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19. Плач Єремії
19. Плач Єремії
El texto hebreo coloca las Lamentaciones entre los «Escritos» y con más precisión entre
los «Rollos» (“Meǥillôṯ”), textos que se leen en la liturgia sinagogal en determinadas
ocasiones. Las Lamentaciones se recitan también actualmente el día de ayuno establecido
para conmemorar la destrucción del templo de Jerusalén (“Tisha be-Av”, o más
simplemente el 9 de Av, entre julio y agosto). En los códices griegos, el orden habitual es
Jeremías, Baruc, Lamentaciones y Carta de Jeremías, y la paternidad del libro se atribuye
de modo explícito a Jeremías[33], de acuerdo con una tradición basada en 2 Cro 35,
25[34]. En las versiones latinas, a las que siguen habitualmente las Biblias católicas, el libro
de las Lamentaciones se sitúa inmediatamente después del libro de Jeremías y precede al
de Baruc. De hecho, la relación de Lamentaciones con Jeremías se ha considerado tan
estrecha que no es extraño que en los elencos de libros sagrados se cite solo a Jerem ías
para referirse también a las Lamentaciones[35].
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dice que los opresores han profanado el templo y lo han depredado, pero no que lo hayan
destruido. En 1, 5.18, Jerusalén llora a sus jóvenes deportados al exilio, la ciudad debe
pagar un tributo a los vencedores y, por tanto, todavía no ha sido destruida; las puertas no
han sido derribadas, aunque la gente ya no se reúne para hacer negocios (1, 4); en la
ciudad hay todavía sacerdotes y autoridades (1, 4.6). Estos datos sitúan la composición de
la primera lamentación durante el período que va desde la conquista de Jerusalén por
parte de los babilonios el año 597 y antes de su destrucción el 587, cuando todavía existía,
por tanto, el reino de Judá, aunque en precarias condiciones. En esa difícil situación, la
lucha entre los partidarios a favor y en contra de Babilonia era muy áspera, como deja
entender el contraste entre Jeremías y Ananías (cf. Jr 28) y los fuertes reproches del
profeta mencionados en el capítulo precedente (27, 9.22).
2. ESTRUCTURA Y CONTENIDO
El libro de las Lamentaciones está constituido por cinco cantos perfectamente
delimitados. Las primeras cuatro lamentaciones tienen forma de acróstico alfabético[37],
con algunas diferencias. En la primera y la cuarta lamentación, cada estrofa comienza por
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una letra del alfabeto hebreo de modo progresivo. La tercera lamentación presenta una
estructura más compleja, ya que a cada letra corresponden tres dísticos que comienzan
con la misma letra (tres dísticos con alef, tres con bet, etc.). La quinta lamentación no
presenta esa estructura, aunque está compuesta, igualmente, por 22 versos.
Por otra parte, los cinco cánticos del libro poseen un contenido bastante homogéneo,
que gira alrededor del tema central, la situación ruinosa de la ciudad santa: «¡Ay! ¡Qué
solitaria yace la ciudad tan populosa! Quedó como una viuda, la grande entre las naciones.
La princesa de las regiones está sometida a servidumbre» (Lm 1, 1). No parece que se
pueda establecer, sin embargo, como hemos visto, una clara sucesión cronológica entre las
cinco lamentaciones, por la carencia de referencias precisas a personajes, fechas y lugares.
No obstante, se observa una cierta progresión de ideas, que pasan desde una descripción
de la catástrofe al dolor personal y colectivo por la ruina, alcanzando su culmen en la
súplica enardecida al Señor para que no tarde en traer su salvación (Lm 3).
El segundo cántico (2, 1-22) afronta los motivos que han llevado a Jerusalén a la ruina.
