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1. El concepto de «haiku»
El haiku es una breve forma poética, originaria de Japón, de diecisiete sílabas que
se distribuyen, normalmente, en tres versos. Esta parece, sin duda, la definición más
extendida. Ahora bien, la división formal no ha de usarse como criterio a la hora de
distinguir el haiku: Vicente Haya (2007: 91) apunta que la tradición ha fijado el metro,
pero que podemos encontrar haikus con combinaciones distintas –entre ellas 7-5-5 o 6-6-
5, por ejemplo–. La definición del haiku no ha de recaer, como decíamos, meramente en
el plano formal, sino que ha de prestar especial atención al contenido y al propósito, como
explicaremos más adelante.
Aurelio Asiain (2013: 89) propone una definición algo más completa:
En ambos haikus1 no hay metáfora, no se compara una cosa con la otra. Es como si los
japoneses sintieran que cada cosa es única. La metáfora es una pequeña operación mágica.
Hablamos por ejemplo de tiempo y lo comparamos con un río, hablamos de las estrellas
y las comparamos con ojos, la muerte con el sueño. En la poesía japonesa se busca el
contraste entre la perdurable campana y mariposa efímera.
1
«Sobre/ la gran campana de bronce/ se ha posado una mariposa», Buson, y «El viejo estanque/
salta una rana/ ruido del agua», Bashoo.
También alude a ello Octavio Paz:
Adolfo Monje (2005: 6) opina que el haiku ha de entenderse como una poesía
«suprapersonal y extrapersonal» carente de toda subjetividad. El poeta, fundido con lo
que contempla, no puede considerarse como una individualidad que observa u oye un
objeto. El haiku encierra la comunión del autor con la «totalidad», de la que el lector
puede participar hasta cierto punto. La pretensión del haiku es, según Monje, «correr el
velo esencial de las cosas en su naturaleza divina». El haiku, en su brevedad, ha de
expresar el asombro del poeta. Según Monje, «debe entenderse como una poesía básica
similar a lo que escribiría un niño antes de aprender a escribir y razonar y donde todavía
solo sabe mirar. Por ello debe estar desprendido de la mayor parte de componentes
gramaticales posibles. En última instancia el haiku es toda aquella impresión que se hace
poesía».
Todas estas características llevan a pensar a Haya que el haiku no es exactamente
literatura. Esta opinión, que encontramos planteada de otra manera en el trabajo de Monje,
puede resultar polémica. Ambos autores prefieren considerar el cultivo de esta
composición una suerte de «adiestramiento». Haya lo cree de tipo espiritual: «se trata de
desaparecer voluntariamente en un universo que es pura maravilla. Un universo que, hasta
que nos armonizamos con él, tolera como puede nuestras pretensiones de ser y de tener»
(2007: 92). Por su parte, Monje compara la filosofía de Heidegger con la estrofa japonesa
y considera que su objetivo es «llegar a lo originario de las cosas».
2
Ambos fragmentos son citados en Ota, Seiko; 2013, 81-82.
expresión del satori. Con este término hacemos referencia a la iluminación del ser al
comprenderse parte de una totalidad observando la naturaleza. Mediante el satori
«captamos el significado inexpresable de alguna cosa o hecho totalmente ordinario y que
hasta ahora nos había pasado por completo desapercibido» (Estébanez Calderón, 2008:
491).
Después de Bashoo, el haiku entra en una época de decadencia de la que no saldrá
hasta la llegada de los dos grandes renovadores del género, a mediados del siglo XVIII,
a saber, Buson e Issa. Haya llega a afirmar (2007: 93) que el haiku es inventado por
Bashoo pero cultivado por Buson: «si queremos tener un patrón de haiku no debemos
fiarnos de cualquier texto salido de la mano de Bashoo. Para saber qué es el haiku hay
que estudiar a Buson».
3. De Oriente a Occidente
La importación del haiku es auspiciada por el gusto por lo exótico que caracteriza
a algunos movimientos literarios de finales del siglo XIX y principios del XX. López
Castro (2004: 9) apunta que el haiku llega a occidente mediante dos canales: el
impresionista francés y el imaginista inglés. Nuestros autores modernistas beberán del
primero de ellos. Desde luego el ambiente literario de Latinoamérica a finales del XIX
era mucho más proclive a adoptar una forma como el haiku que el español. El
Modernismo había inclinado al Parnaso de la época a buscar medios para crear belleza
sensorial. El haiku era perfecto a este respecto.
