reconociendo su
frente—. Esto no es gran cosa.
—¿No es gran cosa? —Jules sonó incrédulo.
—Bueno, sí, probablemente no lo veas así. Pero es un hechizo fácil.
Más una broma que otra cosa. Los niños de los magos los usan a veces
unos con otros por diversión.
—Por… —Se interrumpió con un sonido ahogado—. Los magos están
locos.
—Dímelo a mí. Mira, sólo tienes que tomarlo con calma y
permanecer fuera de la vista. Me desharé de nuestras invitadas tan pronto
como pueda, y vamos a arreglarlo todo. ¿Bien?
Él me miró parpadeando a través de sus pestañas con gotitas de
agua, con aturdimiento, como si se hubiera estado preparando para una
sentencia de muerte. Pero luego asintió, mirándose un poco más tranquilo.
Y permitió que Rico sacara su forma empapada de la ducha.
Fred no los siguió.
—¿A quién quieres que llame?
Yo fruncí el ceño.
—¿Cómo sabes que quiero que llames a alguien?
Él sólo me miró.
Suspiré.
—Central, CG del Cuerpo de Ingenieros. Pregunta por Caleb Carter.
—¿Quién?
—Uno de los amigos de Pritkin. Lo conociste esa noche en la
pizzería. Dile lo que pasó y pídele que venga aquí.
Fred me lanzó una mirada.
—Así que supongo que es malo, ¿eh?
—No lo sé. Pero Caleb sabrá. Y él sabe cómo mantener la boca
cerrada.
—Lo mismo que Pritkin —señaló Fred—. ¿Por qué no llamarlo?
—Él esta… ocupado.
—¿Ocupado dónde? No lo hemos visto en toda la semana. Algunos
de los muchachos se han preguntado…
—No creí que extrañarían a un mago de guerra.
—Extrañar podría ser demasiado —admitió—. Pero él es menos que
un dolor que la mayoría, y trae cerveza. Así que, ¿a dónde fue de nuevo?
—Lo envié a hacer un mandado.
—Oh, cielos. ¿No de regreso a Faerie? ¿No estuvo a punto de morir la
última vez?
—Él no… —Me detuve. No quedaría atrapada en esto. El menor
número de mentiras que dijera, mejor.
A diferencia de Roger, no era tan genial con ellas.
—Mira, solo consigue a Caleb, ¿está bien? Antes de que Jules tenga
un ataque de nervios. —O yo.
—Demasiado tarde. Es Jules. Él nació así.
—¡Fred!
—Está bien, está bien. Relájate. Toma un baño. —Me miró de arriba
abajo, y luego sonrió levemente—. O, ya sabes. Otro.
Tomé el baño. Sequé mi cabello con una toalla. Me puse una
camiseta y pantalón, porque estaba cansada, harta y ya había fingido lo
que podía fingir por una noche. Luego fui a cazar brujas.
Y las encontré en el salón jugando billar.
Bueno, a dos de ellas. La tercera se veía a través de las puertas
corredizas de la sala de estar, que estaban abiertas de nuevo. Tal vez
porque Marco había decidido activar su encanto. O, posiblemente, para
conseguir una cita; el jurado todavía estaba deliberando.
Pero él estaba hablando con una de las brujas, de todos modos, a la
que inmediatamente bauticé como Jasmine, porque se veía como el
personaje de Disney. Ya sabes, si Jasmine hubiera llevado Armani y se
hubiera cortado el cabello al estilo swingy, que enmarcaba su hermoso
rostro. Ella era tan hermosa como un vampiro, lo que podría explicar por
qué Marco estaba charlando con ella a lo largo de la barra. No podría decir
si él estaba consiguiendo algo, porque sus sensuales ojos estaban medio
cerrados, con una leve sonrisa en sus labios rojo oscuro, bien podría
estarlo por diversión o desprecio.
Pero las otras dos brujas estaban definitivamente sobre la diversión.
Una estaba de pie en un taburete junto a la mesa de billar, taco en
manos fuertemente anillado, alineando un tiro. El taburete era necesario
porque media tal vez 1.46, si no contabas el magnífico afro, que debía
añadir un extra de diez centímetros. Llevaba un muumuu de seda verde,
tenía las uñas largas pintadas de reluciente dorado, y tenía un montón de
cadenas de oro que combinaban, tintineando juntas mientras hacía el
disparo. Y golpeó la bola ocho, haciendo que su compañera dijera una
mala palabra.
La pequeña bruja se rio y se bajó de su taburete, reclamando una
cerveza que había dejado en una mesa auxiliar. Su oponente ganó el otro
juego, ya que acababa de perder este. No parecía desconcertarla. Tuve la
impresión de que no había podido hacer mucho.
Ella era la única que había intentado hablar conmigo en el vestíbulo.
Estaba un poco sorprendida de que simplemente no hubiera salido
volando, ya que medía 1.80 en sus medias, fácilmente 1.90 en sus zapatos
negros de tacón que llevaba puestos. Las zapatillas complementan el resto
del look: cabello corto y gris, ojos penetrantes color acero, traje a rayas,
más útil que elegante. No se veía como una bruja. Parecía una Valquiria
envejecida. Y más que un poco como Eugenie, mi vieja institutriz, lo que
probablemente explicaba por qué había comenzado a doler mi estómago.
Ya que no me estaban prestando atención de todos modos, me fui a
la cocina a buscar algo que lo solucionara. En lugar de encontrarme con
otra bruja. Al menos, así lo suponía, al menos con la especie de lío con el
trío de Macbeth sucediendo. Pero supongo que no podías adherirte a esas
cosas todo el tiempo, especialmente si pensabas que necesitarías respaldo.
No es que ella pareciera que proporcionaría mucho.
Era joven, por un lado, tal vez cinco o seis años más joven que yo. O
tal vez incluso estaba siendo optimista, ya que mientras el cuerpo era el de
un adulto, llevaba un vestido largo color blanco, de cuello alto que Eugenie
habría llamado —gentil— y yo lo habría llamado camisón del siglo XIX.
Fue una de las razones por las que había vestido minifaldas y botas hasta
el muslo en cuanto me alejé de Tony y obtuve mi cheque de pago: había
pasado mi juventud vistiendo como Wendy Darling.
A Eugenie también le hubiera gustado el peinado de la chica, que
era largo, marrón claro y ondulado por la espalda de una manera
extrañamente familiar. Lo pude ver en parte porque ella estaba de
espaldas a mí, luchando con algo en el mostrador. Lo entendí casi al
mismo tiempo que la reconocí, o más bien, a quien me recordaba.
—¿Agnes?
La cabeza marrón se dio vuelta, pero por supuesto no era ella.
Realmente no lo había pensado así, ya que esta chica era dos o cinco
centímetros más alta que yo, y Agnes había sido una cosa pequeñita. Pero
el aspecto general era similar, y su rostro me era familiar, aunque no podía
ubicarlo. Ella también parecía un poco estresada, lo que había sido un
defecto de Agnes, aunque por lo general le tomaba más poner esa
expresión en su cara que por el mal comportamiento de una cafetera.
—Es una de esas que necesita bolsitas —le dije a la chica
amablemente.
Ella no dijo nada.
—¿Ya sabes, para pequeñas tazas?
Ella, obviamente, no lo entendía. O tal vez no le importaba. Se había
dado la vuelta, y estaba pegada contra el fregadero, mirándome sin
expresión en un rostro pálido y con enormes ojos marrones. Decidí que
había una posibilidad que no hablara inglés.
—Necesita una bolsa —repetí, más lento, y dibujé una forma de
bolsa con mis dedos.
Nada.
—Aquí —le dije, sacando una caja de bolsitas de café de un gabinete
y se la entregue. O traté. Pero ella se quedó donde estaba, plana contra el
fregadero, las manos aferradas al mostrador, ojos grandes y asustados.
Sólo que no, comprendí, ella no parecía asustada.
Parecía aterrorizada.
Me di la vuelta, con la caja de bolsas en la mano, porque nunca se
sabía. Pero allí no había nadie. Ni siquiera uno de los vampiros, que
tendían a tener ese efecto en los invitados de mente sensible. Pero
obviamente estaban traumatizando personas en otros lugares, porque la
puerta estaba vacía.
Me giré, pero la pose de víctima en película de horror no había
cambiado y estaba empezando a asustarme. Deslicé las bolsas sobre el
mostrador. Agarré una cerveza del refrigerador. Retrocedí lentamente por
la puerta.
Y me encontré con Marco, que venía llegando.
—Hagamos esto —me dijo en voz baja—. Me estoy quedando sin
bromas.
—Siempre puedes alimentarlas.
Sonrió.
—Si les damos de comer, van a permanecer más tiempo.
—No, si la calidad de la cocina es como la última vez —dijo la
Valkiria, a través del cuarto—. ¿O eso fue deliberado?
Dejó caer una pelota.
Marco me miró.
Audición mejorada, murmuré.
Se suponía que las barreras detenían esas cosas por el estilo,
murmuró de regreso.
—Y sus barreras son una mierda —añadió la bruja, causando que
Marco murmurara algo—. Escuché eso.
Suspiré y me acerqué.
—Al menos la mayoría de ellas lo son —se corrigió, apoyándose en
su taco y mirándome—. Había un bastardo hechizo vidente que nos dio
algunos problemas, principalmente porque no lo esperábamos.
—Tejido con acebo por todas partes —añadió la pequeña bruja, con
un sonsonete—. Disparado a través de luz solar y aligerado por el aire,
llama sobre el agua, llama sobre el fuego, llama sobre el viento, proteger,
proteger, proteger. —Ella tomó un trago de su cerveza—. Tres elementos
son una putada.
—Pero pasamos sobre él —añadió su compañera—. Principalmente
por suerte, no le dan mantenimiento.
—El tipo que suele hacer eso salió de la ciudad —le dije de manera
uniforme.
—Bueno, tienes que traerlo de vuelta.
—Trabajo en ello. —Aunque sería más fácil de hacer si se fueran,
para que pudiera localizar a Casanova y averiguar lo que sabía sobre el
Concilio. Pero eso no parecía estar sucediendo. Y puesto que ya había
enojado a las brujas tanto como me atrevía, parecía que iba a tener que
practicar mi diplomacia por un tiempo.
—¿Juegas? —preguntó la Valquiria, acumulando otro juego, a pesar
de que apenas habían empezado el último.
Miré a la pequeña bruja, quien me sonrió con todos sus dientes.
—Me sentaré aquí —ofreció.
Me encogí de hombros.
—Está bien.
Marco me miró sorprendido, probablemente porque nunca me había
visto jugar. Algo sobre casi muriendo semanalmente quitaba la diversión
del juego.
—Solía trabajar en un bar —le recordé.
—¿Haciendo qué? —exigió la Valquiria.
—Ayudante de bar. Servía a veces, cuando alguien llamaba.
Mayormente leía el tarot.
—La pitia leyendo el tarot en un bar —dijo la bruja, como si pensara
que estaba mintiéndole.
—No era la pitia entonces. Y me gusta comer.
—Debes haber sido muy solicitada —dijo secamente.
—En realidad no. —Hice una pausa mientras ella interrumpía la
alineación, lo cual había hecho sin molestarse en voltear a verme—. A la
mayoría de la gente no le gustaba lo que tenía que decirles.
—¿Y qué era eso?
—La verdad.
Su taco tartamudeó en el terciopelo, y ella estropeó el tiro. Ella me
frunció el ceño, como si hubiera hecho eso deliberadamente. Saqué la bola
blanca del bolsillo de la esquina y se la lance.
—Vuelve a hacerlo.
Ella parecía sorprendida de que estuviera dándole mi ventaja. Pero
no me sentía realmente competitiva en estos momentos. Y dudaba que
hubieran entrado en mi suite y destrozado el vestíbulo con el fin de jugar
al billar.
La bruja las junto y tiró de nuevo, dejándose a sí misma un par de
tiros fáciles para empezar. Tomó uno de ellos antes de mirarme a través de
su flequillo gris.
—No esperaba encontrarte tan amable.
—¿Por qué? ¿Porque no hablé con ustedes después de que
irrumpieron aquí?
—No. Pero tenemos un montón de otras razones. ¿Interesada en
escucharlas?
Por el tono de su voz, tuve la sensación de que iba hacerlo de todos
modos.
—Claro. —Me acerqué a la pared y elegí un taco.
—No nos has invitado a la coronación, a pesar del hecho de que el
maldito Círculo estaba allí, en fuerza. —Ella hundió su primer disparo con
un movimiento salvaje—. No nos han enviado los saludos de rigor o
reconocido de otra manera nuestra existencia, a pesar de tener tiempo
más que suficiente para hacerlo. —Hundió dos bolas con su segundo tiro,
clac-clac—. ¡Y estás viviendo con un maldito grupo de vampiros! —Intentó
un disparo fuerte y lo falló, apenas.
Ella maldijo y se alejó, tomé su lugar. Porque de ninguna manera iba
a darle una segunda ventaja después de eso. Me tomé un momento para
dimensionar la mesa.
—Con quién vivo es mi asunto —le dije, anotando—. Y no he enviado
saludos porque no sabía que tenía que hacerlo. —O que existían, no añadí,
porque decidí que era posible que la cabeza de todo un aquelarre pudiera
tener ego—. En cuanto al otro, bueno, si ayuda, yo tampoco estaba
invitada.
—¿No estabas invitada a qué? —preguntó cuándo me incliné sobre
la mesa.
—Mi coronación. —Hice mi tiro. Fue sencillo, dos pelotas en el
bolsillo lateral. Fue todo, muy simple. Estaba oxidada.
—¿Qué quieres decir con que no estabas invitada? —repitió la bruja,
como si no tuviera sentido. Lo cual, está bien, tampoco había tenido
sentido para mí en ese momento.
—El Círculo y el Senado se reunieron, decidieron que era demasiado
peligroso para mí estar allí con todas las amenazas de muerte que había
estado recibiendo —le expliqué—. Así que movieron la fecha sin decírmelo.
Apenas lo descubrí a tiempo para asistir.
—¿Movieron la fecha? —Todavía parecía confundida.
—Y cuando aparecí, me echaron.
—¿Por qué?
Levanté la vista para alinear mi siguiente tiro, para encontrarme su
ceño fruncido.
—Del edificio. Marlowe, Kit Marlowe es…
—¡Sé quién es!
—Bueno, entonces sabes que puede ser bastante… persuasivo. No
quería molestias esa noche. Él sólo me empujó hacia la escalera de atrás y
cerró la puerta. Tenían una chica haciéndose pasar por mí, y hubiera sido
incómodo si había dos de nosotras corriendo por ahí.
La Valquiria no dijo nada, pero sus labios se tensaron
perceptiblemente.
—Entonces, ¿por qué no te desplazaste de regreso dentro? —
preguntó Afro, ojos oscuros bailando. Como si esperara oír alguna mierda
seria sobre eso. Lástima que estaba a punto de decepcionarla.
—Porque tenían malditas barreras. Algún hechizo raro que estacionó
la casa en medio de una línea ley, básicamente lo hicieron fuera de este
mundo. Parecía que estaba allí, pero en lo que se refiere a mi poder, no lo
estaba. Y no puedo desplazarme a la nada.
Hundí tres pelotas con facilidad, cuando su rostro cayó.
—¡Encontraré la forma de hacerles pagar! —declaró, estampando en
el suelo un bastón que no había notado antes, pero que no parecía
necesitar. Era negro, viejo y retorcido, pero brillaba con un alto resplandor.
Al igual que los ojos que encontraron los míos, desafiantes.
—Lástima que no estabas allí, entonces —dije suavemente. Y hundí
la sexta cuando Jasmine flotó con un whisky en la mano y Fred detrás de
ella.
Estaba haciendo caras extrañas y gestos hacía mí, hasta que de
repente se quedó inmóvil, con una mano y una rodilla en alto, pies planos
y la lengua colgando. Parecía que había decidido unirse al Ministerio de
Pasos Tontos. Se veía francamente demente. Parecía que se estaba
burlando de nuestras invitadas, lo que probablemente no estaría muy
bien.
Después se giró bruscamente y salió corriendo de la habitación, con
paso torpe y la sorprendida mirada de un hombre que tiene una enorme
mano en la parte baja de la espalda, ayudándole a salir. Una mirada a la
cara de Marco, y decidí que probablemente no estaba muy lejos de la
verdad. Suspiré.
No sabía cuál era el problema de Fred, pero no traté de seguirlo.
Porque tenía un montón propios. Como el hecho de tener ahora a tres
brujas que me miraban juzgándome, especialmente la Valquiria.
—¿Dejas que el jodido Círculo y un montón de vampiros te empujen
alrededor de esa manera? —preguntó.
Y bueno, había tenido suficiente. Abrí la boca para señalar algunos
hechos sobresalientes, pero no tuve oportunidad. Porque alguien se me
adelantó.
—¡Ella mató a un Spartoi!
La voz venía de detrás de mí, así que me di vuelta. Para ver que la
chica de la cocina había decidido venir a sacudir la puerta, en lugar del
mostrador. Su cara estaba todavía blanca, pero había dos pequeños
puntos rojos en sus mejillas. Ella estaba ya sea furiosa o a punto de
desmayarse, y teniendo en cuenta sus acciones hasta el momento, sabía
cuál sería mi apuesta.
—Vete —le dije a Marco suavemente.
Me miró, a medio sorbo de un whisky.
—¿Qué?
—Ve a la sala de estar o algo así.
—¿Por qué?
—Porque creo que estás asustándola.
Miró a la chica y luego a mí.
—Sólo estoy aquí de pie.
Sí, ese era el problema. Algunos vampiros lograban pasar por
humanos, si entrecerrabas los ojos, incluso sin un glamour. Pero Marco no
era uno de ellos. No era tanto el cómo se veía, a pesar de que ciento trece
kilos de depredador no eran fácilmente disfrazados en una camisa de golf
rosa, o el ocasional efecto de quedarse de pie cerniéndose sobre las
personas. Pero sobre todo, era la actitud. El hombre podría estar
sonriendo y todavía se veía como si pudiera rasgar tu garganta en menos
de un segundo.
No ayudaba que eso podría ser verdad.
Él nunca me había preocupado, posiblemente porque había crecido
con Alphonse, un clon de Marco pero no de tan buen aspecto. Pero había
aprendido desde el principio que, a pesar de la ficción, los vampiros no
eran depredadores sin sentido y que no matan sin razón. Y de todos
modos, el más pequeño, más ineficaz imaginable —Fred, por ejemplo—
podría causar el mismo daño en un ser humano que Marco, así que, ¿qué
diferencia hacía la apariencia? Pero la mayoría de la gente no lo veía de esa
manera, y en el caso de Marco sobre todo, que había visto a hombres
adultos aplanarse contra una pared cuando caminaba, instintivamente
cayendo en modo de presa, esperando que no se diera cuenta.
Sólo Dios sabía qué efecto estaba teniendo sobre una chica que al
parecer pensaba que yo era aterradora.
—Vamos. —Lo empujé, lo que por supuesto era inútil—. Dame de
beber.
—Tomaste un trago.
—Y ahora quiero otro.
—No necesitas otro. Tomaste un café irlandés antes…
Puse los ojos en blanco.
—Síp, cuando Fred hizo más que agitar el corcho sobre el…
—…y ahora tienes una cerveza. No quiero que andes chachareando
por el lugar de nuevo.
—Nunca chachareo… —Una ceja tupida se elevó—. Está bien, una
sola vez. Pero eso no fue una resaca.
—Y esta tampoco lo va a ser. —Y tomó mi cerveza.
—¡Oye!
—¿Es café eso que huelo? —preguntó a la chica, revisándola con
una arrogancia y una sonrisa, porque a pesar de todas las pruebas de lo
contrario, Marco creía ser encantador. Y bueno, a veces lo era, a su
manera, grande, peludo, moreno y musculoso. Pero no creía que ella
estuviera impresionada.
Ella no lo estaba, no exactamente en la manera en que había temido.
Ella empujó su mano extendida lejos y caminó, como si apenas
pudiera verlo. Y tal vez no lo hizo. Porque sus ojos estaban puestos en las
brujas y decidí que podría haber estado equivocada antes. Sus ojos no
tenían miedo.
Estaban enojados.
—Tú… te atreves… —Se quedó sin aliento.
—Está bien, Rea —dijo la Valquiria, viéndose incómoda.
—¡No está bien! ¡No estabas allí, no viste! Ella nos salvó, nos salvó a
todos, y sin nada, y te atreves…
No sabía lo que estaba pasando, pero las brujas se estaban enojando
y el aire estaba poniéndose tenso y las cosas ya había sido lo
suficientemente malas como estaban. Marco debió pensar lo mismo,
porque puso una mano paternal en el hombro de la chica.
—Oye, ¿por qué no lo hacemos nosotros…?
—Quita tu mano vampiro —gruñó, lo suficientemente áspera para
hacer que él parpadeara. Y quitara su mano. Y me viera.
—Cassie…
—Sabes, me gustaría un poco de ese café, después de todo —dije
alegremente, sin esperar realmente que funcionara.
Pero lo hizo.
La chica hizo una reverencia, sí, eso es lo que dije, profunda,
elegante y perfecta. Del tipo que Eugenie siempre había tratado de
enseñarme, pero nunca había dominado. Y luego se retiró, desapareciendo
a través de las puertas de vaivén casi antes de que pudiera parpadear.
Bueno. Eso había estado… sorprendentemente bien.
Y entonces me di la vuelta para encontrar a tres brujas todavía
mirándome. Y todavía infeliz. De hecho, ahora una era activamente
flagrante.
Lo adiviné tal cual.
Suspiré.
—Miren, si ayuda, lo siento, ¿está bien? —les dije—. Las hubiera
invitado a la fiesta, si hubiera sabido que iba a haber una y habría enviado
saludos si hubiera sabido que existía…
—Sabías que existíamos… —balbuceó la Valquiria.
Mierda.
—Y me aseguraré de que no haya más descuidos en lo que a ustedes
concierne —añadí rápidamente—. No es que haya nada programado en
este momento, que yo sepa, pero si me entero…
—¿Sí? —La Valquiria se giró para mirar a sus compañeras,
extendiendo sus manos—. ¿Sí?
—Voy a hacer que reciban una invitación. ¿Estamos bien?
—¡No! —dijo con severidad—. ¡Nada de esto está bien!
Suspiré de nuevo y me apoyé en mi taco, preguntándome qué
demonios era lo que querían. Y lo que se necesitaría para conseguir que se
fueran. Y por qué mi mano, que había tenido una cerveza, estaba vacía.
Maldito Marco.
—¿Ayudaría si me dejó ganar? —pregunté con amargura. Porque
Jules no era el único que tenía problemas con eso de la diplomacia.
La Valquiria bufó, Jasmine intervino, su voz como un río frío a
través de la sala climatizada.
—Sería de gran ayuda —me dijo suavemente—, si pudieras decirnos
lo que tu Corte está haciendo.
Miré hacia atrás y adelante entre las tres, completamente
confundida. Como si hubiera estado de cualquier otra manera en toda la
noche. Y entonces dije las palabras que sabía, sabía, que me arrepentiría.
—¿Qué Corte?
Eso iba casi tan bien como había pensado. La Valquiria explotó, las
otras empezaron a tratar de hablar con ella, y luego el cuarto miembro de
su fiesta irrumpió en la escena de nuevo y las cosas realmente se pusieron
calientes. Estaba cansada y quería mi cerveza, así que me dirigí a la
cocina, sólo para ser interceptada por Marco saliendo de la sala.
No había oído que saliera, pero, eso no era inusual. Los vampiros
hacen de las pisadas de gato un sonido fuerte.
—Oye, ¿dónde pusiste mi…? —empecé, sólo para detenerme por la
expresión en su cara.
Era suficiente, pero por si hubiera tenido alguna duda, Caleb estaba
justo detrás de él.
—Tienes que ver esto —me dijo con gravedad.
Me moví antes de que terminara todas las palabras.
Jules no estaba más en el dormitorio. El sofá de la sala había sido
empujado contra una pared, dejando un gran espacio despejado frente a
las puertas del balcón. Estaba tumbado en él, sobre una sábana que debió
ser usada para traerlo aquí.
No tuve que preguntar por qué habían querido la sábana.
—¿Qué pasa con él? —susurré, sintiendo a Caleb llegando detrás de
mí.
—No lo sé.
Giré.
—¿Qué quieres decir con que no sabes? ¡Míralo! —Hice un gesto a
Jules, que estaba casi irreconocible. Su hermoso cabello rubio era el
mismo, sólo un poco encrespado por la humedad de la ducha. Pero en
cuanto al resto…
—Creo que me voy a enfermar —dijo uno de los vampiros, y sonó
como si lo dijera en serio.
—Has visto heridas antes —espetó Marco.
—Eso no es una herida. Eso es… lo opuesto a una herida.
Y no se equivocó. En lugar de fisuras abriéndose en el cuerpo de
Jules, como con un cuchillo o una bala lo habrían hecho, él estaba…
cerrándose. No sabía lo que estaba pasando dentro de él, pero su cara
parecía una máscara antes de que alguien cortara los agujeros en ella. Sus
orejas estaban casi desaparecidas, se fundían de nuevo en la cabeza. Su
nariz y boca eran meras hendiduras en la palidez de su piel, parecía que
podía haber perdido sus poros, era tan sobrenaturalmente suave. Y sus
ojos…
Me estremecí y me agarré de la manga de Marco.
Si Jules hubiera sido humano, ahora habría estado muerto, privado
de oxígeno, ya que no tenía aberturas para respirar. Y eso asumiendo que
no hubiera peores cambios en su interior. Pero no era humano. Lo cual era
probablemente la razón de que su cara ciega de repente se moviera. Y poco
a poco, muy lentamente, se giró.
Para mirarme.
Retrocedí un paso, mirando los bultos en forma de uva de carne
donde los ojos deberían estar, antes de decirme a mí misma que me
controlara. Él no estaba mirándome. No podía saber que estaba aquí. Fue
al azar…
—No fue un hechizo de robo con el que se toparon —dijo Caleb
áspero—. Fue uno de los pedidos especiales que Augustine ha estado
haciendo al Cuerpo.
—¿Pedidos especiales?
—Armas, esencialmente.
Levanté la vista hacia él.
—Augustine diseña vestidos.
—Y has visto algunas de las modificaciones que ha puesto en sus
vestidos. ¿Crees que eso es normal?
Traté de procesar eso por un segundo; luego lo aparté. No me
preocupo por explicaciones en este momento.
—¡Sólo llámale!
—Ya lo hice. Pero él no nos puede ayudar. El hechizo no ha
terminado y él no tiene un contra hechizo todavía.
—Él no tiene… —Me quedé mirándolo—. Entonces, ¿por qué
demonios lo dejo tirado por ahí?
—No lo hizo. Fue en su taller privado, el cual está bloqueado,
resguardado y a donde nadie tiene permiso para ir. Y se suponía que debía
ser el primero en volver mañana…
Negué violentamente. No me importaba.
—¡Caleb! ¡Sólo reviértelo!
—Eso es lo que estoy tratando de decir; no puedo.
—Tú… ¿entonces qué le ocurre? —exigí, señalando a Jules.
Los enormes brazos de Caleb se cruzaron.
—Puedes intentar con un nigromante, pero el punto de un hechizo
de guerra es ser debilitante. Si fuera fácil de deshacer, no nos ayudaría.
No dije nada. No pude. Me quedé mirando a Jules, y sentí que el
fondo de mi estómago cayó. Le dije que iba a estar bien. Le dije que no era
gran cosa. Yo le dije…
Hubo una conmoción detrás de mí, y me giré para ver a la Valquiria
abriéndose paso a través del anillo de vampiros. Se acercó a Jules y se
inclinó para ver mejor. Permaneció inexpresiva, pero sus labios casi
desaparecieron.
—Un poco repugnante el trabajo —dijo ella, mirando a Jasmine, que
estaba arrodillándose al otro lado.
Jasmine había estado acercándose, como si hubiera planeado
tocarlo, pero su mano se detuvo justo antes.
—Este es una palabra para ella —dijo ella en voz baja.
—¿Se puede romper? —dije con voz áspera.
Se miraron la una a la otra, y luego a algo detrás de mí. Me voltee
para ver una grieta en el anillo de los vampiros cerca de la sala de estar, y
luego varios saltaron a un lado de repente, posiblemente para evitar los
golpes del taco, de la tercera bruja pequeña, que estaba usando para
limpiar su camino.
—¿Por qué están ustedes tan grandes? —se quejó—. Son vampiros.
El tamaño no importa. ¿Por qué nunca se vuelven los hombres de tamaño
normal?
Fred, que estaba de pie frente a mí, comenzó a decir algo, pero luego
se calló. Tal vez porque por fin había empujado a través del bosque de
piernas revestidas de diseñador y se detuvo junto a Jules. A quién ella
procedió a hurgar con su taco.
—¿Qué estás…?
—Silencio —me dijo, y me dio un manotazo.
El hurgado se reanudó. Y luego ella asintió.
—Tan bien pensado. Muchacho inteligente. Él ha pervertido un
hechizo brownie, invertido para perjudicar más que ayudar.
—Magia vidente —explicó la Valquiria, al ver mi expresión—. Es por
eso que el Círculo paga a Augustine para ayudarlos. Él es parte vidente.
—¿Vidente?
Ella levantó una ceja.
—¿No te diste cuenta?
Recordé a la criatura etérea que conocía, alto, rubio, y sí, duende.
Fue algo obvio, ahora que alguien lo señalaba.
—Has visto sus vestidos —agregó Jasmine—. Ninguna magia arcana
hizo eso.
—Tiene mejores usos —murmuró Caleb.
La Valquiria suspiró.
—Sí, dinos otra vez lo mucho que su magia es superior. Pero no te
veo solucionando el problema.
—Tampoco te veo haciéndolo.
—Por lo menos pudimos identificarlo.
—La identificación no lo revierte.
—Aún no hemos terminado.
—Los aquelarres se terminaron hace años —espetó.
Y fue golpeado en la espinilla por su molestia.
—Se deslizó —dijo la pequeña bruja, impenitente.
Caleb maldijo.
—Si quieres mantenerlo con vida, tanto como estas cosas han
estado, mantenlo alejado de ellas —me dijo.
Síp. Sólo que ella estaba en lo cierto; habían sabido casi
inmediatamente con lo que estaban tratando. Él no.
—¿Pueden revertirlo? —pregunté a las brujas de nuevo.
Lo que llevó a una nueva ronda de contacto visual, pero nadie dijo
nada. Hasta que la pequeña canalizó de nuevo.
—Estoy dispuesta a intentarlo —dijo alegremente.
Las otras dos parecían menos entusiastas. Pero, finalmente,
asintieron.
—Sería en una ciudad. —Jasmine suspiró.
—¿Por qué importa eso? —pregunté, estúpidamente. Porque no era
como si fuera a entender la respuesta.
—No es así —dijo Caleb, sonando disgustado—. La magia es magia.
—Utilizamos una reserva de poder para aumentar el nuestro —dijo
Jasmine, ignorándolo—. Como tú haces con el poder de la pitia. Pero el
nuestro es generado por la tierra misma, la canción del cielo, la tierra, los
mares…
—¡Patrañas! —dijo Caleb—. ¡Estás perdiendo el tiempo con la magia
salvaje, y vas a hacer que lo maten!
Jasmine rodó los ojos.
—Utilizas talismanes, ¿no? También recogen la magia que la tierra
emite.
—Poco a poco, con cuidado, de manera segura. Lo que hacemos es
cómo usar electricidad. ¡Ustedes juegan con rayos!
—Eso es una exageración, como tú bien…
—¿Cuánta de tu gente ha sido frita, tratando de canalizar la magia
salvaje? —exigió Caleb.
—¿Y cuántos de ustedes se han envenenado a sí mismos jugando
con la alquimia? —intervino la Valquiria—. La magia es inherentemente
