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Lectura prohibida a menores de edad

Rafael Fernández

PROSTITUTO DE
EXTRATERRESTRES

Mi Cabeza Editorial
Primera edición: febrero, 2017
Segunda edición: mayo, 2017

© Rafael Fernández Ruiz


ezcritor.com

Prohibida la lectura de esta novela a menores de edad y por gente


corta de mente. Prohibida su reprodución, total o parcial, sin el
permiso por escrito y un pelito ensangrentado de la oreja derecha
del autor. Obra artística y paródica sobre clichés 100% de ficción.

Obra de la portada: Michael Hutter


www.octopusartis.com

Logotipo de la editorial: Alfonso Vargas Saitua


robotv-robotv.tumblr.com

Corrección: Mario Celdrán, Miriam Sánchez y Juanjo Conti

Amor, fuerza y cuidados: Svitlana Popivnyak

Maquetación y diseño:
Rafael Fernández Ruiz

Depósito Legal: AS-00793-2017


Impreso con la fuerza de las estrellas
A Santiago S. S. con profundo
cariño, admiración y agradecimiento.

“A veces creo que hay vida en otros planetas,


y a veces creo que no. En cualquiera de los
dos casos la conclusión es asombrosa”.

“En algún lugar algo increíble está


esperando ser descubierto”.

Carl Sagan
PRESENTANDO A MIERDA
CAPÍTULO 1
“EL POBRE LOBO BLANCO”

V ives en Madrid, es miércoles; son más o


menos las diez de la noche. Estás en el salón de
tu casa, viendo un partido de fútbol, bebiendo
coñac. Tu Real Madrid se encuentra machacan-
do sin piedad a su rival de Copa. Cero a siete
va quedando. Toda España es inferior a vosotros:
los madrileños. Sois los únicos que habláis con
el acento correcto. Los únicos que trabajáis de
verdad. Sois la capital de España, los líderes. En
partidos como éste el Real Madrid se lo recuerda
bien al resto de las provincias. Piensas que sólo
falta que una putilla te la esté chupando para po-
der asegurar que has muerto y que te encuentras
en el paraíso.
Sin una pizca de consideración tu esposa entra
en el salón, fulmina tu paraíso:
—¡Te dije que sacaras la basura! —te grita— ¡Y
tienes la tele demasiado alta!
—¡Que luego la saco! ¡Que te lo dije durante la
cena! —contestas— ¿Es que no puedo ver tran-
quilo ni un partido de fútbol en mi propia casa?
—¡Fútbol! ¡Siempre viendo fútbol! ¿Es que no
acaba nunca?
—¡Es la Copa del Rey, mujer! ¡Es un partido
superimportante!
—¡Siempre estás viendo un partido superimpor-
tante según tú! ¡Menuda pérdida de tiempo! ¡Pero
por Dios! ¿Quieres bajar la televisión de una vez
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para que podamos hablar a un volumen normal?
Pulsas con fuerza el botón del mando a distan-
cia. Imaginas que el botón es el ojo de tu mujer,
que se lo aplastas:
—¡Me cago en Dios! ¡Es que no me dejas ni un
segundo en paz!
Tu mujer trata de hacerte razonar:
—En la cocina huele muy mal. Arturito está
oliendo la peste de la basura y no te importa,
¿verdad? El olor va a extenderse por toda la casa
y nuestro bebé va a estar respirando olor a basura
toda la noche. ¿Sabes? ¡Arturito podría ponerse
enfermo!
—¡Deja de gritar, mujer! —gritas— ¡Deja de gritar
me cago en Dios! ¡Ni un segundo me dejas tran-
quilo! ¡Ni un puto segundo! ¡La Virgen! ¡Menuda
mierda de vida tengo!
—¡No te importa Arturito! ¡No te importamos ni
él ni yo! ¡Sólo te importas tú y tu maldito fútbol!
Levantas del sofá tu metro noventa y ocho de
altura y tus casi ciento cuarenta kilos de peso.
Cargado de odio pasas delante de tu mujer, sin
mirarla para así mostrarle tu profundo desprecio.
¡Ni siquiera puedes ver tranquilo al Real Madrid!…
¡Para una vez que no emiten el partido por un ca-
nal de pago!
Son ocho largos años de matrimonio, maldita
sea... de sobra sabes que lo que más te conviene
es dejar de ver el partido y sacar la basura.
Piensas que, actualmente, el matrimonio es una
carrera de acoso y derribo en la que el hombre
siempre sale derrotado. El matrimonio convier-
te al hombre en un esclavo y a la mujer en una

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despiadada dictadora bipolar psicópata. No hay
ninguna mujer en el mundo a la que no le dé un
ataque de locura, al menos, durante treinta minu-
tos cada día. Parecen estar bien pero, de pronto,
comienzan a ponerse nerviosas, a enfadarse por
FXDOTXLHUDVXQWRLQVLJQLÀFDQWHRDOORUDU1XQFD
sabes si lo que necesitan es un polvo, una hos-
tia, comer chocolate o salir a comprar ropa. En
el matrimonio tienes que aprender a convivir con
una bomba atómica. Si no agachas la cabeza, día
tras día, no la desactivas, estallará, terminarás
FRPR WH FDQVDV GH OHHU HQ ORV SHULyGLFRV DÀQHV
al sistema: encerrado en el calabozo durante un
par de noches por culpa de una falsa denuncia
por malos tratos; señalado de por vida ante los
vecinos y conocidos por haber maltratado —su-
puestamente— a tu mujer; arruinado tras un di-
vorcio resuelto con leyes injustas; viviendo, como
si volvieras a ser un imberbe universitario, en un
piso compartido con otros divorciados.
Piensas.
Arturito, vuestro hijo de un año, es como droga
dura para tu esposa. Ha absorbido su vida. Des-
de que nació, todo gira en torno a él. Tu vida, tus
sueños, tus momentos repletos de placeres y de
paz se esfumaron para siempre ¿A dónde fueron?
¿Con quién están? Con alguien más valiente que
tú. Con alguien que realmente los merece. Ya ni
siquiera tienes dinero para meterte algo de cocaí-
na de vez en cuando. Nunca puedes fumarte un
porro con tu esposa porque “ya no somos adoles-
centes, Arturo”. La casa siempre huele a mierda
en pañales. Echas de menos tu juventud: cuando

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sentías que la noche era tuya, cuando no parabas
de gritar y de pelear. ¡Eras un perfecto ejemplar
de cabrón hijo de puta! La de veces que, por la
noche, pegaste y robaste a pijos que caminaban
—rumbo a las discotecas— por el laberinto de
pasadizos de los bajos de la calle Orense.
La de veces que con tus amigos, en las zonas-
picaderos del parque del Retiro, manoseaste
chochitos y chupaste tetas de niñas ricas, mien-
tras sus inmovilizados novios se cagaban en sus
pantalones, aterrorizados. Amabas hacerles “la
técnica del colchón”. Tirar a los novios al suelo,
colocar a sus novias virginales encima de ellos
y morreártelas y desvirgarlas con el dedito entre
risas. Mientras, el novio— actuando de colchón—
se traumatizaba para siempre ¡La de psicólogos
que se habrán podido comprar una casa gracias
a ti!
Añoras los buenos y viejos tiempos en los que
soñabas que, de mayor, regentarías un puticlub
con tus amigos. Allí, cada noche, follarías gratis
con vuestras empleadas.
En algún puto momento todo se torció.
Tus amigos fueron pasándose al lado maricón
de la sociedad.
Te dejaron solo. Ahora trabajas de repartidor
de mercancías delicadas en una franquicia de
la agencia de transporte Ángeles Express SL. Tu
sueldo sólo te alcanza para pagar las intermina-
bles facturas que no paran de llegar a tu hogar
feliz de los putos cojones.
Desde que estalló la crisis, hace más de seis
años, y tu mujer perdió su empleo, ella no ha

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vuelto a trabajar.
Asegura que traer un sueldo es tarea exclusiva
del hombre de la casa. Asegura que el feminismo
es un movimiento machista creado maquiavéli-
camente por el hombre para someter a la mujer
aún más de lo que estaba antes: hacerla trabajar
fuera y dentro de casa. Que el papel del hombre
es traer dinero a casa y, el de la mujer, cuidar la
casa. Todo esto argumentado por una eminencia:
una psicóloga menopáusica, una desgraciada
juntaeuros que se abrió un canal en YouTube que
graba desde el salón de su casa. Por culpa de esa
desgraciada ahora no hay nadie que le saque esa
idea de la cabeza. Tu esposa se disculpa en las
teorías de esa psicóloga para no buscar trabajo y
limitarse a cuidar de un niño que sólo sabe cagar
\ OORUDU $ÀUPD TXH HVR HV \D XQ WUDEDMR HQ Vt
¡Pero si para criarlo sólo hay que dejarlo frente
al televisor! Tu mujer se limita a exigirte con gri-
tos que ganes más dinero. Te hincha los cojones,
sobre todo, cuando la muy desequilibrada se dis-
culpa—utilizando frases de autoayuda— por la
caña que te mete:
—“Estoy metiéndote energía, ¿entiendes? —te
aclara— Es que estás lleno de autolimitaciones.
Podrías ganar más dinero si apretaras tu acelera-
dor mental. Eres un caballo ganador. ¡Consigue
más dinero! ¡Ve a por ello! ¡De verdad que no sé
qué te pasa, Arturo! ¿Por qué te autosaboteas
tanto? ¡Con lo fuerte e inteligente que eres!”
—“¿Que qué me pasa? —piensas sin atreverte a
decírselo— ¡Lo que me pasa es que me casé con-
tigo! ¡Que me case con una puta ancla!”

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Los sábados, cuando tu mujer marcha a su cla-
se de spinning en el gimnasio, deja a Arturito a tu
cargo, en casa. Aprovechas para poner al crío con
los auriculares frente a tu portátil, viendo vídeos
porno gay hardcores. Buscas venganza. Conver-
tirlo en gay. Que lo señalen por la calle durante
toda su vida.
¡Verás qué risas cuando vaya al colegio!
Lo mejor es que parece que el tema ya le va.
Mira, con increíble interés, los vídeos porno gays
hardcores: se entretiene más con esos videos que
con los infantiles de Peppa Pig, que le pone la
madre.
...
—¡Ya bajo la basura, ya bajo la basura! ¡Deja de
gritar, mujer!
—¡Si hicieras lo que te digo no te gritaría! ¡Me
estás volviendo loca! ¡No sé cómo puedes ser tan
egoísta, Arturo!
¿Egoísta?
Piensas en cómo te comes, cada día, un buen
plato de mierda para desayunar y otro plato de
más mierda pero con meados por encima para
almorzar: pasas tu jornada laboral aguantando
mil prisas y mil broncas en tu curro a cambio
de un sueldo ridículo. No te atreves a quejarte, a
decirle ni mu a tu jefe. Tienes pesadillas con la
FRODLQÀQLWDGHGHVHPSOHRHQ(VSDxD
Si entras ahí, no sales.
Lo has visto.
Piensas en los caniches.
Parece mentira pero los caniches, hace millo-
QHVGHDxRVHUDQPDJQtÀFRVHMHPSODUHVGHORERV

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blancos. Lobos blancos, salvajes, poderosos, li-
bres, terribles… ¡El planeta Tierra, en su inmen-
sidad, era su hogar!
Un mal día —los lobos blancos— pensaron que
tendrían una vida menos dura si en lugar de
competir contra los hombres, cazando o incluso
cazándolos, se convertían en sus amigos más
ÀHOHV 'H HVH PRGR ORV KRPEUHV OHV SHUPLWLUtDQ
revolver entre sus basuras. Con las sobras de las
comidas de los humanos, a los lobos les daba de
sobra para sobrevivir.
Buscando tener una apariencia más amable, a
través de millones de años de evolución, los lo-
bos blancos transmutaron y echaron a perder su
aspecto poderoso hasta conseguir convertirse en
perritos para maricones y para mujeres proble-
máticas que pueblan los supermercados por la
mañana y los bingos por la tarde.
Piensas que a los hombres nos está pasando
exactamente lo mismo. No sé el porqué pero un
mal día, en la prehistoria, nos hartamos de salir
a cazar y a violar mujeres. Pensamos equivocada-
mente que nos iría mejor si nos convertíamos en
VXVDPLJRVPiVÀHOHV
El error lo coplicamos aún más. Inventamos el
matrimonio. En teoría parecía una buena idea:
dormir al lado de un chochito, poder usarlo cuan-
do te diera la gana.
Todo en nombre de la mayor mentira jamás
ideada: el amor.
Adiós a tener que salir cada noche por las disco-
tecas para competir con otros hombres más gua-
pos, más jóvenes e inevitablemente con más éxito.

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Eso era agotador.
Comenzamos a transmutar en “mariconcitos”.
Estás seguro de que si el hombre sigue así, en
esta dirección, la evolución nos convertirá den-
tro de millones de años en inofensivos enanitos
amables con voces cantarinas y pollas inmensas,
de cincuenta centímetros de longitud, que sólo
podrán alcanzar una erección cuando una mujer
diga:
––“¡Venga, enanito! ¡Es hora de follar con mamá!
¡Métemela con alegría y respeto!”.
La evolución convertirá a las mujeres en seres
físicamente más fuertes que los enanitos. Un día
decidirán empezar a violar a los enanitos. Dirán
que es justo. Se considerará que están en su
derecho debido a todas las violaciones que los
hombres cometieron en el pasado. En la España
actual ya es justo que la mujer tenga más de-
rechos que el hombre. En los divorcios, el juez
otorga casi todo el patrimonio y la custodia de
los hijos a la mujer. Por su cara bonita. Es ahí
cuando un buen observador descubre que las
PXMHUHVVRQSXWDVWDPELpQDLQVWDQFLDVRÀFLDOHV
Se les entrega todo porque han de recibir los pa-
gos atrasados por cada coito que proporcionaron
al hombre mientras estaban casadas con él. A la
ley le da igual que, realmente, lo único que hayan
hecho durante el matrimonio fuera machacarte la
cabeza a diario con gilipolleces. Tienes que pagar
por las mamadas disfrutadas y punto.
Piensas en qué mal negocio hicimos cuando de-
cidimos dejar de ser lobos. ¿No era mejor aullar
cada noche a la luna, libres y poderosos?

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No hay salida.
No tienes libertad.
Salvo en tu mente.
Sales de tu casa con la bolsa de basura en la
mano. En el rellano te encuentras con una veci-
na. Sale de la letra A. La conoces mejor de lo que
ella cree.
Gracias a su cuenta de Instagram sabes de qué
color son sus sujetadores preferidos. Tiene veinte
años. Es una de las decenas de chicas que, desde
tus cuentas secretas, espías a diario por las redes
sociales. Tu vecina es una de esas putitas que
no deja de hacerse VHOÀHV. Se saca fotos con su
Samsung último modelo de 800 euros mientras
su pobre padre viste la misma ropa desde hace
siete años. Su padre ni siquiera ha podido irse de
YDFDFLRQHVRXQÀQGHVHPDQDDSHVFDUDODFRVWD
desde que ella llegó a la adolescencia y comenzó
a exigirle que le comprara cosas para aparentar
ser lo que ella cree ser. Ha convertido a su padre
en un mayordomo, en un perro, en una tarjeta
de crédito con patas.
En la mano lleva su móvil... ¡Quién pudiera co-
tilleárselo para ver los descartes de sus fotogra-
fías con pezones, impublicables por la vomitiva
política de Instagram!
Ella no sabe que fuiste tú pero más de una vez
le has escrito guarradas; incluso le mandaste
una fotografía de tu polla erecta por el Messenger.
Te dio placer que te la viera.
Te reportó y bloqueó.
Eso también te dio placer.
Abriste una nueva cuenta fake y listo.

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Planeas mandarle otra foto pero, esta vez, con
semen saliendo por tu glande. ¡La de veces que te
has pajeado mirando sus fotos!
Piensas. La policía feminista del pensamiento,
en el futuro, dispondrá de la tecnología necesaria
para determinar con qué foto te estás pajeando.
Podrán acusarte al instante de violación fotográ-
ÀFDPHQWDO
—“Sólo el novio o marido de una chica puede
pajearse con su foto —te explicará la policía femi-
nista del pensamiento— Que te hayas pajeado con
su foto es como si la hubieras violado, ¿entiende
usted, sádico cabrón? Así que, señor violador,
elija su castigo: castración química, amputación
de brazos y piernas para que no pueda volver a
tocársela o cincuenta años de cárcel”.
Tu vecina siempre está sacándose fotos hasta
la frontera de los pezones o haciendo yoga —con
shorts de licra, ajustadísimos— para que todos
sus seguidores puedan babear con la forma de
su coñito. Es así como no para de recibir regalos,
cenas, proposiciones matrimoniales o sexuales
GHXQDLQÀQLWDOLVWDGHDGPLUDGRUHVPXFKRPiV
guapos y con mayor poder adquisitivo que tú.
Todo ello sin salir de casa.
Putas 2.0
Cuando ella sale por la noche es para gozar con
pollas de chicos semiculturistas en el asiento de
atrás de un coche. Los utiliza y, en cuanto se
cansa de ellos, si te he visto no me acuerdo. Ana-
logía de cuando los hombres nos vamos de putas
sólo que nosotros, por lo menos, tenemos la de-
cencia de pagar a las mujeres por dejarse usar

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y ser explotadas. Tu vecina, cuando note que es
el momento, cazará a un tipo gris con aspecto
vulgar pero con dinero al que convertirá en su
caniche particular. Se quedará preñada justo dos
años antes de perder para siempre la belleza de
su juventud y ya no se la quiera follar cualquier
hombre que tenga salud y haya comido bien.
Todo eso no es maltrato, abuso ni violencia de
género... ¡No, mis cojones!
—Buenas noches —la saludas con una educada
sonrisa.
—Buenas noches —te saluda con su habitual
sonrisa automática para la gente que le importa
un pimiento.
El ascensor llega.
De reojo pero con asco, tu vecina echa una desa-
probadora mirada a la apestosa bolsa de basura que
agarras con la mano.
—Mejor baja tú —te anticipas, amable— luego
envíame el ascensor para arriba, ¿sí? Que si en-
tramos juntos vas a pillar olor de la basura.
—¡Oh! ¿De verdad no le importa?
—¡Claro que no! ¡Con lo guapa que te has pues-
to! Ojalá te violen en grupo unos musulmanes del
ISIS y no lo disfrutes aunque lo harías porque,
además de que eres una viciosa, luego podrías
pedirle una paga al Estado de por vida por daños
psicológicos irreparables por violencia de género
terrorista y machista, pedazo de zorra victimista.
Lo de pedazo de zorra, lo de los musulmanes
del ISIS y lo de la paga no lo has dicho en voz
alta. Así que ella te sonríe y pasa delante de ti,
introduciéndose en el ascensor...

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¡Bingo! ¡Premio gordo!
Tu magistral movimiento de ajedrez te ha pro-
SRUFLRQDGRXQDVLHQWRHQSULPHUDÀODSDUDPLUDU-
OHHOFXOR(VHWUDMHTXHOOHYDHVGHPDVLDGRÀQRR
lleva un hilo por tanga o no lleva absolutamente
nada.
—Te compro la última tablet que ha sacado
Apple si me la chupas —sueñas que le dices.
—Oh. Vale. No vienen a buscarme hasta dentro
de cinco minutos. Así que si te la sacas ahora
mismo y si además de la nueva tablet añades a
tu oferta un par de trajes de Mango, me lo trago
—sueñas que te contesta mientras la puerta del
ascensor se cierra, ella desaparece y tu huevos
chillan de pena y dolor.
Piensas.
Giordano Bruno era un monje italiano que vivió
en el puto siglo XVI.
Intuyó que la Tierra no era plana. Que el sol
no giraba alrededor de la Tierra, sino que era la
Tierra quien lo hacía alrededor del Sol. Estaba
VHJXURGHTXHHOXQLYHUVRHUDLQÀQLWRQRÀQLWR<
que la Virgen María no era virgen.
Por ser tan listo, la Inquisición lo encerró du-
rante ocho años en la mazmorra más mugrienta
de todas las mazmorras mugrientas que tenían
disponibles en aquel momento. Para salir de allí,
Giordano sólo tendría que haber mentido, decir:
—“Perdonen, no sé qué coño fumé, pedí un
Smirnoff y me metieron del garrafón: la Tierra es
SODQDOD9LUJHQVXSHUYLUJHQ\HOLQÀQLWRÀQLWRµ
3HUR*LRUGDQR%UXQRHUDXQOREREODQFR3UHÀ-
rió pudrirse en aquella mazmorra y morir quema-

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do antes que traicionar a su especie. La especie
de los hombres inteligentes con cojones.
Todo el mundo estaba equivocado.
Sólo él tenía razón.
Los tontos cobardes siguieron viviendo, repro-
duciéndose y evolucionando.
El inteligente se extinguió.
Como lo harás tú.
Sólo tú tienes la razón.
Tu mente —por lo menos en el presente— es
el único disco duro que no puede ser hackeado.
Por fuera parece que eres un feliz integrante de la
“tonta generación precaniches”. Por dentro sigues
VLHQGRXQPDJQtÀFRHMHPSODUGHOREREODQFR
Libre.
Salvaje.
...

De vuelta de bajar la basura encuentras que tu


casa está en silencio, con las luces apagadas.
Tu esposa te ha apagado la tele.
No siente ningún respeto la muy puta ni por ti
ni por el gran Real Madrid.
Sólo piensa en ella y en vuestro hijo.
Arturito duerme.
Te quitas los zapatos.
Caminas aterrorizado.
Sabes la que te montaría tu torturadora si ha-
ces ruido y despiertas al crío.
Sobre todo evitas hacer ruido para no tener que
volver a ver a la bruja amargada con la que vives
hasta mañana por la mañana. Planeas quedarte
a dormir en el sofá, lejos de ella. Así hasta te li-

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brarás de olerla. Cierras la puerta del salón. Te
pones los cascos, los conectas al televisor y te
preparas para volver a zambullirte en el vibrante
ÀQDOGHSDUWLGR
¡No!
¡Te lo perdiste! ¡Terminó! ¡Y el Real Madrid metió
dos goles más! ¡Mierda! Desesperado, buscas los
goles por el YouTube. ¡Aún no los ha subido nadie!
¿Qué están esperando? ¡NECESITAS VERLOS!
Te sirves otro copazo, bebes, navegas con el mó-
vil, entras en el cuarto de baño, pasas la llave y
comienzas a pajearte viendo fotos de Marta: una
auxiliar administrativa de tu trabajo de la que
andas un poco enamorado.
Pierdes un poco la erección cuando, desde fue-
ra, te llega una imagen mental de ti mismo: te
ves ridículo, masturbándote a escondidas... a tu
edad. A esta edad esperabas estar follándotelas
de cinco en cinco.
No debiste casarte.
La vida de casado te envía de vuelta a la patéti-
ca vida sexual de la adolescencia.
Aquí estás, como cuando eras virgen, escondido
en un baño, machacándotela.
Bienvenido a la vida adulta.
Te casaste.
Eres papá.
Tienes trabajo.
Una casa.
Vives en la capital de España.
Has triunfado.
Recuperas la erección cuando logras mentir a
tu mente. Hacerle creer que te estás follando, a la

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vez, a Marta y a tu vecina. Eyaculas reprimiendo
un gemido para que tu esposa no lo escuche.
Con la alfombrilla del baño limpias la corrida
que ha caído al suelo.
1DYHJDV HQFXHQWUDV SRU ÀQ ORV JROHV TXH WH
perdiste del Real Madrid. Los gozas con una son-
risa: como si los hubieras metido tú.¡.
Vuelves a la tele, zapeas sin destino. Te llama
la atención —no sabes porqué— una película en
blanco y negro.
Crees que ya la viste.
Sí.
Fue hace treinta años más o menos: cuando en
España sólo existían dos canales de televisión. La
película se titula “Extraños en un tren”.
Algo te interesa en ella.
Algo te dice, en tu interior, que debes volver a
verla.
Lo haces.
Y mientras la ves, se te ocurre una idea.
Te quedas pensando en esa idea, emocionado.
Es una gran, gran, idea.
...¡Vaya!
Mira por dónde...
¡Aún no está todo perdido!
¡Qué gran idea!
¡Qué fantástica idea!

26
28
CAPÍTULO 2
“UNA GRAN, GRAN IDEA”

Es un oscuro día de lluvia.


Como en tu corazón.
$OD~OWLPDSODQWDGHOHGLÀFLRGHDSDUFDPLHQWRV
de la empresa no viene nadie.
Recuerdas: antes de la crisis económica todas
las plantas del aparcamiento de Transportes
Ángeles Express SL estaban ocupadas. Ahora,
tras cinco expedientes de regulación de empleo,
sobran tres de las cinco plantas que conforman
HOHGLÀFLRGHDSDUFDPLHQWRV
La empresa está tratando de alquilar o vender
las plazas sobrantes pero, como el aparcamiento
está situado en un polígono del extrarradio, no
las alquila ni Dios.
En la última planta sólo aparcas tú con tu ami-
go. Estáis sentados dentro de la furgoneta en la
que hacéis los repartos.
Entre vosotros os llamáis Mierda y Pedo.
Por supuesto esos no son vuestros nombres rea-
OHV6RQORVQLFNVFRQORVTXHÀUPiLVHQHOVLVWHPD
de comentarios del Marca, x-vídeos y en foros en
los que se recopilan vídeos de presos españoles
que son violados en cárceles de Suramérica por
panchitos racistas y acomplejados que aún no
han superado que los españoles violáramos a sus
bisabuelas cuando les conquistamos las selvas y
los pusimos a trabajar para nosotros.
Esta mañana no os han sacado de ruta. Así que
29
RVWRFDXQPRQWyQGHDEXUULGRWUDEDMRGHRÀFLQD
Aunque en la hora del almuerzo...
¡Fiesta!
Os metéis en el furgón de la empresa y lo apar-
cáis en la última planta para que nadie vea lo que
hacéis.
Eyaculas:
—¡Ahhhhhhhhhh! —gritas a la vez que echas
semen sobre los pantalones de tu mono de tra-
bajo.
—¡Maldito cabrón! ¡Me has ganado! —dice Pedo
con una sonrisa desde el asiento de atrás.
Tu amigo “Pedo”.
Tu único amigo.
Lleváis años trabajando juntos.
En el mismo puto furgón.
Allí os conocisteis.
—“Este es tu compañero” —dijo un día tu jefe.
Se convirtió en tu hermano.
(QHO~OWLPRDxRRVKDEpLVDÀFLRQDGRD´KDFHU
tríos” dentro del furgón. Llamáis eso a ponerte
tú en el asiento de delante, en el del conductor.
3HGR SUHÀHUH SRQHUVH HQ HO GH DWUiV /H JXVWD
más masturbarse acostado. Tras contar uno,
dos y tres le dais al play de vuestros teléfonos
DO PLVPR YtGHR SRUQRJUiÀFR online. Lo miráis
ÀMDPHQWH SDUD DEVWUDHURV RV FDOHQWiLV \ RV OD
machacáis con brío. Os turnáis para traer, cada
día, un vídeo seleccionado de casa. El que más
tarde en eyacular, pierde y tiene que pagar al otro
el bocadillo, donut o palmera de chocolate y la
Caca-Polla. Os hace gracia llamar a la Coca-Cola
así. Nunca la nombráis de ese modo delante de

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otra persona porque sabéis que os tacharía de
niñatos e infantiles. El premio a la competición
es vuestro almuerzo diario: un almuerzo de tres
euros con setenta céntimos que compráis en la
tienda del chino que está al lado del locutorio,
frente a vuestra empresa.
Te esfuerzas mucho en tratar de ganar a Pedo;
tres euros con setenta céntimos es dinero hoy en
día.
Has ganado. No te alegras.
Piensas que será cosa de tu depresión habitual.
Agarras tu botellín de agua, buscas diez mili-
JUDPRVGH2UÀGDO\7UDQNLPD]LQHQODJXDQWHUD
de la furgoneta. No hablas. No quieres interrum-
pir el viaje al reino del placer de tu querido amigo.
De sobra sabes que la masturbación es la única
cosa buena que os queda en la vida. Tragas tus
pastillas. Pedo eyacula:
—¡Ohhhhh! —gime desde el asiento de atrás—
¡Aquí está! ¡Ohhhhh!
Sigues sin hablarle. Siempre dejas pasar un
rato. No te gusta hablarle ni que te hable nada
más eyacular. Consideras que hacerlo sería un
comportamiento homosexual por tu parte. En
cambio, Pedo te habla desde que te corres o se
corre. No respeta los tiempos:
—Ha sido un vídeo sensacional ¡Menudas tetas
tenía la niña! ¡Y menuda cara de subnormal po-
QtDFXDQGRVHODFKXSDEDDOQHJUR¢7HÀMDVWH"
—Con esas tetas podría hacerse rica si se metie-
ra a puta. Y mi vídeo no es mejor que el tuyo de
ayer. ¡Menuda morena nos trajiste al coche!
—¡Otra putita más que nos hemos follado a

31
distancia! ¡Seguro que ahora le duele el horto y
no sabe el porqué! Tenemos muy buen gusto,
Mierda.
Miras a Pedo.
Te enternece.
A tu modo, lo quieres.
Sabes de sobra que él también te quiere.
No sois homosexuales reprimidos.
Os consideráis hermanos de sufrimiento.
Compañeros de guerra.
Ambos estáis casados con mujeres que os ex-
plotan.
Ambos fantaseáis con abandonarlas.
A ellas y a vuestro trabajo.
Pero sabéis que es imposible.
Ni siquiera tenéis plan B.
Salvo ganaros la quiniela.
—A mí ya no me apetece follarme a mi esposa.
Me da asco. Es vieja —dices.
—Tiene tu edad.
—Ya. Pero mentalmente yo sigo teniendo vein-
te años. Es más: si adelgazara, tomara un poco
el sol y me metiera en un gimnasio aparentaría
tener otra vez veinte o veinticinco años. Estoy se-
guro de que podría follar con chicas de esa edad
si me quitara de encima treinta kilos.
—¿Tú crees?
—¡Claro! Con lo alto que soy, si me pusiera fuer-
te...
—Si no nos hubiéramos casado, podríamos
permitirnos muchas cosas con nuestro sueldo.
Por ejemplo, pagar la cuota de un gimnasio. Con
esto de la crisis hay mucha tía desesperada por

32
el Facebook. Es fácil localizarlas: te mandan soli-
FLWXGHVGHFKDQJHRUJSDUDTXHÀUPHVFRQWUDORV
desahucios de sus propias casas. Yo, a las que es-
tuvieran buenas, les ofrecería mil euros por polvo
y que me dejaran grabarlas en vídeo eyaculando
dentro de su coño una vez y dentro de su boca
RWUD SHUR ÀUPDQGR XQ FRQWUDWR EDMR QRWDULR GH
que ese vídeo sólo sería para mi disfrute personal,
TXHMDPiVORVXELUtDDLQWHUQHW\TXHVLVHÀOWUD
tendría que pagarle un millón de euros o así…
Les diría que vamos a hacer muchos vídeos para
que pensaran que van a ganar mucho dinero pero
luego sólo haríamos uno y así me reiría de ellas.
—Si les ofrecieras mil pavos te follarías a la mi-
tad de las tías del Facebook y las grabarías ¡Qué
morbo!
—Son todas unas zorras que buscan dinero.
—Deberían de prohibir el matrimonio. Advertir
que es una trampa.
³(VHOÀQ
—Se quedan con todo el sueldo. No nos dejan ni
para podernos comprar un puto videojuego.
—Odio a mi mujer.
—Y yo a la mía.
—Ojalá tuviera suerte y muriera de un derrame
cerebral. Ojalá le diera el derrame delante de mi
hijo, se cayera encima de él, lo aplastara y tam-
bién se muriera.
Pedo sube su bragueta. Termina de limpiarse el
semen que ha caído sobre sus pantalones. Para
ello usa una servilleta de un donuts de chocolate
que se ha comido antes.
Arrancas la furgo, vuelves a aparcarla en una

33
plaza de la primera planta.
Salís del aparcamiento, tomáis el ascensor.
5HJUHViLVDODRÀFLQDXQDJUDQVDODDPXHEODGD
con escritorios viejos de Ikea y con ordenadores
del año 2000 que funcionan con el Window XP.
Os sentáis en mesas contiguas, rellenáis formu-
larios en Excel. Es temprano, ninguno de vues-
tros compañeros ha regresado aún del almuerzo.
Miras hacia el escritorio de Marta, la auxiliar
administrativa con la que te la machacaste ayer.
Tampoco ha regresado de comer.
Te gustaría hablar un rato con ella.
Por la mañana no pudisteis hablar. No surgió
la ocasión. Tanto trabajo tenía la pobre que ni
siquiera tuvo tiempo para levantarse de su mesa.
Marta se casó hace poco.
Algunas veces te sonríe.
A veces te pide un cigarrillo, se lo das y salís a
IXPDUDODSXHUWDGHOHGLÀFLRGHODHPSUHVD
Charláis.
Es un momento agradable.
A veces piensas que le gustas.
Te mira —ya sabes— de ese modo.
Tienes que regalarle algo que le guste en la cena
de Navidad de mañana por la noche. Te tocó como
“amiga invisible”. Llevas ahorrando en secreto
desde hace dos meses para comprarle algo bonito
en Zara. Puede ser que te atrevas a decirle algo
tras la cena.
Has decidido que, cuando la veas muy borracha
y sea tarde, le ofrecerás llevarla en coche hasta
su casa, para que no vayas así por ahí, mujer. Si
acepta, le ofrecerás un porro al llegar a tu coche.

34
Si también acepta fumárselo, tras unas caladas
y hacerla reír un poco, te atreverás a lanzarte a
su boca.
Quizás hasta consigas que te la chupe.
Quizás a ella le guste tu polla y te pida más.
A partir de ahí quizás os convirtierais en aman-
WHVGXUDQWHXQWLHPSR(QODRÀFLQDVHHQWHUDUtDQ
y, cuando te preguntaran, tú no dirías ni que sí
ni que no pero sonreirías orgulloso para que a
nadie le quedara duda de que eres el puto amo,
que la tienes loca: que le llenas el coño de leche a
espaldas de su esposo.
Tu vida sería soportable con una amante.
Cuando ocurra esto Pedo te dará pena. Tendrá
que entender que a la hora del almuerzo te vayas
con Marta a la furgoneta y no con él.
Primero, el plan que se te ocurrió anoche.
Tienes que atreverte a contárselo a Pedo.
Necesitas un plus.
En casa funcionas con coñac.
En el trabajo con pastillas.
No te dejan mal aliento.
Cuando váis a hacer las entregas en las farma-
cias te surtes de todo lo que necesitas. Sacas de
algunas de las cientos de cajas que transportáis
un puñado de pastillas de lo que te viene en gana.
Ningún cliente os las ha reclamado.
No se han dado cuenta todavía.
3HGRWXÀHOHVFXGHURWHWDSD
Te levantas.
Vas al baño. Te encierras.
Tomas un Rubifen: un medicamento empleado
SDUDQLxRVFRQWUDVWRUQRSRUGpÀFLWGHDWHQFLyQ

35
por hiperactividad. Proporciona un subidón si-
milar al de la cocaína. Aunque es menos dañino
para la salud.
Tragas.
Es instantáneo.
¡Ahora sí que estás preparado!
Sales del baño dispuesto a contarle tu plan a
Pedo. Suena el teléfono del escritorio de Marta.
Sin dudarlo vas hasta allí, descuelgas, respon-
des. Estúpidamente esperas que sea ella.
—¿Sí? —preguntas.
—¿Quién es?
Reconoces la voz.
Es la de tu jefe, Domingo.
Te cagas:
³6R\$UWXUR³WHLGHQWLÀFDV
—¿Por qué no respondes como debes? Tienes
que decir buenas tardes, el nombre de la empre-
VDHLGHQWLÀFDUWH¢(VTXHQRORVDEHVD~Q"³WH
reprende Domingo con su acento de pijo.
—Sí, perdona.
—Venga, dilo.
—Transportes Ángeles Express SL, buenas tar-
des. Le atiende Arturo Jiménez. ¿En qué puedo
ayudarle?
—¿Ves? No es tan difícil. Pásame con Marta.
—No… eh… Ella aún no ha llegado.
—¿Qué? ¿No está?
—No… Aún no es la hora...
—¡Me cago en la leche! Mira, vete a mi despacho,
toma mi iPhone de mi mesa, que lo he olvidado
allí… El código es 765428, ¿lo has apuntado?
—No, no. Repite por favor.

36
—¡Joder! 765428 ¿No puedes ni memorizar un
número? ¿Es que estás borracho? ¡765428!
—No estoy borracho. 764548.
—¡No! ¡Joder! 765428. ¡Concéntrate por Dios!
¿Pero es que no te funciona la cabeza? ¡Apúntalo
en algún sitio por favor!
Con un lápiz lo apuntas en un pósit.
—Sí. Lo tengo. 765428
—Lo desbloqueas... en mi agenda de contactos
búscame el número de Juan Rogelio.
Caminas hasta el despacho de Domingo.
Encuentras el iPhone.
Lo desbloqueas.
Encuentras el número del tal Juan Rogelio.
Se lo das a tu jefe.
Tu jefe cuelga sin darte ni las gracias.
¿Por qué iba a dártelas?
Le perteneces.
El que tendría que haberle dado las gracias eres
tú, por haberte permitido serle de utilidad. Él ya
hace más que de sobra pagándote un sueldo para
que tu cuerpo y tu mente le pertenezcan durante
nueve o diez horas cada día. Se supone que la jor-
nada laboral consta de ocho horas diarias, pero
nadie en la empresa exige les paguen las horas
extras. Si te quejas, desapareces de la empresa
y eres reemplazado por un panchito1. Nueve o
diez horas diarias. Luego súmale el tiempo que
pierdes cada día pensando, fuera de casa, en el
trabajo. Aterrorizado por perderlo.
Cotilleas un poco su teléfono. En el álbum de
fotos encuentras unos cuantos VHOÀHV de Do-
1.-Insulto xenófobo con el que algunos españoles nombran a los
latinoamericanos.
37
38
mingo. Algo humillantes pero habituales para
los ridículos tiempos en los que vivimos. Es un
hombre discreto: no guarda nada picante. Si no,
estás seguro que no te hubiera permitido desblo-
quearlo. Tu jefe es un melenitas rubio, adicto a
los rayos uva. Para la edad que tiene (la tuya) está
en forma el muy cabrón, juega al squash, practi-
ca footingGHIRUPDKDELWXDO\HVWiÁDFR¢(VTXH
nunca tiene hambre? ¿De dónde saca la fuerza de
voluntad para salir a correr cada día? ¿Por qué
no tienes tú esa misma fuerza de voluntad para
hacer deporte? ¿Por qué te la niega Dios?
Porque te tiene manía.
Tu jefe intenta parecer más pijo de lo que es. Te
juegas lo que sea a que está casado con una puti-
lla exigente que también le hará la vida imposible
y que le dirá que su sueldo es una mierda y que
se autosabotea. Y eso que cobrará unos tres mil
euros al mes. Un sueldo que no ganarás tú en tu
puta vida.
Vuelves a tu escritorio.
—Deberíamos de hacer una cosa —le dices a
Pedo— Se me ocurrió anoche.
—Cuenta, pedazo de cabrón —pide Pedo con
una sonrisa— Miedo me das.
—Es un planazo. Pero también es un poco fuer-
te. No te me vayas a molestar.
—Cuenta, hombre. ¿Cómo me voy a enfadar
contigo?
—¿Seguro?
—Nuestra amistad es lo único real que tengo.
—No me seas mariconazo, coño, que me voy de
aquí pegando el culo contra la pared.

39
—Venga, cuenta.
—Anoche me dio por hacer un poco de zapping
tras el partido y pusieron esa peli de Hitchcock.
“Extraños en un tren” ¿La conoces?
—Peliculón. Esa en la que dos desconocidos se
encargan matar a la mujer y al padre del otro…
3HGRGHMDGHKDEODU4XHGDPLUiQGRWHÀMDPHQ-
te, preocupado, hasta que te revela lo que piensa:
—¿No estarás pensando eso, no?
—¿En matar? ¡Ja, ja, ja! ¡No, hombre! ¡Claro
que no! Yo no tengo cojones para matar a nadie.
Si no, ya habría empezado y aún no habría ter-
minado. La idea que se me ha ocurrido es mucho
PiVSDFtÀFD
—Cuenta.
—¿Te la digo?
—Claro.
—Creo que te va a gustar la idea.
—Venga, dime. No seas cabrón.
—Podríamos prepararlo todo para que tú vio-
laras a mi mujer en mi casa y yo a la tuya. La
misma noche. Casi a la vez.
—¿Qué?
—¿Te mola la idea?
—Pero tío... ¡eso es muy bestia! Además, que
soy más fuerte que tu mujer, pero ella a gritos y
PLUiQGRPHÀMDPHQWHPHDQXOD6XPLUDGDDFR-
jona un huevo.
—¡Coño! ¡Si hasta a mí me anula! Pero no me
seas cobarde, maricón, que va a estar dormida.
Deja que te explique. Si lo hiciéramos podríamos
follarnos a otra mujer que no fuera nuestra espo-
sa sin utilizar preservativo y sin peligros de con-

40
traer enfermedades venéreas... como nos pasaría
con las putas. Si lleváramos una enfermedad de
folleteo a casa nos pillarían y ya tendrían una
excusa para divorciarse y arruinarnos.
—Pero la poli sospecharía de nosotros. Dos vio-
laciones. A la vez. De las esposas de dos amigos…
—Ahí está mi idea sensacional. Nosotros pode-
mos drogar cuando queramos a nuestras esposas,
sin que ellas se enteren. Cuando las veamos con
sueño, nos hacemos los amables y les ofrecemos
una tila o un vaso de agua. Les disolvemos las
pastillas esas que usan los médicos para dormir
en los postoperatorios que birlé el otro día... y se
van a la cama ellas mismas sin saber lo que les
espera. Entonces es cuando cada uno se va a la
casa del otro. Nos metemos una Viagra y nos las
follamos durante una hora: ...pum, pum, pum…
les hacemos lo que queramos… El único límite:
no dejarles marcas en el cuerpo o en la cara para
que cuando despierten al día siguiente no sos-
pechen de absolutamente nada. Tendríamos que
limpiarlas con un trapo antes de irnos.
—¡Macho! ¿Pero estás seguro que las pastillas
esas que pillamos funcionan?
—Tendríamos que probarlas primero. Darles las
pastillas, esperar a que se duerman y hacerles
cosas: no sé. Gritarles al oído y pegarles alguna
patada en el culo, por ejemplo.
—Tío…
—¿Qué?
—¡Eres un puto genio!
—¡Ja, ja, ja! ¿A que sí? ¿Lo hacemos?
—¡Pues claro!

41
—¡Sabía que te gustaría!
—¡Pero qué genio estás hecho! ¡Sí señor! Oye.
Esto es una idea que puede cambiar el mundo.
Te lo digo en serio.
—¿Por qué?
—Imagina que encontramos por internet a más
desgraciados como nosotros. Creamos un club
secreto, tipo “El club de la lucha”. Un club pe-
queño para que no se nos vaya de las manos y
terminemos saliendo en los periódicos como de-
pravados sexuales. Podríamos llamarlo el “Club
de los esposos solidarios”. Cincuenta o sesenta
miembros como máximo. Y una vez a la semana,
cada miembro se folla a la mujer de otro miembro
del grupo. Así le daríamos su merecido a esas
putas que nos han destrozado la vida y de paso
volveríamos a sentir las ganas de vivir.
—¡Ja! Es una gran idea. Pero es muy peligroso
meter en esto a cualquiera. ¡Muy peligroso! La
gente anda muy concienciada últimamente. Les
han lavado los cerebros. Me atrevo a contártelo
a ti porque eres como mi hermano y porque te
considero un tío listo.
—En este club sólo habría cabida para gente
inteligente. Especial, como nosotros.
—Entonces… ¿lo hacemos nosotros? ¿Nos atre-
vemos?
—¡Pues claro, me cago en Dios! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué
risa me va a dar cuando vea a tu mujer tras
habérmela follado! Voy a pensar “me corrí en tu
boca y en tu coño y lo tengo grabado” ¡Ja, ja, ja!
—¡Sí! Podríamos hacernos pajas a la hora del
almuerzo con los vídeos que les grabemos.

42
—¡Qué cambio! ¡De espectadores a protagonis-
tas en los vídeos!
—¡Vamos a volver a ser las estrellas de nuestras
vidas!
—Oye. Estoy pensando que aunque veamos que
la droga es totalmente segura, cuando entres en
mi casa y yo en la tuya, mejor que llevemos pues-
to un pasamontañas o algo, por si acaso abren
los ojos en algún momento y nos ven el careto.
—Bien pensado. ¿Y guantes, no?
—¿Guantes? ¿Para qué? Si se jodiera algo y la
policía encontrara huellas en nuestras casas, da-
ría igual. Has venido a mi casa a ver el fútbol un
montón de veces. ¡Y yo a la tuya! Lo único que
tenemos que hacer, tras eyacular dentro de ellas,
es limpiarles bien el coñete para que no queden
pruebas de nuestro ADN por si a la mañana si-
guiente les duele el coño demasiado o algo, ven
marcas y sospechan.
—Y con tu hijo en casa… ¿cómo lo hago?
—¡Bah! Lo dejo en la cuna y cierras la puerta. Si
llora o lo que sea que se joda, no te preocupes que
los vecinos ya están acostumbrados a escucharlo.
—Y llevamos Viagra ¿no? Para empinar la se-
gunda y la tercera vez.
—Claro. Nos dejaremos hasta Caca-Polla, do-
nuts, palmeras de chocolate y pistachos en la
nevera, para que nos ayuden a recargarnos los
huevos de lechita rica.
—¡Y paquetes de patatas fritas! ¡Como si fuera
QXHVWUDSXWDÀHVWDGHFXPSOHDxRV£(UHVXQJH-
nio, Mierda!
—Para nada, amigo ¡Somos genios! ¡Genios!

43
PRESENTANDO A PEDO
CAPÍTULO 3
“PEDO Y LAS PASTILLAS MÁGICAS”

P edo abre la puerta del apartamento en el que


vive. Un apartamento de sesenta metros cuadra-
GRVGHXQHGLÀFLRGH0yVWROHV7UHVSHUUDVVDOWDQ
sobre sus rodillas. Ladran. Piden comida y paseo.
—¡Fuera! ¡Fuera! —grita Pedo, dándoles punta-
piés.
—¿¡Amor!? —grita preocupada Merchi, desde el
sofá del salón— ¿¡Eres tú!?
Merchi es la esposa de Pedo. Una cuarentona
sin empleo con sobrepeso grado II.
—¡Sí! —contesta Pedo— ¡Ya estoy en casa, amor!
—¿¡Por qué has tardado tanto!? ¡Ven, ven! ¡Ven
que te lo pierdes! —pide Merchi entusiasmada.
Pedo aumenta la fuerza y precisión de sus pun-
tapiés para poder avanzar hasta el salón. Allí está
Merchi vestida con un chándal, acostada en el
sofá. Una manta abriga sus piernas.
—Salió una recogida urgente a última hora y
por eso he llegad...
Pedo deja de hablar.
Descubre una nueva perra en la casa.
Al lado de Merchi, en el sofá, hay cuatro perras
de raza indeterminada que miran con indiferencia
a Pedo. La nueva es un cachorro. Como saludo
suelta un pequeño vómito sobre el sofá.
—¿A qué es graciosísima? —dice Merchi, sin

47
realizar amago de limpiar el vómito.
Pedo se sobrecoge… ¡Ese chucho es nuevo! ¡Y
ya tenían seis perras en el apartamento!
—¿Has traído a otra perra más? —recrimina
Pedo.
—Sí… ¿no es adorable? La llamo Kandy Kandy
¡Ja, ja, ja! Marisa me chivó que habían dado un
aviso por Facebook de que alguien había encon-
trado una camada de perros abandonados dentro
de una caja de zapatos, cerca del basurero ¡Cuan-
do llegamos, sólo quedaban dos vivos! Marisa se
quedó con uno y yo con esta MO-NA-DA.
—¿¡Pero qué has hecho!? ¡Los vecinos nos van a
crujir! ¡No paran de quejarse por el olor y por los
ladridos y traes otro más!
—¡No te preocupes, tontooo! Sólo será por unos
días. Hasta que le encontremos un hogar a la po-
bre Kandy Kandy.
—Eso prometiste cuando trajiste a las otras y…
—¡No es mi culpa si la gente es insensible! Yo
tengo un corazón así de grande, ¿sabes? —expli-
ca Merchi abriendo mucho las manos— y no voy
a dejar que estas perritas mueran por no tener a
una mamá buena.
—¡Pero Dios mío, Merchi! ¡Tantas perras supo-
nen un gasto de pasta que necesitamos para...
—¡Mira, es Luke Skywalker! —interrumpe Mer-
chi, feliz, señalando la pantalla del portátil.
Merchi gira la pantalla de su portátil para mos-
trar a Pedo qué le hace disfrutar: el capítulo IV de
“Star Wars”. Merchi ha visto esa película más de
doscientas veces.
Pedo suspira, derrotado.

48
Sabe que es imposible pelear con Merchi.
Da igual lo que diga la lógica: su esposa siempre
hace y hará lo que le salga del coño.
Siempre que llega de su puto trabajo Pedo pien-
sa lo mismo. Que le gustaría ser como Merchi.
Una niña eterna, despreocupada. Vivir siempre
sonriente. Poder dedicar cada día de su vida a lo
que le diera la gana. Despertar a la hora que le
apeteciera, no cuando le obligara el despertador.
Todas las responsabilidades de la casa recaen
sobre Pedo. Siente que, desde que entra en casa,
ha de convertirse en el “papá” de Merchi.
Nunca nadie cuida de él.
Nunca nadie se preocupa por él.
Da igual que esté cansado, agotado, angustiado.
Nunca tiene quien le abrace y le diga:
—“Tranquilo. Todo va a salir bien. Esta vez yo
me encargo de este nuevo problema que ha surgi-
do. No te preocupes por nada”.
La película va por la parte en que Luke Skywalker
y su padrastro compran a C-3P0 y R2-D2.
Merchi lleva una camiseta de Darth Vader.
La casa está llena de pósters y objetos decora-
tivos de Star Wars. Según Mierda todo ese en-
tretenimiento norteamericano es un plan para
distraer, infantilizar e idiotizar de por vida a ge-
neraciones y generaciones de adultos: Star Wars
ayuda a que la gente permanezca inculta y que
no sea emprendedora.
Merchi es discapacitada.
No porque sea gilipollas. Tiene una enfermedad
RÀFLDOPHQWHUHFRQRFLGDSRUFRPROROODPD0LHU-
da, el Estado Opresor Español.

