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29 nov 2020 – 2:57 p.

 m.Por: William Ospina

La lucha contra el mundo


Los gobiernos y los ciclones se van haciendo cada vez más imprevisibles y más
destructivos, pero todos tenemos la sensación de que esos ciclones y esos
gobiernos, esas fuerzas ciegas del mundo, nacen de nuestras manos.

La historia se ha vuelto un escenario de cosas sorprendentes. Esta pandemia sí


que nos ha demostrado que no solo la vida se convirtió en espectáculo sino que
estamos viviendo una novela de dimensiones cósmicas.

En su poema Alturas de Machu Picchu, Pablo Neruda hablaba de cómo los seres


humanos, atrapados por una realidad mezquina y repetitiva, vivimos cada día una
pequeña muerte “que se apaga en el lodo del suburbio”, y que solo el
descubrimiento de una naturaleza portentosa y el hallazgo de edades más
esforzadas y heroicas podría conmovernos con el mensaje de que es posible una
muerte más grande, que corresponda a una vida más grande.

Voltaire dijo de los hombres de su tiempo que su grandeza consistió en que


necesitaban milagros y simplemente los hicieron.

Los seres humanos hemos sido capaces de sobrevivir a las guerras y a las pestes,
pero hoy no sabemos si podremos sobrevivir a nuestros inventos: más peligrosos
que la viruela y que Genghis Khan parecen nuestros automóviles y nuestros
plásticos. Somos un palpitante termitero planetario que emite CO2 en forma
incesante y arroja plásticos indestructibles con la misma destreza con que las
arañas emiten sus hilos prodigiosos.

Antes pescábamos para nuestras aldeas con anzuelos y con hermosas redes
artesanales, y hablábamos de pescas milagrosas cuando se llenaban las barcas;
ahora hay flotas de barcos que arrojan redes desmesuradas y le arrebatan al mar
cardúmenes completos porque hay que llevar a las ciudades millones de peces,
abismos de crustáceos, océanos de criaturas.

Cada vez le damos al planeta dentelladas más devastadoras. No creemos ser


nosotros los que mordemos y destruimos las selvas, pero el ganado que
devoramos, miles de haciendas cada día, necesita reproducirse enseguida y
proliferar, no consume sacos sino millones de toneladas de cereales, y para ello
hay que ampliar sin cesar los campos de cultivo de soya y de hierba.
La plaga más industriosa y sofisticada del planeta utiliza los más finos
instrumentos, el cálculo y el método, la razón y la anticipación, para manipular a
las otras especies, atrapar el mundo natural en su red ingeniosa y saquear al
planeta sin tregua y sin misericordia.

Solo de un poder carecemos, y es el poder de controlarnos a nosotros mismos.


Desde que Dios murió no hay freno para el hombre y, a pesar de san Pablo, todo
parece indicar que los dioses no resucitan. ¿Qué podría salvar a una especie que
necesita dioses pero que ya no es capaz de creer en ellos? Porque lo que ha
muerto no son los dioses sino nuestra capacidad de creer en ellos.

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