peligrosa…
—¡No si sabes lo que estás haciendo!
—Ah, y ahí está el problema, ¿no? —dijo ella burlona—. Sólo porque
ustedes no puedan hacerlo…
—No se puede… —Caleb enrojeció—. Optamos por no usar algo
peligrosamente inestable e innatamente poco fiable…
—Así que poco fiable, te combatimos hasta un punto muerto…
—¡Así que poco fiable, están casi destruidas!
—¡Después de que ustedes nos traicionaron! Rompieron sus
promesas y dieron la espalda al honor…
—¡Como si una bruja de aquelarre supiera algo sobre el honor! —
escupió Caleb.
Y se ganó otro golpe del taco de la pequeña bruja.
Por un momento, todo el mundo se fulminó con la mirada unos a
otros.
—No estoy segura de entender qué es lo que planeas hacer —le dije a
Jasmine, quien parecía estar manteniendo su temperamento mejor que los
otros.
—Druida es una combinación de magia humana, previa al Círculo, y
vidente —explicó—. La combinación nos permite pedir prestado
directamente el poder natural de la Tierra para aumentar el nuestro, en
lugar de usar talismanes para reunirlo lentamente. Al ser de la tierra
requiere alterar los hechizos un poco, por lo que se considera un sistema
distinto al de los videntes. Pero funciona muy bien, te lo aseguro.
—¿Y eso es diferente de lo que hace el Círculo?
Las tres brujas se miraron de nuevo.
—El de ellos se basa en la antigua alquimia —dijo Jasmine
lentamente—. Lo que llamamos magia dura, algo que se puede poner en
un tubo de ensayo y experimentar con ella. El Círculo siempre quiere algo
que pueden ver, probar y tocar, algo que pueden controlar. La más salvaje,
más flexible, más intuitiva magia de la naturaleza los esquiva y los
confunde. Ellos no pueden dominarla porque no la sienten.
—¿Ves? —me preguntó Caleb—. Esas son exactamente el tipo de
supercherías que puedes esperar de los aquelarres. Te puedo dar
fórmulas, mostrarte exactamente cómo es una poción o protección o cómo
trabaja un hechizo, y cómo revertirlo. ¡Y si Augustine estuviera usando el
Arcano, que también puede, no estaríamos en este lío!
—¿El Arcano es Círculo mágico? —le pregunté para aclarar. Había
escuchado el término antes, pero quería estar segura de haber entendido
lo que significaba. Era mi responsabilidad por Jules estar segura.
Las brujas intercambiaron otra mirada. Incluso Caleb pareció un
poco desconcertado. Y entonces él fue golpeado de nuevo.
—¡Bruja! —gruñó—. Si me golpeas con esa cosa una vez más…
—No uses ese tono conmigo —le dijo ella—. Y te mereces unos
buenos azotes. ¿Por qué esta la pitia haciendo una pregunta cómo esa?
—¿Cómo que por qué? —le pregunté.
—¿Lo ves? Ella ni siquiera… —La pequeña bruja envió otro golpe,
pero Caleb bailó esquivándolo.
Sin embargo para mi sorpresa, no estaba mirándola. En todo caso,
parecía un poco avergonzado.
—Eso no es por mí.
—Entonces, ¿por quién?
—Ella fue criada por vampiros. Y con el que ella vivía no quería que
se entrenara.
—¿Nada? —exigió la Valquiria, mirando incrédula.
Caleb no dijo nada. Pero la verdad era un poco obvia.
Jasmine se sentó, mirando horrorizada. Pero la Valquiria no parecía
capaz de captar el concepto.
—¿No sabe nada? —demandó.
—Él está exagerando —le dijo la pequeña bruja—. Tiene que estar
exagerando.
Y entonces alguien me pellizcó sacándome del infierno.
Salté y me giré, pero no había nadie lo suficientemente cerca. No es
que eso significara algo para los vampiros, que podían moverse como el
viento. Pero no creía que los de la puerta estuvieran demasiado
interesados en hacerme travesuras. No habían quitado sus horrorizados
ojos de Jules.
Y entonces alguien lo hizo de nuevo, y sabía condenadamente bien
que ellos no se habían movido en ese momento. Y de todos modos, había
sido detrás de mí. Y luego por la izquierda, la derecha y…
—¡Ay! —dije, girando mi cabeza atrás y adelante—. ¿Qué dem…?
—Ya basta —gruñó Caleb, pero no a mí. Estaba mirando a la
pequeña bruja, y a diferencia de su amenaza previa, su voz se había
desinflado, sus ojos estaban fríos y blancos. Había visto esa mirada en el
rostro de Pritkin una o dos veces, y me asusté mucho más que poquito.
—Caleb… —dije, extendiendo la mano.
—¡Ella no tiene escudos! —La pequeña bruja estaba fuera de sí.
—¿No tienes, verdad? —preguntó Jasmine, con asombro—.
¿Luchaste con un Spartoi... sin protección?
No respondí, porque Caleb estaba empezando a preocuparme.
—Sólo relájate —le dije mientras los pellizcos se detenían.
—El primer deber de un mago de guerra es proteger a la pitia —dijo
en voz baja, con la mano en la poción en el cinturón de su cintura.
Muchos de los magos más jóvenes no usaban uno, preferían disparar
balas que podrían ir más lejos y golpear con mayor precisión. Pero al igual
que Pritkin, Caleb prefería duplicar su armamento, y usaba ambos.
Y no quería saber lo que el frasco que actualmente estaba
toqueteando hacía.
—Está bien. No me dolió —mentí. Porque iba a tener moretes
mañana.
—Asalto es asalto…
—¡Oh, por favor! —dijo la Valquiria. Me miró—. Nuestras disculpas.
Pero difícilmente se nos puede culpar. El hecho de que la pitia, la persona
de la que todas nuestras vidas pueden depender, no pueda incluso hacer
un simple hechizo de protección… —alzó sus manos—… ¡es suficiente
para escandalizar a todos!
—Escandalizar no es la palabra que yo usaría —murmuró la
pequeña bruja, inclinándose para mirar mi brazo. Y a continuación, agito
una mano murmurando algo…
Cosa qué no tuvo la oportunidad de terminar, porque de repente
estaba atravesando el cuarto, clavándose en la pared. Jasmine estaba
igualmente fuera de servicio, en el suelo y atrapada por la enorme bota en
su pecho. Y la Valquiria y Caleb se enfrentaban, él con la mano, que no
tenía el frasco, extendida restringiendo a su compañera, y ella con lo que
parecía alarmantemente como una varita dentada sobre la piel de su
garganta.
—Ella no es la única que tiene que trabajar en sus hechizos de
protección —dijo ella entre dientes.
—¡Ven aquí! —le dijo firmemente—. Y vamos a ver quién necesita
protección.
—¡No me tientes, mago! ¡Tras el lío que el Círculo ha hecho de esto,
podría estar haciéndoles un favor a todos!
—¿Al reiniciar una guerra civil? —preguntó alguien, junto a la
puerta.
Miré hacia arriba para encontrar a Jonas allí de pie, su magnífica
melena de halo electrificada alrededor de su cabeza, crepitando como una
tormenta soplando. Pero su voz había sido leve, y su tacto fue suave
mientras ayudaba a la pequeña bruja contra la pared. O lo intentaba.
—Lo puedo manejar —se quejó, saltando hacia abajo tan ágil como
alguien de mi edad. Aunque no creo que yo estaría tan tranquila como ella
estaba bajo estas circunstancias. Carajo, no me había movido, y todavía
no estaba en calma.
—¿Le has llamado? —exigí, mirando a Caleb. Quién estaba
empezando a sudar. Pero no bajó su pose, incluso cuando su jefe se acercó
a un lado. Y empujó gentilmente la bota de su subordinado de Jasmine.
Ella se puso de pie en un movimiento líquido digno de un vampiro,
su bello rostro distorsionado. Pero no hizo nada. Retrocedió, mirando a la
Valkiria, que seguía amenazando a Caleb.
Por un momento, nadie se movió.
Jonas se aclaró la garganta.
—No —me dijo—. Él no lo hizo.
Fue suave, pero Caleb tragó.
—Vine a verte. Había planeado hacerlo de todos modos, pero luego
que el gerente del hotel llamo a la Central, exigiendo que alguien viniera
por, ah, su fuerza de seguridad de pollo.
Los labios de la Valquiria temblaron.
Parpadeé, porque esperaba oír un sermón acerca de la batalla en la
calle. De hecho había estado esperando eso desde que me levanté, sólo que
nadie lo había mencionado. Lo que era un poco raro, ahora que lo pienso.
Pero estaba segura que no iba a ser la primera en tocar el tema.
—Pensé que simplemente desaparecería —le dije en su lugar.
—Sí, bueno, eso es lo que les dijimos. Pero dura mucho más tiempo
en los seres humanos, ya sabes, y él fue insistente. Y después de llamar
aquí… —Él levantó una ceja, sus ojos yendo alrededor del grupo.
—Caleb vino a petición mía —le dije—, para revertir un maleficio. Y
las líderes del aquelarre están… ah… ayudándolo.
Como era de esperar, no me parecía que lo creyera, aunque la
Valquiria hizo bajar la cosa como varita. Todavía no le había echado una
buena mirada; cuando desapareció en el interior de su abrigo, más rápido
que un teléfono celular en la mano de un adolescente. Lo cual no me hizo
sentir mejor, ya que era evidente que podía sacarla de nuevo igual de
rápido.
Caleb, por el contrario, parecía visiblemente aliviado.
Por lo menos hasta que la pequeña bruja regreso, mirando como si
estuviera buscando pelea. Pero a pesar del incidente de la pared, él no era
el objetivo.
—¡Jonas Marsden! Justamente el hombre.
—Beatrice —dijo, suspirando.
—¡Quiero saber qué piensas que estás haciendo, dejando a esta
chica por ahí sin entrenar!
—Estamos entrenándola —dijo Jonas pacientemente—. Pero hay
prioridades…
—¿Prioridades? ¿Cómo permitiéndole salir completamente
indefensa?
—Ella difícilmente lo está. Tiene guardias, como pueden ver. Y
barreras de protección. Y normalmente, también, un miembro de confianza
de mi fuerza está asignado a ella…
—Nada que nos impidiera interrumpir aquí…
—Sí, bueno, su conjunto de habilidades es algo mayor que la
norma…
—-¡O tomar aparte el vestíbulo! Cuando la chica estaba perdiendo el
tiempo, completamente sola, y completamente indefensa…
—Ella no es tan indefensa como parece, como creo que has
descubierto. Y en cualquier caso, ¿qué quieres que haga? ¿Encerrarla?
—¡Tendrías que mostrar algo de sentido! Deberías habernos llamado,
mucho antes de esto. Las viejas rivalidades están muy bien, pero cuando
hay vidas en la línea…
—¿Crees que deliberadamente puse en peligro…?
—Creo que has puesto en peligro…
Dejé de escuchar. No estaba interesada en escuchar a un montón de
gente debatir mi educación o falta de ella. Una vez más. No estaba
interesada en escucharlos hablar en absoluto.
Me interesaba Jules.
—¿Se puede eliminar el maleficio o no? —exigí.
La pequeña bruja que había estado mirando a Jonas ahora fijo su
mirada en mí. Por un segundo, antes de que sus ojos se suavizaran.
—Sí, sí. Bueno, probablemente —evadió—. Pero no vale la pena el
esfuerzo…
—¿No vale la pena el esfuerzo? —La miré fijamente.
La sala quedó en silencio de repente.
—Ella no quiso decirlo de esa manera —dijo Jasmine, mirándome
con lástima en sus hermosos ojos.
—Entonces, ¿qué exactamente quiso decir con eso?
—Debes entender, el hechizo ya ha hecho la mayor parte del daño
para el que fue diseñado. Su extracción ahora evitaría más, sí, pero…
—Pero, ¿qué?
—Pero no se puede revertir lo que ya se ha hecho —me dijo en voz
baja—. Lo siento, señora. No sé de nada que pueda hacerlo.
No sé lo que pasó después. Ya no los estaba oyendo. Estaba
escuchando a Jules. Cuidé de ti. Ahora tú cuidas de mí.
Me arrodillé en el suelo junto a él.
La cara estaba mal, pero el cuerpo no estaba mucho mejor. Llevaba
puesto algo bonito azul de algodón con botones, almidonado y de muy
buen gusto como el hombre mismo. Ahora era casi como si vistiera con
tela, todo enredado en la muy suave piel de su pecho. Era como si su
cuerpo se hubiera doblado sobre sí mismo, como pasta en un mezclador,
llevándose piezas de algodón con él. La zona sobre sus hombros estaba
todavía casi intacta, en su mayoría normal. Pero las manos…
Sus bellas manos estaban casi desaparecidas, sólo dos bultos que
empujo hacia arriba de lo que había sido su estómago, con algunas crestas
donde una vez habían estado los nudillos. Las cubrí con las mías propias
de todos modos. De alguna manera ya no me importaba, no las hallaba
extrañas, horribles o brutas. Eran sólo una parte de él, parte de Jules. Eso
era suficiente.
Cerré los ojos, sobre todo para apagar el círculo de caras que
miraban fijamente. Y tan pronto como lo hice, esa sensación de conexión
se fortaleció. Tal vez fue sólo mi imaginación trabajando horas extras, pero
podría jurar que sentía: su ira, su confusión, su casi desesperado deseo de
moverse, para tomar aire que no necesitaba, para ver…
Pero sobre todo, sentía su miedo.
Era frío, abrumador, debilitante, casi tanto como lo que le estaba
sucediendo a su cuerpo. El hechizo era cruel; no se molestó en controlar la
mente. Quizás Agustine no lo había considerado necesario. Después de
todo, un ser humano o vidente ya estaría muerto.
Pero Jules no era ninguna de esas cosas.
Y así se dejó conducir a sí mismo en un loco bucle sin fin de
especulación: ¿y si no había forma de revertir esto? ¿Y si él se quedaba
atrapado así para siempre? Esperanza de irse, verle desaparecer, a esta
cosa lamentable y digna de lástima, incapaz de moverse, de hablar, de
hacer otra cosa que gritar en una oscuridad que nunca terminaría, y que
nunca respondería de nuevo…
Mis manos se apretaron sobre las suyas, y el torrente se detuvo de
repente. Y luego aumentó, cien veces más, una pared del balbuceo, de
terror medio loco golpeándome todo a la vez. Di un grito ahogado, y abrí
mis ojos para encontrarme a mí misma inclinándome sobre él, enferma,
mareada y llorando en silencio, mis lágrimas salpicando hacia abajo sobre
su pecho en ruinas…
Y cambiando.
Como una gota de lluvia cayendo en un lago, ondulando hacia
afuera, perturbando el flujo correcto de la piel, revelando pequeñas
manchas en el instante en que pasaba sobre el cabello, una peca, una
cicatriz. Solté sus manos, sorprendida, y la piel conservo la huella de mis
manos por un segundo. Y, también, se veía diferente, con los nudillos
claramente visibles un instante antes de que la inquietante carne se
apoderara de ellos otra vez, borrándolos tan suavemente como huellas en
la marea.
Fue tan rápido que me hizo preguntarme si lo había imaginado. Pero
no. Fruncí el ceño a la carne demasiado perfecta, porque la había visto,
aunque sólo sea por un instante. Había visto a Jules, dentro de la bolsa de
su cuerpo, su carne estaba ocupada, elaborándola para él.
De alguna manera tenía que encontrar una manera de sacarlo.
Vagamente registré a Marco empujando a todos de vuelta al salón, a
las brujas, al Círculo, a todos, excepto a los vampiros. Esto no era para los
de afuera, si no podían ayudar. Esto era sobre la familia.
Alguien bajó las luces; no sé por qué. Tal vez para dar a los mirones
menos que mirar; tal vez porque se sentía como lo que había que hacerse.
Los ojos de los vampiros no necesitan la luz. Los míos tampoco la
necesitaban, con un difuso haz que se escapa a través de la sala,
iluminando a Jules como centro de atención.
Fue suficiente. Era más que suficiente. Apreté las manos contra él,
ambas, palmas y dedos extendidos, sujetando con fuerza suficiente para
hacer marcas en su piel.
Y entonces robé otro vistazo, revelando pezones rosados,
abdominales duros, un estómago cóncavo, y la breve hendidura de los
costados. Parecía que un yesero había trabajado sobre una pared,
raspando la superficie para revelar lo que había debajo. Y lo que había
debajo era Jules.
Él todavía estaba allí, en alguna parte.
Pero un segundo después, la salud de la piel fue arrebatada,
sustituida por la perfección pálida, sin poros que ya había llegado a odiar.
Alguien puso una mano en mi hombro, pero me encogí de hombros.
Lo intentó de nuevo, pero fue lo mismo. Dondequiera que mis manos
descansaban, por un pequeño momento la piel se veía normal, y el cuerpo
era todo fuerte, perfecto. Pero tan pronto como las quitaba, o trataba de
pasar a otro lugar, era como si cualquier magia que estuviera allí
simplemente desaparecía.
Y no sabía cómo hacer que se mantuviera.
—No —le dije, sin poder hacer nada—. ¡No!
—Cassie. Vamos ven.
Miré hacia arriba para ver a Marco mirándome fijamente, con los
ojos oscuros abrumados.
—¿Ir contigo? ¡Estoy tratando de ayudarlo!
—Lo sé. Pero no hay nada que puedas hacer. Nosotros… vamos a
llamar a alguien…
—¿A quién? —exigí—. Ya intentamos con Augustine, y si el
fabricante y un mago de guerra de alto nivel no pueden eliminarlo, ¿de
verdad crees…?
—Lo que creo es que te estás agotando a ti misma por nada.
Necesitas…
—¿Nada? —Lo miré fijamente—. ¿Es que no lo ves?
—¿No veo qué?
Miré hacia abajo, donde mis puños cerrados estaban descansando
en la piel rosa y perfecta del estómago de Jules. Se veía como una especie
de instalación de arte moderno, donde un maniquí pintado de blanco se
perfora, sólo para revelar parte de una persona viva debajo. Sólo que
Marco no veía a esa persona. Marco, entendí que no comprendía, no veía
nada.
Parpadeé hacia él, confundida. Pensé que tal vez había heredado
algunas de las habilidades de Roger, que tal vez era por eso… pero, ¿me
estaba imaginando cosas? ¿Era esta la nigromancia o sólo una ilusión? ¿O
algo completamente distinto?
—Vamos, niña —me dijo suavemente—. Tienes ojos de mapache.
Necesitas reposo…
¡No! ¡Déjala que trate!
Dios, Marco debía estar en lo cierto; debía estar cansada, pensé,
frotándome los ojos. Porque había sonado como Jules. Muy parecido, me
di cuenta, cuando la voz llegó de nuevo.
¡Por favor, Cassie, por favor! ¡Oh Dios, no puedes… no me dejes así!
¡No puedo soportarlo! ¡No puedo! ¡No puedo! Yo…
Estaba alucinando; tenía que estarlo. ¿Me puedes oír? Sonaba casi
tan sorprendido como yo. ¿Escuchaste eso?
—Yo… no. No.
—¡No mientas! —Y de repente, el pequeño sonido en la parte trasera
de mi mente que podría haber estado imaginando era una voz en toda la
regla, y no había ninguna pregunta esta vez. Era Jules. Y estaba hablando
a mil por hora—. ¡Nadie podía oírme! He estado atrapado aquí, gritando y
gritando, pero no sólo ha habido silencio y… Oh Dios. Oh, Cassie, Dios,
¡oh!
—Esto no es posible —le dije aturdida. Yo no era un vampiro; no
podía recordar la jerga. Bueno, con nadie más que con Billy Joe, e incluso
él tenía que estar de residente. Cuando él estaba fuera de mi cuerpo, tenía
que hablar con él como cualquier otra persona.
—¡Bueno, lo estás haciendo! —dijo Jules frenéticamente—. Y no
puedo… no he podido hablar con nadie. He estado llamando y llamando,
pero nadie respondió. Ni siquiera lo intente contigo; no sé por qué.
Supongo que no creí que pudieras hacerlo…
—No puedo hacerlo.
—Entonces, ¿cómo se llama esto?
No tenía ni idea.
—¿Qué está pasando? —exigió Marco—. ¿Con quién estás hablando?
No me había dado cuenta de que había cerrado los ojos otra vez,
pero los abrí para verlo con el ceño fruncido de cuclillas a mi lado, su
enormidad bloqueando la mitad de la habitación.
—Jules. ¿No puedes oírlo?
—No. —Marco no se veía feliz por eso, y tampoco yo lo estaba,
porque había aprendido de la manera difícil, que cualquier cosa en la
magia que no entendía podría y probablemente regresaría a morderme.
Pero había cosas más importantes en este momento. Sólo que todavía no
sabía lo que podía…
Y de repente, todo estaba allí, establecido frente de mí. En lugar de
la sala oscura y el anillo de brillantes ojos de vampiro, vi algo como un
libro viejo. No un viejo grimorio, sino un recuerdo de algo rústico, como
uno de los años treinta, con una espeluznante cubierta y tipografía
negrita. No tuve la oportunidad de leer el título, porque un viento llegó y
las páginas empezaron a agitarse. El libro se abrió.
Se trataba de Jules.
Días como frases, meses como párrafos, años como pasar las
páginas en el viento, yendo atrás, atrás, atrás a través de toda la vida de
Jules. Como una autobiografía escrita en carne.
—¿Qué, cómo estás…? —Jules se atragantó.
—Yo estoy… no estoy segura. —Pero cuando puse una mano y
detuve una página, de repente ya no estaba viendo al libro. Lo estaba
viendo a él.
Vi a un niño en una granja donde no caía lluvia, pero donde las
hojas ondulantes de arena barrían sobre el paisaje, enterrando la granja
hasta las ventanas. Lo vi empujando un viejo cacharro con sus padres,
junto con media docena de hermanos como pequeños escalones de una
escalera, con el vientre de la madre ya redondeado con el siguiente. Los vi
huir de su casa en ruinas a un futuro mejor en una tierra prometida. Lo
cual sólo los llevaría a una vida de trabajo agotador, cuando tenían
hambre, desprecio y mudanza constante.
—Pero yo tenía un talento —dijo Jules suavemente.
—Tu rostro.
Lo vi cambiar a medida que crecía, un raro orden de genética que
tomo los rasgos finos de su madre y la elegancia de su padre, diseñado en
exquisita perfección. Lo suficiente como para hacer que la gente parara y
mirara al pequeño niño harapiento con rasgos angelicales. Y de repente,
todos querían ayudar.
Dinero, un lugar para pasar la noche, trabajo para el padre, ropa
nueva… La familia recibió asistencia, una y otra vez de personas que
pensaban que estaban siendo caritativas, pero que en realidad sólo
estaban encantadas por un niño aprendiendo a usar su mayor talento. Le
tomó mucho…
—Tomó demasiado —dijo Jules tranquilamente.
Él no estaba exagerando. Hollywood, fiestas, bebidas, parrandas, las
páginas se voltearon, y Jules cambió. La complexión de su padre comenzó
a aparecer alrededor de los bordes como los grandes roles carnoso, lo que
hizo que su nombre y fortuna, se fueran a otra parte. Hasta el día en que
terminó en una cornisa, mirando hacia abajo. Y preguntándose cómo caer
para garantizar que su perfecta cara sobreviviera al salto.
—Mircea te habló en tono condescendiente —dije, viendo a Mircea
caminar por la cornisa, se veía exactamente igual, excepto por un traje de
los años veinte con solapas demasiado cortas. Él tenía ese andar tan
seguro como si estuviera paseando por una calle, a pesar del hecho de que
estaban a doce pisos de altura.
—No exactamente —confesó Jules—. Yo estaba demasiado borracho
para entender razón, y se cansó de hablar con un activo potencial que
parecía decidido a destruirse a sí mismo.
—¿Qué hizo?
Jules rio, un sonido brillante que parecía más que extraño bajo las
presentes circunstancias.
—Me tiró.
Y él lo hizo. Un instante después, le vi agarrar a Jules por las
solapas de la camisa y casualmente dejarle caer por la borda, todo ello con
una leve sonrisa en su rostro. Y a continuación, utilizo la velocidad de
vampiro para atraparlo antes de que cayera al suelo.
Apenas.
—Él había oído que muchas de las personas que se suicidan lo
lamentan a la mitad —me dijo Jules, con un nudo en su voz—. Quería
saber si era verdad.
—¿Fue así?
Jules se atragantó con una carcajada.
—Me hice pis. Y entonces sobrio, le pregunté cómo lo hizo. Y me
ofreció un nuevo tipo de contrato. Uno de inmortalidad.
—Pero no suenas feliz. —No lo hacía. Amargado, con un lado
cansado, hastiado y tal vez al borde de la histeria arrojado allí por si acaso.
Pero definitivamente no feliz.
—Algunos días… —Su voz se quebró, hizo una pausa antes de
continuar, más fuerte—. Algunos días, deseo que Mircea hubiera perdido.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¡Piensa en ello, Cassie! —dijo con fiereza—. ¡La eternidad cuando
eres una metedura de pata es un tiempo muy largo! Pensé que
eventualmente iba a ser bueno en esto, aprender a ser suave, un súper
confiable vampiro, y comenzaría a sentirme cómodo, pero eso nunca
sucedió. Solo aprendí nuevas maneras de ser un fracaso. Los vampiros de
Mircea son diplomáticos o soldados, y yo soy ni uno ni otro.
No me molesté en señalar que había otros puestos de trabajo. Jules
no era del tipo de estar feliz lavando la ropa. Estaba hablando de
posiciones de prestigio, y sí, eso lo resumía todo.
—Siempre se puede pedir una transferencia —le dije en su lugar—.
Ir a una casa diferente…
—¿Y hacer qué? ¿Mirarme bien? —Jules rio de nuevo, y esta vez, fue
sin sentido del humor—. Una cara como la mía puede hacer una fortuna
en el mundo de los humanos, si haces lo correcto. ¿Pero sabes lo que
significa en un vampiro? ¿Cuándo cualquier glamour de tercera categoría
puede dar el mismo resultado?
—Eres más de como luces, Jules.
—¿Lo soy? ¿Cuántos vampiros actores conoces? ¿O intérpretes de
cualquier tipo?
—Los vampiros tienen… aficiones —ofrecí, un poco sin convicción,
pero era verdad. Hacían una variedad de cosas en su tiempo libre. Pintar,
esculpir, cantar… Conocí a uno que tomaba fotos extrañas de las peores
características de las personas, una especie de concurso de belleza a la
inversa.
—Pero no como una profesión —insistió Jules—. No como una forma
de dejar una marca, que valga. Hay personas que son buenos en esta vida,
que la llevan de forma natural y luego está el resto de nosotros. Pero no
hay manera de saber qué serás antes de hacerlo, y una vez que lo haces,
sólo hay una manera de salir.
Y sí. La clase de contratos que los vampiros ofrecían no tenía fecha
de caducidad. Era algo que todos aquellos deseosos a aspirantes con
frecuencia olvidaban.
—Lo siento —le dije, y lo decía en serio.
—No lo sientas. Sólo una promesa, si esto no funciona, prométeme
que lo finalizaras.
—Jules…
—O haz que Marco lo haga. No me importa, simplemente… no puedo
vivir así. ¿Entiendes? No puedo…
—¡Jules! —dije bruscamente, porque la histeria se deslizaba de
regreso, a lo grande.
—Lo siento, lo siento —dijo, sonando un poco más tranquilo—. Pero
quiero tu palabra.
—Escúchame —le dije, tratando con calma, porque no estaba
haciéndolo tan bien para mí misma—. No voy a prometer…
—Cassie…
—¡No, escucha! —dije, mi voz temblando ligeramente—. Estoy siendo
sincera contigo, ¿de acuerdo? No hay mentiras. —No esta vez; nunca más.
No con la gente que me importaba.
Qué manera de aprender una lección.
—Está bien.
—Y no voy a decir que esto va a funcionar. No soy una bruja; no
puedo deshacer un maleficio a su manera…
—Y no ayudaría, incluso si pudieras.
Al parecer, esas orejas que todavía faltan funcionaban bien. Y síp.
Eso debió haber sido muy divertido, acostado, indefenso, y escuchando a
todo el mundo sobre su sentencia de muerte.
—No —confesé—. Pero puedo tratar de llévate de regreso a antes de
que la maldita cosa fuera puesta en primer lugar. Básicamente, voy a
ponerte en una burbuja de tiempo…
Jules hizo un sonido ahogado.
—Ahórrate los detalles.
Síp. Probablemente yo tampoco los querría en su lugar. Él ya había
pasado suficiente por esta noche, pero no podía dejar las cosas como
estaban, porque no estaban lo suficientemente bien. Y no iban a estarlo si
no lograba esto.
Y ambos lo sabíamos.
Asentí, lamí mis labios, y traté de concentrarme.
Estuvo bien que Jules no hubiera querido detalles, porque no le
habrían gustado de todos modos. No sólo porque no había hecho
exactamente algo como esto antes, sino porque además no era la mejor en
tiempo de precisión. Era por eso que difícilmente salía con nada cuando
me desplazaba. Agnes había sido capaz de volver a su cuerpo
prácticamente al segundo de dejarlo, así que, incluso nadie sabía cuándo
había estado ausente a menos que ella eligiera decirles. Pero ella había
tenido ya sea un don o una endiablada práctica, porque usualmente yo
perdía un kilómetro. Afortunadamente, no había ninguna posibilidad por
la forma en que me sentía. Me había despertado cansada y el agotamiento
estaba acercándose rápido y ni siquiera había hecho nada…
Una burbuja se originó alrededor de Jules, pequeña pero
perfectamente formada.
Parpadeé, sorprendida, ya que lo que esperaba era medio fracasar.
Pero era real. La luz de la sala brillaba afuera, un remolino de colores
iridiscentes. Se veía como una pompa de jabón, y casi igual de estable.
Necesitaba darme prisa.
Me concentré en la biografía mental que Jules me había mostrado.
Era gruesa. Jules no sólo había tenido una larga vida; había tenido
una ocupado. Por suerte, no estábamos cubriendo mucho tiempo, y no
necesitábamos preocuparnos por todas esas páginas y páginas. Sólo
regresar, tal vez incluso un par de hojas debería ser…
El viento que había sentido antes, regreso de nuevo, agitando las
páginas, y fue mucho más fuerte esta vez. Hice una captación mental de
ellas, pero se deslizaban a través de mis dedos como si estuvieran
engrasadas. Uno, dos, tres páginas atrás, y finalmente logré agarrar una,
tratando de imponer suficiente de mi poder para detener el vendaval sin
matarlo, y la burbuja, completamente.
Y debió haber funcionado, porque escuché un grito colectivo. Y miré
a Jules. Haciendo una toma doble.
Parecía que su rostro se había sumergido en una cubeta de pintura
pálida, y ahora se levantaba de nuevo. Ojos, nariz, boca estaban
haciéndose visibles, así como la pulida superficie, demasiado impecable
descamándose por todas partes. Los poros surgieron, las cejas y pestañas
y…
Y apenas podía respirar.
Porque estaba funcionando.
Su pecho fue más difícil de ver, haciendo cosas extrañas en mi
cerebro cuando se retorció y se revolvió de una manera en que la carne
nunca fue diseñada para hacerlo. Pero el mismo proceso estaba ocurriendo
con más pedacitos al azar de material que se unía en una camisa, una vez