49
Esa discapacidad es la razón por la que Merchi y
Pedo nunca han establecido relaciones sexuales.
Este es un secreto que Pedo nunca ha revelado a
Mierda. Por vergüenza.
Merchi sufre “afenfosfobia”. Si alguien toca su
piel, grita aterrorizada. Y si esa persona persiste,
Merchi sufriría un ataque de ansiedad o algo peor.
Asegura que una vez, en el instituto, unos com-
pañeros de clase la acorralaron y la tocaron hasta
que cayó en coma. Pedo no cree esa historia. Sin
embargo, cada vez que se la cuenta, hace que se
la cree: porque otra de las mierdas del matrimo-
nio es que estás condenado a escuchar, de por
vida, una y otra vez las mismas historias. Todo el
mundo está traumatizado por su pasado. Sobre
todo la gente casada. No paran de rememorar su
soltería echando de menos las pocas cosas que
hacían cuando eran libres o no se atrevieron a
hacer por falta de valor o por gilipollismo juvenil.
Gracias a su discapacidad, Merchi recibe una
paga mensual del Estado de 675 euros. Con ese
dinero paga internet y la factura de su teléfono.
Lo que sobra se lo gasta en comida para perros y
merchandising de Star Wars.
Pedo se hace cargo del resto de los gastos: al-
quiler, agua, gas, luz, supermercados, gasolina,
impuestos, imprevistos del coche, ITV, médicos,
medicinas... TODA ESA PUTA MIERDA. Toda esa
cadena larguísima que esclaviza nuestros días de
subhumanos.
Por irreal e impopular que parezca, los proble-
mas psicológicos de Merchi fueron originados
por un delfín. En 1986, durante unas vacaciones

50
51
familiares en la costa, un delfín la violó brutal-
mente.
Merchi tenía dieciséis años.
/RVGHOÀQHVGLVIUXWDQGHXQDIDPDLQPHUHFLGD
de seres amigables y maravillosos.
No lo son.
Son amigos del diablo.
/D JHQWH QR OR VDEH SHUR ORV GHOÀQHV VRQ WDQ
listos que se reúnen hasta para drogarse. Buscan
a un pez globo, lo acosan, lo rodean y lo golpean
con violencia con sus morros: obligándole a que
expulse pequeñas cantidades de una toxina nar-
cótica que produce un efecto estupefaciente que
sube de puta madre.
Nada pudo hacer por evitar ser violada.
Merchi se bañaba en el Mediterráneo con su
colchoneta hinchable. Un delfín, usando sus
musculosas mandíbulas, le atrapó una pierna.
Arrastró a Merchi bajo el agua. En una cueva el
cetáceo la penetró repetidas veces con su pene de
treintaiún centímetros hasta que eyaculó medio
litro de semen en el interior de la vagina adoles-
cente de Merchi.
Pobrecilla.
/DVYLRODFLRQHVSRUSDUWHGHORVGHOÀQHVVXFHGHQ
de forma más habitual de lo que la gente llega
a conocer sólo que los medios de comunicación
propagandísticos del Estado Opresor Español no
suelen hacerse eco de ellas: como sí que no paran
de hacer publicidad de las violaciones cometidas
por los hombres, sobre todo si son de raza blanca.
Que un negro o un moro viole no impacta tanto.
Dice Mierda que los periódicos online consiguen

52
más clicks con los actos criminales del hombre
EODQFRTXHKR\HQGtDHVODSHUVRQLÀFDFLyQGHO
diablo.
/RV GHOÀQHV YLRODQ D PiV GH VHVHQWD PXMHUHV
cada año. Para colmo, el 95% de esas mujeres
mueren ahogadas ya que las violaciones transcu-
rren en el interior de las cuevas marinas.
6LORVGHOÀQHVQRYLRODQPiVHV~QLFDPHQWHSRU-
que no pueden. Si respiraran oxígeno y tuvieran
piernas con las que poder andar por las calles de
nuestras ciudades, las brigadas feministas deja-
rían de apalear al pobre hombre blanco. Verían
que tan malos no somos. Se unirían a nosotros y
nos pedirían protección.
Tras desgarrarle brutalmente su coño, el delfín
la dejó marchar. Merchi sobrevivió gracias a que
le tocó un delfín eyaculador precoz y logró subir
KDVWDODVXSHUÀFLH
Semiahogada, fue atendida por los socorristas
de la Cruz Roja, ingresada en un hospital.
Merchi intentó superar el trauma.
No pudo.
Los años fueron pasando. Su locura fue a más.
Dejó su Málaga natal para irse a vivir a Madrid,
la ciudad más alejada del mar en España.
En Madrid conoció y se casó con Pedo.
Nadie puede tocar a Merchi.
Sólo sus siete perras.
Merchi se siente tranquila rodeada de ellas.
Tiene un presentimiento horrible que nunca ha
contado a nadie para que no piensen que está
loca. Cree que un delfín puede aparecer de pronto
a su lado. Cuando eso ocurra espera que sus pe-

53
UUDVODGHÀHQGDQKDVWDODPXHUWH&UHHTXHSXH-
de pasar cualquier cosa en cualquier momento.
Ha reunido pruebas de que la realidad no existe.
Sabe que, cuando miramos al cielo por la no-
che, vemos un montón de estrellas. Sólo que mu-
chas de esas estrellas que estamos viendo ya no
existen: son fantasmas que murieron hace miles
de años. Cuando estamos durmiendo, creemos
que estamos quietos en la cama pero, debido a
la traslación terrestre, realmente estamos despla-
zándonos a una velocidad mayor que la de un
avión que cruza el cielo. Creemos que estamos
quietos pero nos movemos a más de cien mil ki-
lómetros por hora.
En nuestro país, también todo es una ilusión.
De pronto hay dinero en los bancos.
De pronto desaparece.
De pronto tienes un trabajo.
De pronto no.
De pronto tu madre está viva.
De pronto no.
Un día no puedes hablar ni ver a alguien que
vive a cientos de miles de kilómetros. Al siguien-
te, puedes hacerlo con un dispositivo que cabe en
un bolsillo.
8QGtDHVWiELHQVDFULÀFDUDWXKLMRDWX'LRV
Al siguiente, eres un asesino y un psicópata si lo
haces.
Un día está mal matar personas. Al día siguien-
te eres un héroe, si tu presidente te lo pide y los
matas en masa.
Un día tu presidente electo mete niños judíos
en un horno por tu bien. Al día siguiente, es un

54
criminal.
Lo que llamamos realidad es algo muy frágil que
SHQGHGHXQKLORPX\ÀQR/DSUy[LPDYH]TXHVH
rompa, puede ser que sea completamente normal
que un delfín aparezca, de la nada, en el salón de
tu casa tras abrir una puerta tridimensional con
el poder de su mente.
Merchi presiente que el delfín que la violó no
la ha olvidado. Siguen conectados. Cuando pasa
por la sección de pescadería de los supermerca-
dos está segura que el delfín la espía a través de
los ojos de los pescados expuestos.
Siente su ansiedad.
Sus ganas, su deseo demoniaco.
Pedo soporta todas las locuras de Merchi porque
él sufre una grave disconformidad con su propio
físico debido a su micropenismo y por la ausencia
de su testículo izquierdo.
El testículo lo perdió en su juventud por culpa
de un accidente de bicicleta. Su testículo izquier-
do se estranguló con el sillín.
Los encuentros sexuales de Pedo siempre fueron
con prostitutas que solían mirarle con desprecio
y asco. Con ellas, perdió la virginidad, con ellas,
se saciaba hasta que se casó y, con la excusa de
la crisis económica, Domingo le redujo cuatro
veces su sueldo.
Pedo guarda otro secreto.
Una noche recogió, en su coche, a un travesti de
la Casa de Campo.
Mientras él le daba por culo, ella le preguntaba
que por qué no se le ponía grande. Él contestaba
que ya se le había puesto grande. Pero la puta

55
travesti iba tan colocada que se había quedado
sorda de forma temporal. Ella no dejaba de pre-
guntarle lo mismo una y otra vez. Angustiado,
rabioso, Pedo comenzó a golpeárle en la cabeza
hasta dejarla inconsciente, en coma o muerta.
Así, estando ella inerte y callada, se la folló. Al
terminar, la tiró a una cuneta de la carretera.
Luego, se dio a la fuga con su coche.
Disfrutó mucho haciéndolo.
A partir de esa noche, ese hecho violento y
criminal es recurrente en sus masturbaciones
pero, también, originó que viviera mucho tiempo
sufriendo como un paranoico temiendo que, en
cualquier momento, la policía fuera a tocar en
la puerta de su casa para encarcelarlo. Enton-
ces saldría en la portada de todos los periódicos
online como un sádico. Nadie entendería que la
sádica fue la travesti porque nadie entiende lo
sádicas que son las mujeres con los hombres gor-
dos, feos, sin testículo izquierdo, con micropenes.
Cada día temía encontrarse a la puta por la ca-
lle, que no hubiera muerto, que lo reconociera, lo
siguiera sin darse cuenta y que mandara a sus
chulos a buscar venganza para que le hicieran a
él lo que él le hizo a ella. Si Pedo salía a la calle no
lo hacía sin su gorra y sus gafas oscuras.
Pasaron los meses.
Nada malo ocurrió.
Salvo que conoció a Merchi y que se casó con
ella.
Estar casado le tranquilizó.
Un hombre soltero siempre es sospechoso.
Como mínimo se piensa de él que es maricón.

56
Un hombre casado es honorable, se le permiten
más cosas, tiene márgen, se le mira de otro modo.
Pedo está seguro de que si no fuera por sus li-
mitaciones físicas tendría una pareja más guapa,
más inteligente, con mucho más dinero. Sueña
con ganar una quiniela, rellenar su escroto vacío
FRQXQWHVWtFXORGHPDUÀOVRPHWHUVHDXQDJUDQ-
damiento de pene, meterse en un quirófano para
que lo adelgacen y le pongan musculoso, implan-
WDUVH FDEHOOR DUWLÀFLDO DODUJDUVH ODV SLHUQDV \
dejar para siempre a Merchi, tras decirle:
—¿Ves? ¡Mira! ¡Este soy yo realmente! ¡Me he
rebelado a Dios y me he convertido en lo que
realmente soy! ¡Y ahora te lo vas a perder! ¡Hasta
nunca, enferma! ¡Me castigaste sin poder tocarte
nunca! ¡Ahora te castigo yo! ¡Sigue mi vida es-
piándome por Facebook! ¡Vas a ver lo bien que me
va mientras tú te pudres junto a tus perras!
En su imaginación, Pedo piensa que llegó a
la Tierra en una defectuosa nave espacial: fea,
rechoncha y sin piezas indispensables para ser
bien recibido por los terrícolas.
6X FXHUSR HV VX QDYH HVSDFLDO pO ÁRWD HQ VX
interior como un prisionero.
Su nave espacial vaga por aquí y por allá, sin
rumbo aparente. No obstante, ha aprendido que
si tiene paciencia y no se suicida, su nave espa-
cial termina llevándole siempre hasta un lugar
con las condiciones necesarias para ir tirando.
En su caso, primero las putas, luego Merchi, un
puesto de trabajo, su queridísimo amigo Mierda…
y ahora las superpotentes pastillas para dormir
que aguardan en su bolsillo.

57
A Merchi, en cambio, le gusta Pedo.
Por supuesto que piensa que su esposo estaría
más guapo si adelgazara y se pusiera injertos ar-
WLÀFLDOHVGHFDEHOOR3HURUHDOPHQWHHOODOHDFHSWD
tal cual por ser el único hombre que la ha com-
prendido, querido y aceptado como es.
Nunca le ha pedido, en voz alta, que cambie.
Siempre la aguanta.
Cree que es un hombre bueno.
Nunca ha intentado sobrepasarse con ella,
siempre la ha respetado, jamás la ha tocado.
Merchi sabe que se mata a pajas en el baño para
que ella esté bien.
—Amor—dice Pedo— voy a la cocina y vuelvo.
—¡Pero te vas a perder cuando Leia sale de R2-
D2!
—Tengo hambre. Sólo he comido un donut y un
bocadillo en todo el día.
—Hay una bolsa grande de patatas fritas en
la despensa. Tráelas y nos las comemos con las
perras.
—¿No has hecho nada de comer “de verdad”?
³¢$TXpWHUHÀHUHVFRQ´GHYHUGDGµ"
³8Q ÀOHWH FRQ SDWDWDV IULWDV SRU HMHPSOR 8Q
buen cocido madrileño…
—¿Te crees que soy tu cocinera? ¡Anda ya, ma-
chista! ¡Vete al bar!
—¿Con qué dinero? ¡Me lo gasto todo mante-
niéndote!
—¡No soy tu chacha! ¡A ver si te queda eso claro
de una vez! ¡Mi vida es mía, de nadie más! ¡Si
quieres comer comida “de verdad” hay mortadela
en la nevera! ¡Hazte un bocadillo!

58
Pedo queda en silencio.
0HUFKLORPLUDGHVDÀDQWH
Pedo baja la cabeza.
Ella gana.
Siempre.
Muchas veces Pedo piensa en cambiar, en con-
vertirse en una gran y buena persona. Trans-
formarse en una fuente de amor inmensa. ¡Tan
inmensa que regaría con agua inmaculada todo
VX DOUHGHGRU \ HO PXQGR ÁRUHFHUtD £6DQDUtD D
Merchi! ¡Prosperaría en el trabajo! ¡Su amor ten-
dría tanto poder que montaría su propio negocio
\FRQORVEHQHÀFLRVFUHDUtDXQRUIDQDWRFRQFD-
pacidad para cuidar de cien niños! Pero Merchi
se pone así y se le quitan las ganas de ser bueno.
El mundo no merece su bondad.
El mundo no deja de machacarlo.
El mundo merece su furia.
—¿Y qué quieres beber con las patatas fritas?
—pregunta Pedo.
—Coca-Cola, creo que queda en la nevera —
contesta Merchi— Pero tráemela en “mi” vaso.
0HUFKLVHUHÀHUHDOYDVRTXHFRPSUyonline en
Amazon. Ha llenado la casa de objetos que sólo
puede usar ella: su vaso, su cojín, sus auricu-
lares, su bolígrafo, su toalla, sus cubiertos, su
peine, su rollo de servilletas… No es debido a su
enfermedad. Le gusta tener, en la casa, cosas que
sólo le pertenecen a ella. Por egoísmo puro.
Pedo sale del salón. Le acompañan seis perras.
Saben que se dirige a la cocina. Esperan que Pedo
sea generoso y les caiga algo. La única perra que
no le acompaña es Kandy Kandy. Aún no se atre-

59
ve a caminar libremente por la casa. En cuanto
Pedo deja el salón, Merchi se abraza a ella.
Tiene miedo de que aparezca el delfín.
—¡No tardes! —grita a Pedo.
Pedo saca la bolsa de patatas fritas de la des-
pensa.
Disuelve el narcótico en la Coca-Cola.
—“Caca-Polla” —se dice a sí mismo, con una
sonrisa.
Echa de menos a Mierda.
Le echa de menos todo el día: en cuanto se se-
para de él.
Pedo, junto a las seis perras, regresa al salón.
Entrega el vaso a Merchi. Se sienta a pocos cen-
tímetros de ella y del vómito de la perra que ya
está terminando de absorber el sofá, como si se
alimentara de él.
Ven la película.
A los cinco minutos, Merchi bosteza exagerando
su acento y gracia malagueña:
—¡Qué sueño más tonto me está entrandoooo
por Dios! ¡Ayyy! ¡Con lo temprano que es! ¡Pero
quiero ver la película! ¡Ayyyy!
Tres minutos después Merchi queda dormida
en el sofá. Ronca profundamente.
Pedo siente que se le acelera el pulso.
¿Se atreverá?
—¿Merchi? ¿Amor? —le habla— ¿Qué te pasa?
¿Me escuchas? ¿¡ME ESTÁS ESCUCHANDO!?
Merchi no contesta.
Aún así a Pedo le da miedo proceder.
La toca.
Es la primera vez que la toca.

60
Merchi no despierta.
Pedo escucha una voz dentro de su cabeza:
—“Aquí nave espacial. Hemos llegado a un nue-
vo paraíso. ¿Lo disfrutamos o pasamos de largo?”
Pedo se acerca al oído de Merchi.
Grita:
—¡OYEEEEEEEE! ¡OYEEEEEEEE! ¡DARTH VA-
DER! ¡DARTH VADEEEEER! ¡TUS PERRAS HAN
MUERTO! ¡HAN MUERTO TODAS!
Las perras miran a Pedo con curiosidad, sin
entender que está pasando.
Merchi sigue durmiendo, inmutable.
Pedo le toca la cara, la besa en los labios por
primera vez en su vida.
Sigue durmiendo.
Pedo saca su lengua cargada de saliva. La pasa
por la cara de su esposa.
—Estás preciosa… zorra… zorrita… ¿qué pasa?
¿Ahora no te importa que te toque? ¡Ah! ¿Qué te
gusta?
Pedo le quita la camiseta, el sujetador. Le toca
las tetas mientras le susurra al oído:
—¿Sabes realmente quién es tu esposo? ¿Sabes
qué es lo que pienso y las cosas que hice antes de
casarme contigo? ¡Soy un hombre blanco! ¿En-
tiendes? ¡Si pudieras leer mi mente se te pondrían
los cabellos de color blanco! ¿Sabes que una vez
violé a una travesti, Merchi? A lo mejor no la he
vuelto a ver porque la maté... me encantaría salir
a follarme a otra puta muerta pero no puedo por-
que no tengo dinero.
Merchi nunca se ha depilado las axilas, le hue-
len un poco a sudor. Aún así Pedo disfruta me-

61
62
tiendo su lengua en esa mata de pelos.
Mientras lo hace se sacaVHOÀHVcon el móvil.
Le quita los pantalones, le baja las bragas.
Merchi tampoco se ha depilado allá abajo.
Merchi piensa que su pelo la protege.
Piensa en Mierda.
¿Qué dirá cuando vea todo este vello púbico?
Tendrá que inventar que es así como él le or-
dena a Merchi que lo lleve, que le excita el rollo
vintage.
Aún así seguro que el muy cabrón de Mierda se
ríe de por vida de él.
Bueno, da igual.
A Mierda le permite todo pero, si alguno de los
otros miembros del “Club de los esposos solida-
rios” hacen burlas sobre los pelos y se corre la
voz, el asunto puede volverse contra él convir-
tiéndose en un problema que lo limite a que los
demás miembros del club quieran intercambiar
sus mujeres con él.
La esposa de Mierda no es que sea una modelo
pero desde luego que, a pesar de sus años, tiene
más de un polvo. Será delicioso follársela, correr-
se en su boca. Volverla a ver días después, en su
propia casa, de visita. Ver cómo lo mira: con asco
y desprecio, como siempre. Pero sin saber lo que
él le ha hecho... ¡Mierda es un puto genio!
3HGRPLUDÀMDPHQWHODYDJLQDGH0HUFKL
Puede penetrarla por primera vez.
Cuando quiera.
Nadie se lo impedirá.
Mete su nariz en el coño de Merchi, aspira con
fuerza.

63
Duda.
Aunque huele un poco a meado hay algo inma-
culado dentro de ese coño que respira.
Poesía.
Es poético que sólo haya sido penetrado por un
delfín.
Sería bonito que Merchi muriera así, de vieja.
Virgen en humanos. No en cetáceos.
(QÀQ
Pedo pone su móvil a grabar.
Llena de saliva el coño de Merchi y se lo folla:
—¡Primer humano! —grita riendo al metérsela
por primera vez— ¡Primer humano! ¡En tu cueva!
¡En tu cueva estoy! ¡Ahhhh!
Pedo da unas pocas sacudidas, eyacula ense-
guida:
—“Paraíso conquistado —anuncian desde su
nave— Repito: paraíso conquistado. Procedemos
a la eliminación de pruebas inculpatorias”.
Pedo va al baño, agarra el rollo del papel higié-
nico, regresa al salón, limpia —cuidadosamen-
te— el semen del coño de su mujer. Le sube los
pantalones del chándal, la viste. La deja tal como
ella quedó dormida: para que mañana, al desper-
tar no sospeche de nada.
Las órdenes de Merchi son que, ni cuando se
quede dormida en el sofá, la tome en brazos para
llevarla hasta la cama. La muy loca teme que se
despertaría y que caería en coma para siempre.
Pedo decide hacer un nuevo vídeo para mandár-
selo a Mierda por Wassap.
Se baja los pantalones.
Abre la boca de Merchi, se pone de cuclillas so-

64
bre ella feliz, grita a la cámara:
—¡Saludos, Mierda! ¡La pastilla funciona! ¡Fun-
ciona! ¡Mira!
Pedo comienza a cagarse sobre la boca de Mer-
chi:
—¡Ahí va una bolsa de patatas que acabo de
comerme! ¡Un euro la bolsa, oiga! ¡Un euro la
bolsa! ¡Mañana Merchi se va a desperar con un
aliento a perro que te cagas! ¡JA, JA, JA, JA, JA,
JA, JA! ¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya! ¡JA,
JA, JA, JA, JA, JA! ¡NUESTRA VIDA VUELVE A
SER NUESTRA! ¡HOY ES EL PRIMER DÍA DEL
RESTO DE NUESTRA VIDA!

65
CAPÍTULO 4
“CENA DE EMPRESA DE NAVIDAD”

C ena de empresa de Navidad: un extraño mun-


do en el que nada es lo que parece.
Nuestro planeta alberga más de treinta millones
de clases diferentes de plantas y animales. Hay
extraordinarios ejemplos de los extremos a los
que llegan los seres vivos con tal de sobrevivir. No
obstante, en España y otras ciudades del primer
mundo no tenemos que luchar para sobrevivir. En
las ciudades nunca moriríamos de hambre o frío
gracias a los transeúntes con buen corazón. Y en
el campo cualquier humano puede sobrevivir fá-
cilmente gracias a la agricultura y a la ganadería.
La supervivencia ha sido reemplazada por la en-
YLGLD\ODFRGLFLD+D\WHUURUtÀFRVHMHPSORVGHORV
extremos a los que llegan los humanos por arre-
batar a otros humanos no sólo lo que han conse-
guido con sudor y esfuerzo, sino también del poco
tiempo que disponen en la vida.
La cena de empresa está repleta de esclavos: de
personas que no son dueños de su tiempo. Sólo
son dueños de objetos que se estropean o pierden
su valor a lo largo de un año o dos.
La cena de Navidad de Transportes Ángeles Ex-
press SL se celebra en un restaurante chino que
está situado frente a la propia empresa.
Es un restaurante chino.
Muy, muy cutre.

67
—¿En serio? —se quejaron los empleados cuando
conocieron la noticia—¿Tenemos que cenar frente
a nuestro curro en ese restaurante de mierda?
Pero el jefe es quien eligió el sitio.
Domingo, el jefe, cobra unos 3.000 euros al mes.
El resto de los empleados (secretarias, auxiliares y
repartidores) cobran entre 654 euros y 850 euros
mensuales.
Domingo consiguió una oferta del restaurante:
15 euros por empleado a cambio de un entrante,
un primer plato, bebida y postre.
Domingo tiene un precioso BMW blanco que
aún está pagando a plazos. Lo ha dejado aparcado
frente a la puerta del restaurante chino para que
los empleados, nada más entrar en el local, sepan
ELHQTXLpQHVHOPDFKRDOIDGHODÀHVWD
Desde que empezó la crisis, la empresa dejó de
hacerse cargo del pago de la cena anual. Ahora
cada empleado ha de pagarla por adelantado.
—Por eso elegí un local barato. Por vosotros —se
explicó Domingo— Es Navidad y es bueno que to-
dos pasemos tiempo juntos.
A ningún empleado le apetecía venir a la cena.
Han venido por miedo a caerle mal al jefe. Se dice
que las cenas navideñas de empresa son un buen
momento para mejorar las relaciones sociales con
los superiores y con los compañeros de trabajo.
Pura hipocresía.
Las cenas de Navidad son un acto de sadismo de
las empresas. Una forma de quitarles una noche
de vida a sus empleados.
Durante la cena, cada empleado subió a sus
FXHQWDVGHODVUHGHVVRFLDOHVXQVHOÀH$FWXDQGR

68
ÀQJLHQGR FRPR VL HVWXYLHUDQ UDGLDQWHV GH IHOLFL-
GDG EULQGDQGR SHUR ÀMiQGRVH PXFKR GH TXH QR
hubiera nada que delatara que están celebrando
la cena en un restaurante cutre.
Tras la cena, los camareros orientales indocu-
mentados retiraron las mesas del comedor para
transformarlo en una pista de baile y que sus
clientes no escaparan hacia otros locales. Para ello
les propusieron copas a precios populares.
Aceptaron.
Ahora, por los altavoces, suena a todo volumen
un CD pirata de los años 90: “Máquina Total 7”.
Nadie se queja por la baja calidad de la música.
Los empleados bailan borrachos, drogados.
Al igual que en el pasado se utilizó el alcohol
para exterminar a los indios, a los esquimales y
así arrebatarles sus tierras hoy se utiliza el alcohol
y las drogas para acabar con la voluntad de los
habitantes de las ciudades y que resulte más fácil
arrebatarles su tiempo en la vida: hacerlos más
tontos, dóciles: que nunca se planteen en conver-
tirse en sus propios jefes.
Los casi dos metros de altura de Mierda salen
visiblemente molestos y contrariados del cuarto de
baño del restaurante.
Mierda no es consciente de que —por lo nervioso
que está a causa de su deseo por Marta— suda
tanto que está apestando. Se sienta al lado de la
~QLFDSHUVRQDTXHEXVFDVXFRPSDxtDHQODÀHVWD
Pedo.
—¿Qué coño te pasa? ¿A qué viene esa cara? —
pregunta Pedo a Mierda.
—¡No te lo vas a creer! ¡Te lo voy a contar y no

69
te lo vas a creer, me cago en Dios!—grita Mierda,
indignado—. El cabronazo de Domingo me invita
a una raya en el baño. Utilizo de turulo un billete
mío de 20 euros, esnifo, se lo paso y, tras esnifar
él, el muy cabrón se guarda mi puto billete dentro
de su bolsillo por la puta cara, como si fuera suyo.
—¿Y no se lo dijiste?
—¡No! ¡Me cago en Dios! ¡Joder! ¡Me ha dejado en
palanca el muy hijo de puta! ¡No me he atrevido a
decirle nada, macho! ¡Me invita a una raya y se la
cobra con intereses! ¡Me la ha metido! ¡A mí! ¡A mí!
—No te comas el coco, compadre. Hiciste bien. Si
se los hubieras pedido de vuelta a lo mejor se cree,
por toda la droga que se ha metido, que le estás
tratando de robar o algo y luego te coge manía.
—¡Veinte euros por una raya de mierda! ¡Veinte
euros! ¡Como si fueran tan fácil ganarlos! ¡Y eso
que era una mierda mezclada con bicarbonato que
si hay algo de lo que yo entienda es de eso, macho!
—Venga, hombre —tranquiliza Pedo, extendién-
dole su cubata— Bebe un poco, cálmate.
—¡Setenta y cinco euros me ha costado ya esta
puta cena de mierda! —grita Mierda mientras
acepta un trago del cubata de Pedo y comienza
a enumerar con los dedos— Si es que no pue-
do ni salir de casa ¡Veinte euros el tiro de coca!
¡Más quince euros la mierda de cena, diez euros
en copas y treinta eurazos el amigo invisible! ¡Mi
polla en vinagre! ¡Setenta y cinco euros por estar
en un sitio en el que no quiero ni estar! ¡Ya verás la
bronca que me va a echar mi mujer cuando llegue
a casa y vea la pasta gansa que me han obligado a
gastar! ¡Puta vida! ¡Puta vida!

70
—¿Y por qué te gastaste tanta pasta en lo del
amigo invisible si el departamento entero había
establecido que el máximo que nos podíamos gas-
tar eran 15 euros?
—¡Yo no escuché nada de eso, joder! —miente
Mierda.
Pero ya sabemos que Mierda tuvo la buena
suerte de que le tocara Marta. Tras la cena, en
el momento de los regalos, ella abrió su regalo y
descubrió, con sus ojos brillando, que le había
tocado una bonita camisa sexy de Zara. A Mierda
le faltó tiempo para desvelar en voz alta, orgulloso,
que él había sido el responsable del regalo. Todo
el mundo aplaudió y ella se levantó de su sitio en
la mesa para darle un simpático beso en la calva,
asunto que provocó risas entre los presentes e
hizo que Mierda se sonrojara bastante.
—“La cosa pinta bien” —pensó Mierda en ese
momento— “El primer beso ya ha llegado”.
Regalarle algo bonito a Marta forma parte de su
plan para que esta noche ella termine haciendo
gárgaras con su semen.
Mierda y Pedo —sentados en las sillas que ro-
dean la improvisada pista de baile— observan
bailar con asco y desprecio a sus compañeros de
trabajo. Las empleadas bailan creyendo que aún
tienen quince años y, los empleados, luchan por
controlar sus instintos naturales de peligrosos
hombres blancos violadores.
—Menuda panda de subnormales —sentencia
Pedo.
—Subnormalidad sin límites ni control —añade.
3HGRVHÀMDHQ&DUORVXQFRPSDxHUR

71
Carlos ha venido a la cena acompañado por su
esposa, que está sentada a su lado, agarrándole
de la mano. Ambos están enamorados y preocu-
pados. Miran a la pista de baile como quienes son
testigos de una orgía romana. Quieren irse, huir a
VXFRQIRUWDEOHKRJDU(VDÀHVWDOHVVREUD3HURD
Carlos le avergüenza irse tan temprano. Sus com-
pañeros le tildarían de aburrido.
Más de lo que ya lo tildan.
Su esposa aguanta estoicamente, a su lado.
—Parece que el Carlos ha venido con su madre
—se burla Pedo— Mira cómo le tiene cogido de la
mano. Ni que se fuera a caer.
—¿De la mano? ¡Lo tiene agarrado por los hue-
vos! ¡Qué deprimente! No traigo yo a mi esposa a la
cena ni harto vino. Que luego una de estas zorritas
se me insinúa y me tengo que volver a casa con un
dolor de huevos impresionante.
—Oye, mañana lo hacemos, ¿no?
—Pues claro. Mañana…
—¡Follamos!
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya!
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya!
—¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Mira!
Mierda y Pedo observan a Domingo.
Está sentado en la barra. Saca el “turulo” de
Mierda de su bolsillo de la chaqueta y, desenvol-
viéndolo, lo transforma en un billete decente de
veinte euros. Lo utiliza para pagarle al camarero
de la barra los dos cubatas que acaba de servirle.
Domingo habla con una empleada de su empresa:

72
una auxiliar en contabilidad.
Posa su mano en la rodilla de esa chica.
Comienza a acariciársela mientras le habla de
algo que la chica no escucha debido al volumen
de la música. La chica no trata de escapar de la
PDQR 3HUPLWH ODV FDULFLDV GHO MHIH ÀQJLHQGR TXH
no se ha dado cuenta. Aunque ambos saben que
eso no es posible.
Es que las caricias son de su jefe.
De él depende poder pagar el alquiler de su casa,
irse de vacaciones cinco días a las playas de Cádiz,
parecer digna ante todo el mundo que la conozca:
no ser a los ojos de la gente un elemento sobrante
de esta sociedad.
Piensa.
Si Domingo le pidiera relaciones sexuales ella ac-
cedería. La verdad es que no le gusta físicamente
pero siente que Domingo es su dueño. Sin embar-
go, tras haberla manoseado con disimulo y com-
probar que la chica está dispuesta a estar con él,
Domingo siente su hombría reforzada, decide que

73
HV VXÀFLHQWH SRU HVD QRFKH \ PDUFKD WULXQIDQWH
con los cubatas en la mano.
Mierda no le quita ojo.
Un cubata es para él, otro… para Marta.
—¡HIJO DE PUTA! —le grita Mierda.
Por el volumen de la música nadie puede oír el
insulto. Salvo Pedo que, inseparable, siempre está
a su lado.
—Seguro que se le está follando y eso que ella
está recién casada —señala Pedo.
—¿Tú crees? —gime Mierda perdiendo su equi-
librio emocional—¿Pero Domingo no tiene mujer e
hijos?
—¿Pero qué me estás diciendo? ¿Qué importará
eso? Sabes como es la vida de casado. Cada día
luchas con tu polla. Tu polla quiere meterse den-
tro del coño de otra mujer. Tú le dices que no, no,
no. Te reprimes. Y te da cáncer ¡Por eso hay tanta
gente muriéndose de cáncer hoy en día! O te da
cáncer o te convierte en un psicópata. El Domingo
no tiene razón alguna para reprimirse. Tiene pas-
ta. Follará sin parar. Y esta cena, para él, es un
buffet de chochitos gratis.
—¡Si es que somos como animales, señores! ¡Si
es que somos como animales!
—Que sí, hombre. Que te lo acabo de decir.
—Yo no le deseo mal a nadie pero ojalá se entere
el marido de la zorra esta.
-—Venga a follar... ¡que el mundo se va a acabar!
—Se le abrirá de patas sólo porque él es el jefe.
Porque si no, no me lo explico.
—Así es: las mujeres sólo quieren que las eyacu-
len dentro para conseguir algo a cambio. Nos han

74
hecho creer que si les echamos el semen dentro
del coño tenemos un compromiso con ellas. Eso es
una chorrada. Es como si, de pronto, el puto retre-
te nos pidiera responsabilidades por haberle utili-
zado para mear. Yo entendería que las mujeres nos
pidieran responsabilidades si se comieran nuestra
mierda con cuchillo y tenedor porque nosotros se
lo pidiéramos por favor. Eso sí que sería una ver-
dadera prueba que demostraría algo. Abrirse de
patas o dejar que te den por el culo es un acto
totalmente pasivo. Cualquier vaga puede hacerlo,
son cinco minutos.Otra cosa es que tuviéramos la
polla saliendo del cerebro o del corazón. Que sólo
empalmáramos cuando sintiéramos amor. Eso sí
que sería un acto inequívoco de que sentimos...
—¿Pero qué chorradas estás diciendo, coño?…
¢7HÀMDV"£/D0DUWDQRSDUDGHUHtUOHODVJUDFLDVDO
puto Domingo! ¡Le rompería la cabeza a patadas al
muy subnormal ahora mismo si no fuera mi jefe!
—Si les echas mocos en la cara se limpian y ya
está. Si les echas semen dentro o en la cara dicen
que es un compromiso.
—¿Pero qué me estás hablando de mocos, tío?
¡Se te va la pinza demasiado! Por mí como si se
corre en la cara de esa puta.… ¡Joder!
—¿Pero qué te pasa, Mierda? Estás como loco,
tío. Cálmate tío que alguien se va a dar cuenta.
Lejos de calmarse Mierda se pone aún más ner-
vioso. Es testigo de un nuevo acto de Domingo:
—¡El Domingo se acaba de tomar una Viagra!
¡Estoy seguro, tío! Se ha metido una en la boca
haciéndose el loco sin que nadie lo viera… ¡pero yo
lo he visto!

75
—¿Y no habrá sido una pirula? ¡Que a ése le va
ODÀHVWDPiVTXHDWL\DPtMXQWRV
—¡Que no! ¡Que era azul, un rombo! ¡De sobra
sé cómo son las viagras, macho! ¡Que me las he
tragado de dos en dos, coño ya! La Marta acaba de
salir del restaurante. Como el jefe también salga,
es que han quedado fuera para follar.
Así es.
Domingo se dirige recto a la puerta de salida, con
el espíritu renovado del que es conocedor de que
va a echar un kiki. Al rato de salir él, también sale
Marta.
—¿Ves? ¡Vamos! —impera Mierda.
—¿Por qué?
—¡Vamos, joder! ¡Que me cago en Dios y en la
Virgen!
Pedo ni se lo piensa. Sigue a su querido amigo
hasta la puerta.
En efecto.
La pareja se ha citado en la esquina.
Mierda y Pedo son testigos, sin ser descubiertos,
de como el jefe y la empleada comienzan a besarse
con toda la lengua que son capaces de sacar de
sus bocas.
—¿Ves? —pregunta Mierda con los ojos inyec-
tados en sangre— ¿Lo estás viendo? ¿Lo estás
viendo?
—¿Pero qué coño nos importa, tío?
—¿Cómo que qué coño nos importa? ¿Eres im-
bécil, macho? ¡Es que no te enteras de nada!
Domingo y Marta agarrados de la mano cruzan
la carretera. Libres de sus rutinas matrimoniales.
Rumbo a un oasis sexual.

76
Domingo saca las llaves. Entran en el hall del
HGLÀFLR GH OD HPSUHVD 7DQ FDFKRQGR YD TXH QR
encuentra tiempo para volver a cerrar la puerta
con llave.
—¿Lo entiendes ahora? —pregunta Mierda a
Pedo— ¡Por eso el muy cabrón se empeñó en
organizar la cena en el chino de enfrente! ¡Para
ahorrarse el dinero del puto picadero!
—¡Qué cabrón! ¡Joooooder!
—¡Venga, vamos! ¡Esta se la tenemos que cobrar!
—¡Pero tío, que es el jefe!
—¿Y?
—¡El jefe es Dios! ¡Que nos despide!
—Que ni nos va a ver, puto cagado. ¿No ves que
va tan encoñao que ha dejado la puerta sin cerrar?
Mierda y Pedo entran al hall. Nerviosos, silencio-
sos, suben hasta la zona de despachos: al llegar
allí ven la ropa de los amantes tirada por el suelo…
el bolso, la chaqueta, los pantalones, el tanga…
—Se creen que están en una peli de amor de los
años 80 —susurra Mierda.
Se agacha.
Toma el bolso de ella y la chaqueta de él.
—Se van a enterar.
Mierda busca los teléfonos móviles de ambos.
Los encuentra. Agarra el de Marta.
—¿Pero cómo diablos tiene esta tía un iPhone si
cobra lo mismo que yo? —susurra Pedo, indigna-
do.
—Por el maridito, no te jode. Le comprará todo
lo que ella quiera para hacerla feliz... el muy cor-
nudo...
—¿Qué vas a hacer? ¿Te los vas a robar?

77
—Mejor ¿Sabes que me sé el código de los dos?
—¿Cómo?
—765428 es el de Domingo, me lo hizo memori-
zar el otro día. Y 696969 el de Marta. La de veces
que se lo he visto teclear con su sonrisita de zorra
mientras nos fumamos un pitillo.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo vas a ver. Pero tú quédate aquí. Si las cosas
se ponen feas salte corriendo, que no quiero que a
ti te pase absolutamente nada.
—Tío, que me das miedo, que podemos perder
nuestros curros. Piensa en tu hijo. ¿Pero qué vas
a hacer?
—Vas a ver como voy a hacer que mis setenta y
cinco euros se conviertan en la puta entrada de un
espectáculo acojonante.
Mierda se arrastra —como si fuera un soldado
profesional en el campo de combate— hasta la
puerta del despacho del jefe: donde se encuentran
los amantes, un cuarto con grandes ventanas de
persianas bajadas.
La puerta está entreabierta.
Mierda les graba con el móvil de Marta primero
y, después, con el móvil del jefe. Ella está sentada
en la silla de director de Domingo, con las piernas
abiertas.
—“Parece una puta gimnasta” —piensa Mierda.
Domingo está de rodillas en el suelo: le está co-
miendo el coño a Marta la vez que, impaciente, se
masturba esperando que llegue a la cita los efectos
de la Viagra.
Mierda graba la patética escena durante treinta
segundos. Después vuelve a arrastrarse, silen-

78
cioso: hasta regresar al lugar en que, a punto de
cagarse de miedo, le espera Pedo.
—Vamos, vámonos de aquí, cabrón —susurra
alegre Mierda.
—No me creo que lo hayas hecho, tío.
—Tengo lo que quería —anuncia orgulloso.
—Vamos fuera y me lo enseñas, por favor.
Con el corazón en la boca Pedo y Mierda salen
GHOHGLÀFLR1RVHVLHQWHQDVDOYRKDVWDTXHOOHJDQ
a la esquina de la calle de enfrente.
—¡Mira, mira! —grita Mierda a la vez que repro-
duce el vídeo que acaba de grabar.
—¡Toma! ¡Toma! ¡Y toma! ¡Eres un héroe! ¡Te de-
berían de hacer una entrada en la Wikipedia!
—Se lo voy a mandar por email al esposo de la
pava desde su propio teléfono. ¡Verás que risa
cuando la muy puta regrese esta noche a casa!
—Yo no le deseo mal a nadie pero ponle un título
al email. No le mandes el vídeo a su marido sin
más, que a lo mejor se piensa que es un virus y
no lo ve.
—¡Ja, ja, ja! ¡Bien pensado, máquina!
Mierda escribe como asunto: “Mira lo que está
comiendo mi jefe en la cena de Navidad: marisqui-
to fresco… ¡No te pierdas el vídeo, cariño, que te
YDDÁLSDUµ
Manda el vídeo.
—¡Ja, ja, ja,! ¡Qué bueno! ¡Imagina cuando la
Marta llegue a casa!
—¡Ojalá le reviente la cabeza por puta!
—Y a la mujer de Domingo también se lo man-
damos, ¿no?
—Sí, claro. Busca tú el teléfono de su mujer en

79
su agenda, que yo voy a ver los misterios que guar-
da la guarrilla en su iPhone.
—¡Aquí está! ¡Lo encontré! —dice Pedo tras unos
segundos— ¿Qué título le pongo al vídeo?
—¿Que te parece...?: “Amor, esta noche voy a lle-
JDUWDUGHSRUTXHWHQJRPXFKRWUDEDMRHQODRÀFLQD
con una empleada. Mira el vídeo si no te lo crees”.
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Vale! ¡Vale! ¡Me parto! ¡Me parto!
¡Ja, ja, ja, ja!
Pedo manda el vídeo.
Mierda siente un remolino de emoción que le
nubla la vista por unos segundos. ¡En el álbum de
fotos de su iPhone ha encontrado fotos de Marta
completamente desnuda! ¡Posando como una ton-
ta por la casa! ¡Hasta hay fotos de ella vestida con
su traje de boda!
—¡Mira! Desnuda pierde mucho —anuncia Mier-
da, triunfal, enseñándole las fotos a Pedo.
—¿Cómo? ¡Dios! ¡No me creo lo que veo! ¡En pe-
lota picada la muy furcia!
—Sólo falta una haciéndose un dedo.
—¡Me cago en la Virgen! ¡Esta noche es mítica!
—Voy a subir estas fotos a su cuenta de Twitter.
—Oye, ya que estás, sube también el vídeo, para
alegrar la vida un poco a la gente, que la vida está
muy mala.
—Sí. Sí. Fijo.
—Esta noche pasa a la historia. ¡Nadie se ríe de
Mierda y Pedo! Esto es un antes y un después en
nuestra vida.
—¿Y ahora? ¿Qué hacemos? ¿Regresamos a la
ÀHVWDSDUDTXHQRVRVSHFKHQGHQRVRWURV"
—¡Qué dices! ¡Si ni se han enterado de que nos

80
hemos ido! ¡Si somos invisibles para ellos! Vamos
a seguir que esto no ha terminado. Mira a ver si
el jefe tiene la lista de teléfonos de los empleados.
Seguro que los guarda en una lista de correos o
alguna pijada de esas.
Pedo pulsa la pantalla hasta encontrar la lista:
—Aquí está. ¿Qué hacemos?
—Vamos a mandarles un email ahora mismo
desde su cuenta de email. Pásame el puto teléfo-
no. Voy a mandar a todos esos muertos de hambre
el email de Navidad de sus vidas.
—Dios mío. Para que sea más mítico escríbeles
utilizando la tipografía del Comic Sans y en negri-
ta, que así jode más.
—¡Ja, ja, ja! ¡Hecho! ¡Y puntos suspensivos que
es así como el muy loco escribe!
Mierda teclea:
“Estimados empleados.
He decidido que la mejor manera de daros esta lamen-
table noticia... sea en una fraternal noche como esta...
en la que todos estamos reunidos. Por desgracia... y
como supongo sabéis, esta sucursal de Transportes Án-
geles Express SL lleva ya... varios años dando pérdidas
económicas. ¡Cuántas veces os pedí que os implicarais
más en la empresa... y no me hiciste caso! Por ello...
los directores y yo hemos decidido cerrar la empresa...
presentar una suspensión de pagos a partir de las cero
horas de la noche de hoy. Yo y vosotros no podremos
FREUDU HO PHV GH GLFLHPEUH OD SDJD H[WUD QL HO ÀQL-
quito... No tenemos otra. Creedme cuando os digo que
soy el que más lo sufre porque para mí sois... como
mis hijos lejanos. He intentado hacer de todo para
no cerrarla, por eso... os bajé el sueldo varias veces.

82
¿Ahora entendéis que no lo hice por gusto?... Disfrute-
mos de esta noche, como amigos... a partir de mañana
cada uno ha de seguir su propio camino... Por favor...
sed fuertes y valientes. Creed en vosotros mismos...
valéis mucho... mucho como seres humanos.
Vuestro buen amigo... Domingo Fuentes
P.D.- Por favor si me escribís algo y no os contesto
no creáis que paso de vosotros. Sólo que a partir de
mañana me voy con mi familia a Santo Domingo de va-
caciones durante dos o tres meses. Necesito relajarme
para calmarme... por el estrés en el que, vuestras pocas
ganas de trabajar duro que ha hundido mi empresa...
me ha metido. Prometo contestar los emails a la vuelta.
—¿En serio vas a mandárles eso? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué
noche! ¡Qué noche!
—¡Por supuesto! ¡Yo no le deseo mal a nadie pero
ojalá que alguno se suicide! ¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Eso sería buenísimo!
Mierda manda el email.
—¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Este nuevo año va a ser nuestro año!
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya!
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya!
—¡Ja, ja, ja, ja!
—¡Mañana! ¡Ay! ¡Ja, ja, ja! ¡Mañana me follo a tu
mujer!
—¡Y yo a la tuya! ¡Ja, ja, ja! ¡Hermanos!
—¡Somos hermanos!
—¡Mañana es un gran día!
—¡Y hoy una gran noche! ¡Un descojono de no-
che!
—¡Ja, ja, ja, ja!

83
Mierda y Pedo presencian como un compañero
sale del restaurante chino.
Está visiblemente enojado.
Es Carlos.
Su mujer está llorando.
Con furia, Carlos comienza a pegar patadas al
BMW de Domingo.
Otros compañeros se le unen. Arrancan los lim-
piaparabrisas del coche, le rompen los cristales,
comienzan a saltar sobre el capó. Juan, un trans-
portista que era de la ETA hasta que la cerraron,
hace un cóctel molotov: lo tira al interior del coche,
tras romperle una ventanilla.
El BMW comienza a arder.
Pedo y Mierda, ocultos gracias a la negrura de
la noche y de las calles sin farolas del extrarradio,
ríen y ríen:
—¡A Juan se le ha ido la pinza del todo!
—¡Es que no sabe beber!
—¡Y mira la cara de Carlos! ¡Ahora sí que parece
un hombre!
Lo intentan pero, los grandes amigos, no con-
siguen dejar de reír: tanto que temen llamar la
atención de sus compañeros. Por ello, deciden
comenzar a correr, a huir, en dirección contraria
al restaurante mientras vuelven a gritar, felices
por las calles y como si fueran unos adolescentes
borrachos:
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya!
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya!

84
CAPÍTULO 5
“LA AMISTAD DA SUS FRUTOS”

E s el terrible día.
Mierda le dio una copia de su llave a su amigo.
Pedo entra en la casa de Mierda.
Al entrar sólo encuentra silencio.
—“El corazón es un caballo loco, que galopa en
mi pecho” —piensa, poéticamente, Pedo.
Cierra la puerta detrás de sí.
1DGLHOHKDYLVWRHQWUDUHQHOHGLÀFLR
Pero eso, ni siquiera importa.
—“Todo va tal como hemos previsto” —piensa—
“Nada puede salir mal”.

Mierda entra en casa de Pedo.
Las perras lo gruñen, presintiendo el mal.
Sin embargo, el metro noventa y los ciento
treinta kilos de Mierda las aterrorizan.
Retroceden.
Mierda camina hacia el dormitorio de Pedo.
Allí está Merchi.
Drogada, dormida.
—“Todo va tal como hemos previsto” —piensa—
“Nada puede salir mal”.

El silencio que hay en casa de Mierda causa
miedo en Pedo.
—¡¿Hola?! —grita— ¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien?!
El bebé de Mierda ríe.

87
Su risa procede de una habitación.
Pedo deja de avanzar por la casa.
¿Se levantará la madre para ver de qué se ríe
Arturito? ¿Cómo podría disculparse Pedo si la
madre le descubre en el pasillo?
—“¡Hola, señora! Arturo me dio la llave de su
casa para que viniera a buscarle unos pantalo-
nes de recambio. Sin querer, se cagó encima en
el trabajo. Ahora mismo está en la furgo, en una
situación algo humillante, el pobre”.
La excusa que se acaba de inventar Pedo no es
necesaria.
La madre no se levanta.
Pedo abre la puerta de la habitación del niño.
Le ve.
Mierda lo ha dejado sobre el suelo enmoqueta-
do, sin peligros a su alcance. Su peluche gigante,
un oso con el que está jugando, es lo que le causa
tanta gracia.
Pedo susurra al niño:
—Niño, cállate que voy a violar a tu mamá.
Al cerrar la puerta, vuelve a sentir miedo, vuelve
a avisar:
—¡¿Hola?! ¡¿Está usted en casa?! ¡Soy el ami-
go del trabajo de su marido! ¡Se ha cagado en
los pantalones y vengo a por un pantalón suyo!
¿Hola? ¿Me lo puede dar? ¿De verdad que no le
importa que pase?
Nadie responde.
Pedo entiende.
¡Vía libre!
—Voy a metértela pedazo de puta engreída —
piensa— te voy a dar lo que te mereces. Y cubre

88
su rostro con un pasamontañas: es su última red
de seguridad.
El niño sigue riendo.
Pedo entra en el dormitorio del matrimonio.
Allí está la esposa de Mierda.
Dormida.
Servida en bandeja.
—¡¡¿HOLA??!! —grita en su oído— ¡¡HOLA,
PUTA!! ¡¡ÚLTIMA OPORTUNIDAD!! ¡¡MI POLLA
ES UNA FIESTA!!
La mujer de Mierda ni se inmuta.
Pedo baja la cremallera de su bragueta.
Recuerda.
Quiere grabarlo todo.
Para masturbarse con Mierda en el furgón.
Saca su barato teléfono móvil de su bolsillo.
Abre la aplicación de la cámara, pulsa grabar y
apoya el teléfono contra la lámpara de la mesita
de noche de la mujer de Mierda.
Todo está donde tiene que estar.
El micropene de Pedo está tan erecto como pue-
de llegar a estar.
—“¡Este Mierda es un genio” —piensa Pedo.
Pasa su polla por la cara de la zorra.
Repetidas veces.
Tímidamente, Pedo suelta una risita, mientras
siente el poder.
Desabrocha los botones del pijama de la mujer.
Le saca las tetas de su sujetador.
Chupa sus pezones.
Pedo piensa en el bebé. No deja de reír.
El muy cabrón se lo está pasando en grande.
Como él.

89
Va a violar a su madre mientras escucha las
risas del bebé.
¡Mítico!
Le quita el pantalón de pijama a la mujer de
Mierda.
Y las bragas.
—“¿Y si la dejo embarazada?— piensa Pedo —
Eso sería una prueba contra mí. Mejor se la meto
por el culo. Como dice el refranero argentino: “por
el horto no hay aborto”.
Es el momento.
Se la mete.
—“¡Esto es un milagro!” —piensa Pedo— “¡Un
puto milagro!”
6LHWH VDFXGLGDV VRQ VXÀFLHQWHV SDUD TXH 3HGR
eyacule su miel blanca.
El placer del orgasmo es máximo.
Tan profundo que, por un momento, piensa que
va a morir de un derrame cerebral.
El orgasmo es el Big Bang.
Piensa.
—“¡Dos veces he follado esta semana! ¡Dos! ¡Y
sin pagar!”
0LUDQGRÀMDPHQWHDODFDUDGHODPXMHUFRQWL-
núa sintiendo el orgasmo, lo disfruta, hasta que
desgraciadamente el placer le abandona por com-
pleto.
Mira el agujero del culo de la mujer-ogro.
Su semen sale de allí.
La ha vencido.
Ha ganado.
Acerca su teléfono para grabar el detalle del se-
men, mejor.

