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Пророчі книги С.З. А.

Яцишин, PhD ІФА Золотоустого


Плач Єремії

El libro de las Lamentaciones contiene cinco composiciones de gran lirismo y


espiritualidad, redactas en la forma poética conocida como «lamento fúnebre», en hebreo,
“qinah”. En su conjunto forman un extenso canto de duelo por la devastación y
destrucción de la ciudad santa. El texto hebreo no posee un título propio, pero, a
semejanza de lo que sucede en otros casos, se denomina con la palabra con la que
comienza: “’Ê̠kāh”, que se puede traducir por «¡Ay!», «¡Cómo!». En el texto griego llevan
por título Threnoi (canto fúnebre).

1. SITUACIÓN EN EL CANON, AUTOR Y FECHA DE COMPOSICIÓN

El texto hebreo coloca las Lamentaciones entre los «Escritos» y con más precisión entre
los «Rollos» (“Meǥillôṯ”), textos que se leen en la liturgia sinagogal en determinadas
ocasiones. Las Lamentaciones se recitan también actualmente el día de ayuno establecido
para conmemorar la destrucción del templo de Jerusalén (“Tisha be-Av”, o más
simplemente el 9 de Av, entre julio y agosto). En los códices griegos, el orden habitual es
Jeremías, Baruc, Lamentaciones y Carta de Jeremías, y la paternidad del libro se atribuye
de modo explícito a Jeremías[33], de acuerdo con una tradición basada en 2 Cro 35,
25[34]. En las versiones latinas, a las que siguen habitualmente las Biblias católicas, el libro
de las Lamentaciones se sitúa inmediatamente después del libro de Jeremías y precede al
de Baruc. De hecho, la relación de Lamentaciones con Jeremías se ha considerado tan
estrecha que no es extraño que en los elencos de libros sagrados se cite solo a Jerem ías
para referirse también a las Lamentaciones[35].

La atribución a Jeremías, sin embargo, presenta dificultades, ya que las Lamentaciones


exponen ideas que parecen contrastar con las que conocemos por el libro atribuido al
profeta. Así, por ejemplo, el sentimiento antibabilonio que impregna los lamentos no
coincide con la actitud de Jeremías, que propugnaba un sometimiento a Babilonia como un
mal menor[36]; no parece probable que el profeta hubiera esperado en la ayuda de Egipto,
potencia que retenía capaz de influir solo negativamente en la vida de Judá (Lm 4, 17); la
afirmación de Lm 5, 7 sobre la responsabilidad colectiva es contraria a la doctrina sobre la
responsabilidad personal de Jr 31, 29-30, así como también es incompatible con Jr 7 (el
verdadero culto) la importancia que Lamentaciones da al templo. Por otra parte, para
atribuir las Lamentaciones a Jeremías no es suficiente verificar la existencia de una
correspondencia entre los usos descritos en los lamentos fúnebres y los que se citan en el
libro del profeta, ya que las referencias a elementos de carácter cultural pueden ser parte
del patrimonio común entre hombres que viven en un mismo ambiente y en la misma
época. Es posible, por todo esto, que las cinco composiciones sean obra de autores
diferentes y escritas en momentos distantes; en cualquier caso, se han de colocar en los
años de la conquista y destrucción de Jerusalén por parte de Nabucodonosor.
Tal vez sea posible fijar una fecha más precisa para la redacción de la primera
lamentación atendiendo a los detalles mencionados sobre la situación en que se
encontraba Jerusalén, diferentes de los aludidos en las lamentaciones 2 y 4. En Lm 1, 10 se