más. Al igual que el cuerpo debajo, que estaba empezando a parecer un
hombre nuevo, así como las manos…
Apenas había tenido ese pensamiento cuando las hermosas manos
gráciles de Jules se levantaron de su estómago como dos pájaros, aún
encerrado por la burbuja, pero ya no atrapado.
Como las páginas del libro, comprendí. De repente revolotearon
fuera de mi alcance, como si tuvieran mente propia. Una ráfaga de extraño
viento que las atrapó, cayeron en una sola cascada ondulante, décadas
pasando como en un segundo.
¡Mierda! Me agarré de ellas, pero tenían una superficie casi sin
fricción, imposibles de sostener. Hasta que finalmente lo cerré yo misma
en la desesperación, atrapando el libro todavía corcoveando y moviéndose
bajo el peso de mi cuerpo mental.
Y al fin, fue suficiente.
—Cassie… —alguien dijo, y miré a Jules. Y luego me quedé mirando,
paralizada, cuando el color una vez pálido en sus mejillas floreció, cuando
el cabello rubio se iluminó, cuando una barba brotó y luego desapareció y
luego brotó de nuevo…
—¡Cassie!
La voz de Marco aumentó en mi oído, ruidosa y en pánico, mientras
corté la mano a través de la burbuja. Se evaporó en un destello de luz
brillante suficiente para hacerme cerrar los ojos. Y cuando los abrí, vi a
Jules, todavía tirado en la alfombra pero flexionando las dos manos
perfectamente bien con una mirada de maravilloso asombro en su rostro.
Y Marco, estaba pálido y con los labios apretados. Y Fred, parecía
que estaba a punto de desmayarse. Y Rico, el miembro moreno del trío, un
tipo temerario que se hizo célebre por no tener miedo de nada.
Excepto a mí, pensé, conociendo la inconfundible emoción que
sostenían sus ojos, antes de deslizarse rápidamente.
—¿Qué es? —pregunté, mirando de ellos a Jules. Quien todavía
estaba flexionando sus manos, sus rosas y sanas manos obviamente
perfectamente bien.
—Dios mío —susurró Fred.
—¿Qué? —pregunté de nuevo, empezando a preocuparme—.
Funcionó. Ha vuelto a la normalidad…
—¿Normal? —preguntó Marco ferozmente—. ¿Llamas a eso normal?
Miré a Jules, quien finalmente levantó la vista. Sus ojos estaban un
poco diferentes, cuando se encontraron con los míos, más azules tal vez. Y
también su piel se veía diferente, casi… besada por sol. En todo caso, se
veía mejor que antes.
—¿Sí? —le dije, con un crecimiento más confuso a cada segundo—.
¿Cómo llamarías tú a esto?
Jules agarró mi mano de nuevo, y esta vez, la suya era… diferente,
más débil, más cálida. Y podría jurar que sentí un pulso en la muñeca que
tenía contra la mía. Y había pecas finas, las cuales un momento antes,
habían sido cubiertas por glamour. Y…
No. No, no podía ser, pensé, mirándolo con incredulidad.
—Humano —dijo Jules con voz ronca.
Volví a la cama.
No porque quisiera. Pero la habitación había comenzado a girar
alrededor cuando intenté levantarme, y Marco había plantado su pie en el
suelo. Y luego amenazó con arrastrarme si no iba por mí misma.
Me las arreglé para evitar ser acarreada como un saco de patatas,
pero por muy poco. Y ahora el techo de mi habitación parecía estar
latiendo dentro y fuera, incluso conmigo sobre mi espalda. Era una especie
de mareo, pero también era inquietante.
Pero no tanto como lo que acababa de sucederle a Jules.
Oh Dios, ¿qué había hecho?
Era una pregunta estúpida. Sabía lo que había hecho. Había
despojado a Jules de su condición de maestro, destruido su posición en la
familia, que era casi todo para un vampiro, y lo reduje a un siervo en el
mejor caso, a presa en el peor.
No sólo había arruinado su vida; había destruido su muerte.
Y está bien. Terminó diciendo lo mucho que anhelaba rehacerlo,
pero era Jules. Tendría que haber sido actor, porque era una reina del
drama y todo el mundo lo sabía. Y había estado frente a una situación en
la que incluso una vida humana normal probablemente habría parecido
condenadamente buena en comparación. ¿Pero mañana? ¿Al día
siguiente? ¿El día que mirara su bello rostro inmutable en el espejo y viera
la primera arruga?
Traté de decirme a mí misma que iba a estar bien. Una vez que el
techo dejó de agitarse alrededor, imaginé todo fuera. Me senté y tome sus
manos en las mías y… y hacer lo opuesto de lo que sea que había hecho.
Sólo que no sabía lo que acababa de hacer.
Parecía que debía ser sólo una versión ligeramente más joven de un
vampiro. Pero no había estado tratando de afeitarlo en poco tiempo; había
estado tratando de levantar una maldición. Y algunas personas
consideraban al vampirismo caer en esa categoría. Así que tal vez mi
poder, que con frecuencia tenía mente propia, había entendido mal.
Y decidido levantar todas las maldiciones.
Eso explicaría las imágenes del libro, las que había sido tan
diferentes que el menos creativo calendario girando, mi cerebro
usualmente me mostraba cuando era tiempo de desplazarme. Pero un
calendario no sería apropiado si estaba en regresión con Jules través de su
vida y no sólo a través del tiempo. Así que se puso listo y acercó una
biografía en su lugar.
Está bien, podría hacerlo con eso.
Pero eso aún no explicaba cómo lo había hecho.
O cómo solucionarlo.
Puse un brazo por encima de mi cara, tratando de bloquear la
habitación, tratando de bloquear todo. Pero no sirvió de nada. Todavía veía
la cara de pánico de Jules, su cara humana. Porque cualquiera que fuera
la razón, él era libre de la enfermedad que causaba el vampirismo.
Así que, ¿si lo envejecía, iba a envejecerlo como un ser humano? ¿Y
si tenía otra de las oleadas de poder loco, como la que le había retrocedido
ochenta años en un par de segundos? Él ya no tenía la inmortalidad de su
lado. Podría terminar siendo un anciano.
Infiernos, podría terminar muerto.
Como yo, cuando Mircea se enterara.
Porque Mircea iba a matarme.
Y no era como si él no tuviera razón. Claro, él podría hacer a Jules
un vampiro otra vez, pero comenzaría como un recién nacido, ¿no? Al igual
que todos los demás. Y no había manera de saber si el delicado cóctel que
lo hizo un vampiro maestro vendría por él una segunda vez. Parte de la
ecuación era el deseo y la primera vez Jules lo había tenido a raudales.
¿Pero ahora? ¿Cuando sabía que sólo iría así de lejos y no más lejos?
¿Cuando había tenido tiempo de estar desilusionado?
Él podría haberse perdido para la familia para siempre, gracias a mí.
Y eso era… era muy malo.
Jules no sólo había sido un vampiro; había sido un maestro. Y
vampiros maestros no eran exactamente una moneda de diez centavos por
docena. Eran una parte preciosa de la propiedad de cualquier maestro
mayor, más valioso que el dinero o la tierra o prácticamente cualquier otra
cosa excepto el poder, porque casi cualquier otra cosa era más fácil de
conseguir. Cualquier maestro podría hacer un vampiro, pero para hacer
otro maestro… eso era difícil.
Un gran número de cosas entran en el proceso que lleva a algunos
vampiros a la transición de nivel maestro, pero el poder de aquel que los
convirtió era una gran parte de la ecuación. Eso significaba que los que
estaban abajo del poste tótem de maestros, como Fred o Rico o el propio
Jules, tenían sólo una muy pequeña posibilidad de que alguna vez crearan
un maestro. Tan era así que la mayoría de los maestros de bajo rango
preferían permanecer con sus familias en lugar de actuar por su cuenta y
formar otra familia que podrían no ser capaces de proteger.
Pero incluso en casos como el de Mircea, los maestros eran todavía
escasos. La mayoría de los vampiros permanecían vampiros, atrapados
como sirvientes y mandaderos de recados, lacayos y empujadores de papel
para toda la eternidad. Tener una transición al estado de maestro era un
motivo de celebración y una fuente de orgullo personal para su creador, y
es probable que también un impulso de status.
Cuando hablaban de la riqueza en el mundo de los vampiros,
hablaban en términos de la cantidad de maestros que controlaban.
Y Mircea ahora tenía uno menos, gracias a mí.
Me quedé mirando el reluciente teléfono ominosamente en mi lado
de la cama, y me pregunté cuánto tiempo tenía. Caía la tarde, por lo que
normalmente, Mircea no se reportaría todavía. Por supuesto, su esquema
habitual podría no ser tan confiable como siempre en estos días.
El Senado había perdido una gran cantidad de sus miembros en la
guerra, lo que significaba que cada senador que permanecía había tenido
que hacer el trabajo de dos. Además, Mircea había estado negociando un
tratado con los otros Senados, y haciendo algunas otras cosas que no
estaban claras, pero que tenía que ver con la búsqueda de nuevos
senadores para ayudar a llevar la carga. Él había dicho que sería pronto,
quizás a finales de la semana. Pero en este momento, estaba muy
ocupado, y había un montón de gente que necesitaba su tiempo y…
Y yo era una cobarde que simplemente debería ser mujer y llamarlo,
ya.
Mi mano realmente se estiró para agarrar el teléfono, porque esa era
la única cosa útil que podía hacer mientras estaba tendida sobre mi
espalda. Pero luego la deje caer. Porque, ¿dónde empezaba?
Y, ¿a dónde me llevaría?
Era el mismo problema que había tenido toda la semana. Amaba a
Mircea; no me gusta esconderle cosas. Pero decirle cualquier cosa era
básicamente lo mismo que decírselo al Senado, igual que decirle a Jonas
habría sido como decirle al Círculo.
Sólo que no estaba saliendo con Jonas.
Lo cual, de hecho, hacía las cosas más fáciles a veces. No me sentía
culpable de que Marco estallara apresurando a Jules en una de las
habitaciones libres antes de que Jonas tuviera la oportunidad de sentir
curiosidad. Esto era asunto familiar; no tenía nada que ver con él. Y no
creo que Mircea agradeciera tener al Círculo aprendiendo que ahora podía
deshacer maestros.
Pero, técnicamente, el mismo argumento podría ser para todo eso de
Pritkin, que no tenía nada que ver con Mircea.
Sin embargo, me sentía culpable por no decirle de todos modos.
¡Y eso era tan de mierda! Mircea no era mucho mejor compartiendo
de lo que yo era; de hecho, es probable que se llevara el premio a la boca
cerrada. Desde la perspectiva del vampiro, estaba casada con el hombre,
sin embargo, no sabía cuál era su color favorito. O su bebida favorita. O lo
que hacía todo el tiempo cuando no estaba aquí, lo que era la mayor parte
del tiempo últimamente.
Realmente no sabía mucho acerca de él en absoluto, y era
enloquecedor. Pero peor aún, ni siquiera podía quejarme. Porque entonces
él podría, infierno, lo haría, sugerir un intercambio de información, y eso
era condenadamente demasiado que no podía decirle…
Me quedé mirando el teléfono.
Me devolvió la mirada.
Mordí mi mejilla por un rato y luego conseguí disgustarme conmigo
misma. No iba a esperar así durante horas. Tendría un estómago lleno de
úlceras y después terminar con cualquier cosa que me hiciera sentir
agotada. Iba a hacerlo. Iba a llamarlo. Iba a hacer lo que debí hacer hace
días y sólo levantaría el teléfono y…
Alguien llamó a la puerta.
Miré hacia arriba, con el corazón en la garganta, segura de que era
Marco con un teléfono en la mano.
Y luego Fred abrió la puerta con un pie, porque sus manos estaban
llenas de cerveza, una de ellas envuelta en una toalla de papel porque
teníamos más clase que eso.
—Oh, gracias a Dios —le dije mientras me la entregó.
Parecía un poco sorprendido por el fervor de su bienvenida.
—Supuse que podrías querer un trago —dijo, y tiró mi teléfono en
una silla para poder sentarse en la cama.
Vacié la mitad de la botella de un solo trago y luego me dejé caer
sobre mi espalda de nuevo. Y me quedé mirando el techo un poco más,
ahora que tenía la cerveza parecía un poco más amable. Pero no era más
útil.
—¿Está todo bien con Jules? —le pregunté, después de un minuto.
—Él es humano —dijo Fred, con un acento extraño en su tono.
Como si todavía no pudiera creerlo—. Está un poco histérico, seguro, pero
por lo demás, está bien. Quiero decir, quizás no si se queda así, ya sabes,
pero por el momento… así que no hay necesidad de ir llorando sobre eso,
¿de acuerdo?
Sí. A menos que no pudiera averiguar cómo revertir esto.
—¿Todos se fueron a casa? —pregunté esperanzada.
—Oh, infiernos no.
Por supuesto que no.
—Jonas y las brujas están reunidos. Sabes, solía pensar que eso era
sólo un viejo cuento de hadas, pero a las brujas realmente no les gusta
perder, ¿verdad?
No pude evitarlo. Me reí.
—Supongo que no.
—Traté de espiar para ti, pero están en la cocina bajo un hechizo de
silencio. Y cerraron las persianas. —Se vio agraviado—. Todo lo que
conseguí fue que ellas piensan que él te está monopolizando, y un montón
de agitación de brazos.
Esperaba que la agitación de brazos no fuera una variedad de
hechizo.
—¿Esta Marco con ellos?
—No, él está tratando de conseguir un poco de sensatez de esa
chica.
—¿Qué chica?
—Rhea algo; no tengo el apellido. Ya sabes, la que trajeron las
brujas.
—¿Ella no es otra bruja?
—Sí, pero no una líder de aquelarre. Lo mejor que pude reunir, es
que es de tu Corte.
—Mi… —Me tomó un segundo—. ¿Te refieres a la Corte de la Pitia?
—¿Tienes dos?
—No estaba segura de que tuviera una. No es como si se hubieran
molestado en venir y decir hola.
—Bueno, ahora lo hacen.
Sí, y supongo que el conjunto debería haberme dado una pista.
—¿Qué es lo que quieren?
Fred suspiró.
—No lo sé. Pero ella sigue balbuceando algo acerca de que todo esto
es su culpa…
—¿Qué es?
—Jules. Oh, no la cosa de la maldición; eso es todo sobre él. Pero sí
lo otro. Al parecer, tener una de tu aquelarre alrededor incrementa tu
poder o algo…
—Espera. —Esto iba demasiado rápido—. ¿Qué aquelarre?
—Tu aquelarre.
—Fred —dije con impaciencia—. Hemos pasado por esto. No soy una
bruja. No tengo...
—Bueno, según ella, lo tienes. Ese es el por qué existe la Corte de la
Pitia, aquelarre de la Pitia. Los miembros del aquelarre dan a su líder un
impulso de energía. Es una especie de razón por la que existen —añadió
cuando sólo lo miré—. Un puñado de hacedoras de magia agrupando su
poder. ¿Ya sabes?
Síp, solo que no sabía cómo aplicarlo a mí. Pero ese era el tipo de
información que podría haber sido útil, oh, unas pocas de cientos de veces.
Fruncí el ceño.
—No me siento como si tuviera un impulso.
—Tal vez no ahora. Pero creo que ella está diciendo que no habrías
tenido, eh…, el sobrepaso de energía con Jules si ella no hubiera estado
aquí. Dándote un impulso que no esperabas.
Me tomó un segundo absorber eso.
—¿Y ella no se molestó en mencionarlo esto antes?
—Ella dijo que pensaba que tú sabías. Y creo que ella estaba
esperando que las brujas salieran antes de hablar contigo. Tengo la
impresión de que no se llevan muy bien.
—¿Por qué estaba con ellas, entonces?
Fred no dijo nada.
—¿Fred?
—Tal vez quieras esperar y preguntarle a ella…
—Te pregunto a ti.
Suspiró de nuevo.
—Ella dijo que huyó a los aquelarres por protección. Parece que hay
algún tipo de problema con tu Corte. No quiso decir cuál, no quiere hablar
con nadie más que contigo, pero ella fue descubierta y fue a las brujas.
—Y ellas decidieron dejarla en mi puerta.
—Más o menos. Tengo la idea que ellas piensan que es una chiflada,
pero te querían echar un vistazo de todos modos, y ella era una buena
excusa. Y ella es… bueno, tal vez tendrás más suerte con ella.
Genial. “Suerte” en mi vida, ahora, significaba averiguar sobre algún
nuevo problema con el que iba a tener que tratar. Cuando ya sentía como
si tuviera demasiado en mi plato, gracias.
Pero una cosa que me había enseñado toda la situación con Mircea
era: que dejar las cosas afuera rara vez lo hacía más fácil.
—Vamos —le dije, balanceando mis piernas sobre un lado de la
cama, al menos la habitación finalmente se había calmado—. Vamos a
averiguar…
Alguien empezó a gritar.
Cerré los ojos.
Por supuesto.
Resultó ser Jules, de pie delante de la terraza, con un doble trago de
whisky en la mano, ejercitando sus cuerdas vocales nuevamente
humanas. Pero no creí que la transformación fuera la culpable. Al menos,
no del todo.
—¡Vuelve al dormitorio hasta que nos ocupemos de esto! —ordenó
Marco, tan pronto como salí de la sala.
No contesté, estaba demasiado ocupada mirando el enorme agujero
que se había abierto en la pared del fondo. El de los ardientes bordes rojos,
sonidos inquietantes, corazón negro arremolinándose y viento lo
suficientemente fuerte como para agitar el cabello. Parecía que Casanova
había estado en lo cierto, pensé con la mirada vacía.
Lo sabrás cuando lo veas.
—Cassie —espetó Marco—. ¡Fuera de aquí!
—No puedo.
—¿Por qué no? —exigió.
—Porque… creo que eso es para mí.
Me miró con incredulidad.
—¿Qué?
—Del tipo tengo una cita.
—¿Con quién? ¿Lucifer?
—Espero que no —murmuré, y di un paso hacia adelante.
Y me detuve. Porque, por primera vez, vi a Marco hacer lo
impensable. Tirar uno de sus altamente ilegales y ridículamente caros
puros Cohiba en la basura.
—Vuelve. Al dormitorio. Ahora.
Me quedé allí por un segundo, debatiéndome. Pero no porque me
sintiera intimidada. Lo peor que Marco haría era tirarme por encima de su
corpulento hombro y cargarme. Y teniendo en cuenta el estado de mi
dignidad en estos días, no creo que otro golpe fuera a importar.
—¿Es siempre así por aquí? —La Valquiria había salido de la sala, y
estaba de pie delante de las puertas corredizas, con las manos en las
caderas. Y mirando la boca del infierno con incredulidad.
—Más o menos —dijo uno de los vampiros perezosamente.
—¡Maldita sea, Cassie! —Marco miró enojado.
—Hemos hablado de esto —le recordé—. Tú no eres mi carcelero.
—¡Bueno, alguien condenadamente debe serlo! —disparó de regreso,
cabello negro azotando por el viento—. Corriendo alrededor de toda la
creación, luchando contra demonios, lo que le hiciste a Jules, y ahora
esto…
—¿Luchando contra demonios? —Parpadeé, porque no hubiera
pensado que sabía eso.
Parecía absurdo, como por supuesto lo era. Pero él no lo había
mencionado, e incluso Marco no era de los que llevan los labios apretados.
Y esto era El Dante, donde, los espectáculos supernaturales fuertes tenían
lugar todos los días. ¿Y cuánto había durado todo eso? ¿Cinco o seis
minutos?
No estaba segura, pero no creía que hubiera durado más tiempo que
eso. Y síp, había habido un montón de testigos, pero los que estaban o
eran turistas o despistados guardias bajo el control de Casanova. Al igual
que las cámaras de seguridad…
—No sabías de eso —le dije, mirándolo.
—Una mierda. Todo el mundo sabe…
—No lo sabías. No hace media hora.
Marco no dijo nada, pero su rostro fue suficiente. Porque él no era
un diplomático más de lo que lo era Jules. Mircea no me enviaba
diplomáticos; Acababan siendo desperdiciados de todos modos.
Él enviaba tanques.
—¿Cómo te enteraste? —exigí.
Marco cruzó los enormes brazos y trató de mirarme fijamente hacia
abajo.
—Te lo dije. Mircea sabe lo que pasa por aquí…
—¿Mircea? ¿Él te llamó?
—Eso no es…
—¿Cuándo?
—Hace unos minutos, y no estamos…
—Mircea te llamó… ¿y no a mí? —le pregunté, queriendo estar
segura.
—¡Tal vez pensó que conseguiría más conmigo!
Síp, o tal vez estaba evitándome.
Y de repente, me golpeó como una tonelada de ladrillos. Mircea
estaba evitándome. Había estado tan ocupada haciendo lo mismo con él,
que no me había dado cuenta. Pero por supuesto que lo hacía.
Él estaba ocupado, pero también era un maestro de primer nivel.
Podía estar sin dormir durante días si lo necesitaba. Había un costo de
poder, sin duda, pero él tenía mucho para quemar. Si hubiera querido
hablar conmigo, habría hablado conmigo. Durante el tiempo que quisiera y
sobre lo que quisiera y dudaba que mis intentos de evasión hubieran
funcionado por más de un segundo.
Pero lo hacía.
—Me está evitando, ¿no? —le pregunté a Marco, con incredulidad.
—¡Basta! ¡Detente ahora mismo! —exigió la Valquiria. Nos fijamos en
ella. Señaló el portal—. ¿Qué demonios es eso?
—Sí —dijo Jonas, que venía detrás de ella. Con respecto a la boca
del infierno por encima de sus gafas.
Miré de nuevo a Marco.
—Dime la verdad. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no quiere verme?
Marco miró a su alrededor, como si esperara que alguien ofreciera
una sugerencia. Pero los vampiros estaban claramente sugestionados. Un
par de ellos estaban tratando de hablar con Jules para que regresara al
pasillo, pero la histeria alimenta la histeria, y no parecía que estuvieran
teniendo mucha suerte. Mucho más que los que estaban fuera del bar,
claramente sentían que esta noche estaba por encima y más allá de la
categoría, y que había tenido suficiente. Y el resto, Jonas, las brujas y la
chica, miraban la boca del infierno, que había comenzado a girar lo
suficientemente rápido como para voltear las páginas de una revista en la
mesa de café.
Marco no encontró ningún tipo de ayuda.
—Marco…
—No sé, ¿de acuerdo? —me dijo, exasperado—. Ni siquiera sé si lo
quiere.
—¿Preguntó para hablar conmigo?
—No. Yo…
—¿Le dijiste que estaba inconsciente o algo así?
—No, él…
—¿Que estaba en la ducha?
—¡No! Maldita sea, él no… —Marco se detuvo de repente.
—¿Él no lo hizo? ¿No preguntó?
Marco sólo me miró.
Le regresé la mirada.
—¿Él te llamó, te informó de que había sido vista luchando contra
demonios en la calle, te preguntó sobre el vampiro maestro que
simplemente privé, ¿y luego colgó?
—Tú tienes que preguntarle acerca de esto —señaló.
—¿Cómo puedo, cuando no habla conmigo?
Marco comenzó a responder, pero Jules dejó escapar un grito
especialmente estridente. Tal vez porque el portal había comenzado a girar,
algo parecido a una velocidad vertiginosa. Y a menos que me equivocara,
también se hacía más pequeño.
—¿Podría alguien cerrarle la boca? —gruñó Marco.
Pero a Jules no parecía gustarle la idea. Jules parecía haber tenido
bastante de nosotros y de nuestras ideas. Él dio otro grito y se lanzó en
medio de sus amigos, acarreando unos a otros, girando su movimiento
como un jugador de fútbol americano en dirección a la línea de meta, y
luego corrió por la puerta.
Marco fue tras él, pero cambió de rumbo a mitad de camino y se
abalanzó sobre mí en su lugar. Porque había tomado la que era
probablemente mi única oportunidad y me lancé por el portal cerrándose
rápidamente. Pero entonces en un segundo, lo imposible sucedió, cuando
el enorme “pero” gracioso, Marco repentinamente tropezó y cayó de bruces
en la alfombra, golpeando con fuerza suficiente para sacudir las ventanas
y hacer temblar todas las copas en el bar.
Tuve un segundo para ver a la chica cómo se llame, la iniciada con
la que había hablado una docena de palabras, con su pierna hacia fuera. Y
a juzgar por el ángulo, eso no había sido un accidente. La miré y ella me
miró, ojos grandes y ligeramente horrorizados. Y luego estaba a travesando
las llamas y me había ido.
—¿Sabes quién era tu madre? —preguntó Pritkin, frunciendo el
ceño.
Fruncí el ceño de regreso, pero no a causa de la actitud. Me lo
esperaba. En realidad, eso era una mentira. Me esperaba algo peor.
Él había estado muy mal cuando lo sorprendimos y estuvo bajo
ataque en la Corte de su padre, o luchando por su vida contra los guardias
del Concilio. Pero ahora había tenido tiempo para pensar en ello. Y, al
parecer, para trabajar en una gran actitud.
Parecía tener ese efecto en los hombres en mi vida, pensé
sombríamente, y tomé otro sorbo de algo horrible.
Estábamos en un bar en el infierno conocido como La Tierra de las
Sombras, porque el Concilio Demonio no tenía nada como una cárcel
normal. Tenían mundos distantes al que los abandonados llamaban
“Horrores Antiguos”, criaturas que no estaba interesada en conocer,
gracias. Y entonces, en el otro extremo del espectro, no tenían… nada.
Supongo que la mayoría de las personas que enojaban al Concilio no
vivían suficiente como para necesitar una celda de detención.
Pero eso significaba, que en lugar de visitar a Pritkin en alguna
oscura y húmeda celda, lo estaba visitando en algún oscuro y húmedo bar.
En general, hubiera preferido la celda. Estaba sentada con las piernas
cruzadas sobre la silla para evitar el piso, que había pasado de
desagradable hace más de un año y estaba por llegar a horroroso.
Aplasté algo entre mis pies de todos modos, algo que me arreglé para
pisar de camino a la mesa.
Estaba tratando de no pensar en qué era exactamente lo que podría
ser.
Estaba intentándolo fuerte.
—¡Camarero! —llamó Casanova con voz ronca, y trató de chasquear
los dedos. Pero no lo hizo y luego siguió intentándolo, frunciendo el ceño
ante sus largos y usualmente elegantes dedos como si no pudiera entender
lo que estaba mal con ellos.
Desafortunadamente, la citación había incluido a todos los que
habían transgredido la buena voluntad del Concilio, es decir, había
lanzado a un montón de sus antiguos esclavos en el éter. Eso me incluía y
a Caleb, así como a Pritkin. Junto con una muy mala excusa para un
gerente de casino, que estaba cerca de deslizarse debajo de la mesa.
—¿No crees que has tenido suficiente? —le pregunté, cuando el
armatoste tambaleante del camarero puso otra botella sobre la mesa
pegajosa.
Casanova me lanzó un gesto servicial que indicó que, nop, no lo
sentía de esa manera.
No se lo regresé, porque estaba ocupada tratando de no ser obvia
sobre los estremecimientos hacia el camarero. Tenía manchas sospechosas
en el delantal, olía y tenía aspecto como de carnicero. También continuaba
exprimiendo el hombro de Casanova siempre que se acercaba, como si
tratara de medir la cantidad de carne que estaba bajo el caro material.
Normalmente me habría asqueado, pero después de hoy, todo me
asqueaba. Y Casanova estaba demasiado borracho para darse cuenta.
—¿Me has oído? —exigió Pritkin.
Agarré mi vaso y resistí el fuerte deseo de tirárselo encima.
—¿Si sé quién es mi madre? Sí, sí lo sé, Pritkin, gracias.
—Dudo eso. —Se cruzó de brazos y se recostó en su asiento.
—¿Y tú lo sabes, supongo?
—He tenido una buena cantidad de tiempo libre últimamente —dijo
con gravedad—. Lo usé para hacer una investigación. Y solo vamos a decir,
que a ella no se le recuerda en los infiernos de la misma manera que en la
tierra.
—¿Eso es relevante? —retumbó Caleb—. Tenemos problemas más
grandes, John.
Intencionadamente no miró el cubo de Rubik de una ciudad más allá
de las ventanas sucias del bar. Tampoco lo hice, porque estaba de frente
directamente opuesta, pero era como un elefante en la habitación. Se
sentía su presencia.
A mis espaldas, construcciones se plegaban en edificios, calles se
convertían en avenidas, que se convertían en senderos, que se convertían
en callejones sin salida, coches aparecían y desaparecían, árboles,
jardineras y buzones desfilaban, temblaban por un breve momento en la
escena y luego, puf, eran sustituidos por un estacionamiento. La luz
constantemente cambiaba, como lámparas, farolas y anuncios luminosos
parpadeando su existencia, cada destello, flash, resplandor de la escena
hacía que las sombras se movieran y cambiaran, como en un club con un
DJ pésimo.
Le estaba dando una migraña a mi migraña, lo que era irónico.
Puesto que era exactamente para lo que no había sido diseñado.
El hechizo que enmascaraba la verdadera ciudad, sea cual fuera,
parecía que había sido pensado para hacerte sentir cómodo, incluso
hogareño. Se suponía que iba a hacer que el lugar pareciera tu ciudad
natal, o por lo menos un área con la que estarías familiarizado, lo que se
suponía que tenía sentido para un lugar que servía como una gigante
encrucijada de los infiernos. No parecía funcionar para todos, cuando
“todo el mundo”, era de mil especies diferentes con totalmente diferentes
sentidos. Así que los propietarios de la Tierra de las Sombras solo lo
habían fijado tratando de dar a todos lo que querían.
O trataban. Nunca funcionó absolutamente como estaba previsto, ya
que no cubría a las personas, la mayoría de las cuales habrían conseguido
una doble toma incluso en la franja de Las Vegas. Pero también
usualmente no tenían la apariencia de una creación de origami de un
artista posiblemente loco.
Pero entonces, usualmente tampoco tenía a un Señor Demonio
enojado jugando con él.
Al menos, eso es por lo que supuse que hacía la calle, la que se
suponía iba al lugar del edificio del Concilio, de pronto había adquirido un
caso grave de TDAH6. Rosier estaba claramente decidido a que no se me
permitiera presentar mi caso. Y hasta ahora, estaba haciendo un
condenado buen trabajo.
Mi poder funcionaba, en un grado limitado, en la Tierra de Sombras,
al menos cuando no estaba exhausta. Pero no podía desplazarme cuando
no sabía a dónde iba. Y cuando el camino estaba cambiando incluso
mientras lo miraba. Y mientras arrastraba a lo largo, a un tipo que
aparentemente no quería ir de ninguna manera.
—¡Sí, es relevante! —dijo Pritkin—. ¡Estoy tratando de hacer que
Cassie entienda por qué tiene que dejar esto y volver a casa!