90
—“Como algo, me repongo y regreso aquí para
correrme en tu puta boca... luego lo limpio todo”
—piensa Pedo— “¡A por la Caca-Polla!”
Al bebé ya no se le escucha.
Pedo camina hasta la cocina.
Abre la nevera.
Ve la botella de Coca-Cola que le ha dejado
Mierda.
Bebe.
También le ha dejado unos pistachos, un pa-
quete de donuts y yogures con frutas.
—“Este Mierda es un detallista. Con lo que me
gustan a mí los yogures”.
Cuando termina de comérselo todo, Pedo vuelve
a sentirse con las fuerzas necesarias.
No le hace falta tomar Viagra.
Está demasiado excitado.
—“¡Listo para el segundo tiempo!”
Camina hacia el dormitorio.
Se detiene.
—“¿Qué me pasa?” —piensa.
Pedo comienza a sentirse mal.
Se marea.
Camina hacia el baño.
Su vista se nubla.
Abre el agua.
Se enjuaga la cara en el lavamanos.
Comienza a sentir mucho, mucho sueño.
—“¿Qué me pasa? —no para de preguntarse a
la vez que se mira en el espejo—¿QUÉ COÑO ME
PASA?”
Cae al suelo.
No... justo ahora... no.

91
No puede levantarse, no tiene fuerzas.
—“No puedo dormirme, no puedo dormirme...”
—piensa asustadísimo.
Cierra los ojos, poco a poco.
Queda dormido.
Escuchaste el ruido que hace Pedo al desplo-
marse en el suelo.
Es la señal que estabas esperando.
El gran oso de peluche se levanta.
Te quitas ese disfraz.
Sales del dormitorio de tu bebé.
Mentira: no fuiste a la casa de Pedo.
Nunca entraste.
Follarse a su esposa hubiera estado bien.
Hubiera sido gracioso.
Pero tenías un plan mucho mejor: librarte de
tu propia familia y convertirte en el amante de
Marta.
Tu plan era genial.
Lo de Marta no salió bien.
Pero esto sí.
Esto es mucho más importante.
Habrá más Martas.
Y mientras tanto, putas.
Miras a Pedo.
Sientes lástima por él.
Fue un buen amigo.
—“Pero la amistad no existe” —piensas— “Sólo
existe el interés... ¿Cómo es que la gente sigue
cayendo con el cuento de que “somos amigos”?
No entiendo cómo la gente es tan ingenua”.
Desde que conociste a Pedo, supiste que un día
lo utilizarías. Aunque nunca pudiste imaginar

92
que urdirías este maravilloso plan propio de un
genio. Nunca pensaste que le sacarías tanto ren-
dimiento a tu amigo. Nunca imaginaste que Pedo
se convertiría en la llave de tu libertad.
Pedo es un regalo de la vida. Un tonto que se
tira por la ventana si tú le dices que se tire.
Lo levantas del suelo.
Lo cargas hasta la cocina.
Con la mano de Pedo, abres las llaves del gas.
Del horno y de la estufa.
Sus huellas tienen que quedarse allí.
Cargas a Pedo hasta el dormitorio, de vuelta.
Lo dejas acostado junto a tu mujer.
Con la polla fuera.
—Tú jugaste tus cartas, zorra, y yo las mías —le
dices— Lo que pasa es que yo siempre gano.
Buscas en los bolsillos de Pedo.
Encuentras su teléfono.
Buscas el patético vídeo que te mandó el otro
día: cagándose en la boca de su mujer.
Lo encuentras.
Lo borras.
6DFDVXQDÀQDFXFKLOODGHDIHLWDU
Se la pasas por las yemas de sus dedos.
Cortas las venas a Pedo.
Comienza a salir sangre.
Tu plan es perfecto.
Nadie va a despertarse en esta casa.
Dentro de un rato todos estarán muertos.
Eso sí, morirán sin dolor.
Sin sufrimiento.
A Arturito también le diste un par de pastillas.
No te da pena.

93
Su única contribución a la humanidad eran las
pollas que iba a chupar.
No has sido cruel. Sus muertes han sido envi-
diables.
Tu esposa tras irse a dormir.
Pedo tras habérsela follado.
Y Arturito tras reírse un montón con su padre
disfrazado de oso gigante de peluche.
Dulces sueños.
Te irás a “El Corte Inglés” de la calle Preciados:
quieres que te graben sus cámaras de seguridad.
Es tu coartada.
Harás una gran compra familiar en el super-
mercado de la planta baja: pañales, geles de ofer-
ta, latas de atún… la puta mierda aburrida que
compran los casados.
A la vuelta, encontrarás la pesadilla.
Llamarás a la policía, llorando. Desquiciado.
—“¡Mi amigo! ¡Yo pensaba que era mi amigo!
¡Pero es un loco! ¡Lo que ha hecho! ¡Lo que ha he-
cho! ¡Dios mío dame fuerzas para no suicidarme!”
—“Tranquilícese, señor —pedirá la operadora
del 112— Cuénteme quién es usted y qué está
pasando”.
—“¡Ha destrozado mi vida! ¡Vengan! ¡Vengan ya!
¡HA MATADO A MI FAMILIA! ¡LA HA MATADO!
¡ERA UN PSICÓPATA! ¡LA VIOLÓ Y LUEGO SE
CORTÓ LAS VENAS!”
Naturalmente, la policía encontrará restos de
semen dentro de la vagina de tu esposa.
Caso cerrado.
No sois famosos ni gente importante.
Sois del montón. De la manada.

94
No investigarán demasiado.
—“¿Cómo es que el asesino tenía una copia de
la llave de tu casa?” —te preguntará la policía.
—“¿Cómo voy a saberlo? ¿Me la quitó en algún
momento en el trabajo? ¡Oh! ¡Sí! Es posible —
gritarás, desquiciado— ¡Es posible que ellos tu-
vieran un lío, que ella lo quisiera dejar y que él,
despechado, matara a toda mi familia! ¡Incluso
al niño! ¡Dios mío! ¡¿Cómo puede haber gente así
por el mundo?! ¡Si no eran de él no sería de nadie!
¡Loco! ¡Era un loco! ¿Cómo no me di cuenta nun-
ca? ¡Maldita sea!”
—“Es lo malo de los psicópatas —te aclarará el
policía— Nadie los ve venir. Tienen la misma cara
que usted o yo.”
Libre.
Serás libre para comenzar una nueva vida.
Sin errores: jamás volverás a casarte.
Es hora de irte.
De empezar tu nueva vida.
Te pones una peluca y unas gafas de sol.
Vigilas por la mirilla de la puerta de tu casa.
No hay nadie.
No te interesa encontrarte con nadie.
Nadie puede verte saliendo de tu casa en este
momento. No puede haber nada que origine una
sospecha y, por tanto, una pequeña investiga-
ción. Tiene que ser un caso cerrado desde que
OD SROLFtD VDOJD GHO HGLÀFLR WUDV SUHJXQWDU D ORV
vecinos.
Nadie te vio entrar.
No utilizaste el ascensor.
Subiste hasta tu casa por las escaleras.

95
Piso a piso: cuando escuchabas un ruido, cuan-
do alguien salía de su casa al descansillo para lla-
mar al ascensor, te detenías y esperabas inmóvil.
5HDQXGDEDVODVXELGDFXDQGRHOYHFLQRSRUÀQ
se metía en el ascensor. Con paciencia.
Esto es lo más grande que has hecho en tu vida.
Es el momento clave de tu vida.
Tu renacimiento personal.
Tu segunda oportunidad.
Ahora toca hacer el camino inverso, piso a piso.
Con más paciencia aún.
Que no te traicionen los nervios, por Dios.
Tienes que volver a convertirte en invisible.
Sales de casa.
Escuchas al ascensor llegar.
Maldita sea.
Vuelves a entrar en tu casa.
Un cementerio con muertos sin enterrar.
Espías por la mirilla.
Alguien sale del ascensor.
Es… ¿tu jefe?
¡Tu jefe! ¿Domingo?
No entiendes. ¿Qué hace aquí?
Tu jefe mira las letras de cada puerta. Encuen-
tra la B.
Esa letra indica tu casa.
Domingo toca el timbre.
No contestas.
¡Por supuesto no vas a contestar!
Tu jefe espera.
Duda.
Vuelve a tocar el timbre, con insistencia.
—“Por mucho que toques, no te voy a abrir, gi-

96
lipollas. ¡Vete de aquí!” —piensas— “¿A qué has
venido?”
Domingo se da la vuelta.
Se va.
¡Viva!
Lleva la mano a su bolsillo.
Suena tu teléfono.
¡Mierda!
Guardabas tu mierda de teléfono en tu bolsillo.
Suena a todo volumen.
A la vez que tratas de apagarlo, apresurado, ves
quien te está llamando.
Tu jefe.
¿Te ha pillado?
¡No!
¡Puede creer que el teléfono lo hayas dejado en
casa!
Miras por la mirilla.
Tu jefe, frente a tu puerta, está atento: ha visto
el cambio de luz que se ha producido en la mirilla.
—¡Sé que estás ahí, Arturo! —grita en ese ins-
tante— ¡Sé un hombre y abre la puerta!
No sabes qué decir.
—¡He dicho que abras la puerta!
¿Qué puedes hacer?
¿Qué debes hacer?
Tu jefe no tiene ni media hostia.
Pero no es el momento.
¡Te vería!
Además es tu jefe.
Tu jefe es Dios.
¡No quieres perder tu trabajo!
Perderlo no forma parte de tus planes.

97
Quieres ser un viudo con trabajo.
No un patético viudo pobretón.
Deberías de haberle hecho un seguro de vida a
tu mujer... ¡Demasiado tarde para ponerse a pen-
sar en lo que deberías de haber hecho! ¡Tienes
que solucionar esto!
—¡Sé que fuiste tú! —prosigue gritando Domin-
JR³£(UHVHO~QLFRHQODÀHVWDTXHVDEtDHOFyGLJR
de mi teléfono! ¡Tienes que explicarme por qué
has jodido mi vida! ¡Sal de ahí si eres hombre,
cabrón! ¡ERES UN PEDAZO DE CABRÓN!
Continúas en silencio.
Se te tiene que ocurrir algo.
¡Venga, eres listo!
Si te lo propones puedes salir de esta.
—¿Sabes cómo me sentí cuando salí y vi mi
BMW en llamas? —no deja de gritar Domingo—
¿Sabes que mis empleados casi me matan de una
paliza? ¿Sabes con lo que tuve que lidiar cuando
regresé a casa? ¿Sabes que mi mujer me ha pedi-
do el divorcio y que ahora voy a perderlo todo por
tu culpa? ¡Puto enfermo! ¡Sal! ¡Da la cara de una
puta vez! ¡Me has jodido la vida! ¿Por qué? ¿Por
qué lo hiciste? ¿Tanta envidia me tenías?
Tu vecino, el de la letra A, abre la puerta de su
casa: hasta donde le permite la cadena de seguri-
dad que ha colocado antes de abrir.
Es un señor de unos cincuenta años que viste
un batín sobre su ropa vieja y cómoda de andar
por casa. Es el maltratado padre de la vecina con
la que te haces pajas en serie. Desde detrás de su
puerta, increpa a Domingo:
³£2LJD£4XHHQHVWHHGLÀFLRYLYHJHQWHGHFHQWH

98
—¿Decente? ¡No será por el pedazo de mierda
que vive en esta casa!
—¡Pero! —se alarma el vecino llevándose la
mano a la nariz— ¡Huele a gas! ¿Qué ha hecho
usted?
Te das cuenta tarde. Mierda.
—¿Yo? ¿Pero qué está diciendo? ¡Si acabo de
llegar! —contesta Domingo.
Hace rato que el olor a gas en tu casa ha comen-
zado a ser intenso.
Corres hasta la cocina.
Cierras las llaves del gas.
Pero es tarde para detener la alarma del vecino.
—¡Ahí dentro vive una familia y huele demasiado
a gas! —dice el vecino a su esposa— ¡Asunción!
¡Llama a la policía inmediatamente!
El vecino quita la cadena de seguridad de su
puerta. Sale al rellano, heroico, preocupado, re-
solutivo.
—¿Qué pasa? —pregunta asustado Domingo.
—¡Ayúdeme! ¡Tenemos que tirar esta puerta
antes de que sea tarde!
El vecino y Domingo, sin dudarlo, se unen para
intentar tirar la puerta abajo:
—¡Una, dos y tres! —gritan golpeando la puerta,
a la vez, con todas sus fuerzas.
Te arrepientes de haber sido un rata y no haber
comprado una puerta de seguridad.
—¡Una, dos y tres!
Tu puerta es una mierda barata que cederá
enseguida.
—¡Una, dos y tres!
Entran.

99
No consigues reaccionar con inteligencia cuan-
do te ven.
Te ves absurdo.
Con una peluca.
Unas gafas oscuras.
Saben que eres tú.
Porque ahí está.
No puedes ocultarla.
Tu cara de tonto.
No entienden por qué estás vestido así.
Piensan.
Pero no entienden.
Pero lo sabes.
Sabes que estás acabado.
Corres.
Pasas entre Domingo y tu vecino, empujándolos.
Corres escaleras abajo.
No te lo impiden.
No reaccionan.
No entienden.
Todavía no entienden.
Entenderán.
Aún no han visto a los muertos pero ya atisban
que algo turbio ha ocurrido en esa casa.
La policía está al caer.
La policía no es tonta.
Atarán cabos.
Huyes.
Ya estás en el garaje.
En tu coche.
Arrancas.
Sabes que eres un fugitivo.
Que nunca podrás regresar a Madrid.

100
Que nunca tendrás casa.
Tienes unas horas para desaparecer antes de
que la policía comience a buscarte: tu foto saldrá
en todos los periódicos y telediarios, a todas horas.
Te tildarán de monstruo.
Los periodistas harán su pertinente campaña
de cazaclicks: noticias sobre ti, todo el rato, al
lado de publicidad de colonias y de coches.
La muchedumbre no parará de compartir esas
noticias por las redes sociales, indignados.
Las feminazis llenarán Twitter de insultos con-
tra ti y contra los pobres hombres blancos.
Los periódicos se forrarán a tu costa.
Aunque te explicaras, nadie te entendería.
Nadie entiende por lo que un hombre ha de pa-
sar.
El engaño en el que vivimos.
El feminismo que nos ahoga.
¡Lo complicado que es ser hombre!
¡Nadie puede ser un hombre!
¡Es un ideal imposible!
¡Es imposible ser un hombre!
¡Se espera demasiado de nosotros!
¡No somos dioses!
¡Somos animales!
¡Animales!
Cerdos.
Lobos.
Monos.
Lo que sea menos seres perfectos.
¡Tenemos polla por Dios!
¿Cómo vas a ser buena persona si tienes una
polla?

101
Es como tener una metralleta entre las piernas.
Tarde o temprano alguien te calienta, te des-
controlas y la usas.
Estás perdido.
Tienes que encontrar una solución.
La encuentras.
Ya sabes a donde ir con el coche: primera para-
da, un “Decathlon”. Allí comprarás una tienda de
campaña, un saco de dormir. Utensilios.
Luego, rumbo al norte del Estado Opresor Es-
pañol: a los bosques perdidos de Asturias.
Tu plan es desaparecer en un bosque.
Vivir allí, escondido.
Lejos de los hombres.
Aprender a cazar.
Volver a ser un lobo blanco.
Libre.

102
SEGUNDA PARTE:
ASTURIAS
104
CAPÍTULO 6
“VUELTA A LA NATURALEZA”

C onduces la furgoneta de tu empresa. Tras


comprar lo que necesitabas en Decathlon tuviste
una brillante idea: dejar tu coche aparcado en la
última planta del edificio de aparcamientos de
Ángeles Express S.L. Nadie encontrará tu coche
hasta el lunes por la mañana, al echar en falta la
furgoneta que conduces y comiencen a buscarla
por cada plaza de aparcamiento del edificio.
Buscando convertirte en invisible te cambiaste
de ropa. Vistes el uniforme de trabajo. Sabes que
los repartidores gordos y sudados suelen evitarse
de forma natural con la mirada.
El lunes por la mañana, cuando descubran tu
coche y aten cabos, será demasiado tarde. Habrás
desaparecido para siempre en la profundidad de
un bosque que no conoce ni Dios.
En la radio de la furgoneta vuelve a escucharse
la noticia de tu doble asesinato. Repiten la noticia
y amplian información a cada rato. Eso es señal
de que el suceso ha captado el interés del público:
-—“Brutal asesinato ocurrido en el barrio de
Ventas de Madrid. Hallados muertos un bebé y
su madre en el interior de su propio domicilio.
Fuentes policiales aseguran que la madre ha sido
violada analmente antes o después de haber sido
asesinada. El supuesto autor de la violación, Luis
105
Arévalo Ruin, natural de Madrid, de 42 años de
edad, ha sido detenido en el lugar de los hechos
a punto de morir desangrado. El principal sos-
pechoso de los macabros asesinatos además del
intento de asesinato del violador y cómplice es
Arturo Jiménez López, natural de Madrid, de 44
años de edad, compañero de trabajo del supuesto
violador y padre del bebé y esposo de la madre
asesinada. El supuesto asesino se encuentra
actualmente en busca y captura. El supuesto
violador, Luis Arévalo Ruin, o “Pedo”, alias con el
que era llamado de forma cariñosa por el asesino,
asegura que fue víctima de un ardid de su amigo,
al que correspondía también con cariño llamán-
dole con el alias de “Mierda”. Pedo ha confesado
a la policía que habían trazado un plan para que
cada uno violara a la mujer del otro tras pro-
porcionarles fuertes narcóticos que les hicieran
perder el conocimiento. La policía ha comunicado
que, a pesar de hallarse a la esposa de Pedo bajo
los efectos de un narcótico, ésta no ha sido vio-
lada por Arturo Jiménez López. Pedo ha insistido
que ha sido así porque Mierda, lo que realmente
perseguía, era inculparle como único autor del
doble asesinato. En un vídeo que ha trascendido
desde la sala de interrogatorios de la comisaría
de policía hasta la agencia EFE puede escucharse
un fragmento de la impactante confesión de Luis
Arévalo Ruin”.
Escuchas la voz de Pedo.
Habla roto, no logra dejar de llorar:
—“Él me dijo: tú violas a mi mujer y yo a la
tuya. Nunca dijo nada de matar a nadie. Yo soy

106
buena persona. Lo que pasa es que follo poco y
me falta un testículo. Esto sólo iba a ser una vio-
lación inocente que no hacía daño a nadie”.
La voz sexy de la reportera cierra la noticia ase-
gurando que los medios informativos de la cade-
na seguirán ampliando la noticia a medida que
se den a conocer más datos. Por último, añade
que la frase “tú violas a mi mujer y yo a la tuya”
y “lo que pasa es que follo poco y me falta un
testículo” son, desde hace horas, Trending Topic
en España.
Sonríes.
Esperas que, en el próximo boletín informativo,
salga la típica declaración de algún vecino de tu
edificio. Ya sabes:
—“El asesino parecía buena persona. Siempre
saludaba cuando me lo encontraba en la escale-
ra”.
Saludar, sonreír, ser buena gente con los desco-
nocidos con los que hablas cinco minutos de vez
en cuando es fácil. Dejar de asesinar a la gente
con la que vives y trabajas a diario es lo compli-
cado.
Ya está.
Eres pasto de los periodistas.
Esos psicópatas cazaclicks de sueldo mínimo
están empalmados con lo que hiciste. Se pasan
por el forro de los cojones el secreto de sumario.
Los grandes periódicos tienen comprados a los
polis. Las confesiones de los supuestos crimi-
nales y cualquier detalle escabroso de la trama,
fotografías, capturas de mensajes, confesiones a
puerta cerrada, son vendidas sin escrúpulos a la

107
prensa. Esto es un puto circo y a la opinión públi-
ca no le importa porque todos son cómplices que
quieren ver y oír en streaming el acto criminal
del momento. El primer objetivo de los medios
de comunicación es fabricar noticias virales. El
segundo objetivo, lucrarse con la publicidad que
colocan al lado de las noticias virales. El tercer
objetivo, evitar que les demanden por contar
mentiras, tergiversar la verdad o saltarse a la
torera la presunción de inocencia de todo aquel
que decidan que arda en la hoguera. El cuarto
objetivo, pagar poco a los periodistas: que se
sientan prescindibles para que no haya ninguno,
escrupuloso, que dé el coñazo con el tema de la
ética profesional.
—Esta bazofia merece un brindis —te dices.
Sin dejar de conducir levantas la lata de Hei-
neken que aprisionabas entre tus muslos e in-
troduces, dentro de tu boca, un diazepam y un
Trankimazin. Antes de salir de Madrid tomaste
unos cuantos nolotiles porque la cabeza te dolía
muchísimo.
En el último momento decides añadir al trago
un Orfidal.
Bebes.
El trago te hace sentir de puta madre.
Cualquiera no resiste esto.
Son años de entrenamiento.
Hace horas que llegaste a Asturias.
Te estás alejando de la costa todo lo que pue-
des: buscas un frondoso bosque en una monta-
ña deshabitada. Pero es de noche, avanzas por
una carretera secundaria sin alumbrado. Te

108
cuesta ver por dónde andas. No tuviste tiempo
de localizar por Google Maps el lugar ideal para
desaparecer. Enseguida te deshiciste de tu mier-
da de smartphone por miedo a que la policía lo
utilizara para localizarte como te has cansado
de ver en las películas yankees. Sabes que los
smartphones son chips que, el Estado Opresor y
la Policía del Pensamiento, han conseguido que
compremos para tenernos permanentemente lo-
calizados y les entreguemos nuestra voluntad. A
través de las redes sociales, a las que nos han
enganchado, nos educan de forma indirecta para
ser políticamente correctos. Van inculcándonos
miedo a expresar con libertad nuestras opiniones
personales por eso de qué pensarán de nosotros
nuestros familiares y amigos, por miedo a cau-
sar la antipatía de nuestros jefes o de nuestros
posibles clientes. Lo “políticamente correcto” es
la nueva Santa Inquisición. A la vez, el Estado
Opresor nos educa con links publicitarios de sus
campañas de pensamiento en los medios infor-
mativos que ellos mismos financian con el dinero
de nuestros impuestos y, de paso, obtienen toda
nuestra información personal para poder seguir
sabiendo cómo manipularnos en masa y vote-
mos, a quienes ellos desean, en la supuesta fiesta
de la democracia en las que nos hacen creer que
somos libres.
Tu esposa. Muerta.
Tu hijo. Muerto.
Por supuesto que no vas a echarlos de menos.
Ellos se lo buscaron por meterse en tu camino,
por querer convertirte en un esclavo. Valiente

109
como Espartaco, rompiste tus cadenas. El ma-
trimonio es una farsa: un viva los novios en la
iglesia del barrio, una luna de miel en un hotel de
todo incluido de Santo Domingo. A la vuelta de la
luna de miel toca currar de subhumano de lunes
a sábado, vestir como una puta a tu mujer para
que todos te envidien, pegar a tus hijos un par
de hostias de vez en cuando llamándoles vagos
y subnormales por no sacar buenas notas en el
sistema educativo organizado por el Estado Opre-
sor Español, ser hincha de un equipo de fútbol,
dar dinero de vez en cuando a tu mujer para que
vaya de compras a los centros comerciales: se
sienta realizada y no te eche a la cara que eres un
desgraciado que no gana dinero; ir a un puticlub
—cuando no hay nadie mirando— para follarte
a alguna inmigrante que podría ser tu hija... y el
domingo a misa con la familia para que los veci-
nos piensen que sois gente decente.
Eso es la familia española de toda la vida.
El que diga lo contrario, miente.
Tú no eres malo. Tú eres normal.
¿Por qué hemos de mantener los hombres a
nuestras familias? Eso es una orden que nos ha
inculcado en la cabeza el Estado Opresor Espa-
ñol para ahorrarse ellos el dinerito que cuesta
mantener a las mujeres y a los niños. La paz
que el Estado Opresor nos proporciona sólo sirve
para que durmamos tranquilos y nos levantemos
temprano para trabajar y pagar impuestos. Las
guerras suelen originarse por razones económi-
cas y nadie se echa las manos a la cabeza. ¡Pues
tu economía también necesitaba una guerra! Tu

110
mujer y tu hijo son las víctimas colaterales de la
guerra que a ti te venía bien originar. Tú también
tenías derecho a llevarte por delante a quien coño
intente acabar con tu estado del bienestar.
Ahora, el precio que has de pagar por haberte
rebelado sin pertenecer a una familia de la élite,
es vivir el resto de tus días jugando al escondite
con la policía.
Aceptas el reto.
Tienes que encontrar una montaña.
Deshacerte de la furgo.
Empezar una nueva vida desnudo en el bosque.
Ahora mismo no sabes si estás flipando por las
pastillas o es Dios quién desvela el futuro que te
espera en las montañas para animarme.
Pero lo ves claro.
Tienes visiones.
No... no son visiones.
No es Dios quien te habla. Es la Naturaleza.
Casi puedes tocar con la mano esa realidad de
la que la Naturaleza quiere hacerte partícipe.
Te ves —sí, estás seguro, eres tú— increíble-
mente fuerte y robusto en un bosque descono-
cido. Inmune al frío, a la fiebre; sin grasa en el
cuerpo, repleto de músculos. Ágil como Tarzán.
Ves a unas excursionistas.
Jóvenes.
Acompañadas por sus novios perroflautas1.
Fuman porros, beben cerveza, tocan la guitarra,
se meten LSD. Han traído tiendas de campañas.
(OVXVWDQWLYR³SHUURÀDXWD´VXHOHXWLOL]DUVHGHIRUPDGHVSHFWLYD
SDUDGHQRPLQDUDYRWDQWHVGHSDUWLGRVSROtWLFRVGHL]TXLHUGDFRQ
EDMRSRGHUDGTXLVLWLYR\VLQWUDEDMRFRQSHUURVUDVWDWUHQ]DVHQ
HOSHORSRFRDVHDGRV\TXHWRFDQLQVWUXPHQWRVPXVLFDOHVHQOD
FDOOHDYHFHVHVSHUDQGRUHFLELUOLPRVQDV
111
En un rato cada uno se introducirá en la suya
junto a su pareja. Follarán. Más adelante seguro
que habrá intercambio de parejas: en cuanto las
drogas y el alcohol les liberen. La gente joven es
así. La adolescencia es la última vez en la vida
que las personas vivímos honestos con nosotros
mismos. Por eso los adolescentes se llevan tan
mal con los adultos. Tras la inofensiva infancia
les invade una pasión por la vida inmensa que
les haría enormemente felices, inteligentes y li-
bres. Entonces, los adultos hacen de policía del
sistema y les presionan para estrangular para
siempre esa felicidad que sienten. Coaccionándo-
les para que entren en el redil y sean, mientras
respiren, unos amargados reprimidos. Como todo
el mundo.
Tú aparecerás de la nada.
Concentrados en sus órganos sexuales, los pe-
rroflautas no escucharon cuando te subiste como
un gato montañés a la copa de un árbol frondoso
para estudiar cómo atacarlos. De pronto, uno
mirará al cielo y, entre las hojas de los árboles,
descubrirá sorprendido —sin entender qué hace
un tío allí subido— tu cara y tu musculoso cuer-
po desnudo cayendo sobre él:
—¡Nunca votarás a Pablo Iglesias! —le gritarás
al perroflauta antes de machacarle la cabeza siete
veces con una piedra.
Morirá.
El segundo perroflauta saldrá corriendo.
Lo dejarás ir.
Son las chicas quienes te interesan. Has de
capturarlas antes de que se separen. Las agarra-

112
rás por sus cabellos, les pegarás unas cuantas
hostias y las dejarás maniatadas, preguntándose
si lo que les está pasando es real o son alucina-
ciones por el LSD que se metieron hace un rato.
El segundo perroflauta llega al lugar en el que
dejaron aparcados los coches que papá y mamá
les prestaron para que se fueran de acampada.
Cierra la puerta a toda prisa, mete la llave en el
contacto. No avanza. Previsor, pinchaste cada
rueda de cada coche antes de subirte al árbol.
Sacas al perroflauta del coche: lo tiras al suelo,
comienzas a matarlo a base de durísimos pisoto-
nes en el craneo.
—¿Quién eres? —preguntará con un débil hilo
de voz, consciente de que su muerte es inminente.
—Sólo un hombre sincero —contestarás.
Te dedicará su último aliento mirándote con ad-
miración, como si fueras un dios, comprendiendo
que no merece la vida porque nunca llegará a ser
tan honesto como tú.
Tras matarlo, irás por las chicas.
Las violarás a las dos, ahí mismo.
Luego las arrastrarás y las meterás en una cue-
va, para siempre.
Las dejarás embarazadas, parirán a tus hijos
en el suelo. Vivirán con cadenas en el cuello. La
longitud de las cadenas les permitirán salir de la
cueva unos ochenta metros: para recolectar hier-
bas y castañas con las que cocinarán saludables
guisos con los que os alimentaréis.
Cazarás más excursionistas.
Treinta, cuarenta.
Todas terminarán encadenadas.

113
Formando tu harén.
La policía, sus padres, familiares y amigos que
no se las follaron en su momento —por lo que
sueñan con encontrarlas y salvarlas para así qui-
zás conseguir favores sexuales en agradecimien-
tos— organizarán batidas por el bosque.
Nunca las hallarán.
La Naturaleza lo impedirá. Te convertirás en su
protegido. En su esperanza para la raza humana.
La Naturaleza os hará invisibles e inodoros. Os
convertirá en fantasmas. La policía pasará con
sus perros a través de vuestros cuerpos y de los
gritos de auxilio de las chicas encadenadas: sin
poder verlas ni escucharlas. La Naturaleza co-
menzará a transformar tu cuerpo. Te hará crecer
en fortaleza y altura. Hará que te crezcan garras y
colmillos de vampiro para que puedas defenderte
mejor. Te convertirá en una especie de Yeti.
Serás la leyenda de las montañas.
El primero de una especie que reconquistará la
Tierra.
El salvador de la raza humana.
¡Coño! ¡Joder!
Frenas la furgoneta en seco.
Lograste evitar chocar contra algo. Un ser que
ha pasado a la velocidad del rayo por delante del
parachoques de tu furgoneta.
Miras: es un jodido carnero.
El carnero te mira desde el borde la carretera,
con ojos desviados, como si estuviera demente.
Escupe, rumia y desaparece, dando saltos.
Menos mal que, a estas horas de la noche, no
había ningún coche detrás de ti porque, con el

114
frenazo que pegaste, te hubiera comido.
—“Bendita cocaína que me haces ser mejor de lo
que soy—te dices metiéndote en la nariz un poco
más de tu salvadora amiga— Para que luego di-
gan que eres mala”.
Miras el cuadro de luces del salpicadero.
Parpadea la luz amarilla. Indica que la furgo
está quedándose sin gasolina. En la próxima ga-
solinera que veas, cargaras el depósito.
Será por última vez.
Nunca más tendrás que hacerlo.
Adiós capitalismo.
La libertad real te espera.
Bienvenida, nueva vida.
—“Gracias Naturaleza por mostrármela. Ahora
me siento más seguro”.

115
PRESENTANDO A ERNESTÍN
118
CAPÍTULO 7
“TODO LO QUE NECESITO ES SALIR EN
MUJERES, HOMBRES Y VICEVERSA”

E rnestín mira su Twitter: tiene 55 seguido-


res. Y eso que Paco, un vecino suyo de 60 años,
le aseguró que lo buscaría hoy por esa red social
y lo seguiría. Ernestín le apuntó en un papel su
nick en Twitter para que Paco no lo olvidara y le
resultara más fácil localizarlo.
A estas horas Paco aún no lo ha hecho.
Ernestín, nervioso, decide llamarlo por teléfono:
—¿Paco? ¿Paco? ¿Eres tú?
—Sí. ¿Quién ye, ho?
—Soy Ernestín, el fió de Ernesto, el de la gasoli-
nera Pacho.
—Oye, ho, ¿qué horas son estas de llamar?
—¿Tabas durmiendo?
—Home claro, ¿que voy tar haciendo a la una de
la madrugada si no?
—A ver, que taba aquí en la gasolinera trabajan-
do y acordeme que hoy dijiste que ibas a seguime
por el Tuiter y toy mirando y no me sales.
—Me cago en mi manto, Ernestín. ¿Tas llamán-
dome pa esto? Pasé toda la tarde buscando al car-
neiro que se comió unas setas alucinógenas y tiró
pal monte. Ahora taba dormío, joer.
—Joer, lo siento, mi amigo. Bueno pues si veo al
carnero ya te lo paño, pero tú sígueme por el tui-
ter anda, ye importante, tengo que tener muchos
seguidores.
119
—Harelo mañana. Que ya taba en la cama dur-
miendo con la muyer y despertásteme a la nieta
con el telefonito, que tamos cuidándola.
—¿No puedes hacelo ahora...?
—¡Que taba durmiendo, joder!
Paco, enfadado, cuelga el teléfono.
Ernestín maldice.
Paco no entiende lo importante que es para Er-
nestín tener muchos seguidores. El hijo de puta
madrileño que le ha quitado a su novia tiene 3.203
seguidores en Twitter. Mónica, un pibón de veinte
años, la mujer de sus sueños a la que creía des-
tinada para ser la madre de sus nenos acaba de
subir al Instagram Stories un vídeo en el que sale
morreándoselo... ¡Maldito sea el siglo XXI y sus
inventos modernos!
—“¿Qué tiene él que no tenga yo?”
Ernestín piensa que él está más bueno que el
madrileño. Sobre todo en músculos. El tipejo ese
con gafas que le ha robado a su chica es flaco,
diez o quince años mayor que Mónica. No tiene
pinta de saber nada de la vida del campo, es un
pijín de ciudad, de esos que gritará asustado si
se le acerca una vaca. Trabaja de periodista en
elpais.com, además tiene pinta de tener padres
ricos. En su Twitter escribe cosas sobre política
que parecen ingeniosas y la gente se lo retuitea
como si les pagaran por ello. De sesenta a ochen-
ta personas por tuit. Eso le pirrará a Mónica:
famoso, periodista, Madrid. No un paleto como él
que trabaja en una gasolinera perdida en mitad
de un solitario descampado de una carretera se-
cundaria de la A-8.

120
Mónica dejó el pueblo.
Juntos perdieron la virginidad en un prado.
Ella tenía 13 años, él 15. Estuvieron follando de
seguido hasta hace dos años cuando Mónica se
compró su primer teléfono con internet y empezó a
pensar cosas raras, como que el pueblo se le hacía
pequeño con todo el espacio que hay, que no podía
respirar y se fue a Madrid a buscar trabajo. Lo
encontró en una discoteca megagigante, de rela-
ciones públicas. En Instagram Stories sube vídeos
vestida y pintada como una puta, en reservados de
la disco, bailando mientras bebe cócteles de colo-
rines con clientes para animarles la noche y hacer
ambiente para que gasten más. Seguro que fue en
esa discoteca donde conoció al periodista.
Ernestín, sin Mónica, se siente tonto, vacío, solo.
—“¿Qué has ido a buscar a Madrid, Mónica? —
piensa, dolorido, Ernestín— ¿Acaso no lo tenías
todo aquí?”
A Ernestín le llama
la atención un hashtag
de Twitter: “tú violas
a mi mujer y yo a la
tuya”. Curioso, trata de
comprender de qué va
Mónica cuando salía con Ernestín tan retorcida frase. Pin-
chando llega al link de una noticia en el periódico
elmundo.es. En ella sale la foto de un hombre,
gordo, calvo, muy alto, que viste chaqueta oscura:
—“Parece Frankenstein” —piensa.
Lee que esa persona es un asesino que vive en
Madrid. Ernestín se alarma, piensa en Mónica.
Lee que esa persona ha matado a su propio bebé y

121
a su esposa; ese loco planeaba echar toda la culpa
a su amigo y que cada uno había tratado de violar
a la mujer del otro, tras drogarlas.
—“Madrid, menudo infierno. Como en el pueblo
en ningún sitio”—piensa Ernestín.
El vídeo de la declaración de su amigo, al que
cómicamente llamaba Pedo, puede verse en strea-
ming si te tragas un anuncio de seguros de hogar.
La conexión en la gasolinera llega mal, el vídeo
avanza dando tirones. Ernestín decide pasar de
verlo para escribir wassaps a Mónica. Le informa
sobre lo que ha pasado, le pide que tenga cuidado
en Madrid, que mejor se vuelva, que en el pueblo
nunca pasa nada malo, que la ama más que a sí
mismo, que la perdona por todo lo que ha hecho
en Madrid, que se venga esta misma noche, que
puede quedarse en su casa.
Espera.
Mónica no contesta.
Como siempre.
Ernestín le ha mandado más de cincuenta men-
sajes. No le ha contestado ni uno... pero tampoco
le ha bloqueado; siguen saliéndole las confirma-
ciones automáticas del sistema que chivan que
Mónica lee todos sus mensajes. Eso debe de que-
rer decir que aún lo recuerda con algo de amor,
que para ella, él no es un puto pesado. Quizás si
él dejara Asturias y se fuera a vivir a Madrid... si le
ficharan para “Mujeres, hombres y viceversa2” y se
´0XMHUHVKRPEUHV\YLFHYHUVD´HVXQSURJUDPDGHWHOHYL-
VLyQGHGXGRVDUHSXWDFLyQ\FRQDOWRVUDQNLQJVGHDXGLHQFLDHQ
(VSDxDGRQGHFKLFRV\FKLFDVMyYHQHVTXHYLVWHQDODPRGDVH
KDFHQIDPRVRVKDEODQGRGHVXYLGDSHUVRQDOPLHQWUDVWLHQHQFLWDV
FRQRWURVFRQFXUVDQWHVGHOSURJUDPD\FRPHQWDQHQS~EOLFRODV
LQWLPLGDGHVGHODVFLWDVHQODVTXHVRQJUDEDGRV
122
hiciera famoso...
—“Mónica era perfecta, de arriba a abajo y ahora
está fuera de tu vida. Acéptalo” —piensa Ernestín
volviéndose a meterse en el Instagram Stories.
Masoquista, vuelve a ver como Mónica contonea
su culo por el club. Como se graba, con una son-
risa pícara, besando en la boca con lengua al puto
periodista que se nota que es, sólo, medio hombre.
Por eso anda con chicas más jóvenes que él.
Ya se la habrá follado.
Seguro.
—“Es imposible que ese madrileño folle mejor
que yo y la tenga más grande, joer. Seguro que es
por mi polla por lo que Mónica no me desagrega y
sigue pensando en mí”.
Por Instagram Stories es testigo de casi todo lo
que hacen y lo que no, es fácil de imaginar. Ve
lo tarde que salen de los garitos de Malasaña o
de conciertos y se van a comer churros. Cuando
despiertan juntos. Cuando ella lo graba a él con
el móvil, mientras él está escribiendo un tuit bri-
llante. Cuando cenan en restaurantes exóticos de
Lavapiés, paseos románticos por el Retiro, reu-
niones y presentaciones de libros con sus amigos
intelectuales, juntos en manifestaciones a favor o
en contra de lo que esté de moda y en diferentes
actos culturales al lado de gafapastas que llevan
presumiendo barbas de leñadores aunque jamás
hayan agarrado en sus manos un hacha.
La vida moderneta en la ciudad.
Menuda mierda. Respirando aire contaminado y
llenándose la cabeza con tonterías. Lo importante
en la vida es lo que dicen todas las madres: traer

123
un dinerito curioso
a casa, saber plan-
tar fabes, cuidar de
los animales, de la
familia... de los hijos
que pensábais tener
cuando os casárais.
Una furgoneta lle-
ga a la estación de
servicio.
Se detiene al lado
de uno de los surti-
dores de gasolina.
Apaga el motor.
Mónica en la actualidad Espera.
Las normas de la gasolinera son que, en la ma-
drugada, Ernestín no salga del cubículo protegido
de la tienda como precaución ante posibles robos.
Pero el cliente no sale de la furgoneta.
Lo está esperando.
—“No debo salir. Son las normas” —piensa Er-
nestín— Aunque en los dos años que llevo traba-
jando en la gasolinera nunca nadie ha tratado de
robarme”.
Al peruano que trabajaba allí antes que él, sí
que lo atracaron varias veces los quinquis de la
zona. Pero Ernestín es del pueblo: conoce a todos
los quinquis de cuando estaban en el colegio estu-
diando con él o de verlos por los bares.
Ernestín se fija.
Quien conduce es un hombre alto.
Sigue sin salir de la furgo, esperando.
Es una furgo de transportes Ángeles Express.

124
Ernestín reconoce la compañía. Muchas veces sus
repartidores piden permiso para dejar paquetes en
la gasolinera para que sus clientes del pueblo los
recojan allí y así ahorrar ellos gasolina y tiempo.
Está esperando a que le pongan gasolina.
Ernestín sale del cubículo.
Hace frío, como casi siempre en Asturias. En
cualquier momento se pondrá a granizar. En esta
época del año y en esta zona, a veces, cae un gra-
nizo terrorífico. Son unas piedras de hielo, casi del
tamaño de un puño, que caen a tal velocidad que
hasta llegan a perforar el techo de los coches. Ese
granizo ha matado a gente. La gente del pueblo lo
conoce con el nombre del granizo del Diablo.
Ernestín se acerca a la ventanilla del cliente, le
pregunta:
—Buenas noches. ¿Cuánto le pongo, señor?
—Ya era hora, chaval. Llénalo —contesta Mierda,
seco, sin mirar a la cara de Ernestín.
—Ok. Enseguida. Se ha puesto buena noche,
¿eh? Hace un frío del carajo —señala Ernestín,
tratando de ser agradable.
Mierda no añade comentario. Sólo le entrega la
llave del depósito. Ernestín lo abre, enchufa la
manguera.
Piensa.
La cara del conductor le suena.
Calvo, gordo, grande... ¿Dónde lo ha visto?
—“Habrá venido por aquí otras veces” —piensa.
No. No. ¡No!
Cae.
Es el de la foto del periódico de el mundo.es.
Ernestín siente al miedo invadiendo su cuerpo.

125
No sabe qué hacer.
Está a solas con un asesino.
A esta hora no pasa nadie por allí, salvo algún
camión de lácteos que empieza la ruta.
Mierda sale del coche.
Ernestín permanece inmóvil. Decide actuar con
naturalidad.
—“Lo mejor es que le ponga la gasolina, le cobre
y lo deje marchar. Luego llamaré a la policía”.
—¿El retrete? -—pregunta Mierda.
—Dentro de la tienda, señor —explica con una
sonrisa fingida que no sabe de dónde consigue
sacar— Está al lado del minimarket, al fondo y a
la derecha.
—¿Está cerrado con llave?
—Aquí lo tenemos siempre abierto señor, no se
preocupe.
—Gracias.
El asesino entra en la tienda.
Ernestín comprende que está ante la oportuni-
dad de convertirse en alguien importante.
—“Dios me está dando la oportunidad de mi
vida” —piensa.
Tan solo tiene que esperar a que el asesino se
meta dentro del cuarto de baño y cerrar la puerta
con la llave, desde fuera.
Quedará atrapado.
No hay salida en el baño. Bueno, una ventanita,
pero es demasiado pequeña para que un hombre
del inmenso tamaño del asesino consiga pasar a
través de ella.
¿Y si el asesino tiene una pistola?
Podría disparar a la puerta, abrirla y luego ma-

126
tarlo a él.
Ernestín decide que, en cuanto lo encierre, sal-
drá corriendo, desaparecerá por la zona de la ga-
solinera que no dispone de alumbrado. Se escon-
derá entre los arbustos, acostado en el suelo. Si
el asesino logra salir del baño es imposible que le
encuentre a simple vista. Está huyendo de la poli,
no va a dedicarse a dar batidas por la zona hasta
conseguir encontrarle y vengarse. Saldrá pitando
en la furgoneta y punto.
Y si no sale, si el asesino queda atrapado...
Ernestín se convertirá en un héroe. Saldrá en la
portada de los periódicos. En los programas de TV.
Seguro que lo llevarán a Madrid para entrevistarlo.
Mónica lo verá.
Ya no será un paleto para ella.
Sí, un héroe.
El periodista con el que está Mónica le pedirá
que hable con Ernestín para que le haga el honor
de concederle una entrevista en exclusiva y subir
al Twitter fotos con él. Ernestín accederá: así Mó-
nica verá como ese chico le hace la pelota mientras
le pregunta sobre su acto heroico.
Mónica caerá de nuevo en sus brazos.
Es inevitable.
Cuando ella vea que todas las madrileñas quie-
ren estar con él, revivirá en su interior lo que sen-
tía por él, se dará cuenta de lo tonta que fue, se
volverá loca de celos, querrá recuperarlo.
¿Quieres eso, Ernestín?
Pues es ahora o nunca.
¿Qué eres, Ernestín? ¿Un héroe o una gallina?
El asesino acaba de entrar en el baño.

127
Ernestín deja de apretar el gatillo del surtidor de
gasolina, se saca los zapatos para no hacer ruido,
corre descalzo por la acera hasta entrar en el cu-
bículo, toma la llave del baño, se aproxima hasta
la puerta.
Ernestín escucha.
El asesino está cagando.
Ernestín introduce la llave, cierra la puerta.
Escucha como el monstruo, con furia, se levanta
de la taza del retrete.
Trata de abrir la puerta, golpeando la puerta
como un gorila enjaulado.
No puede salir.
Ernestín sale corriendo hacia los arbustos.
A sus espaldas no escucha disparos, solamente
golpes desesperados en el metal de la puerta.
Escondido en los arbustos Ernestín, llama al
112 con su smartphone.
—Policía, ¿en qué puedo ayudarle?
—¡Lo tengo! —comunica Ernestín triunfal.
—¿Señor? ¿Puede identificarse y...
—He atrapado al asesino de Madrid. Al de la
mujer y su bebé. El que iba a violar o qué sé yo...
¡Pedo, Mierda!... Búsquelos en eso del Twitter. Lo
tengo encerrado en el baño. Trabajo en la gasoli-
nera. Lo he encerrado como si fuera una raposa
¡Envíen a alguien ya!
La telefonista pide la dirección de la gasolinera,
le recomienda que se aleje de la zona, le comuni-
ca que ya han enviado un coche patrulla, que no
interfiera. Pide a Ernestín sus datos personales.
Ernestín se los da alto y claro. Orgulloso. Su nom-
bre nunca le ha sonado mejor. A partir de ahora y

128
para siempre su nombre es el de un héroe.
Hace caso: queda escondido entre los arbustos,
en silencio. Escucha al asesino, aún dando golpes,
desesperado, maldiciendo, tratando de salir del
baño.
—“No vas a conseguirlo nunca”.
No pasan ni tres minutos.
Un coche patrulla llega a la gasolinera.
—¡Qué rápidos son! —piensa Ernestín.
Se extraña.
No es el coche patrulla de Jorge y Juan, los guar-
dias civiles del pueblo, a quienes conoce de toda
la vida.
Es un coche de la policía nacional.
Aparca frente a la gasolinera.
De su interior, sale un policía que mira hacia
ambos lados del descampado hasta quedar inmó-
vil frente a la puerta de la gasolinera: sin decidirse
a cruzar la puerta.
Espera algo.
Ernestín no sabe qué.
Ernestín corre hasta donde aguarda el policía.
—Buenas noches, soy Ernestín, el que ha atra-
pado al asesino —se presenta orgulloso.
—Pues muy bien, chaval. Estás hecho todo un
crack. ¿Tienes la llave del baño?
Ernestín se la entrega.
El policía es un tipo de unos treinta y largos años.
Un poco rubio.
Un poco echado a perder.
Con barba de tres días, desaliñado.
—¿Y dónde está el baño? —pregunta.
Ernestín lo señala con el dedo a la vez que explica:

129
—A esta hora se accede desde dentro de la tien-
da. Esta al lado del minimarket, a la derecha y
luego al fondo.
—¿Y él sigue dentro?
—Sí. Ahora ha parado de dar golpes, pero es im-
posible que haya salido. El cuarto de baño tiene
una ventana pero es demasiado pequeña para que
él pueda salir por ahí.
—¿Hay alguien más por aquí?
—No. Ya no. A estas horas sólo repostan los ca-
miones de la leche.
—Bien Ernestín, quédate aquí. Luego tengo que
hablar contigo.
Ernestín se emociona al ver al policía sacar su
arma reglamentaria, ir directo hacia el cuarto de
baño de la gasolinera y gritar en la puerta:
—¡Policía! ¡Queda usted detenido!
Mierda no responde.
El policía introduce la llave, abre la puerta. Con
precaución se hace a un lado: espera un posible
ataque que no sucede. Mira al interior del baño.
La escena es bastante patética.
Mierda está de rodillas en el suelo.
Llorando.
Temblando.
Sin atreverse a mirar al policía.
El policía saca sus esposas de su cinturón, las
tira al suelo, al lado del asesino.
—Póntelas —indica, tranquilo.
A Mierda le salen mocos por la nariz, no logra
parar de llorar.
Está aterrorizado por lo que le espera.
Ernestín piensa que no debió temer nada.

130
El asesino tiene el valor de una niñita.
El asesino se esposa, temblando. El policía le
ayuda a levantarse del suelo, lo guía firme hasta
el asiento trasero del coche patrulla. Y cierra la
puerta.
El policía mira con una sonrisa a Ernestín.
Es su momento:
—Lo que has hecho, chaval, es algo maravilloso.
Eres un ciudadano ejemplar.
Ernestín sonríe.
El policía dispara a Ernestín en mitad del ros-
tro. Antes de caer al suelo, el pobre chaval ya está
muerto.
El policía vuelve al interior de la gasolinera, entra
en el cubículo, busca el disco duro del circuito ce-
rrado de grabación de vídeo, lo encuentra, parece
que a Ernestín se le olvidó encenderlo, de todas
formas no va a correr riesgos, toma la tarjeta de
memoria, la quema utilizando un mechero BIC de
los que tienen expuestos al lado de la caja regis-
tradora, la abre, roba todo el dinero de su interior,
se mete en el bolsillo unos 600 euros, va hasta el
minimarket, mete en un cesto varias revistas por-
no, donuts, vasos de plástico, papel de aluminio,
Coca-Cola, cervezas, paquetes de patatas fritas,
quesitos de “La vaca que ríe”, cajas de cigarrillos...
De vuelta al coche patrulla, conduce un par de
kilómetros por una solitaria carretera secundaria,
con los faros y las luces de posición apagadas.
En la parte de atrás del coche, Mierda, no entien-
de nada.
Tampoco se atreve a preguntar.
¿Quién es ese tío? ¿Por qué ha hecho eso? ¿A

131
dónde le lleva?
Ahora está más aterrorizado que antes.
Cuando el policía entra en la autopista y vuelve a
encender las luces del coche patrulla, mira a Mier-
da a través del espejo retrovisor. Le habla:
—Ponte cómodo y no te preocupes por nada.
—Pero... pero... —balbucea Mierda.
—¿Que qué ha pasado? —sonríe el policía— Pues
que te ha tocado la lotería.

...
Cinco minutos después, el coche de la Guardia
Civil del pueblo llega a la gasolinera del descampa-
do. Lo conducen Juan y Jorge.
Al descubrir un cuerpo tendido en el suelo, al
lado de la puerta de la gasolinera, temen lo peor.
A pesar de que le han disparado a bocajarro pro-
vocando que el rostro del cadáver haya quedado
irreconocible saben que están ante Ernestín, a
quién conocen de toda su vida.
Lloran.