En cambio, Josep María Rodríguez (c. p. Giuliana Calabrese, 2012) considera que
el haiku tarda en implantarse en España. No se debe ello a que la lírica española no sea
dada a la brevedad: la expresión poética popular española cuenta con un repertorio de
estrofas breves con una disposición métrica no tan distante a la del haiku –la seguidilla
está compuesta por cuatro versos heptasílabos y pentasílabos–. La diferencia entre estas
breves composiciones y el haiku es el carácter popular, festivo, de las primeras, opuesto
al reflexivo del haiku. Por el contrario, las otras estrofas breves de la poesía española, el
epigrama o la sentencia, contienen un contenido conceptual que el haiku no alberga. Por
lo tanto, una forma no tan desconocida no se adapta al «genio» lírico español. La
inmediatez del haiku no parecía tener hueco en la lírica española a principios del siglo
XX. Esta falta de enraizamiento se verá dificultada por la Guerra Civil, que interrumpe
unas reflexiones estilísticas que no se retomarán hasta la segunda mitad del siglo de
manos, principalmente, de Octavio Paz.
Giuliana Calabrese (2012) intenta explicar en su trabajo las causas que
permitieron la importación del haiku a la cultura occidental, tan diferente de la oriental a
todas luces. Además de las nuevas investigaciones de tipo filológico llevadas a cabo por
Paz, Borges, Aullón de Haro y Rodríguez-Izquierdo3, la investigadora italiana alude a un
factor de índole filosófica argüido por George Steiner. Según este pensador la civilización
occidental siente «nostalgia del absoluto», ocasionada por el vacío que produjo la
desaparición de los cánones religiosos. Este declive del sistema religioso occidental
habría empezado ya en el Renacimiento con la gestación del racionalismo y habría
influido en él, asimismo, el escepticismo, la laicidad de la Ilustración y la aparición del
darwinismo y las tecnologías modernas en época de la revolución industrial. La
concepción ontológica que preconizaba el cristianismo se va debilitando hasta ser
3
Todos ellos autores indispensables para la compresión del desarrollo del haiku y su adopción en
las letras hispánicas.
prácticamente abandonada. Con su desaparición se origina un inmenso vacío que
intentará ser salvado, según Steiner (Calabrese, 2010: 35) por movimientos o doctrinas
que pretenden explicar el origen, la naturaleza y la razón de ser del hombre. Entre ellas
destaca Steiner el marxismo, el psicoanálisis de Freud y la antropología de Levi-Strauss.
La ineficiencia de todas estas alternativas filosófica provoca un segundo intento
de remediar la crisis en la que se encuentra el hombre occidental moderno. Es en este
momento en el que toman fuerza posturas irracionales o pseudocientíficas como pueden
ser la astrología, el ocultismo o las disciplinas occidentales. Steiner las califica de
«sciocchezze», esto es, necedades. El hombre moderno intenta encontrar una solución a
la crisis existencial a la que le ha arrojado la modernidad en la «doctrina zen», que
considera que el ser humano es parte de un todo. El haiku vendría a ser el símbolo estético
de esta doctrina. El vacío que deja la crisis de la identidad occidental quiere ser rellenado
con el imaginario zen que entiende vacío como sinónimo de infinidad de posibilidades –
Calabrese considera que la percepción occidental es totalmente opuesta–4.
Umberto Eco, también aludido por Calabrese, se pregunta cuáles son los
elementos del zen que pueden atraer al hombre occidental. En un primer momento, el
pensador italiano apunta que el zen supone una filosofía anti-intelectual, que acepta la
vida como es sin querer indagar en su esencia, en su mutabilidad. Así, el hombre moderno
adquiere consciencia de su condición temporal y mutable y entabla una relación con lo
exterior a sí mismo en el que no tienen lugar los planteamientos lógicos: se apunta a las
cosas, no a su explicación. Además señala que esta ideología ha calado en algunos
ámbitos de la vanguardia americana que propugnan una sociedad de la inmediatez en
detrimento de los cánones operantes, ya culturales, ya mercantiles. A este trabajo solo le
interesa la aplicación estética del zen, cuyo resultado más obvio es el haiku.
La aplicación estética de los principios del zen conlleva la reducción máxima de
lo artístico, la reducción a su esencialidad. José Manuel Cuartas Restrepo (c. p. Calabrese,
2010: 39) apunta que:
El lenguaje literario, según este crítico, está agotado. La solución que propugna el
haiku es la creación de un lenguaje específico que sea totalmente denotativo, de tal
manera que no pueda ser interpretado ni explicado. El haiku es el símbolo del vacío,
sentencia Calabrese. Ello se explica porque en esta composición el vacío aparece en todos
los niveles: en primer lugar, el haiku es un espejo que se limita a reflejar la vida como es;
ante la crisis existencial moderna, el poeta encuentra una composición en la que puede no
dejar rastro de su objetividad. El vacío llega incluso al nivel del contenido: el haiku no
narra nada, solo capta un momento en pleno desarrollo. Podemos hablar también de un
vacío gramatical: el sujeto no existe en el haiku y el objeto no realiza ninguna acción.