Sobre el fondo de la lamentación se vislumbran los pecados de la nación, de los reyes, de
los sacerdotes, de los falsos profetas, de los ancianos y de los mancebos. Lo que ha
sucedido no tiene otra causa que la justa ira de Dios, que ha cumplido lo que había
decretado contra la ciudad para purificarla, realizando lo que había amenazado a través de
sus profetas: «El Señor ha realizado su designio, ha cumplido la palabra que decretó desde
los días de antaño: destruyó sin piedad, ha hecho reírse de ti al enemigo, ha exaltado el
poder de tu adversario» (v. 17).
En el tercer cántico (3, 1-66), especialmente extenso, la lamentación surge del corazón
de «un hombre que ha visto la aflicción en la vara de su enojo» (v. 1); un hombre, por
tanto, que ha probado el dolor y que emite su lamento con términos que evocan la
situación del profeta Jeremías, los discursos de Job y los del «siervo» de Is 53.
El recurso literario incrementa la fuerza del lamento. El poema presenta, además, claras
analogías con los salmos de lamentación individual (vv. 40-47), que revierten en un
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lamento colectivo. Quien habla ha comprendido el significado de los acontecimientos y,
por ello, convoca a toda la nación para que cada uno examine su propia conducta personal
y se convierta, de modo que el arrepentimiento personal y colectivo, en el que cada uno
reconoce sus propios pecados, consiga obtener el perdón de Dios y la salvación. En el
centro del poema se alza, en consecuencia, una gran exclamación: «Examinemos nuestra
conducta, revisémosla y convirtámonos al Señor. Alcemos el corazón junto con las manos
al Dios que está en los cielos» (vv. 40-41).
El cuarto cántico (4, 1-22) continúa la lamentación sobre las desgracias que afligen a
Sión con referencia a los responsables que han llevado a dicha situación. El poeta parece
regresar con la imaginación a la catástrofe del año 587 a.C. y contempla el total
hundimiento de los valores y las instituciones: «Mayor es la culpa de la hija de mi pueblo
que el pecado de Sodoma» (v. 6). Todos han pecado, y más gravemente los sacerdotes y
falsos profetas (v.13). El poema, sin embargo, desemboca en una viva esperanza: «Tu
condena está cumplida, hija de Sión: no te volveré a mandar al exilio» (v. 22). El exilio
llegará a su fin. Después del exilio vendrá la salvación. Se puede observar que los versículos
17-20 utilizan el «nosotros» y marcan la intervención de la comunidad como un coro que
hace resonar el lamento. Los vv. 21-22 hablan del castigo contra Edom por haberse
alegrado por la ruina de Jerusalén.
El quinto cántico (5, 1-22), en algunas versiones griegas y latinas, recibe el título de
«Oración del profeta Jeremías». Se trata de una súplica apremiante a Dios para que envíe
su salvación: «¡Acuérdate, Señor, de lo que nos ha ocurrido, contempla y mira nuestro
oprobio!» (v. 1). Si las tres primeras lamentaciones concluían con una oración al Señor,
circunstancia que faltaba en el cuarto poema, la súplica postrera (c. 5) se presenta como
oración final de la cuarta lamentación y como conclusión de todo el libro.
3. MENSAJE TEOLÓGICO
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En la tradición religiosa del pueblo de Israel, como señalamos más arriba, las
Lamentaciones han servido para expresar la amargura por la destrucción de Jerusalén y
reflexionar sobre el significado del pecado y del dolor. El 9 de Av (Tisha be-Av), día de
ayuno y conmemoración de la destrucción del primero y del segundo templo de Jerusalén,
que tuvieron lugar, respectivamente, el 587/586 a.C. y el 70 d.C., se comienza a ayunar ya
en la caída del día 8 de Av (la vigilia) y en la sinagoga se lee el texto de las Lamentaciones.
En la tradición cristiana, el libro se ha leído con no menor espíritu de dolor y de contrición
para hacer revivir la aflicción por los sufrimientos de Cristo en su Pasión y en su Muerte
redentoras, causadas por los pecados de todos los hombres. Su lectura ha entrado, por
ello, en la liturgia eucarística y en la Liturgia de las Horas del Oficio divino de la Semana
Santa.