132
¿Qué ha pasado?
PRESENTANDO A PACA ROSA
CAPÍTULO 8
“PACA ROSA TIENE UN PLAN”

I maginaos la putada. Le haces un favor a un


friki muerto de hambre con delirios de grandeza:
le pagas para que te escriba un libro. Un friki,
Gabriel Alfaro, que va por ahí suplicando trabajo
porque no tiene ni para pagar el alquiler del pe-
queño apartamento en el que vive acumulando
facturas que tampoco puede pagar.
—Escríbeme un libro de misterio —le dices al
friki— donde un ama de casa sea la protagonista.
Que su marido la maltrate mucho, golpes en la
cara, le rompa un brazo, ya sabes, que ella se re-
bele, lo meta en la cárcel... Tras esto que la mujer
tenga un apasionado romance con dos hombres:
uno jovencito, musculoso pero que sea poeta o
mecánico y otro maduro, interesante y millona-
rio. Que al final se quede con el millonario tras
haber enamorado y follado con el chaval. Al cha-
val lo deja con el corazón roto. Si me escribes esta
historia de puta madre, con mucho suspense a
lo largo de ochocientas páginas, que a la gente le
impresionan los libros gordos, y en cuatro meses
te pago 12.000 euros, en negro.
—¡12.000 euros! —contesta el friki— ¡Eso es un
pastón! ¡Me salvas la vida, Paca Rosa! ¡Gracias!
¡Gracias!
—Lo firmaré sólo yo. Y como salgo por la tele
será todo un éxito… ¿te apuntas?
135
—¡Claro! ¡Gracias! ¡Gracias!
Elegiste a ese friki como pudiste elegir a cual-
quier otro. Pero este friki es primo de tu exmari-
do, ha ganado unos cuantos concursos literarios
de poca monta y —según te decía tu exmarido
cuando aún vivíais juntos porque la prensa no
había descubierto que tenía un lío con una de las
azafatas de tu programa, asunto que tú ya sabías
y te daba igual— parece que el friki escribe muy
bien pero, al no ser conocido ni en su barrio, ven-
de sus libros en Amazon a un euro la descarga.
El friki te escribe el libro en el plazo acordado.
Lo publicas con la editorial que más libros ven-
de en España: “Planeta”. Tampoco necesitan leer-
lo para ofrecerte el contrato. Saben de sobra que
van a forrarse. Presentas de lunes a viernes el
programa de televisión más visto cada mañana.
Eres Paca Rosa. Tu programa es un pseudoinfor-
mativo rosa y amarillo, con tertulias y consejos
que las amas de casa ven cada mañana como
oráculo sagrado de lo que tienen que pensar, ves-
tir y comprar.
La editorial te ofrece un contrato por un millón
de euros, consigues que te lo suban hasta cuatro.
Tras publicarlo, convertirse en un superéxito y,
de postre, recibir excelentes críticas, el presiden-
te de la editorial Planeta te ofrece la santa gloria
literaria:
—Publica tu próximo libro con nosotros. Te da-
mos el Premio Planeta y, además, 8 millones de
euros.
Aceptas.
El Premio Planeta tiene una pobre dotación

136
(601.000 euros) pero goza de un gran prestigio
literario. Todos los escritores te envidiarán. Pasa-
rás a la historia de la literatura española... ¡Ge-
nial! Llamas por teléfono al friki. Le ofreces otros
12.000 euros para que te escriba otra novela so-
bre una nueva trama que se te ha ocurrido: una
mujer maltratada por su marido, que se liga a dos
tíos, uno es un marinero y el otro es el capitán
del barco en el que trabaja el marinero, al final la
mujer mata al marido porque es un cerdo maltra-
tador y se casa con el capitán del barco, que es
millonario, tras follarse al marinero y dejarle con
el corazón roto.
Al friki se le suben los aires. Se pone tontito:
—Pero Paca Rosa... es que he leído que te dieron
4 millones de euros por el libro que te escribí. Yo
esperaba que me ofrecieras más dinero.
—El dinero que yo gano no es tu problema. Los
millones los consigo yo porque soy yo. A ti no te
pagarían por ahí ni cien euros por un libro tuyo,
lo sabes. Piensa bien lo que me estás diciendo. No
sigas por ese camino, no te conviene.
—Esos contratos los has conseguido con mi tra-
bajo. Tu idea para el primer libro no tenía ningún
sentido. Y esta tampoco... además que es muy
parecida.
—No seas hiriente. Te repito por última vez que
cuides tus palabras. El libro se ha vendido por-
que lo firma Paca Rosa. ¡A ver! ¿Quién es Paca
Rosa? ¿Tú o yo?
—Tú.
—¡Yo! ¡Eso es! A ver si se te mete en la cabeza
que te estoy haciendo un favor. Recuerda cómo

137
era tu vida antes de que Paca Rosa llegara a ella
y cállate la boca.
—Algo tiene que importar que yo lo haya es-
crito porque, además de que se está vendiendo
muchísimo, está teniendo excelentes críticas y
eso sí que no lo consigue cualquiera. Me esforcé
muchísimo...
—Para querer vivir de las palabras estás eli-
giéndolas muy mal. Te estás cavando una tumba,
Gabriel Alfaro.
—Podrás ser Paca Rosa y tener muchísimo
dinero pero los años que pasé aprendiendo a
escribir no los podrás tener nunca dentro de tu
cabeza porque no se pueden comprar con dine-
ro, ¿sabes? Estoy hablando de esfuerzo y talento
real. Sacrificio.
—Eres un impertinente. Si tú no quieres escri-
birme el libro se lo digo a otro. ¡Y a ver cómo pa-
gas las facturas! Que la vida ahí fuera está muy
dura, ¿recuerdas?
—¿Ah, sí? Pues si no me das un millón por el
próximo libro tiro de la manta y le cuento a todo
el mundo que tu libro lo escribí yo.
—¡Ah! ¿Me estás amenazando, niño? ¿Cómo te
atreves, infeliz? ¡Si haces eso es el fin de tu ca-
rrera como escritor! ¡A ver si te enteras que tengo
contactos! ¡Que te pongo la pierna encima y no
levantas cabeza en toda tu vida!
—Sólo pisando el plató de un programa del
corazón para contar la verdad voy a ganar más
pasta que escribiendo para ti, zorra.
—¿Zorra? ¿Pero cómo te me pones tan machito
ahora si te conocí chupándome el culo para que

138
te diera trabajo? ¿Tienes un poco de dinero en el
bolsillo y ya te crees Camilo José Cela? ¿Pero a
qué programa del corazón crees que vas a ir tú?
¡Que en la tele todos somos amigos! ¡Que te voy
a hacer quedar delante de toda España como lo
que eres, un friki de la familia de mi exmarido
tratando de sacarme la pasta! ¡Que te hundo en
menos de lo que me limpio el coño, gilipollas!
—¡Yo soy el autor del libro! ¡Yo soy el autor del
libro! ¡Tu éxito es mío!
—¡Que te vas a joder la vida tú solo, niñato! ¡Que
no tienes ni una sola prueba! ¡Que te mando dos
rumanos a tu casa y en dos minutos te pegan un
tiro en la frente y te cavan una tumba!
—Sí que tengo pruebas. Por ejemplo, esta con-
versación telefónica en la que me acabas de ame-
nazar de muerte y reconocer que soy el autor de
tu libro. La estoy grabando.
—¿Ah, sí?...
—Sí. ¿Ahora qué? O me pagas lo que merezco o...
—¡Chupapollas! ¡Escucha bien lo que te digo!
¡Has perdido la oportunidad de tu vida! Hubie-
ras escrito para mí más de treinta libros. Podrías
haberte comprado un apartamento en Malasaña
con todo el dinero que pensaba pagarte. Podrías
haber tenido una vida tranquila mientras escri-
bías para mí de lunes a viernes. Ahora... ¡Hala!
¡De vuelta a tu vida de mierda! Te vas a acordar
por el resto de tu vida de cada palabra y amenaza
que me has hecho hoy. ¡Hasta nunca, mamarra-
cho!
Cuelgas el teléfono.
Piensas en el friki.

139
Le dejaste claro que le pagarías en efectivo
cuando te entregara la novela en mano, en un
pendrive. Así lo hizo. ¿Tiene alguna prueba más
además de la conversación telefónica que acaba
de grabar? Quizás algún email...
Llamas a tu contacto en la policía.
Le das el email del friki. En diez minutos toda
su bandeja de entrada ha sido borrada por un
policía de la unidad de delitos telemáticos. En
veinte minutos otro policía toca en la puerta del
apartamento del friki, le pega dos hostias que le
rompen la nariz, le roba el teléfono, su portátil y
se marcha sin decir ni una palabra.
Los del Gobierno te deben un favor muy, muy
gordo. Hace tiempo que te dieron un número de
teléfono y una tarjeta de identificación especial
para cualquier cosa que necesites.
Piensas llamar al friki para reírte de él y decirle
que ni se atreva a ir a la tele a contar nada porque
lo matas. No. No hace falta que le proporciones
nuevas pruebas que tendrás que volver a pedir
que eliminen. Además, el friki se acaba de quedar
sin teléfono, es inteligente... Tras la agradable
visita del policía llegará a la conclusión, por sí
mismo, de que su vida corre peligro. Ha visto lo
que acabas de hacerle. Fin del problema. Toca
buscarse a otro “negro” que escriba de puta ma-
dre y que la vida siga. Si da igual. El negocio de la
literatura se trata de vender libros a punta pala,
no de crear literatura. La gente no tiene tiempo
para la literatura. Tus lectoras son hordas de
mujeres menopáusicas que buscan comprar el
libro por la ilusión que les hace ver tu nombre

140
en la portada y lo divina que saliste en la foto de
la solapa. Buscan imaginar que ellas son tú y no
unas gordas incultas que fingen que tienen kilos
de más por culpa de enfermedades coronarias y
no por toda la mierda industrial que se meten
por el gaznate sin parar. Sólo buscan divertirse
haciendo cola en las presentaciones de tus libros
para que les mires a los ojos y que sepas que
existen. Cada vez que vas a “El Corte Inglés” a
firmar libros llenas la planta como Julio Iglesias,
estadios de fútbol en los años 80.
El friki no es nadie.
Dos semanas después abres la revista Interviú.
Estás jodida.
El friki es más listo de lo que creías. Dejó un
mensaje en clave dentro del libro. Cualquiera
que tenga tu novela y que tome la última letra
de la última palabra de cada capítulo, puede leer
el mensaje que sepulta para siempre tu carrera
literaria y televisiva:
“Este libro no lo escribió Paca Rosa, lo escribió
Gabriel Alfaro por doce mil euros. Paca Rosa no
sabe escribir ni la “o” con un canuto. Y es adicta
a la cocaína. Mucho”.
Estás jodida.
Para terminar de demostrar la autoría de su
trabajo, el friki aporta las pruebas de registro de
todos los borradores que fue creando mientras te
escribía el libro. Y advierte que, si por casualidad
aparece muerto, posiblemente tú seas la respon-
sable ya que lo has amenazado de muerte.
Intentas parar el escándalo.
Usas tus influencias para que no se le entreviste

141
en la televisión. Al principio lo consigues: ninguno
de tus compañeros se atreve a ir contra ti.
Pero no sirve de nada.
Estás jodida.
No puedes parar a la puta prensa de internet ni
a los loros desocupados de las redes sociales.
Son demasiados.
Es un incendio.
Tu reputación arde.
Piensas.
Los poderosos, los que estáis “arriba” podéis
hacer cualquier cosa, incluso limpiaros el culo
con las leyes. Pero sólo hasta que llega la ver-
dadera justicia. No la justicia de los tribunales.
Allí los poderosos hacéis lo que queréis con un
buen abogado o con contactos entre los jueces.
Te refieres a la justicia real: la de la calle. La que
te señala con el dedo y te insulta. La que, con
su presión, te despide de un cargo público o la
que decide que ya no puedes tener un programa
en la televisión. Porque la gente deja de verte. La
justicia de la calle no se puede manipular aún.
Si la calle decide que eres una estafadora, lo eres
aunque en los tribunales se demuestre que no.
Te lo recordarán por donde vayas.
Con insultos, burlas.
El friki te ha ganado.
Eres el hazmerreír de España.
No hay nada que le guste más a la gente que ver
a una persona de éxito arrojada a un charco de
mierda, ahogándose.
Humillada.
Tu inmaculada carrera destruida.

142
Te tragas tu orgullo: lloras en exclusiva en tu
programa de televisión.
Es la primera vez que España te ve llorar.
En directo cuentas que el libro realmente lo
escribiste tú. Que sólo pediste ayuda a ese chico
para terminar la novela porque, por culpa de tu
divorcio, sufrías una depresión y habías firmado
un contrato con una fecha de entrega improrroga-
ble y necesitabas el dinero. Aseguras que el friki
sólo trabajó puliendo algunos aspectos literarios
que a ti te resultaban tediosos de hacer.
Eres inocente.
Es él quién te la ha jugado.
Tu “show” no cuela.
Eres millonaria, todos lo saben.
Mejor no hubieras tratado de dar pena sobre
asuntos económicos porque tú no tienes ni idea
de lo que es no poder llegar a fin de mes.
Estás jodida.
Que pase el tiempo, que todo lo cura.
La gente olvidará.
No.
No han olvidado.
Han pasado dos años desde el escándalo. Aún
hay youtubers que se creen graciosos. Te paran
por la calle con su teléfono y, grabándote, te pre-
guntan:
—¡Qué! ¿Para cuándo la segunda parte de tu
libro? ¡Si quieres te la escribo yo!
Luego lo suben al YouTube y se ganan unos
200 ó 300 euros con las visitas. La última vez
que pasó esto fue hace un rato, por la Gran Vía,
mientras salías de un VIPS de tomar algo con

143
unos colaboradores de tu programa.
No olvidan.
Les encanta tu metedura de pata.
Quizás por eso tu programa sigue en pie.
El escándalo no pudo con él, al contrario, lo
propulsó. Te hizo más popular que nunca. Ahora
tienes más audiencia y esnifas más coca, follas
más y tienes más dinero que un negro norteameri-
cano cantando rap en un vídeo musical de moda.
Ingresas en una semana más dinero que todo el
dinero que los subnormales que se ríen de ti por
la calle podrán ganar en toda su puta vida y en la
vida de sus futuros descendientes subnormales.
Pero la gente ya no te respeta.
Para ellos, eres una “choriza” más.
El escándalo te perseguirá de por vida pero el
nombre del friki ya lo han olvidado.
Escribió un nuevo libro, un tocho sobre todo
lo que pasó, novelizado. Como conseguiste que
todas las editoriales, incluso Amazon, le cerraran
sus puertas lo autopublicó él mismo en papel.
Habló con una imprenta, aprendió a maquetar,
mandó el PDF correspondiente, le enviaron a
casa ochocientos ejemplares en papel, se hizo un
blog y trató de venderlos por allí, creyendo que se
iba a forrar gracias al boca a boca y a la fuerza de
su literatura.
No vendió ni cincuenta ejemplares.
Encontró trabajo de media jornada de portero
en un edificio. Tras su fracaso literario abandonó
sus sueños de ser escritor. Ahora anda intentan-
do sacarse unas oposiciones para la Administra-
ción Pública.

144
Te encargarás de que no las saque en su puta
vida.
Esa va a ser tu venganza.
Tienes demasiados contactos.
El Gobierno trabaja para ti.
Disfrutarás como una enana viendo como el
friki no llega a nada; disfrutarás viendo como
su juventud va pudriéndose. Como no tiene ni
para comprarse unos zapatos. Disfrutarás vién-
dolo engordar, degradado, con la vida más gris
y maloliente que pueda tener un subhumano en
Madrid, la ciudad más cara de España. Dentro de
unos años te plantarás delante de él, maravillosa,
multimillonaria y le dirás:
—Nunca aprobaste una oposición porque yo así
lo ordené.
No tendrá valor ni para abalanzarse sobre ti. La
vida le habrá dado tantas hostias que las fuerzas
sólo le alcanzarán para llorar y agachar la cabeza
suplicando perdón.
Es hora de dar la vuelta a la tortilla.
Tienes un plan.
Hoy vas a dar el primer paso para recuperar el
respeto de todos. Vas a hacer un truco de magia
delante de toda España y, cuando saques tu co-
nejo de la chistera, la gente no va a enterarse qué
coño ha pasado. Lo único que sabrán es que no
quieren parar de aplaudirte y aclamarte.
Es de noche.
Aparcas tu coche frente a la puerta de un chalet
de Torrelodones.
Nada más bajar de tu biplaza de lujo (un Bent-
ley color verde botella) aparece una pareja de

145
guardias civiles. Te hablan de forma tajante:
—Esto es zona privada. No puede aparcar aquí.
—¿Seguro?
Abres tu cartera, les enseñas la tarjetita roja
que te dieron los del Gobierno. Los guardias civi-
les saben lo que representa la tarjetita.
Se cuadran ante ti.
—Disculpe, señora.
—Señorita. Vengo a ver a don Luis.
—Le acompañamos hasta su puerta si nos lo
permite, señorita.
—Encantada —accedes con chulería.
La puerta del chalet la abre doña Ana, la ancia-
na esposa de don Luis Mártinez, superintendente
del grupo de Delincuencia Especializada de la
Unidad Central Operativa:
—Hola, doña Ana. El superintendente me está
esperando —le dices.
—Está arriba, en su despacho. ¿Sabe usted una
cosa?
—¿Qué?
—Que me encanta su programa de televisión,
Paca Rosa. No me pierdo ni uno.
Sonríes. Tienes a todas las viejas de España
bajo tu poder. Da igual de qué clase social sean.
Los guardias civiles se quedan en la puerta,
doña Ana cierra la puerta. Subes las escaleras del
chalet. Observas. Todo es lujoso y a la vez todo
huele a viejo. El superintendente y su esposa te
recuerdan a los faraones que se encerraban en
pirámides con sus tesoros una vez que morían.
—¡Señorita, Paca Rosa! ¡Qué alegría!
—¡Don Luis! ¡Cuánto tiempo! ¡No lo veía desde…!

146
Dejas de hablar a posta. Te gustó ver como
palidece la cara del superintendente al creer que
ibas a decir en alto el escabroso secreto que cono-
ces. Un secreto demasiado importante y terrible
para ser dicho en voz alta. Un secreto del que,
seguramente, ni su anciana mujer es partícipe.
Tú sabes quienes fueron los autores reales del
triple crimen de Alcanar. En los años 90, tres
niñas aparecieron muertas tras haber sido some-
tidas a espantosas torturas sexuales. Se culpó a
tres gamberros de poca monta de la zona pero el
asunto no quedó nada claro de cara a la opinión
pública. Existen muchas dudas y contradiccio-
nes en el caso. Hace dos años, un reportero de
tu programa, tras realizar un trabajo de investi-
gación apasionante, descubrió la impactante ver-
dad. Obtuvo pruebas irrefutables que señalaban
a nada más y nada menos que a xxxxxxxxx como
el culpable. A cambio de dos millones de euros,
el reportero te entregó todas las pruebas de su
exclusiva y firmó un contrato de confidencialidad
por el que tendría que pagarte 1.000 millones de
euros si revelaba que el culpable era o
contaba cualquier detalle de lo que había descu-
bierto.
Iba a ser la exclusiva de tu vida.
Un escándalo que sacudiría las estructuras ins-
titucionales de España para siempre.
De conocerse, posíblemente provocaría un gol-
pe de Estado.
Jamás revelarás lo que sabes.
Hacerlo sólo te hubiera dado dinero. Callarte la
boca, te proporcionó poder. Poder para hacer lo

147
148
que quieras en España, cuando quieras.
Te reuniste con uno de los encubridores direc-
tos del caso, mostraste respeto, comprensión, no
paraste de decir “sí, señor”. En agradecimiento,
esa persona te dio la tarjetita roja que abre cual-
quier puerta en España.
Ya se la habías visto a usar a otros.
Tú también querías una.
Ahora España es tu buffet.
Y hoy es uno de esos días en los que vas a ser-
virte el plato que te apetece.
—¿En qué la puedo ayudar, señorita Paca Rosa?
—te pregunta amablemente el superintendente.
—Hace unas horas que mis compañeros me
han informado que tenéis un caso entre manos
que, la verdad, me interesa muchísimo para mi
programa.
—¿Cuál es, señorita Paca Rosa?
—Un hombre que ha matado a su hijo, a su
esposa y que trató de echarle toda la culpa a su
mejor amigo tras camelarle para que violara a su
mujer. La policía ha encontrado vídeos, mensajes
de voz y SMS que muestran un plan bastante
escabroso.
—Espere, señorita Paca Rosa, espere. Algo he
escuchado pero voy a llamar para enterarme bien
de todo.
El superintendente realiza una llamada telefó-
nica. Pregunta. Recibe la informa enseguida.
—Así es, querida Paca Rosa. Por supuesto. El
caso es para usted en exclusiva. Le mandaremos
toda la información y documentación que dispon-
gamos por mensajería urgente. Por las cámaras

149
de la Jefatura de Tráfico sabemos que el asesino
huye rumbo al norte de España, conduciendo
una furgoneta de su empresa. Está a punto de
ser detenido...
—No quiero que lo detengan...
—Ah. Un momento entonces. Tengo que volver
llamar. Es que estaban a punto...
Don Luis llama por teléfono. Ordena que no
procedan a la detención que, por ahora, única-
mente no pierdan de vista al sospechoso.
Cuelga el teléfono.
—Tampoco quiero que los únicos crímenes que
cometa ese señor sean los que ya hizo —prosigue
Paca Rosa— Quiero que ese imbécil se convierta
en el asesino en serie más aterrador de la historia
de España.
—No le sigo, señorita Paca Rosa...
—Quiero que abuse sexualmente de nuevas
víctimas. Y que asesine a alguien más. Familias
principalmente. Familias enteras. Del bebé al
abuelo.
—Me cuesta seguirla, Paca Rosa. ¿Cuál es la
finalidad de lo que está indicándome?
—Sí. Me explico mejor, perdone. Finja que ese
tipo comete más asesinatos o busque a alguien
que los cometa por él mientras lo mantenéis se-
cuestrado. Me interesa que parezca que es un
psicokiller que le gusta correrse sobre la boca de
sus víctimas una vez que están muertas. Quiero
que parezca que va por donde quiere de Espa-
ña, que secuestra a la familia que le apetezca,
los mata y luego se corre sobre la boca de todos
ellos. Quiero que España entera esté acojonada

150
con ese hombre. Que tengan pesadillas con él.
Quiero que la prensa diga durante las veinticua-
tro horas del día que estamos ante un criminal
superinteligente que tiene en jaque a los servicios
de inteligencia de este país. Quiero que salgan
comisarios en mi programa declarando que es
imposible de encontrar, que puede volver a matar
en cualquier momento. Y, cuando la gente no se
atreva ya ni a salir de su casa para ir a trabajar o
a dejar solos a sus niños en el colegio, me despla-
zaré a una casa rural que tengo en Asturias, diré
que yo estaba ahí de vacaciones o por razones
de trabajo y que el asesino apareció de la nada,
que trató de violarme... ya veré lo que me invento.
Vosotros me lo dejaréis drogado en esa casa. Lo
mataré a cuchillazos. Me lo serviréis en bandeja.
Así me convertiré en la salvadora de España.
—Pero…
—Eso es lo que quiero.
—Entendido.
—Pues ya está todo dicho –extiendes tu mano
al superintendente que no te la estrecha, dejas
la mano extendida— Ha sido un placer verle, don
Luis. A ver si un día de estos me permitís invita-
ros, a su esposa y a usted, a una paella que las
hago muy ricas.
El superintendente no sabe qué decir. Te estre-
cha la mano sin aún ocurrírsele nada que añadir.
Está impactado por tu retorcido plan.
—Pasaríamos un rato muy agradable —añade
Paca Rosa.
—Claro. Mi esposa es gran fan de su programa.
Cuando le extienda su invitación, seguro que le

151
encantará la idea.
—Pues ya nos llamamos y quedamos —zanjas
con una sonrisa falsa: porque si cree que que tu
ofrecimiento de cocinarles una paella es real, es
que es subnormal.
Antes de levantarte, sacas de tu bolso un ci-
lindro de plata, una bolsita de plástico. Preparas
dos rayas de coca en la mesa del despacho del
superintendente. Esnifas una, con fuerza.
—¿Quieres? —ofreces al viejo extendiendo el
cilindro de plata.
—No. Yo ya a mi edad ya no...
—Pues me la tomo por usted que estas cosas se
las lleva el viento —contestas con una sonrisa.
Vuelves a esnifar.
Te sientes poderosa, intocable.
No lo sientes.
Lo eres.
Por si acaso hace tiempo que le dejaste saber al
superintendente que, si un día desaparecieras o
murieras misteriosamente, has creado un meca-
nismo para que las pruebas irrefutables sobre el
caso Alcanar lleguen a mil periódicos de internet.
El superintendente mira como te guardas el ci-
lindro de plata en el bolso, te levantas, le sonríes
y bajas las escaleras para salir del chalet.
Cuando sales por la puerta, Don Luis te mira
el culo.
Lees su pensamiento.
En el pasado, cuando era un alto mando del ré-
gimen franquista, si hubieras venido a su chalet
a estas horas de la noche, te hubiera agarrado
por tu larga melena, tirado sobre la mesa del

152
despacho, bajado el tanga y te hubiera dado por
el culo sin que su esposa ni nadie se atreviera
a entrar para, siquiera, recriminarle que hiciera
tanto ruido.
Sin embargo, ahora eres tú quien podría sacar
de tu bolso un arnés con un consolador y hacerle
a él todo lo que él echa de menos poderte hacer
a ti.
El superintendente vuelve a tomar el teléfono.
Marca números, realiza los preparativos para
que todo se haga tal como has ordenado.
Mientras, a pie de la escalera, doña Ana te
entrega un tupperware con unas galletitas que
preparó esa misma mañana. Le das las gracias
efusivamente y un cálido abrazo.
En cuanto llegas a tu biplaza de lujo, abres
el tupperware y tiras las galletas al suelo ... ¿de
verdad que esa vieja no se da cuenta que tú no
te puedes permitir comer algo que engorde tanto
y menos por la noche? ¿Se cree que estás así de
buena porque Dios te ama?...
Arrancas el coche.
Rumbo a tu hogar vacío.
Pero millonario.

153
154
CAPÍTULO 9
“LA NAVE ESPACIAL DESPEGA”

P edo pasea por el patio de recreo del Centro


Penitenciario Madrid VII. Es su segundo día en la
cárcel. Gracias a que cuando violó a la esposa de
Mierda ella estaba drogada o muerta, el Estado
Opresor no se le acusa de “agresión sexual” sino
de “abuso sexual”. La diferencia está en que po-
drían haberle caído de entre seis a doce años si la
esposa de Mierda hubiera estado consciente du-
rante la violación. En cambio, gracias a que estaba
dormida o muerta, Pedo se enfrenta a una pena de
entre cuatro y diez años en prisión.
El juicio será dentro de dos meses.
Merchi no ha solicitado el divorcio.
Eso le resulta extraño a Pedo: además de violarla
y dejarla en bandeja de plata para que Mierda le
hiciera lo que le apeteciera, tuvo la poca vergüenza
de grabarla mientras se cagaba en su boca. Ese ví-
deo, recuperado por la policía de los servidores de
PHQVDMHUtDGH:KDWV$SSVHKDÀOWUDGRGHIRUPD
misteriosa y ha llegado hasta la televisión. Ayer
emitieron el vídeo en el programa de Paca Rosa,
y ahora todo el mundo se lo está pasando por el
WhatsApp con la sonrisita de quien realiza una
travesura. La frase: “un euro la bolsa” es el tercer
Trending Topic consecutivo que Pedo consigue en
menos de 48 horas. Los frikis que pueblan inter-
155
net están realizando canciones con algunos de los
entusiastas mensajes de voz que Pedo dejó en el
teléfono de Mierda. La canción: “Tú violas a mi
mujer y yo a la tuya” alcanza las diez millones de
reproducciones en YouTube.
—“Pero me la follé. Por lo menos me la follé” —
piensa Pedo—. “No estuve casado con Merchi du-
rante dos años sin follármela. Eso no me lo va a
poder echar nadie a la cara”.
Pedo detiene su paseo por el patio de la cárcel. Las
nubes se han ido, permiten que vea el sol. Cierra
los ojos, queda inmóvil de cara al astro rey, siente
su agradable calor. Imagina que el sol transmite
energía a la nave espacial en la que vive atrapado.
Asustado, da un respingo cuando un funcionario
de prisión, sin avisar, pasa un brazo por encima
de sus hombros. La mano del funcionario sujeta
un móvil que apunta a la cara de Pedo y a la suya
mientras se prepara para darle al botón de grabar.
—¡Venga, Pedo! Di la frase. Que se la quiero
mandar a unos amigos.
Pedo no duda en hacer lo que el funcionario pide.
Razona que la vida en prisión, sin la simpatía de los
funcionarios, será mucho más dura. De siempre
se habla que, en la cárcel, los presos responsables
de crímenes sexuales son maltratados, vejados y
violados. Las primeras horas que pasó en prisión,
Pedo intentó situarse lo más cerca posible de los
funcionarios, esperando que estos le protegieran
cuando se produjera el primer ataque violento. Te-
mía que en cualquier momento un preso le clavara
un cepillo de dientes entre las costillas.
Eso no le sucederá:

156
—“Una cosa es violar a una menor, otra es violar
dormida a una señora mayor que ya no se la folla-
ría casi nadie —le tranquilizó un preso al poco de
llegar—. El que sí que va a tener que andarse con
ojo es tu amiguito. Asesinar a un bebé es algo que
nunca se perdona por aquí”.
...

—Venga, dila ¡Venga! ¡Ya está grabando! —le or-


dena ahora el funcionario de prisiones.
3HGRVDEHDTXpIUDVHVHUHÀHUH1RHVHOSULPHU
IXQFLRQDULRTXHVHKDFHXQYtGHRVHOÀHFRQpOSL-
diéndole que diga:
—Tú violas a mi mujer y yo a la tuya.
—No, hombre, —le recrimina el celador— Dilo
con más gracia. Dilo riendo, como en los mensajes
de voz que le dejabas a Mierda.
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya! —grita
3HGRÀQJLHQGRVHUIHOL]
—¡Ja, ja, ja! —ríe el celador— ¡Vas a ver qué risa
con mis amigos! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué grande eres! ¡Me-
nudo descojono más grande les va a dar!
El funcionario de prisiones vuelve a dejarle solo.
Pedo cierra los ojos de nuevo.
Su piel absorbe los tímidos rayos de sol.
Piensa:
—“Nave al 30% de batería. Cargando. Preparán-
dose para el despegue”.
...

Hora del almuerzo.


Pedo llega al comedor de la prisión.
Toma la bandeja, el plato, los cubiertos de plás-

157
tico. Le sirven la comida. Judías verdes con torti-
lla y patatas guisadas. Se sienta en una solitaria
mesa. Enseguida acuden otros presos, le rodean.
Pedo teme por su vida. Los mira. Son un grupo
de siete mexicanos. Los reconoce. Su compañero
de celda le advirtió que tuviera cuidado con ellos.
Pertenecen a la peligrosa banda de los Ñetas.
Uno de ellos le habla:
—Aquí está el chingón, el mentado Pedo.
Pedo no entiende qué le ha dicho pero no en-
cuentra más que admiración en los ojos de quien
le ha hablado:
—¿Qué dices, manito?... No entiendo —pregunta
Pedo, intentado hablar patéticamente en mexica-
no.
—Que somos tus fans, compita —le explica uno.
—A ver pos, cuenta como está el jale —le pide
otro.
—No entiendo...
—Al chile pelón, ¿cómo comenzó la cosa?
Un recluso sonriente se une a la conversación.
Es un vasco, de unos setenta años. Mató a un ins-
pector de Hacienda. Tiene aspecto de intelectual.
Te traduce:
—Compañero, estos señores te están pidiendo
que les cuentes las aventuras por las que te metie-
ron en el talego.
—Al cabos, que hay un chingo de tiempo —pide
otro mexicano.
—Añaden —sigue explicando el traductor— que
les cuentes todo desde el principio, con el mayor
número de detalles posibles. Que disponen de
tiempo de sobra. La verdad es que a mí también

158
me gustaría unirme al grupo y escuchar tu relato,
si no te importa, claro.
Ni por un momento Pedo piensa explicarles que
ahora mismo lo menos que le apetece del mundo es
ponerse a contar su historia porque tiene hambre
y porque se siente depresivo. Pero sabe que está
ante una oportunidad única de hacer amigos que
le protejan de otros reclusos menos simpáticos.
Pedo cuenta la historia, con todo lujo de detalles,
haciendo gran hincapié en las frases que sabe que
más disfrutará su público gracias a que las han
escuchado en la televisión de la prisión:
—¡Tú violas a mi mujer y yo a la tuya! —ríen los
presos, felices.
La totalidad del comedor atiende el relato de
Pedo. Patalean y se revuelcan de risa por el suelo
cuando Pedo comenta que se folló a la mujer de
Mierda por el culo porque “por el horto, no hay
aborto”. El cocinero y sus ayudantes salen de la
cocina. No logran evitar las ganas de escuchar el
relato de Pedo junto a los funcionarios de prisio-
nes que graban el mítico momento con sus teléfo-
nos móviles. Sin embargo, cuando Pedo llega a la
parte en que Mierda le engaña, su voz comienza
a resquebrajarse a causa de la emoción que lo
embarga. Intenta evitarlo, pero no lo logra: llora
desconsoladamente, a la vez que dice:
—Pensaba que Mierda era mi mejor amigo.
Se forma un gran silencio.
(VXQPH[LFDQRTXLpQORURPSHDÀUPDQGR
—La neta, es que eres un pinche joto.
—Eso quiere decir —explica el vasco— que el
mexicano sospecha que usted es maricón.

159
...

Se hace de noche.
Es la hora de dormir.
No hay luz, todo es oscuro.
Demasiado oscuro.
El compañero de celda de Pedo se llama Asma
Mohamed Bensliman. Es un marroquí de unos
treinta años de edad. Mató a sus tres hijos hace
siete años para vengarse de su esposa, una an-
daluza que pretendía divorciarse de él. La madre
nunca pudo enterrar a sus pequeños. El moro
jamás desveló donde tiró o qué hizo con los cadá-
veres.
Desde la litera de abajo Asma pregunta a Pedo:
—Oye... ¿Te importa que me haga una paja?
—No… supongo que no…
—Es que así se duerme mejor, ¿sabes?
—Sí, me imagino.
—Anoche no me la hice porque fue tu primera
noche y me daba un poco de corte. Pero es estú-
pido. Si el Profeta quiere, vamos a estar por aquí
muchos años juntos.
—Eh... gracias por haber sido tan considerado.
—Tú también puedes hacerte una paja si te ape-
tece.
—No... no me apetece. Estoy un poco depre.
—Bueno. Como quieras. Corto y cambio.
Asma comienza a masturbarse.
Pedo trata de abstraerse de los gemidos y ruiditos
de Asma que denotan que comienza a pasárselo en
grande.
Le traen gratos recuerdos.

160
Le recuerdan a los viejos y buenos tiempos en los
que Mierda se masturbaba a su lado, en la furgo-
neta de la empresa.
Tiempos de mentira.
Por culpa de Mierda no volverá a poder salir a
la calle, como hombre libre, hasta que cumpla 50
años.
¿Qué será de él ese día? ¿Quién querrá contratar
a un violador, viejo y sin estudios universitarios?
¿Qué va a ser de su vida?
—Asma… —habla Pedo.
—¡No me hables!
—No, es que tengo una pregunta…
—¿Puedes esperar a que termine?
—Bueno…
—Joder... ¡Qué quieres!... ¿Chupármela?
—No, no. No es nada de eso…
—Entonces deja que termine… ¡Mierda! Mira. ¡Me
la has bajado completamente! A ver si te enteras:
HVEDVWDQWHFRPSOLFDGRPRQWDUVHXQDÀHVWDDTXt
en la oscuridad, sin ver porno ni disponer de una
puta tele. Se requiere de mucha disciplina mental.
Cuando un compañero se está masturbando hazte
el loco y no le hables. Eso es una regla que aquí
respetan todos.
—Perdona. Es que te quiero preguntar una cosa.
—¡Y sigue!
—¿Tú como soportas estar aquí? Es decir, ¿en
qué te apoyas? Anoche me contaste que, al prin-
cipio, te intentaste suicidar un par de veces pero
luego se te pasó.
—...en la ciencia.
—¿Ciencia?

161
—Sí. Mientras me restablecía de mi segundo
intento de suicidio, en la enfermería del hospital,
leí un artículo en un periódico. Según contaba
XQFLHQWtÀFR3, sólo hay que aguantar veinte años
para que todos volvamos a ser jóvenes. La me-
dicina, de aquí a veinte años va a dar sí o sí con
remedios para rejuvenecer nuestros órganos y
QXHVWUDSLHO(OFLHQWtÀFRGLFHTXHFRQODPHGL-
cación de la que dispondremos, lo normal es que
podamos vivir mil años sin problema. Esto lo leí
en “El País”, no en un periódico cualquiera. Así
que tiene que ser cierto.
—¿Y?
—¿Cómo que “y”? ¡Haz cálculos! Dentro de vein-
WHRWUHLQWDDxRVÀMRTXHHVWDUpIXHUD<IXHUDUH-
juvenecer va a ser algo normal y corriente. Nada
más salir tendré a mi disposición novecientos
veinte años de vida y además siendo joven. ¿Qué
son treinta años en la cárcel comparados con
novecientos treinta años de vida? Un mes malo,
sólo eso.
Pedo piensa.
—¿Eso es verdad?
—Que te digo que lo leí en “El País”. El tipo era
XQFLHQWtÀFRGHHVRVLPSRUWDQWHVFRQFDUDGHLQ-
teligente.
—Sí. Supongo que si eso es así, todo estará
bien...
—Claro. Sólo hay que mantenerse sano. Inclu-
so, si te lo curras, puedes salir de prisión con un
título universitario que te dé trabajo cuando vuel-
(QWUHYLVWDD$XEUH\GH*UH\JHURQWyORJRUHDOL]DGDSRU$QD
&DUEDMRVD\SXEOLFDGDHQODYHUVLyQGLJLWDOGHOGLDULR³(O3DtV´HO
GHRFWXEUHGH
162
van a convertirte en joven. Sólo hay que aguantar.
¿Puedo pajearme ahora?
—Sí.
—¿Prometes no interrumpirme más?
—Te lo prometo, Asma.
—Como me interrumpas, te mato. Mira que no
me importa que me metan diez años más —bro-
mea Asma
—No me vas a escuchar ni respirar. Prometido.
Mientras Asma reanuda su masturbación, Pedo
piensa cómo será su futuro si lo que aseguró ese
FLHQWtÀFRHQODHQWUHYLVWDHVYHUGDG
Supone que someterse a un rejuvenecimiento
integral de cuerpo no será un asunto barato. Ten-
drá que pedir un crédito en un banco al salir de
prisión.
—“Pero claro —piensa Pedo— si luego tienes
más de novecientos años para devolver el crédi-
to… no creo que el banco te ponga muchas pe-
gas”.
Llega a la clínica de rejuvenecimiento.
Se tumba. Le pinchan con unas cuantas inyec-
ciones. Seguramente hasta le abrirán en canal
para poder inyectarle la medicina rejuvenecedora
directamente en los órganos envejecidos. Tras
descansar y restablecerse de la operación, le
mandarán de vuelta a su casa. La medicina irá re-
generando su cuerpo, poco a poco. Seguramente
el proceso de rejuvenecimiento tardará en hacer
efecto unos días, unos meses o quizá un año. Un
día se levantará de la cama y verá que su cabello
está volviendo a nacerle, sin canas. Las arrugas
comenzarán a borrarse. Notará sus huesos otra

163
vez fuertes. Un día sentirá tanta energía que le
apetecerá salir a correr. A la semana siguiente se
apuntará en un gimnasio. En un espejo del gim-
nasio, tras salir de la sauna, se descubrirá otra
vez con la apariencia de un chaval de veinte años
de edad, más sano que una manzana.
Incluso quizás se le regenerará y dispondrá otra
vez de dos testículos.
Sin embargo, por dentro, seguirá siendo él.
Un ser solitario, al que nunca nadie quiso ni
querrá jamás.
Un gilipollas.
Eso nadie podrá arreglarlo.
Porque Pedo no cree posible que Merchi lo ama-
ra: cree que sólo estaba con él por ser el único
imbécil del mundo que podía soportar su deses-
perante enfermedad.
Y lo era.
—“Sólo una vez ame” —reconoce Pedo.
Y fue a Mierda.
Al principio sólo lo admiraba, celebraba haber
HQFRQWUDGRSRUÀQDXQDPLJRUHDODXQKHUPD-
no. Después, poco a poco comenzó a enamorarse
de él, en secreto. ¡Tantas veces deseó besarle en
la boca! ¡Tantas veces se masturbó en el asiento
de atrás de la furgoneta de Ángeles Express SL
mirándole a él y no a la guarra que protagonizaba
el vídeo!
Los buenos y viejos tiempos.
Que nunca volverán ni existieron.
Sea joven o no.
Nunca podrá superar esto.
Mierda le cortó sus venas.

164
¡Su amor le cortó las venas!
Pedo rompe a llorar.
—¡Coño, Pedo! ¡Otra vez me has jodido la puta
paja! ¡Me cago en Dios! ¿Estás llorando? ¿De ver-
dad que estás llorando? —se queja Asma.
—¿Crees que puedo dejar de ser yo mismo? —
pregunta a Asma— ¿Crees que los médicos pue-
den hacer que olvide a un amor?
—¡Me cago en Alá! ¡Te voy a matar!
Decidido, Pedo baja de la litera.
—Que era broma —dice Asma, temiendo que
Pedo vaya a pegarle.
No.
Pedo sólo bajó de la cama para poder sacar su
sábana del colchón. La enrolla sobre sí misma a
modo de soga. Se sube al wc. Amarra un extremo
de la sábana a un barrote de la ventana. El otro
extremo lo ata alrededor de su propio cuello, a
modo de horca.
—¿Te vas a suicidar o vas de farol? —pregunta
Asma.
—No trates de evitarlo, por favor.
—Yo no me meto en lo que no me llaman —avisa
Asma sonriendo.
Pedo, en su improvisada y efectiva horca, co-
PLHQ]D D DVÀ[LDUVH 0LHQWUDV PXHUH HVFXFKD
una voz que proviene de su interior:
—“Abandonando la nave. Atención, Abando-
nando la nave. Regresamos a las estrellas. Misión
ÀQDOL]DGD FRQ p[LWR +HPRV GHVFXELHUWR TXH QR
servimos para nada”.
Antes de cerrar los ojos para siempre, Pedo ve
FRPR$VPDVHPDVWXUEDPLUiQGROHÀMDPHQWHVLQ

165
parpadear, exitándose con su muerte.
Asma eyacula a la vez que el enamorado muere.
.
.
.
.
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.
.
.
Descansa en paz, Pedo.
Y que encuentres el consuelo entre las estrellas.

166
167
168
CAPÍTULO 10
“LA CASA DE LA CIMA DE LA MONTAÑA”

E l GPS señala que llegaste a tu destino: la


casa rural. La pasas de largo. No detienes tu co-
che patrulla hasta doscientos metros después.
Observas la casa por el espejo del retrovisor:

Compruebas que todo está tranquilo. No hay


casas cercanas, ni gente. Nadie os ha visto llegar,
tampoco nadie os verá salir del coche. La casa ru-
ral es la última casa de arriba de la montaña, la
más discreta. El lugar está perfectamente elegido.
Paca Rosa lo utiliza como picadero secreto para
sus orgías. Las malas lenguas dicen que le va que
se la follen en grupo jovencitos que aspiran a ser
tronistas en “Mujeres, hombres y viceversa”. Se

169
dice que le gusta recibir hostias, los bukakes y
que le escupan.
Bendita sea.
Como banda sonora del paseo elegiste una se-
lección de tus canciones preferidas de Julio Igle-
sias. Antes ibas por ahí de modernote diciendo
que te gustaba Nick Cave. Pero no sabes inglés,
nunca entendiste sus letras y, desde que rompis-
te tus cadenas y te convertiste en un ser humano
libre, sólo escuchas la música que realmente te
gusta y te divierte cantar en voz alta.
Julio Iglesias es el mejor.
Ha sido un paseo en coche agradable. Te gusta
el campo, la naturaleza, el aire puro. Te imagi-
nas viviendo feliz gracias al autoconsumo en una
granja, con cerditos, pollos y caballos, en una
casa rural como la que estás vigilando. Si se lo
propusieras a tu esposa, sabes que arrugaría
la nariz como si estuviera oliendo mierda. No
se adaptaría jamás a semejante forma de vida.
Ama demasiado la ciudad, las tiendas cuquis, el
cine, los restaurantes de moda, tomar café con
sus amigas, discutir con su madre mientras va
de compras...
Mierda, tu prisionero, se ha portado bien du-
rante el paseo. No ha dado nada de lata. Está
tan cagado por haber presenciado tu disparo en
la cara al empleado de la gasolinera que no se
atreve ni a respirar demasiado fuerte no sea que
repares en él.
La gente piensa que asesinar a alguien es algo
bestial. Están equivocados. Matar es algo superes-
piritual. Te conecta mejor con la autoconciencia

170
GHWXSURSLRVHUÀQLWR0DWDUWHKDFHVXELUXQHV-
calón hacia el lugar donde reside el conocimiento
supremo. Te convierte un poco en el dios que rige
con mano dura y crueldad nuestros destinos. Has
quitado la vida a alguien por elección propia. No
por hambre ni por defensa propia. Sino porque tu
inteligencia así te lo ha razonado. Además, absor-
bes la energía de la persona que matas, te convier-
tes en alguien más poderoso. Todo esto jamás se
lo has podido contar a nadie. Pensarían que estás
loco.
Permites descansar por hoy, apagando el mp3,
al bueno de Julio Iglesias. Instantáneamente,
desde el asiento de atrás, percibes un halo de te-
rror. O es un halo de terror o Mierda se ha cagado
en los pantalones: cree que ha llegado su hora.
—¿Puedo llamarte Mierda? —le preguntas con
sorna a través del espejo retrovisor.
La mente de Mierda se acelera. Sufre parálisis
por análisis. Quiere contestarte pero no puede ni
se atreve. Como contestación sólo consigue ex-
SXOVDUXQEXÀGR6RQUtHV5HVXOWDFyPLFRVXVX-
frimiento. Das marcha atrás con el coche patrulla
hasta llegar a la puerta de la casa rural.
—Quédate aquí, ahora vuelvo —le dices a Mier-
da como si no estuviera esposado y encerrado
dentro del coche patrulla.
Bajas del coche, abres la puerta del maletero.
Cargas todo lo que allí metiste antes de salir de
Madrid: cadenas, una taladradora, una caja de
tornillos, un par de cubos de plástico y paquetes
con rollos de papel higiénico.
Abres la puerta de la casa con la llave que te

171
dieron cuando te encomendaron la misión.
—¡Hola! ¿Hay alguien? — te aseguras desde el
umbral de la puerta— ¡Policía!
Nadie responde, por supuesto.
Es lo acordado.
Entras. Recorres los dos pisos de la casa. Exa-
minas habitación por habitación. A pesar de ser
una casa rural Paca Rosa la ha amueblado y
acondicionado con todas las comodidades pro-
pias de un apartamento de lujo. Eliges el salón
del cuarto de arriba. Lo único malo de esa habi-

WDFLyQ HV TXH WLHQH XQD YHQWDQD GREOH 7H ÀMDV


afortunadamente tiene persiana y rejas por fue-
ra. Dejas en el suelo todo lo que cargas, bajas la
SHUVLDQD KDVWD VX WRSH VDFDV WX DÀODGD QDYDMD
del bolsillo. De un solo tajo cortas la cuerda que
es imprescindible para subir y bajar la persiana.
Intentas volver a subir la persiana: es imposible.
Piensas:
—“Esta habitación será perfecta”.

172
Con el taladro haces doce profundos agujeros
HQ OD SDUHG ÀMDV ODV FDGHQDV D ORV WRUQLOORV \ D
la pared. Veinte minutos después has terminado
tu trabajo. Regresas al coche patrulla. Al abrir
la puerta recaes, con desagrado, en el olor que
procede de los pantalones de Mierda:
—¿Te has cagado? —dices— Venga, vamos.
Mierda no se atreve a salir del coche. Sigue cre-
\HQGRTXHKDOOHJDGRVXÀQ
—Tranquilo, chiquitín, tranquilo —tratas de
serenarle pero, de sopetón, te invade la ira y gri-
tas— ¡Venga! ¡VAMOS COJONES!
Violento, agarras la nuca de Mierda con tu mano
y lo arrojas fuera del coche, tirándolo al suelo. Al
verlo caer, aparatosamente, sientes vergüenza de
lo que acabas de hacer.
No era necesario abusar, te dices.
A veces sufres ataques de ira.
Que no consigues controlar.
5HÁH[LRQDV
De pronto te sentiste demasiado importante
como para estar donde estás: en mitad de la nada,
a tomar por culo, haciendo trabajos de obrero,
cuidando de un gordo mongólico que se hace sus
necesidades encima.
A tu edad mereces algo más.
Ayudas a levantarse del suelo a Mierda. Mien-
tras lo levantas ni tú ni él reparáis en que, desde
su bolsillo, cae a la hierba del jardín su pequeña
bolsa con cocaína.
Guías al prisionero hasta el piso de arriba.
Mierda solloza:
—No me mates, no me mates, por favor...

173
Al llegar a la habitación, sumas otro par de
esposas al par que Mierda ya lleva puestas. Las
nuevas las unes a las cadenas que atornillaste
contra la pared. Las cadenas permitirán al pri-
sionero llegar hasta el cubo de plástico y al rollo
de papel higiénico que has dejado al otro lado de
la habitación. Allí podrá hacer sus necesidades.
No es que te importe mucho que Mierda se cague
y se mee en cualquier lugar de la habitación pero
supones que sí desagradará a Paca Rosa. El su-
perintendente te ha dicho que parte fundamental
de tu misión es hacer feliz a Paca Rosa. Incluso,
cuando la tengas delante, tienes que hacer lo que
ella te ordene.
—¿Tienes hambre? —preguntas a Mierda.
—Tengo mucha sed, señor.
3RUÀQVHDWUHYHDKDEODU$OYHUVHHQFDGHQDGRD
la pared ha deducido que, por ahora, no va a ser
ejecutado. Quizás sólo torturado.
Bajas hasta el coche: del asiento del copiloto to-
mas la bolsa de lo que robaste en el minimarket
de la gasolinera.
Regresas a la casa.
Sacas el revólver de tu cinturón. Avanzas pre-
parado para disparar. No eres un paranoico.
La experiencia te dice que debes estar siempre
preparado para un ataque inesperado por muy
improbable que parezca que pueda producirse...
quizás las cadenas han fallado, quizás Mierda ha
escapado y espera agazapado tras la puerta para
atacarte. Cuando las misiones fallan es porque
un hecho fortuito, impensable, a veces imposible,
sucede contra todo pronóstico.

