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“Cuenta esta historia que érase una vez un antiguo pueblo de alfareros,
donde todos los integrantes de la comunidad daban formas al barro, como si
fueran pequeños dioses, dando forma a la vida. En este pueblo, había una alfarera
que hacía los cántaros más sonoros, más finos, más cantarinos. Y como en toda
comunidad que se precie, había otra que la envidiaba. Porque la envidia es una
condición más o menos normal, mientras no se la exagere. Y ésta… exageró. Y
espió a la mujer del barro y le robó un cántaro de luz. Pero nada, no pudo
descubrir nada. Porque vio que ella mezclaba las tierras igual que las demás, y lo
hacía cantando; que daba formas al barro igual que las demás, y lo hacía
cantando; que colocaba los colores que semejaban sangre y oro igual que las
demás, y lo hacía cantando. Y… nada, no pudo descubrir nada. Entonces fue con el
cántaro robado y se encerró. Se encerró como únicamente se encierran aquellos
que carecen de sentido del amor, del sentido del humor y del sentido del
semejante. Tres condiciones indispensables para una vida cierta. Así cuando
estuvo encerrada y sola, de un solo golpe rompió el cántaro de luz de la mujer de
barro. Pero tampoco descubrió nada; porque de cada pedazo de cántaro roto,
salió la voz de la mujer que trabajaba cantando. Y claro, allí comprendió que no
existe magia ni artilugio alguno, sino que únicamente aquello que se hace con
amor, y con (en) canto, es perdurable y necesario.”
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¿Necesario? Muchas veces, a lo largo del camino de este noble oficio de cantar juntos,
me pregunté si nuestra tarea tenía un verdadero y profundo sentido para la comunidad.
¿Sirve?; ¿Para quién sirve?, ¿Para qué?... Y confieso que creo que son preguntas y búsquedas
que me acompañarán durante toda la vida.
Lo agradable y estimulante es ir encontrando en cada etapa, indicios y nuevos puntos
de partida, la alegría de las pequeñas realizaciones. Y en este camino, ¡qué bueno es contar
con los maestros! Esos que caminan y caminaron antes que nosotros, siempre bajo la luz del
compromiso honesto, unido a un claro ‘sentido del semejante’. Cualidad ésta que siento
como el insustituible motor de toda actividad humana que se precie.
Entonces… ¿a quién le sirve cantar, y para qué? Creo que en esencia esta pregunta
halla respuesta en el interior de cada persona que siente necesidad de expresarse de ese
modo, o que simplemente lo disfruta.
Hablar y cantar
¿Hay alguien que no haya cantado jamás en su vida, y no lo haya disfrutado? ¿Ni de
niño ni de grande, ni en el baño, ni en la cancha o en un cumpleaños para homenajear a un
festejado? Estoy convencido de que la respuesta es simplemente, no. Todos lo hemos
experimentado alguna vez o hemos deseado hacerlo. Lo que puede suceder, porque de hecho
ocurre constante y sutilmente diría, es que nos hayan reprimido o desestimulado. A decir
verdad, aunque nos parezca muy común, esta es cosa seria y muy injusta.
Don Yehudi Menuhin, quizá una de las personalidades musicales y humanistas “más
sonoras, más cantarinas y brillantes” de nuestro siglo, escribió: “No logro concebir la
música más que como algo inherente a cada ser humano, un derecho natural”.
Y es ésta una idea básica que propongo tener en cuenta:
¿Tendremos verdadera conciencia cada una de las personas de esta tierra, de que
cantar (no sólo escuchar) es un derecho natural de todos, así como el derecho a ser
individuos, a expresarnos, a hablar, a aprender?
Y quisiera hacer la siguiente pregunta: ¿A alguien le dijeron alguna vez: “no, vos no
hables más en tu vida"? No servís ni servirás para expresarte de ese modo, no lo haces bien”?
Pienso que nadie en sus cabales toleraría que le dijeran, ni tan siquiera le sugirieran nada
semejante. Porque el derecho de hablar es sentido y vivencia de cómo un modo natural de
expresión humana.
Entonces, ¿porqué aceptamos, y hasta llegamos a creer, cuando nos dicen lo mismo
sobre nuestro modo de expresarnos a través del canto?
Posiblemente esta situación obedece a complejos factores que se suman y se
potencian, pero en general, creo que también responde a que nos han convencido de creer y
aceptar criterios de valoración, que priorizan aspectos esteticistas e individualistas de esta
actividad.
Sobre todas estas cuestiones, buscando y caminando encontré las siguientes
expresiones de nuestra querida y respetada Leda Valladares.
Dice doña Leda refiriéndose al canto agreste del norte argentino: … “Rodando por los
callejones de nuestras aldeas, hace cantar a todos, sin dividirlos en réprobos y elegidos
de la afinación, y les permite sentirse pueblo y ser el alma colectiva bajo el hechizo de la
canción. Acompañados de cajas y tambores, la comparsa canta a grito pelado, con una
técnica de explosión y expulsión de la voz, que es como un triunfo del libre estallido
frente a la mesura civilizada del canto”.
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Este bello texto propone una perspectiva y criterios de valoración, diferentes a los
que rigen las creencias y la mitología dominante en la evaluación del mismo hecho artístico.
La diferencia radica en esencia en una concepción integradora, desprejuiciada y solidaria del
canto y en este sentido, de su activa función social.