6 TDAH: Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad.


—Estaré encantada —le dije de manera uniforme—. Después de que
veamos al Concilio…
—No necesitamos el Concilio…
—¡Lo necesitamos, cuando no puedes volver a la tierra sin ellos!
—No voy a volver a la tierra. —Sonaba definitivo.
Igual que el infierno era definitivo.
—No he venido hasta aquí, pasando por todo eso —agité un brazo
violentamente, porque no tenía palabras para la última semana—, sólo
para irme a casa sin ti.
—Bueno, acostúmbrate a la idea —dijo Pritkin secamente, y puso un
poco más de jugo del infierno en su vaso.
—¿Qué es esto? —preguntó Caleb, mirando su bebida
sospechosamente. Y aún tenía que probarlo.
—La especialidad local. Se fermenta de las bayas que crecen en las
colinas —dijo Pritkin secamente, golpeando el vaso de regreso.
—¿Es fuerte?
Pritkin se encogió de hombros.
—Si pone borracho a un vampiro, es fuerte —le advertí.
Caleb levantó una ceja y miró a Casanova. Pero era difícil saber si el
vampiro estaba realmente pasado o simplemente sobreexcitado. Él había
estado llorando sobre la cerveza que no había abierto desde que llegamos
aquí.
Supongo que Caleb debió decidir que él estaba en su habitual estado
demasiado dramático, y tomó un buen trago. Y de alguna manera logro
beberlo. Pero bajo toda esa suciedad, se volvió casi tan blanco como un
tipo negro puede.
—Pritkin me dijo una vez que el alcohol no le afectaba mucho, algo
sobre que algo lo resucitó —le dije a Caleb.
Caleb miró a su amigo.
—¿Qué carajo te resucito?
Pritkin levantó su vaso.
—Esto.
—Imagínate —resopló Caleb, y frenéticamente gesticulo al camarero
para pedir un poco de agua.
Volví a mirar a Pritkin.
Estaba vagamente satisfecho de una manera que no pude definir
inmediatamente. Quizás porque era lo único normal en mi vida en este
momento. Miré a Pritkin por mucho tiempo. Fue lo que hice. Decidí hacer
lo correcto y poner un poco de empuje contra él.
—Puedes verme de esa manera todo lo que quieras. No cambia los
hechos —espetó.
—¿Y cuáles son los hechos?
—Eso de convencer al Concilio, aun suponiendo que pudiéramos
manejarlo, no ayudarán. Ellos me odian…
—¡Apuesto a que odian más a los dioses!
—Y ese sería el punto —dijo con saña, y bebió el equivalente a
diluyente de pintura.
—Está bien —le dije, inclinándome—. Está bien. He tenido una mala
semana, y no estoy para muchos consejos en este momento. Así que, ¿por
qué no cortas por lo sano, y me dices lo que está mal contigo? ¿Quieres
volver con Rosier? ¿Quieres sentarte y esperar a que algún asesino tenga
suerte? ¿O que tu padre te ponga de puta al mejor postor? ¿Es realmente
mucho más atractivo que regresar a la tierra conmigo y, no sé, tener una
maldita vida? Bueno, ¿es eso?
Aplasté algo entre los dedos de mis pies de nuevo, y tardíamente me
di cuenta de que estaba sobre mis pies, a medio camino a través de la
mesa, y lo que estaba haciendo en realidad no podía ser llamado más
evidente. Si él hubiera tenido una camisa, hubiera tenido mis puños en la
misma. Así las cosas, estaba sobre la mesa y escasamente a unos
centímetros de su nariz y si las miradas mataran, ambos estaríamos
muertos.
—Oh, clarooo —arrastró Casanova las palabras—. Ashíí eshs cómo
empiezha. Leshss dashss loshss mejoressshs siglos de tu vida, y ¿qué
shsucede? Te mienten y te apuñalan por la eshspalda y… y… —Parecía
perder su tren de pensamiento, asumiendo que hubiera tenido uno para
empezar. Se calló.
Y Pritkin golpeó la mesa, lo bastante fuerte para hacer que todos los
vasos saltaran.
—¡No se trata de lo que quiero! —me dijo con fiereza—. ¡Nunca ha
sido sobre eso!
—Entonces, ¿qué es? ¡Porque lo que estás haciendo no tiene sentido!
—Esperaba que, una vez que llegáramos aquí, tendría un aliado. En su
lugar, estaba teniendo que luchar tanto con él como con su padre. ¡Y eso
apestaba!
Por cómo se veía, tampoco Caleb lo entendía.
—Si tienes algo que decir, dilo —le dijo—. Luego tenemos que
encontrar la manera de sacarlos de aquí.
—No voy a salir. Ustedes lo harán —dijo Pritkin, y había una nota en
su voz esta vez, una nota de celo feroz y anhelo desesperado. ¡Y maldita
sea! No importa lo que él dijera, no quería volver allí.
—¿Por qué? —exigí.
Pritkin vació un poco más del destruye intestino y todo lo demás en
su vaso y se sentó de nuevo.
—¿Recuerdas el apodo de tu madre en la tierra?
—¿Qué?
—¡Responde la pregunta!
—La Cazadora —retumbó Caleb.
Pritkin lo miró.
—Sí. ¿Adivinas lo que cazaba?
Volví a sentarme.
—Hay una razón por la que a los —dioses—, como se les conoce, les
gustaba la tierra —me dijo—. A pesar de que no podían alimentarse allí.
No dije nada. Estábamos a punto de enfrentar al Concilio de
Demonios, suponiendo que pudiéramos encontrarlo, posiblemente, a
punto de ser apuñalados por la espalda por uno de nuestros compañeros,
y casi seguramente envenenados por el condenado barman. Pero Pritkin se
había dejado caer en modo conferencia, y él no lo hacía sin ninguna razón.
—¿Cómo qué? —le pregunté, cruzando los brazos y sentándome en
el asiento pegajoso.
—La Tierra en las leyendas escandinavas era conocida como
Midgard, o Mittlegard en inglés antiguo —me dijo—. Es de donde Tolkien
sacó su idea de Tierra Media; es casi una traducción exacta. Los vikingos
la llamaron así debido a su posición en medio de su mapa del cosmos, a
medio camino entre los cielos y los infiernos.
—Sí, ¿y?
—¿Ha leído las sagas? —exigió.
—Están en mi lista. —Junto con cerca de mil otras cosas.
—Bueno, si lo hubieras hecho, sabrías que cuentan la historia de
seres, —dioses—, que se originaron en algún lugar de la dimensión
conocida como Los Cielos. Pero al igual que los vikingos, se inquietaron y
se fueron a explorar. Entre otros mundos, descubrieron Faerie, conocido
como Alfheim, o la Tierra de los Elfos, para los Nórdicos. Era bastante
corriente, excepto por una cosa: estaba más cerca de la división entre las
dimensiones a cualquier otro mundo que hubieran encontrado. Y, como
tal, tenía conexiones que ninguno otro tenían, conexiones a un universo
completamente nuevo, del que los llamados dioses no sabían nada.
—Faerie conecta con la tierra —le dije, preguntándome a dónde iba
con esto.
—Sí. La Tierra es la contraparte de Faerie en este lado de la grieta
dimensional. Y así como Faerie tiene conexiones con el resto de los cielos…
—La Tierra tiene conexiones con el resto de los infiernos —murmuró
Caleb, pareciendo que algo simplemente había encajado en su lugar, para
él.
Bueno, eso hacía a uno de nosotros.
—La Tierra está técnicamente en la dimensión infernal —estaba de
acuerdo Pritkin—. Pero como el mundo más cercano a nuestro lado de la
grieta, comparte aspectos de ambas dimensiones, al igual que Faerie con el
lado celestial. Juntos, forman un puente, el único conocido, y
probablemente el único que existe, entre los dos universos.
—El puente Bifrost —dijo Caleb en voz baja.
Pritkin asintió.
—Las antiguas leyendas, tanto Griegas como Nórdicas, hablan de un
puente de arcoíris que permite a los dioses ir y venir de la tierra a su
planeta de origen. Presumiblemente, se estaban refiriendo a las líneas ley
que van de aquí a Faerie, y los portales que cortan a través de ellos.
Caleb se quedó sentado allí, viéndose aturdido. Y haciéndome sentir
aún más tonta de lo habitual, porque no veía diferencia alguna en este
hecho.
—¿Y? Sabíamos que venían de otro lugar —señalé—. Todas las
leyendas hablan de ellos regresando a casa, a Asgard, al Olimpo o a dónde
sea su base regular. Eso no es noticia.
—Entonces, tal vez esto lo sea —dijo Pritkin, inclinándose hacia
adelante—. Los dioses se quedaron en la tierra, a pesar de que no podían
alimentarse allí. ¿Por qué? ¿Por qué era tan importante para ellos? ¿Por
qué estaban tan enfurecidos cuando tu madre encontró una manera de
desterrarlos? ¿Por qué han estado trabajando tan duro, y durante miles de
años, con el fin de volver?
Le fruncí el ceño. Ahora que lo decía así, no parecía tener mucho
sentido.
—No lo sé. ¿Tal vez les gustaba ser adorados?
—¿Lo suficiente para todo lo que hemos visto que han hecho? ¿Lo
suficiente como para arriesgarse a morir por nada más que un golpe de
ego, y de un pueblo al que trataban un poco mejor que a los animales? —
Él negó—. No.
—Está bien, entonces, ¿cuál es tu teoría?
—No es una teoría. He gastado meses en esto, y no fue fácil. Los
únicos seres que tenían la información que quería no estaban dispuestos a
discutir el tema. Pero me las arreglé para obtener una pista aquí, algunas
confirmaciones allá, y luego otra pieza…
—¡Pritkin! Sólo dime.
Ojos verdes se encontraron con los míos.
—Los dioses no estaban interesados en la tierra por su propio bien.
La querían por su papel como… un pozo de agua… si tú quieres, de su
presa real.
—¿Qué presa? —le pregunté, empezando a tener realmente un mal
presentimiento sobre esto.
—Los dioses no pueden alimentarse de la energía humana, no
porque no puedan procesarla, sino porque es tan débil que no hace casi
nada por ellos. Tu madre pudo haber drenado una ciudad y había hecho
muy poco para mejorar. Pero había criaturas en este lado de la división
que vivían mucho más tiempo, adquirían mucha mejor energía y la
almacenan mucho más eficientemente…
—¡Vacasshs! —dijo Casanova, agitando su vaso—. To-dosss
sshson…, ssholo, …to-dosshs shshomos vacassh.
Le fruncí el ceño, sobre todo porque acababa de salpicar jugo del
infierno por todo mi brazo. Pero Pritkin asintió.
—No es una mala analogía.
—¿Que somos vacas? —exigí, buscando en vano algo para
limpiarme.
Pero todo aquí ya estaba más sucio de lo que yo estaba.
—No, nosotros somos pasto —dijo Pritkin—. Los demonios son las
vacas. —Él vio mi expresión—. Piénsalo de esta manera, Cassie. Los seres
humanos pueden comer pasto, ¿correcto?
—Sí, supongo. Técnicamente.
—Pero nadie lo hace. ¿Por qué?
—No lo sé… porque es pasto.
—Carece de nutrición, en calorías, en toda la clase de cosas que
necesitamos para la vida, ¿no?
Asentí.
—Un ser humano moriría de hambre con una dieta de pasto. Pero
una vaca… a una vaca le hace muy bien. Incluso se ponen gordas. Y luego,
si un ser humano se come la vaca…
—Está bien, espera —dije, mi cabeza dando vueltas—. ¿Me estás
diciendo… que los dioses vinieron a la tierra, a encontrar un montón de
gordos demonios masticando a todo el pasto humano, y decidieron hacer
una barbacoa?
Él asintió.
—Algo así. Recuerda, los demonios viven vidas mucho más largas
que los seres humanos, y tienen la capacidad de almacenar mucho más
energía. En algunos casos, desde miles de alimentaciones durante cientos
de años. Y no sólo de la tierra. También de todos sus mundos-hogar.
—Pero sus mundos-hogar no producen tanto —le dije, recordando
algo que Rian había dicho.
—No. Es por eso que la tierra fue tan apreciada cuando el pueblo de
mi padre, y otros, se tropezaron con ella mucho antes de que los dioses lo
hicieran. Y entonces empezaron a llegar en masa, para alimentarse de los
seres humanos que no podían detectarlos y no tenían prácticamente
ninguna defensa contra ellos.
—Pero alguien siempre está más arriba en la cadena alimenticia —
dijo Caleb, con cierta satisfacción sombría.
Pritkin asintió.
—Y cuando los dioses descubrieron a los demonios, se sintieron
hacia ellos de la forma en que los demonios se habían sentido hacia la
población humana. Aquí había una enorme fuente de energía, listos para
el desplume, que casi no tenía defensas contra ellos. Sí, podrían resistirse
y patear un poco, pero, ¿qué detiene a un león de derribar a una gacela? E
incluso sólo los mayores podían manejar parte de una defensa.
—Entonces, ¿por qué los demonios simplemente no dejaron de
venir? —exigí—. Una vez que supieron que los dioses estaban aquí…
—¿Las gacelas dejan de ir al abrevadero? —espetó—. ¿A pesar de
que saben que los leones también van allí?
—Sí, pero eso es agua. Eso es una necesidad.
—Es energía en un mundo donde el poder hace las reglas. ¿Por qué
crees que Rian traicionó a Casanova? Ella lo conoce desde hace siglos.
Ellos tienen un vínculo…
Casanova dejó escapar una risa amarga.
—Es cierto —insistió Pritkin—. Le diste un gran regalo. El mayor que
le puedes dar a un demonio. Le diste tu poder, más que ningún otro
huésped que podría haber encontrado. Y el poder puede darle… todo lo
demás.
—Así que ella me vendió por poder —dijo Casanova amargamente—.
Supongo que, ella pensó que un vampiro podría entender eso.
—Ella te vendió por vida —dijo Pritkin bruscamente—. Cosa que de
lo contrario podría haber perdido en una de las luchas de poder que son
epidemia en la Corte, en todas las Cortes. Rian era joven y débil cuando
vino a la tierra. Ahora, después de hartarse durante siglos de energía que
podía absorber, se va a casa, no como un peón para ser utilizado y,
posiblemente, sacrificado por la ambición de alguien más, sino como un
agente de poder por derecho propio.
Casanova parpadeó, viéndose tan reflexivo como un tipo con
demasiado jugo del infierno en él podía. Pero me quedé mirando el tablero
de la mesa, donde la parpadeante luz convertía al polvo que se había
reunido en pedacitos pegajosos en un mapa topográfico. Un mapa de un
universo que de repente era mucho más grande de lo que jamás imaginé.
—Y del tiempo en que estamos discutiendo, el poder era aún más
importante de lo que es ahora —añadió Pritkin—. Las guerras antiguas
estaban en curso, con las pocas razas de demonios que tropezaron con la
tierra que iban perdiendo muy mal antes de su descubrimiento. El poder
que adquirieron desde entonces les ayudó a renovar sus recursos, les dio
la oportunidad de luchar en batallas a una escala que los seres humanos
no pueden imaginar, batallas que duraron cientos de años y se
extendieron por todos los incontables mundos, batallas que, si se hubieran
perdido, podría haber tenido como resultado la destrucción total de sus
especies. Así que sí, venían, sin importar el riesgo. Y los dioses sabían que
lo hacían.
Se hizo el silencio en la mesa por un momento, mientras todos nos
esforzábamos por captar eso. No sabía cómo se sentía el resto de ellos,
pero yo no estaba sintiendo mucho calor. Pritkin estaba en lo cierto; no me
podía imaginar la guerra a esa escala. Tampoco me podía imaginar algo
más.
—Todavía no veo qué tiene esto que ver con mi madre, o contigo —le
dije, después de un momento.
—Artemisa la Cazadora —murmuró Caleb, sus ojos repentinamente
abiertos. Como si tal vez lo hubiera entendido.
—Sí —confirmó Pritkin—. Fue la más temida de los dioses por los
demonios. La más respetada, y la más odiada.
—¿Por qué? ¡Dijiste que todos los dioses cazaban demonios! —dije
acaloradamente.
—Sí, pero ella no se limitó a esperar en el abrevadero para que
vinieran a ella —dijo Pritkin tranquilamente—. Ella podía abrir las puertas
entre los mundos, un talento que le permitió tomar la ofensiva mucho más
fácilmente que al resto de su clase.
—Ella les cazaba aquí —dijo Caleb, como si no lo creyera—. Les
cazaba en sus propios mundos.
—No —dije, pero Pritkin estaba asintiendo.
—Todas las fuentes que he logrado encontrar dicen lo mismo. Ella
rasgó una franja sangrienta a través de un centenar de mundos. Cassie…
—Él levantó una mano, cuando empecé a protestar de nuevo—. Lo siento,
pero es verdad. ¿Debes haber visto el tianguis en Zarr Alim?
—¿Zarr Alim?
—La ciudad capital de mi padre.
Asentí, confundida y enojada.
—Bueno, si hubieras tenido tiempo para mirar alrededor, podrían
haber visto pequeños amuletos que viejas mujeres venden en el mercado,
amuletos con una cara muy familiar en ellos. Todavía se utilizan como
protecciones contra la mala fortuna por la población local, a pesar de que
en realidad nadie más se acuerda de porqué. Así que una vez, hace mucho
tiempo, sus antepasados querían protección de la cara de esas monedas.
—Y vaya que también era una cara bonita —alguien dijo cuándo una
mano acarició por un lado mi cabello antes de que abruptamente lo
apretara.
Una mano muy familiar.
Mierda.
—¡Libérala! —Caleb se puso de pie y agitó la mano, con un hechizo.
Qué rebotó en el Señor Demonio a mi lado y explotó contra el techo,
dejando una gran marca negra entre las manchas de suciedad y humo.
Ninguno de los clientes habituales del bar se estremeció mucho, a
excepción del camarero, que corrió con una reverencia y otro vaso.
Pritkin no reaccionó, salvo para verter otra bebida, así que tampoco
lo hice. Los dos sabíamos que Rosier no podía hacerme daño. Había jurado
un voto, que al parecer lo mataría si lo rompía, quitándome la vida.
Por desgracia, no había dicho nada acerca de azotar mi existencia.
—Siéntate, siéntate —le dijo Rosier a Caleb genialmente, quien
estaba mirando confundido de Pritkin a su padre, tal vez porque
finalmente se había dado cuenta de que mi agresor y su amigo podrían
haber sido gemelos.
Supongo que había estado demasiado ocupado antes.
Bueno, excepto que uno de los gemelos nunca había tenido la
oportunidad de limpiarse después de su viaje de placer por el infierno.
Como resultado, el pecho desnudo de Pritkin estaba manchado con
suciedad, el cabello derramaba pequeñas nubes de polvo si se movía
demasiado rápido y no había perdido sus zapatos sólo porque no había
tenido, para empezar. Había encontrado unos jeans en algún lugar para
sustituir el ridículo pantalón de seda, pero era la única mejora.
Rosier, en cambio, llevaba un traje gris oscuro liso, el corte habría
hecho llorar de envidia a Armani. Sus zapatos se pulieron hasta brillar. Su
camisa de seda era verde bosque, el color favorito de su hijo.
O tal vez, también era el suyo, aunque probablemente no por la
misma razón.
Era una suposición, a Pritkin le gustaba porque le hacía recordar su
hogar mientras estaba atrapado en el medio del desierto. Rosier
probablemente lo eligió deliberadamente, para hacer resaltar el color de
sus ojos. Los que eran tan iguales a los de su hijo. Los que estaban
sonriéndome mientras tomaba asiento.
Tuve que sentarme sobre mis manos para no comprobar lo que era
divertido, como arañándolo.
—No te detengas —dijo Rosier, mirando a Pritkin—. Dile el resto.
Pritkin no le hizo caso. Caleb se quedó de pie, el cuerpo tenso y listo.
El único que se movía era Casanova, deslizándose lentamente debajo de la
mesa.
—Muy bien. Lo haré entonces, ¿sí? —Rosier miró a nuestro
alrededor, dientes blancos al descubierto—. Vamos a ver. Creo que Emrys
cubrió la parte de…
—Su nombre es Pritkin —dije con dureza, interrumpiendo al
bastardo.
—Ese es aún peor que el terrible —John— —reprochó Rosier—. En
cualquier caso, Emrys es un nombre humano.
—Pero a él no le gusta.
Más dientes blancos.
—En la vida, querida, hay mucho que no nos gusta, pero tenemos
que aceptar. Es parte de crecer. Algo que Emrys ha tenido mucho tiempo
para aprender.
Lo miré. Él devolvió la sonrisa. Del tipo imprudente, una sonrisa
despreocupada de la que habría pensado que Pritkin era incapaz, antes de
que lo viera surfear el viento en una alfombra sobre el infierno.
—De verdad no favoreces a tu madre, ¿verdad? —preguntó Rosier,
buscando mi cara—. Lástima. —Se echó hacia atrás y apareció un
cigarrillo encendido en su mano—. Ahora, era una mujer hermosa.
—Lástima que pensara en ti como ganado —le espeté.
Rosier no se veía perturbado.
—Sí, sin duda. Y eso es parte de tu problema, ¿no es así?
Me debatí para no contestar, pero necesitaba saber lo que quería
decir. Necesitaba saber por qué Pritkin estaba allí sentado bebiendo, en
lugar de gritar o confabular o… o hacer algo para tratar de salir de este lío.
Necesitaba saber por qué parecía que ya habíamos fallado.
—¿Qué es? —pregunté finalmente.
—¿No has podido armarlo todavía? —Rosier exhaló un poco de
humo—. Pero, siempre fuiste un poco lenta, ¿no?
—Entonces, hazlo simple —subrayé, deseando tener algo, cualquier
cosa, que funcionara en este hijo de puta. Pero era un poco difícil
envejecer la existencia de alguien cuando su existencia se medía en
milenios.
—Muy bien —dijo, de repente enérgico—. Los llamados dioses podían
alimentarse de nosotros, pero parecía que no eran mucho más amables
con el cebo humano. A excepción de tu madre, que decidió que estaban
destruyendo a las criaturas a las que ella tontamente se había permitido
unirse. O eso es lo que ella dijo. —Dejó escapar un suspiro y me miró a
través de la neblina de humo—. Siempre me ha parecido que la excusa
para estar en este lugar… es irrisoria… para alguien decididamente no
impregnada de sentimientos.
Lo miré.
—¿Y? ¿Qué tiene esto que ver con…?
—¡Piensa en ello, chica, suponiendo que tengas la capacidad! Ella
quería proteger a sus queridos seres humanos, determinó que sus colegas
dioses debían irse y su don, que por cierto, era mucho más fuerte que tu
pequeña versión, le permitiría desterrarlos y cerrar de golpe las puertas
detrás de ellos. El truco, por supuesto, era asegurarse que no regresaran.
—Ella usó un hechizo —le dije, preguntándome por qué mi estómago
acababa de caer en picada.
—Sí, un hechizo. El cuál tuvo que lanzar ella misma, y luego
mantenerlo hasta que su pequeña Banda Plateada o tú, pudieran crecer lo
suficientemente fuertes como para hacerlo por sí mismos. Y estaba segura
de tener oposición, segura que habría grandes fuerzas luchando del otro
lado. Al negar a sus colegas dioses el libre paso a la Tierra, también estaba
negándoles su único camino a los infiernos. No más gordas… vacas,
¿verdad? No más comidas gratis. Sin la Tierra, ellos estaban restringidos a
los cielos, y si eso no fuera suficiente, ¡también cortó el acceso a Faerie!
Supongo que tenía que hacerlo; mejor bloquear todos los puentes que la
mitad, y ella tenía tantos fieles adoradores entre los videntes…
Rosier se detuvo, pero no dije nada esta vez. Porque él estaba en lo
cierto, a veces no captaba las cosas tan rápido como Pritkin o Caleb. A
veces, este nuevo mundo loco con el que de alguna manera me había
tropezado, hacía que me doliera la cabeza tratando de comprenderlo. A
veces me quejaba deseando tener un libro de instrucciones, algo para
ponerlo todo, para que fuera sencillo.
En este momento estaba un poco contenta de no haberlo hecho.
Porque ahora, mi cerebro estaba saliendo con respuestas que no me
gustaban.
—¿Empieza a tener sentido? —preguntó Rosier maliciosamente—.
Un gran hechizo, un hechizo de rechazar dioses, y no sólo en torno a un
mundo, rodeando dos. Y luego, ¿mantenerlo contra todos los interesados?
¿Reforzarlo, según fuera necesario, hasta que los débiles y patéticos
humanos pudieran hacerse cargo? ¿De dónde saco esa clase de poder, eh?
¡Era poderosa, sí, pero no tanto! Nada tan cercano. Entonces, ¿de dónde
crees que venía?
Miré a Pritkin, pero sus ojos estaban fijos en su padre. Él no había
dicho nada, pero una mano se flexionaba ligeramente. No me gustaba eso.
Me gustaba el Pritkin fuerte y patea traseros, en otras palabras, su estado
normal. No me gustaba cuando estaba tan tranquilo.
Tampoco nadie más usualmente así.
—¿De dónde? —preguntó Rosier, y su mano golpeó la mesa, lo
suficiente para que me estremeciera—. ¡No puedes ser de tan pocas luces!
—Cazó demonios para eso —le dije, porque él estaba en lo cierto; era
obvio.
—Sí —salió como un silbido—. Pero no cualquier demonio. Ella
siempre iba detrás de las grandes presas, en cualquier caso prefería el
desafío. ¿Por qué debía ser esto diferente? Y, de hecho, los pequeños peces
no podían ayudarla. Necesitaba tanto poder, sólo las más grandes, más
jugosas presas lo proporcionarían. Cazaba, oh sí, ¡Artemisa la Cazadora,
Hel con sus fieros perros de caza, Diana con su arco! Cazaba con cualquier
nombre que fuera llamada, como sea que ellos tengan la confusa,
torturada y embrollada memoria, la gente de mi mundo, del tuyo, a través
de cientos más, pueden haber olvidado mucho, pero recuerdan eso, sí, a
ella cazando.
Ahora no había ninguna pretensión de amabilidad, ninguna actitud
calmada, sin máscara. Rosier se puso de pie, apoyándome contra la pared,
su cara que usualmente era como la de su hijo repentinamente fue ajena,
cuando se retorció de dolor, de rabia.
—¡A través de miles de años, a través de cientos de generaciones,
incluso tu gente no ha podido olvidar, el vago pero persistente recuerdo de
la mayor cazadora de todos! Está en sus estatuas, en sus vasijas, en
prácticamente todas las representaciones que ella hizo. El recuerdo
metódico, la táctica, la carnicería implacable…
—¡No!
—¡Sí! La masacre de los más grandes entre nosotros. La Gran
Cosecha de los Señores Demonios. —Mi espalda golpeó la pared, pero él no
se detuvo—¿Justo a dónde, querida, supones que mi padre se fue? ¿Por
qué soy el Señor de los Íncubos, y no él? ¿Nunca te preguntaste qué fue de
él? ¿Nunca se cruzó por su mente? ¿No?
Negué. Esto no podía ser verdad. No podía ser. Los demonios…
podían ser aterradores, pero no eran… no podían haber merecido… eso no
era cierto.
—Ella lo mató en un capricho. Pasó un día cuando él se cruzó,
cuando ella estaba atacando otro lugar y lo siguió a casa. Podría no
haberse molestado aventurándose a nuestro mundo de otra manera,
cuando su hija lo hace tan temerariamente y sin pensar, por nosotros los
íncubos, no valía la pena el esfuerzo. Pero cuando él huyó para salvar su
vida, en peligro mortal, el instinto de cazar…
—¡No te creo! ¿Por qué debería creerte?
—No tienes que tomar mi palabra por verdad. ¿Deseas tener un día
en la Corte? Por favor. Siéntete libre. ¡Ve y alega tu caso frente a los
sobrevivientes de la masacre de tu madre, y ve qué puedes conseguir! Pero
a este —dijo Rosier, agarrando el hombro del hijo que todavía no se había
movido—. A él no me lo quitaras, como tu madre me quito a mi padre. No.
¡No, pequeña niña de Artemisa, no. A él no te lo llevaras!
Y de repente, algo se apoderó de mí al ver la mano de Rosier
apretándose en Pritkin, sus dedos clavándose en su carne. Algo salvaje,
extraño e inesperado. Algo que no entendía, excepto como un goteo de esa
emoción oscura que había sentido al ver a Pritkin de nuevo, atrapado y
mimado en la Corte de su padre, vestido con galas que él no usaría,
rodeado de elegancia, estéril perfección, en lugar de su habitual alegre
desorden, con ninguna de las cosas que amaba a la vista, no había
pociones, ni libros, ni locas armas para luchar contra las criaturas que
ahora eran sus carceleros.
Sólo un hombre perdido, amargado y solo, en un mundo que odiaba.
Un hombre rodeado por los celos de una Corte, que le encantaría verlo
muerto. Un hombre que estaba sufriendo por una razón, y sólo una razón.
Porque se había atrevido a ayudarme.
Y de repente, el goteo se convirtió en inundación.
—Me lo voy a llevar —le dije, golpeando la mano de Rosier lejos—,
¡de cualquier lugar y que me maldigan si no, demonio!
—Ah, ahí está —dijo entre dientes—. ¡Ahí está! La arrogancia de la
diosa. Desafortunadamente, no eres tu madre, niña. No tienes el poder
para respaldarte. No tienes el poder para hacer nada. Por qué no estás
muerta todavía, nunca lo entenderé, pero tengo la fuerte sospecha de que
tiene mucho que ver con embrujar a mi hijo. De alguna forma. —Él parecía
completamente desconcertado—. De alguna manera te las arreglaste para
atarlo a ti, para arrastrarlo en tus peleas, poniendo en peligro su vida una
y otra vez. ¡Pero no más!
—Eso es hasta que el Concilio lo decida.
—¡No es de su incumbencia! —espetó Rosier, y tiró del brazo de su
hijo—. No más de lo que es tuyo. Vamos, Emrys.
Pritkin no se movió.
Su padre hizo un sonido de disgusto.
—¡Sabes cómo terminará esto!
—¡Él no lo sabe! —le dije—. Ninguno de nosotros lo sabe, hasta que
las reglas del Concilio lo digan. Y mi madre dijo…
—¡Tu madre no ha visto al Concilio en miles de años! ¡Ella no sabe
nada al respecto! ¡Estaba mintiéndote, niña, probablemente para
conseguir que dejaras de joder su vida!
Me estremecí, porque había tenido un pensamiento similar por mí
misma. Pero no me lo creí. E incluso si era cierto, eso no cambiaría nada.
¿Qué otra alternativa teníamos?
—No sé qué va a pasar si vamos frente al Concilio —le dije a Pritkin
honestamente—. Pero sé lo que pasará si vas allí, de regreso a esa vida. Y
tú también.
No miró hacia mí, era casi como si ni siquiera me escuchara, y
Rosier sonrió.
—Sí, lo sabe. Él será el príncipe de una gran casa. Lo tenías como
un pobre. Él va a gobernar una gran Corte y tendrá influencia en muchas
otras. ¡Lo tenías como un siervo, haciendo tus mandados, limpiando tus
debacles sin fin! Yo le daré un vasto reino, ¿qué podrías darle tú?
Miré hacia arriba, tan furiosa que apenas podía ver.
—¡Su libertad!
Rosier resopló una carcajada.
—Esa vieja trivialidad. A veces me olvido de lo que niños que son.
—¡No es infantil querer elegir tu propia vida!
—No, es criminalmente ingenuo. La única persona libre es el
mendigo en la cuneta. Y él sólo es libre de estar esposado de sus
superiores. Todo el mundo de cualquier sustancia tiene obligaciones. Es
hora de que Emrys viva de acuerdo con las suyas.
Puso el brazo sobre su hijo de nuevo, y esta vez, funcionó. Pritkin se
levantó. Y tomé el otro brazo entre los míos, porque esto no estaba
sucediendo.
—Pritkin, por favor. ¡Mamá no me habría enviado aquí si no creyera
que había una oportunidad!
Nada.
—¿Por qué no apostar por esa oportunidad? —le dije, mi voz
aumentando en pánico porque no entendía esto. ¡No entendía nada de
esto!
—Tú estarás mejor si lo hago —me dijo, levantando la cabeza.
—¿Qué? —le pregunté con incredulidad. Porque parecía que hablaba
en serio.
—Finalmente, él está en sus sentidos —dijo Rosier, tirando de su
hijo lejos, sólo para que Caleb le cerrara el paso—. ¡Ten cuidado, mago de
guerra! ¡No he hecho un juramento sobre ti!
—Lo mismo para ti —dijo Caleb, ojos firmes y pies plantados.
—Eres tan imprudente como ella lo es —espetó Rosier. Y luego siguió
hablando, lo que le gustaba hacer tanto como a su hijo no le gustaba. Pero
no estaba escuchando.
—¿Cómo puedes decir eso? —le pregunté Pritkin—. ¿Cómo puedes
renunciar?
—No me doy por vencido. Estoy aceptando la realidad.
—¿Qué realidad? ¡Tú no quieres volver allí! Y te necesito…
—No lo haces, como lo has hecho evidente en los últimos días. Si
puedes irrumpir en la Corte de mi padre, combatir a los propios guardias
del Concilio, forzar una reunión… —Se pasó una mano por el cabello—.
Vas a estar bien, Cassie.
—¡No! ¡No voy a estarlo! Te necesito…
—¿Por qué? ¿Qué puedo darte que otros no puedan?
—¿Qué?
Sus ojos verdes de repente ardían en los míos.
—Es una pregunta simple. Dijiste que me necesitas. ¿Por qué?
—Yo… te lo dije. Este trabajo…
—El cual estás manejando de forma admirable.
—¡No lo hago! ¡Ni siquiera podía llegar a mis padres sin ayuda!
—Hay otros expertos en demonios, Jonas por ejemplo.
—¡Pero te necesito!
Y, de repente, Pritkin estaba haciéndome retroceder alrededor de la
mesa. No como lo había hecho su padre en un arrebato de ira, pero poco a
poco, sin descanso. Hasta el punto que me tropecé con las sillas.
—Entonces dame una razón.
—Yo… hay tantas…
—Nombra una.
—Puedo nombrar cien…
—No te pregunté por cien; pedí una. Y no puedes dármela.
—¡Sí puedo!
—¡Entonces hazlo!
—Yo… —Me quedé mirándolo, porque parecía que había mucho en
juego en mi respuesta. Tal vez todo. Y no sabía lo que quería escuchar,
porque le había dicho la verdad. Había literalmente tantas cosas que no
sabía por dónde empezar. ¿Cómo no veía todas las formas en que él había
cambiado mi vida? ¿Cómo podía no saber…?
Pero no lo sabía. Fue la forma en que movió la cabeza, cuando me
quedé allí. La forma en que cerró los ojos. La pequeña sonrisa burlona que
jugó alrededor de sus labios que no entendí, pero que sabía que no podía
ser bueno.
Tenía que decir algo, y tenía que ser lo correcto, y no sabía…
Los ojos de Pritkin se abrieron, pero no pude leer su expresión. Por
una vez, la cara que normalmente fluía con mil emociones estaba… en
blanco. Resignado. Ya estaba distanciándose, dejándome en todos los
sentidos que importaban, incluso antes de que su cuerpo caminara por
esa puerta.
Y no sabía qué hacer al respecto.
—Tienes razón —le dije desesperadamente—. Puedo conseguir que
otros hagan lo que haces. No van a ser tan buenos, pero… está bien.
Podría funcionar. Pero no importa, porque, no importa lo buenos que sean,
no pueden reemplazarte. No pueden, porque no te necesito sólo por hacer
lo que haces. Te necesito… por ti.
Había aprendido eso en la forma difícil, toda la semana. No me había
dado cuenta de lo mucho que confiaba en sus ceños fruncidos o en sus
encogimientos de hombros o en sus miradas a regañadientes de
aprobación para ayudarme a entender algo, hasta que no estuvo nunca
más allí. O cómo podía hablar con algunas personas acerca de un montón
de cosas, pero sólo con él acerca de todo.
Y lo increíblemente valioso que era.
Miré fijamente en sus ojos, preguntándome cómo conseguir
atravesarlos. Apestaba en cosas emocionales; siempre lo he hecho. Era
más fácil hacer un chiste o alguna broma estúpida que tratar de poner en
palabras las emociones que nunca se suponía que debía tener. Emociones
que eran peligrosas tener, porque te dejaban vulnerable y había aprendido
temprano que la vulnerabilidad era una cosa muy mala.
Cuando me enteré de que mi institutriz había sido asesinada por
Tony, no había llorado. Se había sentido como si alguien hubiera torcido
un cuchillo en mi estómago, pero no había llorado, porque sabía que ella lo
habría odiado. Sabía que ella lo habría visto como una debilidad. —Las
lágrimas son inútiles—, me dijo un centenar de veces. —¡No llores; actúa!—.
Y lo había intentado. Lo había intentado. Porque en su mayoría
estaba de acuerdo con ella. Pero ahora no sabía qué acciones podrían
ayudar, y no tenía palabras.
No tenía nada.
—Me has llamado admirable —le dije miserablemente—. Pero no lo
soy. Me equivoco todo el tiempo, y no todas ellas son cosas que sé cómo
solucionar. ¡La pitia se supone que tiene todo este poder, pero hay mucho
que no puedo arreglar! Y algunos días, la mayoría de los días últimamente,
me siento como… como si estuviera a punto de estallar. Y no hay nadie
alrededor para decirme que estoy siendo estúpida o que me traiga un café
terrible o que me haga correr un maratón hasta que estoy demasiada
cansada para preocuparme por nada más que eso. O simplemente para
escuchar…
—¿Por tu parloteo sin fin? —gruñó Rosier, alejándose de Caleb—. ¡Si
quieres un confidente, compra un diario! ¡Mi hijo está para cosas mejores!
Me encontré con los ojos de Pritkin.
—Sí. Lo estás. Pero tú preguntaste. Y no sé cómo decir las cosas
bien; no sé lo que quieres. Sólo sé que te necesito, te necesito, no puedo
hacer esto sin ti… —Ahora estaba llorando, ya que no tenía a Eugenie, no
me tenía a mí misma. Pero no podía evitarlo porque estaba jodida con esto,
estaba todo mal, y él iba a dejarme…
—Oh, perdónanos —dijo Rosier, sonando disgustado, pero apenas lo
oí. Todo lo que podía ver era el rostro de Pritkin. Todo lo que podía pensar
era que esta podría ser la última vez que lo viera.
Y eso era suficiente para hacer lo que un ejército de demonios no
podía, enviándome en un pánico en toda regla.
—¡No puede irte! ¡No puedes!
Fuertes manos se apretaron sobre las mías.
—Cassie…
—Sólo inténtalo. Sólo tienes que tratar.
—No es así de simple. Incluso si… —Se detuvo.
—¿Incluso si, qué?
—Cassie, el Concilio… no es como un tribunal humano, con reglas y
procedimientos, y una apariencia de justicia. Ellos son arbitrarios y
caprichosos en el mejor caso, y en el peor… son la definición del caos.
Parpadeé hacia él. Porque había oído esa palabra antes.
—Mi madre dijo que el caos es como saltar de un acantilado, sin
saber lo que está en la parte inferior —le dije—. Pero ella no parecía pensar
que fuera tan malo. No entendí lo que quería decir, pero creo… tal vez lo
entiendo ahora. A veces no hay garantías. A veces, si quieres algo lo
suficiente, sólo tienes que saltar.
Pritkin no se movió, pero algo cambió en su rostro mientras me
miraba. No estaba segura de lo que fue, pero a su padre no parecía
gustarle. Nada.
—Bien —dijo Rosier rotundamente—. Vamos a hacer esto de la
manera difícil.
La manera más dura resultó ser condenadamente dura.
—¡Mierda! —maldijo Caleb cuando la puerta reventó y el bar fue
rodeado por una masa de familiares guardias vestidos de azul. Que parecía
que también se acordaban de nosotros. Y de ninguna manera podíamos
asumir que había muchos iguales a alguno de nosotros.
Pero entonces Pritkin agarró a Rosier y lo arrojó a la primera oleada.
Quienes se tambalearon hacia atrás sobre una mesa llena de gente del
lugar, enviaron a volar vasos y jarras de jugo del infierno. Golpeando a un
montón de polvorientos clientes vestidos de gris por el suelo.
Eso no pareció molestar demasiado a los guardias, que estaban
ocupados golpeándolos de regreso a sus pies, más de uno de ellos sacando
esas malditas espadas curvas. Hasta que una retorcida extremidad gris-
verde como bulto, poco menos que una mano más como una probóscide7,
serpenteado debajo de las capas de los clientes. Estropeando la espada
más cercana como papel aluminio.
Y claro, eso funciono, pensé, justo antes de que los guardias y los
muebles comenzaran a volar.
Tuve que tirarme al asqueroso piso para evitar una silla, que se
astilló contra la pared detrás de mí en una lluvia de pedacitos. Pero para
entonces estaba debajo de la mesa, agarrando a Casanova y a la botella
que aún sostenía.
—¡Dame eso!
—Consiguelatuya —dijo arrastrando las palabras, y agarrándola de
nuevo. Parpadeó alrededor con ojos legañosos, antes de enfocar al guardia
con velo que acababa de zambullirse detrás de mí. Sólo que Casanova
aparentemente pensó que él también iba tras su precioso jugo del infierno.
Así que lo golpeó en la cabeza con ella.
—¿Nosvamos? —preguntó mientras el guardia se desplomaba,
dejándonos con una vista de la lucha de piernas y el parpadeo de espadas.