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dice que los opresores han profanado el templo y lo han depredado, pero no que lo hayan
destruido. En 1, 5.18, Jerusalén llora a sus jóvenes deportados al exilio, la ciudad debe
pagar un tributo a los vencedores y, por tanto, todavía no ha sido destruida; las puertas no
han sido derribadas, aunque la gente ya no se reúne para hacer negocios (1, 4); en la
ciudad hay todavía sacerdotes y autoridades (1, 4.6). Estos datos sitúan la composición de
la primera lamentación durante el período que va desde la conquista de Jerusalén por
parte de los babilonios el año 597 y antes de su destrucción el 587, cuando todavía existía,
por tanto, el reino de Judá, aunque en precarias condiciones. En esa difícil situación, la
lucha entre los partidarios a favor y en contra de Babilonia era muy áspera, como deja
entender el contraste entre Jeremías y Ananías (cf. Jr 28) y los fuertes reproches del
profeta mencionados en el capítulo precedente (27, 9.22).

La situación que presentan las lamentaciones 2 y 4, por el contrario, es reconducible a


los años inmediatamente posteriores al 587, después de la destrucción de Jerusalén. Las
murallas y fortalezas se encuentran en efecto derribadas, como también los palacios y el
templo mismo; las puertas de la ciudad han sido abatidas, el altar, profanado, y ya no se
celebran el sábado y las demás fiestas; el rey se encuentra deportado junto a los demás
jefes del pueblo (2, 1-9): «¡ya no hay Ley!» (2, 9). La cuarta lamentación, aunque ofrece
menos detalles descriptivos, tiene un tono análogo a la segunda. La situación que se
delinea es de una destrucción casi total: las «piedras sagradas yacen esparcidas», tiradas
«por las esquinas de cualquier plaza» (4, 1); los cimientos de la ciudad han sido devorados
por el fuego (4, 11); especialmente, el autor llama la atención sobre los efectos de la
hambruna en quienes han escapado a la matanza (4, 3-5.7-10): los niños no tienen qué
comer (v. 4), aquellos que vivían en la opulencia escarban entre la basura (vv. 5-8), y hasta
los mismos cadáveres sirven de alimento (v. 10).

La quinta lamentación ofrece pocos elementos indicadores para poder situarla en


relación a la destrucción de Jerusalén. Alguna alusión podría llevar a pensar en el comienzo
del asedio del año 587 (5, 4.9), cuando las aldeas alrededor de la capital ya habían caído en
manos de los babilonios y su población había sufrido violencias (5, 11-12). Pero estos
indicios son excesivamente genéricos y no permiten una datación segura.

Con respecto a la tercera lamentación, su carácter de oración individual dificulta una


datación precisa. La lamentación expresa en primera persona los dolores experimentados
por el pueblo y la ciudad santa, con un patetismo que refleja los sentimientos de aquel que
ha padecido los dolores en su propia carne y ha visto la destrucción de lo que m ás amaba.
Es probable que las palabras del orante quieran personalizar los sufrimientos de toda la
nación, abatida por el castigo divino.

2. ESTRUCTURA Y CONTENIDO
El libro de las Lamentaciones está constituido por cinco cantos perfectamente
delimitados. Las primeras cuatro lamentaciones tienen forma de acróstico alfabético[37],
con algunas diferencias. En la primera y la cuarta lamentación, cada estrofa comienza por

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una letra del alfabeto hebreo de modo progresivo. La tercera lamentación presenta una
estructura más compleja, ya que a cada letra corresponden tres dísticos que comienzan
con la misma letra (tres dísticos con alef, tres con bet, etc.). La quinta lamentación no
presenta esa estructura, aunque está compuesta, igualmente, por 22 versos.

Por otra parte, los cinco cánticos del libro poseen un contenido bastante homogéneo,
que gira alrededor del tema central, la situación ruinosa de la ciudad santa: «¡Ay! ¡Qué
solitaria yace la ciudad tan populosa! Quedó como una viuda, la grande entre las naciones.
La princesa de las regiones está sometida a servidumbre» (Lm 1, 1). No parece que se
pueda establecer, sin embargo, como hemos visto, una clara sucesión cronológica entre las
cinco lamentaciones, por la carencia de referencias precisas a personajes, fechas y lugares.
No obstante, se observa una cierta progresión de ideas, que pasan desde una descripción
de la catástrofe al dolor personal y colectivo por la ruina, alcanzando su culmen en la
súplica enardecida al Señor para que no tarde en traer su salvación (Lm 3).

