Está en la página 1de 3

… de Cuentos, Cantos y otras Yerbas

“Qué lindo es andar ausente,


medio perdido y cantando,
meta querer a la gente,
que otros van atropellando”

Copla Popular Argentina

“Cuenta esta historia que érase una vez un antiguo pueblo de alfareros,
donde todos los integrantes de la comunidad daban formas al barro, como si
fueran pequeños dioses, dando forma a la vida. En este pueblo, había una alfarera
que hacía los cántaros más sonoros, más finos, más cantarinos. Y como en toda
comunidad que se precie, había otra que la envidiaba. Porque la envidia es una
condición más o menos normal, mientras no se la exagere. Y ésta… exageró. Y
espió a la mujer del barro y le robó un cántaro de luz. Pero nada, no pudo
descubrir nada. Porque vio que ella mezclaba las tierras igual que las demás, y lo
hacía cantando; que daba formas al barro igual que las demás, y lo hacía
cantando; que colocaba los colores que semejaban sangre y oro igual que las
demás, y lo hacía cantando. Y… nada, no pudo descubrir nada. Entonces fue con el
cántaro robado y se encerró. Se encerró como únicamente se encierran aquellos
que carecen de sentido del amor, del sentido del humor y del sentido del
semejante. Tres condiciones indispensables para una vida cierta. Así cuando
estuvo encerrada y sola, de un solo golpe rompió el cántaro de luz de la mujer de
barro. Pero tampoco descubrió nada; porque de cada pedazo de cántaro roto,
salió la voz de la mujer que trabajaba cantando. Y claro, allí comprendió que no
existe magia ni artilugio alguno, sino que únicamente aquello que se hace con
amor, y con (en) canto, es perdurable y necesario.”

(Hamlet Lima Quintana)

1
¿Necesario? Muchas veces, a lo largo del camino de este noble oficio de cantar juntos,
me pregunté si nuestra tarea tenía un verdadero y profundo sentido para la comunidad.
¿Sirve?; ¿Para quién sirve?, ¿Para qué?... Y confieso que creo que son preguntas y búsquedas
que me acompañarán durante toda la vida.
Lo agradable y estimulante es ir encontrando en cada etapa, indicios y nuevos puntos
de partida, la alegría de las pequeñas realizaciones. Y en este camino, ¡qué bueno es contar
con los maestros! Esos que caminan y caminaron antes que nosotros, siempre bajo la luz del
compromiso honesto, unido a un claro ‘sentido del semejante’. Cualidad ésta que siento
como el insustituible motor de toda actividad humana que se precie.
Entonces… ¿a quién le sirve cantar, y para qué? Creo que en esencia esta pregunta
halla respuesta en el interior de cada persona que siente necesidad de expresarse de ese
modo, o que simplemente lo disfruta.

Hablar y cantar
¿Hay alguien que no haya cantado jamás en su vida, y no lo haya disfrutado? ¿Ni de
niño ni de grande, ni en el baño, ni en la cancha o en un cumpleaños para homenajear a un
festejado? Estoy convencido de que la respuesta es simplemente, no. Todos lo hemos
experimentado alguna vez o hemos deseado hacerlo. Lo que puede suceder, porque de hecho
ocurre constante y sutilmente diría, es que nos hayan reprimido o desestimulado. A decir
verdad, aunque nos parezca muy común, esta es cosa seria y muy injusta.
Don Yehudi Menuhin, quizá una de las personalidades musicales y humanistas “más
sonoras, más cantarinas y brillantes” de nuestro siglo, escribió: “No logro concebir la
música más que como algo inherente a cada ser humano, un derecho natural”.
Y es ésta una idea básica que propongo tener en cuenta:
¿Tendremos verdadera conciencia cada una de las personas de esta tierra, de que
cantar (no sólo escuchar) es un derecho natural de todos, así como el derecho a ser
individuos, a expresarnos, a hablar, a aprender?
Y quisiera hacer la siguiente pregunta: ¿A alguien le dijeron alguna vez: “no, vos no
hables más en tu vida"? No servís ni servirás para expresarte de ese modo, no lo haces bien”?
Pienso que nadie en sus cabales toleraría que le dijeran, ni tan siquiera le sugirieran nada
semejante. Porque el derecho de hablar es sentido y vivencia de cómo un modo natural de
expresión humana.
Entonces, ¿porqué aceptamos, y hasta llegamos a creer, cuando nos dicen lo mismo
sobre nuestro modo de expresarnos a través del canto?
Posiblemente esta situación obedece a complejos factores que se suman y se
potencian, pero en general, creo que también responde a que nos han convencido de creer y
aceptar criterios de valoración, que priorizan aspectos esteticistas e individualistas de esta
actividad.
Sobre todas estas cuestiones, buscando y caminando encontré las siguientes
expresiones de nuestra querida y respetada Leda Valladares.
Dice doña Leda refiriéndose al canto agreste del norte argentino: … “Rodando por los
callejones de nuestras aldeas, hace cantar a todos, sin dividirlos en réprobos y elegidos
de la afinación, y les permite sentirse pueblo y ser el alma colectiva bajo el hechizo de la
canción. Acompañados de cajas y tambores, la comparsa canta a grito pelado, con una
técnica de explosión y expulsión de la voz, que es como un triunfo del libre estallido
frente a la mesura civilizada del canto”.

