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UNRN – Sede Andina

CARRERAS: Licenciatura en Letras – Profesorado en Lengua y Literatura


ASIGNATURA: Introducción a los Estudios Literarios
EQUIPO DOCENTE: Jorge Luis Arcos (Profesor) – Fabián H. Zampini (Auxiliar)
E-MAIL: estudios.literarios.unrn@gmail.com
BLOG: www.estudiosliterariosunrn.wordpress.com
AÑO ACADÉMICO: 2011

Clase N° 10: El conversacionalismo hispanoamericano


Clase elaborada por el Profesor Jorge Luis Arcos

Junto al modernismo (Darío, Casal, Martí, Silva, Herrera y Reissig, Lugones,


Machado et al.) y a algunas poéticas del llamado postvanguardismo hispanoamericano
(Vallejo, Neruda, Paz, Borges, Lezama et al.), es el llamado conversacionalismo el
movimiento poético más significativo de la poesía hispanoamericana contemporánea
(incluyendo a la española). Conversacionalismo o coloquialismo se le ha llamado
mayoritariamente, pero incluye al exteriorismo de Ernesto Cardenal o a la llamada
“poesía de la existencia”, denominación acuñada por César Fernández Moreno.
Recientemente, en España, ha resurgido la llamada poesía de la experiencia, con
denominación del poeta Luis García Montero, pero que en realidad constituye una
prolongación de la poética conversacional, que ya tuvo en la propia tradición española
dos importantísimos exponentes, Luis Cernuda y, por ejemplo, el poemario de Dámaso
Alonso, Hijos de la ira.
Sus antecedentes pueden rastrearse tanto en la poesía anglosajona (Walt
Whitman,T. S. Eliot, Ezra Pound,Wallace Stevens, et al.) como en la poesía de la
lengua, donde sobresale sobre todo, por ejemplo, “Epístola a Madame Lugones”, de
Rubén Darío, o algunas características formales de los llamados Versos libres, de José
Martí. Asimismo, como demuestra en un interesante y también polémico ensayo
Roberto Fernández Retamar, “Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica”,
el conversacionalismo se nutre de algunos post (postromanticismo y postmodernismo),
porque en estos se acentuaron algunas características que luego se harán preeminentes
en el conversacionalismo: prosaísmo, lenguaje conversacional o coloquial, o la llamada
ironía sentimental, así como cierta tendencia a expresar el mundo inmanente o cotidiano
y, en general, realidades hasta entonces no legitimadas por las normas de la poesía culta
de la lengua. Asimismo, esas realidades o referentes nuevos también irrumpieron en
algunas manifestaciones de la poesía vanguardista, como, por ejemplo, en la de Vicente
Huidobro.
El conversacionalismo comienza a manifestarse hacia finales de la década de los
años cincuenta del siglo XX. Tres libros del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal
pueden servir como exponentes de su irrupción: Epigramas, Hora cero y Oración por
Marilyn Monroe. Se debe destacar a otro poeta nicaragüense, en cierto sentido
antagonista de Cardenal, Carlos Martínez Rivas, quien con su único libro, La
insurrección solitaria, estableció un contrapunto con la poesía de Cardenal. Lo mismo
ocurrió con la llamada antipoesía del chileno Nicanor Parra, quien desplegó una suerte
de poética anti Neruda. Con sus Versos de salón y Poemas y antipoemas, Parra
capitaliza la llamada antipoesía, que puede considerarse como una variante significativa
del conversacionalismo. Fernández Retamar, en su ensayo aludido, establece
interesantes diferencias entre el conversacionalismo y la antipoesía parriana. Sin