7 Probóscide: Órgano alargado, como la trompa de los elefantas o tapir.


Y una protuberancia carnosa gris-verdoso que parecía estar comiéndose
una silla.
—¡Bar, pelea!
—Oh. No he estado en una de esas en… —Una espada curva cercenó
la mesa limpiamente en dos—. ¿Y ahorarecuerdoporqué?
Nos movimos hacia atrás cuando los lados cayeron, lo que nos dejó
mirando a un enorme guerrero en túnica azul, su espada brillando con
sangre negra. Lo miré y me devolvió la mirada, y por debajo del velo que
llevaba, lo vi sonreír. Porque no teníamos armas, Caleb y Pritkin habían
saltado a la mitad de un pelotón y la cubierta más cercana era un pilar a
unos metros detrás de él, que bien podría haber estado en otro planeta…
Y entonces la espada estaba cortando hacia abajo, no había tiempo
para gritar, no había tiempo para nada excepto para desplazarse o morir, y
no podía desplazar, yo sabía que no podía…
Y no lo hice.
Al menos, no a nosotros.
Lo supe porque un segundo más tarde, todavía estábamos sentados
en el mismo charco de jugo del infierno derramado, debajo de la misma
mesa cercenada, frente al mismo guardia asesino. Pero el pilar que había
estado allá…
Ahora estaba aquí.
Con una cuchilla de aspecto malvado atascada a mitad del camino,
en el centro del pilar.
—¿Qué hiciste? —gritó Casanova, su voz llegó hasta el falsete. Tal
vez porque la punta de la cuchilla se había detenido a centímetros de sus
ojos bizcos.
Me quedé mirando la espada, y luego vi por la ventana, todavía
estaba evadiéndome como una baraja de cartas. Y pensé que tal vez lo
sabía.
—Esto es la Tierra de las Sombras —susurré mientras el guardia
empezó a tratar de sacar su espada.
—¿Y?
Agarré la cabeza de Casanova y la giré hacia la ventana.
—¡Así que puedes pensar en las cosas como las quieres!
—Pero… pero eso sólo es acerca de cómo se ve.
—¿Estás seguro? —le dije cuando el frustrado guerrero dio un
rugido y golpeó el terco poste.
Que se movió rápidamente, un metro hacia atrás y se estrelló contra
su rostro.
Y le dio un puñetazo de regreso.
—Veo a lo que te refieres —dijo Casanova cuando el chico cayó sobre
su culo, con una impresión de los especiales del día estampados sobre la
frente.
Y luego, varios guardias más corrieron en ayuda de su compañero. Y
tuvieron las mitades de las mesas colgadas en las cabezas por un vampiro
rápidamente sobrio. Y luego estábamos rodando, aullando y
arrastrándonos por el suelo sucio, tratando de mantener los pilares de la
barra entre nosotros y los chicos tratando de matarnos.
Pero eso era un poco difícil cuando estás traqueteando alrededor
entre salvajes piezas de madera revueltas, como un pinball en un juego
particularmente agresivo.
O haciendo eso imposible. Un pilar de repente apareció en el espacio
justo frente a mí, casi haciendo que me rompiera la nariz. Casanova se
golpeó con otro, cayó hacia atrás en una postura desgarbada, y tenía a un
tercero golpeando entre sus piernas.
Una expresión de dolor y furia mezclada se apoderó de su rostro
sonrojado por el vino. Y después un desafortunado guardia decidió golpear
al vampiro mientras estaba en el suelo, y se abalanzó sobre él. Consiguió
impulsarlo hacia la puerta como una pelota de béisbol, cuando Casanova
se levantó de un salto, agarró una silla y empezó a golpear.
—¡Desplázanos! —gritó.
—¡No puedo!
—¿Qué?
—Mi poder está actuando…
—¿Qué?
Salté hacia un lado para evitar un guardia que se deslizó por atrás.
Y luego otra vez para perder a la criatura que lo seguía. Y después tuve
que hacerlo una tercera vez empezando un raro baile de esquivar, con la
espada y el pilar, que alguna manera estaba manteniendo delante de mí
como un escudo.
Porque parecía que el juramento de Rosier de no matarme no se
extendía a su pueblo.
Y, bueno, no era el momento para una explicación de la dificultad de
utilizar mi poder fuera de la Tierra. O el hecho de que estaba teniendo
problemas con él, incluso de regreso en casa. O el hecho de que no
entendía cuáles eran esos problemas. Sólo había una cosa que importaba
en este momento, con Casanova lanzándome dagas con la mirada porque
no podía hacer temblar mi nariz y sacarnos de todas las situaciones
posibles.
—¡No puedo desplazarnos, maldita sea! ¡Piensa en otra cosa!
Pero Casanova no quería pensar; quería quejarse de mí.
—¿Vienes al infierno y no hay forma de salir? ¿Estás lo…?
Se interrumpió cuando tres guardias le brincaron, aparentemente
confundiendo el lloriqueo constante con debilidad.
Pero Casanova no era débil. Prefería dejar que otras personas
hicieran frente a sus problemas, preferentemente mientras se quedaba
alrededor e informaba acerca de lo que estaban haciendo mal. Pero cuando
llegaba el momento, era perfectamente capaz de tirar todo abajo, y al lado,
y a través de una ventana, como los guardias estaban aprendiendo eso
rápidamente.
—¡Atrás de la barra! —me gritó—. ¡La barra!
Y síp, el enorme rectángulo viejo que parecía de roble pero que
probablemente no lo era, era el único escondite disponible, a excepción de
las endebles mesas que estallaban cuando las mirabas. Pero la barra
parecía muy muy lejana, y estaba quedándome rápidamente sin pilares. Y
así me quedé sin escudo, cuando el que estaba delante de mí finalmente
fue cortado en dos, y una espada cortando venía por mi yugular.
Y falló.
Porque el tipo se sacudió y retrocedió tambaleándose, lo que no tenía
sentido.
Hasta que me di cuenta que estaba, de repente, mucho más corto.
—¡Ja! —dijo Casanova, sacando la alfombra debajo de él, al estilo de
la Tierra de las Sombras, y desee que fuera un gran trozo de suelo.
Y entonces un cliente fue arrojado sobre él y se tambaleó hacia mí y
todos nos caímos. Golpee una mesa y reboté, sólo para caer de rodillas y
golpeada por el codo de alguien. Y luego en el suelo por la rodilla de
alguien. Mi barbilla golpeó con fuerza, y cuando miré arriba, aturdida y
herida…
Fue para ver a un sangriento y aterrado Pritkin siendo arrastrado
hacia la puerta.
Estaba rodeado de lo que debía ser una docena de demonios,
mientras Rosier y media docena más se defendían de Caleb. Y de repente,
lo entendí. El viejo adagio sobre la posesión de nueve décimas partes de la
ley también debía ser cierta para los reinos demoníacos, porque Rosier iba
a llevárselo.
Y luego desafiaría al Concilio a violar su soberanía y llevárselo de
regreso.
Nuestros ojos se encontraron por un instante al otro lado de la
barra, y el triunfo cruzó los suyos. Porque ambos sabíamos que ellos no
iban a sentar un precedente peligroso por la hija de un viejo enemigo. Una
vez que Pritkin volviera a entrar en el reino de su padre, no iba a salir de
nuevo.
Pritkin también debió de darse cuenta de eso, porque estaba
luchando duro. Pero no tenía armas y uno de sus brazos colgaba
inútilmente a su lado y el otro tenía a cinco guardias colgando de él,
quienes de repente retrocedieron tambaleándose y gritando, cuando una
bola de fuego hizo erupción alrededor del brazo blindado de Pritkin y puso
sus ropas en llamas.
Un montón de refuerzos corrieron, a pesar de que las probabilidades
ya eran ridículas. Seis de ellos agarraron mesas para usarlas como
escudos y saltaron por Pritkin, el resto corrió a ayudar a Rosier. Qué fue
capaz de girar hacia su hijo y levantar una mano…
Y el fuego se apagó bruscamente.
Pritkin todavía tenía sus propios escudos, al menos por el momento,
pero no importaba. Los guardias obviamente habían tenido suficiente
tratando de arrastrar a un reacio Señor Demonio a ninguna parte, y con
los números adicionales, no tenían que hacerlo. Ellos sólo lo izaron del
suelo, había demasiados, incluso para que él luchara, y él estaba casi
afuera de la puerta…
Así que hice lo único que podía hacer.
La moví.
En concreto, moví el techo, que era el único lugar que se me ocurrió
que podría ayudar. Pero eso parecía haber sorprendido a los guardias, que
todavía estaban tratando de usarla para entrar. Y en su lugar terminaron
cayendo a través del techo y a los alrededores de Pritkin.
Un bono, pensé sin expresión, mientras pateaban y se golpeaban, y
él saltó libre, pareciendo un poco loco.
Pero no tanto como Rosier cuando giró hacia mí y gritó algo en un
idioma que no conocía. Y cada guerrero en el lugar se detuvo
abruptamente. Y también se veían locos.
Después vinieron corriendo hacia nosotros.
—Joder —jadeó Casanova.
No dije nada, porque estaba luchando para hacer que mis pies
funcionarán, por qué, no lo sé. No era como si tuviera tiempo de hacer
nada, o incluso para formar un plan. Pero no importaba, porque mis
piernas no estaban recibiendo órdenes, y mis ojos seguían perdiendo el
enfoque y luego algo me golpeó en la cabeza.
Pero no fue un guardia.
Fue…
—Bien hecho —gruñó Casanova. Y comenzó a tirar botellas rápido
sobre la barra de la que de alguna manera de repente estábamos detrás.
Agarré mi cabeza palpitante, que había conectado con la parte
inferior de la barra superior, una sensación de mareo, y una confusión
realmente mala. Y vi que el camarero estaba en cuclillas junto a la pared,
mirándose igualmente perplejo. Tal vez porque de repente no tenía nada
para agazaparse detrás.
Porque no se había movido de la barra; la barra se había trasladado
a nosotros. Pero no lo había hecho. Y entonces alguien vino deslizándose a
través de ella, y otra persona saltó encima de ella, y…
—¿Fuiste tú? —le pregunté a Pritkin, que ahora de alguna manera
estaba aquí, sobre su espalda, su mano buena envuelta alrededor de la
garganta de su padre.
—La puerta —dijo, medio estrangulado, ya que lo mismo ocurría a la
inversa.
—No, yo hice lo de la puerta —le dije, y golpeé a Rosier en la cabeza
con una botella de nuestro decreciente alijo.
—¡Esa puerta! —carraspeó Pritkin, sus ojos entornados.
Lo cual también tomé como una mala señal hasta que miré hacia
arriba.
Y fui golpeada en la cara por algo peludo.
Me lo quité de encima y encontré un rollo de cuerda en mis manos.
Extraño, pensé. Y luego Rosier se había ido y Pritkin estaba enrollándola
alrededor de mi cintura.
Traté de ayudarlo, porque su mano no parecía funcionar bien. Pero
tampoco funcionaba la mía.
—¿Dónde vamos?
—Afuera.
—Oh, bien.
—¡Vamos! —Oí la voz de Caleb y miré arriba de nuevo. Y lo vi
colgando de la puerta de frente del bar, que ahora se abría en el techo
sobre nuestras cabezas.
Y después estaba siendo remolcada, en un rápido paseo arriba y
hacia fuera, a la azotea, donde aterricé en algunas desagradables tejas que
magullaron mi trasero. Y luego me congelé, porque la Tierra de las
Sombras siempre estaba fría. Pero eso estaba bien, porque me aclaró un
poco la cabeza.
Suficiente para darme cuenta que Pritkin y Casanova todavía
estaban allí.
Me apresuré de nuevo al borde de la puerta, donde alguien más
estaba sobre la cuerda, alguien lo suficientemente pesado como para
provocar que Caleb se esforzara. Gateé de regreso y agarré el borde de la
cuerda, pero antes de que pudiera hacer nada, Casanova estaba subiendo
por la abertura.
—Salvé una —me dijo, un poco despeinado.
—¿Qué?
Él sacó una botella de jugo del infierno de la oscuridad y la puso
sobre las tejas.
—Era la única que quedaba.
El edificio se sacudió cuando una especie de grave hechizo resonó
abajo en la habitación, y lo agarré por las solapas.
—¿Dónde está Pritkin?
Y entonces allí estaba él, luchando por impulsarse más allá del
marco de la puerta con un solo brazo funcionando. Pero se las arregló,
incluso antes de que Caleb pudiera ayudarle, como si tuviera un infierno
de condenada prisa. Y un segundo después me di cuenta por qué.
Cuando la sección del techo en la que estaba arrodillada
repentinamente se derrumbó.
Tuve una fracción de segundo para ver el rostro malvado de Rosier,
un bosque de espadas brillantes y todo el piso desmoronándose bajo mi…
Y mi brazo estaba casi arrancándose fuera de su órbita cuando
alguien me atrapó.
Miré hacia arriba para encontrar a Casanova mirándome fijamente,
como si tampoco pudiera creer que había logrado eso. Especialmente con
una sola mano, porque todavía estaba sosteniendo la maldita botella con
la otra. Y después estaba gritando, jalándome hacia arriba y gritando de
nuevo, porque sus pies se deslizaban por el borde ensanchándose.
Y entonces Caleb me echó hacia atrás y Pritkin me agarró.
—¡Corre!
Lo cual, síp. Pero la cascada de antiguos azulejos, vigas medio
podridas y yeso con moho que había sido el techo hacía parecer como que
estábamos corriendo en el lugar incluso a medida que corríamos por el
borde. Porque el precipicio venía junto con nosotros, pisándonos los
talones.
Y luego cuando se acabaron, en una masa hirviente de escombros,
justo cuando Caleb me agarró y me cargó, en lo que parecía la dirección
equivocada, pero no podía gritar con la garganta llena de yeso. Y luego
caíamos otra vez, rápido, pero no podía entender por qué, hasta…
—¡Mierdaaaaaaa! —grité, encontrando que el polvo no es rival para
un chispeante paseo en tirolesa en un cable eléctrico, colgando del trozo de
cuerda que Caleb había arrojado sobre la parte superior y acelerando
rápido, demasiado rápido, jodidamente rápido hacia un edificio de un piso
al lado de la calle.
Al que llegamos justo cuando un grupo de guardias de índigo salió
del bar detrás de nosotros, y despegaron como bateados por el infierno. O
siervos de un muy enojado Señor Demonio, como sea. Y luego no pude
verlos más porque estábamos corriendo por las escaleras, y luego
arrojándonos a través de la azotea de un segundo edificio y corriendo
hasta el borde y no, no, no…
A continuación, saltando a través de una demasiado amplia caverna
que casi no lo logramos, los pies de Casanova se deslizaron por el borde,
moviendo salvajemente los brazos, lo agarré y dimos vueltas, y luego Caleb
me agarró y los tres hicimos un extraño baile, desafiando a la muerte en
una repisa de cinco centímetros antes de que Pritkin nos agarrara y nos
diera un tirón hacia atrás.
Y luego corrimos otra vez.
—¿Dónde está el Concilio? —gritó Caleb mientras machacábamos el
techo.
—Menos de una cuadra —dijo Pritkin, lo que debería haber sido una
buena noticia. Sólo que no sonaba como si lo fuera.
Tampoco se veía como si Caleb lo pensara así.
—¿Cuál es el problema? —exigió.
—Eso —dijo Pritkin mientras corríamos hasta el otro lado del techo.
Y síp.
Este lado tenía una escalera de incendios para bajar, pero a nosotros
no nos hacía ningún bien. Porque la calle de abajo repentinamente había
decidido que no quería ser más una calle. Y se convirtió en una
alcantarilla.
Y luego cambió, un jardín con paredes de piedra. Y oye, listo, un
túnel de alcantarillado. Cambiando tan rápido, que me estaba mareado, y
ni siquiera había bajado allí. No me podía imaginar tratando de navegar
por un metro en medio de un paisaje que cambiaba constantemente,
mucho menos una cuadra.
Sólo que no se veía como si alguien quisiera que tuviéramos esa
pequeña oportunidad.
Porque el edificio de repente se sacudió a nuestro alrededor, como la
réplica de un terremoto golpeándolo. Sólo que el terremoto estaba
llegando, no yéndose. Y nos sacudía hacia arriba…
Y arriba, y arriba, y un poco más arriba, porque el edificio se elevaba
de la tierra, pisos adicionales eran explotados fuera de la tierra como
coches en un tren de carga en recta dirección hacia el cielo.
—Oh, mierda —dijo Casanova miserablemente. Y luego—: ¡Puta
madre! —Cuando los pedazos de cuerda regresaron de nuevo.
Y esta vez, estaban del lado de Casanova.
Porque sí, había otra línea eléctrica, unida al lado del edificio. Y sí,
había crecido junto con el resto de este lugar. Pero el edificio ahora tenía
unos buenos catorce pisos de altura, por lo que la línea era una caída casi
perpendicular a una pequeña forma de poste allí abajo del infierno.
El cual ni siquiera podía quedarse allí un minuto, por la forma en
que iban las cosas.
Y entonces no lo hizo, cuando Pritkin hizo un gesto con la mano y el
poste se arrastraba rápidamente por la calle que era una calle otra vez, por
el momento, entrando y saliendo del loco paisaje como un esquiador en
una colina, sólo para detenerse en la entrada de un gran edificio justo al
final.
Un edificio que parecía un edificio municipal, pero probablemente no
lo era.
—Oh Dios —dije, con sentimiento.
—¡Puta madre! —repitió Casanova, retrocediendo.
—Es factible —dijo Caleb decididamente.
—¿En qué universo?
—¿Tienes un plan mejor? —preguntó Pritkin, lanzando su muy
delgada y no del todo robusta cuerda sobre la línea.
—¡Sí! ¡Cualquier cosa que se realice en el suelo!
—Hombre arriba —aconsejó Caleb.
—Soy un vampiro…
—Todavía tienes miedo a las alturas.
—¡Sí! —dijo Casanova histéricamente—. ¡Son una de las pocas cosas
que me pueden matar! ¡Odio el fuego y odio las alturas!
—¿Cómo te sientes acerca de las apuestas?
—¡Muy divertido! ¡Muy jodidamente…! —Se interrumpió cuando un
familiar relámpago rojo rasgó a través del techo y explotó contra el borde
del edificio—. ¿Qué están haciendo? —gritó.
—Tratar de conseguir un premio —gruñó Pritkin. Y me acordé de lo
que había dicho antes, acerca de tener enemigos, incluso en la Corte. Pero
maldita sea, Rosier estaba aquí…
Sólo que no estaba, me di cuenta. No había traje gris pulido entre las
túnicas azules que saltan desde el otro techo al nuestro. Él debía estar
abajo en la calle, manteniendo el juego. Y eso significaba…
—¡Oh, mierda!
Supongo que Casanova estaba de acuerdo. Porque agarró a Caleb,
quien agarró el otro trozo de cuerda.
—¡No, Caleb toma a Cassie! —dijo Pritkin—. Vas con…
No oí el resto, si es que hubo algo más, porque estaba siendo
brutalmente empujada hacia atrás. Golpeé el duro concreto, cuando un
rayo rojo explotó donde todos habíamos estado en pie, y parte del techo se
desintegró en una masa de piedra volando. Me hubiera agachado y
cubierto la cabeza, pero estaba la parte donde Caleb y Casanova habían
estado de pie, y estaba gritando, luchando y…
Y los vi ampliar la distancia a lo largo de la delgada línea de vida que
Caleb había conseguido enganchar incluso cayendo. Un alivio casi
vertiginoso me inundó. Iban a estar bien; siempre y cuando se sostuvieran
de la línea, iban a estar…
—¡Cassie! —Había hechizos golpeando por todas partes,
ensordecedores, pero oí eso y mi cabeza se sacudió alrededor. Para ver a
Pritkin, iluminarse por un segundo, por la luz de un hechizo no-natural, y
la silueta contra una enorme bola de ebullición de energía viniendo. Y
entonces lo estaba agarrando porque él no podía agarrarme y a la cuerda
al mismo tiempo, asumiendo que él fuera capaz de agarrarla cuando ni
siquiera podía ver con toda esa extraña luz saltando…
Y luego también estábamos saltando, y cayendo, el techo estaba
explotando y…
Y hubo un momento desorientador de caída libre en medio de
calientes escombros volando, surcando el aire, y no, no, no, no, NO…
Pero luego lo agarramos, un tirón apenas perceptible en un
filamento de la línea que apenas cambiaba la sensación de las cosas,
porque esta era también una caída casi libre, una loca mezcla de viento
silbando, abyecto terror y desesperación de bragas mojadas. Y eso fue sólo
el descenso inicial. Entonces golpeamos la curva en la parte inferior, donde
la línea se sumergía casi todo el camino hasta la calle y sentí piedras
sueltas bajo mis sucios pies por un momento, una experiencia totalmente
surrealista que había elevado mi corazón a mi garganta si no hubiera
establecido su residencia permanente allí…
Y luego despegamos, nuestro impulso tirándonos hacia arriba y
adelante al mismo tiempo, en un loco eslalon8 por una calle en constante
cambio.
Durante un largo rato, no pude ver nada, una ráfaga de neón en
cada lado, serpentinas de colores como cometas en la noche, subiendo y
bajando cuando las señales y edificios brotaron dentro y fuera de la
existencia, los taxis tocaban el claxon, la gente nos gritaba o corría para
quitarse de nuestro camino.
Pero por alguna loca razón, me estaba riendo mientras corríamos
hasta el techo de un coche, empujando, saltando sobre la parte superior
de un autobús, lanzándonos sobre el otro lado justo frente a otro coche
loco que tocaba el claxon, y luego rebotamos hacia arriba sobre un fondo
rojo, un autobús de dos pisos que nos sorprendió cuando nuestra tirolesa
improvisada entregó el espíritu.
Golpeé el pasillo libre, todavía jadeando en una salvaje risa loca,
fuera de control que coincidía con una situación loca que no podía existir,
pero de alguna manera lo hacía, me tomó un segundo darme cuenta que
Pritkin también estaba riendo. Y después estábamos corriendo por las
escaleras de caracol, saltando a la banqueta y nos estrellamos contra
Caleb y Casanova mientras corrían por nosotros en la calle.
—Apaga el espectáculo —dijo Caleb sin aliento.
A partir de ahí fue un guion corto a través de las puertas del gran
edificio, a través de un extraño vestíbulo de aspecto normal, y un pasillo
de aspecto no tan normal, y luego a través de una serie de puertas
dobles…
Introduciéndonos en un óvalo oscuro aparentemente interminable,
resbaladizo, sin fisuras y plagado de estrellas.
Y una voz que se estrelló como trueno a nuestro alrededor.
—El Concilio entra en sesión.

8 Slalon: (del noruego slalom) es zigzagear entre diferentes obstáculos.


No sé lo que esperaba. Tal vez un tribunal o una sala de juntas, algo
que lo hiciera parecer cómodamente familiar a ojos humanos. Pero todo
había terminado en la puerta. Supongo que si has llegado hasta aquí, o
bien no se suponía que necesitáramos comodidad o no pensaban que lo
mereciéramos.
Me pregunté en qué categoría encajamos mientras miraba alrededor,
tratando de obtener control.
Fue un poco difícil, ya que no había nada a que agarrarme. Era
como si acabara de salir de una nave espacial a un campo de estrellas,
siendo repentinamente confrontada por un espacio grande y oscuro de
cientos tal vez miles de versiones de la criatura de luz que había visto en la
calle. Algunas eran pequeñas y tenues, otras grandes y brillantes, pero no
podía decir si eso tenía que ver con el poder o si algunas estaban
simplemente más cerca que otras.
No podía decir mucho de cualquier otra cosa tampoco, ya que,
literalmente, no podía ver mi mano delante de mi cara. Había un montón
de luz, pero no parecía reflejarse en nada. Era como el espacio entre las
estrellas, sin límites y negro, sólo un vacío monótono.
Y espeluznante como el infierno.
También era muy incómodo. No sólo no podía ver el rostro de
Pritkin, el de Caleb o incluso el de Casanova, a pesar de que él había
estado a mi lado hace un segundo, sino que la más absoluta oscuridad
estaba haciendo estragos en mi sentido de la orientación. Seguía pensando
que estaba a punto de caerme, pero tampoco parecía que pudiera hacerlo.
O tal vez eso ya lo había hecho. Mi cerebro seguía enviándome sensaciones
extrañas, como si tal vez ya no estuviera totalmente vertical.
De alguna manera nos sentíamos como si estuviéramos flotando,
simplemente espíritus al azar yendo junto con la marea, yo, los chicos, un
montón de enojados Señores Demonios…
—Todos flotamos aquí abajo —murmuró Caleb, en algún lugar a mi
izquierda, como si me hubiera oído. Y sí, eso es lo que necesito ahora,
Caleb, pensé ferozmente, Stephen Demente King. Pero, por una vez, mi
cerebro no se enganchó en el simbolismo y empezó a torturarme. Tal vez
porque ya lo tenía cubierto.
Era tan increíblemente tranquilo. Después de esa declaración inicial,
no se dijo nada más. No sabía si estaban esperando por nosotros, o si se
suponía que debíamos hacer o decir algo, pero no había nadie. Incluyendo
a Pritkin, quien había estado aquí antes, por lo que presumiblemente
conocía las instrucciones. Así que no dije nada tampoco, no era divertido.
Había leído en alguna parte que el cerebro humano no funciona bien
cuando se le priva de las fuentes habituales de estimulación. Como
cuando la gente entra a esas cámaras de aislamiento acústico que cortan
el ruido normal de fondo. Al parecer, debería ser relajante, incluso pacífico,
todo silencioso…
Pero después de unos minutos, el cerebro hambriento de estímulos
comienza a enloquecer, porque necesita ese tipo de cosas para navegar y
equilibrarse, para no empezar a imaginar monstruos en las esquinas.
No es que eso fuera un problema aquí.
Pero sólo porque este lugar no tiene esquinas.
No, sólo tenía una mierda de vacío de cosas, que salieron de golpe en
la oscuridad y que no me gustaban mucho y que de todos modos comían
gente, probablemente pensarían que eran por cierto reembolso después de
todo lo que mamá les había hecho pasar y… Cállate, Cassie.
Sí. Sí, eso sería bueno. Excepto que cuando apagué mi parloteo
mental, empecé a tener problemas con el material auditivo, susurros a
medio oído y distantes, sonidos que no se encuentra en la tierra. Crujidos
extraños, como si pudiera ver detrás del colectivo espectáculo de luz, lo
que estaba allí no se vería totalmente humano. O, ya sabes, nada.
Y está bien, tal vez me había equivocado.
Quizás la oscuridad no era tan mala.
Y entonces, de repente ya no estaba.
Ocurrieron dos cosas a la vez: mi madre apareció en la mitad del
enorme espacio, derramando un gran halo de luz alrededor de ella, y un
gran golpe de fuga de energía, lo suficiente para tambalearme.
No era una fuga normal Estaba tan cansada, era como el que había
experimentado últimamente… como desde que la visité. Y síp, tal vez
debería haber puesto eso junto antes de este momento. Pero este era peor,
y también mucho más literal, como si todo ese poder al que no había
podido acceder, a cosas como el desplazarme, luchar y salvar mi vida
estuvieran brotando, como una pared de agua brillante detrás de una
presa. Una presa que acababa de ser violada.
Y, oh, mierda.
Casi podía verlo, un río espumoso de poder fluyendo de mí hacia
ella, encrespándose alrededor de sus pies en una corriente reluciente. O
tal vez una inundación porque era mucho, mucho más poder del que yo
utilizaba para desplazar o detener el tiempo o… nada. Mucho más de lo
que jamás había canalizado una vez en mi vida.
Y eso fue a pesar del hecho de que ella no estaba realmente aquí.
Podía ver las estrellas a través de ella al otro lado, a pesar de que no era
un fantasma. Yo sé de fantasmas. Era más como si estuviera en una
versión inter-temporal de Skype.
Y la señal estaba funcionando a través de mí.
Así que me tomó un momento para reponerme, prestar atención a
algo, además de las reclamaciones enérgicas de mi cuerpo demasiado
humano, y darme cuenta, que ella se veía exactamente igual.
Bueno, tal vez no exactamente. Había algunos cambios; la melena
brillante era una llama de cobre en la oscuridad, los ojos violetas eran
enormes y luminosos, la piel de porcelana brillaban como si tuviera su
propia fuente de luz. Pero todavía iba vestida con simple blanco, no estaba
a diez metros de altura o en una masa de ebullición de energía como el
último dios que había visto, y no llevaba ningún apoyo, supongo que
inconscientemente esperaba arcos, flechas, escudo, corona...
No es que me decepcionara… no exactamente. Es sólo que, bueno,
justo ahora podríamos haber utilizado un poco el factor intimidación. En
cambio, ella se tomó un momento para inspeccionar la escena y luego
sonrió, casi con coquetería.
—Ha sido un largo tiempo, mis señores. ¿Me extrañaron?
Nada agradable, mamá, pensé un poco desesperada, cuando un
estruendo infeliz reverberó por toda la habitación.
Pero no parecía molestarle. Pestañas largas ensombrecieron sus
mejillas de porcelana por un momento cuando una irónica sonrisa tiró de
sus labios.
—No. Supongo que no.
—Te conocemos, oh, Ninmesarra.
Una de las estrellas abandono el cielo, transformándose en un
hombre de aspecto agradable con un traje oscuro. Era rubio, como Rosier,
pero las similitudes terminaron allí. Tenía el cabello fino y alisado hacia
atrás, su cara era redonda y no particularmente memorable, excepto por
una hendidura notable en una barbilla de lo contrario corriente. Parecía
joven, tal vez de mi edad, tal vez unos pocos años mayor, y su voz era
suave, casi dulce.
Le fruncí el ceño.
Él no tenía nada de demonio.
—Lo que no sabemos es por qué vienes ante nosotros —añadió,
deteniéndose a unos metros de distancia del resplandor que mamá estaba
derramando, sí, había un piso aquí abajo, supongo que para uso de
nosotros los tipos corporales. Lo pude ver cuando él caminó, por las
sombra derramada por su cuerpo. Porque la luz de mamá hacía que se
alargaran.
Y fue increíble lo bien que me sentí, sólo viendo esos pocos metros
cuadrados de normalidad. Levanté mis pies, uno a la vez, y los puse hacia
abajo de nuevo, deliberadamente raspándolos por el piso que ahora
realmente podía sentir. Y el extraño bucle que mi cerebro había estado
haciendo se calmó un poco.
Lástima que no hizo nada acerca de la fuga de energía.
Mamá me miró.
—La comunicación utilizando Seidr es difícil para los seres
humanos, y mi hija debe soportar la carga sola. Por lo tanto, voy a ser
franca, mi tiempo aquí es breve. Ella ha venido para pedir por la vida de
un hombre. Yo… no.
Eso obtuvo una reacción, en forma de parpadeo aburrido, de mí. Y
una repetición mental de algunas lecciones de historia de Pritkin. Por
favor, dime que no he jodido esto, pensé sin comprender. Por favor, por
favor, por favor…
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó el hombre, frunciendo
el ceño ligeramente. Como si no estuviera más feliz con su respuesta que
yo.
—Para conceder una bendición, Adra. ¿O debería decir, otra?
—¿Cuándo la Destructora Mundial ha hecho nada más que daño? —
Fue una voz más dura esta vez, pero no podía decir de dónde venía.
Hasta que una figura más corta, más gruesa, se puso de pie sobre el
pedazo de piso con luz que mamá iluminaba.
Y, bueno, eso estaba mejor. Con el primer chico podría haberme
dejado llevar por una falsa sensación de seguridad, como si lo conociera de
algún lugar, pero ese no sería el problema con éste. No es que eso
significara un carajo, por lo que sabía, el nuevo tipo era un pusilánime.
Había aprendido a tratar con los vampiros que no juzgaban por el aspecto.
Pero eso era un poco difícil cuando la apariencia en cuestión era tan
extraña.
Él, y estaba adivinando basándome únicamente por la voz, era
pastoso, pálido y con bultos debajo de una túnica oscura. Y por lo que
podía ver, no tenía rasgos faciales que un humano pudiera reconocer.
Tenía una cabeza; al menos estaba asumiendo que eso era el bulto sobre,
lo que también estaba asumiendo eran sus hombros, por así llamarlos,
aunque me importaba un carajo. Pero en lugar de ojos, nariz y boca, tenía
un montón de antenas o tentáculos o, el infierno sabía, de cosas blancas
ondeando que emergían de pústulas sobre el bulto como filamentos de una
anémona. Estaban rodeando un agujero alineado con lo que tenía que ser
por lo menos un par de cientos de pequeños dientes puntiagudos.
Y bueno, tal vez esa era la boca. No sabía y no quería acercarme lo
suficiente para averiguarlo. Y síp, esa era yo siendo racista e intolerante y
lo que sea, pero…
Aun así no lo haría.
Pero mamá no parecía preocupada. Levantó una ceja, de la manera
en que yo nunca había sido capaz de hacerlo. Cada vez que lo intente, las
subía tanto, dejándome ver como sorprendida en lugar de elegancia
divertida. Pero ella lo logró.
—¿Cuándo, Asag? Cuando maté a Ninurta, y puse a tu pueblo libre
de diez mil años de esclavitud. Cuando asesiné a Pazuzu junto con la
mitad de sus legiones, y así puse fin a la guerra que tú no podías. Cuando
el gran Kamish huyó de mí, sangrando por mil heridas, y lo
suficientemente débil para que pudieras cazarlo y exiliarlo…
—¡Nada de eso lo hiciste por nosotros! ¡No estabas tratando de
salvarnos! —La voz estaba furiosa.
—Por supuesto que no. Pero el resultado de mis acciones ha sido
útil, ¿no? O han olvidado cómo les azotaban, los que ahora llaman —
Horrores Antiguos— pero a quien una vez llamaron Señores y sirvieron
humildemente junto con todos sus parientes. ¿Han olvidado tan
rápidamente cómo se vanagloriaban en la sangre y la guerra, mientras que
su gente sufría en la miseria y el miedo sin fin, a la espera de ser llamados
una y otra vez, porque ninguna victoria era suficiente, y ninguna derrota
se consideraba definitiva…?
Mamá no paraba de hablar, pero yo estaba teniendo serios
problemas para concentrarme en ella.
Estaba experimentando algo así como el estremecimiento eléctrico
que había sentido con Mircea, sólo que era como decir que una gota de
agua se sentía como un diluvio. Y bueno, sí, esto podría explicar algunas
cosas. Por ejemplo, como continuaba haciendo aparecer otras cabezas, o la
mía… o eso podría hacer si supiera qué mierda estaba pasando. Pero no lo
sabía y no podía concentrarme con lo que parecían ser unos pocos miles
de voltios corriendo a lo largo de todas mis venas.
Ayúdenme, pensé vagamente.
—Les dejaron sangrando en el campo de batalla —estaba diciendo
mamá—. Alimento para los carroñeros. O acobardados detrás de sus
protecciones, solos en sus pequeños mundos, incapaces de crecer,
interactuar o explorar, por miedo a lo que merodeaba en la noche…
—¡Y tú, jefa de todos! —El demonio sonaba como si se estuviera
ahogando.
—Oh, no jefa, Asag, sin duda. No para ti. Yo sólo me alimentaba de
los poderosos.
La sala se rio, aunque ligeramente incómodos. No hizo mucho para
romper la tensión. Tenía la sensación de que nada lo haría.
—Piensen lo que quieran de mí —continuó madre—, el hecho es que
la matanza de los grandes permitió que voces más sensatas prevalecieran
en muchas Cortes, ayudó a traer fin a las guerras antiguas, e hizo mucho
para marcar el comienzo de la era actual, si no la paz, al menos más
estabilidad que habían conocido jamás.
—¿Y debemos darte las gracias por eso? —preguntó suavemente el
que ella había llamado Adra.
—No, pero deberían, quizá darme las gracias por miles de años de
libertad de las depredaciones de mi pueblo. Cuando les prohibí la tierra,
también les corte el acceso a sus mundos. Puede pensar que tomé
demasiado de ustedes, pero ¿Cuántos habrían tomado ellos? En más de
cuatro milenios, ¿cuántos?
—¿Están escuchando? —exigió Asag—. ¡Ahora ella es nuestro
benefactor!
—Es difícil escuchar nada —otra voz interrumpió—. Sobre tu
parloteo. Algunos de nosotros preferiríamos oír a la Reina del Cielo.
—¡El cielo es el lugar donde debería haberse quedado! ¡Junto con el
resto de su clase!
—Pero no nos quedamos. No vamos a quedarnos —dijo mamá
bruscamente—. Ustedes me preguntaron por qué he venido; era para
decirles esto. Mi gente se ha vuelto desesperada. Tuvieron un festín en los
años buenos, y se hicieron fuertes. Pero también mucho más numerosos.
Y a diferencia de ustedes, no restringen su población. Vienen ahora porque
deben hacerlo; nuestro mundo no puede soportar a tantos, incluso a un
nivel básico. Y cuando vengan, sea cual sea el precio, ellos vendrán por
ustedes. Y no van a tomar solamente los antiguos y se quedarán con ellos,
como yo lo hice. Los tomarán a todos.
—¿De repente, pueden volver, después de estar vetados durante
tanto tiempo? —preguntó el que ella llamo Adra—. ¿De repente, tu gran
protección falla?
Su voz sonaba menos loca que la del otro individuo, pero no estaba
segura de que estuviera menos escéptico. Supongo que no los podía
culpar; sonaba como que ella se las había jugado bastante bien en el
pasado. Pero si ella iba a convencerlos de algo, sería mejor que se diera
prisa.
Había pasado del cosquilleo, viajando a través de fuego, dije adiós a
lo abrasador. Y estaba empezando a acercarme a lo que sea que llamen
cuando uno de esos personajes de dibujos animados empujaba un dedo en
un enchufe de luz y se iluminaba, mostrando el esqueleto a través de la
piel. Incluso mi cabello se sintió crujiente. Un ser humano no estaba
destinado a canalizar tanto poder en bruto.
Y éste no iba a estar haciéndolo por mucho tiempo.
—No, pero como su hambre crece, también lo hace su desesperación
—dijo mamá, más rápidamente—. Ahora se arriesgarán a cosas que antes
habrían despreciado. Y ya no estoy aquí, para ser una muralla de los
mundos gemelos, o para ustedes.
—¡Podemos hacerlo sin ese tipo de muralla! —dijo Asag—. ¿No ven lo
que está haciendo? —le preguntó a sus compañeros demonios—. ¡Incluso
desde la tumba nos ataca! ¡Ella usa a su niña humana para hablar con
nosotros, al igual que hará uso de ella y del engendro íncubo para
terminar lo que empezó! ¡Y destruirnos a todos!
—¡Mi hijo no tiene nada que ver con esto! —La voz de Rosier sonó de
alguna parte—. Se los dije, es esa chica…
—¡Silencio! ¡Si no te hubieras opuesto a su ejecución hace años, no
estaríamos frente a este peligro ahora!
—El peligro al que se enfrentan no es por su culpa, Asag —dijo
mamá suavemente—. Tu paranoia es tan fuerte como siempre, y como
siempre está fuera de lugar.
El demonio comenzó a responder, pero fue interrumpido por el
demonio que mamá había llamado Adra.
—Puedes expresar tus preocupaciones después, mi Señor. Por
ahora, déjala hablar.
—No son a las divagaciones de Asag a lo que deben de temer —dijo—
. O a otros como él. Que son demasiado tímidos para hablar ahora, pero
que, cuando me haya ido, encubrirán su miedo en la voz de la razón.
Vamos a hacer lo que hicimos antes, dirán. Vamos a refugiarnos detrás de
nuestras paredes, detrás de nuestras cerradas y atrancadas puertas, y
esperar. Nos salvaron una vez; ¿por qué no de nuevo? Y de enemigos que
tal vez nunca regresen, o que si lo hacen, no tendrán la misma habilidad
que Ella Quién Controla los Caminos. No se atrevieron a cazarnos antes,
en nuestras propias tierras. No se atreverán ahora. Estamos a salvo…
Se interrumpió, su tono suave burlón, y la habitación se quedó en
mortal silencio.
—Vengo a decirles que no están seguros. Lo están sólo porque no me
interesaron antes. Podría haber tomado a cualquiera de ustedes, en
cualquier momento que me diera la gana, y ahora hay quienes son tan
poderosos como yo fui una vez. Ellos no tienen mi don, no. Pero tienen
otros. Y van a usarlos.
—¡Mentiras! —explotó Asag—. ¡Mentiras! ¿Quién es la única que nos
cazaba, que nos usaba, por la que juramos odio eterno? ¿Ha olvidado tan
rápidamente?
—Nos hemos olvidado nada —dijo Adra—. Y les advertí una vez.
Al menos, pensé que eso es lo que dijo. Apenas podía oír por encima
de mis latidos, no podía sentir mis piernas, y todo mi cuerpo estaba
temblando como si tuviera fiebre. Sentí la mano de alguien sobre mi brazo,
apretando firmemente, pero no podría decir quién. Alguien que estaba
tratando de mantenerme derecha, pero estaba más allá de cuidados. No
necesitaba estar de pie; sólo necesitaba que esto terminara. Sólo
necesitaba…
Darle tiempo para terminar.
Los ojos de mamá barrieron la habitación, y no había diversión en
su voz ahora, sin bromas, sin burlas. Era plana y sin concesiones, la voz
de un oráculo en pleno control de su poder. A pesar de todo, envió una ola
de piel de gallina sobre mis brazos.
Me pregunté si alguien más se dio cuenta; ella no sólo estaba
hablando.
Ella estaba profetizando.
—Ustedes están en equilibrio sobre el filo de una navaja. Únanse a
mi hija. Luchen con ella. Denle al íncubo cualquiera otro tipo de ayuda
que puedan. Porque si no lo hacen, llegará un momento, muy pronto,
cuando desearan haberlo hecho.
Cinco minutos más tarde, estaba en un sofá en el vestíbulo,
ligeramente humeando. Si fuera un dibujo animado, habría tenido el
rostro ennegrecido, el cabello parado completamente y espirales de vapor
flotarían fuera de mis oídos. Y no sería lo único.
—Bueno, eso podría haber ido mejor.
Ese fue Caleb, secándose la cara con un pañuelo de gran tamaño
que había sacado de entre todo el cuero. Su cabello no estaba parado
porque no tenía ninguno, pero su tono de piel que por lo general era
agradable tenía un tono ceniciento, y sus ojos estaban un poco más
abiertos de lo técnicamente necesario. Si hubiera sido cualquier otra
persona, habría dicho que estaba coqueteando con un ataque de pánico,
sólo que los magos de guerra no los tenían.
Por supuesto, ellos tampoco suelen estar frente a una sesión
completa del Alto Concilio Demoniaco.
No es que nosotros lo estuviéramos más. Había perdido la conexión,
o lo que fuera, con mamá, poco después de que la sala estallara en caos. Y
no del buen tipo. La extraña vibración que hacía sentir mi piel como si se
fueran a salir mis huesos, la que hacía como si estuviéramos en un
tambor gigante y alguien repentinamente hubiera decidido golpearlo hasta
el infierno. Y después no era el ruido, el que probablemente no habría
dado chillidos metálicos, aullidos agudos y trompeteos como de elefante,
pero mi cerebro había renunciado a tratar de darle sentido a esta mierda y
apenas había comenzado a echar la basura de allí.
Así que sí.
Podría haber ido mejor.
Por otro lado, la vibración, y la cosa ruidosa me habían hecho tener
arcadas sin vomitar. Y colapsar en la nada, ni siquiera en el piso porque
todavía no podía sentirlo correctamente, nada, era algo con lo que podría
vivir sin experimentarlo de nuevo. Pero la buena noticia era que habíamos
conseguido que nos patearan sobre nuestros colectivos culos.
La mala noticia era que Pritkin no había venido con nosotros.
Me quedé mirando las grandes puertas dobles que abrían el
Sanctasanctórum del infierno y, pese a todo, tuve un repentino impulso
de correr hacia allí. Y supongo que fue más que un impulso, porque lo
siguiente que supe es que estaba a medio camino y el brazo de Caleb
estaba frenándome.
—No hay oportunidad —se quejó.
—Sólo quiero escuchar…
—¿Qué? —exigió—. ¿El chillido?
—No te van a dejar entrar de todos modos —me recordó Casanova—.
Dijeron que no hay seres humanos en las deliberaciones.
—Pritkin está ahí…
—Es el acusado. Eso es diferente.
—¡Eso es lo que me da miedo!
—Aquí. —Casanova entregó su preciosa botella de jugo del infierno.
Parpadeé hacia él.
—Estás blanca como el papel —dijo bruscamente.
Tomé la botella, con un poco de cautela. Y bueno, si hubiera
necesitado una confirmación de que las cosas estaban mal, acababa de
tenerla. Casanova estaba siendo amable conmigo.
Estábamos tan jodidos.
Bebí. Las personas o cosas, o cosas que fingían ser personas iban y
venían, sin prestar atención a los tres vagabundos tumbados en la
esquina. Caleb seguía mirando a su alrededor, pero no como si se
estuviera tensando para luchar. Más como si la sosa familiaridad del
vestíbulo fuera tranquilizadora para él.
No estaba haciendo mucho por mí.
Largos minutos pasaron.
—Tal vez fue pensado como una táctica de negociación —espetó
Caleb repentinamente.
Miré hacia él. Parecía un poco menos asustado, pero no más feliz.
Conocía ese sentimiento.
Tenía tiempo para pensar que era una perra.
—¿Qué?
—Ya sabes —me dijo—. Todo eso de los dioses…
Pasé la botella.
—¿Crees que mamá estaba mintiendo?
Caleb tomó un trago, e hizo una mueca.
—No estoy diciendo eso. Ya hemos tenido un espectáculo de un dios,
y los niños patea culo de otro. Pero ella podría haber estado exagerando.
Ella fue a negociar, y en una negociación, siempre pides más de lo que
esperas obtener. Queremos a Pritkin, así que tu madre les pide…
—¿Un ejército? —dijo Casanova con incredulidad—. ¿Un ejército de
demonios?
Caleb frunció el ceño.
—Pensé que eras el único que pensaba que era una buena idea. Te
pasaste la mitad del maldito paseo a la capital de Rosier quejándote
sobre…
—El hecho de que podríamos usar algo de ayuda en la guerra que ya
tenemos encima —dijo Casanova, arrebatando su botella—. ¡No hay
informes de que existe un ejército de voraces dioses que se preparan para
arrasar los infiernos y que planean usar la tierra como plataforma!
Se bebió un buen par de tragos, todos de una sola vez.
—Bueno, perdóname por esperar que no sea cierto —replicó Caleb—.
¡Como alguien que tendrá que luchar contra ello!
Casanova se inclinó sobre mí para mirarlo.
—¿Y el resto de nosotros no lo haría? ¿Crees que los dioses van a
acabar con los magos de guerra y simplemente dejaran a todos los
demás…?
—El Cuerpo es el objetivo obvio, sí. Nosotros somos los únicos con
magia suficiente para oponerse a ellos…
—¡Oh, por favor! —dijo Casanova ferozmente—. Si esas cosas allí,
¿viste esas cosas?, están temblando en sus botas, ¿qué oportunidad crees
que tienen ustedes?
—Mejores de las que piensas, o de lo que ellos están esperando. El
Cuerpo no es el pequeño grupo de chusma que recuerdan…
—¡Sí, es por lo que la diosa comenzó su orden diciendo que estamos
jodidos sin los demonios! Enfrentémoslo, si los dioses consiguen pasar ese
maldito hechizo, estamos muertos, estamos todos…
—Ya basta —dije, pero nadie estaba escuchando.
—¡Así habla la gran mente militar de un gerente de casino! —
interrumpió Caleb.
—Quien ha vivido lo suficiente como para haber visto algunas
guerras en su tiempo —espetó Casanova—. Y nunca son sólo los
combatientes los que sufren…
—Yo no he dicho que…
—¡Ambos sabemos que es más fácil dirigir una base de operaciones
si no tienes que preocuparte del sabotaje!
—¡Basta! —le dije. Pero no se detuvo.
—Si yo fuera ellos, no querría a nadie, en ningún lugar cerca de mi
única puerta de entrada a este universo, no después de lo que pasó la
última vez. Es más fácil matarnos, matar a los videntes, a los demonios,
matar a los seres humanos también. No es que los necesiten si están
invadiendo los infiernos de todos modos…
—Ellos los necesitan para alimentar a su precioso rebaño —gruñó
Caleb—. No hay manera de que ellos…
—Si ellos quieren alimentar a sus vacas, lo pueden hacer con las
criaturas que vimos en el mundo de Rosier. Incluso si los íncubos puede
controlarlos, los dioses nunca tendrán que preocuparse por una rebelión.
Ellos nunca tendrán que preocuparse por nada… —Se interrumpió cuando
me levanté. Porque era eso o empezar a gritar.
—¿A dónde vas? —exigió Casanova.
—¡A algún otro lugar!
—Cassie…
—No —le dije cuando me tomó por la muñeca. Y me zafé, porque
estaba más borracho de lo que había estado en el bar—. No puedo, ¿de
acuerdo? Yo simplemente… no puedo.
—Está bien —me dijo Caleb. Y luego hizo una mueca, porque no lo
estaba y ambos lo sabíamos—. Sólo… siéntate otra vez.
—¡No quiero sentarme!
—No es que tengas opciones —señaló Casanova—. ¿A dónde más vas
a ir?
No le respondí porque no sabía. Sólo sabía que no podía sentarme
allí y escucharlos discutir cuando no había ni una maldita cosa que
pudiera hacer sobre nada de eso. Estaba tambaleándome por el cansancio,
pero tampoco podía dormir, no con Pritkin ahí rogando por su vida. Y no
parecía que hubiera dejado suficiente en esa botella para emborracharme.
No sabía lo que quería.
—Sé cómo te sientes —dijo Caleb, y tomó mi mano.
Él no me agarró o jaló hacia él o incluso me atrapó, lo cual, en el
estado en que estaba, me podría haber enviado al borde. Los dedos
estaban ligeramente abiertos, el agarre flojo. Podría empujarlo lejos en
cualquier momento.
Y así, perversamente, no quería.
—Me siento de la misma manera —me dijo—. Conozco a John desde
hace más de quince años. Él salvó mi culo una media docena de veces, y
he devuelto el favor tal vez cuando mucho la mitad…
—Creo que podrías haber igualado el marcador hoy —le dije, un
poco desigual.
—Tal vez. —Si esto no funciona permanecería sin decirlo—. Pero no
hay nada que puedas hacer por él ahora. Excepto esperar. Van a tener una
decisión cuando tengan una decisión, y entonces John nos va a necesitar.
Tenemos que estar aquí para él. ¿Bien?
Asentí, porque de repente no podía decir nada. Y deje que Caleb me
empujará hacia atrás en el sofá, o lo que sea que realmente fuera. No lo
sabía, pero era cómodo, y luego él me puso sobre su hombro, que no
quería. Pero no me importaba en ese momento.
—Lo siento —dijo Casanova, lo que podría no haber significado
nada. Pero luego me pasó la botella de nuevo.
—Está bien —le dije, mirándolo con ojos empañados—. Creo que he
tenido suficiente.
—No existe tal cosa —murmuró, mirando a su alrededor. Y me sirvió
más.