174
Eso nunca va a pasarte a ti.
Encuentras a Mierda en la habitación, esperan-
do la merienda. Sentado en el sofá como si fuera
un niño educado y vulnerable. Es imposible que
Mierda consiga escapar de esa habitación. Sólo
podría escapar de sus cadenas si su dentadura
le permitiera cortar acero. Entregas a Mierda uno
de los vasos de plástico y las revistas porno.
—Hagamos un trato —le propones—. Mete se-
men en este vaso y te daré Coca-Cola y donuts.
—¿Tu semen o el mío? —pregunta Mierda, te-
miéndose lo peor.
—El tuyo, subnormal.
—¿Para qué quieres mi semen dentro de un
vaso?
Aplastas la punta de tu revólver contra su ca-
beza.
—Para que sigas vivo —respondes.
Mierda piensa que está frente a un degenerado
sexual. Como ese que salía en “El Silencio de los
Corderos”. Sólo que, al que te ha tocado, lo que le
pone es beber semen y cantar canciones de Julio
Iglesias en voz alta. Mierda se baja la cremalle-
ra, saca su polla. A pesar de que está en reposo,
blanca, diminuta, sin vida intenta excitarla me-
neándosela.
—¡Coño! ¡Para! —le recriminas— ¡No te pajees
conmigo delante!... Estaré en una de las habi-
taciones de fuera. Cuando te corras dentro del
vaso, lo cubres bien con papel de aluminio y me
avisas. Te juro que, si al agarrar el vaso me man-
cho la mano con tu semen, te pego el tiro que
estoy deseando regalarte en la cabeza desde la

175
primera vez que te vi... ¿me estás escuchando,
imbécil de mierda?
—Sí… señor… —contesta.
Por piedad, o compañerismo masculino, le dejas
cerca la Coca-Cola y los donuts. Para que se meta
azúcar en el organismo. Quizás el mongólico ne-
cesite un poco de ayuda tras tanto trajín. Entras
en el dormitorio contiguo. Te acuestas sobre una
cómoda cama.
Cierras los ojos.
Tratas de descansar un rato.
Aún queda mucho trabajo para que tu jornada
laboral termine. Quedan muchísimos kilómetros
por recorrer, mucha gente a la que matar.
Desde la habitación de al lado escuchas ge-
midos intensos. Todo apunta a que Mierda está
haciendo su trabajo.
—“Merezco algo más” —piensas.
Cuando te entregue el vaso, darás los siguien-
tes pasos de tu misión. Sembrar el terror. Buscar
una entrañable familia lejos de aquí. Asesinarla
en el interior de su vivienda. Sin que sus vecinos
adviertan nada. Dejar semen de Mierda sobre los
labios de cada integrante de la familia.
Recibes un wassap de tu esposa:
—“K TAL EL DÍA, MI DAVITÍN?”—pregunta.
—“DE PM, AMOR. LUEGO T LLAMO K AHORA
TENGO LÍO” —contestas.
—“X DONDE ANDAS?”
—”YA LLEGUE A SALAMANCA. EN 1 RATÍN T
LLAMO. COMO ANDA LA NIÑA”
—“NO T OLVIDES K ESTOY ABURRIDA. LA
NIÑA MERENDANDO. LUEGO HAREMOS LOS

176
PUTOS DEBERES... K DIVERTIDO!”
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Guardas el teléfono.
Te da por recordar cómo has llegado hasta el
día de hoy.

177
PRESENTANDO A DAVID
CAPÍTULO 11
“COCHINO Y VIOLENTO”

D e niño te gustaban los cómics de superhé-


roes: Superman, Batman, Spiderman, Dan Defen-
sor… ¡Querías ser como ellos! Como homenaje a
tu infancia, decidiste ser un héroe de adulto: ga-
narte la vida como policía. Estudiaste, entrenaste,
¡conseguiste el trabajo! Te convertiste en un po-
licía valiente, inteligente, leal, respetado por tus
compañeros.
Conseguiste pagar las facturas de la casa con
tu trabajo. Que tu esposa se sintiera satisfecha
contigo. Conseguiste que vuestro futuro, eso que
tanto miedo suele dar, pareciera un buen amigo
en quién confiar y no el sucio hijo de puta que sue-
le estar siempre aguardándote con malas noticias.
—Eres un gran hombre, serás un gran padre —
te anunció un día tu esposa.
Te echaste a llorar de la emoción.
Ese es el héroe en el que te habías convertido.
Hasta que llegó el frío.
Sucedió en un día libre del mes de marzo.
Decidisteis hacer unos largos en la piscina
municipal del barrio. En bañador, justo antes
de entrar en la piscina, te poseyó un frío helado
insoportable. De arriba a abajo. Nunca antes te
había ocurrido. No podías dejar de temblar como
un loco. Te pusiste de cuclillas, te abrazaste a ti
mismo en posición fetal intentando protegerte.
Estabas seguro de que morirías de un momento a
otro. Este frío te congelaba el cerebro y el corazón.
181
Lo extraño es que, a los demás bañistas presentes,
ese frío no les afectaba a pesar de que estaban
expuestos a la misma temperatura que tú. Miraste
a tu esposa en busca de explicación y de ayuda.
No estaba a tu lado.
Se encontraba lejos de ti, avergonzada.
Te fijaste: todo el mundo te miraba como si fue-
ras un tarado de esos con problemas psicológicos.
—“Tengo frío, tengo frío, necesito una toalla, ne-
cesito calor, ponte encima de mí” —pediste a tu
mujer.
No te ayudó. Estabas seguro de que ibas a mo-
rir. Se te ocurrió una idea para tratar de salvar
tu vida: correr hasta las duchas de los vestuarios.
Abriste el grifo del agua caliente. Te metiste deba-
jo. El agua quemó tu piel salvando tu vida.
Al salir de los vestuarios, ya estable, seco, abri-
gado, tu esposa no te recibió ni con el abrazo ni
con las palabras cariñosas que esperabas:
—¿Qué pasa, estás loco? —te increpó molesta.
—No sé qué me pasó. Es la primera vez que me
ocurre... ¡Fue angustioso!
—Ya no vengo más aquí ¡Qué vergüenza me has
hecho pasar! ¿No eres un hombre?
—Sí, claro pero…
—¿Me quieres explicar por qué te comportaste
como un maricón? Yo creía que estaba casada con
un poli hijo de puta peligroso y no con un tarado
mental.
No supiste qué replicar.
Supusiste que te machacaba con esas duras pa-
labras para que te avergonzaras y no volvieras a
mostrarte débil: que tú lo fueras la hacía sentirse

182
a ella desprotegida.
Lo peor ocurrió dos días después, estando de
servicio. Un vecino del barrio de Chamartín avisó
al 112 que, en ese mismo momento, un tipo con
un mazo estaba tratando de forzar la entrada de
un negocio situado a pie de calle de su edificio.
El aviso os llegó a la radio del coche patrulla. Tu
compañero y tú fuisteis los primeros en llegar:
visteis al hombre altísimo, encapuchado, robus-
tísimo, con un mazo, dando martillazos: a punto
de conseguir reventar el candado de la persiana
metálica del negocio. Tu compañero fue el primero
en salir del coche empuñando su arma reglamen-
taria. Tú, no. El frío extraño regresó para atacarte.
No te permitía salir del coche. Tu cuerpo tembla-
ba al completo, indefenso. Pensaste que si salías
se intensificaría y morirías seguro. Tratando de
sobrevivir volviste a encogerte al mismo tiempo
que veías como otro encapuchado atacaba por la
espalda a tu compañero. Tratando de advertirle
gritaste con todas tus fuerzas desde el interior del
coche patrulla.
No fue suficiente.
El segundo encapuchado golpeó a tu compañero
en la cabeza. Tu compañero cayó al suelo. El enca-
puchado del mazo se acercó también para golpear-
lo. No dejaron de pegarle hasta que tu compañero
quedó inconsciente, tirado sobre la carretera como
si se tratara de una bolsa cualquiera de basura.
Enseguida se metieron en un coche deportivo que
más tarde sería reportado como robado. Salieron
volando antes de que llegaran los otros coches
patrullas. Pero antes de desvanecerse para siem-

183
pre viste con gran vergüenza como, durante unos
segundos que se te hicieron eternos, los crimina-
les te miraban fijamente a los ojos, incrédulos,
sin entender por qué no salías del coche patrulla,
pensando por qué tenían tanta suerte de que no
fueras una amenaza para ellos y no parases de
temblar como un loco.
—Estás cagado —te dijo muy enfadado uno de
los policías que llegó minutos después— Alberto
podría haber muerto por tu culpa.
—La lealtad hacia tu compañero —te expuso
otro policía utilizando un tono que te hizo sentir
miserable— es el principal seguro de vida de un
policía. Sin ella, no somos nada.
A partir de ese momento te convertiste en un
paria en el departamento.
—Quizás sea algo del hipotálamo... ¡Ay! ¡Los mis-
terios del hipotálamo! —se aventuró a diagnosticar
el doctor asignado a la comisaría— Pero más bien
creo que va a resultar ser un problema psicológico.
Veremos qué es...
Te hicieron todo tipo de análisis.
No encontraron nada.
Tu cuerpo parecía tan sano como una manzana.
Tu cerebro desde luego que no lo estaba.
—Es lo que pensamos todos desde un principio
—te confirmó el doctor— Es un problema psico-
lógico. Ataques de pánico, seguramente. Ese frío
existe únicamente en tu cabeza. Date cuenta que,
cuando sufres esos ataques de frío, ese frío sólo te
afecta a ti. Lo extraño es que comiences a sufrirlos
ahora, tras seis años de ejemplar servicio.
—¿Estoy loco de pronto?

184
—Todos estamos un poco locos. Pero tú, desde
luego, no estás para estar de servicio. En cual-
quier momento podrías dejar de ser un apoyo para
tus compañeros y dejarlos con el culo al aire. Lo
siento.
Te dieron la baja médica.
Los meses fueron pasando.
Tu sueldo, menguando.
Tu esposa te echó en cara el asunto. Que qué
iba ser de vuestra hija y de vosotros. Cada día te
humillaba de un modo distinto. Un día te compró
un gel, Testogel, para la aplicación tópica de tes-
tosterona. Aseguraba que lo que te ocurría es que
te faltaba la testosterona necesaria para volver a
ser un hombre “otra vez”.
Te sentiste inútil, solo.
Empezaste a preferir dormir en el sofá que en la
cama de matrimonio, junto tu esposa.
Por el día, evitabas también su compañía.
Dejasteis de hacer el amor.
Te diste cuenta que el amor, las buenas obras,
el respeto, la dedicación, el esfuerzo, el valor que
hiciste por ella y por vuestra hija durante todo este
tiempo, ya no lo tenía en cuenta. Que eso era un
pago que tenías hacer diariamente, que no se con-
cedían créditos. Te diste cuenta de que la belleza
interior es como la ropa interior: sólo la valora el
que la lleva puesta. La belleza interior es un haz-
mereír, un contenido que tienes dentro de ti para
que te aplasten. Todo está bien mientras estás
sano y tienes un buen sueldo. Entonces el mundo
que te rodea, te sonríe. Porque, alrededor de un
hombre sano y con dinero, siempre se forma un

185
grupo de microorganismos parasitarios: gente que
vive y encuentra protección dentro del status que
ese hombre ha conseguido.
En esta sociedad, el hombre no se ha de limitar
a sobrevivir él. Del hombre ejemplar se espera que
sustente a toda una familia. La sociedad, en cam-
bio, sólo pide a las mujeres que seán eternamente
guapas y que se abran de patas y que den hijos.
Con que hagan eso, ya han cumplido. Y si hacen
más, allá ellas. Un hombre queda solo en cuanto
deja de ser útil para su familia.
Piensas.
Ese cruel modo de ser quizá lo tengamos graba-
do en la cabeza. En la prehistoria, al inútil, al que
no sabía valerse por si mismo y cazar, se le dejaba
atrás en la tribu, para que se lo comiera el lobo.
“Carga” se llama a la gente que no puede valerse
por sí misma.
Te habías convertido en una carga.
El amor no existe. El amor es un cuento. La gen-
te no ama porque sí. Ama por necesidad: para ro-
dearse de tantos bienes materiales y comodidades
sean posibles. Aman por codicia. Aman para so-
brevivir más tiempo trabajando lo menos posible.
—Ese frío —te dijo el psicólogo que te tocó—
puede ser causado por muchos motivos. Terror,
trauma, represión…
¿Terror? Siempre fuiste un tipo con unos cojones
impresionantes. Es lo que cualquiera del departa-
mento de policía hubiera dicho de ti antes de que
comenzaras a sufrir los ataques.
¿Trauma? Hasta el día que llegaron los ataques
sentías que tenías una vida plena ¿Alguna vi-

186
vencia traumática en la infancia? Fuiste uno de
tantos niños “secuestrados” por su propia madre.
Ella trató —con muchísimo amor, mimos e infrin-
giéndote miedos— que nunca te hicieras mayor
para que nunca te marcharas de casa. No logró
reprimir tu hombría e independencia. A los vein-
ticinco años ya eras policía y vivías en tu propia
casa hipotecada con tu actual esposa. ¿Tu padre?
Un electrodoméstico que, jurarías, sólo usó su po-
lla el día que dejó embarazada a tu madre. Nunca
un borracho, ni un maltratador. Ni siquiera un
ludópata. Un funcionario de la administración pú-
blica que, desde que lo fundó Fraga, siempre votó
al Partido Popular.
Facha, muy religioso aunque nada traumático.
—¿Represión? —te preguntó el psicólogo.
—Eso… bueno —contestaste— Ya sabe. Supongo
que lo normal. Me refiero a que no más reprimido
que cualquier persona que viva en este mundo.
Todos vivimos como si pudiéramos tirar esta vida
a la basura…
—¿Siente usted que está tirando su vida a la
basura?
—No, no. Me refiero a que a veces vivimos esta
vida como si hubiera otra vida esperándonos y no
estuviéramos viviendo la única oportunidad que
tendremos. Pero claro, vivir al límite esta vida se-
ría dañino. Si no reprimiéramos a diario nuestros
deseos e instintos más bajos, o moriríamos muy
jóvenes o nos pudriríamos en la cárcel.
—No me refiero a eso cuando hablo de “repre-
sión”. Hablo de que si sabes ser tú mismo sin mie-
do a que el camino que elijas para ello decepcione

187
a los demás. Ya sabes. Todo tiene su valor justo.
Algunas veces le damos a cosas que no nos gusta
hacer un valor desmedido y hasta las hacemos a
diario. ¿Sabes vivir la vida en la incertidumbre?
Eso también podría ser la causa de tus ataques
de pánico.
—Sí... quizá sea algo de eso. Tendré que trabajar
en esa dirección.
—Es un comienzo. Estoy contento. ¿Y usted?
—Mucho.
¡Chorradas!
Le dijiste a tu psicólogo justo lo que quería oír.
¡Tenías que conseguir volver a tu trabajo cuanto
antes! Si de verdad el frío helado sólo podía ser ori-
ginado por los choques emocionales que el loquero
te planteaba, tenías claro que la única represión
que sentías concernía a la de tu polla. Sí, repre-
sión. Si no, no te pajearías tanto con vídeos porno-
gráficos. No imaginarías tanto el cuerpo desnudo
de las mujeres con las que te cruzas por la calle.
No te imaginarías cómo les botaría el culo si te las
follaras. El sexo es en lo único que te sientes repri-
mido. Si tu esposa fuera comprensiva y te lo per-
mitiera, te follarías a casi todo lo que llevara coño.
Pero jamás la abandonarías. Si vencer la represión
es la única manera que tienes para recuperar tu
trabajo, el respeto de todos y que tu esposa vuelva
a considerarte un hombre, pues al lío.
Jamás pensaste en que ibas a ser infiel a tu es-
posa.
Hasta ese día siempre intentaste encontrar den-
tro del matrimonio las cosas que necesitabas para
satisfacerte. En eso querías ser como tus padres

188
a pesar de que siempre consideraste la fidelidad,
por lógica, como una gran locura transitoria. El
planeta Tierra tiene 4,543 miles de millones años
y vivimos justo en la época en la que se considera
alta traición follar con alguien que no sea tu pa-
reja. La culpa de esto la tiene la Iglesia Católica
por elegir al sexo como la autopista al infierno. Si
en vez de en el sexo, a los curas les hubiera dado
por tomarla contra el acto de expulsar orina, a lo
mejor la infidelidad la identificábamos más con ir
al baño junto a otra persona que no fuera nuestra
pareja. Gracias a los curas, la gente identifica la
infidelidad con algo retorcido cuando realmente es
lo más natural del mundo. El 99,9% de la huma-
nidad ha sido infiel en su vida. 100% si tomamos
como válidos nuestros pensamientos de a diario.
Todos tus compañeros de trabajo engañan o han
engañado a sus parejas y, supones, que todas sus
mujeres también los han engañado si han encon-
trado a alguien que no tenga miedo de follar con la
mujer de un policía... que esa es otra.
Tú siempre fuiste fiel.
Eso es lo que va mal en ti.
En tu cabeza.
En cuanto dejes de tener agarrotada tu polla y
la liberes en el interior del coño de alguna mujer
amable, todo volverá a funcionar bien dentro de tu
cabeza. El frío desaparecerá.
Estás reprimido.
¿Cómo empezar a vender tu alma al diablo? Pare-
ce que todo el mundo se la ha vendido y sabe cómo
hacerlo pero tú no fuiste a la escuela la mañana
que el profesor explicó cómo encontrar a alguien

189
con quién engañar a tu pareja. Espontáneo, siem-
pre creas un muro imposible de traspasar entre
cada mujer que conoces y tú. El asunto de ser
infiel te parece supercomplicado. No te la ponen
dura las mujeres que sólo quieren follar porque
son incapaces de controlar sus hormonas o por-
que son mongólicas. Además, se dice que existen
pero tú sólo has visto a tías que quieran follar por
follar en las ficciones de las pelis porno.
Las mujeres que te gustan son las adultas e in-
teligentes. El problema que suponen estas es que
quieren que tu mujer se entere para que te deje y
te cases con ellas. Ellas, aunque hayan prometido
lo contrario, siempre desvelan lo sucedido a tu es-
posa. No deseas ser un divorciado, un padre de fin
de semana sí, fin de semana no.
Sólo quieres curarte.
Hay más peligros. Como eres policía sabes que
los dementes tiempos actuales han creado a las
feminazis “justicieras”. Cada vez se conocen más
casos. Estas mujeres pertenecen a movimientos
feministas, follan para sanar a la sociedad. Buscan
hombres casados para liarse con ellos y después
de habérselos follado, montar el pollo para que
su esposa, hijos y familiares se enteren. Les pone
el clítoris alargado y duro mostrar a los hombres
ante la sociedad como los cerdos que en realidad
son.
Y de paso se dan una alegría al coño.
Probaste con las webcams.
Por poco menos de treinta euros una veinteañe-
ra, desde EE.UU, se metía un consolador por el
coño, mirando fijamente a la cámara y susurrando

190
tu nombre.
Te gustó.
Pero era caro y necesitabas más.
Te lanzaste a las putas, bendito tesoro.
Te las follabas gratis.
No fuiste tan cutre ni cabrón como para aprove-
charte de tu placa y amenazarlas con meterlas en
problemas si no accedían a lo que les pedías como
sí que sabes que hacen algunos de tus compañe-
ros. Tú fuiste mas elegante. Ofrecías protección
a cambio de sexo. De vez en cuando te llamaba
alguna para que le solucionaras la papeleta con
algún cliente que se pasaba de la raya pegándolas
o, cuando enamorados u obsesivos, comenzaban
a acosarlas. Hacías una visita a estos señores
vestido con tu uniforme de policía delante de su
familia o en su lugar de trabajo y esos hombres se
llamaban al orden inmediatamente. Aterrorizados
de que sus acciones salieran a la luz y destrozaran
sus vidas para siempre. A cambio de la protección,
las putas te follaban gratis con ganas profesiona-
les, una vez a la semana. Se pasaban tu teléfono
las unas a las otras. Te recomendaban.
Eras su Dan Defensor.
Era un buen negocio.
Por morbo, cada vez que te follaste a una puta,
al regresar a casa, te follaste también a tu mujer
¿Por qué no la dejaste? Se había descubierto como
una interesada, un parásito: no la necesitabas...
salvo porque te gustaba ser un marido y un padre
ejemplar. Te gusta mucho y eso que cada vez que
cambias el pañal a tu hija la muy marrana se mea
intentando alcanzar tus ojos: parece que se pasa

191
todo el día esperando el momento en que vayas
a cambiarle el pañal para tratar de mearte en los
ojos. Tampoco te apetecía vivir solo, te gustaba la
imagen de la familia perfecta que formabais, ver
en los ojos de la gente, de sus familiares y amigas
como creían que eras el hombre que soñabas ser.
Ya que no se puede conseguir eso en la realidad,
por lo menos veías esa imagen de quién te hubiera
gustado ser en como te miraba la gente. Si te se-
parases de tu mujer perderías tiempo hasta que
te casaras con alguna y terminaras justo en el
momento perfecto en el que te encontrabas ahora
mismo. La infidelidad se convirtió en un añadido
que enriqueció tu vida. Tenías cara de hijo de puta
y ahora eras también un hijo de puta. Por fin todo
cuadraba.
Eras un hombre.
Y tenías razón.
El frío desapareció.
Recuperaste tu trabajo.
Pensaste que el secreto para ser feliz en la vida
era dejar de tomarla en serio y centrarse en buscar
únicamente tu propia satisfacción. Dejar de pen-
sar “me gustaría tener esto” y tan sólo cogerlo sin
hacerse demasiadas preguntas sobre si está bien
o mal. La felicidad llega cuando te das cuenta que
has vivido toda la vida como un estúpido, creyen-
do que te faltan cosas cuando realmente dispones
de todo lo necesario para ser feliz al alcance de tu
mano. Sólo que no te atreves a cogerlas porque
te da miedo ser feliz. Piensa esto. Tú estás en el
asiento de atrás de tu coche, eyaculando dentro
de una puta. Un rico está dentro de su avión pri-

192
vado rumbo al Caribe, eyaculando dentro de una
puta rodeado de montañas de billetes de 200 eu-
ros. ¿Quién es más feliz de los dos? ¿El rico o tú?
Sois exactamente igual de felices. Los dos estáis
haciendo exactamente lo mismo. Es cierto que él
tiene un avión privado pero si te crees que no vive
cada día con miedo a dejar de ganar dinero y a
perder su avión, como tú tienes miedo a perder
tu trabajo y que el banco te embargue todos tus
bienes es que no sabes nada de la vida. Nunca
nadie tiene suficiente dinero para estar tranquilo
de por vida. Incluso Michael Jackson no paraba de
pedir créditos cuando estaba con vida. Y eso que
todas las canciones de los Beatles, además de las
suyas, las del artista que más discos vendió en la
historia, le pertenecían.
O dejas de tomarte todo tan en serio o vives toda
la vida asustado, reprimido y anhelando lo que
tienen otras personas que salen en las revistas,
creyendo que allí está la felicidad.
Eyacular bien, comer bien, dormir bien, cagar
bien, pensar bien. Eso es todo lo que necesitas
para ser feliz.
Patrullando, pillasteis a unos dealers en las
afueras de Madrid. Dos hermanos, universitarios
hijos de papá, que creían que estaban de vuelta en
la vida pero que, realmente, no tenían ni puta idea
de nada. Se habían montado una pequeña planta-
ción de marihuana en un chalet de las afueras que
sus padres —gente adinerada que vivía en Valla-
dolid— les habían alquilado para que sus hijos es-
tudiaran en la capital de España y poder presumir
ante sus amistades. Los hermanos distribuían por

193
la universidad el material que cultivaban. Les iba
bien, ampliaron el negocio y comenzaron a vender
también cocaína y pastillitas. Se volvieron descui-
dados: el asunto se les fue de las manos. Creyeron
que podían vender sus drogas a los amigos de
sus amigos y que ningún envidioso o policía del
sistema los delataría. Cuando tu compañero y tú
detuvisteis a los niñatos, encontrasteis además de
las drogas, mucho dinero metido dentro de bolsas
de basura. En un momento en que tu compañero
se encontraba totalmente centrado en los jóve-
nes emprendedores, agarraste veloz una de esas
bolsas y la tiraste al interior de un contenedor de
basura, sin que él o nadie lo advirtiera. En cuanto
terminó tu turno, volaste en tu coche: regresaste
al barrio de los dealers universitarios vestido de
paisano, escondido bajo una gorra.
Era de noche.
Abriste el contenedor.
Sonreíste.
Sí. Por fortuna la bolsa seguía allí.
Nadie te vio sacarla. Y si alguien te vio pensó,
menudo pobre hombre que se alimenta de lo que
otros tiran a la basura.
Contaste la pasta en tu coche.
22.000 eurazos.
Manda huevos.
En un instante de chorizo te hiciste más pasta
que trabajando durante un año como honrado
policía. Te gastaste ese dinero en tu familia, de-
jaste a la pequeña francotiradora de meados con
sus abuelitos e hicistes, con tu mujer, escapadas
románticas de fin de semana a París, Praga, Vene-

194
cia...
Es maravilloso tener pasta, hospedarse en bue-
nos hoteles. Gastar dinero sin estar contando con
miedo a no llegar a final de mes.
Querías seguir viviendo así.
Querías más.
Decidiste vivir con los ojos bien abiertos.
Volver a aprovechar la primera oportunidad que
se te presentara.
Ahí fue cuando todo se jodió.
O se arregló para siempre.
Una puta te llamó para pedirte que fueras a ha-
blar con un cliente. En pleno siglo XXI y a pesar
de que la prostitución sigue siendo el oficio más
antigüo del mundo, aún algunos imbéciles se ena-
moran de las putas, se gastan más dinero del que
deberían para estar con ellas a diario y, cuando
se les acaba la pasta, se sorprenden que pasen de
ellos como de la mierda. Entonces los imbéciles
despiertan, se sienten insultados, estafados, se
vuelven irreflexivos, obsesivos.
Ese pobre hombre se pasaba el día dentro de su
coche. Esperándola fuera del portal del piso en el
que la puta ejercía su oficio. Cada vez que la puta
salía del portal, el imbécil se le acercaba, gritándo-
le ofendido, dolido:
—“¡Hoy te has follado a doce tíos! ¡A doce! ¡Puta!
¡Puta! ¡Menuda guarra! ¿No te das asco a ti mis-
ma? ¿Por qué no te buscas un trabajo decente?”
La puta te lo señaló.
Le seguiste.
Al entrar en el garaje del edificio en el que vi-
vía, lo encaraste. A este subnormal no te apeteció

195
asustarlo ante sus familiares o compañeros de
trabajo. A este subnormal lo sacaste del coche y
le comenzaste a pegarle una contundente tunda.
La verdad es que con una advertencia y el primer
golpe en la cabeza le hubiera bastado para decidir
que era hora de olvidar a la puta pero, cuando lo
viste en el suelo mirándote con esa cara de imbé-
cil, no pudiste evitar agacharte y comenzar a ma-
chacarle la cara a puñetazos, un buen rato, hasta
que su nariz y rostro empezó a parecerse bastante
a una masa de carne picada. Porque ni el destino
tuvo piedad de él. El destino no hizo que un veci-
no irrumpiera en el garaje de pronto, obligándote
a huir. Le dejaste de pegar cuando se te cansó el
brazo. Te fuiste de allí tranquilo, con la seguridad
de que nadie te había visto: era de noche, te habías
fijado bien de que por el garaje no habían cámaras
de seguridad.
No contaste con la cámara del interior del coche
del imbécil. Se había comprado una de esas que
la gente coloca ahora en el salpicadero del coche
para grabar posibles accidentes. Estamos en tiem-
pos de crisis. Cada vez hay más espabilados que
se tiran sobre tu coche, por ejemplo en un paso de
peatones, para intentar sacarle a tu seguro una
paga por unos cuantos meses con la que ir tirando.
El imbécil finalmente fue descubierto por un ve-
cino. Llegó la ambulancia y la policía. Los primeros
se lo llevaron medio muerto. Los segundos, regis-
traron su coche, descubriendo la cámara. Cuando
la policía dio al play presenciaron la película que
acababa con tu carrera en el cuerpo de policía.
Estabas jodido.

196
Esa misma noche pasaste de tu coche patrulla
al calabozo. Por compañerismo te dejaron llamar
a tu mujer antes de encerrarte. Mentiste al buzón
de voz de su teléfono. Fabulaste que te habían re-
clutado para una misión secreta de la policía, que
no sabías si volverías a casa mañana o dentro de
una semana.
—“O nunca” —pensaste antes de colgar tras
asegurar que estarías bien, que no se preocupara
porque para nada era una misión peligrosa, sólo
de vigilancia, que la volverías a llamar en cuanto
los mandos te lo permitieran.
Te encerraron.
Mañana te vería el juez.
En las cuatro paredes del calabozo visualizaste
durante toda la noche cómo te habías cagado so-
bre cada centímetro de tu vida.
Al día siguiente te trasladaron a la jefatura.
Situada en la Central de la Policía.
Comenzaba el circo.
Primero reprimenda ejemplar, expulsión ful-
minante del cuerpo. Acto seguido, humillación
popular, juicio, cárcel y un infierno del que no
saldrías nunca. Cuando se descubriera que eras
el apasionado protector de un harén de putas que
te follabas estaba claro que tu esposa pediría una
orden de alejamiento para que ni ella ni tu hija
tuvieran que volverte a ver la cara en la vida, no
así a los billetes de la pensión de por vida que un
juez te obligaría a pasarles.
¿Lo tenías merecido?
No. Hiciste lo que tenías que hacer.
Te escoltaron hasta un despacho. Te sentaron

197
en una silla, inesperadamente te quitaron las es-
posas. Os dejaron solos: sentado frente a ti, estaba
el mandamás don Luis Martínez, superintendente
de la policía. Su mirada se alejaba mucho de ser
la inquisidora que esperabas. Don Luis Martínez
estaba feliz, sonriente, alegre.
—Necesito gente como tú en mi grupo secreto.
¿Te animas? —te preguntó.
—No entiendo, señor.
—Hemos tenido una baja y he pensado que un
muchacho fortachón y despierto como tú encaja-
ría perfectamente en mi grupo. Ganarás diez veces
lo que ganas ahora... ¿Qué? ¿Qué me dices?
—Señor, se equivoca. Yo soy...
—David Santos Menéndez, policía desde el año
2008. Con problemas psicológicos, que parece ya
dejaste atrás, y bastante travieso según hemos
ido enterándonos. Te van las putas, el dinero y la
violencia. Bueno, ¿a quién no? Pero en el fondo
tienes buen corazón, eres un hombre de familia.
Alberto, tu compañero informó a asuntos internos
que robaste una cantidad de dinero recientemen-
te. ¿Creíste que no te vio, verdad? Pues el muy
chivato informó. Desde el día que recibió aquella
colección de golpes por tu culpa te tenía entre ceja
y ceja. Supongo que está esperando un ascenso
por delatarte ¡Menuda rata! En mis tiempos le ha-
bríamos hecho desaparecer entre todos. Que siga
esperando por su asenso ¡En la vida lo va a con-
seguir! Le mandamos callar, te mandamos seguir
y fuimos testigos del imperio del mal en miniatura
que humildemente te habías montado… ¡Un gran
estilo de vida, sí señor! ¡Putas gratis pero a cambio

198
de trabajo honrado! Así sí, no a lo vagancias y abu-
són, aprovechándote con las muchachitas como si
fueras un Torrente cualquiera. Y ya cuando me
enteré que casi matas a ese enfermo a golpes casi
me da algo, pensé ¡Aquí tengo a mi hombre! ¡Lo
encontré! ¡Un diamante en bruto al que sólo hay
que pulir un poco!
—¿No voy a ir a la cárcel?
—Sólo si no aceptas mi propuesta, pimpollo. Voy
a enseñarte un vídeo. ¿Quieres verlo?
—Lo que usted ordene, señor.
—Tienes que decir sí o no. Pero, una vez que
lo veas, ya no habrá marcha atrás ni podrás lla-
marme nunca señor. Seré tu jefe, pero también tu
amigo.
No lo pensaste demasiado:
—Quiero verlo.
El superintendente sacó su iPhone del bolsillo
de su americana. Te puso un video. En él apare-
cía un hombre mayor estrangulando a una chica
joven a la vez que, no se veía bien si por el culo o
por la vagina, la penetraba con furia. Ver el video
te provocó angustia. Esperabas que en cuanto el
señor mayor lograra correrse soltara de una vez el
cuello de la pobre chica. Ella estaba a las puertas
de la muerte. No lo hizo. El viejo sólo logró correrse
cuando la chica estaba muerta del todo. Al termi-
nar, el señor mayor se volvió hacia la cámara.
Con una sonrisa.
Pudiste ver su cara.
Lo reconociste.
Le veías en el periódico casi a diario.
No te lo podías creer.

199
Era nada más y nada menos que .
—Exactamente. Todos tenemos nuestras perver-
siones, ¿entiendes?.
—¿Pero de verdad es ?
—¡Claro! ¿Qué, cómo te quedas? Te pongo este
video para que sepas a qué clase de poder defen-
derías e intuyas, a no ser que seas bobo, qué tipo
de cosas te va tocar hacer... ¿Qué? ¿Te animas?
—¿Tendré que matar?
—Muchas veces. La buena noticia es que no va
a ser tu primera vez. Te informo oficialmente que
el tipo al que le diste lo suyo en el aparcamien-
to ha muerto esta mañana. Pero más que matar,
tendrás sobre todo que pegar, extorsionar, sacar
la basura, traernos una pizza margarita... lo que
te pidamos y sin miedo a estar haciendo algo ile-
gal. Nosotros somos los que decimos qué es legal
o ilegal. Necesito que entiendas esto: que aunque
Franco haya muerto seguimos viviendo en su dic-
tadura. Mi grupo de policías trabaja para los seño-
res que tienen sometidos a todos los gobiernos que
ha tenido España desde la muerte del Caudillo. No
creas que este trabajo es un puesto que ofrecemos
a menudo y a cualquiera. Muy pocas veces hay
una baja pero, desde hace unas semanas, existe y
he pensando en ti con mucho cariño para suplirla.
—Pero si esto se supiera… me refiero que si se
supiera que es un sádico asesino.
—¿Cómo se va a saber? ¿Por ti? ¿Con qué prue-
bas? ¿Piensas ponerte a gritar y alertar a los po-
licías que te escoltaron hasta aquí para que me
confisquen el iPhone? ¿Crees que te harían caso?
Vivimos en un sistema dictatorial y esclavista, no

200
creas que el populacho no lo sabe. Todos los espa-
ñoles lo intuyen sólo que prefieren no pensar de-
masiado en ello. En España la gente nace sumisa
desde hace décadas. Incluso nos permiten tener
inmunidad. Por ejemplo, el rey de España tiene
licencia para matar como si fuera 007 o para violar
a quien le salga del nabo en mitad de la verbena
de un pueblo sin que, por esos hipotéticos hechos,
sea posible abrir diligencias penales contra él. Eso
está perfectamente estipulado en la gran y libre
Constitución Española. Lo puede leer cualquiera.
Eso es algo que todos los españoles hemos acepta-
do aunque nunca lo hayamos votado... porque los
españoles aceptan la dictadura. Las élites creamos
españolitos en serie que no piensan. La gente re-
pite como papagayos las polémicas y los cuentos
que les soltamos por los periódicos que les hace-
mos leer. Les dejamos criticar, cacarear y votar,
por eso creen que viven en una libertad. Cuando
salen de sus trabajos de esclavos, les controlamos
con los pasatiempos que mantenemos e ideamos
para ellos: Tele5, la liga de fútbol o las series y las
películas norteamericanas que les dejamos des-
cargar gratis de internet. Y si no les va eso, caen
en el alcohol o las drogas legales o ilegales que
dejamos al alcance de sus manos. Ya sabes: es im-
posible encontrarte a alguien por la calle y que no
te hable de algo que no hayas escuchado antes mil
veces. Están todos reeducados y hasta les hemos
convertido en chivatos de nuestro propio sistema.
Pero estas cosas han de mantenerse en secreto. Si
saliera este video, que te acabo de enseñar, en los
medios online que no controlamos nuestro tinglado

201
se jodería para siempre. La gente se pondría tonta,
los americanos intervendrían en nombre de los
derechos humanos y nos quitarían del poder para
poner a otros que les interesen más a ellos. Otros
que incluso serían peores que nosotros, no creas.
Que a ver si te crees que las élites de los otros
países las forman eunucos celestiales. Nosotros,
por lo menos, amamos España, nos preocupamos
por la paella, el chorizo y demás platos típicos. Ha-
cemos todo lo que está en nuestra mano para que
España no se rompa y la gente viva, más o menos,
con dignidad... ¿qué? ¿Aceptas?
—Claro que sí... y es verdad. Todo esto que me
cuenta, en el fondo lo imaginaba. Pero nunca lo
dije en voz alta porque, dicho así, suena a conspi-
ranoico.
—Tendrás que hacer cualquier cosa que te diga-
mos sin dudar. Sólo vigila que no te pase lo que te
ha pasado esta vez. Me refiero a que se te grabe
en video cometiendo un acto criminal. Si ese vi-
deo llega a internet sin que podamos interceptarlo
—como sí que hemos podido hacer en esta oca-
sión— no podremos cubrirte o hacerlo desapare-
cer. Internet es un arma que han inventado los
americanos para cogernos con el culo al aíre. ¿En-
tiendes? Recuerda que, hoy en día, las cámaras de
los teléfonos móviles las carga el diablo. Si te gra-
ban en vídeo cometiendo un delito te tendremos
que dar, con todo el dolor de nuestro corazón, la
espalda y por mucho que asegures que trabajabas
para nosotros, nadie te creerá... ¿Has visto a Tom
Cruise en “Misión Imposible”?
—Sí. Sí, señor.

202
—¿Seguro que lo entiendes?
—Sí, perfectamente, señor. Y, sinceramente, me
gusta lo que me propone. Mucho. Muchísimo.
—Pues a partir de ahora puedes llamarme Luis.
Somos compañeros. Mañana tendrás un coche
patrulla en la puerta de tu casa. Patrullarás solo.
No responderás ante nadie que no sea yo. Olvídate
de tu departamento y de tus compañeros; salvo
que te lo ordene yo, jamás vuelvas por allí ni para
saludarlos por sus cumpleaños. La mayoría de
las misiones las efectuarás como un lobo solita-
rio. No trabajarás cada día, como mucho tendrás
una misión una o dos veces al mes. Eso sí, serán
misiones intensas a las que no te podrás negar
nunca o te expulsaremos del cuerpo. Por cada mi-
sión que cumplas, ganarás un bono extra de miles
de euros.
—Cuando me suba al coche patrulla cada maña-
na... ¿qué hago? ¿A dónde voy?
—A esperar a que yo te llame por teléfono. Al-
gunos días te llamaré y otras semanas no. Mien-
tras esperas, te vas al cine o al parque del Retiro
a darle de comer a los pajaritos. Lo que apetezca
menos meterte en líos. Eso es todo. Puedes retirar-
te, David. Gracias y felicidades por tu asenso. Te
lo mereces.
Saliste del edificio de forma muy diferente a como
pensabas que saldrías.
Decidiste entrar en el bar más próximo.
Pediste un café con leche y unas porras que te
supieron a gloria. Y, de postre, un sol y sombra.
Regresaste a casa tras desayunar. Le dijiste a tu
esposa que en la misión habías destacado por tu

203
valentía. Tanto que a partir de ahora trabajarías
en una división secreta en la que se te triplicaba
el sueldo...
—¿Cóoooomo? —preguntó tu esposa, encanta-
da— ¿Ahora eres un espía? ¿Como James Bond?
—¡Ja, ja, ja! ¡Exactamente, cariño!
¡Nunca viste a tu esposa tan feliz! Te lo agradeció
durante toda la semana con las mejores mama-
das de tu vida ¡Ni las putas la sabían chupar así!
¡Lo que hace el interés por satisfacer de verdad al
que suelta una buena pasta! Ni te imaginas a qué
placeres te hubiera entregado si no le hubieras
ocultado el resto de tu sueldo ¡Seguramente que,
con una sonrisa, se hubiera traído a su hermana y
a su prima para que te las follaras delante de ella!
Con el dinero que le ocultaste comenzaste a pegar-
te la vida padre de lunes a viernes. Para no meterte
en líos renunciaste a tu trabajo de superhéroe de
putas. Las dejaste de ver para siempre. Por fin te
convertiste en un superhéroe que se supercuidaba
a sí mismo. A las nuevas putas que comenzaste a
follarte les pagabas y hasta la vista mis señoritas.
Las misiones solían ser sencillas: por ejemplo
hace unos años te tocó ir a la casa de un joven
escritor, romperle la nariz, robarle el teléfono y el
ordenador. Recibiste un bonus de 2.000 euros.
Por secuestrar a un activista de derechos huma-
nos, pegarle una paliza, matar a su gato introdu-
ciéndolo en el microondas y amenazar de muerte
a su familia más cercana, Luis te dio un bonus de
25.000 euros. Por empujar a alguien a las vías del
metro mientras las cámaras estaban apagadas,
90.000. Te enganchaste al portal inmobiliario idea-

204
lista.com. Si esto seguía así en cualquier momento
podrías comprarte un chalet de lujo de esos que
nunca te atreviste soñar, en las afueras de Madrid
de incluso un millón. Lo malo era que tu teléfono
sonaba poco, las misiones caían con cuentagotas.
Alquilaste un pequeño apartamento en Vallecas,
muy discreto, para no pasar tanto tiempo en la
calle, patrullando sin rumbo. Pasabas los días de
putas, comiendo donde te apeteciera, bebiendo
o en tu guarida secreta viendo películas en una
tele de plasma que te cagas de grande, mientras
soñabas con misiones del más alto rango. Esas se
pagaban, según te había informado el superinten-
dente, con un mínimo de 200.000 euros.
La oportunidad llegó.
Por fin.
—Tengo una misión —te explicó Luis, una no-
che— Es un poco, digamos bestia, pero creo que
ya estás preparado.
—Lo estoy, Luis. Lo que tú me pidas, por Dios.
—Hay que matar, niños, mujeres... varias veces.
—¿Matar a la misma persona varias veces?
—No, no. A diferentes. Me lías. Pero el bonus
es el máximo que hemos dado. Te daré 300.000
euros si realizas esta misión de forma plenamente
satisfactoria para mí y mi cliente.
—Cuenta con ello.
—Venga, te daremos 400.000 euros.
—No te he pedido más dinero, Luis.
—Lo sé. Pero es dinero de los contribuyentes.
¿Qué más da? ¿Te explicó la misión?
—¡Por favor!
Escuchaste la misión con una sonrisa en los

205
206
labios. Sobre todo cuando el superintendente te
explicó —no fuera que te comieras el coco— que
matar niños, si lo pensabas con lógica, era menos
cruel que comerse una pata de cordero en un res-
taurante a plena luz del día porque “los corderitos”
son recién nacidos también.
—No se preocupe, señor. No me voy a poner con
pijadas. Quiero la misión, por favor —recalcas-
te con ansiedad y volviéndolo a tratar de usted:
por mucho que Luis te decía que era tu amigo,
en momentos como ese sabías que no era así: el
superintendente era tu jefe, tu dios, tu salvador.
Antes de colgar, tras explicarte cada detalle, te
avisó como siempre que extremaras la precaución
con las cámaras: que recordaras que si la “verdad”
llegaba a la calle, vía internet, no podría hacer
nada para impedir convertirte en el chivo expia-
torio de cada uno de los espantosos crímenes que
acababa de pedirte cometieras por el bien de la
salud de España.
—Conozco los riesgos, señor. De verdad que no
se preocupe por nada.
¡Estabas deseando empezar!
¡400.000 euros!
Con ese dinero... ¡la casa del millón de euros es-
taba más cerca que nunca!

207
208
CAPÍTULO 12
“SOY TU SALVADOR”

D elfinario de Madrid.
Como si se tratara de un hada, una joven ves-
tida con un traje de neopreno surge del interior
de la piscina, sin moverse. El público —formado
principalmente por niños acompañados por sus
padres— abren la boca, maravillados. La joven
está de pie. Hace equilibrio sobre el morro de un
delfín.
—¡Hola niños y niñas! Mi nombre es Kiki —se
presenta la joven a través de un micrófono de dia-
dema— ¡Y mi amigo ascensor se llama... Loooo-
quiiiitooooo!
Entre aplausos y el tema central de “Piratas del
Caribe” —que suena a todo volumen— Loquito
lleva a Kiki sobre su morro de lado a lado de la
piscina hasta que, al llegar a uno de los bordes,
Kiki sorprende con una felina voltereta con la que
cae de pie, fuera de la piscina.
—¡Y ahoraaaaa! —anuncia Kiki tras recibir más
aplausos— ¡Los amigos de Loquito! ¡Los delfines
Cantarín, Saltamontes, Mortadelo y… Espina-
aaacaaaaa!
A la vez que caen cientos de globos de colores al
agua, cuatro alegres delfines aparecen en la pis-
cina dando simpáticas piruetas. El público vuelve
a aplaudir entusiasmado.
—¡Ayayaaaai! ¡Atención! ¡Vamos a hacer algo
peligroso! —anuncia Kiki— ¡No lo hagáis en casa,
niños!
209
Kiki toma un aro, le prende fuego. Los delfines,
como impulsados por un resorte, saltan uno a
uno a través del aro. Los niños se levantan de
sus asientos asombrados por lo que están pre-
senciando. Sus padres no paran de sacarles fotos
para subirlas inmediatamente a las redes socia-
les. Al terminar de saltar por el aro, los delfines
se acuestan sobre el borde de la piscina. Esperan
que la domadora les premie con una pequeña
golosina. Ocurre otra sorpresa. El público ríe. A
espaldas de la joven alguien irrumpe disfrazado
de Darth Vader. Kiki sonríe:
—“¿Quién de sus compañeros será el que se ha
puesto ese disfraz? —piensa— ¿Qué broma se les
habrá ocurrido a esos locuelos?”
La sonrisa de Kiki desaparece cuando descubre
que Darth Vader empuña un revólver semiauto-
mático y dispara al cráneo de los delfines. Antes
de que los delfines reaccionen y escapen alcanza

210
a dos. Las balas actúan como clavos. Los delfi-
nes a los que alcanza quedan como clavados, sin
vida, en el borde de la piscina. Los otros delfines
huyen, ocultándose en el fondo de la piscina. A
Darth Vader aún le quedan cinco disparos más.
Dispara. Vacía el cargador en la cabeza de los
delfines que, inertes, yacen bajo sus pies. No le
importa que estén muertos desde el primer dispa-
ro. Disfruta viendo como sus balas les descubren
los sesos.
En los diez segundos que Darth Vader lleva
disparando, el caos y el pánico ha estallado en
el parque. Kiki no se ha quitado el micrófono dia-
dema. Por ese motivo se le oye gritar más que
a nadie. Algunos padres toman a sus hijos en
brazos. Corren tratando de bajar de las gradas lo
más rápido que sus cuerpos, decadentes por sus
vidas sedentarias, les permiten; otros padres sólo
piensan en salvar sus propias vidas olvidando a
sus hijos: salen corriendo del delfinario, solos.
Cuando Darth Vader dispara su última bala sabe
que es hora de desaparecer: da media vuelta, co-
rre hasta llegar a uno de los baños para mujeres
del parque. De allí no sale. Quien sale es Merchi,
que se ha quitado el disfraz, dejándolo tirado so-
bre un váter. El revólver lo guarda en su bolso,
junto a su bono del metro, varias chocolatines
y las llaves de casa. Merchi gritando, fingiendo
que también está aterrorizada (aunque en algún
momento se le escapa alguna carcajada) se une
a la muchedumbre que corre, temiendo por sus
vidas, hacia la salida del parque.
Escapa.

211
Baja unas escaleras.
Toma el metro.
Al entrar en el tren ve que hay asientos libres.
Se sienta. Con fuerza cruza las piernas.
Porque nota su coño húmedo.
Lo aprieta entre sus muslos.
—“Merchi 2 - Delfines 1” —piensa.
...

Hora y media después, Merchi llega a su casa.


Abre la puerta. Sus perras saltan ladrando, feli-
ces, sobre su querida dueña. Merchi no devuelve
el cariño. Tiene algo urgente que hacer. Se encie-
rra en su dormitorio, deja a las perras fuera. Se
acuesta sobre la cama de matrimonio, toma su
móvil. Se hace un dedo utilizando el vídeo que
circula por internet. Ese en el que Pedo la viola
¡Se alegró tanto de verlo! ¡Le gustó tanto que la
penetrara dormida! ¡Qué bueno! ¡Dijera lo que
se dijera eso había sido una idea absolutamente
genial de Mierda! ¿Cómo no se les había ocurrido
antes a ellos? ¡Era la solución a su problemas!
Merchi, aunque se definía como asexual, siempre
deseó tener relaciones sexuales con Pedo. Con
Pedo y con un montón de hombres. Por dentro
siempre se sintió ninfómana. Sólo su enfermedad
le impedía ejercer. El contenido del otro vídeo, ese
en el que Pedo se le cagaba en la boca, no le había
gustado tanto... pero Pedo le había limpiado tan
bien que, cuando ella se despertó a la mañana
siguiente no había tenido ninguna molestia así
que… ¡Podrían haber sido felices juntos! ¡Todo
era hablarlo! ¡Ese narcótico hubiera sido la so-

212
lución a sus problemas! Merchi incluso hubiera
permitido que Pedo violara a otras mujeres siem-
pre y cuando ella también pudiera ser penetrada
por otros hombres mientras Pedo los grababa.
Así ella podría ver esos vídeos luego, haciéndose
dedos.
Merchi llega al orgasmo:
—¡Ay! ¡Ay! ¡Pedito! —gime.
Cierra los ojos.
Disfruta del orgasmo hasta que se desvanece.
Abre los ojos:
—¿Estás ahí Pedo? —pregunta con un hilo de
voz— Si estás ahí manifiéstate, por favor.
Pedo no contesta.
Merchi se incorpora, sale del dormitorio. Sus
perras le piden comida, ladrando.
—¡Está bien! ¡Está bien! —les dice— Mamita ya
está en casa y... ¡hora de comer! ¡Hora de comer!
En la cocina, Merchi calienta un caldero con el
guiso de carne, pasta y verdura que les preparó
antes de salir para el delfinario. En cuanto el cal-
do llega a la ebullición, toma un cazo y sirve la
comida a sus amigas perrunas.
—¡No os queméis! ¡No os queméis! —les avisa—
¡Soplad la comida!
Suena el timbre.
Las perras ladran con aún más fuerza.
Merchi no se alarma. Piensa que se tratará de
otro reportero ansioso por entrevistarla. Desde
que estalló el caso, Merchi está siendo asediada
por la prensa y sus fotógrafos. Cada día, dos o
tres pesados tocan en la puerta de su casa espe-
rando les conceda la entrevista en exclusiva que

213
no ha querido conceder a nadie. Hasta treinta mil
euros le han ofrecido por ir al programa de Paca
Rosa. El interés por el caso “tú violas a mi mujer
y yo a la tuya” no decrece. Esta mañana salió la
noticia de que Mierda entró en una casa de Ex-
tremadura, mató a una familia y se corrió sobre
la boca de cada uno de ellos. La familia estaba
formada por dos niños, los padres y un abuelo.
¡Cuando Merchí escuchó que Mierda también se
había corrido sobre la boca del abuelo creyó que
iba a morirse de un ataque de risa!
Siguen tocando el timbre de su puerta.
Merchi piensa.
Quizás debería aceptar la entrevista. Así no
ocurrirá lo que pasará más temprano que tarde:
que la echen de este apartamento. Sin el sueldo
que Pedo traía a casa no podrá hacer frente al
pago del alquiler. ¿Qué va a ser de su vida? ¿Dón-
de podrá irse a vivir con sus siete perras? ¿Quién
podría hacerle una mudanza gratis?
Ya no suena el timbre. Ahora golpean en la
puerta, con rabia. No se trataba de un reportero.
Es el vecino de siempre. El puto pesado. Trabaja
por la noche de vigilante de seguridad:
—¡Dile a tus perros que se callen de una vez!
–grita desquiciado su vecino, mientras golpea la
puerta del apartamento de Merchi— ¡Todo el día
ladrando! ¡Necesito dormir, por favor!
—¡Búscate un trabajo de verdad, anormal! —le
grita Merchi— ¡Mis problemas no son tus proble-
mas!
—¡Como no me dejes dormir te juro que un día
entro y mato a todos esos perros con mi cuchillo

214
de caza! ¡Te lo juro loca del coño!
Merchi no entiende como hay gente tan loca
caminando libre, por la calle. En momentos como
este echa de menos a su marido. Él hubiera tran-
quilizado al vecino y a las perras, como siempre
hacía. Ella también podría hacerlo, pero no le da
la gana.
Merchi saca el revólver de su bolso.
El segurata prosigue insultándola, aporreando
la puerta:
—¡PUTA LOCA! ¡DILE A TUS PUTOS PERROS
QUE SE CALLEN! ¡NECESITO DORMIR!
Merchi camina hasta el aparador del salón.
Abre un cajón. Saca balas de una cajita. Recar-
ga el revólver. Busca sus cascos. Los conecta al
ordenador. Se acuesta en el sofá del salón. Sus
perras no paran de ladrar: ahora por los gritos
y amenazas del vecino, que van en aumento. En
cuanto se pone los cascos desaparecen los gri-
tos: porque Merchi prosigue con el visionado del
episodio VI de Star Wars. A un vólumen bastante
alto y por donde lo dejó antes de salir hacia el
delfinario.
Paz.
Por fin se ha atrevido a hacer lo que lleva tantos
años soñando hacer.
Se siente de maravilla.
Merchi siente una presencia a su espalda. Se
vuelve, asustada. Grita, aterrorizada. Hay ocho
aparecidos. Ocho policías la rodean. Los ve pero
no los escucha porque, en sus cascos, los ewoks
luchan contra los soldados clon. Una mujer poli-
cía agarra a Merchi.