2
Este bello texto propone una perspectiva y criterios de valoración, diferentes a los
que rigen las creencias y la mitología dominante en la evaluación del mismo hecho artístico.
La diferencia radica en esencia en una concepción integradora, desprejuiciada y solidaria del
canto y en este sentido, de su activa función social.

..Eso de ‘no tener voz’


Es cierto y de reconocer que en el canto como en cualquier actividad humana, hay
personas con innatas cualidades y una especial habilidad para desarrollarse en un campo
determinado.
El problema comienza cuando esta afirmación, que es verdadera, se encierra en sí
misma. Se olvida de lo humano, del potencial creativo, de la intención y la vocación. Se olvida
de la enseñanza y el aprendizaje. Así deviene en la otra perspectiva, la que se nutre de
conocidas falacias como que alguien ‘no tiene voz’ o ‘no tiene oído’, o ‘lo suyo no es el canto’,
etc., ¡que se basa en la extraña idea de que solo aquéllos ‘que poseen el don’ pueden y deben
cantar!
Opino que el aspecto decididamente más nocivo de esta concepción es que
presupone que existen criterios legitimados de censura ante el canto, esto que consideramos
una forma de expresión noble. Quienes reciben este injusto mensaje y se lo apropian,
‘reconocen’ que no tienen voz, han sido y son injustamente impedidos para desarrollar esas
potencialidades que nos son, como se ha dicho, inherentes a todos los seres humanos. Es
verdad que, excepto casos de anomalía, ¡todos tenemos voz o tenemos oído! Y estos son
sentidos que, afortunadamente (constantemente lo compruebo), nunca es tarde para volver
a estimular.
Estamos hablando del derecho natural de todo ser humano a expresarse y si lo desea,
desarrollar sus potencialidades creativas.
Dijo el poeta Mario Benedetti: “Por más que el presente sea de turbación e
incertidumbre, y aunque hayamos perdido tantos sueños, espero que no cometamos la
imperdonable tontería de perder también, nuestro esperanza…”
Y cantar en a casa, en la cancha, con amigos o en un coro, estimula valores como la
solidaridad y la reciprocidad, expresando con orgullo y “a los cuatro vientos”, nuestra
esencial actitud lírica y nuestro inalienable derecho a la paz y a la esperanza.
Aquellos que tienen mayores facilidades, o que tienen dones artísticos no serán
quienes nos impidan o censuren, si no justamente quienes nos estimulen y orienten, para
andar y crecer en la búsqueda de la belleza y la sana expresión. Serán nuestros referentes, y
nuestros maestros.
* * *
Espero que este cuento que incluía estos cantos y estas yerbas, haya resultado para
usted una lectura amable; y lo que es mi mejor aspiración, lo estimule en sus (¿dormidas?)
potencialidades creativas y en sus ganas de cantar. Desde ya, fue para mi un placer especial
intentar esta vía de comunicación, que agradezco especialmente a los editores.
Don Hamlet Lima Quintana, termina su cuento diciendo “…Una tía muy viejita que yo
tengo, dice que ¡seguro! que cuando Dios hizo al hombre, estaba cantando su primera
canción”.

Tristán Malbrán 1992 (Córdoba – Argentina) tristangabriel@gmail.com

También podría gustarte