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embargo, algunas de esas diferencias son valoradas en su momento como exponentes de
dos cosmovisiones distintas: una, la del conversacionalismo, abierta al futuro; crítica sin
ser nihilista; humorística o irónica sin ser caústica o cínica, etcétera. Es decir, el crítico
ve al conversacionalismo como una tendencia afirmativa y a la antipoesía como
negadora. Estas distinciones, demasiado categóricas o maniqueas, el tiempo se encargó
de matizarlas o, incluso, borrarlas. El importante crítico, exponente él mismo del
conversacionalismo, escribe desde la singularidad del conversacionalismo cubano,
refrendado a su vez por la Revolución cubana en su etapa de irrupción romántica, por lo
que, en cierto modo, expresa un deber ser utópico para el futuro de la expresión
conversacional (llega a profetizar un “nuevo realismo”) que finalmente no se
correspondió con la práctica escritural. En su propia tradición, bastaría la poética de
Fuera del juego, de Heberto Padilla, o el profundo cambio cosmovisivo acaecido en las
poéticas que he llamado postconversacionales (“Las palabras son islas. Introducción a la
poesía cubana del siglo XX”) de las décadas de los años ochenta y noventa en Cuba
para cuestionar los juicios de Fernández Retamar, tanto en la proyección utópica del
conversacionalismo como en su tajante caracterización negativa de la antipoesía.
Además de Cardenal o Martínez Rivas o el propio Parra, sobresalen, por ejemplo,
las poéticas de los argentinos Juan Gelman, Francisco “Paco” Urondo, César Fernández
Moreno, de los chilenos Gonzalo Rojas y Enrique Lihn, del salvadoreño Roque Dalton,
de los cubanos Roberto Fernández Retamar y Heberto Padilla, del mexicano José
Emilio Pacheco, entre otros muchos ejemplos notables. Dentro del conversacionalismo
puede detectarse una acentuación coloquialista, o la propia variante antipoética (que
puede tener mucho de cierto neovanguadismo), pero, en general, puede distinguirse un
conversacionalismo más objetivo o documental (como es el caso del llamado
exteriorismo de Cardenal) y otro llamado conversacionalismo lírico (como sería el caso
del practicado por Gelman, Fernández Retamar o Linh).
El conversacionalismo, pese a sus diferencias internas, constituyó una poética
bastante general y homogénea, de ahí que no abunden las poéticas autorales. Hasta
cierto punto el conversacionalismo parece continuar una tendencia ya presente en
ciertos poemas de César Vallejo, hasta el punto de que el crítico y poeta uruguayo
Mario Benedetti llegó a hablar de dos líneas fundamentales en la poesía
hispanoamericana contemporánea: la línea de Vallejo y la de Neruda, predominando la
del peruano.
Como su propio nombre indica, lo fundamental en el conversacionalismo es la
expresión conversacional o incluso coloquial, con fuerte tendencia al empleo de
prosaísmos, y, sobre todo, lo que es quizás su aporte más importante a la poesía de la
lengua: el ensanchamiento semántico y lexical a través de la legitimación poética del
mundo inmanente o de lo cotidiano o familiar. En general, esta poesía prescindirá de la
rima externa, el metro, las fijaciones estróficas, acentuando un ritmo interno, los
encabalgamientos ya ensayados por el verso libre o blanco. Se ha hablado incluso de
una poesía de la sintaxis. Aunque no renuncia a tropos como la metáfora o el símbolo,
disminuye su utilización. No se caracteriza por la densidad tropológica. Pero, sin duda,
lo primordial es la legitimación poética de nuevos referentes, que trae consigo ese
ensanchamiento cognoscitivo del mundo inmanente, el cual, al expresarse a través del
tono conversacional o coloquial, en ocasiones cercano a la prosa, privilegia o facilita la
comunicación, estableciendo una relación más directa con el receptor. En cierto modo,
el conversacionalismo democratizó la expresión poética. Claro que, en sus ejemplos
más sobresalientes, esta apertura no implicaba un facilismo o un empobrecimiento de lo
literario (como, a veces, a primera vista, puede parecer), porque se tensaban las

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posibilidades expresivas del habla, precisamente a partir del conocimiento y del empleo
simultáneo de una norma culta o literaria (como sucede en Vallejo). Es, más bien, en la
tensión o simultaneidad de ambos estratos (el habla culta y la popular) de donde emerge
el efecto poético.
Apartado de toda proyección esencialista, metafísica, ontológica o
trascendentalista, la cosmovisión conversacionalista encontró un fuerte asidero
ideológico en la expresión de la historia, acaso lo central de su poética. En primer lugar,
en la Historia, con mayúscula, es en donde tuvo un gran impacto la ruptura que encarnó
la Revolución cubana (que, como se conoce, también influyó mucho en el llamado
boom de la nueva novela latinoamericana). Puede hablarse, incluso, de poéticas de la
historia (Cardenal, Gelman, Fernández Retamar, Padilla, Dalton). Constituyen ejemplos
importantes al respecto el Canto general de Neruda, o Poemas humanos de Vallejo.
También se recrea –en la línea vallejiana de la recreación en Trilce de la historia
familiar– otra historia más íntima que, a la vez que expresa la contradicción individuo-
sociedad, también se detiene en las historias familiares, en sintonía con la expresión de
un mundo inmanente, enriquecido por las realidades del mundo cotidiano. Muchas
manifestaciones de la llamada cultura popular son legitimadas por la poesía
conversacional, de ahí que se establezcan puentes entre la canción popular y la poesía,
como, por ejemplo, el tango en la poesía de Gelman, o la influencia que tiene la llamada
canción protesta en esta poesía, donde sobresale el movimiento de la nueva trova
cubana. Dentro de la revelación del mundo inmanente, pueden considerarse importantes
antecedentes libros como Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, o En la
Calzada de Jesús del Monte, del cubano Eliseo Diego.
Hay zonas del conversacionalismo donde se manifiesta una poesía de la
inteligencia, es decir, una poesía donde son notables el empleo del humor, de la ironía,
donde se agudiza el ingenio, los juegos de palabras, y hasta cierto conceptismo
quevediano, como se aprecia en la poesía de Dalton, o en la llamada antipoesía parriana,
donde, incluso, se establece (como aprecia Fernández Retamar) un puente de
continuidad con el posromanticismo (Ramón de Campoamor) y el postmodernismo (la
perspectiva irónica sentimental: José Zacarías Tallet, Evaristo Carriego, Luis Carlos
López, Ramón López Velarde o, incluso, una veta de un poeta modernista, José
Asunción Silva, como la expresada en su libro Gotas amargas). A veces, en la poesía de
Parra se juega con la delicada frontera que separa el kitsch y el melodrama sentimental.
Hay cierta tendencia a una literalización antilírica, de ilustres antecedentes en La
Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea de Fernando de Rojas o en cierta poesía
satírica de Quevedo (en su vertiente antigongorina o anticulterana). Hay burla, choteo,
sarcasmo, revelación de lo feo, lo prosaico o vulgar. Y hay humor y hay ironía
desmitificadora y hay una perspectiva tragicómica, como se aprecia en Parra o en
Martínez Rivas.
En los Epigramas de Cardenal se recrea la poesía de un poeta romano del siglo I
antes de Cristo, Catulo, donde se despliega la expresión epigramática, también
aforística, en composiciones breves, donde se amista la perspectiva jovial, incluso
autoparódica, con una delicada fusión entre la Historia, con mayúscula, y la historia
íntima. Cardenal también tradujo la poesía romana de Catulo y de Marcial –esta última,
ejemplo de mordacidad, de ironía caústica–. Un ejemplo paradigmático de aquella
fusión se aprecia en un tópico verso de Fernández Retamar: “Con las mismas manos de
acariciarte estoy construyendo una escuela”. Cardenal es un ejemplo de la asimilación
profunda de la poesía anglosajona de Hojas de hierba, de Walt Whitman, La tierra
baldía, de T. S. Eliot e incluso de Cantos, de Ezra Pound. Lo mismo, puede apreciarse