215
—¡NO TOCAR! —grita Merchi— ¡NO TOCAR!
¡Estoy enferma! ¡SI ME TOCAN, MUERO! ¡Esto no
es un cuento, cojones! ¡NO TOCAR!
La mujer policía no se detiene.
Merchi le pega una fuerte patada.
Los policías reducen a Merchi, la esposan.
Merchi no lo soporta.
Pierde el conocimiento.
Es trasladada a la cárcel para mujeres Madrid
1 de Alcalá Meco.
...

Pasan unos días.


La fianza de Merchi se establece en 350.000
euros. Se enfrenta a una pena de cuatro años de
prisión por delitos contra el orden público, contra
el patrimonio y una multitud de demandas por
daños y perjuicios presentadas por un montón
de padres que ahora tienen en casa a hijos trau-
matizados. El delfinario pide que Merchi les in-
demnice por la muerte de sus activos: Espinaca,
Loquito y por tener que cerrar el espectáculo has-
ta Dios sabe cuándo. Los delfines supervivientes
se niegan a salir a la piscina.
—Los del parque tienen que criar nuevos del-
fines, amaestrarlos... algunos niños se abrieron
la cabeza... vamos, un verdadero infierno lo que
causaste... Voy a tratar de alegar locura y estrés
postraumático si te parece bien —propone el
abogado de oficio a Merchi—. Puede ser que, con
mucha suerte, te libres de la cárcel y de las mul-
tas si consigo que te encierren durante un tiempo
en una institución mental. Eso sí: tu permiso de

216
armas te lo van a revocar para siempre.
—¡Pero si no he hecho nada! ¿Entonces cuándo
voy a poder salir de aquí?
—Eso hasta el día del juicio está difícil saberlo.
A no ser que tengas 350.000 euros, claro.
—¿Eres idiota? ¿350.000 euros? ¿Cómo voy a
conseguir yo todo ese dinero?
—¿Quizás tengas una vivienda o varias por ese
valor? Entonces usted podría...
—¡Mis perras! ¿Te las has llevado a tu casa
como te pedí? ¡Te prometo que en cuanto salga
de aquí voy a buscarlas!
—Se las han llevado los de la perrera. Lo siento
mucho.
—¡Me has traicionado! ¡Esto es un complot! ¡Un
complot contra mí! ¡Tendría que estar fuera de
aquí ya! ¡Eres una porquería de abogado!
—Quizá podría ayudarla si me contara algo
sobre ese sujeto... ehh, Mierda. Al que llaman,
Mierda. Algo que ayudara a que le detuvieran.
Hoy ha vuelto a matar a otra familia...
—¡Yo no sé nada de ese tío! ¡Sólo sé que le gus-
taban mucho los donuts! ¡Quiero salir de aquí!
¡Esto es un complot! ¡Yo no he hecho nada! ¡Yo
nunca estuve en ese delfinario!
—Merchi... deje de engañarse... las pruebas son
abrumadoras. El arma, las cámaras del parque
que la grabaron saliendo del servicio público en el
que entró disfrazada de Darth Vader...
—¡No era yo! ¡Ese era mi vecino! ¡Tiene que
creerme! ¡Él es un machista que quería hacerme
violencia de género!
—Merchi, por favor...

217
— ¡Lo que pasa es que tú eres amigo de mi veci-
no! ¡Confiesa, cabrón, confiesa!
—Hemos terminado por hoy —anuncia el abo-
gado con paciencia infinita.
Y se marcha.
Merchi comienza a llorar desconsoladamente.
Las funcionarias de prisión conducen a Merchi,
sin tocarla, hasta su celda. Si la tocaran saben
que se desmayaría y tendrían que cargarla.
Pesa bastante.
Merchi llora en la soledad de su celda hasta que,
una hora después, una funcionaria de prisiones
se le acerca. Le comunica que puede marcharse.
Merchi sonríe. Lo primero que piensa es que la
dejan salir por haber llorado mucho: porque les
ha dado pena. Luego piensa que se han tragado
lo de que el verdadero culpable de lo ocurrido es
su vecino.
—Alguien ha pagado tu fianza —señala la fun-
cionaria.
—¿Quién? —pregunta, sorprendido.
La funcionaria, una señora de cuarenta y picos
de años, con sobrepeso y el cabello teñido de rojo,
recita un nombre a la vez que se muerde el labio
inferior con deseo.
—Don Azrael Sender Fica... ¿Y quién es?
—No me suena de nada.
—¿De verdad que no le suena? ¿Me está min-
tiendo usted?
—¡Se lo prometo, leñe! ¡Joder! ¡Es que no me es-
tás escuchando! ¿Es que aquí no me cree nadie?
—¿Es tu novio?
—¿Cómo voy a tener novio? ¡Mi marido murió

218
hace nada! ¿Te crees que soy una puta? ¿Me es-
tás llamando puta? ¡La puta eres tú!
—Tranquilícise. ¿Es un familiar lejano, quizás?
—Que no sé quién es ese tío, señora —respon-
de en tono chulesco— Que ya se lo he dicho un
montón de veces.
—Pues está esperándote fuera... y es el tío más
guapo que he visto en toda mi vida.
La funcionaria de prisiones extiende un papel a
Merchi.
—Tómalo, por favor —pide con emoción— Có-
gelo.
—¿Qué es eso? ¡No lo quiero!
—Si no lo tomas te tocaré hasta que te desma-
yes. Y cuando te recobres, te volveré a tocar. No
pararé hasta que entres en coma o te mueras.
Asustada, Merchi toma el papel. Lo lee. Hay es-
crita una dirección de Facebook y un número de
teléfono.
—Dile a Azrael, por favor —pide la funcionaria
de prisiones colorada como una colegiala— que
me busque por el Facebook o me llame... ¿lo ha-
rás?
—Sí, estúpida. Pero no me toque.
—Recoge tus cosas.
Diez minutos después, Merchi está fuera de
la prisión. Azrael está esperándole. Merchi abre
mucho los ojos: no puede creer lo que ve. Efecti-
vamente, Azrael es el hombre más guapo que ha
visto en toda su vida.
¿Quién es?

219
220
PRESENTANDO A PACO
CAPÍTULO 13
“EL DESENCUENTRO”

P aco, desde el crimen de Ernestín, no ha po-


dido volver a salir de casa para seguir buscando
a su carnero.
—“Anda por ahí un asesino y tamos cuidando de
la guaja —razonaba con miedo su esposa— ¿Qué
vas marchar y dejanos solas a las dos? ¡Anda, tira
pal cabanon, garra la escopeta y no la sueltes ni
pa cagar!”
El asunto empeoró. El asesino se convirtió en
la pesadilla número uno de toda España. En
menos de una semana asesinó a seis familias.
Elegía familias formadas por padres jóvenes y
con niños pequeños. La policía piensa que con-
seguía colarse en los hogares haciendo valer su
uniforme de repartidor de Ángeles Express SL.
Asesinaba utilizando una pistola con silenciador,
arrastraba los cadáveres hasta el salón, colocaba
todas las cabezas lo más juntas posibles, abría
sus bocas y, como original firma de su matanza,
se masturbaba sobre las bocas de los muertos
antes de volver a desvanecerse como si se tratara
de un fantasma. Iba, de aquí para allá, por toda
España, como si de una aparición se tratara. Las
muertes no ocurrían en una sola provincia sino
en cualquier lugar de España y en cualquier mo-
223
mento. Primero fue en Madrid y Asturias, luego
Extremadura, Galicia, Sevilla, Murcia, Málaga
y Barcelona. Ninguna cámara lograba grabar a
Mierda. Ningún control de policía lo intercepta-
ba... ¿Dónde volvería a matar la próxima vez?
¿Quizás en tu casa?
La mujer de Paco pidió a su hija y al marido de
ésta que se dejaran de vacaciones en Canarias
y que regresaran a Asturias cuanto antes para
atrincherarse en el pueblo: que al tener huerto,
animales y pozo podían proveerse tanto tiempo
como hiciera falta, que con dos hombres atentos y
armados en casa, la seguridad sería máxima has-
ta el día que las autoridades atraparan a ese hijo
de Satanás… que estaba pasando mucho miedo,
que la vida de la niña quizás estaba en juego: que
la imaginara muerta con la boca manchada de...
—¡Dios! ¡No lo puedo decir! —lloraba la abuela.
Los padres anularon sus vacaciones en Cana-
rias, regresaron a casa. Y, tras unas semanas
de tranquilidad, por fin, su esposa permitió que
Paco prosiguiera la búsqueda de su carnero dro-
gadicto.
La gente de las ciudades suele creer que los
abuelos que viven en el campo no conviven con
las nuevas tecnologías pero, si eso fuera así, no
sería el caso de Paco. Además de tener cuenta
en Twitter, conoce por GPS la posición de cada
una de sus vacas y animales de granja gracias a
un chip de posicionamiento que les ha colocado.
Paco sólo ha de abrir una aplicación de su móvil
para conocer la ubicación aproximada de cada
animal.

224
En su moto, Paco lleva un par de horas subiendo
la montaña. Según el GPS el carnero está cerca.
—“Pero es que ya estoy casi en la cima”.
Paco detiene la moto, busca con los prismáticos
—“¿Pero dónde está el puto carnero?”
¡Lo encuentra!
—“¡Ahí está el jodido!”
El carnero pasta en el jardín de una casa rural.
En la última casa de la montaña.
Es la casa de Paca Rosa.
Paco arranca la moto, conduce hacia la casa. El
carnero encuentra una bolsita de cocaína en el
suelo. Es la bolsita que hace unos días se le cayó
a Mierda. La huele, le gusta, se la come entera.
Los efectos comienzan enseguida.
El carnero tuerce los ojos.
Rumia, saliva sin parar.
Bala asustado.
La adrenalina, las visiones, le dominan.
Corre.
Salta.
Necesita morder algo urgentemente.
De pronto, se encuentra frente a uno de los ven-
tanales de la casa. En su reflejo ve a un carnero...
sus instintos se alarman: hay otro macho alfa
frente a él, amenazándolo.
Paco llega a la casa.
—“¿Pero qué hace?” —piensa— “¿Por qué está
mirando al cristal fijamente?”
El carnero salta hacia el reflejo del cristal: lo
rompe y atraviesa. Cae dentro de la casa. Con los
ojos desencajados, repleto de rabia se alza prepa-
rado para el combate. Busca al carnero que lo ha

225
desafiado. No lo encuentra. ¿Dónde ha ido?
Paco, testigo del extraño comportamiento de
su carnero piensa si entrar o no en la casa para
recuperarlo.
— ¡Maldita sea…! —masculla indeciso.
Mira hacia los lados. En la casa parece que no
hay nadie, no hay ningún coche aparcado fuera.
La montaña no es un lugar al que pueda acceder-
se sin coche. Todas las ventanas, menos la que
ha roto el carnero, se encuentran bien cerradas,
con las persianas bajadas. Signo que suele ser
inequívoco de que no hay nadie dentro de la casa.
Paco saca una cuerda de su mochila. Deci-
de allanar la morada, agarrar al carnero y salir
echando hostias de allí. Nadie le ha visto llegar,
con suerte nadie le verá irse. Así nadie le hará
pagar el ventanal, que para pagar ventanales no
está su economía. Paco entra en la casa a través
de la ventana, con cuidado de no cortarse con los
cristales. Busca al carnero. No está en el salón.
Escucha ruidos en el piso de arriba. Tiene que
ser el carnero. Paco sube las escaleras.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —pregunta Paco, pre-
visor.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Por favor! ¡Ayuda! —grita una voz
desesperada— ¡Aquí arriba! ¡Necesito ayuda! ¿Por
Dios! ¡Por lo que más quieras!
Paco se acojona.
Duda.
Su inteligencia le dice que salga por patas de
allí, se olvide del carnero y haga como que nunca
ha pisado esa casa. Pero su corazón dice que ese
tono de voz pertenece a una persona que real-

226
mente necesita ayuda a vida o muerte.
— ¡Maldita sea…! —protesta Paco.
Porque gana el corazón.
Termina de subir las escaleras.
Mierda lleva semanas siguiendo las noticias de
los asesinatos que todo el mundo cree que él co-
mete. Está al tanto gracias a la gran tele que hay
en la habitación en la que se encuentra secues-
trado. El programa de Paca Rosa es quien mejor
cubre la información de sus supuestos crímenes.
Ahora entiende por qué el policía quería su semen
dentro de un vasito. No era para bebérselo sino
para incriminarle. No entiende por qué le han ele-
gido a él, quién está detrás de todo este complot,
qué es lo que se busca. Sólo entiende que le han
tendido una trampa y que el final de su vida tiene
que estar muy próximo a no ser que consiga salir
de esa habitación y desaparecer para siempre en
el bosque.
Paco ha llegado al piso de arriba. Avanza por
el pasillo. Ve a Mierda: encadenado. No puede
creer lo que ven sus ojos. Enseguida reconoce al
mismísimo demonio... Paco corre, grita, baja las
escaleras, sale de la casa, sube a su moto.
—“¡A tomar por culo el carnero!” —piensa mien-
tras arranca la moto.
Conduce lo más rápido que puede por el camino
de tierra de la montaña. Resbala. Cae al suelo con
la moto. Se rasga los pantalones por las rodillas.
Del daño que se ha hecho no logra levantarse. No
para de temblar a causa del terror. Piensa que
va a darle un ataque al corazón. Toma fuerzas
pensando en su esposa, en su hija, en su nieta.

227
Se levanta. Arranca la moto. Y huye.
Al minuto, otra vez por los nervios, choca contra
un árbol.
Paco tiene el corazón demasiado acelerado.
No puede conducir así.
Ve la casa de los Fox.
Es la penúltima casa de la montaña.
Su todoterreno, un Hummer, está aparcado
fuera. Eso tiene que significar que están en casa.
Aparca la moto.
Toca el timbre.
Los Fox son un sofisticado matrimonio inglés.
Se dice que pertenecen a una importante familia
de aristócratas. Una desgracia cambió la vida
de ambos para siempre: su hijo murió ahogado,
tenía 7 años. Debido a ese terrible acontecimien-
to decidieron dejar Inglaterra para irse a vivir a

228
plena naturaleza como personas anónimas en un
lugar tranquilo. En un país distinto que no les
recordase en nada los días en que su amado hijo
vivía.
Los Fox no suelen relacionarse con los vecinos
mucho más allá que con una sonrisa y un adiós.
Sólo suman unas pocas palabras amables si no
hay otro remedio. Por eso, y por lo poco que les
gustan las visitas, cuando el señor Fox abre la
puerta de su casa y ve a Paco no logra evitar frun-
cir el ceño mostrando su desagrado. No obstante,
controla su rechazo, relaja el ceño y lo saluda con
hipócrita educación. Lo conocen. Un par de veces
al mes los Fox compran algunas verduras ecoló-
gicas en su puesto del mercado.
—Buenos días, mister Paco —saluda el señor
Fox— ¿Qué tal hoy está usted?
—¡Déjame entrar, déjame entrar por favor! No te
vas a creer a quién he visto ¡No te lo vas a creer!
¡Dame agua, por favor, dame agua!
Paco irrumpe en el salón de los Fox. Reina un
confortable calor que proviene de una elegante
chimenea en la que unos troncos de madera cru-
jen por el fuego. La señora Fox se encuentra sen-
tada en una cómoda mecedora, leyendo un ebook
en su iPad. Primero, levanta una ceja contrariada
ante el desagrado que le provoca la inesperada
visita de Paco; luego, levanta su cuerpo por edu-
cación: en busca del vaso que pide, pero Paco, al
ver en el minibar una robusta botella de coñac, la
toma y, sin poder controlarse, bebe un trago largo
pegando la boca directamente a la botella.
El trago le ayuda a entrar en calor.

229
—¡Perdón!, ¡perdón! —pide Paco, volviendo a
dejar la botella sobre el minibar— Esto que he
hecho es de muy mala educación. Yo no soy así.
Pero vais a entender mi comportamiento en cuan-
to os cuente... ¡El asesino del semen! ¡El asesino
del semen está en la casa de arriba!
Los Fox se miran confusos. A pesar de todo el
tiempo que llevan viviendo en España, no entien-
den ni hablan bien el idioma.
—¿Semen, mister Paco? ¿Qué es?
—El satanás ese, coño. ¡El fantasma! ¡Mierda!
¡Mierda lo llaman en televisión! ¿Es que no tenéis
televisión aquí, joder? ¡Toda España lo está bus-
cando! ¡Está encadenado en una habitación de la
casa de arriba! ¡Lo juro por Dios!
—¿Encadenado? Nosotros no tener televisor.
—¿Qué es semen?
—Encadenado. Con cadenas en las manos y
pies. ¡Prisionero! ¿Es qué no entendéis español?
¡Lo primero es llamar a la policía!
—¿Usted encadenar a fantasma?
—¿Cómo lo voy a encadenar yo, maldita sea?
¡Yo entré en su casa y le vi así! No es un fantas-
ma, es un asesino de carne y hueso y está aquí,
joder... tengo que llamar a mi familia.
—¿Y quién encadena a él?
—¿Ustedes creen que yo iba a quedarme allí
para hacerle una entrevista? He salido por patas
y casi me abro la cabeza dos veces con la moto.
¡Hay que llamar a la policía! ¿Dónde tenéis el te-
léfono?
—¿Por qué estar dentro de casa usted de cima
de montaña? ¿Qué es semen?

230
—¡Ay, Dios! ¡Por culpa de mi carnero! ¡El muy
cabrón rompió un ventanal de la casa!
—¿Por qué romper ventanal de casa?
—¡Se me escapó!
Los Fox se miran entre sí. Siguen sin entender
bien la situación, no obstante, algo han pillado.
—Preguntar una más, míster Paco porque no-
sotros no entender bien —habla la señora Fox—
¿Por qué necesitar teléfono nuestro? Usted tener
teléfono en mano. ¿Es por necesitar semen?
Paco se lleva sus manos a la cabeza.
—¡Es verdad! ¡Es verdad! No sé ni dónde tengo
la cabeza. ¡Yo tengo el mío! Sólo necesitaba un
respiro... y un trago. Perdón, perdón. Voy a lla-
mar ahora mismo.
Paco mira al teclado de su teléfono. Pulsa el
primer número. Es derribado. Recibe un golpe
brutal en la cabeza: por la espalda, a traición.
La señora Fox le ha golpeado la cabeza con la
pesada botella de coñac de la que bebió. Paco, en
el suelo, sangra por la herida que ahora tiene en
la cabeza. Mira la botella que gotea sangre y que
aún sostiene, amenazadora, la señora Fox. No
entiende por qué le ha agredido. El señor Fox se
ha quitado su cinturón. Con él rodea el cuello de
Paco. A Paco no le da tiempo de reunir valor para
luchar. El señor Fox coloca un pie en la espalda
de Paco para apoyarse y, con todas sus fuerzas,
tira de cada extremo del cinturón hasta que Paco
–sin entender nada— muere sobre la alfombra del
salon.
Treinta minutos después, Paco y su moto están
dentro del Hummer de los Fox. Los Fox suben

231
la carretera de tierra de la montaña hasta que
termina el camino. Cargan a Paco hasta el des-
peñadero. Allí lo tiran. Deciden dejar la moto de
Paco apoyada en un árbol próximo.
En un rato, los lobos y demás depredadores del
bosque se turnaran para comerse el cadáver de
Paco.
El día que la policía encuentre los restos de
Paco, si los encuentran, creerán que Paco resbaló
y cayó por el despeñadero mientras buscaba a su
dichoso carnero.
Los Fox llegan a casa de Paca Rosa.
Observan.
No hay nadie que pueda verles.
Entran en la casa.
Suben las escaleras.
Encuentran a Mierda.
Mierda les mira.
No sabe quienes son pero se agarra ante una
nueva oportunidad para escapar:
—¡Socorro, por favor! ¡Socorro! —les grita me-
lodramáticamente— ¡Me tienen secuestrado! ¡Sa-
cadme de aquí!
Los Fox se miran entre sí.
Parece que, telepáticamente, están decidiendo
cómo actuar.
—¡Ayudadme! —insiste Mierda— ¿Qué espe-
ráis? ¿No veis que si estoy aquí encadenado no he
podido ser yo quién ande por toda España como
Pedro por su casa asesinando familias! ¡Todo es
un camelo! ¡Hay que detener al verdadero ase-
sino! ¡Yo puedo ayudar! ¡Sé quién es el asesino!
¡Os darán una gran recompensa! ¡Sacadme de

232
aquí! ¡Dejad de mirarme como mongólicos, coño!
¡SACADME DE AQUÍ!
De un bolsillo de su abrigo la señora Fox saca
un revólver.
—Usted es semen —dice.
Y dispara a Mierda.

233
RECORDANDO A DOMINGO
CAPÍTULO 14
“PRECIPITARTE AL VACÍO”

A bres los ojos.


Despiertas.
La luz de la mañana no ha llegado.
Aún crees que vives con tu mujer e hijo. Sufres
secuelas por tantos años de matrimonio retorcido.
Piensas que, de un momento a otro, vas a escu-
char el mismo chiste manido, sin gracia, con el
que cada domingo te despertaba tu hijo de doce
años:
—“¡Domingo!.. hoy es tu día… ¡Domingo!”
6RQUHtDVÀQJLHQGRGDUOHXQDLQRIHQVLYDWRUWDFRQ
la mano abierta que terminaba transformándose
en una amable caricia mientras tú también decías,
cada domingo, un mismo chiste malo y manido:
—“¡Ay, hijo! ¡Eres tan gracioso que no sé cómo
no tienes un programa de humor en televisión!”
Tu mujer e hijo parecían pasarlo bien.
Quizá porque eran más simples que tú.
Por tu parte todo era mecánico y falso.
Jamás conseguiste querer a tu hijo y a tu esposa
más que a tu coche o al elegante vestuario que
guardabas en tu armario. Por lo único de la vida
por lo que realmente sentías algo de manera sin-
cera, intensa, excepcional y adictiva, era por los
coñitos. Por rellenarlos con tu semen de un solo
disparo... ¡Bang!... ¡Y hasta luego, preciosa!

237
Cada domingo te tocaba vivir como un farsante.
Tras asearos y vestiros elegantemente bajabas,
con tu pequeña familia, a desayunar un brunch al
VIPS. En la zona del kiosco comprabas el “Abc”,
“Expansión” y el “Marca”, tu hijo algún tebeo de
superhéroes y tu esposa una revista de esas tontas
sobre moda, decoración y corazón con elegantes
fotos perfectamente iluminadas que ayudan a que
las mujeres sepan qué desear a partir de cierta
edad. Esas revistas son una buena propaganda
para que las mujeres vivan limitadas, por volun-
tad propia, cuidando de casas que actúan como
burkas.
Es una mierda cómo reventó todo. Tú le habías
dado a tu mujer todas las cosas inapelables que la
sociedad dicta que tenía que conseguir para no ser
considerada una mujer de segunda: descenden-
cia, un coche, una buena casa, unos ahorros... la
habías comprado así que no te echaba en cara tus
LQÀGHOLGDGHV(OODYLYtDFRQHVDÀORVRItDWDQH[WHQ-
dida de “los hombres son así y ya me descargaré
la mala leche que esto me produce con la asistenta
que viene a limpiar la casa o con las dependientas
de El Corte Inglés. Todo marchaba como la seda
hasta la noche que Mierda y Pedo subieron a las
redes sociales aquel vídeo en el que salías mas-
turbándote mientras le comías el coño a Marta:
esa interesada en que le hicieras un contrato de
LQGHÀQLGD$TXHOYtGHRORYLRWXIDPLOLDORVDPLJRV
de tu mujer, los contactos de tu mujer... y toda
España por haber ayudado, involuntariamente, a
descubrir los dos primeros asesinatos de Mierda.
Al relacionarte con el caso tu vídeo se convirtió en

238
contenido viral y ello acabó, del todo, con tus es-
peranzas de salvar tu matrimonio.
Piensas en la coprotagonista de tu vídeo.
El marido de Marta la perdonó con una condi-
ción: que dejara su trabajo en Ángeles Express SL
y le organizara un trío junto a una de sus amigas
que él grabaría. Así, cada vez que alguien se riera
de él por cornudo, él tomaría de ese vídeo las fuer-
zas para continuar con la relación.
Marta aceptó, dejó el trabajo, convenció a una de
sus amigas, hicieron el trío.
Días después, su marido la dejó para siempre.
Tipo listo.
Todos tus respetos para ese genio de sangre fría.
Supo salir de la situación con elegancia.
De cornudo a torero.
Con dos cojones.
Ese genio sabe que cada historia de amor no es
más que una repetición de otra. Cada historia de
DPRU OD YLYLHURQ LQÀQLWDV SHUVRQDV HQ OD SUHKLV-
WRULD \ OD YLYLHURQ LQÀQLWDV SHUVRQDV KDFH PHQRV
de un minuto en tu ciudad. Conociendo que hay
millones de personas en el mundo es lógico pensar
que siempre exista, ahí fuera, una persona que
te haga más feliz que la persona a la que estás
dedicándole tu vida. Pero la gente no busca vivir
al máximo sino en una estabilidad cobarde y me-
diocre.
No es el caso del marido de Marta.
Tras el chasco Marta no volvió a Ángeles Ex-
press, emigró a Londres en busca de una segunda
oportunidad. Encontrar a un nuevo pardillo en el
extranjero que no supiera nada de su vergonzoso

239
pasado en España.
En Londres trabaja en un McDonald´s.
¿Terminarás allí tú también?
...

Cuando terminabais de desayunar en el VIPS y


de leer un poco era la hora de ir a misa. La tarde
la dejabais pasar en algún parque de atracciones o
YLVLWDQGRDORVVXHJURV3RUÀQWHUPLQDEDLVHOGtD
en algún cine viendo una estúpida película infantil
en la que sólo conseguías divertirte si te dedicabas
a desnudar con la mirada a las madres presentes.
Cada domingo sentías un gran vacío dentro de ti.
Cada domingo era un secuestro.
Un día tirado a la basura pero necesario para
que, de lunes a sábado, pudieras vivir libre.
Ahora tu hijo no te habla.
Realmente eso te importa una mierda.
Dice tu mujer que por tu culpa el niño tiene que
ir al psicólogo. Realmente la culpa la tiene esta so-
ciedad hipócrita. Hasta que el niño se haga mayor
y también engañe a su esposa no se dará cuenta
de que lo que su padre hacía era absolutamente
natural. Que sí, que fundirte con una mujer e ir
juntos por la vida, retroalimentándoos, reforzán-
doos para llegar a metas conjuntas será maravillo-
so pero no siempre dejas preñada a la mujer per-
fecta para vivir de ese modo. Lo normal es casarte
confundido por la inexperiencia o engañado por
un par de buenas tetas. Cuando te das cuenta de
tu metedura de pata hay que apechugar: buscar
un equilibrio entre lo que se espera de ti y lo que
necesitas para evitar levantarte una mañana de la

240
FDPDFRQODLGHDÀMDGHPHWHUWXOHQJXDGHQWURGH
un enchufe.
Ya no vives en tu casa.
Te han echado de ella.
Legalmente.
Las leyes para nosotros —los de abajo— están
basadas en el amor, el respeto, la familia, la soli-
daridad por el débil, los derechos humanos. Todo
eso es el nuevo invento de las élites para controlar-
nos, acotar nuestro campo de acción y hacernos
débiles ya que las religiones que utilizaban antes
para controlarnos andan perdiendo fuelle. Cada
vez hay menos estúpidos que se las crean.
Ahora vives en una comuna de divorciados de un
HGLÀFLRGHOEDUULRGH9DOOHFDVUHVLGHQFLDKDELWXDO
de gente mediocre en Madrid: criminales, parados,
gitanos, quinquis, estudiantes y… tú.
Desde luego que Vallecas no es tu sitio. Aún eres
el director de una de las franquicias de Ángeles
Express SL.
En Vallecas vives con tres compañeros de piso,
también divorciados: Eugenio (el encargado del
piso, que no dueño) tiene su propia habitación
individual, al igual que tú. Gerardo y Guillermo
comparten los sofás del salón.
Es por la mañana.
Hay que ir a trabajar.
Te incorporas de la cama, buscas el mechero,
la cajetilla. Enciendes un cigarrillo, le pegas unas
cuantas caladas sabiendo que estás viviendo el
mejor momento de tu día. En cuanto termines el
cigarrillo todo va a empezar a comenzar a decaer.
Abres el candado del armario.

241
Dentro guardas tu desayuno. Una caja de ga-
lletas de chocolate “El Príncipe” y una botella de
whisky barato. Al principio dejabas los alimentos
que comprabas en la cocina, en la balda que te
corresponde de la nevera. Pero los derrotados
del salón te robaban tus provisiones. No quisiste
montar el pollo, así que compraste un candado en
el chino y, por lo menos hasta la fecha, no han es-
tado tan desesperados y hambrientos como para
reventarlo.
Pero sabes que lo harán un día de estos.
Comes galletas.
Los tragos de whisky te ayudan a entrar en calor
y reunir el valor para cruzar el helado pasillo.
En el piso no hay calefacción.
Sales de tu habitación: rumbo al baño, a mear.
Ves el W.C.
+D\WUXxRVGHPLHUGDÁRWDQGRHQWUHXQDGHFH-
nas de colillas.
Sufres arcadas.
Piensas:
—“¿Es que aquí no limpia nadie? ¿Cómo se pue-
de ser tan cochino?”
Recuerdas que no hay mujeres en el piso. ¿Quién
va a limpiar entonces? No os sobra dinero para
contratar a una asistenta. Tampoco crees que
haya asistenta que se atreva a trabajar en ese piso
con esos dos divorciados apestosos que no suelen
salir de la casa ni bañarse casi nunca. Viven con
el subsidio prorrogado del paro. Pasan los días en
el salón, criticando a todo aquel que salga por la
WHOHYLVLyQFRQHFWDGRVDOZLÀGHOYHFLQRSLUDWHDQ-
do partidos de fútbol, turnándose en el baño para

242
masturbarse con vídeos porno que ven en sus
teléfonos, delirando en voz alta planes de nego-
cios que les convertirían en ricos pero que nunca
harán realidad. Han perdido toda la esperanza
de volver a cotizar en la Seguridad Social. ¿Para
qué? Ya una vez hicieron todo lo que se supone
que hay que hacer en la vida: casarse, trabajar,
tener hijos. Lo que a cambio consiguieron fue una
gran bolsa de vómitos que les explotó en la cara
dejando un mal olor que por mucho que se limpien
nunca les abandonará. Ser adulto resultó ser una
mierda así que decidieron volver a la infancia: el
único tiempo en el que una vez fueron felices... La
imaginaria asistenta no tendría nada que temer.
Lo que menos quieren los desechos del salón es
volver a estar frente a la vagina real de una mujer.
Tantos golpes recibieron durante el divorcio que
ahora sufren pánico ante la presencia de una de
ellas.
Recuerdas.
Al principio, Antonio te hablo de unas normas.
En la cocina hay una hoja de una libreta pegada
con cinta adhesiva a una de las paredes. En ella se
señala quien de vosotros, cada día, es el encarga-
do de limpiar las zonas comunes del apartamento
en el que vivís.
5HÁH[LRQDV
Tú nunca has limpiado, así que quizás el repug-
nante estado en el que se encuentra el baño es
tu culpa. Nadie te ha llamado la atención. Dedu-
ces que todos los inquilinos os habéis saltado la
norma. La mierda del baño se ha ido acumulando
día tras día. Todos miran para otro lado así que

243
decides hacer lo mismo.
No hay nadie que grite en esa casa.
Durante vuestros divorcios habéis recibido y
dado demasiados gritos, demasiados reproches.
No os quedan fuerzas para volver a pelear.
Si peleasteis, perdisteis.
Esta es tu nueva vida.
¿Cómo vas a salir de ella?
No se te ocurre una salida.
Pero se te ocurrirá.
Meas conteniendo la respiración. Tiras lo poco
que te queda de cigarrillo al W.C. Encuentras algo
de paz al ser testigo de como tu colilla se hincha
con el asqueroso líquido, uniéndose al club de las
otras colillas.
Ahora forma parte de algo.
Eso es lo que necesita la gente.
Tú, no.
Marchas a trabajar en el tren de cercanías. Tar-
das casi una hora y media en llegar al extrarradio.
Al salir del subterráneo, perfectamente vestido, y
HQWUDUHQHOHGLÀFLRGHVGHGRQGHGLULJHVXQDVXFXU-
sal de la franquicia Ángeles Express SL recobras,
para cualquiera que te eche un ojo por primera
vez, tu supuesta aura de jefazo pijo. Sobre la mesa
de tu despacho mantienes, en un lugar preferente,
un portarretratos que enseña las fotos de tu mujer
e hijo. Esas fotos te ayudan a despertar empatía
FRQORVFOLHQWHVDÀQHVDODUHOLJLyQGHODPRU
Mierda jodió incluso tu trabajo.
/DÀJXUDGHODVHVLQRHQVHULHTXHPDWDDWXID-
milia y luego eyacula sobre cada boca ha quedado
brutalmente relacionada con Ángeles Express SL.

244
Incluso, Maroto, uno de tus repartidores fue per-
seguido, acorralado, golpeado y casi ajusticiado
SRUORVYHFLQRVGHXQHGLÀFLRTXHORFRQIXQGLHURQ
con el asesino más buscado en España.
Miras a tus trabajadoras.
Ninguna quiere ya nada contigo.
Por el volumen de trabajo que les llega, todas
deducen que —dentro de muy poco, a no ser que
suceda un milagro— no vas a tener otro remedio
que cerrar la sucursal. Encima que vas a echarlas,
no te la van a chupar.
Vibra tu teléfono.
Un amigo te manda un wassap. Te pregunta si
esta noche irás a ver el partido de vuelta de Copa.
6HHQIUHQWDHO5HDO0DGULGDQWH3DQLÀFDGRUD*XV-
tavo, un recién ascendido a la tercera división
española.
—“Ni de coña, macho” —tecleas en un wassap—
“para perder el tiempo estoy yo. Con los suplentes
les metimos 0-9 en el partido de ida y en casa vuel-
ve a tocar goleada. Menuda pérdida de tiempo.”
—“Venga no seas moñas y vamos a ver goles —
replica tu amigo— y luego a un piso nuevo que
han abierto, me han dicho que está increíble”.
Piensas.
Ojalá tuvieras pasta para irte de putas.
—“Tengo lío en el trabajo” —contestas.
—“Pon a un currito a trabajar que para eso les
pagas. Que se ganen su sueldo o los echas”.
No contestas.
Te apetece ir a ver el partido. No te costaría nada:
desde hace veinte años eres socio del Real Madrid.
6LQ HPEDUJR SUHÀHUHV FRUWDUWH ODV YHQDV DQWHV

245
que decirle a tu amigo que no tienes dinero para
irte de putas. Ni siquiera para permitirte una puta
FKLQDGHHVDVH[SORWDGDVSRUPDÀDVHQSLVRVTXH
aparecen y desaparecen. Baratas, sin cuerpos de
infarto pero, por estar obligadas a prostituirse,
ponen unas caras de sufrimiento que te producen
un morbo inmenso.
Ahora ni siquiera puedes follar con madres
cuarentonas y divorciadas. Esas mujeres que te
miraban desesperadas, soñando les solucionaras
la vida. ¿Cómo engañarlas ahora para que te la
chupen cuando vieran que tu medio de transporte
es el metro y que vives en un piso compartido?
Piensas en el W.C. de tu nuevo hogar.
Entras en internet: en la cuenta online de la em-
presa.
67.043 euros.
Es lo que lleváis recaudados este mes.
'HHVHGLQHURTXHD~QQRHVVXÀFLHQWHKDVGH
sacar para pagar a la marca, a tus empleados, tu
sueldo (que gracias al juez se va a la cuenta de tu
HVSRVD  LPSXHVWRV DOTXLOHU GHO HGLÀFLR VHJXURV
de las furgonetas, gasolina, deudas a talleres, etc.
Piensas.
—“¿Qué tengo que perder?”
Bwin.es un portal de apuestas on line.
8QWULXQIRGHO3DQLÀFDGRUD*XVWDYRVREUHHO5HDO
Madrid, que juega en casa, se paga a 200 euros
por euro apostado.
Sin pestañear decides apostar los 67.043 euros a
XQWULXQIRGH3DQLÀFDGRUD*XVWDYR
Razonas.
En el imposible caso de que ganes, te meterías

246
en el bolsillo casi trece millones y medio de euros.
En el probable caso de que pierdas realmente no
SHUGHUtDVQDGDVyORDFHOHUDUtDVWXÀQDO
Eso sería ganar.
A tu edad sabes de sobra que la ruina económica
WRWDO\GHÀQLWLYDQRH[LVWH/RTXHKD\TXHHYLWDU
es la agonía. Justo lo que tú y tu empresa estáis
viviendo ahora mismo. Cuanto antes te precipites
al vacío antes resurgirás, antes dejarás de sufrir.
Cortar por lo sano.
Cortarle la cabeza a esa rata inmunda.
Se te acelera el corazón.
Te abres una cuenta en bwin.
¡Mierda!
No te permiten apostar una cantidad tan gran-
de de dinero. Así que apuestas hasta el tope que
permiten y abres más cuentas en otros portales
de apuestas online hasta que terminas de fundirte
casi toda la pasta de la empresa.
Dejas algo para las putas de después del partido.
Miras a tus empleados.
No lo saben. Pero ya no van a cobrar su sueldo el
día uno del próximo mes.
¡Que se jodan esos parásitos que sólo saben ha-
cer lo que les mandan! ¡Así es la vida en la que
ellos mismos decidieron meterse! ¡Depender de
empresarios que, lógicamente, sólo buscan hacer-
se ricos ellos mismos! ¡Pues este es el resultado!
¿Qué esperaban? ¿Que los jubilaras y les regalaras
una casa en Canarias? ¿Volverse ricos trabajando
KRQUDGDPHQWHHQXQDRÀFLQD"¢'HYHUGDG"
Escribes a tu amigo:
—“Vale macho. Me has convencido. Nos vemos

247
en el bar del Charlie y luego tiramos para el fútbol
¡Espero que no me toque ninguna puta con el coño
oliendo a sudor!”.
—“¡Ja, ja, ja! ¡Eres el único putero del mundo que
le gusta comer coños de putas! Eres un cerdazo.”
—“¡Ja, ja, ja! ¡Las putas también merecen disfru-
tar! ¡Me encanta que se corran de verdad!”

248
CAPÍTULO 15
“QUE ESPAÑA ENTERA ME JUZGUE”

E n menos de una semana a David le ha dado


tiempo de matar a cincuenta y cuatro personas de
diferentes edades y sexo. Hace un rato cometió su
último asesinato.
—“Nunca pensé que yo diría esto —se sorpren-
de pensando— pero voy a echarlo de menos un
montón. Superfan de los preparativos. Superfan de
la cara de la gente antes de matarla. Superfan de
escapar sin ser visto. Superfan de ver por la tele
la noticia y las reacciones de mi último asesinato.
Matar es una performance, es arte espiritual”.
David se siente fuerte.
Poderoso.
Seguro.
No sólo porque pronto podrá comprarse un chalet
de lujo en el que hacer feliz a su esposa. Sino por-
que siente que la energía de cada persona que ha
matado se ha sumado a la suya. Por eso nadie ha
conseguido pillarle cometiendo asesinatos. Su in-
teligencia es ahora cincuenta y cuatro veces mayor
que antes.
Tras dejar un poco de semen de Mierda sobre
cada boca de cada víctima decide saltarse un poco
las reglas, ponerse creativo.
Saca su cuchillo.
Despelleja la carne de la teta de una de sus vícti-
mas. La fríe en una sartén. Tímido, la mordisquea,
la prueba.

249
Es un bocado genial.
Abre uno de los armarios de la cocina. Encuentra
mostaza a la pimienta. Se la unta a la teta.
¡Sabrosísima!
No puede parar de comer.
Piensa.
—“Debería de haber un Facebook para asesinos,
en el que poder compartir fotos, pensamientos y
recetas de cocina”.
Cuando termina de comer, abre con su cuchillo
el pecho del padre de la difunta familia. Saca su
corazón, lo cuece a fuego lento dentro de una olla.
Ese corazón no se lo comerá. Lo dejará cocinándose
dentro de la olla para que la policía lo encuentre
junto a los restos de la teta frita. Este añadido de
canibalismo va a encantarles a los del programa
de Paca Rosa. David decide desgarrar también un
poco del lomo de los niños que mató hace un rato.
Angelitos.
Envuelve la carne en papel de aluminio. Busca
conservarla bien. Planea llevarla de regreso a su
casa. Preparar una receta rica de esbieta.com y
dársela a probar a su mujer e hija. Si su mujer pre-
gunta qué carne están comiendo, David contestará
que es carne de canguro. Ella nunca sospechará
que es mentira. ¿Qué coño sabrá ella cómo sabe la
carne de canguro?
Vuelve a ponerse el pasamontañas.
A través de la ventana observa la bella y tranquila
noche.
Piensa que sólo él puede admirar la noche como
merece. El resto de subhumanos duermen, des-
preciándola.

250
Melancólico —pero con cuidado extremo para no
ser visto por nadie— salta por la ventana.
Es un primer piso.
David cae en un patio trasero, con columpios.
Nunca olvida la advertencia del comisario. Nada
ni nadie le ha podido grabar por casualidad. Por allí
no hay sucursales de bancos, no hay cámaras de
WUiÀFR(OLJLyXQEDUULRGRUPLWRULR
A esta hora todos los curritos duermen.
David entra en el coche que robó. Nada más sen-
tarse, manda a su contacto en la policía un men-
saje con la dirección de su último crimen para que
encuentren los cuerpos cuanto antes y la exclusiva
llegue a tiempo para la apertura del programa de
Paca Rosa. El miedo y la paranoia han de seguir
avivándose entre la ciudadanía. Nada más desper-
tarse, mientras desayunan o conducen hacia sus
trabajos, escucharán los detalles del nuevo crimen
de Mierda.
Arranca el coche.
David prevé llegar antes de que se haga de día a
la casa rural de Asturias. Allí dejará todo listo para
la llegada de la presentadora.
.
.
.
.
.
Paca Rosa lleva cuatro horas y media conducien-
do.
Está a punto de llegar a su casa rural.
Es su gran día.
El día por el que será recordada.

251
David no la ha vuelto a llamar: acordaron que lo
hiciera sólo si sucedía algún imprevisto.
No ha sido así.
David aguarda en el interior de la casa.
Tiene todo preparado para que dentro de un rato
la casa rural de Paca Rosa sea el centro del mundo.
6XFDUDVDOGUiIRWRJUDÀDGDHQODSRUWDGDGHWRGRV
los periódicos del mundo.
Todo el mundo conocerá su nombre.
Todas las mujeres del mundo querrán ser ella.
—“Aquí en esta casa, Paca Rosa se enfrentó y de-
UURWy D XQR GH ORV DVHVLQRV PiV WHUURUtÀFRV GH OD
historia de España… y del mundo” —relatarán sin
parar los periodistas.
Paca Rosa piensa que, seguro, los americanos
querrán hacer en Hollywood una película sobre
ella. Exigirá que la protagonice Scarlett Johansson
o Charlize Theron. O quizás dé más pasta una serie,
no una miniserie, que sea de muchas temporadas.
4XL]iVODKDJDHQ((88FRQ1HWÁL[
O con HBO si se ponen muy pesados.
Su cadena, Tele5, se molestará con ella por no
cederles los derechos pero tendrán que entender
que una serie hecha por americanos supone una
gran oportunidad, un gran salto de calidad para su
imagen. Tampoco se atreverán a enfadarse mucho
con ella, no sea que se marche con su programa a
la competencia o a América.
No, se quedará en España.
3UHÀHUH DVHQWDUVH FRPR OD UHLQD GH OD WHOHYLVLyQ
en España que ser un estrella fugaz en EE.UU. Pre-
ÀHUHYHUFRPRWRGRVORVTXHDQWHVVHUHtDQGHHOOD
por el episodio del negro literario, ahora la buscan

252
para chuparle los pies.
Paca Rosa repasa su declaración ante las cáma-
ras. Espera resulte mítica:
³´9LQH D GHVFDQVDU HO ÀQGH (VWD FDVD HV PL
rincón secreto para meditar. Puse la calefacción,
tomé una ducha, me relajé, me hice un té. No me
vestí porque estaba sola en casa y me disponía a
hacer algo de yoga. Entonces apareció Mierda… no
lo podía creer… ¡Estaba en mi casa! ¿Cómo era po-
sible? ¿Realmente era un fantasma como algunos
aseguraban? No. Era absolutamente humano. Me
miraba lascivamente, sin respeto, como un ani-
mal... se abalanzó sobre mí, me inmovilizó, empezó
a bajarse los pantalones, trató de penetrarme pero
conseguí escaparme de él dándole un golpe en la
cabeza con mi taza de té, corrí fuera de casa, esta-
ba nevando, yo seguía desnuda, pero el terror que
sentía, mi instinto de supervivencia, no me dejaba
sentir el frío... ¡Tenía que llegar hasta mi coche! ¡Lo
conseguí!... pero… dije no. Algo me dijo, “no, no
escapes”. ¿Fue Dios?... no lo creo aunque de ver-
dad que no lo descarto. Quizás fue la decencia que
todos llevamos dentro. Porque no me creo que sólo
yo sintiera que tenía una responsabilidad con toda
esas madres con niños que ven mi programa cada
mañana. ¡No! No iba a permitir que esa mala bestia
siguiera matando a gente inocente. No, no iba a
permitirlo aunque el precio a pagar fuera mi vida.
No iba a permitirlo aunque fuera la última cosa que
intentara hacer en esta vida. Pensé en Jesucristo.
Él murió por nosotros. Siempre ha sido un ejemplo
para mí. Le pedí fuerzas y... di media vuelta. Justo
en ese momento vi que Mierda se había recuperado

253
del golpe que le había dado en la cabeza, había ba-
jado las escaleras, salía de la casa, venía hacia mí.
Sólo tenía unos segundos para decidir a qué carta
jugarme la vida. Fui hasta el establo, recordé que
gracias a Dios nunca cierro la puerta con candado.
En esta zona no hace falta, por aquí no viene nadie
y yo no tengo animales que se me vayan a escapar.
Abrí la puerta del establo. Mierda estaba a menos
de treinta segundos de mí, de entrar también en el
establo y matarme. Mi única oportunidad era que
a mi sierra eléctrica no le faltara gasolina. Contrato
un aldeano cada verano para que llene el establo
de madera y la deje dentro, secando. Tengo una
sierra eléctrica porque, a veces, el aldeano deja los
troncos un poco gordos y me gusta abrirlos en dos,
para que ardan mejor. Creí recordar que la última
vez que usé la sierra la había dejado cargada pero
hacía bastante tiempo que no la usaba. A lo mejor
el aldeano la había usado en alguna ocasión para
podar los árboles de mi terreno y había dejado el
depósito vacío. Si fuera así la sierra eléctrica sería
un instrumento de defensa inútil en mis manos y
yo moriría... o quizás el aldeano había dejado la sie-
rra en otro lugar del cobertizo. No iba a tener tiem-
po para buscarla. Mierda ya estaba detrás de mí...
Podía sentir su aliento. El establo estaba oscuro,
me abalancé hacia el mueble donde dejé la sierra
por última vez... no lograba sacarme de la cabeza
las miles de madres que ven mi programa. Ya que la
policía no podía hacer nada tenía que conseguirlo
yo. Tenía que parar a aquel monstruo para salvar a
algún hijo de esas madres. Pensé en mi madre, mi
hermano, mi querido padre... ay... pensé que, en

254
unos minutos ese ser asqueroso y deplorable iba a
violarme. En la oscuridad extendí mis manos todo
lo que pude hasta que… conseguí palpar la sierra.
La agarré con todas mi fuerzas, pulsé el botón...
¡hizo contacto! Me giré con rabia. Mierda estaba de-
masiado cerca. La sierra entró de lleno en su cuello.
/DPDQWXYHÀUPHSDUDTXHORVGLHQWHVGHODVLHUUD
no dejaran de avanzar en su carne… Sí, pude parar,
pude dejar con vida a aquella abominación del de-
monio, dejarle sólo herido pero… que me juzgue la
historia. Que me juzgue España entera. Ese hom-
bre era un monstruo. Los monstruos no merecen
vivir entre nosotros. Si se os hubiera presentado
la posibilidad, ¿no hubierais matado a Hitler con
vuestras propias manos? Decidí no parar. Mientras
le cortaba la cabeza, Mierda gritaba pero nunca,
nunca, dejó de mirarme a los ojos con desprecio y
machismo. No paré hasta que la cabeza de Mierda
cayó al suelo. Y entonces la pateé como si fuera un
puto balón de fútbol. No sé porqué hice eso, pero
la pateé y la cabeza se desplazó un par de metros”.
Será entonces cuando Paca Rosa levante las ma-
nos hacia la cámara a la vez que, melodramática-
mente, grite a los policías.
—“¡Si soy culpable, encarceladme! Pero mi con-
ciencia me dice que soy inocente ¡Los monstruos
no merecen vivir! ¡Que España entera me juzgue!”.
A Paca Rosa se le humedecen los ojos de emoción
mientras conduce su coche.
—“Soy increíble” —piensa— “¡Que España entera
me juzgue!... ¡Menuda frase más mítica!
Paca Rosa se estremece.
Ha llegado. Ahí está.

