Está en la página 1de 3

Dios no ha desperdiciado mi matrimonio

con un no creyente
24 Mayo, 2021  |  Sheila Dougal
© Unsplash

Tenía 19 años y estaba en un estacionamiento con quien, en ese momento, llevaba casada
dos meses; nuestro Volkswagen escarabajo de 1962 estaba entre los dos. Ansiaba ir a la
iglesia. Cuando se lo expresé, mi esposo me miró con una mirada que decía: ¿De qué estás
hablando? Era como si yo estuviera hablando un idioma extraño. Para su corazón
incrédulo, lo estaba.

Yo era una joven cristiana y entendía que estaba contrayendo matrimonio con otro cristiano
cuando nos casamos. Él le había dicho a la iglesia donde crecí que creía que Cristo murió
por sus pecados y lo bautizaron. Pero pronto comencé a darme cuenta de que mi nuevo
esposo no compartía mi esperanza en Cristo. Este septiembre se cumplen 28 años de ese día
y aún no compartimos el mismo amor por Jesús.

Si la fe es como una pequeña semilla que se convierte en un árbol frondoso, entonces mi


matrimonio es el clima en el cual crece mi fe. Dios no ha desperdiciado mi matrimonio con
un no creyente en estos 28 años. 

Revelando mi superpoder

Clamé a Dios durante ese primer año de matrimonio: ¡No puedo hacer esto! Las palabras
que sentí en lo más profundo de mi alma ese día me chocaron: Tú sigue siendo fiel. Yo me
encargaré de tu esposo. Las Escrituras vinieron a mi mente como una melodía: “Lo que se
requiere además de los administradores es que cada uno sea hallado fiel” (1 Co 4:2). En ese
momento supe que tenía que seguir a Jesús, día a día, a largo plazo, pase lo que pase.

La fidelidad de Dios es una montaña, permanece intacta aun si mi matrimonio no lo


hace

Aprender a seguir a Jesús en medio de los horarios de trabajo, las facturas, los conflictos y
la crianza es mi llamado de vida. Esto no ha sido nada fácil. Pero cuando miro atrás, me
doy cuenta de que había (y hay) un superpoder en mí, que me obliga a cruzar nuestra gran
división. Ese superpoder es la fidelidad de Dios. Aquel que es fiel no “se fatiga” (Is 40:28).
“Él da fuerzas al fatigado” (Is 40:29), dándome poder para ser fiel también.

Aun si mi matrimonio está perdido, y aunque mi esposo nunca llegue a arrodillarse ante
Jesús, el llamado a ser fiel permanecerá. Por supuesto, no quiero soportar ese tipo de dolor.
Pero la fidelidad de Dios es una montaña, permanece intacta aun si mi matrimonio no lo
hace.
Exponiendo la incredulidad, aumentando la compasión

Cualquiera puede decirte que el matrimonio constantemente nos revela nuestros puntos
ciegos. Siempre estamos siendo vistos desde afuera, alguien diferente a nosotros mismos.
En mi matrimonio con un no creyente, se agrega otro nivel de “forastero”.

El rechazo de mi esposo hacia lo que yo creo como cristiana me obligó a examinarme a mí


misma. ¿Realmente creo que Jesús ha resucitado de entre los muertos? ¿Realmente creo
que usará todas las cosas, incluso mi matrimonio difícil, para hacerme más como Él (Ro
8:28-29)? ¿O creía que ser cristiana significaba que iba a tener un matrimonio feliz, hijos
obedientes y un lugar agradable donde vivir? ¿Vivo para mi propio reino o para el de Dios?

Responder a estas preguntas me ayuda a rendir mi matrimonio, a mirar las manos clavadas
de mi Salvador y exclamar: “Creo; ayúdame en mi incredulidad“ (Mr 9:24). A medida que
se expone mi incredulidad, crece la compasión hacia mi esposo. Sé que no soy mejor que
él. Tener todas las respuestas correctas no me salvó y no salvará a mi esposo. Cristo puede
ayudar mi incredulidad y puede ayudar a mi esposo a creer.

Aprendiendo la verdadera sumisión

Al encontrarme casada con un hombre que no estaba obligado por las Escrituras a obedecer
el mandato de “amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por
ella” (Ef 5:25), usé las enseñanzas sobre sumisión que aprendí de niña. Pensé que mi
pasividad y el evitar conflictos eran evidencia de mi piedad.

Tener todas las respuestas correctas no me salvó y no salvará a mi esposo

Como creía que no debía hacer ni decir nada que pudiera percibirse como una usurpación
de la autoridad de mi esposo, desarrollé una posición poco saludable y poco cristiana en mi
matrimonio. Guardé silencio sobre el pecado que estaba destruyendo nuestra relación.

En un momento, mi esposo dijo: “¡No quiero una esposa sumisa!”. En una sesión de
consejería posterior supe lo que realmente estaba diciendo: “¡No quiero una esposa
pasiva!”. Mi esposo deseaba que yo me involucrara en la resolusión de los conflictos.
Quería que le dijera la verdad y que no me rindiera solo porque él no veía las cosas como
yo las veía.

Aprender a decirle la verdad en amor a mi esposo me ha obligado a dejar de ver el llamado


a la sumisión a través de los estereotipos culturales. La sumisión que se parece a Cristo está
llena del Espíritu Santo (Ef 5:18-21), es libre (Gá 5:1), humilde (Ef 4:2), honesta (Ef 4:15)
y valiente (1 P 3:6).

Aferrándome al matrimonio correcto


Pablo instó a los creyentes de Corinto que “[tienen] mujer sean como si no la tuvieran” (1
Co 7:29). No estaba diciendo que ignoraras tu matrimonio, sino que no te aferres a él como
si nuestro gran Novio no viniera por nosotros, su esposa.

Aprender a decirle la verdad en amor a mi esposo me ha obligado a dejar de ver el


llamado a la sumisión a través de los estereotipos culturales

Mi matrimonio es una sombra dañada de una gloria asombrosa. Si me aferro a él, lo único
que tengo es un puño cerrado, enfocándome en todo lo que no es nuestra relación. Sin
embargo, cuando sostengo mi matrimonio con manos abiertas, puedo derramar mis quejas y
deseos a Dios, quien lleva la carga y me da poder para amar bien. Anhelo ganar a mi esposo
para Cristo, pero nunca podré obligarlo a creer.

Sin embargo, hay un matrimonio al que vale la pena aferrarse (Ap 19:6-9). Hay una novia
que se levantará con una belleza valiente y humilde (Ap 21:2). Sin importar si mi
matrimonio perdura o no, Cristo vendrá y su iglesia se levantará. Mientras el Señor me dé
fuerzas para amar como Él, seguiré caminando con mi esposo, orando para que él también
se levante conmigo ese día.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

Sheila Dougal vive con su esposo y sus dos hijos en Arizona donde trabaja como
enfermera administradora de casos. Ella sirve en el equipo de la iglesia Valley Life Church
como la directora del ministerio de niños. Ella escribe sobre matrimonio, maternidad,
depresión, cuidado de la salud y ocasionalmente publica poesías. Puedes leer más de sus
escritos en su blog Sojourning Sheila, y encontrarla en Twitter, Instagram y Facebook.

También podría gustarte