♦♦♦
Me desperté en algo duro. Traté de darle con los puños, porque esta
almohada había visto días mejores. Pero no parecía ayudar.
Así que la golpeé de nuevo.
—Ow —dijo alguien suavemente.
Mis ojos se abrieron, y me encontré mirando algo que podría haber
sido una rodilla. Parpadeé, y enfoque más. Sí, era una rodilla. Una rodilla
muy sucia, mezclilla cubierta de lo que también parecía ser baba.
Me levanté ligeramente. Y me di cuenta de por qué mi almohada
había estado tan condenadamente dura. Mi cabeza había estado
descansando en el muslo de una persona, y quienquiera que fuera no
había cambiado su pantalón en días.
Volví la cabeza hacia otro lado y vi un estómago. Fruncí el ceño ante
él, lo que no era justo, porque era un buen estómago. Plano y duro, con los
inicios de una profunda V en los músculos, a veces llamado cinturón de
Adonis, por encima de la parte superior del flojo pantalón.
Pero había algo incorrecto de todos modos. Y eso incluía el esculpido
y ligeramente velludo pecho. Y en los hombros como roca por encima de
eso. Y en la cara…
Mi cuerpo se erigió en una vertical abrupta. Tal vez un poco
demasiado bruscamente porque la habitación hizo un giro perezoso a mi
alrededor. Pero no me importó, porque finalmente me di cuenta del
problema: el cuerpo estaba correcto, pero la piel estaba equivocada. En
lugar del rico color moka de Caleb, era pálida y besada por el sol, y…
Agarré uno de esos enormes hombros y lo sacudí tan fuerte como
pude, lo que significaba que tal vez lo zangoloteé un poco.
—¿Ellos te liberaron?
Una ceja se levantó. ¡Y carajo! Todo el mundo puede hacer eso,
menos yo.
—No —me dijo Pritkin—. Están en las deliberaciones. No parecían
sentir que me necesitaban para eso.
—Oh. —Me senté de nuevo, despertando el resto cuando me levanté.
Y lo revisé por completo.
Él se veía bien. Bueno, en realidad eso era una mentira. —Bien— era
un término relativo teniendo en cuenta dónde estábamos, y abarcaba una
gran cantidad de cosas. Pero no se veía como si hubiera sido apaleado.
Desafortunadamente, esa era la única ventaja.
No había encontrado nada de ropa extra para cambiar ese pantalón
sucio, que ahora también estaba roto en varios lugares y quemado por otro
lado, probablemente el resultado del cuasi-accidente en la azotea. Su
cabello, siempre terrible, ahora estaba extra-Pritkin, lo que significa que
podrían poner a cualquier estilista que se preciará de serlo en suicidio. A
pesar de que igualaba su cara, que era un desastre sin afeitar, su ojo
izquierdo estaba morado e hinchado, y su brazo derecho estaba en un
cabestrillo, y sus costillas…
—No conseguirías salir por la puerta de Rosier incluso luciendo así
—le dije, después de un minuto.
Sus labios se fruncieron.
—¿Debo preocuparme de que suenes satisfecha?
—¡No lo hago! —Eso era ridículo—. Y quería decir que luces terrible.
—¿Te gustaría un espejo? —preguntó con dulzura.
—No.
Miré a mi alrededor. Todavía estábamos en el sofá, sólo que alguien
había añadido una pantalla de privacidad de mimbre a un lado,
protegiéndonos de la vista del resto del vestíbulo. Parecía pasar mucho
para mí.
Supongo que incluso el infierno tenía algunos estándares.
Aunque Caleb, al menos, estaba siendo el orgullo de la Tierra.
Estaba de pie junto a la columna, brazos cruzados y ojos vigilantes, dando
cara con su expresión usual de jódeme y te mueres, tal vez levantado una
mueca o dos más por el lugar donde estábamos. Su abrigo hasta la rodilla
viéndose igualmente afilado. Por supuesto, era asunto de mago de guerra,
lo que significa que era menos un abrigo que una armadura de auto-
sanación, cosiendo cualquier pequeña metida de pata casi tan pronto
como sucedía. Sospechaba que también podía tener auto-limpieza, porque
sospechosamente le faltaba suciedad.
Casanova, del otro lado, era otra cosa, bajaba nuestro promedio de
nuevo, aunque no tanto por apariencia como por actitud. Todavía estaba
tumbado en el sofá a mi otro lado, y debía de haber acabado con la botella
a la que aún se aferraba. Porque su hermoso rostro estaba pálido y
arrugado, como su, en otro momento, buen traje. Sus ojos seguían
lanzándose al vestíbulo con ojos legañosos, como tratando de ver a través
del glamour beige suave.
En conjunto, éramos una completa lástima, y entonces mi estómago
gruñó lastimeramente.
—¿He estado dormida mucho tiempo? —le pregunté, metiendo un
mechón de cabello lacio detrás de mi oreja. Y haciendo una mueca, porque
incluso eso dolía.
—Unas pocas horas —me dijo Pritkin—. No estabas inconsciente,
simplemente exhausta. Pensamos que era mejor dejarte dormir. Es
probable que esperemos unas horas antes de escuchar algo.
Digerí eso. Y, por desgracia, nada más. Mi estómago habló de nuevo,
con más fuerza.
—¿Este lugar tiene una tienda de café?
—No —dijo, levantándose y haciendo una mueca. Supongo que no
era la única rígida—. Pero hay un carrito de comida al lado. Si no recuerdo
mal, es uno de los más seguros.
—¿Seguro? —Caleb frunció el ceño, como si la palabra no encajara
por aquí—. ¿Si no me equivoco hubo un grupo de tipos que sólo trató de
matarnos?
—Eso fue antes de llegar al Concilio —dijo Pritkin, y se estiró,
haciendo crujir la espalda. También traté de hacer eso, porque sonaba
como si se sentiría asombroso, pero estaba demasiado rígida. Sólo me
desplomé. Así que fingí estar tocando los dedos de mis pies dado que ya
estaba agachada.
Y, Dios, los dedos de mis pies. El resto de mis pobres pies.
Asquerosos, el pedicure desaparecido, dedos cortados, magullados, y con
restos de suciedad del infierno entre ellos.
Después de todo, la carrera, la lucha y el casi morir… eso fue lo que
lo hizo.
Eso fue lo que finalmente me desgarró.
Hasta que un par de honestas oh por Dios chanclas colgaron delante
de mi cara.
Miré hacia arriba.
—Cómo…
—Tiendas a la vuelta de la esquina —me dijo Pritkin, al mismo
tiempo que me di cuenta de sus agradables y limpios pies, revestidos con
chanclas.
—¡Tomaron un baño! —los acusé, mirándolos.
—De esponja. —Asintió con la cabeza en una señal discreta a una
pared cercana. Que tenía una flecha apuntando hacia abajo de un pasillo
y una escritura en la que se leía Baños.
Y recordé que tenía que ocuparme de algo más.
—Ya regreso —le dije, agarrando los zapatos.
—Espera. —Ese fue Caleb, mirando el letrero sospechosamente—.
¿Cómo sabemos lo que hay ahí?
—¿Qué?
—Hay un baño allí —le dijo Pritkin, mirándose vagamente
divertido—. Muchas de las razas de demonios tienen cuerpos, ya sabes.
—¿Y si uno de esos cuerpos la ataca? —exigió Caleb—. ¿O si algún
espíritu lo hace? —Miró infeliz alrededor—. Este lugar está lleno de
amenazas.
—No para nosotros. Una vez que comenzó el juicio, nos encontramos
bajo la protección del Concilio. ¿Creo que recuerdas a su personal de
seguridad?
Caleb frunció el ceño, pero no parecía satisfecho.
—Voy con ella —anunció con fuerza.
—No lo harás —le dije, igualmente con fuerza.
Sus ojos se estrecharon.
—Entonces John irá. No me importa quién de nosotros lo hace, pero
no vas a ninguna parte sola. No aquí.
—Acabo de decir que estamos bajo protección —dijo Pritkin, mirando
a su amigo con impaciencia.
—Sí, la protección del Concilio. ¿Por qué no me hace sentir mejor?
—Debería. Nadie va a probarlos, especialmente no en su propio
edificio. Cassie estará perfectamente segura.
Caleb ajusto una de las correas que sostenían los treinta kilos o algo
así de las armas que portaba.
—Sé que lo estará. Porque ella va a estar conmigo.
—Esto es ridículo —le dije.
—Me quedaré afuera del…
—¡Te quedarás aquí!
—Esto no está a discusión.
—Estoy de acuerdo.
Caleb se cruzó de brazos y me miró. Gire los ojos. Aplasté algo entre
los dedos de mis pies, que me dio asco y me molestó en igual medida,
porque debería estarlos lavando justo ahora.
—Este lugar no es tan peligroso como pareces creer —dijo Pritkin a
Caleb, intentándolo de nuevo.
Caleb transfirió la mirada hacia él.
—¿Recibiste un golpe en la cabeza?
—Sí, varias veces…
—Piensa entonces.
—-… pero eso no cambia los hechos. La Tierra de las Sombras existe
para el comercio. Los propietarios tienen interés en mantener algún tipo de
orden…
—Sí. ¡Me he sentido realmente seguro hasta ahora!
—La mayoría de las personas no están siendo perseguidas por un
furioso Señor Demonio cuando vienen aquí —dijo Pritkin secamente—. El
Concilio considera que es un lugar de encuentro útil debido a que es un
terreno neutral. Pero son una parte muy pequeña de la vida local. No estoy
diciendo que el lugar está exento de peligros, pero se puede caminar,
incluso por los humanos. Los magos vienen aquí bastante a menudo para
comprar suministros de pociones, por ejemplo…
—¡No los cuerdos!
—Jonas consigue la mayor parte de los suyos aquí…
—Eso no está ayudando a tu caso —murmuró Caleb.
—…y Cassie es fácilmente más poderosa que él. ¡Si Jonas puede
caminar por estas calles en una base semi-regular, negociar suministros y
volver a salir de nuevo de forma segura, creo que ella puede llegar a ir al
baño sola!
Por alguna razón, Caleb le miraba como si hubiera perdido la
cabeza. Su voz también sonaba así.
—Cassie es más poderosa que Jonas —repitió.
Pritkin frunció el ceño.
—Por supuesto. Ella es la pitia.
—Ella es… —Caleb parecía que había perdido las palabras
momentáneamente, así que aproveché la oportunidad.
—No podía desplazarme antes, porque mamá estaba re-
direccionando la mayor parte de mi poder… bien, lo que sea que ella hacía
ahí. Pero me siento mejor ahora…
—¡Sí, mírate!
—No he dicho que este al cien por ciento —le dije con impaciencia—.
Pero puedo defenderme…
—Bueno. Pero es mi trabajo ver que no tengas que hacerlo.
—Si Agnes te hubiera dicho que te quedarás aquí, te quedarías aquí
—le dije con rabia.
—¡Lady Phemonoe no estaría aquí! ¡Ella estaría en la Corte, rodeada
de un jodido equipo de seguridad! Reunida con dignatarios, mediando
disputas y… ¡y haciendo cualquier cosa menos corriendo por aquí casi
consiguiendo que la vuelen en pedazos!
—¿Alguna vez conociste a Agnes? —le pregunté, pero Caleb no
estaba escuchando.
—¿La viste hoy? —preguntó John—. Esas brujas estaban en lo
cierto; ni siquiera tiene escudos, y podían llegar a ella y todo lo que tenía
por protección era un maldito vampiro…
—Oye, jódete también, amigo —balbuceo Casanova, detrás de
nosotros.
—¡… y casi consigue que la maten! Casi dejo que la… —Caleb se
interrumpió, echando humo.
—No dejaste hacer nada —le dije—. Tenemos problemas, pero no fue
tu culpa…
—Puedo verme explicándole al anciano. —Caleb se quebró—. ¡Vera,
señor, ella terminó incinerada, pero no fue mi culpa!
—¡No lo fue! Yo quería venir aquí…
—Sí, y yo debería haber tenido la sensatez de decir que no. ¡Al igual
que debería haberlo hecho el otro día!
—¿Deberías haber dicho que no? —repetí—. Pensé que los magos de
guerra hacían lo que la pitia quería.
—¡Las pitias no quieren esto! —dijo Caleb, repentinamente furioso—.
¡Las pitias no hacen esto! Ellas no invaden el infierno, luchan con
demonios y pelean con dioses…
—Además no viven en estos tiempos —dijo Pritkin, cortándolo—.
Ellas no tuvieron que enfrentar algo remotamente parecido a esto. ¿Crees
que lady Phemonoe podría haber hecho lo que hizo Cassie hoy? ¿Lo que
hizo ayer? ¿Crees que ella se hubiera atrevido?
—¡Creo que habría encontrado otra manera! —dijo Caleb, como un
hombre que había estado de pie en ese pilar por las últimas dos horas,
pensando. Y llegando a la conclusión de que tal vez las divagaciones del
Casanova ebrio no hubieran estado tan lejos de la realidad. Y en pánico,
después de todo, porque había tenido toda esa carga en su regazo a la vez,
literalmente toda la noche. Y no sabía qué hacer con eso.
Y no creo que él se haya sentido así que con demasiada frecuencia
en su vida.
—No tenía ni idea… —Me miró acusadoramente—. Lo hiciste sonar
como si sólo íbamos a colarnos en algún palacio. Simplemente encontrar a
John y salir…
—Lo cual es lo que hicimos.
—¡Eso no es lo que hicimos! Nosotros… —Caleb se detuvo y miró
alrededor de nuevo, pero el soso vestíbulo amarillento no parecía darle
nada de regreso—. Este lugar, los infiernos, el tamaño… —Se interrumpió,
mirando de mí a Pritkin, medio enojado, medio maravillado—. Hay mundos
completos aquí abajo.
Pritkin miró a su amigo, y su rostro cambió. Desde la exasperación
pasando a enojado, a… entendimiento. Porque tal vez, también se había
sentido así una vez. Abrumado e inadecuado, repentinamente
enfrentándose a un enorme universo que no entendía en absoluto.
—Sí —dijo simplemente.
Caleb lo miró fijamente durante un minuto más y luego se dio la
vuelta bruscamente, balanceando el abrigo de cuero.
Y al fin entendí.
Yo había estado tratando con cosas como esta durante más de tres
meses. Y había sido duro. Y aterrador. Hasta el punto en que, la mayoría
de los días, había sentido ganas de esconderme debajo de la cama, o
simplemente salir corriendo y nunca parar. Y la verdad era que, si hubiera
habido alguien más para continuar con el trabajo, probablemente lo habría
hecho.
Al igual que a Caleb, probablemente le encantaría salir corriendo de
aquí. Pero él no lo haría. Él no quería, porque era un hombre decente. Y
porque toda una vida de deber y disciplina se oponía en el camino. Y
porque tampoco había ningún lugar para ir.
Pero en este momento lo que necesitaba era algo firme. Algo familiar.
Algo que él supiera hacer. Incluso si era sólo algo estúpido.
Incluso si sólo me escoltaba al baño.
—Vamos —le dije, deslizando una mano sobre su hombro—. Si no
hay nadie más allí, voy a dejar la puerta abierta.
—¿De verdad vas a comer aquí? —exigió Caleb, quince minutos más
tarde.
—Maldita sea sí —le dije, mi boca haciéndose agua.
El restaurante no era un carro, a pesar de que era del tamaño de
uno. Era un pequeño rectángulo ubicado entre el juzgado y un montón de
tiendas. Las tiendas parecían estar cerradas, aunque había algunas
cruzando la calle que estaban abiertas. Los coches pasaban por la calle
todavía concurrida, comprimiendo junto con los faros que empañaban un
poco mi cansada visión, duplicando el brillo como un espejo sobre la calle.
Miré hacia arriba, y algo de lluvia me golpeó la cara. Por lo que
sabía, eso también podría haber sido una ilusión, pero se sentía real. Todo
lo hacía. Sólo un azul oscuro, lluvia en la calle, más cerca del invierno que
del verano, con la gente abrigándose y apresurándose en su camino.
Una placa muy iluminada de formica frente a mí, con un menú de
dos páginas pegado en la parte superior. Y un montón de olores emanando
de una plancha atrás de mí, por la que estaba lista para gatear sobre el
mostrador. Maldición, pensé con asombro, en realidad iba a cenar.
Quizás.
Miré a mi alrededor furtivamente, a la espera de que el martillo
cayera. Por alguien o algo que me impidiera conseguir cualquier alimento.
Y no era como si no hubiera un montón de candidatos.
No podría decir qué hora del día era, ya que aquí siempre parecía
estar oscuro. Pero había un montón de gente en las calles. Y sabía dónde
estaba; sabía lo que eran, o la mayoría de ellos, de todos modos. Pero
ninguno se veía suficientemente siniestro para mí.
Una mujer en su mayoría de apariencia humana caminaba, con una
mata de cabello morado pálido que podría haber sido hecho tan fácilmente
en una boutique de moda como ser por genética. Llevaba una bolsa de
comestibles y hablaba por celular con la mirada preocupada, un poco
molesta de que alguien llegaba tarde y por quien también estaba
mojándose. Pasó a unos pocos metros de mí y nunca me dio una segunda
mirada. Tampoco me atacó.
Me quedé detrás de ella por un momento, ligeramente sorprendida.
Sabía por experiencia que la Tierra de las Sombras tenía un montón de
gente tratando con algo, consiguiendo una oportunidad. Pero entonces,
eso también era cierto en la mayoría de las ciudades humanas, ¿no? ¿Eran
realmente tan diferentes?
Está bien, sí, era diferente, pero…
—¿Vas a ordenar? —preguntó Pritkin, arrastrando mi atención de
nuevo al menú. Donde maldita sea todo se veía bien.
Y luego un tipo en cuclillas con un delantal salpicado de grasa
entregó a Pritkin algo en un barquillo de papel que hizo que mis ojos se
salieran de mi cabeza.
—¿Tienen Phillies9? —le dije, con algo parecido a la admiración.
—Esta calle pertenece a los vendedores de pociones, y este carro
tiene una buena cantidad de tráfico humano —me dijo, tomando el genial
paquete de grasa—. Pero en otros lugares… tienes que tener cuidado. No
todo aquí es seguro para el consumo humano.
—¿Sí, pero que es lo que tiene? —preguntó Caleb, mirando con
recelo al montículo imponente de carne, queso derretido, pimientos,
cebollas, champiñones y…
—Voy a querer uno de esos —le dije al cocinero rápidamente. En
este momento no me importaba lo que contenía.
—Lo de siempre. —Pritkin se encogió de hombros—. ¿Sabes lo difícil
que es el glamour en la comida y hacer todo eso bien: aspecto, olor,
sabor…? Es más fácil y más barato sólo cocinar lo real.
—¿Estás seguro? —preguntó Caleb, mirando con nostalgia la comida
de su amigo—. ¿Qué pasa con esa vieja regla de quien come en el infierno,
nunca se va?
Pritkin arqueó una ceja.
—He vivido aquí durante años. Y me fui.
—Sí, pero siempre vuelves.
—No por elección.