El primer cántico (1, 1-22) describe la triste situación de Jerusalén. A lo largo de la


lamentación se produce un cambio de sujeto, con el paso de la tercera a la primera
persona. En la primera parte (vv. 1-11), Jerusalén aparece descrita por un observador
externo, que la personifica como una «princesa», que de ser «grande entre las naciones»
se ha quedado como una «viuda», que «llora y llora por la noche, lágrimas por sus
mejillas», sin que haya «quien la consuele entre todos sus amantes» (v. 2). En la segunda
parte (vv. 12-22), es la ciudad misma la que toma la palabra para manifestar su angustia y
desolación: «¡Oh vosotros, cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor como mi
dolor, como el que me atormenta, con el que me castigó el Señor el día de su ira
ardiente!» (v. 12). El paso de la tercera a la primera persona es un recurso literario que
sirve para implicar más directamente al lector, incluyéndolo en el «nosotros» de la ciudad
personificada. Jerusalén se presenta como una «doncella hija de Judá» (v. 15) cuyos «hijos
están desolados» (v. 16).

El segundo cántico (2, 1-22) afronta los motivos que han llevado a Jerusalén a la ruina.
Sobre el fondo de la lamentación se vislumbran los pecados de la nación, de los reyes, de
los sacerdotes, de los falsos profetas, de los ancianos y de los mancebos. Lo que ha
sucedido no tiene otra causa que la justa ira de Dios, que ha cumplido lo que había
decretado contra la ciudad para purificarla, realizando lo que había amenazado a través de
sus profetas: «El Señor ha realizado su designio, ha cumplido la palabra que decretó desde
los días de antaño: destruyó sin piedad, ha hecho reírse de ti al enemigo, ha exaltado el
poder de tu adversario» (v. 17).

En el tercer cántico (3, 1-66), especialmente extenso, la lamentación surge del corazón
de «un hombre que ha visto la aflicción en la vara de su enojo» (v. 1); un hombre, por
tanto, que ha probado el dolor y que emite su lamento con términos que evocan la
situación del profeta Jeremías, los discursos de Job y los del «siervo» de Is 53.
El recurso literario incrementa la fuerza del lamento. El poema presenta, además, claras
analogías con los salmos de lamentación individual (vv. 40-47), que revierten en un

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lamento colectivo. Quien habla ha comprendido el significado de los acontecimientos y,
por ello, convoca a toda la nación para que cada uno examine su propia conducta personal
y se convierta, de modo que el arrepentimiento personal y colectivo, en el que cada uno
reconoce sus propios pecados, consiga obtener el perdón de Dios y la salvación. En el
centro del poema se alza, en consecuencia, una gran exclamación: «Examinemos nuestra
conducta, revisémosla y convirtámonos al Señor. Alcemos el corazón junto con las manos
al Dios que está en los cielos» (vv. 40-41).

El cuarto cántico (4, 1-22) continúa la lamentación sobre las desgracias que afligen a
Sión con referencia a los responsables que han llevado a dicha situación. El poeta parece
regresar con la imaginación a la catástrofe del año 587 a.C. y contempla el total
hundimiento de los valores y las instituciones: «Mayor es la culpa de la hija de mi pueblo
que el pecado de Sodoma» (v. 6). Todos han pecado, y más gravemente los sacerdotes y
falsos profetas (v.13). El poema, sin embargo, desemboca en una viva esperanza: «Tu
condena está cumplida, hija de Sión: no te volveré a mandar al exilio» (v. 22). El exilio
llegará a su fin. Después del exilio vendrá la salvación. Se puede observar que los versículos
17-20 utilizan el «nosotros» y marcan la intervención de la comunidad como un coro que
hace resonar el lamento. Los vv. 21-22 hablan del castigo contra Edom por haberse
alegrado por la ruina de Jerusalén.