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en la primera poesía de Heberto Padilla –El justo tiempo humano–, en poemas como,
por ejemplo, “Infancia de William Blake”.
Por último, para polemizar con el texto que leerán de Fernández Retamar, se debe,
en primer lugar, contextualizar su ensayo, escrito en los albores de la Revolución
cubana. La proyección utópica (y romántica, en este sentido) de algunos de sus juicios
proféticos sobre el conversacionalismo se dan de bruces con la realidad (incluso
literaria) posterior. El conversacionalismo cubano cometió el pecado de imponerle a la
poesía un deber ser que terminó por omitir o soslayar o enmascarar el ser de la realidad.
Imbuido por ese deber ser utópico, revolucionario, sólo proyectaba su crítica sobre el
afuera (en este caso, la injusticia del capitalismo) pero no así sobre el adentro (la
contradicciones internas del proceso revolucionario cubano). A la larga, esto
empobreció la riqueza cognoscitiva del conversacionalismo insular (y su propio gesto
revolucionario). La mirada crítica interna desapareció. El conversacionalismo limitó sus
temas. Su discurso crítico se hizo previsible. El famoso “Caso Padilla” fue un ejemplo
trágico de estos límites, pues casi identificó la variante cubana del conversacionalismo
con los ejemplos más nefastos del realismo socialista. De esta manera, luego de una
década de plenitud, la de los años sesenta, el conversacionalismo cubano se dogmatizó
en la década siguiente. Incluso, no le bastó con encarnar la norma poética predominante
del proceso literario, sino que se erigió en la única norma existente, excluyendo o
censurando las manifestaciones de otras vertientes poéticas (neoorigenismo,
neoclasicismo, neovanguardismo, poesía pura, neorromanticismo, poesía existencialista,
antipoética, etcétera), lo que empobreció profundamente el natural proceso literario,
mediatizado por normativas extraliterarias. De ahí que, con posterioridad, en la década
de los años ochenta, una nueva promoción poética, incluso conservando la retórica
conversacional, despliegue el reverso de este conversacionalismo previsible y
dogmático (por limitado o empobrecido cognitivamente), y ofrezca una cosmovisión
diferente, profundamente crítica y abierta a muchas fuentes de pensamiento foráneas. Es
a lo que he llamado postconversacionalismo, pero que, como post al fin y al cabo (es
decir, en cierta forma en relación de dependencia con el movimiento anterior ante el
cual reacciona), traduce a menudo una visión sombría, nihilista, desencantada, que
recupera mucho del tono y la perspectiva ya presentes en los llamados antipoemas
parrianos o en el reverso de la poesía de Martínez Rivas, y, en algunos casos, termina
transitando hacia una expresión neovanguardista.
Pero, por encima de estos avatares puntuales del conversacionalismo, éste se
convirtió, desde fines de la década de los años cincuenta y hasta la década del ochenta,
en la norma poética predominante de la poesía hispanoamericana, y enriqueció, sin
duda, la expresión poética de la lengua. Hoy, todavía, constituye la expresión poética
más difundida y asimilada por los lectores, aunque ya conviviendo con otras formas de
expresión.

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