9 Phillies: es una especie de sándwich conocido fuera de las regiones de Filadelfia,


Pensilvania como Philadelphia cheesesteak, Philly cheesesteak, o incluso steak and
cheese. Este sándwich lleva en su interior pequeñas tiras de carne (steak) y una pequeña
cantidad de queso fundido.
Al final, también Caleb ordenó un Philly. Casanova miró arriba al
cocinero demonio, que le disparó uno, y luego todos conseguimos unas
cervezas. Apoyándonos en la parte delantera del carro restaurante para
bebérnoslas, ya que no había ningún sitio donde sentarse.
Pritkin atrapó un champiñón cubierto de queso de la parte superior
de su sándwich, y mi estómago emitió un rugido que sonó como un
trueno.
Sus labios se movieron, pero se lo comió de todos modos, el
bastardo. Mirándome mientras le miraba con desesperación sin esperanza.
Y luego lamió sus dedos mientras yo salivaba.
Entonces me lo entregó.
Oh Dios. Tan bueno. Prácticamente primero zambullí mi cara, y por
un tiempo, no supe nada más.
Cuando salí de mi estupor inducido por comida, fue para ver que
Pritkin había conseguido lo que supongo era mi orden, y se había comido
la mitad, mientras que a Caleb le estaban entregando el suyo.
—Voy a ir a sentarme en el banco —dijo Caleb, señalando uno al
lado del palacio de justicia donde Casanova ya estaba desplomado con su
cerveza. Supongo que él estaba confiando en Pritkin para salvarme de todo
menos del colesterol.
Pritkin asintió. Caleb se fue con su comida y un puñado de
servilletas. Comimos, en mi caso hasta que estuve tan llena que pensé que
podría estallar.
Pensé en desabrochar el botón superior de mis jeans, pero cuando
disimuladamente di un vistazo alrededor, Pritkin me estaba mirando. Y de
repente me di cuenta de lo que podía ver, cabello por todas partes, la boca
y probablemente la mitad de mi cara brillando con grasa, camiseta sucia y
manchada de sudor. Me tragué el último bocado que había tomado,
sintiéndome de pronto consciente de mí misma, la forma en que había
estado demasiado hambrienta y cansada antes. Lamí mis labios.
Y sus ojos siguieron el movimiento.
Mis propios ojos se abrieron un poco, y luego miré hacia otro lado,
porque eso era lo que siempre hacía cuando algo así sucedía. No es que
sucediera con frecuencia. Aparte de unas pocas ocasiones de salva vidas
metafísico, Pritkin actuaba mayormente como si yo fuera un niño.
Lo que era bueno. Lo cual era como me gustaba. Lo cual era como
debería ser.
Bebí un poco de cerveza.
—Así que, eh, ¿cómo crees que vaya?
Pritkin regresó a su comida.
—Es difícil de decir. Pero parecían tomar la advertencia de tu madre
en serio.
—Eso es bueno, ¿correcto? —le pregunté. Porque tenía una
particular arruga entre sus ojos, que me decía que estaba confundido
acerca de algo.
—Tal vez. Pero entonces, no deberían haberlo necesitado.
—¿Vamos de nuevo?
Él hizo un sonido insatisfecho, a medio camino entre un gruñido y
un suspiro.
—El Círculo podría haber logrado ocultar el breve regreso de Apolo a
la comunidad sobrenatural en su conjunto, pero, ¿de verdad crees que los
señores no lo sabían? ¿Cuando la batalla tuvo lugar en el Dante? ¿Donde
la mitad de la maldita nómina está poseída por demonios?
—Bueno, sí, pero esos son íncubos. Y tal vez Rosier no quería que
dijeran nada. Tal vez tenía miedo… no lo sé… que ayudaría a tu caso…
—Pero no tenía un caso entonces —señaló—. No lo tuve hasta
después de que mataras al Spartoi, lo que debería haber sido suficiente
para levantar algunas cejas. Ciertamente me hizo empezar a hacer
preguntas cuando me desperté en la Corte de mi padre. Difícilmente
podría haber hecho menos el Concilio, ¿a menos que también el Círculo lo
encubriera?
—Ellos nunca tuvieron oportunidad —le dije, haciendo una mueca
ante el recuerdo—. Los vampiros estaban transmitiendo la coronación, y
toda la maldita cosa fue vista en vivo por unos pocos cientos de miles de
personas. Sin mencionar, sin embargo, que muchos vieron los artículos de
prensa, las fotos y…
—Entonces ellos sabían. Y probablemente más de lo que se informó.
Ellos habrían investigado incluso sin el incidente con Apolo. Y con… dos
grandes intentos de burlar los ouroboros en otros pocos meses. No podían
no haberlo notado. Y sin embargo, la respuesta al anuncio de tu madre…
casi sonaba como si la mayoría de ellos no tuviera idea.
Fruncí el ceño.
—Tal vez los líderes están tratando de evitar el pánico en todo el
mundo, hasta que pudieran decidir qué hacer.
—Cassie, el Concilio son los líderes. No hay cabeza; cada miembro
tiene un solo voto. Se creó de esa manera después de las guerras, cuando
nadie quería más derramamiento de sangre sobre quién gobernaría. Esto
no quiere decir que no tengan facciones, y por supuesto acarrean los votos
de algunos otros miembros. Pero no estamos hablando de un voto,
estamos hablando de información que simplemente no parecían haber
tenido.
Pensé en eso por un momento, y me comí los champiñones. Estaba
llena, pero estaban dorados con mantequilla, cubiertos con queso
derretido y crujientes trozos de carne, y bueno.
—Pero alguien tenía que decidir lo que se trata. Quiero decir, no
pueden hablar de todo, nunca harían otra cosa.
—Eso es lo que hace el Adramelech.
—¿El qué?
—Tu madre se refirió a él como Adra, para abreviar. No estoy seguro
de por qué.
—Yo sé —le dije secamente. Mamá no había tenido precisamente su
mejor comportamiento aquí. O tal vez lo tuvo.
Al menos ella no mató a nadie esta vez.
—Ella no parecía contenta con la composición del Concilio —agregó
Pritkin de acuerdo—. Pero mientras que no fue, quizá educada, el término
no era un insulto. Adramelech es un título, no un nombre personal. Él
funciona como el vocero o el presidente del Concilio.
Maldita sea. Y parecía agradable.
—Pensé que habías dicho que el Concilio no tiene una cabeza.
—No es así, si te refieres a alguien con más poder que cualquier otro.
Él está allí principalmente para mantener el orden.
—¿Así que él es quien, tal vez, debería haber encontrado el momento
de mencionar que los antiguos dioses estaban a punto de reaparecer en
escena?
—No necesariamente. El Adramelech sólo organiza los asuntos a
discutir e intenta mantener el debate sobre este tema. No suele proponer
temas por sí mismo.
—Entonces, ¿quién lo hace?
—Quien sea que tenga la supervisión de la región en cuestión.
—¿Y quién tiene la supervisión de la Tierra? —le pregunté, porque
Pritkin sonaba sombrío.
—Lo viste. Esa fue la razón por la que fue llamado al frente. Asag de
Asakku.
Grandioso.
—Así que, ¿qué razones tiene este tipo Asag, para simplemente
ignorar el regreso de un dios y los niños de otro?
Pritkin negó.
—No lo sé. Y probablemente no lo sabré. Tuve dificultades incluso
para obtener los básico sobre tu madre. Nadie quiere hablar de las
antiguas guerras, o cómo terminaron. La mayoría van a tratar de fingir que
no sucedió.
—¿Así que están a punto de dejar que vuelvan a ocurrir? —le
pregunté, con incredulidad—. ¡No pueden ser tan ciegos!
—No es una cuestión de ceguera —dijo Pritkin, bebiendo cerveza—.
Es… el miedo, el terror, incluso. Tienes que entender, Cassie, los demonios
que se atrevieron a enfrentarse a los dioses una vez… ellos eran antiguos
en comparación con los que viste, poderosos más allá de la creencia, y
sedientos de sangre para mayor énfasis. Se glorificaban en la batalla,
vivían para ello, se deleitaban con ella. Y, sin embargo cayeron, uno de los
pocos que me hablaron sobre eso dijo, como un cielo lleno de estrellas
fugaces. Los que sobrevivieron creen que no pueden luchar…
—¡No pueden si ni quiera lo intentan! ¿Preferirían ser sacrificados?
—Ellos prefieren no pensar en ello en absoluto. Los que vivieron,
recuerdan, aquellos quienes no interesaron a tu madre o los otros dioses.
Quienes no eran lo suficientemente poderosos como para ser perseguidos,
o quienes sobrevivieron por atrincherarse, jugando a lo seguro, por ser
cautelosos…
—Puedes ser demasiado cauteloso. Puedes morir escondiéndote
debajo de la cama o lo que sea el equivalente para los demonios, tanto
como sobre tus pies, luchando.
Pritkin me dirigió una mirada extraña.
—¿Qué?
—Cuando te conocí, preferías correr, esconderte. Me dijiste varias
veces que era lo que mejor hacías.
—Sí, pero tenía sentido entonces, cuando de todo lo que tenía que
preocuparme era Tony. Pero eso no va a ayudarnos ahora. ¡Como si algo
fuera a ayudarnos!
En todo caso, sería ayudar a nuestros enemigos, si el Concilio
decidía esconder su colectiva cabeza en la arena hasta que un dios
hambriento llegara y se las arrancara. No es de extrañar que mamá se
enojara. Ella debe haber visto el grupo y se preguntó qué había pasado con
la clase que había combatido. O tal vez habría deseado dejar a algunos de
los más temibles con vida.
—Te ves furiosa —dijo Pritkin, mirándome.
—Yo sólo… no puedo entender no luchar por tu vida, por lo que
quieres. Sólo renunciar…
Una esquina de su boca se torció.
—No. No entenderías eso. Nunca dejas de intentarlo, ¿verdad?
—¿Qué más hay?
—Desesperación. La desesperanza. Ira. Depresión.
—Pero eso no te lleva a ninguna parte.
Él dejó escapar algo que podría haber sido una risa, sólo que no
sonaba feliz.
—No. No lo hace.
Bebí cerveza y no dije nada. Porque tenía la impresión que de
repente no estábamos hablando más sobre el Concilio. Pero no estaba
segura, ya que no podía ver su expresión.
El propietario aparentemente no confiaba suficiente en la
confraternidad de los negocios y había cubierto con cadenas las luces
centelleantes en todo el frente de la tienda. Como resultado, la oscuridad
ensombrecía los ojos de Pritkin, que estaban por encima de las luces, pero
bajo la sombra del toldo. Alegres colores incongruentes salpicaban en
todas partes, verdes sobre un pómulo, ámbar a lo largo de un brazo
tonificado, rosa subiendo por el cuello. Parecía que estaba nadando en un
arcoíris.
Agachó la cabeza ligeramente, y sus ojos reflejaron la luz cuando se
movió, parpadeó brillante esmeralda.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer qué?
—Permanecer así… con esperanza. Optimista. Segura. Creciste
alrededor de algunas de las criaturas más cínicas además de los demonios.
Viste la forma en que ellos ven el mundo, siempre hambrientos, siempre
intrigantes. Cada uno de sus pensamientos al despertar tratando de
mejorar su posición de alguna manera…
—Ellos dirían que también mejoran la posición de sus familias y sus
aliados —le recordé—. Los vampiros no son desinteresados en el sentido
humano tal vez, pero cuidan de los suyos. A veces mejor que los humanos,
ya que les daña su base de poder si no lo hacen.
—Lo cuál es mi punto. Siempre regresa a ellos de alguna manera. Y
tú creciste en eso, impregnada de eso, y, sin embargo… has venido por mí.
—Síp, bueno, ya sabes. Eso no es del todo…
—¿No es del todo qué?
—Sólo, quiero decir, también conseguiré algo, así que no se puede
decir…
—¿Qué obtuviste?
—Yo… ya cubrimos eso, ¿recuerdas?
—No. No, no me acuerdo. Pensé que decidimos que podrías
encontrar muchas otras personas…
—No muchos. No conozco demasiados medio-magos de guerra
medio-demonio.
—…otros, entonces. Para ayudarte en mi lugar. Como Caleb. O
Jonas.
—Sí, bueno… eso es…
—Pero no, eso no es del todo correcto, tampoco, ¿verdad? —Él
inclinó su cabeza—. Dijiste algo más… algo sobre necesitarme, por mí.
¿Qué querías decir?
—Quiero decir, me refería, bueno, somos amigos…
—¿Lo somos? ¿Somos amigos?
—Yo… sí. ¿Qué más serías, eh…?
—No estoy seguro de cómo lo llamaría. Nunca había pensado mucho
en ello, hasta hace poco. No parecía ser un punto.
—Sí, sí, exactamente. Y no hay razón para repentinamente…
—Pero supongo que ahora tendré que hacerlo, si regreso, así es.
¿Debería?
—Um —dije, y me detuve. Porque sabía cómo argumentaba Pritkin.
Debería; era su pasatiempo favorito. Lo qué habría estado bien, excepto
que era mejor que yo en eso. Y justo ahora iba a tirar a matar.
Me di cuenta por la voz, que se había vuelto más rápida y más
nítida, pero también debido a la expresión. Se había movido ligeramente,
inclinándose hacia mí, con un codo apoyado en el mostrador apuntalando
la mano que había escondido debajo de su barbilla. Era su mirada infantil,
la que tenía cuando estaba contento, y que por lo general significaba que
alguien más iba a estar en problemas. Y aquí sólo había otra persona.
Alguien que estaba empleando la táctica número doscientos quince
para hacer frente a los irascibles magos de guerra, y cambiando de tema.
—También me preguntaba sobre algo que dijiste antes —le dije,
después de acabar mi cerveza—. Dijiste que no viniste aquí por elección.
¿Eso quiere decir que no extrañaras nada sobre esto?
Normalmente Pritkin se enfadaba cuando cambiaba el tema hacia él,
o cuando lo intentaba. Debido a que la mitad del tiempo, él lo mencionaba.
Pero no lo hizo esta vez, y no parecía molesto. Incluso sonrió levemente,
una pequeña y extraña media sonrisa que no me gustó en absoluto.
—¿Qué voy a extrañar?
—No lo sé. La Corte de tu padre… bueno, partes de ella eran
hermosas…
—Hay muchas cosas que son hermosas. Pocas son buenas. —Él dio
un paso más.
—Sí, yo… supongo —dije, retrocediendo ligeramente—. Pero debe
haber sido difícil, darle la espalda a todo esa riqueza y poder y…
—Sólo hay amos y esclavos allí. Tampoco deseo serlo. —Otro paso.
—Bueno no. Pero debe haber habido otras cosas. Quiero decir, él es
un Señor de Demonios…
—No hay nada que yo quiera que él pueda darme.
—Pero… pero tú podrías gobernar allí. Podrías tener lo que
quisieras…
—No, nada —dijo Pritkin suavemente, y mi espalda chocó con la
formica.
Parecía que me había quedado sin espacio. Y todavía me estaba
mirando. Pero, de nuevo no podía leer su expresión, sólo que esta vez, no
era debido a la iluminación. No estaba familiarizada con esta particular…
Es probable que esté pensando cómo mierda me veo, me dije a toda
prisa, y que voy a tener que ir de nuevo a enfrentarme al Concilio
viéndome así, y eso no va a ayudar a nuestras posibilidades, maldita sea,
me gustaría haber pensado en agarrar uno de los vestidos robados de
Augustine antes de salir, no es que hubiera sobrevivido a todo lo que pasó,
probablemente, pero nunca se sabe, y me pregunté si alguna de estas
tiendas vendería algo que pudiera ser…
Un pulgar se extendió en su mano y borró algo en la esquina de mi
boca.
Mis pensamientos se congelaron.
Debería reír, pensé sin comprender. Agarrar una servilleta, decir qué
desastre me había arreglado en hacer… sólo que no podía. Me parecía que
no podía moverme.
Y eso era estúpido, porque claramente, él estaba siendo agradable.
Estaba tratando de asegurarse de que no volviera allí y avergonzándome a
mí misma más de lo que probablemente ya había hecho. Él sólo estaba
tratando…
El pulgar comenzó a moverse a lo largo de mi labio inferior, trazando
lentamente su plenitud. Y mi respiración se aceleró, incluso, trate de
detenerla. Lo que debería haberme atragantado, pero de alguna manera,
en lugar de eso, se enredó en mi pecho. Hasta el punto que me dolió.
Esto no era… nosotros no… no que él…
—Tuve remordimientos estos últimos seis meses —me dijo en voz
baja—. Me parecía una maldición tanto como una bendición, todo este
tiempo para pensar. Acerca de las cosas que podría haber dicho, que debí
haberte dicho…
—¡John! —La voz llegó desde la distancia. Él la ignoró.
—Pensé que te estaba evitando, pero creo que realmente estaba
tratando de evitarme. Durante mucho tiempo, estuve casi agradecido por
la maldición de mi padre. Por difícil que fuera, hizo algunas cosas más
simples. No tenía que preocuparme; no tenía riesgo…
—¡John! —La voz llegó de nuevo.
Pritkin levantó la vista, hizo una mueca, y luego regreso la vista
hacia mí. Y su expresión era más feroz de lo que le había visto en mucho
tiempo.
—Pero en algún momento en los últimos seis meses, me di cuenta de
que, después de lo que le pasó a mi esposa, regresé a la tierra, sí. Pero no
volví a la vida. Estaba tan prisionero allí como estaba en la Corte. No sólo
por la maldición, sino porque no me permitía…
—¡John! —La voz estaba más cerca ahora. Era Caleb.
Pritkin dijo algo en voz baja y me agarró los brazos.
—Cassie, no sé cómo va a resultar. Con el Concilio, no hay forma de
saberlo. Pero pase lo que pase, quiero que sepas, quiero que recuerdes,
que me alegro de que hayas regresado por mí. Me alegro de haber tenido la
oportunidad de conocerte. Me alegro…
—¡John! —Caleb le agarró el brazo—. Tenemos que ir, ahora. ¡Están
llamándoles, tienen un fallo!
—Por supuesto que sí —dijo Pritkin—. ¡Por supuesto que
sangrientamente lo tienen!
Aparentemente, no mantenías a los demonios del alto Concilio
esperando. Dejamos el resto de mi comida y volvimos corriendo por la
acera, Pritkin y Caleb sombríos y silenciosos, Casanova con cara de sueño
y tambaleándose, y yo, no sé cómo me veía, pero la cabeza me daba
vueltas como un tornado.
No por lo que Pritkin había dicho; no podía pensar en eso ahora.
Porque tenían que dejarlo ir. Tenían que. Después de todo lo que mamá
había dicho no podían… ¿Podrían?
No sabía. Tenían como un millón de años de edad, pero eso sólo
hacía que fuera más difícil adivinar. Tenía bastantes problemas
imaginando cómo pensaban los vampiros centenarios. No tenía ninguna
posibilidad en predecir el comportamiento de criaturas que hacían que los
vampiros se vieran como niños. Todo lo que sabía era que realmente no les
gustaba mamá, y como su niña, no era más popular. Como Pritkin había
repetido la ofensa, en lo que a ellos respecta. Pero como mamá había
dicho, no era más que un individuo, y si no iban a soltar un ejército, lo
menos que podían hacer…
Y luego nos quedamos atrás, sobre las puertas de entrada al mismo
tiempo que las puertas dobles de la sala del Concilio se abrieron de golpe.
Eso fue una especie de sorpresa, habría pensado que ellos serían del tipo
que esperarían que nosotros fuéramos hasta ellos, no al revés. Pero el
demonio rubio con voz agradable fue quien venía hacia nosotros, su mano
se extendió y había una sonrisa en su rostro. Y parecía, Dios mío,
parecía… Caleb dijo algo, un improperio, pero hubo una bocanada de
alivio detrás de eso. Y me volví hacia él por un segundo, abrazando su
brazo. Porque lo habíamos logrado, finalmente, lo habíamos hecho…
Y entonces alguien estaba empujándome hacia Caleb, brutalmente
fuerte, lo suficiente para que los dos nos asombráramos. Y había un
sonido, nuevo y ensordecedor. Un grito, de tal angustia torturada que
cortó el aire, me giré sobre mis pies cuando caía, estirando mi cabeza…
Para ver a Pritkin iluminado, por un momento, la intensa luz de un
hechizo, su silueta dibujada contra otra explosión. Pero esta vez, no la
había esquivado.
Tenía la boca abierta, pero no se movía, y tampoco lo hacía el resto
de él. Por un segundo, quedó suspendido en el aire, atrapado a la mitad de
un salto, como si hubiera conseguido congelar el tiempo. Pero no lo hacía;
sabía que no lo había hecho. Todavía podía ver las motas de polvo girando
perezosamente en la luz del hechizo detrás de él, amarillo dorado y
ardiente como el sol…
Y luego lo envolvió y cayó, todavía inmóvil, hasta el piso, su padre
corrió para atraparlo, otro de esos gritos de lamento procedente de esa
boca usualmente cínica.
Pandemónium estallo entre los guardias y los miembros del Concilio,
la gente estaba empujándome, golpeándome y pisándome cuando los
empujé y empujé para abrirme camino, y luego estaba de rodillas sobre
Pritkin, agarrándolo, gritándole a Rosier:
—¿Qué pasó? ¿Qué paso?
—¿Qué pasó? —Ojos verdes ardían en los míos, brillantes por el
dolor e incandescentes con odio—. ¡Lo que paso es que tú mataste a mi
hijo!
Media hora más tarde, estaba de vuelta en mi suite del hotel en Las
Vegas, mirando otra escena de carnicería. Se sentía irreal, como la que
acababa de dejar. Se sentía imposible.
—Sucedió poco después de que nos dejaste —dijo Jonas—. Nos las
arreglamos para obtener las imágenes hace unos momentos.
Traté de mirar como si estuviera poniendo atención mientras decía
algo más que no escuché. Su voz se desvanecía adentro y fuera, como un
altavoz lejano en un fuerte viento. E incluso cuando podía escuchar las
palabras, a veces no tenían sentido.
Al igual que las escenas en mi cabeza.
Empujé a Rosier lejos y agarré el cuerpo demasiado flojo. La cabeza
de Pritkin se dejó caer, los cortos mechones rubios caían sobre mi brazo,
suaves, muy suaves y sin ningún producto que normalmente se usaría. Mal.
Al igual que el cuerpo, todo era todavía tan horrible, la cara carente de
ingenio o enojo o de esos extraños destellos de humor…
O algo.
—No. —Sentía mi piel sobre hielo.
—Fue una bomba, obviamente —dijo Jonas—. Probablemente
algunas de ellas. Las protecciones han sido manipuladas. Todavía estamos
buscando la causa exacta.
El tiempo onduló alrededor de nosotros y Rosier tartamudeó, como
una figura en una vieja pantalla de televisión inundada con estática. Pero mi
poder no funcionaba correctamente en la Tierra de las Sombras; nunca lo
hacía. La distorsión del tiempo se esfumó después de unos pocos segundos,
dejándonos a Caleb y a mi mirándonos el uno al otro.
Jonas estaba mirándome, así que asentí. Había visto la mansión que
albergaba la Corte de la Pitia una vez, antes. Mircea me había llevado allí
para echar un vistazo a mi madre cuando aún era la heredera. Había sido
un hermoso edificio de estilo georgiano, se había iluminado para la fiesta
que había tenido lugar esa noche, las columnas de color blanco cremoso y
elegante fachada de ladrillo bañados en un resplandor de cálido dorado.
Se veía un poco diferente ahora.
Estaba lloviendo en Londres, que es de donde las imágenes de la
Corte venían, a través de algún hechizo que no me importaba, pero que
había convertido las puertas francesas a mi balcón en una pantalla de cine
extrañamente troceada. No importaba. La escena onduló a través de los
cristales biselados y tiró de las puertas de lujo que no hacía que se viera
mejor.
Jonas estaba observando los esfuerzos de rescate, se veía
extrañamente tranquilo. No sabía si eso era porque lo había visto todo en
sus largas décadas en el Círculo, y otra escena del crimen simplemente no
le perturbaba. O si estaba tratando de protegerme.
De cualquier manera, habría deseado tener su distanciamiento.
Pero el destripado edificio en llamas empapado por la lluvia era
difícil de ignorar. Aunque no tanto como las bolsas para cadáveres, tantas
y tan pequeñas, puestas en la acera. Estaban mojándose, gotas de lluvia
corriendo por las cubiertas de plástico, aunque no había otra opción.
Había demasiados de ellos para ser llevados a la vez, y más que sacaban
de los escombros a cada momento. Había sido grande, esta Corte que
nunca había visto, estas chicas que habían jurado estar a mi servicio, a
quienes nunca conocí. Había sido… grande…
—¡Ayúdalo! —le dije a Caleb, quien ya estaba murmurando algo que
surgía sobre ambos, poniendo mi piel de gallina por el poder detrás de él.
Pero eso fue todo lo que hizo.
Caleb maldijo, agarrando a Pritkin, empujándome cuando lo sostenía
de nuevo. Él lo empujó hacia el suelo y le puso una mano en el pecho,
gruñendo algo que hizo que se estremeciera todo el cuerpo, casi como si él
estuviera regresando. Hasta que la magia se desvaneció y Pritkin cayó
contra la alfombra beige del lobby de nuevo, inmóvil.
—Quítalo —dijo Marco con brusquedad. Él no estaba mirando la
escena, aunque dudaba que le afectara más de lo que afectaba a Jonas.
Marco había visto cosas a través de los años que harían palidecer a un
veterano mago de guerra; un montón de cuerpos anónimos dentro de
bolsas con cremallera, no era probable que voltearan su estómago.
No, como de costumbre, él estaba haciéndolo por mí. O trataba. Y lo
aprecié, pero no lo quería.
Quería ver esto.
—¿Dónde empezó todo? —le pregunté con voz ronca, tratando de
identificar una parte de los escombros que se viera peor que los demás,
algo que pudiera indicar un punto de origen. Pero el edificio era apenas un
edificio más, con un cráter ennegrecido en el centro que todavía tenía
vapor a pesar de la lluvia suave. Había pedazos cruzando la calle, piezas
apuñalando los edificios de los alrededores, y muchos vidrios rotos en el
camino, que los vehículos de emergencia se habían visto obligados a
estacionar muy lejos, para evitar ponchar sus neumáticos.
Todo parecía el punto de origen.
No era extraño que nadie hubiera salido.
Una palabra humana, salvaje y furiosa. Otro encantamiento, lo
suficientemente fuerte como para levantar el cuerpo inerte de Pritkin medio
metro del piso, para delinearlo en fuego azul pálido. Y luego otro improperio,
porque tampoco había funcionado.
—Caleb… —jadeé.
—Una maldición mayor —murmuró Casanova—. La vi en la tierra…
—¡Caleb!
—Él no está respondiendo. —Caleb miró hacia arriba, ojos oscuros con
las mismas emociones que inundaban los míos.
—¡Entonces intenta otra cosa!
—¡Ya he puesto suficiente magia a través de él para levantar una
docena de maldiciones!
—¿Cassie?
Miré hacia arriba, y me di cuenta que me había perdido la respuesta
de Jonas. Y basada en su expresión, cualquier pregunta que hizo después.
—¿Qué?
—¡Déjala en paz! ¿No puedes ver que ella necesita descansar? —
Rhea, pensé vagamente, parecía haber salido de su caparazón. Sus ojos
estaban mordiendo a Jonas mientras me daba un poco de café. Supongo
que había descubierto la manera de utilizar los filtros. No era demasiado
sorprendente; se veía completamente diferente a la niña asustada que
había encontrado en la cocina.
—Ella lo hará —dijo Jonas con calma—. Pero primero tengo que
saber.
—Saber… ¿qué? —le pregunté. Mis labios se sentían entumecidos.
Ahora estaban sacando bolsas para cadáveres más pequeños,
ridículamente pequeñas. No podrían haber pertenecido a las iniciadas.
Parecía que apenas habría entrado un niño de cinco años.
—La guardería —gruñó Rhea, y está bien. La muchacha tímida
estaba definitivamente PEA10. Estaba agarrando la taza con tanta fuerza
que tenía miedo de que fuera a romperla y derramar todo el café hirviendo
sobre ella. No se veía como si le hubiera importado. No creo que jamás
hubiera visto una forma más pura de odio en cualquier rostro.
Bueno, tal vez uno.
—¿A dónde crees que lo estás llevando?
—¡Lejos de ti! —gruñó Rosier, su cara blanca por el dolor. Si alguna
vez me había preguntado si él amaba a su hijo, no lo hacía ahora—. ¡Lejos
de ti, donde debería haber estado!
—¡Cassie! —La voz de Jonas se agudizó—. Realmente tengo que
saber si has visto algo, lo que sea, que nos pudiera ayudar.
—¿Acerca de esto? —Negué—. No…
—No es acerca de esto. Acerca de Ares.
—¿Qué? —Miré hacia arriba, confundida, y traté de recordar de lo
que habíamos estado hablando. Pero no importaba, porque la respuesta
era la misma—. No he tenido una visión de nada.
—¿Incluso en el tarot?
—No. Es decir, la tarjeta de la estrella apareció, pero…
—¿Pero…?
—Mintió.
—¿Cómo puede ser la voluntad del Concilio? —exigió Caleb—. ¿Han
oído algo de lo que dijo Artemisa?
Pero el Concilio ya se iba, los guardias nos retenían. No se explicaban
por si mismos a simples mortales. Ellos lo habían matado, y ni siquiera nos
decían por qué.
—¡Respóndanme! —dijo Caleb, porque nunca nadie había dicho que le
faltara coraje.

