Está en la página 1de 2

Arwyn paseaba de un lado a otro de la habitación.

En su cara se formaban dos surcos de lágrimas


que se abrían paso en la máscara de arena que había dejado la última tormenta. Sus pasos eran
firmes, de militar y el suelo empedrado del refugio sonaba seco con cada golpe. El aire allí adentro
era demasiado pesado para que dos respiraran, o por lo menos ellos dos.

Jayne estaba recostada contra una pared, tenía la mirada gacha, pero el arrepentimiento no era
parte de esa expresión y el chico lo sabía. Era algo más, algo que no alcanzaba a discernir tras
aquellos ojos fríos y calculadores que lo miraban de vez en cuando. Habían estado a punto de
morir tres veces en la última semana y aún así nada había cambiado.

— Es que no te entiendo, Jayne. —Repitió—. Te juro por los Turek que no te entiendo.

Silencio.

— ¿Tu acaso sabes lo que se ha vuelto esto para mí? No, no lo sabes. —Su rostro moreno se
había teñido de rojo—. Es que, siempre es lo mismo. Vienes, me haces sentir todo esto
que me confunde y te alejas, sin más. Y yo, quedo aquí con todo en las manos y aún así sin
ti.

Arwyn se detuvo y se pasó una mano por el pelo. Su corazón latía demasiado deprisa, no sabía
cuánto tiempo había pasado, pero parecía una eternidad. Era eso, una eternidad. No pudo más

— ¡Di algo, por amor a Poq! Escupe cualquier cosa —La miró—. Yo sé, yo sé que he cometido
errores, mucho y de muchos tipos y he tratado de resarcirlos con el tiempo, pero tú
también lo has hecho y aún más que yo.

» Me lo he guardado por años porque siempre prefiero llevar las culpas de la gente a mi
espalda. Pero tú lo sabes y siempre lo has sabido. Cada vez que estamos tan cerca, cada vez
que me pintas una oportunidad en el horizonte, la destrozas de una u otra forma ¿Por qué?
¿Te gusta verme roto, es eso?

Por fin había provocado una reacción, una pequeña mirada con aquellos ojos que muy en el fondo
refulgían ambarinos. Un solo vistazo que Arwyn interpretó «no te atrevas». El muchacho soltó una
risa irónica y se paró frente a ella. Sus ojos, esos hermosos ojos verdes que le daban vida al árbol
más muerto, aquellas pestañas largas y ese brillo que se había perdido con el paso del tiempo,
pero que el sabía que estaba ahí le detuvieron la respiración. Sintió como el estómago se le
encogía y como su argumento perdía fuerza. No importaba ¿Verdad? Volvería a hacerlo, si lo
dejaba allí, ella lo dejaría pasar y todo volvería a como estaba antes. Hizo de tripas corazón.

— Tu mirada no me dice nada ¿Quieres hablar? ¿Gritarme? ¡Vamos! Hazlo de una vez por
todas, deja de ponerte la maldita máscara de “todo está bien” ¿No somos amigos? Al
menos eso somos ¿Verdad? Entonces dime que pasa, dime que no quieres nada conmigo
después de sonreír de esa forma, después de tomarme la mano, —cada recuerdo que se
amontonaba en su mente se sentía como un puñal entrando y saliendo de su pecho—. El
beso ¿No? Vaya, casi pensé que había pasado algo.

Su voz se quebró y tuvo que parar un momento. No podía dejarse llevar así, había entrenado para
esos momentos y era capaz de controlar el dolor y las emociones. Pero en aquel momento, sus
manos temblaban y sentía su cuerpo como si se acostara en la nieve y se cubriera con ella. Tiritaba
y las lágrimas se habían convertido en arroyos. Se recostó junto a ella, sin tocarla, pero lo
suficientemente cerca para oler las almendras en su pelo. Por la cabeza de Pir como la odiaba.

— Eres un idiota, Farring. —La voz de Jayne contenía las palabras como si de una presa a
punto de estallar se tratara— Eres un idiota, egoísta y lastimero pedazo de escupitajo
Turek. Pobre Arwyn, el niño sin familia que casi muere en la cárcel, todo el mundo lo odia
y Jayne, la arpía de clase alta no lo ama.

La había desatado. El rostro de Jayne se coloreó de rojo intenso, su mirada estaba clavada en el
suelo y sus brazos se habían relajado. Casi completamente.

— Tu, pedazo de escoria, me das miedo. Dices mucho, tus palabras son dulces como la miel,
pero tu historial son abejas ¿Cometiste unos cuantos, pequeños errores? Yo lo recuerdo
más allá de eso. Lo recuerdo como un golpe en el hígado y sé que tú también porque es de
esas cosas que nunca se olvidan.

«Tú crees que yo estoy muy bien y que te rechazo por diversión, solo porque quiero ver con
que sales al siguiente intento. Pues no y no podrías estar más equivocado. Arwyn, por el alma
de Pir. Te debo mi vida y más que eso te debo la felicidad que perdí el día que perdí a mis
padres. Pero no por eso me debo a tu afán ¿Quieres saber la verdad? Está bien. Si, siento algo
por ti. Es algo que me llena y me hace sentir que nada me pasara mientras esté contigo y que
te protegeré mientras estés conmigo. Cuando estoy triste, eres lo único que me alegra. Eres
luz, Farring. Una luz que necesitaba desde el día que perdí a mi familia, mi casa, mis bienes…
Mi vida.

Por eso, idiota, es que no acepto nada contigo ¿Y si se acaba lo que no hemos empezado? Te
iras, porque eres inmaduro. Te irás y me dejarás sin la luz que alumbra mis días y sin el único
motivo que tengo ahora para vivir. Tu y la hermandad. No, si vamos a hacer esto, lo vamos a
hacer a mi forma y a mi tiempo. No eres nadie para obligarme a nada y que eso te quede muy
claro tanto como amigos, como pareja o enemigos.

Ahora, dame tiempo, dame mi puto tiempo y aprende a crecer de una vez por todas, tengo
muy claro cuando estaré lista para ti, porque tampoco quiero hacerte daño. Vete, vete y
déjame descansar. Hoy ha sido un día muy largo.»

Jayne respiraba alterada, el cuerpo le temblaba y lo estaba mirando a él con una intensidad
que no había visto nunca. El no sabía que decir o que hacer, se quedó congelado y con la boca
abierta. Nunca la había visto tan alterada y tan… Hermosa. Por la cabeza de Pir, como la
amaba.

También podría gustarte