255
Un manto de nieve rodea su casa rural.
La nieve hace que la escena aún sea más cinema-
WRJUiÀFD
Paca Rosa baja de su todoterreno dando un triun-
fal portazo.
Tiene un presentimiento.
Todo parece que está bien pero algo en su cabeza
le avisa que hay algo que va mal.
—¡¿David?! —grita Paca Rosa— ¿Estás en casa?
Nadie contesta.
Paca Rosa toma su teléfono.
Marca el numero de David.
David no contesta.
Eso no es buen señal.
Paca Rosa decide volver al interior del coche hasta
que David aparezca, servicial, o conteste al teléfono.
Dentro del coche estará a salvo.
Al girarse para abrir la puerta de su coche se en-
cuentra frente a un desconocido.
Es el señor Fox.
Lleva guantes.
Y un pañuelo con cloroformo que obliga a respirar
a Paca Rosa hasta quedar sin conocimiento.

256
258
CAPÍTULO 16
“RECIBIRÁS TODA LA AYUDA NECESARIA”

M adrid.
Merchi acaba de salir por la puerta de la cárcel
de mujeres de Alcalá Meco. Está frente Azrael, el
PLVWHULRVR KRPEUH TXH GHFLGLy SDJDU VX ÀDQ]D \
que, dulcemente, no deja de mirarla con sus casi
etéreos ojos azules.
Ante la belleza de ese hombre, que considera casi
perfecta, Merchi se siente muda, indefensa, en te-
rrible desventaja mental.
Azrael toma la iniciativa. Le habla utilizando un
tono entre tímido y asustado:
—Hola, Merchi… Si pudiera darte un abrazo...
—¡Ni se te ocurra tocarme! —interrumpe Merchi.
—Nunca lo haré. Nunca. Te lo prometo. Ambos
sabemos que es imposible. Quería decirte que me
encantaría abrazarte pero sé que es imposible.
0HUFKL YXHOYH D ÀMDUVH HQ HO FXHUSR PXVFXORVR
del desconocido. Además de lo guapo que es le
agrada lo aseado que está y su desenfadada pero
elegante manera de vestir. Se le antoja que su piel
debe ser pura e inmaculada. Que nunca ha su-
dado. Le parece que Azrael brilla con una tenue y
azulada aura que nace de su interior: lugar en el
que vive un corazón bondadoso. Que Azrael no na-

259
ció del interior de una humana sino del interior de
ODÁRUGHXQMDUGtQ(QXQDIHULDGHJDQDGRPDV-
culino, organizado por mujeres y maricones, Azrael
ganaría el primer premio al nabo más apetitoso.
Merchi piensa que, si no fuera por el hándicap de
su enfermedad, no sólo le gustaría tocarlo. Le gus-
taría agarrarle la cabeza con fuerza y obligarle a
que le comiera el coño hasta correrse en su boca.
Después, se le cagaría encima, como Pedo le hizo
a ella.
Sentiría a Azrael suyo.
Y sería feliz.
Merchi quiere hablarle pero no sabe relacionarse.
No encuentra las palabras correctas para comuni-
carse de forma natural con el desconocido. Bas-
taría empezar dándole las gracias, preguntándole
quién es y por qué ha decidido ayudarla de manera
tan generosa. Sin embargo, lo único que consigue
decirle es:
—¡Adiós! ¡Y no me sigas!
0HUFKL VH GHVSLGH FRQ ÀUPH]D GHO KRPEUH TXH
manda sobre su pasión. Aunque desea con todas
sus fuerzas que él haga algo para que ella no se
marche.
Azrael queda inmóvil, sin aparente intención de
VHJXLUODQLKDEODUOHSHURPDQWHQLHQGRÀMDODPLUD-
da en Merchi que no sabe a donde ir. No sabe donde
está la parada del autobús o la boca de metro más
próxima. Tampoco dispone de un euro para pagar
la entrada al transporte. Gira la cabeza hacia su
salvador. Azrael parece leer su mente:
—Puedo llevarte donde quieras, Merchi. He traído
mi coche —ofrece a la vez que señala con su dedo

260
índice un Lamborghini Aventador de color negro
mate— Ya está bien de que sufras en la vida. Si me
lo permitieras yo te ayudaría. Podrías quedarte en
mi casa durante un tiempo hasta que esta terrible
pesadilla que estás viviendo termine para siempre.
No me falta dinero, Merchi. Pagaré con gusto tus
gastos y a los mejores abogados: conseguiré que
lleguen a tratos justos con los demandantes de los
que también me haré cargo. Desde que conocí tu
caso por la prensa mi única ilusión es verte feliz.
—¡Tú lo que quieres es que te la chupe! —con-
testa enfadada Merchi— ¡Pues ni en tus mejores
sueños, chaval!
Azrael traga saliva, confundido.
—Te juro que no busco nada de eso. Sólo deseo
que seas feliz. Saqué a tus siete perras de la perre-
ra. Las estoy cuidando como si fueran mis hijas.
Ahora viven felices en el jardín de mi casa.
—¿Que tienes a mis perras...? ¡Ladrón! ¿Pero
cómo te has atrevido? ¡Me las vas devolviendo, hijo
de puta!
Es el subconsciente de Merchi quien dicta los in-
sultos. Cada persona tiene pegado, a su frente, un
cartel que los ojos del subconsciente de cualquier
persona puede leer. En ese cartel está escrito cómo
busca que interactúen con él. Los ojos del sub-
consciente de Merchi, creen haber leído en el cartel
de Azrael que busca a una compañera. Una espe-
cie de madre loca, que atormente y haga compañía
a su personalidad enfermiza. Si él baja la cabeza
ante ella, Merchi se ve con posibilidades de hacerlo
suyo: porque su zona de confort en una relación se
basa en proporcionar a su pareja días de maltrato

261
psicológico, por cualquier chorrada que se le ocu-
rra, alternados con días tranquilos que relajen y
hagan creer a su pareja que es feliz a su lado y que
nunca más volverá a maltratarlo psicológicamente.
—Te puedo llevar las perras a tu casa mañana
por la mañana, si quieres.
—¡No! ¡Me las devuelves ahora mismo, ladrón!
¡Son mis perras! ¿Cómo te has atrevido a llevárte-
las sin mi permiso? ¿Cómo me has hecho esto si
son lo que más quiero en el mundo? ¡Eres cruel!
¡Muy cruel! ¿Por qué me has robado lo único que
me importa en la vida?
—Es totalmente imposible que te las entregue
ahora mismo. ¡Lo siento, Merchi! ¡De verdad que lo
siento! Vivo en Mallorca, allí tengo a tus perras que
están en perfecto estado. Puedo volar hasta allí en
mi avión privado que nos está esperando y traér-
telas. Sin embargo, hasta mañana por la mañana
no me daría tiempo de regresar con ellas a Madrid,
Merchi. Perdóname. Pensé que lo mejor sería que
te quedaras en mi casa unos días…
³£7HFUHHVTXHSRUSDJDUPLÀDQ]DVR\GHWXSUR-
piedad, ¿no?!
—¡No! ¡Por los periodistas que te acosan! En
cuanto se sepa que estás libre seguro que no deja-
rán de molestarte en tu casa…
0HUFKLGHMDGHDWDFDU5HÁH[LRQD
—¿De verdad que tienes un avión privado?
—Sí… Tengo varios —contesta avergonzado— Me
gustan mucho los aviones. Desde pequeñito los
compraba... en miniatura... Y ahora que soy ma-
yor... en grande.
—¿Y por qué tienes tanto dinero tú? ¿Eres un

262
QDUFRWUDÀFDQWH"
—Soy creador de videojuegos.
—¡Mentiroso! ¡Con los videojuegos no se gana
tanto dinero! ¡Los videojuegos son para niños chi-
cos!
—Te prometo que no miento, Merchi. Mira.
Azrael saca su iPhone del bolsillo. Navega por
internet hasta encontrar la noticia que busca. Le
pasa su teléfono a Merchi. La noticia está ilustrada
con una foto en la que sale Azrael. Sobre ella puede
leerse un titular: “El millonario de los videojuegos,
Azrael Sender, conquista Hollywood”. Merchi lee
la noticia. Por lo visto Azrael es una leyenda del
mundo gamer que, además de crear varios de los
videojuegos más vendidos de la historia de la in-
dustria, acaba de vender los derechos para que
Hollywood los adapte para la gran pantalla a cam-
bio de más de 1.800 millones de dólares.
—¡Eres un caradura! —dice Merchi, a la vez que
le devuelve, con asco, su iPhone.
Azrael se sonroja.
—¿Por qué me dices eso?
—La de gente que se levanta supertemprano cada
mañana y se rompe la espalda trabajando para que
tú ganes tanto dinero jugando a los videojuegos.
—Te prometo Merchi que mi trabajo es honrado.
Invierto muchas horas de trabajo al día y propor-
ciono directamente cientos de puestos de trabajo,
muy bien pagados.
—¡Más haraganes! ¡Lo único que produces es a
más haraganes! Ya no hay gente honrada en este
país que se parta la espalda trabajando y que se
lleve el pan a la boca gracias a su esfuerzo útil!

263
¡Nos hacéis trabajar en tonterías que no sirven
para nada! ¿Tú te crees que está bien que ayudes
a que la gente pierda su tiempo enganchados a
videojuegos? ¡Estáis locos, sedientos de dinero,
creando burbujas, vendiendo humo del que nos
hacéis adictos para convertirnos en mongólicos!
¡Nos queréis tontos y fofos, metidos en casa, dis-
traídos, alejados del conocimiento! ¡Pues yo me he
escapado y me río de vosotros! ¡A mí no me toca
nadie! ¡Conmigo os ha salido el tiro por la culata!
—Merchi, por favor. No me digas eso. Yo nunca
he buscado hacer perder el tiempo a nadie. Sólo a
distraer y a entretener a la gente cuando necesitan
diversión o evadirse. Te lo prometo. Mi trabajo ha
hecho feliz a mucha gente. Si vienes conmigo podré
demostrártelo.
—¡Gilipolleces! ¡Lo que haces son gilipolleces! ¡Y
en el fondo lo sabes! ¡Por eso vas con este coche
por ahí creyéndote Batman! ¡Para hacer más el gi-
lipollas! ¿Te crees que soy tonta? Tú lo que quieres
es subirme a tu avión para abrir la puerta cuando
estemos arriba del todo y tirarme al vacío mientras
te descojonas de mí. ¡Yo conozco a los hombres
como tú! ¡Asesinos que se aburren!
—¡No! ¡No! Nunca he pensado en matarte, Merchi
¡Jamás! ¿Por qué eres conmigo así?
—¡Haragán! ¡Asesino! ¡Chupasangre! ¡Secuestra-
dor de perras!
—Me dejas sin palabras, Merchi. No sé qué decir-
te… He venido hasta aquí con la mejor intención del
mundo… busco que no vuelvas jamás a la cárcel,
quiero que vivas en un lugar bonito… Piensa esto
por favor: me ha visto la policía venir a buscarte,

264
KHSDJDGRWXÀDQ]DXWLOL]DQGRPLVGDWRVSHUVRQD-
les. Soy una persona muy conocida. Si fuera un
loco que quisiera matarte sería demasiado tonto
por planear tu asesinato de una manera tan tosca.
—¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¿Quién te crees que
eres? ¡Presumido!
—Merchi, no sé qué decirte… salvo pedirte per-
dón una vez más. Sólo busco que estés bien. ¿Qué
puedo hacer para que me acompañes y demostrar-
WHTXHSXHGHVFRQÀDUHQPtDOFLHQSRUFLHQ"
—Únicamente subiré a ese avión si te esposas
tú mismo, me das las llaves y una pistola con la
que apuntarte a la cabeza todo el rato. Si cuando
estemos volando te acercas un poquito a mí o te
veo aparecer con amigos dentro del avión para vio-
larme en grupo, comienzo a disparar y te juro que
del avión no sale vivo nadie.
Azrael contesta enseguida:
—No puedo darte una pistola. Te han quitado la
licencia. Si te pillaran con una, volverías a las cár-
FHOLQPHGLDWDPHQWHDSHVDUGHODÀDQ]D
—Entonces te vas a la mierda.
—Creo que puedo conseguir unas esposas y un
arma de electrochoque, ¿te valdría eso, por favor?
—Tendríamos un trato. Pero sólo iré contigo, que
te conste, por estar con mis perras.
Temblando de la emoción, Azrael abre el maletero
de su coche. De una elegante bolsa de cuero, toma
un fajo de billetes. Desesperado, cuenta 8.000 eu-
ros. Se aproxima a la puerta de la penitenciaría.
Habla con el primer guarda con el que se encuen-
tra:
—Quiero comprar unas esposas y una pistola de

265
descargas eléctricas.
—Esto no es El Corte Inglés, chaval —contesta
sorprendido el guardia.
—Estoy dispuesto a pagarte esto si me las consi-
gues —dice Azrael, mostrando el dinero.
El guardia observa con asombro el fajo de billetes:
—¿Cuánto hay ahí?
—8.000 euros.
—Ok.
El policía abandona su puesto para caminar con
paso presuroso hacia el interior de la prisión. An-
tes de desaparecer se gira para gritar a Azrael:
—¡Por favor, señor! ¡No se vaya! ¡Ahora regreso!
Cuarenta minutos después, Merchi y Azrael se
encuentran dentro de un lujoso avión privado en
el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid. Junto a
ellos viajan el piloto, el copiloto y una guapísima
azafata rubia que viste un ajustado uniforme azul
con falda corta.
Ni rastro de los supuestos amigos violadores de
Azrael o de cualquier otra amenaza.
Nada más entrar al avión la azafata sirvió a
Merchi una bandeja con su comida favorita: una
hamburguesa XXL del Burger King con patatas,
tiras de pollo, Coca-Cola y helado con doble ración
de sirope de chocolate que Merchi devoró como si
fuera un perro hambriento. Al lado de Azrael, sobre
un plato, había una torre de chocolatinas energéti-
cas de diferentes marcas.
—A mí sólo me gusta comer chocolatinas energé-
ticas, Merchi. Espero que no te moleste —comentó
Azrael mientras Merchi comía alguna— Nunca
como otra cosa.

266
—Tienes que alimentarte bien, imbécil —repuso
Merchi— Comer comida de verdad, como yo. Si no,
te morirás.
El avión despega. Una vez que el avión se estabi-
liza, Azrael ordena a la azafata:
—Por favor, ponga la película.
—En seguida, señor Sender —responde la azafa-
ta con una elegante sonrisa.
—¡Puta! —grita Merchi a la azafata.
La azafata mira indignada a Merchi y, acto segui-
do, a Azrael, esperando una disculpa o que su jefe
le explique a qué se debe el desagradable insulto
que la invitada le ha dedicado.
—Por favor —insiste Azrael— ponga la película
o la despido. Si ella dice que usted es una puta,
usted es una puta y punto.
0HUFKLVRQUtHGHVDÀDQWHDODD]DIDWDVLHQWHHQYL-
dia por lo bella que es. Añade:
—Vete con los pilotos si quieres beber semen,
guarra. Tienes cara de estar deseándolo.
Indignada, la azafata vuelve a mirar al señor Sen-
der. Encuentra un rostro inexpresivo. La azafata
no entiende. Hasta el día de hoy el señor Sender
siempre había mantenido un comportamiento
educadísimo con ella.
El jefe ideal.
La azafata tiene un secreto.
Ella es la única persona del mundo que ronronea.
—“¿Te vas a poner a llorar, putita?”—sigue insul-
tando Merchi.
No ronronea por imitación o porque esté loca y le
JXVWHÀQJLUTXHHVXQJDWRURQURQHDItVLFDPHQWH
junto a su alma. Su cuerpo vibra con un ronroneo

267
que tiene su origen en su corazón.
Desconoce el motivo por el cual le ocurre esto.
La azafata ha leído en la Wikipedia que los cien-
WtÀFRVQRVDEHQFRQFHUWH]DGHGRQGHSURYLHQHHO
ronroneo: ese particular sonido que los gatos pro-
ducen cuando se sienten seguros y felices.
—“Tienes pinta de que te gusta que te la metan
negros con sida”.
La azafata ha leído por internet que no hay hu-
manos en el mundo que ronroneen. Deduce que
ORV PHMRUHV FLHQWtÀFRV GHO PXQGR HVWDUtDQ PX\
interesados en analizar su anomalía, posiblemente
única en el mundo.
Ronronea, sobre todo, cuando está en su casa,
en su cama, abrazada a su marido e hijos. Con el
generoso sueldo, que desde hace años le paga el
señor Sender, ha podido comprarse un adosado en
primera línea de playa, en Mallorca.
Tiene una vida maravillosa.
—“Tienes el culo lleno de mierda y te la comes”.
Sólo su familia conoce su secreto.
Son los únicos que la han escuchado ronronear.
Lo que menos desea la azafata es que el señor
Sender la despida. Así que se traga su orgullo,
recompone su porte y pulsa el botón del control
remoto que activa una pantalla de plasma que se
despliega desde el interior del techo del avión. Apa-
ga las luces. Al segundo comienza el capítulo IV de
Star Wars.
—Espero la disfrutes, Merchi. También es mi
película favorita —señala Azrael— Si te apetecen
palomitas, la azafata te las trae. Ella te las prepa-
rará enseguida, ¿verdad?

268
³6tFODUR3DUDTXHHVFXSDÁHPDVREUHHOODVD
escondidas y luego se ría de mí en mi cara viendo
como me las como.
—Yo jamás le haría eso, señora —contesta la aza-
fata a la vez que ofrece unas gafas a Merchi.
—¿Para qué son las gafas pedazo de mongólica?
¿Me estás llamando cegata?
—Elegí para ti la versión 3D de la película —se
adelanta a explicar Azrael— Pero si eres de las que
no les gusta el 3D, la podemos ver en 2D.
Merchi acepta las gafas 3D con una gran sonrisa
infantil. En su lista mental de “Cosas que quiero
hacer antes de morir” tenía apuntada ver su pelí-
cula preferida en 3D. Azrael al ser testigo de la pri-
mera sonrisa que ha conseguido sacarle a Merchi,
se estremece de emoción.
—Merchi... de verdad que creo que eres mi media
naranja. De verdad que creo que Dios me ha lleva-
do hasta ti.
Merchi se asusta. Agarra el taser. Su primer im-
pulso es insultarle y electrocutarle hasta dejarlo
inconsciente.
Logra controlarse.
No lo electrocuta.
3UHÀHUH ÀQJLU TXH QR OR KD HVFXFKDGR SRU ORV
altavoces del avión suena, en perfecto sonido en-
volvente, el mítico tema de obertura de Star Wars.
Con la piel de gallina, emocionada, a punto de no
conseguir contener sus lágrimas, Merchi piensa:
³´3RU ÀQ DSDUHFH HQ PL YLGD HO KRPEUH TXH
merecía. Gracias Pedo. Todo esto te lo debo a ti.
Seguro que estás ayudándome desde el cielo”.

269
270
CAPÍTULO 17
“LA TIERRA”

A bres los ojos.


No puedes ver nada.
Estás tirado en el suelo, en un lugar frío y oscuro.
Tienes frío pero no es “el frío”.
Estás desnudo.
Intentas incorporarte. No lo logras.
Tu cabeza da vueltas. Tus fuerzas te han aban-
donado. Se te escapa un gemido de desesperación.
Alguien se aproxima hasta ti.
Es Paca Rosa.
—Por fin te has levantado, David —te dice— Pen-
sé que se habían pasado con lo que te metieron y
que la habías palmado.
—¿Con lo que me metieron? —preguntas.
—Viniste con heridas de dardos en el cuello y en
la espalda, profundamente dormido.
Recuerdas.
Llegaste a la casa rural de Paca Rosa.
Te bajaste de tu coche robado.
Caminaste hasta la casa.
Viste un carnero.
Recuerdas…
Recibiste un disparo, en el brazo. Un dardo clava-
do en tu brazo. Te lo arrancaste enseguida. Sacaste
tu arma, corriste para dar la vuelta al coche, atrin-
cherarte y disparar hacia donde vino el disparo. No

271
te dio tiempo. Otro dardo se clavó en tu espalda.
Lo intentaste con desesperación pero ese no con-
seguiste quitártelo.
Caíste sobre la nieve.
El mundo se oscureció.
Y ahora te despiertas aquí.
Desnudo.
Observas el lugar en el que estás.
Tus ojos se acostumbran a la oscuridad. Des-
cubres que Paca Rosa también está totalmente
desnuda. Aunque ambos lleváis un arnés metáli-
co alrededor de vuestro pecho. Los arneses están
enganchados a unas gruesas cuerdas metálicas
sujetas a algún lugar del techo que no logras ver.
Intentas quitarte el arnés.
No puedes.
Arrancártelo.
Con todas tus fuerzas.
No puedes.
—¿Qué coño es este arnés? —preguntas a Paca
Rosa.
—No lo sé. Pero nos electrocutan a través de él.
—¿Qué?
—Mierda, al verte aquí trató de matarte. Estran-
gulándote. Le dejaron inconsciente mediante un
pedazo de corrientazo que le llegó por el arnés.
Te alarmas.
—¿Mierda está aquí?
—Sí. Ahí —señala Paca Rosa con un dedo.
Ves un gran bulto de carne en el suelo, a escasos
metros de ti.
Sí, es Mierda.
Inconsciente.

272
Desnudo.
Piensas en levantarte: matarlo tú antes de que él
despierte y vuelva a atacarte. Deduces que, si lo
haces, te electrocutarán.
Recuerdas tu misión.
Tu objetivo.
Tu chalet de idealista.com.
Paca Rosa es quien ha de matarlo.
No tú.
Tenéis que salir de aquí.
—¿Y a ti no te hizo nada? —preguntas a Paca
Rosa.
—Me violó.
Te asustas muchísimo: tu chalet se desvanece.
—¿No le detuvieron? ¿No dejaron que me mate
pero sí que te violara? ¡No entiendo! ¡Mierda!
—Por lo visto...
—Lo siento, Paca Rosa. ¡Estaba inconsciente! ¡No
pude hacer nada! ¿Lo entiendes?
—Tranquilo. No es la primera vez que me violan.
Es el precio que hemos de pagar en España las que
tenemos buenas tetas desde pequeñitas. Me viola-
ron mi padre, mi hermano y unos cuantos novios
en la adolescencia...
—Lo siento. Te prometo que saldremos de aquí y
Mierda pagará por lo que te ha hecho.
—Más os vale.
Te pones en marcha.
Te levantas hasta llegar a una de las paredes.
La tocas.
Son de metal.
Estáis encerrados en una gran caja rectangular
de acero. Tienes la sensación de que está enterra-

273
da a bastante profundidad.
No distingues puertas ni ventanas.
Tampoco puedes ver bien el techo.
Está demasiado alto, demasiado oscuro.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta Mierda.
Se ha despertado.
Se sienta en el suelo.
Te pregunta con voz tranquila:
—¿Por qué has ido por toda España matando a
gente como si fuera yo? ¿Quiénes son la pareja de
turistas que me dispararon?
Se escucha un ruido.
Se abre una trampilla.
De ella surge un chorro de luz azul que ciega a los
prisioneros. Caen panes y filetes.
—Si querer agua —ofrece la voz del señor Fox—
en pared un grifo. Podéis fornicar, no matar. Vigila-
mos vosotros con cámara infrarrojos. Necesitamos
a vosotros vivos en salud. Disfruten comida.
—¡Por qué estamos aquí?! —pregunta Mierda.
—¡¿Qué nos vais a hacer?! —preguntas tú.
—Si nosotros contar, vosotros no creer —respon-
de el señor Fox.
—¡Inténtalo, caradura! —grita Paca Rosa.
La trampilla del techo se cierra.
La luz desaparece.
Gritas:
—¿Qué coño es esto? ¿Bromeas? ¿ME PUEDE
EXPLICAR ALGUIEN QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ
DE UNA PUTA VEZ?
Nadie contesta.
Escuchas a Mierda levantarse.
Te pones en guardia.

274
Agarra uno de los filetes. Abre uno de los panes
a modo de bocadillo utilizando sus dedos. Mete el
filete en su interior.
Come.
—¿Vas a responderme? —te pregunta a la vez que
mastica.
—Pasa de mí, gordo —contestas.
—No sé cómo. Pero voy a matarte —te amenaza.
Pasas de distraerte y perder tu tiempo con él.
Tratas de pensar un plan para escapar.
No se te ocurre nada.
—¡Coño! —maldices— ¡Coño! ¡Joder!
...

Tres horas después una de las cuerdas metálicas


unidas al arnés se tensa.
Es la tuya.
Tiran de ti, hacia arriba.
No lo puedes evitar, tus pies se elevan del suelo,
gritas de dolor.
Duele que te eleven de ese modo. Sobre todo por
la impotencia. Te sientes como un pollo de un co-
rral. Te hace sentir que tu vida no vale nada. Estás
vendido.
Te elevan a unos veinte metros del suelo. Se abre
la trampilla. Pasas a través de ella. Te suben hasta
otra habitación iluminada por cálidas luces azules.
La trampilla vuelve a cerrarse, la cuerda metálica
se afloja haciéndote caer al suelo.
Frente a ti está el señor Fox.
Lleva su iPhone en la mano.
—Tú elegido primero —te dice.
Pulsa un botón de una aplicación del teléfono. A

275
través del arnés metálico recibes una breve descar-
ga eléctrica que vuelve a dejarte sin conocimiento.
Despiertas.
No sabes cuanto tiempo ha pasado.
Te sientes débil.
Sigues llevando el arnés.
Estás acostado boca abajo en un potro, sujeto con
grilletes. Te han colocado de culo sobre el potro,
con las piernas separadas.
Deduces por qué.
Te aterras.
—¡Soy policía! —gritas— ¡Soy policía! ¡Vosotros no
sabéis lo que estáis haciendo! ¡Trabajo para gente
muy importante!
Nadie responde.
Estás solo.
Hasta que una de las puertas se abre.
De allí sale un hombre. Viste una especie de corsé
de látex que le aprieta la barriga y unos pantalones,
también de látex. Su rostro lo tapa una máscara
extraña, parecida a una máscara de gas.
Te cagas de miedo.
Tu ataque de frío regresa.
Comienzas a temblar.
Nunca antes has temblado así.
Sabes lo que va a pasar.
Porqué estás desnudo.
El hombre enfundado en látex se pone de cuclillas
delante de ti. Mira a tus ojos a través de su más-
cara.
No puedes ver su boca.
Pero sabes que está sonriendo.
De placer.

276
277
Instintivamente cierras los ojos.
Sientes que está mirando a través de tus ojos.
El hombre enfundado en látex se enfada. Te gol-
pea en la cabeza.
—¡Abre los ojos! -—te grita— ¡Eres mío!
Gritas aterrorizado.
¿Estás en el infierno? ¿Has muerto y has comen-
zado ya a pagar por tus crímenes? ¿Finalmente esa
tonta religión de la que te reías siempre es cierta y
el infierno existe?
El hombre enfundado en látex se da por satisfe-
cho al leer el terror en tus ojos. De su bolsillo saca
un aparato: su teléfono móvil. Se saca un selfie al
lado de tu cara. Luego teclea un mensaje. Lo man-
da a un amigo:
—“EN LA TIERRA. A PUNTO DE FOLLARME A
ÉSTE”.
El ser enfundado en látex deja su móvil en modo
dron. El móvil os graba a la vez que vuela por la
habitación eligiendo, de manera profesional, dife-
rentes ángulos para grabar el evento.
Simpático, el ser enfundado en látex saluda a la
cámara.
Se sitúa detrás de ti.
Se agacha.
Chupa el agujero de tu culo hasta que siente su
pene endurecerse.
Gritas.
Te rebelas.
Con todas tus fuerzas tratas de zafarte de tus
ataduras.
Es imposible.
Sientes, en tu interior, el pene del ser de látex. Es

278
inmenso. Tiene el tamaño de un fémur.
—¡No! ¡No!—gritas— ¡Por favor!
Comienzas a llorar.
Te penetra con ganas.
Sin piedad.
Cuando el ser enfundado en látex siente que está
a punto de llegar al orgasmo, se detiene, contiene.
Saca su polla ensangrentada del interior de tu culo
roto para pasártela por tu cara mientras se ríe de ti.
Tú lloras.
Prosigue su follada.
Hasta que no puede más.
Placer máximo.
Se corre.
Agradecido, saca algo de su bolsillo. Un terrón de
azúcar. Te lo mete en la boca mientras te susurra:
—Buen chico. Buen chico.
Luego grita al techo:
—¡El siguiente! ¡Traed al siguiente!
La elegante voz de la señora Fox se escucha a tra-
vés de un pequeño intercomunicador instalado en
la habitación en la que acaban de violarte:
—Señor siguiente preparado en habitación si-
guiente.
—¡Bien! —celebra el ser enfundado en látex.
Levanta la mano, silba.
Su teléfono móvil capta el silbido: vuela hasta la
mano del ser, que lo agarra.
El ser enfundado en látex desaparece a través de
una puerta, sin siquiera molestarse en guardarse
su pene cubierto con tu sangre. Teclea un último
mensaje para su amigo:
—“¡Y AHORA A FOLLAR CON OTRO!”

279
Quedas solo.
Sobre el potro.
Piensas:
—“¿Dónde hay un lugar en la vida para limpiar-
se de todas las malas acciones que uno ha hecho
de forma consciente? Quizás el único modo de
limpiarse es sufrir un daño mayor del que uno ha
infringido. Si es así... ¡Sé que aún no he sufrido lo
suficiente! ¡Nunca debí entrar en la negrura! ¡La
negrura siempre es demasiado grande!”
Escuchas ruidos a tu espalda.
—“¿Me van a violar otra vez?” —piensas.
El señor Fox aparece frente a ti.
Viste un traje antiradiación. En la mano lleva una
manguera que utiliza agua a presión para limpiar
tu cuerpo.
Cuando termina vuelve a conectar la cuerda
metálica a tu arnés. El otro extremo de la cuerda
está conectada a unos rieles del techo. El señor Fox
retrocede, alejándose de tu alcance. Utilizando otro
botón de su móvil los grilletes que te inmovilizan en
el potro se abren, la cuerda conectada a tu arnés
se tensa.
Te vuelven a elevar.
Guiado por los rieles del techo te cargan hasta la
habitación de al lado, lugar donde está la trampilla.
Vuelven a introducirte en el interior de la habita-
ción rectangular con paredes de acero.
Te dejan en el suelo.
Desnudo.
Usado.
Con el culo chorreando sangre.
—¿Qué te han hecho? —pregunta Paca Rosa con

280
una cruel sonrisa.
Lo sabe.
—No hace falta que contestes —delata— Escuché
tus gritos y lloros desde aquí abajo.
—¿Dónde está Mierda? —preguntas.
—Se lo llevaron poco antes de traerte a ti.
—¿Y por qué no te han llevado a ti?
—¿Quizás porque el que os está follando arriba le
gustan más los hombres que las mujeres?
Miras a Paca Rosa.
No sabes qué decirle.
Piensas en las mujeres.
Piensas en cómo pueden vivir con la certidumbre
e inseguridad constante de que cualquier hombre
pueda someterlas en cualquier momento por la
fuerza.
Te gustaría volver a quedar inconsciente.
Te gustaría dejar de llorar.
No puedes.
Sabes que estuviste en el Infierno.
Y que nunca te abandonará.

281
282
CAPÍTULO 18
“EL SENTIDO DE NUESTRA VIDA”

P edo —tras salir de su prisión de carne— se


ha convertido en una chispa de energía que flota
alrededor de Mierda. Siente impotencia por no
poderle ayudar, por no poder contarle la verdad
sobre el planeta Tierra y el extraterrestre que está
violándolo ahora mismo, sin piedad, en las insta-
laciones de los Fox.
Al igual que nos pasará a todos en cuanto mu-
ramos, Pedo se ha conectado con la inteligencia
del Cosmos, con la que fluye en conocimiento to-
tal e infinito. Ahora Pedo sabe lo ignorantes que
son los seres humanos. Ahora Pedo sabe lo co-
barde que es la mente humana: que se rebela por
instinto a los pensamientos que intentan hacerle
salir de su zona de confort.
—“¡Ay! —piensa Pedo— “¡Si los humanos supie-
ran la realidad en la que viven!”
Pero quien se atreve a cuestionar la realidad en
la que los humanos creen vivir es tachado de in-
fantil o loco por los engreídos humanos... ¡Por su-
puesto que la vida en otros planetas es un cuento
de ciencia ficción! ¡Lo sobrenatural no existe! ¡Las
realidades paralelas son juegos de entretenimien-
to para frikis! ¡Sólo existe lo que podemos ver con
nuestros propios ojos!
Los humanos se niegan a abrir sus mentes
a pesar de que, ellos mismos, han demostrado
científicamente que hay algo fantástico ahí fuera
que nos sobrepasa y nos convierte en un grano de
283
arena en mitad de un desierto.
Se sospechaba en los años treinta pero la confir-
mación no llegó hasta que la astrónoma Vera Ru-
bin descubrió que convivimos
con “algo” enorme, intangible
e invisible capaz de alterar la
gravedad de las estrellas y que
incluso las obliga a desplazar-
se más rápido. Descubrió otro
universo, otro cosmos que
está sobre y entre nosotros
cada segundo de nuestra vida
pero que no logramos ver ni tocar.
Ese universo inmenso, invisible, intangible está
compuesto por materia y energía que los cientí-
ficos —como muestra de su ignorancia— no han
conseguido denominar con otra palabra que “os-
cura” por no disponer de conocimiento alguno so-
bre su composición. Ese universo está compuesto
por un material desconocido que no puede verse
ni tocarse. Nuestro universo ocupa un 5% de lo
que llamamos “realidad”. Ese universo ocupa un
95% de esa realidad. Es la prueba definitiva de
lo ciegos e ignorantes que somos los humanos
ante la realidad en la que vivimos, de la que no
sabemos nada.
¿Por qué asociamos las realidades paralelas con
la ciencia ficción si hemos aprendido a convivir
con naturalidad con ellas? Vivimos en la realidad
de lo que pensamos, paralela a la vez a la realidad
de lo que hacemos y paralela a la realidad de lo
que nos gustaría hacer pero no nos atrevemos a
hacer. Vives en la realidad de cómo eres con tu
284
amante, paralela a la realidad de la persona que
eres de regreso a casa, con tu familia. Vives en
la realidad de la persona que eres en el trabajo
y la persona que eres con tus amigos. La perso-
na que eres cuando amas y la persona que eres
cuando odias. La realidad de tus pensamientos y
la realidad de tus actos conviven, en realidades
paralelas, ahora mismo, en ti.
¿Por qué asociamos a la ciencia ficción más in-
fantil que en alguna parte del universo exista vida
inteligente superior a la nuestra si, a diario, con-
vivimos en la Tierra con un montón de especies
u organismos que son inferiores en inteligencia a
la nuestra? ¿Te imaginas que patético resultaría
escuchar a un microbio que vive dentro de un
huevo podrido olvidado en un jardín asegurar a
otros microbios que ellos son los seres más inte-
ligentes que existen en el universo y que la vida
fuera de ese huevo son historias de ciencia ficción
para frikis? ¿No es de engreídos y de estúpidos
pensar que no puede haber nadie más inteligente
que nosotros en alguna parte de la galaxia y que
sabemos perfectamente de qué va la existencia
cuando hay un 95% de realidad que no podemos
ni ver? Mmmm... ¡Realmente ni siquiera conoce-
mos un 0,00000000001% de la realidad en la que
vivimos!
A Pedo le encantaría contar a Mierda que —en-
tre los cientos de miles de millones de estrellas
que forman las miles de millones de galaxias que
hay en nuestro universo— existe una especie
mucho más avanzada que la humana.
Se llaman así mismos “humanos A”.
285
Viven en un planeta al que llaman “Tierra A”,
dentro de un sistema solar con características
bastante parecidas a las nuestras. Físicamente,
los habitantes de Tierra A son exactamente igual
a nosotros.
¿Por qué no sabemos nada de ellos?
¿Por qué se parecen tanto a nosotros?
Son nuestros creadores.
Hace doscientos mil años, tras modificarnos
genéticamente, nos trajeron a lo que ellos deci-
dieron llamar “Tierra B”.
Hablamos, pensamos y nos movemos cien veces
más rápidos que ellos. Cien días nuestros repre-
senta un solo día de ellos. Antes de abandonar-
nos para siempre en Tierra B, dejaron flotando
en el aire infinitas cámaras invisibles, del tamaño
de una molécula, creadas con materia oscura,
capaces de grabar cada gesto, palabra y hasta re-
gistrar cada pensamiento del interior de nuestras
cabezas.
Los ordenadores de los directores de programa-
ción de entretenimiento de Tierra A procesan y
recapitulan, cada día, cien días de nuestra vida.
Millones de equipos de programación realizan
una selección de los últimos cien días de cada
habitante de Tierra B que editan y distribuyen
por sus dispositivos audiovisuales para propor-
cionar a sus telespectadores infinitas horas de
entretenimiento. Algunas de nuestras vidas son
emitidas como sagas de películas o series de
televisión de varias temporadas. Otras vidas,
en cambio, tienen tan poco contenido que sólo
pueden ser aprovechadas como cortometrajes o
286
breves sketches de humor.
Los humanos de Tierra B fuimos creados para
entretener a los habitantes de Tierra A. Desde los
sillones de sus casas han sido testigos privilegia-
dos de cada momento histórico de la humanidad:
desde la invención del fuego hasta la felación de
Monica Lewinsky. No obstante, las historias que
más disfrutan y mayor audiencia alcanzan son
las pequeñas e íntimas historias de tantas vidas
anónimas que jamás se han hecho conocidas en-
tre los habitantes de Tierra B. Los protagonistas
de esas historias son los pensamientos o sueños
que piensa o imagina, por ejemplo un oficinista,
cada mañana que se levanta de la cama para ir
a trabajar. O las cosas que piensa una madre
cuando mira a su hija. O las cosas que imagina el
frutero de un supermercado mientras deja la vis-
ta perdida sobre un melón. Historias que jamás
se cuentan a nadie por soledad o por miedo a no
ser comprendido.
Todas esas historias que se forman en nuestras
cabezas y que nunca contamos a nadie, todos esos
pensamientos con los que nos comemos la cabeza
preocupados, todas esas pesadillas o preciosos
sueños que nos llegan mientras dormimos, son
las historias más maravillosas jamás creadas.
Todo lo captan las cámaras extraterrestres.
Todo lo disfrutan.
Todo lo ven.
Los habitantes de Tierra A nunca, nunca crean
tramas, personajes o interactúan con nosotros.
Tras años de pruebas e investigaciones se han
rendido ante la evidencia de que el mejor guio-
287
nista es siempre la propia vida, el libre albedrío,
la casualidad. El cliché de “la realidad supera la
ficción” es el primer mandamiento que aprenden
los directivos de los canales de Tierra A para no
estropear el producto que emiten.
Sólo los puteros de Tierra A se saltan esa nor-
ma.
Interactúan con los humanos.
Ilegalmente.
Movidos por el morbo: el deseo de tener relacio-
nes sexuales con la raza de sus ídolos de televi-
sión.
Algunos habitantes de Tierra A se aventuran a
viajar en secreto a algunos puntos escogidos de
Tierra B. Llegan a zonas en las que las mafias de
extraterrestres puteros han conseguido anular la
señal de las cámaras extraterrestres. Esas zonas
son sólo tres pequeños puntos en todo el planeta.
Tres pequeñas casas rurales situadas en lugares
con nulo interés para los espectadores de Tierra
A. Prostíbulos regentados por humanos de Tierra
B que viven engañados por la mafia de puteros
de Tierra A. Éstos les han convencido de que a
cambio de veinte años de servicio tendrán dere-
cho a un billete de ida para que se establezcan de
por vida en la superdesarrollada Tierra A. Hasta
que ese día llegue, van recibiendo formidables
regalitos.
Cuando pasan los veinte años y los humanos
de Tierra B se ponen pesados o deducen el en-
gaño son eliminados y reemplazados por otros
estúpidos que quedan a la espera de la misma
recompensa.
288
Vivir en Tierra A es muy cómodo.
En Tierra A nadie muere a no ser que el Gobier-
no lo condene a ello.
En Tierra A nadie trabaja. La población vive dis-
frutando como espectadores. Enganchados a los
culebrones de los habitantes de Tierra B.
Todos los habitantes de Tierra A viven en bo-
nitas casas, situadas en ciudades modernas. El
Gobierno de Tierra A proporciona a sus habi-
tantes todo lo necesario para vivir. Incluso, cada
mes, les manda a casa un paquete con regalos
de moda y aparatos tecnológicos de última gene-
ración. Cada mes el Gobierno entrega una renta
básica a cada ciudadano a cambio de que respe-
ten la ley, vean la televisión y hagan comentarios
por las redes sociales sobre los programas de
televisión o películas que han visto. El Gobierno
obtiene la riqueza necesaria para mantener ese
estado de bienestar explotando como esclavos a
los habitantes de otros siete planetas réplicas:
Tierra C, D, E, F, G, H e I.
Gracias al sumiso modo de vida de los habitan-
tes de Tierra A —gracias a que ceden su voluntad,
energía y tiempo— el Gobierno obtiene de sus
ciudadanos una poderosa energía, aún experi-
mental, que canaliza a través de egregores. Con
esta energía el Gobierno de Tierra A intenta crear
una puerta cósmica que les permita introducirse
en el universo del plano superior. El universo de
la materia oscura.
Pedo no tiene miedo de contarte la verdad y
pienses que lo que lees son tonterías: porque
cuando escuches lo que tiene que contarte sobre
289
el universo de la materia oscura sabrás que se
trata de la verdad.
La verdad se reconoce fácilmente: se siente des-
de que se ve, escucha o se lee por primera vez.
Pedo está mirándote ahora mismo, de frente.
Siente que aún no le crees.
Pasa el dedo por tu boca, esperando demostrar-
te que está aquí, contigo: sin embargo, no logras
sentir su dedo ya que ahora está hecho de mate-
ria oscura.
Sonríe por la extraña simpatía que le tienes,
decide quedarse contigo.
Le caes bien.
Decide quedarse a tu lado, hasta que termines
de leer este libro.
Para explicarte cosas.
Cosas que quizás no crees.
Pero que existen.
En el Universo Oscuro viven unos seres inmen-
samente superiores en inteligencia y poder en
comparación a los habitantes de Tierra A.
Para entendernos: a los habitantes del Universo
Oscuro podemos llamarlos dioses aunque dentro
de su propio universo, dentro de su propia civili-
zación, no resulten ser más que seres normales
y corrientes.
Lo que nosotros conocemos como Big Bang no
fue más que el golpe que dio sobre la mesa uno
de esos dioses cuando creó nuestro universo co-
nocido.
Cada habitante del universo oscuro tiene el po-
der de crear universos. Los universos que crean
son sus laboratorios.
290
El Gobierno de Tierra A denomina al ser que
creó el universo en el vivimos como “La Reina del
Cosmos”. Ella creó nuestro universo para origi-
nar en él a su compañero: el Rey del Cosmos.
Su media naranja.
Cada habitante o ser de nuestro universo for-
mará una célula del cuerpo de su futuro com-
pañero. Para ser dignos de ello, La Reina del
Cosmos exige un nivel. Si no lo conseguimos en
una vida nos reencarnarmos en otras tratando de
alcanzarlo. Si no lo conseguimos nunca, termina-
remos vagando por un universo que un día será
abandonado a su suerte.
Las mujeres y lo femenino son las representan-
tes y el reflejo de la Reina del Cosmos en nuestro
universo. Los hombres y lo masculino vivimos
condenados a aprender, a convivir y a ser dignos
de lo femenino. Cada vez vez que un hombre y
una mujer consiguen vivir de forma justa, armo-
niosa y enamorada, la Reina del Cosmos recibe
a la pareja, transformada en energía. Y con esa
energía forma una nueva célula del Rey del Cos-
mos.
El día que el Rey del Cosmos esté finalizado, la
Reina del Cosmos abandonará nuestro universo
y regresará a su civilización de la mano de su
compañero para vivir eternamente feliz a su lado.
Será así como terminaremos los humanos.
Eternos.
Dentro del Rey del Cosmos.
Junto al amor de nuestra vida.

291
292
CAPÍTULO 19
“ENCONTRAR EL AMOR”

