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LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN

MARÍA

María Santísima, hija de San Joaquín y Santa Ana por especial favor de Dios.

Nació en Jerusalén, y cuando tuvo tres años fue llevada por sus padres al templo de esa ciudad para
ser presentada al Señor

Nos dice San Ireneo de la Virgen María que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la
obediencia de María; lo que ató la Virgen Eva por la incredulidad, la virgen María lo desató por la
fe. La obediencia de María desató el nudo del pecado, porque ella fue la escogida por Dios para
que el Mesías viniera y habitara entre nosotros. María con su obediencia, su humildad, su amor a
Dios, cautivó al Espíritu Santo y nosotros, si queremos cautivar a este mismo Santo Espíritu
debemos procurar imitar las virtudes de María. El Espíritu Santo engendró en María al verbo
encarnado, y el Espíritu Santo, engendrará de una forma mística al Verbo, al amor, en nosotros sí
reconoce en nuestra alma, las virtudes de nuestra Madre, la Virgen María.

La primer de las virtudes que debemos imitar de María es su humildad,


dice San Alfonso María de Ligorio. María, siendo la primera y más perfecta discípula de Jesucristo
en todas las virtudes, también lo fue en esta virtud de la humildad, gracias a la cual mereció ser
exaltada sobre las criaturas.
María se vería tan pequeña, que, si bien conocía que está enriquecida de gracias más que los
demás, no se ensalzaba sobre ninguno. No es que la Virgen se considerase pecadora, porque la
humildad es andar en la verdad, y María sabía que jamás había ofendido a Dios. Dice San
Bernardino que no hubo criatura en mundo más exaltada que María porque no hubo criatura que
más se humillase que María.

La segunda de las virtudes que debemos imitar de María es el amor a Dios


Dice San Bernardo donde hay mayor pureza, allí hay más amor. Cuanto más puro es un corazón y
más vacío de sí mismo, tanto más estará lleno de amor a Dios. María Santísima, porque fue
humilde y vacía de si misma, por lo mismo estuvo llena del divino amor, de modo que progresó en
ese amor a Dios más que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Como escribe San
Bernardino, supera a todas las criaturas en el amor hacia su Hijo. Por eso San Francisco de Sales la
llamó con razón la reina del amor.

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