Adolfo Monje (2005), por su parte, traza una serie de similitudes entre la filosofía
de Heidegger y la concepción ontológica del haiku y de la doctrina en que se sustenta.
Hemos dicho antes que para este estudioso tanto una como la otra buscan «llegar a lo
4
«In un’ottica occidentale, tale vuoto è deleterio perché significa vacuità».
originario de las cosas». Critica Monje a la metafísica tradicional su indeterminación a la
hora de abordar la cuestión del ser. El fin de Heidegger (Monje, 2005: 2) será crear una
nueva metafísica en la que el hombre clarifique qué es el ser. El haiku será una poesía del
ser, no del ente, en tanto que «todas las cosas en el haiku participan de lo espiritual de la
naturaleza. Monje concluye su monográfico trabajo con las siguientes palabras:
Este pensar originario concuerda esencialmente con el haiku en el sentido en que ambos
se constituyen como un tipo de camino ascético (el haiku para llegar a lo espiritual de la
naturaleza y para Heidegger para llegar a la esencia del ser) en el sentido de todo
despojamiento subjetivo con el único fin de recrear la verdadera imagen de la naturaleza
o dar a conocer la verdad del ser en el caso de Heidegger, para darla a conocer al resto
del mundo. Por ello el haiku como el pensar que exime Heidegger [sic] no debe tener ni
pretensiones literarias ni los poetas deben revelar sus obras como obras de autor. Solo así
podrá llegarse en ambos casos a lo originario de las cosas».
I.
¡Nube de flores!
¿La campana de Uyemo?
¿La de Asakusa?
II.
¿Vuelven al tallo
las hojas desprendidas?
¡Son mariposas!
III.
Siembre de sueño
para todos, de día:
luna de otoño.
Seiko Ota (2013) señala otros cuatro nombres destacables en la difusión del haiku
en las letras hispánicas. Entre ellos se encuentra el prolífico argentino Jorge Luis Borges,
cuyas reflexiones acerca de la composición recogimos más arriba. Sin duda otro de los
hitos en la historia de esta forma poética es Octavio Paz, al que Ota considera «el poeta
que comprendió mejor la esencia del haiku». Escribió varios ensayos en lo referente a la
5
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
Que por mí vayan todos
Los mismos que las aman, a las cosas…
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo
y suyo, y mío, de las cosas!
6. Bibliografía
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internacional sobre el español y la cultura hispánica. Instituto Cervantes
de Tokio, págs. 88-93.
Cadavid Giraldo, Teresa Elena (2001): «Acercamiento sintáctico de la
poesía del Haikú y la obra de José Manuel Arango» en Estudios de
Literatura Colombiana, Nº 9, págs. 112-116.
Calabrese, Giuliana (2012): «Esportazione di un modello poetico
orientale. L’esempio dello haiku nella letteratura spagnola ultima», en
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Cid Lucas, Fernando y Criado López, Irene (2010): «Los haikus de José
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Kokoro: Revista para la difusión de la cultura japonesa, Nº 3, págs. 3-9.
Estébanez Calderón, Demetrio (20086): Diccionario de términos literarios,
Madrid, Alianza.
Haya, Vicente (2007): «El haiku japonés: esencia y tipología» en Pliegos
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poéticas de Juan José Domenchina y Ernestina de Campourcin», en Actas
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López Castro, Armando (2004): «Antonio Machado y la tradición del
haikú» en Huarte de San Juan. Filología y Didáctica de la Lengua, Nº 7,
págs.. 9-20.
Monje, Adolfo (2005): «El Haiku japonés y M. Heidegger: dos formas de
penetrar en lo originario» en A parte Rei, Nº 38.
Ota, Seiko (2013): «Una sugerencia para el desarrollo del haiku en
español», en Actas del congreso internacional sobre el español y la cultura
hispánica. Instituto Cervantes de Tokio, págs. 79-87.
Rubio Jiménez, Jesús (1987): «La difusión del “haiku”: Díez-Canedo y la
revista España», en Cuadernos de investigación filológica, Nº 12-13,
págs. 83-100.
Shimizu, Norio (2013): «Los haikus de Borges: su peculiar acercamiento
a la estética japonesa» en Actas del congreso internacional sobre el
español y la cultura hispánica. Instituto Cervantes de Tokio, págs. 73-78