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FRANCISCO ALCAIDE
En los últimos meses hemos sido testigos de numerosos escándalos relacionados con
el mundo de las finanzas. Los último el de Bernard L. Madoff -ex Presidente del
Nasdaq- por un fraude de alrededor de 50.000 millones de dólares, y el del conocido
trader de 31 años de Societé Generale, Jérôme Kerviel.
No obstante, no debe caerse en el error fácil de extrapolar los casos citados como la
práctica mercantil habitual. Hay que apuntar que si bien son las experiencias
fraudulentas las que arman ruido y acaparan las portadas, otras muchas empresas
intentan cumplir con sus obligaciones legales y éticas. A pesar de todo, sí es
conveniente que de vez en cuando salte a la luz pública algún escándalo de esta
naturaleza que ayude a poner un poco de cordura a la celeridad en la que se
desarrollan las transacciones mercantiles y a no pasar por alto algunos aspectos que a
menudo se olvidan y que son importantes, no sólo para la propia dinámica de las
relaciones comerciales cuya base se sustenta en la confianza, sino desde el punto de
vista de lo que es el desarrollo del propio ser humano.
Se suele decir que tres son los requisitos del buen directivo: «técnica», «estética» y
«ética»; ciencia, arte y honestidad. La «técnica» hace referencia al conocimiento de
los fundamentos de gestión; la «estética», al dominio en su ejecución; y la «ética», a la
bondad (o maldad) de los comportamientos
Hoy nos detenemos en la última de las variables y apuntamos sólo algunas reflexiones
que puedan ser de ayuda a la hora de abordar esta cuestión desde una perspectiva
más amplia. No obstante, no es el objetivo de estas líneas sermonear sobre el «deber
ser». Primero, porque no nos creemos capacitados; segundo, porque ningún mortal
tiene todas las respuestas.
Engañar siempre es mal negocio. Rara vez cuando uno no sigue las recomendaciones
de la ética suele salir bien parado: «Es fácil engañar a alguien siempre; a todos alguna
vez; pero no a todos indefinidamente» (Abraham Lincoln). La falta de ética es como
una herida mal curada, siempre acaba por abrirse. No se puede vivir clandestinamente
de manera sistemática. La soberanía de la ética siempre acaba imponiéndose y sale
victoriosa de cualquier batalla. Espera agazapada a que el tiempo le dé permiso para
salir a escena. Donde existe corrupción o fraude, hay perjudicados, y si bien es cierto
que hay mucha gente que calla por miedo a las represalias, también siempre hay
alguien que, tarde o temprano, no aguanta más, acaba estallando y todo se
desenmascara.
Los beneficios de la ética. Ser ético es rentable, no sólo a medio y largo plazo como
proclaman algunos, sino también a corto plazo. Rentable es aquello que produce
beneficios, y éstos pueden ser tanto «tangibles» -dinero físico- como «intangibles» -
poder conciliar el sueño por la noche sabiendo que uno hizo lo que tenía que hacer-.
Acostarse y quedarse dormido es algo que cuando se tiene no se le da importancia -
parece un acto natural- pero cuando falta se echa mucho de menos. Quién obra mal
se ve obligado a cargar con la pesada cruz de la conciencia. «La conciencia -decía un
pensador- es la voz del mismo Dios que habla». Se puede engañar a los demás, pero
es difícil engañarse a uno mismo. Pasar por encima de la ética destruye a la persona.
De cara al exterior pudiera parecer que no, pero de puertas adentro produce una
enorme insatisfacción.
El peligro del relativismo. Enemigos de la ética hay muchos, pero uno de los más
demoledores es el «relativismo». Con ese argumento de fondo -todo es relativo- se
justifica cualquier tipo de comportamiento. En realidad, lo que ocurre es que hay un
miedo desconcertante a buscar la verdad porque eso nos dejaría en evidencia en
multitud de ocasiones y nos aparta de lo que «nos apetece» en cada momento. «La
recepción de la verdad -decía Platón- depende en buena medida de la predisposición
del alma que quiere acogerla». Si uno se empeña en justificarse, siempre acaba
encontrando algún argumento -por incierto que sea- para disculparse y poder vivir
consigo mismo. Las excusas son el recurso perfecto para encontrar la absolución
indiscutible. La ética exige voluntad para hacerla propia y en los casos más
comprometidos, obliga a hacer un serio proceso de reflexión y profundización para dar
con la respuesta acertada.
En definitiva, y como apunta Fernández Aguado, «la ética siempre vuelve, aunque sea
con nuevos nombres, porque el hombre no puede renunciar a ella. Sin embargo, no
resulta fácil vivir la ética empresarial e incluso algunos que se las dan de moralistas,
luego a la hora de los negocios cometen acciones claramente inmorales. A veces, en
apariencia por lo menos, sin conciencia de la gravedad de sus comportamientos»..
Para acabar, tres recomendaciones de libros sobre la cuestión: «La ética en los
negocios» (Ariel, 2001), «Ética de la actividad empresarial» (Minerva, 2004) y «Ética
para seguir creciendo» (Pearson Educacion, 2001).
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