El quinto cántico (5, 1-22), en algunas versiones griegas y latinas, recibe el título de
«Oración del profeta Jeremías». Se trata de una súplica apremiante a Dios para que envíe
su salvación: «¡Acuérdate, Señor, de lo que nos ha ocurrido, contempla y mira nuestro
oprobio!» (v. 1). Si las tres primeras lamentaciones concluían con una oración al Señor,
circunstancia que faltaba en el cuarto poema, la súplica postrera (c. 5) se presenta como
oración final de la cuarta lamentación y como conclusión de todo el libro.

3. MENSAJE TEOLÓGICO

En la sucesión de los cinco cánticos se advierte un cierto progreso y se va gradualmente


profundizando en el significado de los acontecimientos. Todo el poema parece orientado a
promover un examen de conciencia personal y colectivo, entrelazado con oraciones de
arrepentimiento, confianza y petición de salvación. El autor –o los autores– buscan explicar
la catástrofe nacional como un castigo enviado por Dios debido a los pecados del pueblo:
«El Señor se convirtió en enemigo, devastó a Israel, destruyó todos sus palacios, derribó
sus fortalezas, colmó a la hija de Judá de llantos y lamentos» (Lm 2, 5; cf. 1, 8, etc.). Bajo
este aspecto, las Lamentaciones no se separan de los anuncios proféticos, que se
desarrollaban en la misma línea; y, como en los mensajes proféticos, reafirman la
confianza en la misericordia y la bondad de Dios, que se manifestará tras la conversión
sincera por parte del pueblo: «Conviértenos a Ti, Señor, y nos convertiremos. Renueva
nuestros días como antaño. ¿Es que nos has rechazado por completo? ¿Tanto te enojaste
con nosotros?» (Lm 5, 21-22).

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Las Lamentaciones no se pueden considerar, por tanto, un extenso poema abundante


de expresiones tristes y dolorosas surgidas de un mundo cerrado, abandonado por Dios,
que parece olvidarse de sus promesas. Es un cántico en el que las profundas convicciones
de fe del pueblo de Israel se hacen presentes, lo que permite al autor captar el verdadero
significado de la catástrofe que se ha abatido sobre su pueblo. La gravedad del pecado y el
abandono de los preceptos de la alianza se presentan como la causa última de la tragedia;
sin embargo, se trasluce, a la vez, una confianza en el Dios justo y misericordioso, que se
abre a la contrición, a la penitencia, a la esperanza, a la oración confiada. Dios está siempre
dispuesto a perdonar y su ayuda no puede faltar: «Conviértenos a Ti, Señor, y nos
convertiremos» (5, 21).

En la tradición religiosa del pueblo de Israel, como señalamos más arriba, las
Lamentaciones han servido para expresar la amargura por la destrucción de Jerusalén y
reflexionar sobre el significado del pecado y del dolor. El 9 de Av (Tisha be-Av), día de
ayuno y conmemoración de la destrucción del primero y del segundo templo de Jerusalén,
que tuvieron lugar, respectivamente, el 587/586 a.C. y el 70 d.C., se comienza a ayunar ya
en la caída del día 8 de Av (la vigilia) y en la sinagoga se lee el texto de las Lamentaciones.
En la tradición cristiana, el libro se ha leído con no menor espíritu de dolor y de contrición
para hacer revivir la aflicción por los sufrimientos de Cristo en su Pasión y en su Muerte
redentoras, causadas por los pecados de todos los hombres. Su lectura ha entrado, por
ello, en la liturgia eucarística y en la Liturgia de las Horas del Oficio divino de la Semana
Santa.

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