10 PEA: Perdida en acción.


Y entonces una vacilación, se volvió lentamente. Lo último que habría
esperado. El que mamá había llamado Adra.
El que lo había matado.
—Ellos escucharon —dijo en voz baja Adra—. Más que tú, mago de
guerra.
—¿Qué quieres decir?
Los ojos del demonio se encontraron con los míos.
—Oyeron la táctica final en un gran partido.
—¡Maldita sea, Jonas! —Ese no había sido Marco o la chica, más
bien fue la bruja alta con el cabello corto y gris, cuyo nombre se me había
olvidado.
Por lo menos, no lo sabía hasta que Jonas la miró, frunciendo el
ceño.
—Sabes, Evelyn, realmente no necesito…
—¡No son tus necesidades las que me interesan! —dijo ella,
enfrentando la cara de Jonas. Había un mago de guerra a su lado, no
Caleb, alguien que no conocía. Alguien que ni siquiera recordaba que
había llegado. Pero hizo un pequeño movimiento, y la bruja le enseñó los
dientes—. ¿Te sientes afortunado, hijo?
—No necesito suerte —dijo, muy bajo.
—No, pero teniendo en cuenta para quien trabajas, asumo que las
habilidades son demasiado…
Dejé de escuchar.
—¿De qué estás hablando? —Caleb parecía querer poner un puño a
través de la cara de Adra.
Yo no. Sólo quería que Pritkin se moviera. Quería ver su pecho
subiendo y bajando. Quería verle abrir los ojos y mirar hacia mí, sobre algo,
cualquier cosa…
—Estoy hablando del hecho de que el ser que llamas Artemisa ganó
todo un universo para sí misma con su traición, porque ella era la única con
enorme poder que quedaba. Ella se aseguró de cazar a los más grandes de
mi especie hasta la extinción, y luego exilio a su propia gente. Pero ella
cálculo mal. Se dejó a sí misma demasiado débil para capitalizar su
victoria.
—¡Mientes!
—¿Por qué? ¿Por decirte lo que no quieres oír? —preguntó Adra,
imperturbable—. La que llamas Artemisa pudo haber fundado tu orden,
mago de guerra, pero no te equivoques. Fue para servir a sus necesidades,
no a las tuyas.
Caleb se giró con una maldición y Adra me miró.
—No sabemos lo que salió mal. Tal vez el hechizo tomó más energía
de lo que había planeado, tal vez sus compañeros dioses lucharon más duro
de lo que esperaba. Todo lo que sabemos es que las secuelas la dejaron
vulnerable, y se vio obligada a esconderse. Y ella era buena en eso, nosotros
la buscamos, aquellos de nosotros a quienes había hecho mal. Y si bien no
la encontramos, nos aseguramos de que no pudiera emerger, no podía
arriesgarse a alimentarse de nuestras clases bajas, no pudo recuperar su
gran fuerza. Puede que no fuésemos capaces de llevarla ante la justicia,
pero pudimos obligarla a desvanecerse en la oscuridad entre los seres
humanos, a morir sola y olvidada, amargamente reflexionando sobre lo
cerca que había estado.
Me habían inclinado sobre Pritkin, pero en eso miré a Adra a través de
un velo de cabello envejecido.
—Estás torciendo todo.
—Pero nos equivocamos en una cosa —me dijo él de manera
constante—. Subestimamos, por mucho, el tiempo que el proceso de deterioro
le tomaría. Justo cuando estábamos seguros de que debía haber muerto,
justo cuando pensábamos estar, por fin, a salvo, ella formó otro plan. Un
plan que involucraba a una niña.
—Quiero hablar con la pitia —dijo la bruja vieja. No sonaba como
una petición.
—Si Cassie desea hablar contigo, puede, cuando terminemos aquí —
le informó Jonas—. Tal vez puedes estar de acuerdo en que detener el
regreso de una antigua amenaza es un poco más importante que lo que
sea el problema menor…
—Sí, de menor importancia —dijo ella—. Vamos a preocuparnos por
la política antes de ocuparnos de asuntos de mujeres tontas. ¡Pero si me
permites recordarte, fue una mujer quien te trajo esa información, mujeres
que ayudaron a traerla hasta aquí, mujeres que murieron esta noche!
—No voy a hacer esto contigo, Evelyn. Realmente no —dijo Jonas,
pequeñas manchas de color aparecieron en sus pálidas mejillas—. Este no
es un ejemplo de misoginia a pesar de tu extraña determinación para que
sea uno. Esto es…
—…ridículo —le dije, mirando a Adra con desconcierto.
—¿Lo es? Una niña que sería medio humana. Una niña que podría
alimentarse aquí, en la tierra, como los dioses no podían. Una niña que
podría estar oculta en el más improbable de los lugares hasta que creciera,
hasta que consiguiera su poder…
—¡No! Eso no es lo que…
—Una niña que podría ser preparada para suceder al único poder de
los dioses que permanecía en la tierra, y luego usarla para ir atrás en el
tiempo, para unir fuerzas con una madre que podía haber perdido su poder
a través de los siglos, pero nada de su astucia…
—He estado luchando contra los dioses —le dije con furia—. ¡No
tratando de traer uno de regreso!
—Por supuesto que lo haces. Son rivales, amenazas que podrían
desafiar y derrocarte. Tenían que ser combatidos hasta que pudieras
encontrarla y traerla aquí…
—¡No la he traído a ninguna parte!
—Has traído sus pensamientos. Has abierto una conexión en la propia
cámara del Concilio. ¿Tiene alguna idea de cómo se sintió, volver a verla?
Allí de pie, viva y divertida, divertida de nuestra consternación, de nuestra
conmoción y miedo. Para escucharle dar órdenes como si el tiempo no
hubiera pasado, como si nada hubiera cambiado…
—Ella estaba dando consejo, no órdenes. Y sus pensamientos no
son…
—Pero estás en contacto con ella. Puedes volver, puedes encontrarla,
siempre que lo desees. Has demostrado que…
—Y sin embargo, no la trajo aquí. —Esa era la voz enojada de Caleb—
. Si Cassie fuese parte de algún elaborado plan, eso habría sido lo primero
que habría hecho al convertirse en pitia. ¡No hay nada de eso!
Adra sonrió ligeramente.
—¿Es así? Está claro que no estás hecho para el ámbito político, mago
de guerra.
—La dejaste ir al infierno —dijo Evelyn—. ¿Sin embargo, no le
dejaras salvar a su propio aquelarre? ¿Y cuando se convierta en un caso,
no dejaras que la pitia haga nada?
—Tenemos un acuerdo con el Concilio —le dijo Jonas—. Y reconozco
una citación del Concilio cuando la veo, ¡como reconozco una trampa! No
había ninguna razón para matar a esas niñas, ningún motivo, a menos
que fuera para obligar a Cassie, a ir a un lugar y hora de la elección de su
enemigo…
—¿Y que si así fuera? Cualquiera que fuera la causa, las niñas están
tan muertas…
—Y es una tragedia. Pero perder a Cassie sería una mayor. ¡En todo
caso, lo queramos o no, no se corrompe la línea de tiempo!
—Tú y yo lo corrompimos —le recordé aturdida—. Regresamos…
—Para salvar un mundo. ¡No a unos cuantos!
Entonces, ¿dónde está el límite?, me pregunté. ¿En un millón? ¿Mil?
¿Uno?
Porque justo ahora, uno, me parecía una terrible pérdida.
—¿Y qué quieres decir con eso? —rompió Caleb.
—El Concilio sospecha que ella es la hija de Artemisa en más de un
sentido —dijo Rosier con rencor, respondiendo antes de que Adra pudiera—.
Que ella decidió, después de conocer a mi hijo, después de saber no sólo
quién sino qué era, que ya no necesitaba a su madre. Que con su ayuda,
podría minar a los Señores Demonios de todo el poder necesario para luchar
contra sus rivales, para garantizar su control, para gobernar por sí misma…
—¡Yo no quiero gobernar! —Me atraganté—. Ni siquiera quiero ser
pitia.
—¡Y nunca debiste serlo!
—Estamos hablando de la información que la Srta. Silvanus nos ha
traído —dijo Jonas, mirando a Rhea por encima de sus gafas.
—¿Qué información? —le pregunté, tratando de forzar mi atención al
aquí y el ahora, cuando lo único que quería hacer era volver. Para
encontrar una solución. Para hacer las cosas bien.
Pero hay cosas que no tienen una solución.
—El íncubo ha sido regresado —me dijo Adra—. Es un viejo método de
ejecución que envía el alma de vuelta a través de su vida, a las versiones
anteriores de sí mismo. Cuando su alma llega al comienzo de su viaje de la
vida, será un guiño de la existencia, y el cuerpo morirá.
—Eso es un montón de mierda… —comenzó Caleb.
—No lo es —dije, pensando en Jules. Y por un segundo, mi corazón se
aceleró mientras me preguntaba si podría hacer lo mismo por Pritkin. Pero
había una diferencia. El cuerpo de Jules había cambiado, pero no su alma.
Había estado allí, encerrado en una tumba carnosa, pero presente. La de
Pritkin no. Y era su alma la que había sido maldecida.
Adra había elegido su arma perfectamente.
Rhea me miraba, con enormes ojos dolidos. Ella no dijo nada, pero
no era necesario. Conocía esa expresión. La había visto en el espejo una o
dos veces.
—Tuviste una visión —le dije.
Enormes ojos marrones se encontraron con los míos.
—Nunca tengo visiones —susurró ella. —Bueno, casi nunca, y
nunca sobre nada importante. Ese es porque soy todavía una alta iniciada
y no una acólita. Ayudo, ayudé, a entrenar a las niñas, las nuevas
iniciadas.
—Pero esta vez viste algo.
—Vi a Ares —dijo, mirando a lo lejos—. Elevándose sobre un campo
frente a un cielo de tormenta. Estaba aquí, en este mundo, luchando
contra nuestras fuerzas. Y estábamos perdiendo… gravemente.
—¿Había alguien más con él? —preguntó Jonas bruscamente.
—¿Qué?
—¿Cualquier otro dios?
Ella negó.
—Sólo lo vi a él. Pero fue tan rápido, sólo un destello. Iba subiendo
con algunos medicamentos para el resfriado. Una de las niñas había
llegado con estornudos y tenía una desagradable fiebre a mitad del
dormitorio, y simplemente… me golpeó. De repente, estaba en otra parte,
viendo estas cosas terribles, había relámpagos y truenos, la gente gritaba y
los árboles se estrellaban contra el suelo, el cielo se inundó de color rojo
y… y se me cayó la bandeja.
—Probablemente también a mí se me habría caído —le dije, porque
estaba blanca y temblando de nuevo, su voz apenas era un susurro.
—Sí, pero las escaleras son de mármol; todos escucharon —dijo ella,
mirándome con tanto dolor en sus ojos que finalmente lo entendí; no era la
única que se sentía responsable esta noche—. Y estaba tan alterada… las
acolitas me hicieron decirles, en el momento no me di cuenta… No pude
ver ninguna razón para no hacerlo… hasta que las vi. Ellas estaban felices.
Estaban contentas por ello. Entonces me vieron mirarlas, y cambiaron sus
expresiones. Pero yo sabía lo que había visto…
—Así que viniste a decirme.
Tragó saliva.
—No. Debería haberlo hecho, pero había ciertos rumores acerca de
ti, ellas decían… No fue sino hasta la coronación que me di cuenta, que no
podías ser lo que decían. El poder había ido a ti, el Círculo te había
aceptado, y luego en la coronación, mataste al Spartoi. ¡Lo mataste!
Y de repente, supe por qué me resultaba tan familiar.
—Tú estabas ahí.
Ella asintió de nuevo.
—Te vi, pero yo, era obvio que estaba tratando de no llamar la
atención y yo no…
—Pero sabías quién era yo.
Ella me miró sorprendida.
—Claro que sí.
—¿A pesar de que otra persona se hacía pasar por mí?
Ella volvió a parpadear, como si no tuviera mucho sentido.
—Sí, pero sabía que no eras tú. No había ningún poder, ningún
aura, ningún… —Ella hizo un gesto con la mano—. Era obvio.
Tanto por mi gran disfraz.
—Pero los demás no te veían, y para el momento que me alejé de
ellos, habías desaparecido. Y luego, cuando te vi de nuevo… —De nuevo
hizo otro pequeño aleteo grácil con la mano, tal vez porque no conocía una
manera educada de decirlo —… luchabas con un Spartoi en tu traje de
cumpleaños y casi te fríen, y entonces los vampiros te llevaron, no sabía
cómo comunicarme contigo…
—Así que fuiste a los aquelarres.
—Sí. Mi prima…
—Y los aquelarres te trajeron a mí.
—Sí.
—¿Así podrías decirme qué? ¿Qué están planeando?
Ella negó.
—¡No lo sé, no lo sé! He intentado seguir a las acolitas, hacerles
pensar que estoy de acuerdo con ellas, con la esperanza de obtener más
información… pero no soy una actriz, y habían visto mi cara esa noche.
¡No me creyeron!
No le dije que estaba bien, porque no habría ayudado. No se veía
como una chica que necesitara trivialidades. Parecía una chica que
necesitaba algo que hacer.
Conocía el sentimiento.
—Voy a volver —le dije a Rosier—. Voy a detener el lanzamiento del
hechizo…
—Se te impedirá —dijo Adra suavemente—. Es por eso que se ha
hecho aquí, para oponerse a esa posibilidad.
—¡Entonces dame el contra-hechizo! Voy a ir atrás en el tiempo, voy a
encontrar su alma… —Él sólo me miró—. ¡Pritkin no hizo nada malo! ¡Si
tienen que lastimar a alguien, hiéranme!
—Ellos no te harán daño. Te necesitan. —Rosier se atragantó—. Pero
a mi hijo…
Adra no estaba de acuerdo, pero tampoco lo refutó. Y la peor parte
fue, que no había odio en sus ojos, sin malicia. Esta había sido una
decisión política para él, nada más. Una amenaza había sido identificada;
una amenaza había sido retirada. Pero para mí…
Se sentía como el fin del mundo.
—¿Cuántas acólitas estaban allí actualmente? —preguntó Jonas.
—Varías —dijo Rea, mirándome—. La mayoría de la Corte se integra
de iniciadas junior, que acaban de ser traídas, chicas jóvenes que se han
identificado con una promesa inusual. Altas iniciadas, que somos la
mayoría, que están entrenándose, pero no tienen ningún poder. Las
acolitas son sólo un pequeño grupo, elegidas entre las más dotadas de las
altas iniciadas. Tras la muerte de Myra, sólo quedaron cinco.
La miré por un momento, asegurándome que el estado de mi cabeza
ahora mismo no estaba jugando conmigo. Pero no. Debía estar escuchando
cosas.
—¿Repítelo una vez más?
—¿Yo… algo no está claro? —preguntó ella, comenzando a parecer
preocupada.
—Realmente espero que sí —le dije con fuerza—. Dijiste que las altas
iniciadas no tienen poder de pitia. Así que por implicación… ¿las acolitas
sí?
Ella asintió.
—Tienen que, para fines de capacitación. Todas ellas reciben la
instrucción básica en las artes de la pitia, a quien los maestros consideran
mejor son a menudo seleccionadas como herederas. También cuando las
circunstancias dejan a una heredera muerta o es depuesta. Tiene que
haber otra persona que pueda hacerse cargo, que haya sido entrenada.
También están disponibles para ayudar a la pitia, en tiempos de
necesidad.
—¿En tiempos de necesidad? —Miré a Jonas.
Él no dijo nada, pero se quitó las gafas y las pulió, a pesar de que
acababa de hacer eso hacía treinta segundos.
—Si la misión es más peligrosa de lo que ella siente que sería
prudente manejar sola —explicó Rea.
Continué mirando a Jonas.
—Sí, bueno —dijo enérgicamente—. Ya sabíamos que había un
problema con la Corte, gracias por el testimonio Srta. Silvanus…
—Jonas.
—¡Ya tenías suficiente en tu plato Cassie! No había ninguna razón
para añadir más…
—¿No había ninguna razón para decirme que hay todo un grupo de
Myras por ahí?
—Difícilmente es eso —argumentó—. Las acólitas sólo tienen una
pequeña fracción del poder de la heredera, apenas suficiente para
entrenamiento…
—Jonas.
—Y Myra era una traidora. Hasta ahora, no ha habido ninguna
razón para creer que el resto de la Corte fuera lo mismo, y mucho menos
que iban a atacar a su propio aquelarre…
—¡Jonas! —Se detuvo y me miró. Y debió ver algo en mi cara, porque
se detuvo de decir lo que había estado a punto de decir—. Nunca me
escondas algo así, otra vez. Nunca.
Me levanté y empujé a través de las puertas francesas, a la terraza.
Jonas no me siguió, lo que fue una suerte. Honestamente no sé lo que
habría hecho si lo hacía.
Había sido así toda mi vida: gente escondiéndome cosas. A veces,
porque pensaban que era por buenas razones, a veces, la mayoría de esas
veces, porque el conocimiento era poder, y cuanto menos tuviera de este,
menos sería capaz de desafiarlos más tarde. Tony, el Círculo, el Senado,
Mircea… alguien siempre estaba trabajando para mantenerme en la
oscuridad.
Pero había cosas en la oscuridad que podrían morderte si no sabías
que estaban allí. Si no podías evitarlas porque ni siquiera sabías que
existían. El conocimiento no era solo sobre poder; era cuestión de
supervivencia, la mía y la de todos los que dependían de mí.
Y estaba harta de la oscuridad.
Evelyn salió al balcón. No dijo nada. Pero su muñeca estaba
descansando en la barandilla, no lejos de donde mi mano estaba
apretando convulsivamente. Y en la de ella…
Es una varita, pensé, viéndola girar como una experta, yendo y
viniendo, entre sus dedos.
Nuestros ojos se encontraron.
—Creo que es la hora de las chicas, y la tendremos —dijo. Entonces
me miró, ojos grises en azul.
Lamí mis labios.
—Te acompañaré —le dije con voz ronca.
La mansión estaba oscura y tranquila cuando nos desplazamos al
vestíbulo principal de la Corte de la Pitia. Londres tenía siete horas por
delante de Las Vegas, lo que hacía que fuera más o menos la medianoche,
nos había desplazado atrás lo más que pude. Lo que no fue mucho, porque
llevar a cinco tenía un costo, uno alto.
Caí de rodillas, tambaleándome por la fuga de energía.
—Lady…
—Estoy bien —le dije a Rhea, con suficiente dureza para que ella
echara hacia atrás su mano.
Me quedé abajo por un momento, mirando el mármol del vestíbulo
de Agnes, el pulso acelerado, preguntándome si mis ojos estaban a punto
de estallar. Y maldiciendo interiormente, porque mi sentido del tiempo
había estado pateándome diciéndome lo que ya había sospechado. Habría
tenido que desplazarnos a un tiempo más temprano, antes de lo que
hubiera querido o arriesgarme a romper algo.
Cuando mucho teníamos quince minutos.
Lo que significaba que no tenía tiempo para esto, me dije
severamente, y me levanté.
El lugar parecía casi el mismo que la última vez que había estado
aquí. Rayos de lo que probablemente eran farolas de la calle, pero que
parecían plateados rayos de luna, rasgando a través de las altas ventanas
neoclásicas. Había un montón de mármol, algunos paneles parecía que
podían ser genuinamente de caoba, y un par de estatuas de mujeres que
parecían griegas sosteniendo jarras. Una escalera, aquella en la que Rhea
había tenido su visión asumí, iba hacia un descanso.
Un candelabro tintineaba suavemente sobre nuestras cabezas,
movido por el fresco viento a través del travesaño. Sonaba imposiblemente
alto a mis atentos oídos, como las más caras campanillas de viento del
mundo. Nada más se movía.
Encontrándolo menos que tranquilizador.
Rhea parecía pensar lo mismo.
—Debería haber guardias —dijo con preocupación—. El Círculo…
mantiene gente aquí, todo el tiempo.
—Están aquí —dijo Evelyn sombríamente, detrás de mí. Me di la
vuelta para verla más de cerca de las puertas principales, donde una
figura en un abrigo de cuero estaba desplomado detrás de una planta en
una maceta.
Había estado a punto de preguntarle si había muerto, pero luego le
dio la vuelta. Y no tuve que hacerlo. La piel estaba gris y apergaminada,
arrugada hasta lo irreconocible, porque la carne estaba mayormente
marchita. La boca hacia atrás en un grito silencioso, dejando los ojos
hundidos en la cabeza y los huesos suficientemente quebradizos que se
quebraron con un simple movimiento gentil.
Un anillo cayó de un dedo perdido, que traqueteo contra el suelo, y
Rhea hizo un pequeño sonido.
—McClaren —susurró—. Una de sus nietas… ella es una nueva
iniciada…
—Acolitas —maldijo Evelyn—. Tenía la esperanza de que Marsden
estuviera equivocado.
—La pregunta es, ¿están todavía aquí? —preguntó Beatriz.
—No deberían. —Esa fue Jasmine—. Una bomba destruyó el edificio,
no un ataque. Si las acolitas tienen algún sentido, huyeron una vez que la
instalaron.
Tragué saliva. Tal vez cortar las cosas no había sido tan mala idea.
Pero Beatrice no parecía convencida.
Una farola brillaba a través de una ventana, reflejándose en sus
cadenas y haciendo a su afro ligeramente azul. Destacando el ceño
fruncido en su rostro.
—¿Entonces por qué atacar a los hombres del Círculo? Las acolitas
ya estaban dentro y libres para moverse. ¿Por qué involucrar a las
patrullas?
—Si ellas estaban jugando con las protecciones, podrían haber
estado nerviosas —ofreció Jasmine—. Ellas los querían fuera del camino…
—Y hablando de protecciones, ¿por qué no activamos ninguna de
fuera cuando llegamos, como justo ahora?
—Están conmigo —dijo Rea, pero parecía dudosa—. Pero eso sólo
debería haber mantenido la alarma general sin sonar. Todavía debería
estar alguien aquí, para comprobar…
—De ahí los ataques a los socorristas —dijo Jasmine.
—¿A todos ellos? —exigió Beatrice—. ¿Y cómo un grupo de chicas no
entrenadas manejan eso, con poder de la pitia o no?
—Los tomaron por sorpresa —dijo Evelyn, tocando su varita—. Así
debió ser.
—Otra vez, ¿a todos ellos? Ya sabes cómo son: raros bichos
saltarines y sospechosos, cada uno. Y todavía…
—Vamos a sacar a las niñas —le dije, mirando alrededor. Mi piel
picando—. ¿Dónde están?
No tuve que pedirlo dos veces. Rhea había vibrado, allí de pie, y
ahora se quitaba de la escalera.
—¡Espera! —llamó Evelyn, y puso una mano en mi brazo.
—Tenemos menos de quince minutos —le dije.
Pero ella no respondió.
—Beatrice.
La pequeña bruja tenía ya a su personal arriba. Una de las pequeñas
hendiduras que había confundido con huecos en la madera, brillaba con
una luz azul pálido, como una linterna. No entendía el punto de eso,
puesto que podíamos ver…
Nada, comparado a cuando ella lo dejó caer en el piso, con fuerza. Y
un pulso salió de la parte inferior, como una ola en la playa. O tal vez
como una piedra arrojada en un estanque, porque ésta se movía en todas
direcciones, destacando las marcas del trapeador por el piso, el polvo en
las esquinas, grietas aquí y allá del mortero entre los azulejos. Como una
luz negra en una escena del crimen, que mostraba todo lo oculto.
Incluyendo los pies de un grupo de hombres dispuestos a lo largo de
las paredes.
—No me gusta cuando estoy en lo correcto —murmuró Evelyn, y
luego me empujó hacia la puerta—. ¡Ve!
Golpeé el piso en lugar del revestimiento de madera que sobresalía
de la línea de cuerpos, decenas de ellos. Y luego se desvaneció por
completo cuando el hechizo corrió hacia sus piernas, quitándoles el
camuflaje en el recorrido. Magos de guerra, y no de los nuestros, me di
cuenta, cuando se desprendieron de las paredes y comenzaron a arrojar
hechizos que chocaron con el escudo que Jasmine había arrojado, justo a
tiempo.
Pero uno había conseguido atravesarlo, una fracción de segundo
antes de que el escudo se cerrara, la luz reventando en la habitación con
un verde venenoso. Desvaneciéndose, gracias a una maldición, que ni
siquiera había visto, que Evelyn lanzara, golpeó al lanzador casi en el
mismo momento en que se movió. Pero voló el travesaño y la mayor parte
de la puerta principal, bañándonos con vidrio.
Y finalmente volando las protecciones por toda la casa.
—Bueno, las niñas están arriba —dijo Beatrice cuando Evelyn se
giró hacia mí.
—Maldita sea, ¿estás sorda? —preguntó.
—Si me voy, y las acolitas aparecen, se mueren —le dije, hurgando
en la capa del mago de guerra muerto. Tratando de no respirar porque
estaba cubierto de un polvo blanco escamoso que voló por todas partes
mientras lo empujaba, sacándolo y rompiéndolo en pedazos tratando de
quitárselo. Pero tenía que tenerlo. Los abrigos estaban hechos para resistir
los asaltos, y estaba a punto de ser asaltada a menos que estuviera más
suerte de la habitual.
—Ya has oído a Zara —dijo Evelyn—. ¡Probablemente ya se fueron!
Me tomó un segundo darme cuenta de a quién se refería la bruja,
que había estado hablando a Jasmine.
—¿Y si no? Puede ser bueno…
—Estamos mejor que bien.
—¡Pero no pueden luchar contra alguien que puede manipular el
tiempo!
Ella comenzó a responder, pero el escudo se destrozó por una
docena de hechizos que golpearon todos a la vez. Y luego Beatrice hizo
subir el suyo otra vez. Un vació diferente brilló en esta ocasión, uno oscuro
y rojo sangre. Y todas las luces de la sala de repente estallaron, bañando el
piso con las chispas enviando llamas que corrían por las paredes.
—Buen truco de magia, vieja —dijo un mago, agarrándola.
El personal regreso.
Y las líneas de fuego fluyeron de cada luz, tallando un pentagrama
de fuego en el aire y arponearon a media docena de magos atravesándolos
con llamas.
—Me alegro de que te haya gustado —le dijo al hombre que colapsó a
sus pies.
Pero si bien nuestra área general estaba despejada, no hacía mucho
más… porque ahora los magos estaban trabajando sobre nosotras desde
todos lados, viniendo a la habitación desde donde parecía que habían
estado escondidos, sin saber dónde estábamos, pero ahora lo sabían,
teníamos que…
Golpear el piso otra vez.
Zara murmuró algo bajo y vicioso, y las brujas me jalaron al lado de
ellas cuando todas las ventanas reventaron. Las cortinas ondearon hacia
adentro y luego rompieron a volar por la habitación, y se sentía y sonaba a
algo muy parecido a un huracán rugiendo a través de la casa. Espejos
rotos, el candelabro azotándose como una cosa loca, estatuas
derribándose. Y media docena de magos que no habían conseguido elevar
sus escudos a tiempo salieron volando. Pero otros sólo se atrincheraron,
burbujas de escudo salpicando la sala, esperando.
Porque sí.
Tampoco pensé que ella fuera capaz de mantener eso por mucho
tiempo.
—Si ellos plantaron las bombas, no están aquí —gritó Evelyn, para
hacerse oír por encima del rugido de la tormenta—. Esto era
probablemente una trampa. El anciano tenía razón, ¡están tras de ti!
—También tenías razón —jadeé, todavía luchando para liberar el
abrigo—. Están dispuestos a matar a unas cuantas docenas de niñas para
llegar a mí.
Evelyn maldijo.
—¡No puedo protegerte y ayudar a las niñas, ellas no pueden
manejar mucho de esto por su cuenta!
—Entonces no me protejas —le dije cuando el viento se calmó y el
abrigo se liberó con un crujido repugnante, todo al mismo momento.
Escudos aparecieron en todas partes cuando los magos se pusieron
de nuevo sobre sus pies. Estábamos a punto de ser rebasadas, las brujas
no podían lanzar y proteger al mismo tiempo, y quedarnos al alcance de
un montón de magos a distancia de quemarropa no era inteligente. Por
supuesto, tampoco esto lo era, pensé, agarrándolas y desplazándonos a las
cuatro a donde Rhea estaba agachada contra las escaleras, a la mitad, una
burbuja fina que era su escudo ondeando contra el viento todavía fuerte.
Y luego colapsando totalmente cuando un rayo de la llama púrpura
lo golpeó.
Me tiré encima de ella, cubriéndonos con el abrigo, pero no fue
suficiente. Otra maldición golpeó, y hechizado o no, el abrigo había
envejecido junto con su dueño. Sentí algo arremeter contra mi espalda,
una delgada línea de fuego a lo largo de la debilitada costura, y grité
incluso cuando nos desplacé.
Y aterrizamos en medio de un montón de magos en la parte superior
de las escaleras, que se dirigían hacia abajo ahora que el huracán había
disminuido a tormenta tropical.
Y luego tropezamos y caímos a medida que nos desplacé en medio de
ellos.
Literalmente, en el caso de Rhea. Ella había terminado soldada a un
mago a través de la falda de su vestido, el cual ahora estaba dividido en
dos por un pesado abrigo de cuero, y la pierna detrás. Ella se apartó
bruscamente, él gritó, lo que sólo hizo que ella diera un tirón más fuerte. Y
entonces ella se agarró de otro mago y se colgó a un lado…
Y la pierna del hombre se salió del muslo.
Porque la carne y el hueso no reaccionan bien al ser divididos por
una franja de lino bordado.
Sangre por todas partes, recubriendo alrededor de los magos y
salpicándome. Y enviando a Rhea, quien obviamente no había tenido nada
de esto como parte de su formación, en un frenesí. Ella se apartó de su
atacante, pateó otro contra la barandilla y huyó por las escaleras
restantes, ninguno de los magos intento detenerla ya que ella parecía
herida de muerte.
O tal vez porque estaban arremetiendo contra mí.
Y no había nada que pudiera hacer, porque no podía desplazarme de
nuevo, no en este momento, tal vez nunca. Pero no importaba, porque
triples rayos de algo rojo y letal desgarraron más allá de mí, un rayo lo
suficientemente cerca de chamuscarme el cabello. Y rasgaron agujeros a
través de los magos por encima de mí.
Y entonces estaba siendo arrastrada por las escaleras por tres
maníacas, que estaban maldiciendo todo a la vista. Consiguieron maldecir
a los de abajo cuando los magos de la sala se dieron cuenta que ya no
estábamos allí, tal vez porque un grupo de sus compañeros acababa de
caer sobre sus cabezas. Pero ellos estaban detrás de nosotros, el descanso
de la escalera y un pasillo estaban por delante, por el que Rhea
simplemente había desaparecido.
Algo golpeó la pared junto a mí, dejando una pesada marca
chamuscada, y algo más azoto mi espalda, girando mi entumecido brazo
incluso a través de la protección del abrigo. Después estábamos en el
pasillo, y Jasmine, Zara, lanzó una protección al final del pasillo, como un
tapón.
Lo que envió tres magos tambaleándose cuando corrían
directamente hacia acá.
Estábamos bombardeando el pasillo, donde pequeñas personas en
camisones blancos se desbordaban afuera de varias habitaciones. O tal vez
era su día de vestimenta, ¿quién podría decir la diferencia? Pero parecía
que Rhea no se había perdido tanto como yo había pensado, porque
apareció en la puerta de una habitación al final del pasillo, respirando un
poco raro, pero con una niña en cada mano.
Y gritó:
—¡Detrás de ti!
Maldita sea, no duró mucho tiempo, pensé, y caí al suelo, justo
cuando algo apagó una luz en la pared junto a mí. Cristal dispersándose y
niñas gritando, pero para mi sorpresa, no estaban fuera de control. No
cuando Rhea dio una orden y comenzó a moverlas en líneas ordenadas por
el pasillo, incluso cuando las brujas maldijeron la mierda de todo detrás de
ellas.
Pero las probabilidades eran ridículas, y nos estábamos cansando.
La próxima vez que Zara intentó un escudo, apareció casi de inmediato,
bajo una lluvia de hechizos tan espesa que parecía que un sol en
miniatura había salido en el pasillo. Lo único que nos salvó fue el hecho de
que este no era uno de esos hechos para hacer parecer viejos todo tipo de
lugares. Y el pasillo era estrecho, no nos permitía llevar a todo el mundo a
la vez.
Pero dejaba pasar lo suficiente, más que suficiente. Zara recibió un
golpe en el brazo, gritando mitad dolor y mitad furia. Y algo me golpeó,
incendiando un lado de mi abrigo con un fuego que no se apagaba. Tuve
que tirar mi única protección o arder en llamas con él, arrojándolo por el
pasillo a los magos.
Lo patearon lejos, pero los distrajo con lo que tenían en frente medio
segundo, que fue suficiente para que Evelyn lanzara un hechizo, no a
ellos, al techo. Tenía suficiente poder para tirar la mitad del corredor
abajo, haciendo grietas a lo largo del centro, derramando una carga
ondulante de yeso y vaciando escombros sobre nuestros perseguidores.
Junto con un grupo de tuberías de agua, chorreando y cayendo sobre sus
cabezas, lo que no parecía molestarles mucho.
Hasta que Beatrice envió una nube de llamas por el pasillo,
convirtiendo el agua en ampollas calientes de vapor.
Parecía que incluso los magos oscuros tenían aversión a ser hervidos
hasta la muerte. Algunos levantaron escudos, pero más por pánico y
trataron de dar la vuelta, chocando contra los que estaban detrás de ellos.
Creando un cuello de botella temporal que nos hizo capaces de sacar a la
última de las niñas de los dormitorios, empujándolas por el pasillo tan
rápido como sus pequeñas piernas podían moverse.
No sabía a dónde íbamos, pero todo el mundo parecía que sí, con las
niñas más grandes ayudando a las más pequeñas. Al final del pasillo por
una curva, a una escalera trasera. Lo qué habría sido genial, excepto que
era tan estrecha como el pasillo por el que nos introducíamos.
Me quedé mirando, ni siquiera tuve necesidad de hacer algún
cálculo mental. Las miradas en los rostros de las brujas me hubieran
dicho la verdad, incluso si no hubiera sido obvio. No sabía cuánto tiempo
les iba a tomar a todas esas niñas bajar las escaleras, pero tomaría más de
lo que teníamos.
Mucho más.
Y después los magos oscuros regresaron de nuevo, después de la
curva, con escudos alzados y arrojando fuego cuando se dieron cuenta de
la verdad. Una masa de hechizos como los que habían hecho antes, los
que habían roto el escudo de Zara, sólo que esta vez, no teníamos escudo.
Pero los hechizos se detuvieron de todos modos.
O, para ser más exactos, desaceleraron hasta casi detenerse, porque
no tenía suficiente poder para detenerlos por completo.
—Tienen seis minutos —les dije—. Lléveselas tan lejos como puedan.
Beatrice asintió, sosteniendo a Zara, que estaba jadeando,
temblando y pálida como una hoja, firmemente por el brazo. Pero Evelyn
sólo me miró.
—¿Y qué vas a hacer?
—Comprarles tiempo —me atraganté, porque hablar ahora era…
difícil.
—Me quedaré contigo —dijo Evelyn incondicionalmente.
—Eso… eso no es una gran idea.
—¿Y por qué no?
Ahora estaba jadeando, mi visión desenfocada. Y la mujer estúpida
aún estaba hablándome.
—Porque no tengo… suficiente poder… para desplazarlas afuera.
—¿Tendrás suficiente para desplazarte?
Está bien, tal vez no tan tonta.
—Voy a estar bien.
—¡Vas a estar muerta! Y entonces el poder irá a una de esas acolitas
miserables…
—No, no lo hará —dijo Rhea. Había enviado sabiamente a las niñas
más grandes abajo primero y ahora estaba apurando a las más pequeñas.
Pero se detuvo un segundo, para mirar hacia atrás, hacia mí.
—¿Y cómo sabes eso? —exigió Evelyn—. ¡Son las siguientes en la
línea!
—Porque el poder elige a la pitia —dijo Rhea, fiero orgullo en su
rostro mientras me miraba—. Era lo que necesitabas entender hoy, lo que
yo necesitaba recordar estas últimas semanas. No sólo va a la siguiente en
la línea, quien sea que la gente piensa que es la mejor. Va a la mejor
actual, a la mejor opción que hay. —Dejó caer otra de esas reverencias
perfectas—. Lady.
La miré fijamente, y por primera vez, y supongo que la última vez,
me sentí orgullosa, que me condenen de orgullosa, de que hubiera venido
a mí.
Y luego se fueron, Evelyn todavía quejándose, en la retaguardia con
la última de las niñas desvaneciéndose en la oscuridad delante de ellas.
Caí de rodillas, porque así era más fácil. Y porque no importaba si me veía
bien, ya que no había nadie para verme, solo un montón de chicos que
estaban a punto de morir conmigo.
Porque no creía que estuvieran muy entusiasmado si las acolitas
hubieran mencionado lo que iba a sucederle a este lugar. Pero no tenía
forma de decirles, y sin fuerza para hacerlo si pudiera. El corredor iba
desvaneciéndose incluso cuando los hechizos aceleraron, avanzando
notablemente, con el ritmo que una persona podía caminar casualmente.
Pintando el piso y el techo con líneas de luz de un hechizo antinatural.
Los vi venir, y pensé que era divertido. Porque parecían
extrañamente familiares. Rostros como los que están sobre los cielos en la
Corte de Rosier. Peligrosos, pero tan hermosos. Como dunas de arena de la
luna de un mundo extraño, como las estrellas sin fin en salón del Concilio,
como el destello de atracción en un par de ojos verdes.
Pritkin, pensé, sintiendo lentejuelas doradas en mi cara. Y cerré los
ojos.
Los abrí nuevamente en la cama, con un demonio rubio sentado
cerca.
Salté a posición vertical y lo agarré, antes de que mis ojos se
centraran en el traje gris de negocios de tres piezas, cabello rubio delgado,
y una hendidura que había añadido a la barbilla. La única distinción
característica en una máscara sosa para que fuera más fácil pretender lo
que realmente parecía. Adra, pensé, mirando los tranquilos ojos grises.
—¿Así que terminé en el infierno, después de todo? —grazné con
disgusto.
Él sonrió. Y luego aparentemente decidió que merecía algo mejor, y
se rio.
—Creo que estás a salvo —confió cuando me dejé caer en la cama—.
No conozco muchos que voluntariamente te tomaran.
Tragué saliva, porque mi lengua se sentía confusa. Y parpadeé
alrededor lo que o bien era una condenada buena ilusión, hasta la mancha
rosada en la alfombra de una copa de vino que derramé hacía una
semana, o era mi habitación en Las Vegas. Y no sé por qué alguien
desperdiciaría una muy buena ilusión en mí.
—¿Por qué estás aquí? —exigí—. ¿Por qué estoy aquí?
—Estás aquí debido a que nosotros te sacamos en el momento en
que colapsó tu hechizo. Estuvo bastante cerca. Por un momento, no pensé
que fuéramos a lograrlo.
—Ustedes me sacaron —repetí, porque eso no tenía mucho sentido.
Él asintió.
—Pero… —Fruncí el ceño, tratando de pensar más allá de la enorme
migraña—. ¿Cómo sabían…?
—¿Que necesitabas ayuda? —preguntó, inclinándose hacia atrás y
cruzando las piernas—. Eso tiene que ver con el hechizo Seidr que tu
madre hizo.
—¿Qué?
—El hechizo que ella uso para hablar con nosotros es el que los
dioses utilizaban para comunicarse entre sí. Crea la ilusión de que
muchas mentes pueden habitar, similar a lo que ustedes llamarían una
conferencia telefónica. Es cierto, no creo que se haya utilizado antes para
marcar a través del tiempo, pero… ella siempre fue inteligente.
—Sí, ¿y? —pregunté con dureza. Porque había decidido que no me
importaba.
—Bueno, es un hechizo muy antiguo. Un hechizo muy raro, ya que
los dioses han desaparecido. Poca gente en estos días sabe cómo usarlo…
o cómo terminarlo.
Eso me tomó un minuto, pero lo entendí.
—Estaban espiando.
—En esencia. —Por lo menos él no trató de endulzarlo—. Cuando
estabas en la cámara del Concilio, nos dimos cuenta de la existencia de
varios otros enlaces del Seidr en tu mente. Ninguno de los cuales parecías
estar consciente y ninguno de los cuales te habías molestado en cerrar.
—Varios en… —Me detuve, porque de repente un par de cosas
tenían sentido—. Mircea y Jules.
—No sé de vampiros. La primera emisión fue bien cerrada; Incluso
no pudimos explorarlo sin correr el riesgo de lesionarte.
Mircea, pensé sombríamente. Tenía dones mentales de los que no
hablaba, pero era un poco difícil no darse cuenta. No estaba segura de qué
tan lejos se extendían, pero tal vez… tal vez había tenido los suficientes
para usarlos por su cuenta. Tal vez esa era la razón por la que había
desaparecido de repente en régimen de incomunicación. Descubrir que tu
novia era medio diosa sería suficientemente malo, sin tenerla de repente
espiando en tu cerebro.
Asusté a Mircea, pensé vertiginosamente.
—Pero el segundo —estaba diciendo Adra—. Sí, es un humano
llamado Jules. Él ha estado teniendo sueños más bien incómodos, en los
últimos tiempos, gracias a ti.
Lo apuesto.
—Así que entre el momento en que mi madre puso el primer hechizo
sobre mí en su casa, hasta que realmente llegué al Concilio, hubo una
período en el que estaba haciendo otras llamadas por mi cuenta, ¿sin
saber qué es lo que estaba haciendo?
—Por lo que parece. Me pregunto por qué tu madre no te informo
mejor sobre el hechizo que planeaba usar, pero… creo que lo sé. En
cualquier caso, no creemos que alguien deliberadamente eligiera mantener
abiertas tres líneas distintas, cuando incluso una es algo debilitante. Por
lo tanto, se nos ocurrió que había una posibilidad de que no te hubiera
enseñado el funcionamiento del hechizo, y que tampoco sabías como
cerrar el tuyo.
—Pero lo sentí cerrarse. Sentí alivio…
—De tu madre y la mayor parte del Concilio retirándose. Sólo unos
pocos de nosotros nos quedamos —en línea— contigo. La llamada estaba
todavía allí, pero era menor con menos mentes comunicándose. Después
del poder que te habías visto obligada a canalizar antes, parecía un alivio.
Fruncí el ceño.
—¿Así que ustedes esperaban hacer qué? ¿Descubrir qué clase de
venganza estaba planeando?
Suspiró.
—Cassandra, ¿puedo llamarte Cassandra?
—¡No!
Él suspiró de nuevo.
—Nosotros, al parecer, empezamos con… ¿el pie izquierdo? ¿Ese es
el término?
—El pie… —Sólo me le quedé mirando.
—Estoy seguro de que es correcto —dijo, mirando hacia arriba, como
si hiciera referencia a algo—. Sí, sí, esa es la frase.
—Esa no es la…
—Pero tienes que entender nuestro dilema. Ares y los otros dioses
están trabajando activamente para volver a la tierra, algo que algunos de
nosotros hemos tenido dificultades para guardar en silencio, para evitar
un pánico general. Pero tú no sólo lo hiciste imposible, te presentaste ante
todo el Concilio exigiendo un ejército.
—Mi madre quería el…
—Sí, y ese era el punto, ¿no? Francamente, si nuestra única opción
es entre Ares y Artemisa, preferiríamos la primera. Sus habilidades son
formidables, pero sus movimientos a través de los infiernos están
restringidos. Su regreso nos permitiría tiempo para considerar… medidas
extremas. Tu madre no.
—Así que mataste a Pritkin.
—Parecía prudente. Ya sea que tuvieras intención de regresar a tu
madre a su antigua gloria, o para gobernar en su lugar, necesitarías al
íncubo. Pocos son capaces de transmitir el poder como su línea puede, y la
antipatía de lord Rosier para con tu madre es bien conocida. Creo que
moriría antes de ayudarla a recuperar su fuerza. Pero su hijo… no
estábamos tan seguros de él. O de ti.
—Así que me espiaban.
—Queríamos saber lo que harías, una vez que te vieras privada de él.
Algunos en el Concilio también estaban presionando por tu muerte. Sin
embargo, para otros de nosotros, eso parecía… imprudente… con los
dioses intentando regresar y tu historial de oposición a ellos en el pasado.
Necesitábamos más información.
—¿Cómo cuál?
—Deseamos saber lo que harías sin el íncubo. ¿Tratarías de
encontrar otro lo suficientemente fuerte para que lo sustituyera?
¿Visitarías a tu madre de nuevo, y formularías un nuevo plan con ella?
¿Irías con algún, hasta ahora desconocido, cómplice y harían estrategias?
¿Qué harías?
—¡Sabes lo que hice!
—Sí. Sabemos. Y, por primera vez en más años de los que puedo
contar, admito una sensación de… asombro.
No dije nada. Solo deseaba que se fuera lejos. Pero aparentemente,
los antiguos demonios salen cuando quieren.
—Al principio, no entendíamos —dijo, seguía sonando ligeramente
sorprendido—. Pensamos que te desplazarías fuera cuando las brujas se
hubieran ido. Pensábamos que estabas… ¿fanfarroneando? ¿Es esa la
palabra?
—Mira hacia arriba —le dije con dureza, y bajé las piernas de la
cama.
—Pero entonces, cuando no lo hiciste… cuando nos dimos cuenta de
que no lo harías, ni siquiera para salvarte a ti misma… se nos ocurrió que
quizá era posible que fuéramos demasiado cínicos. Para olvidar que no
todo el mundo piensa como nosotros.
Y no podían haber tenido esa epifanía ayer, pensé, el dolor
retorciéndose en mis entrañas. Me sentí mareada, adolorida. Como si una
parte de mí hubiera sido tallada y dejada jadeando en el piso. Quería
gritar, despotricar, tirar cosas. Quería llorar y nunca parar. Quería que se
fuera, así podría acurrucarme alrededor de mi dolor.
—¿Has dicho varias razones? —me quedé sin aliento.
—Sí. Deseaba, nosotros deseábamos, darte esto —dijo, sacando lo
que parecía ser una billetera de piel de anguila, pero probablemente no lo
era. Y me entrego algo del interior.
Era un trozo de papel. Un pedacito de papel de cuaderno, que
parecía un poco presuntuoso para un antiguo demonio, pero no me
importaba. Porque todo lo que había en él era un montón de garabatos sin
sentido.
—¿Qué es esto? —exigí, pensando en romperlo.
—El contra-hechizo.
Lo miré fijamente por un momento, y luego hacia él. No sé lo que
estaba en mi cara, pero buscó durante mucho tiempo. Y luego sonrió
levemente.
—Eso es lo que quise decir. Esto es lo que había… olvidado.
Eso significaba exactamente nada para mí.
—¿Por qué…? —Me aclaré la garganta—. ¿Por qué hacen esto?
—El Concilio cree que es poco probable que alguien que aspiraba a
alterar el poder en el mundo renunciaría tan fácilmente no sólo a su
búsqueda, también a su vida —me dijo suavemente—. Y por criaturas que
no podrían ser de ninguna utilidad para ella.
—Entonces… esto es real. —Miré hacia abajo al papel, mi corazón
comenzó a latir.
—Sí, es real. Si puedes encontrarlo antes de que la maldición llegue
a su conclusión, puedes salvarlo. Pero te advierto que, no será fácil. El
hechizo que se utilizó fue diseñado específicamente para frustrar tu poder.
Su alma pasará por cada año de su vida una sola vez y luego nunca más.
Después, puedes utilizar tus habilidades para volver al mismo momento
una y otra vez, pero no lo encontrarás allí.
Agarré el papel en un puño, lo escuche arrugarse.
—Pero… no puedo leer esto.
—Se trata de una antigua lengua; son pocos los que pueden.
Afortunadamente, uno de ellos está encantado de acompañarte.
—Encantado no es la palabra que yo usaría —dijo una voz mordaz.
Justo antes de que algo me golpeara en el plexo solar.
Era una mochila. Y sostenida por un idéntico…
—Oh, mierda.
—Mis sentimientos exactos —siseó Rosier—. Ahora vístete. Nos
estamos quedando sin tiempo.
—¿Hay ropa en ahí? —exigí.
—Sí…
—Entonces voy a vestirme cuando lleguemos allí. ¿A qué época
vamos?
—Mil ochocientos ochenta. Y será mejor que lo hagas
condenadamente bien, espero que lo atrapemos allí.
—¿Por qué?
—¡La maldición se hace cada vez más rápida a medida que avanza,
chica! Y no tengo ningún deseo de ir de fiesta alrededor de una era de
barbarie con los gustos de…
Sí, pensé. Todavía le gustaba hablar. Este iba a ser un infierno.
Entonces, ¿por qué estaba una sonrisa apareciendo a lo largo de mi
cara?
Agarré el hechizo en una mano, puse la mochila sobre mi espalda, y
agarré a Rosier.
—Cállate —le dije.
Y nos desplacé.
Se podría pensar que ser Vidente Jefe del mundo sobrenatural
vendría con algunas ventajas. Pero así como Cassie Palmer ha aprendido,
ser pitia no significa que no tienes que hacer las cosas de la manera difícil.
Es por eso que se encuentra en una misión de rescate saltando a través
del tiempo, a pesar de que no entiende por completo su nuevo poder para
curvar dimensiones.
Rescatar a su amigo John Pritkin debía haber sido un asunto de
entrar y salir, pero con el alma del mago casi inmortal perdida en el
tiempo, Cassie tiene que buscarlo a través de los siglos… con el papá
demonio de Pritkin a cuestas. Él es el único que puede revertir la
maldición de Pritkin, pero con los guardianes de la línea del tiempo
empeñados en detener a cualquiera que fisgonee, Cassie tendrá que
encontrar la manera de recuperar a su amigo sin alborotar demasiadas
plumas, o causar una paradoja que acabe con un mundo o dos…
Karen Chance nació en Orlando, Florida. Se licenció en historia y
tras ejercer de profesora en Hong Kong durante dos años decidió
dedicawrse por entero a la literatura. El aliento de las tinieblas fue su
primera novela, y ha sido todo un fenómeno editorial en Estados Unidos.
A pesar de su limitada bibliografía, es una autora que ha
conquistado a los lectores de habla inglesa y española ahora con sus libros
siendo llevados al idioma.

Saga Cassandra Palmer:


1. El aliento de las tinieblas
2. La llamada de las sombras
3. Envuelta en la noche
4. La maldición del alba
5. En busca de la luna
6. Tempt the stars
7. Reap the wind
8. Ride the storm
LizC

Adddy

LizC y Nanis

Mae

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