L a única unidad fabricada en el mundo de


un automóvil deportivo de lujo (un Maybach Exe-
lero), que ha recogido a Merchi y a Azrael en el
aeropuerto de la isla de
Palma de Mallorca, se de-
tiene ante las puertas de
la verja que dan acceso
al hogar de Azrael: una propiedad situada en las
afueras de la capital. Cuatro hombres de color,
uniformados de militares, inspeccionan el interior
del vehículo. Al descubir que Azrael se encuentra
esposado, apuntan con sus armas a Merchi y al
chófer, ordenándoles que salgan inmediatamente
del automóvil, con las manos en alto.
—¡No! ¡No! —grita fuera de sí Azrael— ¡Bajad las
armas! ¡Estoy esposado porque quiero estar espo-
sado!
Los hombres uniformados no consiguen creerle.
—¡He dicho que bajéis las armas, imbéciles! —
insiste Azrael— ¡Estáis apuntando a la mujer de
mis sueños! ¡Bajad las armas, coño, u os despido
ahora mismo!
Los soldados bajan las armas sin entender qué
está pasando.
—Puedo quitarte las esposas si quieres —ofrece
Merchi, muy asustada, ocultando su taser.
—No me quites nada hasta que a ti te apetezca.
De sobra sé que has hecho un gran esfuerzo de
confianza volando hasta una isla rodeada de del-
293
fines. Lo valoro y te lo agradezco de corazón. Eres
un mujer muy valiente.
—¿Seguro que todo está bien, señor? —pregunta
uno de los uniformados.
—¡Por supuesto que sí! —contesta Azrael.
—De todas formas te voy a quitar ya las esposas
—anuncia Merchi, liberándolo.
—Perdóname Merchi. Debí de haber previsto que
mis mercenarios no iban a entender que, de pron-
to, apareciera esposado.
—...Esto es un poco raro. Con tanto negro pa-
rece que estemos en el Congo, de pronto —señala
Merchi.
El coche pasa la verja, prosigue su camino por el
camino de la propiedad. Azrael trata de explicar lo
que ha pasado:
—Discúlpame, por favor, Merchi. Son mercena-
rios nigerianos. He tenido que contratarlos. Son
un poco bestias pero supernecesarios para mi
negocio. Tienen orden de disparar a matar a cual-
quiera que intente colarse en mi chalet.
—¿A matar?
—En los servidores de mi chalet guardo los dise-
ños, ideas, adelantos e historias de mis próximos
lanzamientos de videojuegos. En la competencia
hay mucho buitre con corbata capaz de cualquier
cosa por apoderarse de mi trabajo y especular con
él... Desgraciados sin talento.
—¿Permite eso la ley? ¿Matar a alguien que entre
en tu propiedad?
—Por supuesto que la ley no lo permite. Por lo
menos en España. Pero si propones el dinero su-
ficiente, la gente hace cualquier cosa que le pidas.
294
Es vergonzoso. La mayoría de las personas se
comportan como prostitutas cuando les enseñas
unos billetes. El trato con mis soldados es que,
sin preguntas, maten a todo aquel que intente en-
trar en mi propiedad sin mi permiso. A cambio les
indemnizaré con un millón de euros. Es un gran
trato. Hoy en día matas a alguien y, con buenos
abogados y portándote bien, estás fuera de prisión
en menos de uno o dos años: disfrutando de toda
la pasta. Y te aseguro que para estas bestias que
contrato dos años en la cárcel no supone ningún
tipo de experiencia traumática.
—¿Pero por qué haces eso?
—Mi trabajo da de comer a un montón de fami-
lias que tienen trabajo gracias a lo que sale de mi
imaginación. Tengo que tomar estas drásticas me-
didas pensando en ellos. Si hubieran filtraciones
de mis proyectos, se estropearían los lanzamien-
tos de mis videojuegos y tendría que despedir a
padres de familia.
—¿Han matado a alguno ya?
—Eso es lo mejor de todo. ¡No han tenido que
matar a nadie! Mis soldados lo están deseando, la
competencia lo sabe. Por eso nunca nadie se ha
atrevido a venir a robarme. Siempre que planeo
algo me sale perfecto.
El automóvil se detiene.
Han llegado al supuesto chalet de Azrael.
No es un chalet.
—Bienvenida a mi hogar que, hasta cuando tú
desees querida Merchi, también es tu hogar.
Merchi sale del coche, observa con asombro: el
chalet de Azrael es, en realidad, un increíble cas-
295
296
tillo de dos mil metros cuadrados. A su alrededor:
dos piscinas olímpicas, una cancha de frontón y
un jardín inmenso repleto de árboles frutales.
Las perras de Merchi aparecen corriendo. Reple-
tas de felicidad, se tiran sobre su dueña, sin parar
de lamerla y celebrarla con gemidos emocionados.
—¿Te gusta el chalet? —pregunta nervioso
Azrael.
—Sí... claro que me gusta.
—¿Me permites enseñártelo?
—¿Qué quieres? ¿Presumir? Eres un egoísta. Tu
casa es muy grande. ¿No te da cuenta que verla
entera puede llevarme días? Me duelen los pies y
la espalda, ¿sabes?
Azrael baja la cabeza, avergonzado.
—Tienes razón, perdóname por favor, Merchi.
¿Puedo enseñarte sólo dos habitaciones? La entra-
da y el dormitorio que te he preparado, para que te
pongas a descansar enseguida.
—Bueno. Pero no está bien que vayas de pre-
potente por la vida. Más aún cuando acaban de
apuntarme con un arma a la cabeza por tu puta
culpa, ¿sabes? Salí hace horas de la cárcel, tomé
el avión como pediste, estoy cansada, ¿entiendes?
¿no puedes ya parar de pedirme cosas?
Azrael contrae sus puños. Trata de contener las
lágrimas que quieren salir de sus ojos.
—Perdóname, Merchi. De verdad que intenté que
todo fuera perfecto. No hago nada más que meter
la pata una y otra vez ¡No sé qué me pasa! ¡Nor-
malmente soy perfecto al cien por cien!
—Oye, que tampoco tienes que ponerte a llorar.
Tienes que ser más hombre y menos sensible. Las
297
niñitas son las que lloran... ¿Acaso tú eres una
niñita?
—No, Merchi. No —responde Azrael repleto de
vergüenza— Te pido perdón.
La extraña pareja entra en el recibidor del cas-
tillo que está amueblado con muebles originales
del siglo XV. Utilizando un código, Azrael abre una
puerta acorazada que conduce a una pequeña
cúpula en la que guarda un sofisticado arsenal
militar. Azrael se explica:
—Empecé a aficionarme al mundo de las armas
por razones de trabajo: necesitaba pasar mu-
chas horas documentándome para dar realismo
a mis videojuegos de combate. Eso me convirtió
en un apasionado de las armas. Me hacen sen-
tir seguro, como a ti. Toma... esta pistola ame-
tralladora te la regalo si quieres. Es para que la
tengas siempre contigo mientras
te quedes en casa. Quiero que te
sientas completamente segura. Es
mucho más efectivo que el taser.
—Azrael... otra vez pensando sólo con
tu polla. Que estoy en libertad bajo fianza. Si la
poli me pilla con un arma como esta…
Azrael le interrumpe:
—Nadie va a verte con ella. Mis soldados vigilan
día y noche los muros, que por cierto están elec-
trificados. Los altos árboles y su espesa vegeta-
ción nos ocultan de posibles drones espías. Aquí,
Merchi, puedes vivir como quieras, hacer lo que
quieras, sin que nadie te vea o te diga nada. Aquí
la jefa eres tú.
—¿Estás seguro que la poli no va a pillarme?
298
—Claro que no. Esta pistola es un clásico pero
modernizado, una pistola ametralladora Ingram
Mac 10, supera fácilmente los mil disparos por
minuto. Te la dejé cargada anoche, preparada para
disparar, así que ten cuidado. Por cierto: puedes
acceder a esta cúpula de armas cuando lo desees,
sin preguntarme. El código de la puerta acorazada
es 1973A. Tu año de nacimiento más la letra “A”.
Y si vas a estar más tranquila, cambia el código y
no me lo digas.
—¿“A”? ¿Por qué “A”?
—“A” de amor.
Merchi gira la cabeza. No quiere que Azrael sea
testigo de la sonrisa enamorada que no logra re-
primir. Deja el taser sobre la mesa, acepta el arma
que le regala Azrael y apunta, con ella, al centro
de uno de los lujosos sofás del recibidor. Coloca
un dedo sobre el gatillo. Se atreve. Lo aprieta. Una
ráfaga de balas atraviesa el sofá. Merchi no deja de
disparar hasta partir en dos el sofá:
—¡Oh! ¡Dios! ¡Ja, ja, ja! ¡Perdona! —se excusa
Merchi entre carcajadas— ¡Sólo posé el dedo sobre
el gatillo! ¡Creo que está un poco flojo! ¡Ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja! ¡No pasa nada! —le acompaña riendo
Azrael— ¡Sólo que no me apuntes nunca!
Merchi apunta a Azrael con el arma.
Azrael queda quieto, con los ojos abiertos, asus-
tado.
—¡Tranquilo! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué tontito! —ríe Merchi
apartando el arma— ¡Qué cara has puesto! ¡Ja, ja,
ja!
—No —dice Azrael muy serio.
Se arrodilla frente Merchi. Agarra con fuerza el
299
cañón de su arma. La obliga a que le apunte en la
frente.
—Mátame si quieres. Te pertenezco.
—Levántate, tonto.
De rodillas, Azrael sigue hablando de forma so-
lemne:
—Te prometo que sólo te daré cosas buenas. La
vida es un regalo sin fin que te mereces, Merchi.
Merchi asiente.
Siempre ha pensado que se merecía una vida me-
jor que la que tenía. Pero no sabía qué pasaba, por
qué razón no le llegaba. Porqué sí a otras personas
y no a ella que la merecía más.
Azrael se pone de pie:
—Merchi, una preguntita ¿Te importa que me
desnude?
Merchi vuelve a apuntar a Azrael con el arma.
Ahora es ella la asustada:
—¿Qué dices?
—Odio la ropa. Por casa siempre ando totalmen-
te desnudo. Me cuesta un esfuerzo increíble llevar
ropa puesta. Un esfuerzo innecesario si tú me
permites quitármela. La ropa me oprime: tanto a
mi cuerpo como a mi imaginación. La ropa no me
permite estar conectado con la ideas, con la crea-
tividad que fluye de aquí a allá entre millones de
partículas. Pero si te incomoda que esté desnudo
conservaré la ropa en casa a partir de hoy. Te juro
que no busco desnudarme ante ti para provocar
algo sexual. Estar desnudo es un acto natural. Es
así como nacemos, Merchi.
—Si es así puedes desnudarte… pero si intentas
violarme...
300
—Jamás haría eso. Si lo pensara un sólo segundo
me dispararía yo mismo en la cabeza. Te lo prome-
to.
—Bueno...
Azrael va dejando, minuciosamente doblada
sobre la mesa del recibidor, cada prenda de ropa
que se quita. Merchi goza de cada centímetro del
atlético cuerpo desnudo que Azrael va mostran-
do. Cuando por fin llega el momento en que va a
quitarse los calzoncillos, Merchi siente que se le
acelera el corazón, se sonroja. Muere de ganas por
verle la polla.
El culo de Azrael es firme, musculoso.
De acero.
Y su polla, larga, gruesa, carnosa.
—“Superchupable” —piensa Merchi.
—Muchas gracias por permitirme librarme de
toda esta ropa.
—Nada.
—Ahora, por favor, permíteme enseñarte el dor-
mitorio que ideé para ti y ya te dejo en paz para que
descanses.
—Venga.
Merchi acompaña a su hermosísimo benefactor
—que se le antoja estatua de mármol— por las esca-
leras que conducen a una planta superior. Entran
en una habitación. Un enorme loft de doscientos
metros cuadrados. Las paredes son blancas. Está
amueblado con una cama clásica, con mosquitera,
un gran televisor, videojuegos, armarios empotra-
dos, un escritorio, varios sofás, una diana con arco
y flechas y, por todas partes, una impresionante
colección del merchandising oficial de Star Wars.
301
—¡Diooooos! —grita Merchi encantada— ¡Esto es
totaaaal!
Azrael se entusiasma al ver que por fín ha conse-
guido sorprender a Merchi.
—¡Espera, espera! —pide Azrael tomando una
peluca de hombre de encima del escritorio— ¡Mira
esto! ¡Es para ti! ¡Toma! ¡Toma!
Merchi toma la peluca, sin entender a que se
debe tanta emoción.
—¿Sabes qué es?
—No… —contesta Merchi.
—¿No reconoces el corte de pelo ni las caracterís-
ticas canas que tiene?
—No...
—Es una peluca hecha con cabellos originales de
George Lucas... ¿sabes quién es George Lucas, no?
—¡Claro! ¡Faltaría más! ¡El creador de Star Wars!
—Pues su peluquero fue guardando, en secreto,
los cabellos que iba cortándole cada vez que él
venía a su peluquería. Elaboró una peluca de ma-
nera artesanal sin que George Lucas lo sospechara
jamás.
—¡No! ¡Es imposible! ¡Me estás tomando el pelo!
—grita Merchi con los ojos abiertos como platos.
—El peluquero grabó el proceso utilizando una
cámara oculta —informa Azrael, con los ojos emo-
cionados— Me ha vendido la peluca por 400.000
dólares junto a las cintas de VHS que documentan
en proceso. Se le ve cortando el cabello a George
Lucas en los 80, luego barriendo el cabello y, por
último, componiendo la peluca en un sótano. ¡Te
la regalo! ¡Es para ti! ¡Como todo lo que hay dentro
de este cuarto! ¡Incluido lo que te he dejado en el
302
armario del fondo! ¡Ábrelo, por favor! ¡Ábrelo!
Sin poder creer su suerte, Merchi se pone la pe-
luca de George Lucas.
—¡No lo puedo creer! —grita alucinada— ¡Tengo
el cabello de George Lucas sobre mi cerebro! ¡A
partir de hoy tendré ideas geniales! ¡Y...
Merchi mira a Azrael muy seria.
—¿Y?
—¡Te las daré a ti, Azrael! ¡Te daré a ti las ideas
geniales que se me ocurran para que las conviertas
en videojuegos y te forres más que nunca! ¡Porque
así soy yo de generosa! ¡Así es Merchi! ¡Generosa!
—¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Pero abre el armario del fondo,
por favor!
Merchi camina hasta ponerse delante del arma-
rio.
Lo abre.
No puede creer lo que ve.
El armario está repleto, de arriba a abajo, de bi-
lletes de 200 euros.
—Ahí tienes... ¡Seis millones de euros en efectivo,
Merchi! Billetes sin marcar. Y, en ese sobre, un
documento firmado por mí ante notario en el que
declaro que todo ese dinero es tuyo legalmente,
que es un regalo que yo te he hecho a cambio de
absolutamente de nada porque a mí me ha dado
la gana.
—¿Por qué me regalas tanto dinero?
—Para que no te sientas comprada jamás. Odio
cuando la gente está conmigo por interés econó-
mico. Ahí tienes dos millones para que me dejes
cuando quieras.
Merchi comienza a llorar de la emoción.
303
No puede creer que esto le esté pasando.
¡Tiene que ser un fraude!
¡Tiene que haber un engaño!
—No... —gime Merchi entre sollozos— No puedo
quedarme aquí, contigo Azrael...
Azrael siente que está a punto de romperse en
dos.
—¿Por qué? —pregunta aterrorizado— ¿Qué he
hecho mal?
—Por la piscina. No puedo vivir cerca de una pis-
cina. ¡Pueden aparecer delfines de pronto!
—No —responde Azrael, hablando muy despacio,
tratando de empatizar con Merchi— No tengo una
piscina, Merchi. Tengo dos. Olímpicas.
Azrael toma su iPhone, marca un número.
Le atienden enseguida.
Merchi escucha hablar a Azrael.
Está ordenando a alguien, a su asistente o se-
cretaria, que comiencen a vaciar las dos piscinas
ahora mismo:
—... Llenadlas de tierra. Sí, así es. Quiero que
dentro de unas horas las piscinas hayan desapa-
recido y se comience a plantar árboles sobre ellas...
Sí. Sí. Claro que estoy seguro. ¡Ah! ¡Y traed un sofá
nuevo para el recibidor! Sí. Me da igual. Sí. Sólo
que sea exactamente igual al que estaba. Me gus-
taba mucho. Sí, sí. Así es. Sí. Venga, vale. Adiós.
Azrael cuelga el teléfono.
Clava su mirada en Merchi.
—Aunque sigas con la intención de irte, esas
piscinas desaparecerán para siempre de mi vida.
Nunca podría volverme a bañar en ellas sabiendo
que son las culpables de perderte.
304
—No sé qué decir, Azri... —miente Merchi.
—Di, por favor, que te quedarás unos días por lo
menos. Para probar. Dilo, y no sólo te prometo los
días más felices e increíbles de tu vida. Te prometo
también mi corazón. Te prometo que nunca, nunca
ningún delfín del mundo volverá a estar cerca de ti.
—No sé... no sé...
—Por favor, Merchi...
—Bueno. Me voy a fiar. Me quedo, Azrael... ¡Me
quedo a tu lado!
Merchi y Azrael lloran de la emoción: uno frente
al otro.
Sin tocarse.
Sin abrazarse.
Mirándose fijamente.
Él, desnudo.
Ella, con una peluca y peligrosamente armada.
Merchi piensa.
Todos tenemos una locura en nuestro interior
que quiere crecer día a día. Una locura destructiva
que puede joder nuestra vida. Ella ha permitido,
durante demasiado tiempo, que su locura crezca,
alimentándola cada día, mimándola.
Su locura se hizo inmensa.
Pero se acabó.
Merchi se jura a sí misma que, a partir de ahora
mismo, comenzará a matar su locura.
Cambiará.
Se convertirá en una persona sana, alegre.
Azrael lo merece.

305
306
CAPÍTULO 20
“PROBLEMAS Y SOLUCIONES
INESPERADAS”

E l ser cubierto de látex grita poseído por el


orgasmo. Con morbo, sus manos separan las nal-
gas de Mierda a la vez que llega el momento de la
recompensa. Eyacular en el interior del ano de su
prisionero:
—¡Eres mío! ¡Eres mío! —grita el ser humano de
Tierra A.
Se corre.
Mierda aguanta, estoico: como si fuera una es-
tatua de un parque acostumbrada a que las palo-
mas se le caguen encima. Una vez que tuvo la cer-
tidumbre de que era imposible escapar del potro
al que le habían agarrado, cerró los ojos, aguantó
las embestidas y se dejó hacer. Tensando su ano
sólo conseguiría un desgarro anal. Mientras era
penetrado, no paraba de repetir mentalmente:
—“Es un supositorio. Es un supositorio”.
—“¡Eres impresionante!” —gritó el ser la primera
vez que le vio— “Me encantas... ¡Me vuelves loqui-
to! ¡Loquito!”.
El orgasmo se desvanece. El ser saca su polla, da
la vuelta y se coloca de cuclillas delante de Mierda:
—Me has encantado. Me has encantado de ver-
dad. Te vienes conmigo, ¿quieres bonito?
—El maricón eres tú, no yo —contesta Mierda—
Si escapo de aquí te arranco la cabeza.
—Sí. Te vienes conmigo. A mí y a mis amigos nos
va a encantar tenerte cerca. Eres un espécimen
307
perfecto.
El ser se pone de pie y grita:
—¡A éste me lo llevo!
—Enseguida preparamos él, señor —accede, a
través del intercomunicador, la elegante voz de la
señora Fox.
Una puerta se abre. El señor Fox aparece vestido
con su traje antirradación.
—Si querer —ofrece al extraterrestre— la mujer
está preparada para usted en la habitación conti-
gua. O, si no apetecer ella, alimentos buenos en
el salón espera a usted. Y cama de descanso en la
habitación.
—No he venido aquí a comer —responde el ser
con una sonrisa— Preparadme bien a éste que es
una maravilla. A la otra lo que me apetece es tor-
turarla y matarla.
—Usted lo que querer, señor. Para eso nosotros
estar. Para servir a usted feliz.
El ser sale de la habitación conforme, sin mediar
ni una palabra más. Su mente está ocupada en las
salvajadas que planea hacerle a Paca Rosa.
El señor Fox apunta a Mierda con una mangue-
ra, comienza a limpiarlo con agua a presión, sin
liberarle del potro.
—Sois unos animales —le increpa Mierda—
¿Cómo podéis vivir con la conciencia tranquila?
El señor Fox mira a Mierda como si fuera un
insecto.
No le contesta.
Piensa.
Junto a su pareja busca lo que todo el mundo:
estar mejor y vivir el máximo de tiempo posible. Y
308
lo hace como la mayoría de la gente. Sin importar-
les lo más mínimo si, para conseguirlo, hay que
machacar o pisotear a alguien.
El señor Fox termina de lavar a Mierda, pulsa
un botón de su iPhone. Una descarga eléctrica
atraviesa el arnés. Mierda vuelve a perder el co-
nocimiento. Tras asegurarse de que ha quedado
bien frito, el señor Fox libera al prisionero de los
grilletes del potro, lo coloca de pie sobre la pala de
una carretilla de almacén. Lo ata a ella utilizando
decenas de metros de cinta americana.
Piensa.
¿Cuándo podrá abandonar Tierra B junto a su
esposa? ¡Vivir inmortales en el planeta más desa-
rrollado de la galaxia!... Sin cámaras. Sin trabajar.
¡Todo el día viendo películas que les descubrirán
los mayores secretos de la historia de la humani-
dad! ¡Incluso podrá ver en un vídeo grabado en
directo al primer humano que creó la rueda!... y
ver todos los vídeos de cuando el hijo de ambos
estaba vivo.
El señor Fox conduce a Mierda en la carretilla
hasta el establo que está situado fuera de la casa.
Allí dentro se encuentra escondido el ovni del invi-
tado de las estrellas.
Llegó de improviso.
Sin avisar.
Los señores Fox no estaban preparados para
su visita. Hacía pocos días que habían recibido
la última. Un ser de Tierra A que decidió llevarse
todos los especímenes humanos que tenían captu-
rados. En Tierra A hay algunas casas clandestinas
o granjas privadas de prostitución para aquellos
309
seres A que no se atreven a quebrantar la ley y a
viajar hasta Tierra B.
El señor Fox abre la puerta trasera del ovni. Con
gran esfuerzo, debido a la gran carga que trans-
porta, sube a Mierda por una rampa. En el interior
del ovni abre, tecleando un código, la tapa de cris-
tal de una cápsula con forma de sarcófago. Libera
a Mierda de la cinta americana y lo deja, acostado,
en el interior de la cápsula. Justo cuando se dis-
pone a volver a bloquear la tapa de cristal con la
clave, un ruido llama su atención.
Proviene de fuera de la nave.
Al salir para investigarlo, cae al suelo. Fulmina-
do. Muerto al instante.
—Primer blanco abatido, señor — anuncia un
francotirador a través de su micrófono.

—¡Adelante unidad Davos y Albatros! ¡Luz verde


para entrar en la casa! —ordena el alto mando
desde su unidad móvil.
Setenta soldados de las fuerzas secretas del Go-
bierno estaban rodeando la casa, esperando esa
orden.
310
Ni Paca Rosa ni David sospecharon nunca que
una noche fueron drogados en el interior de sus
propios hogares para implantarles, en la nuca,
un pequeño chip de localización.
Si fueran más listos, habrían podido deducirlo.
Ambos son demasiado valiosos, ambos manejan
información privilegiada. Viven monitorizados las
veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta
y cinco días del año.
La inteligencia de las fuerzas secretas no deja-
ron pasar ni veinte minutos desde que Paca Rosa
y David se alejaron de las coordenadas por las
que se suponía que se moverían.
La maquinaria se puso en marcha. Primero con
espías que llegaron, en menos de una hora, al
lugar que señalaban los chips: la casa de los Fox.
Tras deducir un secuestro se envió, en heli-
cópteros, a setenta soldados desde Madrid que
rodearon la misteriosa casa. Los sensores de ca-
lor utilizados por los soldados indicaron el lugar
exacto en el que se encontraban los secuestrados:
en un zulo bajo tierra. No llegaron a tiempo para
evitar la violación que Mierda infringió a Paca
Rosa, pero sí que fueron testigos pasivos de las
violaciones que el extraño individuo enfundado
en látex (que incomprensiblemente posee una
bajísima temperatura corporal) habían infringido
a David y a Mierda. Ahora, que el ser había co-
menzado a torturar a Paca Rosa, ya no se podía
retrasar más la operación de rescate.
—¡Entramos!
La puerta principal de la casa de los Fox es
echada abajo utilizando un ariete.
311
Los soldados avanzan por el pasillo: apuntan
con sus armas cada rincón en busca de los dos
secuestradores que saben que se encuentran en
el interior de la casa.
La señora Fox hace su aparición.
Está armada.
Los soldados no lo saben.
¿Cómo van a saberlo?
Ella les está apuntando con un arma extrate-
rrestre.
La señora Fox no tiene tiempo de usarla.
Es abatida por siete disparos mortales que im-
pactan en su cabeza.
Otros soldados ya bajan las escaleras que con-
ducen al sótano de los horrores. Allí se encuen-
tran, de frente, con el ser vestido con el traje de
látex. El ser escuchó que la puerta principal de
la casa era derribada, escuchó los disparos que
mataron a la señora Fox.
Lógicamente se alarmó.
Se dispone a huir.
El ser pulsa un botón del cinturón que activa
habilidades extraordinarias en su traje. Salta
hasta el techo, fija la planta de sus pies sobre la
superficie y, boca abajo, corre por el techo esca-
pando a una velocidad demasiado rápida para ser
humana.
Aunque asustados y sorprendidos, algunos sol-
dados logran reaccionar profesionalmente. Dis-
paran. Sólo una de las balas consigue alcanzar
al ser: provocándole una rozadura en el traje sin
importancia aparente.
El ser ya está fuera de la casa. Ha llegado al
312
establo. Se introduce en su ovni. Despega ante
los atónitos ojos de los soldados.
—¡Está escapando! ¡Está escapando!
—¡Seguidlo! —ordena el alto mando a los solda-
dos, por los micrófonos, desde la unidad móvil.
—No podemos, señor —comunica un soldado—
¡Está escapando en un ovni!
El alto mando sale de la unidad móvil. No cree
lo que sus ojos le enseñan:

313
Uno de los soldados de las fuerzas secretas de
élite saca un bazoca de la unidad móvil de mando.
Localiza el ovni con el punto de mira.
¿Apunta?
Demasiado tarde.
El ovni ha desaparecido.
¡Se ha desvanecido!
Invisible.
De la casa de los Fox, acompañada por los mi-
litares que la han liberado del potro, sale Paca
Rosa, visiblemente enfadada.
Le cuelga un trozo de oreja.
El extraterrestre se la estaba arrancando a base
de mordiscos.
—¡¿Por qué habéis tardado tanto?! —grita—
¿¡Dónde está el hijo de puta que me hizo esto!?
¡¿Dónde está que me lo cargo?!
Un militar se acerca corriendo hasta Paca Rosa.
Es el alto mando de la operación. Aún no da cré-
dito al ovni que acaba de ver con sus propios ojos
pero atiende a Paca Rosa con profesionalidad:
—Permítame que me presente. Soy el general
Herrera. Me encuentro a cargo de esta operación.
Sentimos mucho no haberla rescatado antes.
¿Está usted bien?
—¿Que si estoy bien?¿No ve, mongólico, que me
cuelga una oreja? ¡Y me han violado! ¿Sabe?
—La llevaremos enseguida a un hospital y...
—¡De eso nada, monada! ¡Yo no vine a Asturias
para que me dijeran pobrecita y me dieran pun-
tos en la oreja! ¡Yo vine a hacer historia! ¿Dónde
está Mierda?
—Lamento informarle que ha escapado.
314
—¿Escapado? ¿Cómo que escapado? ¿Me estáis
tomando el pelo?
—Señora... le aseguro que todos los aquí pre-
sentes hemos presenciado lo mismo. Mierda y el
torturador han escapado en un ovni.
—¿Pero qué me está diciendo?
—Cada soldado lleva insertada una cámara en
los cascos. Las ponemos a su disposición para
demostrarle los hechos ahora mismo.
Paca Rosa visiona las imágenes.
No da crédito a lo que ve, sin embargo, las imá-
genes no dejan lugar a la duda.
—¡Me cago en mis bragas! ¿Pero esto qué es?
Paca Rosa ve a un hombre corriendo por el te-
cho, boca abajo. Luego ve a un ovni destrozar el
techo de un establo y desaparecer.
¡La leche! ¡Quiero estas imágenes ahora mismo
para mi programa!
—Señora... con dolor de mi corazón le comunico
que para entregarle estas imágenes necesito la
autorización de mis superiores...
Justo en ese momento Paca Rosa repara en
David: está siendo sacado en camilla de la casa
de los Fox. No puede caminar. Sus piernas no
le responden debido a las continuadas descargas
eléctricas que ha recibido de los Fox y a su tras-
torno psicológico.
Una toalla cubre su cuerpo.
David tiembla de frío.
Paca Rosa no deja de mirarlo.
Se le ha ocurrido una idea.
—De acuerdo —accede la presentadora— Ya
hablaremos más adelante sobre la exclusiva del
315
extraterrestre. Pero por la memoria de mi santa
madre que hoy terminamos a lo que vine aquí.
.
.
.
.
.
El ser de Tierra A deja los mandos a cargo del
piloto automático. Dentro de unas horas habrá
regresado a su planeta. La nave está en modo
invisible desde que salió del establo de los Fox.
Las cámaras creadas con materia oscura tampo-
co han podido captar la presencia de la nave. A
pesar de las inesperadas complicaciones, todo ha
terminado saliendo bien.
El ser, tose. Se introduce dentro del adaptador
médico: una pequeña habitación de muros de
cristal que sirve para, entre otras cosas, neutrali-
zar de su traje posibles restos solares. En cuanto
el ser se quita el casco y se desnuda, regresa a su
velocidad natural, lenta. El casco deja de propor-
cionarle la facultad de pensar a supervelocidad y
el traje de moverse a la velocidad terrestre.
Ahora parpadeará cada hora.
El ser no posee un aspecto extraño. No es verde
o con tentáculos. Su apariencia es igual a la de
cualquier varón terrestre.
Tose.
Tose más.
Tose sangre.
—“¡Maldición! —piensa— ¿Qué es esta mier-
da...?”
El adaptador revela el diagnóstico.
316
317
Está contaminado.
El extraterrestre palidece, aterrorizado.
Sabe lo que eso significa.
Un residuo solar ha contactado con su cuerpo.
—“¿Cómo ha sido posible?”
Piensa.
Algún disparo de los tontos seres de Tierra B
habrá rozado su traje de látex: lo suficiente para
que su piel quedara expuesta a la luz solar.
El suficiente tiempo para enfermarlo.
Necesita acudir a un hospital de Tierra A o mo-
rirá. Si lo hace no podrá ocultar a los doctores
el origen de su enfermedad. Deducirán que ha
estado en Tierra B... otra vez. Las autoridades ya
le pillaron cuando la visitó por vez primera, hace
décadas, siendo un adolescente imberbe, junto a
unos amigos del instituto.
Por ser menor de edad se le perdonó.
Ahora, de adulto, el castigo por visitar Tierra B
es un precio demasiado alto a pagar.
Humillación, dolor: le quitarán todo su patrimo-
nio: tendrá que dejar de ver para siempre a su
esposa y a sus dos hijos: jamás podrá volverse
a reunir con sus padres y con sus amigos. Tras
ser curado, será exiliado a otro planeta donde ya
no tendrá derecho a la inmortalidad, donde vivirá
en una sociedad subdesarrollada: se le explotará
como esclavo hasta el día que le llegue la muerte.
La otra opción es callar, regresar a su planeta,
permitir que el virus que trae consigo se extienda,
originando una pandemia.
Sus seres cercanos serán los primeros en caer.
Y tarde o temprano, le pillarán.
318
No.
Prefiere morir.
Desaparecer.
Que nunca nadie sepa qué le ocurrió.
Dónde está.
Qué pasó.
No hay tiempo que perder.
El ser pulsa un botón: el adaptador vuelve a
vestirle con el traje.
Sale del adaptador, se sienta en la zona de
mandos.
Da la vuelta.
Regresa a Tierra B.
Sumerge el ovni a dos mil metros bajo el nivel
del mar.
Toma un arma.
Apunta a su cabeza.
Dispara.
Muere.
.
.
.
.
.
.
.
.
David, muy débil, abre los ojos en la ambulan-
cia militar que le traslada. El enfermero se sor-
prende:
—Vamos a darle un poco de oxígeno, señor, ¿de
acuerdo? —le informa.
—De acuerdo.
319
El enfermero cubre la boca y nariz de David con
una mascarilla a la que no conecta oxígeno, sino
demasiada anestesia. El sueño que comienza
sentir David se siente agradable.
Piensa.
No se ha logrado el objetivo de la misión pero no
cree que, desde luego, se le culpe a él de ello. Él
ha hecho todo lo que se le ordenó. Seguro que el
superintendente le pagará algo. Quizás no todo lo
anunciado, pero sí bastante dinero. Con un par
más de trabajos como ese conseguirá comprarles,
a su hija y a su esposa, el chalet con el que sueña.
Con estos pensamientos en su cabeza, David
muere feliz.
La sobredosis de anestesia es mortal. Paca Rosa
ordenó que se le inyectara.
Él fue el elegido.
¿Capricho? ¿Justicia?
El superintendente tampoco se opuso.
La forma en que David llevó a cabo los últimos
crímenes mostró que era un demente. Una incó-
moda bomba de relojería.
Estaba loco.
Mejor librarse de él antes de que se le fuera la
cabeza del todo.
El cadáver de David entra en un quirófano del
HUCA: el hospital con mayor tecnología en Astu-
rias.
Su cuerpo es rellenado con kilos y kilos de silico-
na: hasta alcanzar el volumen y peso aproximado
del cuerpo de Mierda. Tras ser cocido es traslada-
do de vuelta a la casa rural de Paca Rosa donde,
con la sierra eléctrica, ella misma se encarga de
320
separar su cabeza del tronco y partir el craneo por
la mitad, en dos partes, para que la cara de David
no pueda ser reconocida a simple vista. Será un
corrupto forense del Gobierno quien certifique a
los medios de comunicación y a los entes oficiales
que, sin lugar a dudas, ese cadáver pertenece a
Mierda, el terrible asesino en serie.
—Y ahora, que venga la policía de verdad. Desapa-
reced vosotros —ordena Paca Rosa a los militares—
¡Venga! ¡Iros! ¡Que empiece el espectáculo cuanto
antes!
Marchan.
Paca Rosa queda sola en su casa rural.
Se desnuda.
Prepara un baño caliente en el yacuzzi.
Lo toma, sólo durante unos minutos.
Los suficientes para reencontrarse con su cen-
tro y salir de la bañera, de la casa, completamen-
te desnuda.
Camina unos treinta metros.
Hasta donde descansa el falso cuerpo de Mierda.
Se hinca de rodillas.
A su lado.
Es de noche.
Hace mucho frío.
Nieva, débilmente.
Paca Rosa tiembla.
Resiste.
Realiza la llamada telefónica.
Actúa.
En nada, la Guardia Civil del pueblo llegará.
Y pocos minutos después, lo harán también las
cámaras, los periodistas: la gloria.
321
Ensaya, con murmullos, el monólogo que pron-
to recitará ante las cámaras de televisión.
Comienza a granizar.
Un granizo, tan temible, que los asturianos de
la zona le han puesto nombre.
Se le conoce como “el granizo del Infierno”.
Del cielo caen unas piedras de hielo. Tan gran-
des como sapos. Unas piedras que caen a tal velo-
cidad que son capaces de atravesar y perforar los
tejados de metal de, por ejemplo, los gallineros.
Las piedras de granizo que alcanzan a Paca
Rosa le provocan daño, sangre.
Se asusta.
Se incorpora, comienza a correr de regreso a su
casa rural.
No llega.
La siguiente piedra de hielo que cae desde el
cielo impacta de lleno sobre su cabeza.
Paca Rosa cae al suelo.
Desorientada.
Trata de levantarse.
Lo consigue.
Gracias a Dios está bastante cerca de la puerta.
Pero el granizo se intensifica.
Varias piedras de hielo vuelven a impactarle en
el cráneo.
Vuelve a caer, derribada.
Ya no se levanta.
Al poco rato clarea.
La Guardia Civil del pueblo llega a la casa ru-
ral. También los compañeros de su programa de
televisión.
Encuentran muerta y desnuda a la famosa pre-
322
sentadora. Cerca de su cadáver hallán otro cadá-
ver: el de un hombre sin cabeza. Tiene el cuerpo
relleno de silicona
No entienden nada.
El Gobierno decide no seguir manchándose las
manos con este asunto.
Demasiado turbio, demasiado inútil.
Las pruebas forenses que son efectuadas horas
más tarde determinan que el hombre relleno de
silicona era un policía.
Según el expediente, un policía ejemplar.
David Santos Menéndez.
Muerto por una sobredosis de anestesia.
Rellenado, y no hace mucho tiempo según
delatan los puntos de sutura, con cien kilos de
silicona.
¿Por qué?
.
.
.
.
.
.
.
Tres horas después, gracias a que el señor Fox
no dispuso del tiempo necesario para activar el
cierre, Mierda consigue salir de la cápsula-sar-
cófago.
Observa el lugar donde se encuentra.
No puede creer lo que ve.
—“¿Qué es esto? —se pregunta— ¿Estoy den-
tro de una nave espacial? ¡No puede ser! ¿Dónde
estaré?”
323
Recorre la nave.
Sin entender.
Encuentra una pequeña ventana, mira a través
de ella...
¡Ahora entiende menos!
Está dentro de una nave espacial, en la profun-
didad del mar.
—¡¿Qué coño está pasando aquí?! —grita—
¿¡Pero qué coño está pasando aquí!? ¿Cómo he
llegado al interior de un submarino futurista?
¡Qué alguien me lo explique! ¡Me cago en la Vir-
gen! ¡Qué alguien me lo explique! ¡Socorro! ¡Soco-
rro! ¡Sacadme de aquí!

324
RECORDANDO AL “NEGRO”
DE PACA ROSA
CAPÍTULO 21
“¡QUÉ GRANDE ES EL CINE!”

C oincido con mis compañeros de “Podemos”.


Es increíble que en un país como España con una
riqueza agrícola envidiable y una potencia indus-
trial ilimitada lo estemos pasando económicamen-
te tan mal. El Gobierno actual ha batido todos los
récords de ineficacia y de sentido antidemocrático.
Nos ha vendido a las grandes corporaciones y a los
bancos. No nos dejan valernos por nosotros mis-
mos. Nos tienen en las ciudades trabajando como
esclavos por sueldos ridículos. Si unes esto a que
la meritocracia en el mundo creativo no existe, que
sólo unos cuantos reciben las subvenciones y los
encargos que mueven pasta, se explica como es
que yo, un puto genio, haya estado viviendo en
la miseria tanto tiempo. Si yo hubiera nacido en
EE.UU. ya viviría de mis creaciones literarias, se-
ría superreconocido y considerado. Pero vivo en
España. Aquí no hay oportunidades para la gente
que se lo curra. Aquí sólo se hace el corta y pega
de las mismas ideas de mierda una y otra vez. Por
eso no hay una industria creativa potente.
No se cuida a la gente que realmente vale.
No nos buscan.
Pero mi vida va a cambiar hoy.
Definitivamente, paso página de mi episodio
como “negro” de Paca Rosa. Ese escándalo que-
dará como una curiosa anécdota en mi futura

327
biografía de la Wikipedia.
Me mudo a Hollywood.
Adiós a seguir estudiando oposiciones para en-
trar en organismos oficiales que sólo ganan los
enchufados. En un rato me reúno con uno de los
productores ejecutivos que se encuentra detrás de
las últimas películas de Disney y Marvel. Nada más
y nada menos, que con el señor Stalinsk Moebe.
Que una persona tan importante haya llegado
hasta mí es la demostración de que en EE. UU. la
genialidad sí que se encuentra en busca y captura.
Allí manda la meritocracia. Allí se rastrea al genio
como antes se buscaba oro. Alguien de su equipo
leyó una novelita de ciencia ficción que publiqué
en Amazon: “Los Centauros contra los Druidas
Negros” una ambiciosa pentalogía que ideé para
destronar a “El Señor de los Anillos”. Autopubli-
qué en Amazon el primer volumen pero sus esca-
sas ventas —siete ejemplares— no me animaron a
escribir las siguientes entregas. Ya sabes. La gente
en España lee lo que la publicidad de los gran-
des grupos editoriales dictan, no buscan lo bueno
por su cuenta. La gente cree que si un libro no
es publicado por una gran editorial no merece la
pena leerlo. ¡Pues ya veréis la que se va a montar
cuando el grupo Disney anuncie que el Sr. Moebe
ha comprado los derechos cinematográficos de mi
novela! ¡A mí! Ya veréis como las principales edi-
toriales del país, que antes no me hacían ni caso,
me mandarán editoras con generosos escotes y
sonrisas insinuantes dispuestas a hacer cualquier
cosa a cambio de que les firme los contratos que
me ofrecen.

328
—“Vemos muchas posibilidades de éxito en su
obra” —fue lo que me escribió en un email alguien
del equipo de Stalinsk Moebe.
¡Casi se me sale el corazón por la boca cuan-
do lo leí! Me comunicaron que el señor Stalinsk
Moebe estaría en Madrid dos días. Hoy y mañana.
Que deseaba conocerme en persona para discutir
los términos creativos de una posible adaptación
cinematográfica de mi novela. Antes de dicha
reunión querían saber qué me parecía la oferta
económica que ofrecían: 500.000 euros y el 1% de
recaudación de taquilla. ¿500.000 euros? ¡Eso yo
no lo iba a ganar trabajando en la vida! Y puede
que parezca poco el 1% de recaudación de taquilla
hasta que se calcula que cada película de Stalinsk
Moebe recauda siempre más 500 millones de dó-
lares.
¡Toma ya!
¡Toma ya!
Que te ofrezcan así un trato en España es im-
pensable. Aquí el productor te diría:
—“Te voy a dar para que tengas para tus cosas”.
Te haría firmar una cesión de derechos y renun-
cia de royalties por dos mil euros como máximo,
el productor firmaría tu libro como si lo hubiera
coescrito y cocreado contigo y te irías a casa tras
darle las gracias por haberte salvado de un par de
finales de mes. Si protestas... ¡a la lista negra! y
despídete de trabajar para la industria por lo que
te quede de vida. Eso o que te manden un sicario
a casa para que te pegue un par de hostias, como
me hizo a mí Paca Rosa, que Satanás la tenga en
su gloria.

329
Así le fue.
A saber en qué mierda andaba metida la muy
puta para terminar de forma tan bizarra. La ver-
dad es que cuando, hace unas cuantas semanas,
leí la noticia de que la habían encontrado muerta,
sentí bastante alivio. Siempre pensé que un día la
muy zorra iba a mandar que me mataran al estilo
“que parezca un accidente”. Que andaba dejando
pasar el tiempo para que cuando mi cadáver apa-
reciera, ella no fuera la principal sospechosa.
Contesté el email al equipo de Stalinsk Moebe. Me
parecía bien el trato que me ofrecían. En seguida
preguntaron si me molestaría que me mandaran
por mensajería el precontrato para que lo firmara
hoy mismo. Accedí. A la hora, un repartidor de
Ángeles Express me trajo los documentos. No le
pedí a ningún abogado que los revisara. Los firmé
encantadísimo de la vida. Porque aunque el equi-
po de Stalinsk Moebe me engañara cualquier timo
que proviniera de Hollywood sería mejor que el
timo que sufro a diario en España y sin necesidad
de haber firmado nunca ningún papel. Trabajo de
portero 12 horas al día en un edificio, sin contrato,
a cambio de 300 euros al mes y de una minúscu-
la habitación con baño situada en la zona de los
trasteros del edificio.
Pero aquí estoy ahora.
Quién me ha visto y quién me ve.
Sentado en la sala de espera de un elegante des-
pacho de Gran Vía, en el centro de Madrid, como
la gente importante.
A punto de reunirme en persona con Stalinsk
Moebe. ¿Cuántos creativos matarían por ser yo

330
ahora mismo? ¡Todos los de España!
—Puede pasar, señor Gabriel Alfaro —me señala
una joven y elegante secretaria que me mira con
ojos golosos— El señor Moebe lo recibirá enseguida.
Le sonrío.
Paso al despacho.
Estoy temblando.
Ahí está él.
El señor que va a cambiar mi vida.
Me mira, atento, estudiándome.
Sin sonreír.
Es un señor de unos setenta y picos de años,
cabello canoso, nariz de boxeador. Viste una cami-
sa que está arrugada, de manga corta. Me habla
en inglés, idioma que domino a la perfección... no
como el presidente chorizo que gobierna mi país.
España, menudo país tercermundista y de
paletos. Cuando me vaya de aquí ayudaré a los
españoles tuiteando desde Hollywood sobre las
injusticias de los partidos políticos que propician
las puertas giratorias. Desde mi mansión de Ho-
llywood mi voz será más escuchada que nunca.
—Cuéntame el argumento de tu libro, chico —
pide el señor Stalinsk Moebe.
Realizo la exposición. Empleo una voz tembloro-
sa por culpa de la gran emoción que me invade.
Le hablo de los druidas negros que buscan crear
una pócima que les proporcionará un poder con el
que hipnotizarán a las mujeres y las convertirán
en monstruos de fuerza increíble. Le cuento sobre
hombres que tienen que recurrir a un sortilegio
secreto de los tiempos pasados para transformarse
en poderosos centauros capaces de luchar contra

331
332
los druidas y las mujeres monstruos. Le hablo del
trágico romance de uno de los protagonistas. Su
enamorada ha matado a sus padres.
—¡Suficiente! —grita el viejo.
Sin pedir permiso extiende sus brazos y agarra,
con sus manos, ambos lados de mi cabeza. Sta-
linsk Moebe cierra los ojos. Se concentra. Quedo
inmóvil, tan sorprendido que no sé qué hacer ni
qué decir.
Segundos después el viejo pregunta:
—¿Tienes amigos?
—Sí. 127. En el Facebook.
—Me refiero a amigos de verdad.
—No creo en la amistad. No en esta época de
miserias donde cada uno va a lo suyo.
—No tienes nada que valga la pena dentro de la
cabeza. Lo siento, chico. Puedes irte. Tu libro no
nos interesa.
—¿Qué?
—Buscamos películas que no sólo se conviertan
en una franquicia ahora mismo, sino que las si-
guientes generaciones de espectadores hereden
el entusiasmo de sus padres y sigan hablando de
ellas con ilusión hasta que estrenemos un reborn.
Que el público espere con verdaderas ganas la
segunda, tercera parte, spin off, precuelas, adap-
taciones de cómics, videojuegos, etc... Películas
que consigan que el público se pase noche y día
escribiendo opiniones y comentarios en las redes
sociales. Que los adolescentes no paren de crear
fan art. Que el público lleve puestas, con orgullo,
camisetas con imágenes de los protagonistas.
Queremos películas que creen un impacto total,

333
que dejen verdadera huella en la historia de la
humanidad. Tu argumento no tiene nada nuevo.
Es un pastiche. Hay millones como él. Os ponéis a
coger de aquí y de allí y os creeis que sois origina-
les cuando no estáis más que copiando el trabajo
de otros que se lo curraron de verdad antes de
que vosotros naciérais. Y para colmo creéis que
no triunfáis por culpa de una mano negra que os
tiene manía.
—¡Pero a su equipo le encantó mi novela!
—Ellos no saben nada del verdadero negocio,
chico. Si supieran de qué va el asunto no estarían
trabajando en una oficina. Te diré una cosa que
seguro sospechas de hace mucho. No eres más
que un tonto sobremotivado. Te lo digo para ha-
certe un favor. Contéstame. ¿De qué vives?
—Para ganarme la vida, hasta que salga algo
realmente de lo mío, trabajo de portero de un edi-
ficio. También estudio unas oposiciones.
—¿Y lo tuyo qué es?
—Escribir. Crear.
—¿Y cuándo escribes?
—Siempre que tengo un rato libre.
—Es gracioso. Quieres ser un profesional de esto
escribiendo en ratos libres. Es como si un futbolis-
ta quisiera ganar la Champion League entrenando
sólo en sus ratos libres y el resto de la semana se
fuera a comer hamburguesas y a meterse cocaína
en un after. La gente suele ser miope, se autoen-
gaña. Todo el mundo anda diciendo siempre que
la fórmula del éxito no existe. ¡Pero si la sabemos
todos los que hemos triunfado! ¡Apunta! Energía
+ tiempo + inteligencia + amigos = éxito. Mete

334
durante mucho tiempo toda tu energía, de forma
inteligente, en lo que deseas y el éxito te llega sí
o sí. Quizás no aparece cómo esperabas, pero te
llegará seguro. Es pura física.
—¿La amistad o la inteligencia es física?
—Es imposible triunfar sin que un amigo te eche
una mano, ya sea corrigiéndote un texto, facilitán-
dote un contacto, diciéndote la verdad a la cara o
lo que sea. Y si no utilizas tu energía inteligente-
mente, no conseguirás nada. No es que haya muy
poca gente destinada a conseguir a hacer cosas
increíbles. Es que hay poca gente que se atreva a
concentrarse en su sueño durante el tiempo que
haga falta, sin importarle si pasa hambre o viste
harapos, mientras estudia cómo conseguirlo y no
para de intentarlo, sobreponiéndose al fracaso
una y otra vez. Tiempo. Persistencia. Imprescindi-
bles. Las personas se condenan a sí mismas a ser
simples espectadores. Porque les faltan huevos.
Deja de escribir, de soñar con Hollywood. Mejor
encuentra tu vulgar modo de ganarte la vida y
lucha para que no te lo quiten. Eres necesario. El
sistema se sustenta de espectadores con aires de
grandeza como tú. Necesitamos seres pasivos que
sólo sepan consumir y disfrutar de nuestros tra-
bajos. Que no piensen mucho. Que piensen que lo
fácil es lo mejor del mundo. Que cuando vean un
reto complicado, se acojonen. Que tengan alergia
ante la palabra “difícil”. Que piensen que luchar
por algo durante diez años es una locura. De una
cabeza con una vida vulgar no puede salir ningu-
na idea digna que yo decida, en mi sano juicio,
llevar al cine.

335
La cólera me posee.
—¿Quién se cree usted, viejo de mierda, para
hablarme así? ¿Qué sabe usted de mí y de mis
circunstancias? Yo...
—No tengo tiempo para esto. Deberías de darme
las gracias y despertar. En cambio... Adiós.
El señor Stalinsk Moebe se levanta, abandona
el despacho. Se marcha para siempre de mi vida.
—“¡Hijo puta!” —pienso.
—¡Hijo de puta! —le grito.
El viejo no regresa.
No pienso irme del despacho.
En cuanto salga de aquí todas mis ilusiones se
desvanecerán para siempre.
Se abre la puerta.
Es la secretaria guapa y elegante.
Ya no me sonríe de forma golosa.
Tampoco le brillan los ojos.
—Puede irse, señor Alfaro.
—¿En serio? ¿Esto es todo?
—Sí.
—¿Cómo pueden jugar con la gente de este
modo? ¿Qué son? ¿Nazis? —le pregunto— ¡Me
hicisteis firmar un contrato!
—Un precontrato que no vale nada sin la firma
del señor que acaba usted de insultar. Por favor.
Tiene que abandonar el despacho. Hemos intenta-
do hacer un negocio con usted, no ha funcionado.
Madure.
—¿Que madure? ¿Cómo voy a madurar si no
tengo dinero?
—No me cuente sus problemas, por favor.
Me levanto.

336
Sí.
Estoy a punto de echarme a llorar.
¡Por lo menos que esa chica no me vea llorar!
Salgo del despacho.
Rumbo a mi vida.
Vulgar.
Llego a la calle.
Me encuentro con mi vida de mierda.
Rompo a llorar.
¡Estoy condenado! ¡Estoy condenado!
.
.
.
.
.
.
.
Stalinsk Moebe vuelve al despacho que abando-
nó hace un minuto. Se sienta en la misma silla en
la que antes estaba sentado Gabriel.
Stalinsk Moebe también comienza a llorar.
Pero de rabia.
¡Otra película que no puede hacer!
—“Hay que seguir buscando —se consuela— En-
contraré una gran saga que hacer, estoy seguro”.
Piensa.
La gente cree que las películas sólo se hacen por
dinero. Y sí: hay mucha gente que sólo las hace
por dinero.
Él ya no. Hace pocos años que descubrió cómo
canalizar la energía y voluntad de todos los espec-
tadores que ven las películas que él produce. Del
estreno de “Star Wars: una nueva esperanza” y

337
de “El Capitán América vs Iron Man” obtuvo una
energía increíble. Con ella se coló en un hospital,
entró en la habitación de un niño en estado termi-
nal y tocó su rostro.
En un segundo consiguió sanarlo para siempre:
el viejo marchó de la habitación antes de que al-
guien reparara en su presencia. Aunque se fue
quedó al tanto de todo. Desde hace semanas todos
los teléfonos de los padres, los familiares, los doc-
tores, están pinchados. Todas las habitaciones de
sus casas tienen cámaras y micrófonos ocultos. El
señor Stalinsk Moebe mandó a su equipo instalar
equipos de vigilancia. Así pudo grabar el momento
en que el doctor comunicó a su familia que el niño
moriría sin remedio. Así pudo grabar las reaccio-
nes de la familia, los lamentos, las tristes conver-
saciones que mantenían. Así grabará el momento
en que el doctor comunicará lo incomprensible:
—Su hijo ya no va a morir. Se ha curado. ¡Está
perfectamente!
—¿Pero cómo es posible?
—Sólo se me ocurre una palabra para explicarlo:
milagro.
El señor Stalinsk Moebe ama ver las caras de los
doctores que no entienden la inaudita y milagrosa
curación. Ama ver la emoción de los padres, las
sinceras lágrimas de alegría cuando reciben la
noticia.
Su equipo realiza una edición con todo el ma-
terial grabado que forma una película que única-
mente el viejo y ellos ven, emocionados.
Una película tan bella que jamás consiguen olvi-
dar. Una película que ven a diario una y otra vez,

338
incansables.
Stalinsk Moebe ha intentado recrear esas pelícu-
las con actores profesionales. El resultado ha sido
un bodrio siempre. No hay actores, ni guionistas,
ni directores, a la altura de la realidad. La ficción
es una chapuza. La vida es algo increíble. El viejo
piensa que si consiguiera los permisos para emitir
esas películas, si lo que hacen para poder grabar-
las no estuviera penado con la cárcel, la gente no
querría ver otras películas que las que no fueran
cien por cien reales. Si se consiguiera crear un
planeta réplica a la Tierra donde todas las perso-
nas no fueran más que espectadores pasivos de
películas el poder que canalizaría de todos los es-
pectadores sería tan inmenso que incluso podría
llamarse Dios.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
De regreso al edificio en el que trabajo encuentro,
esperándome con una sonrisa burlona, el tocho
habitual de correspondencia. Cada mediodía, el
cartero del barrio me la deja dentro de uno de los
cajones de la recepción, sujeta con un elástico. Me
toca a mí clasificarla y repartirla por cada buzón.

339
Realmente ese labor es cosa del cartero, pero muy
a menudo él lo hacía mal, al tun tun, creo que a
posta. Ponía la carta del banco del segundo en la
del primero, la carta del de la puerta C en la del
B y los vecinos, en la junta, decidieron que la cla-
sificación del correo fuera una obligación más del
subnormal del portero.
La mayoría de los propietarios del edificio en que
trabajo compraron sus apartamentos antes de que
la crisis estallara, cuando pertenecían a una cla-
se social media-alta. Ahora no tienen dinero para
contratar legalmente a un portero pero quieren
aparentar que sí que pueden. Puta mierda. Les
denunciaría con mucho gusto ante la Seguridad
Social pero no tengo dinero para contratar abo-
gados y pagar el proceso. Digan lo que digan, en
este país sólo hay justicia para quien disponga de
dinero. Y por eso estoy aquí organizando la jodida
correspondencia cuando pensaba que no tendría
que volver a hacerlo jamás. Algún día, con mis
compañeros de Podemos cambiaré las cosas.
Me sorprendo.
Una carta y un paquete vienen a mi nombre.
El paquete debe pesar más de un kilo. La carta la
manda la Seguridad Social.
Se me acelera el corazón.
Sé de qué asunto es esa carta.
Llevo tiempo esperándola.
¡No tendré tanta suerte! ¡No tendré tanta suerte!
La abro.
Leo.
Sonrío.
Lloro de felicidad.

340
¡Adiós a mis problemas!
El Estado me concede una paga de por vida. De
joven me pasé con la fiesta, tomé demasiado LSD,
ese asunto me afectó a la cabeza. Oficialmente
soy bipolar. Como desde hace años tomo puntual
mi medicación el asunto no me impide estudiar
ni escribir pero, para los ojos del Estado, soy un
minusválido y por ello se supone que encontrar un
trabajo me resultará harto complicado.
¡El Estado me concede una paga de por vida de
850 euros!... ¡Dios!
¡Menudo aumento de sueldo!
Porque si los sumo a los 300 euros que gano en
B de portero cada mes van a entrarme... ¡1.150
euros! ¡Un sueldo más que suficiente para tener
una vida digna! ¡Un sueldo más que suficiente
para que una mujer me tenga respeto y quiera
vivir conmigo! ¡Un sueldo más que suficiente para
ahorrar algo de pasta cada mes y comprarme al
final de año un iPhone! ¡O pegarme unas vacacio-
nes en Cádiz!
¡Sí! ¡Sí!
Adiós a Podemos, adiós a la revolución.
Dejaré de darle caña al Gobierno.
Si a mí, que no soy nadie, me conceden esta paga
de por vida, es que este sistema funciona.
¡Vaya si funciona!
Funciona maravillosamente.
De pelotas funciona.
Abro el otro paquete.
En su interior encuentro una carpeta llena de
CDs, documentos del estado, fotocopias, carpetas,
pendrives… Una carta a mano, escrita de forma

341
apresurada, lo explica todo.
No doy crédito.
Está firmada por la persona que más odio en el
mundo: Paca Rosa.
Escribe que, si me ha llegado este paquete, es
porque ella ha muerto. Me pide perdón por lo que
me hizo y espera que esta carta, escrita con su
puño y letra, ayude a limpiar mi nombre y a que le
perdone. Que siente mucho inmiscuirme en este
asunto pero puede ser que el Gobierno español,
corrupto y encubridor de espantosos crímenes
sexuales, hayan logrado bloquear los emails au-
tomáticos que programó, desde diferentes dispo-
sitivos informáticos, antes de marcharse. Que el
contenido de esta carpeta que me manda es la
única copia física que pudo mandar por correo
antes de marcharse a Asturias. Sin que nadie lo
advirtiera metió este paquete entre la correspon-
dencia habitual de salida de otro programa que
se graba cerca de su plató. Pero en el remite puso
mi nombre y dirección. Así, tras 15 días en los
que nadie recogiera el paquete (lo mandó a una
dirección inexistente) fue devuelto a la dirección
del remitente.
Con la boca abierta lees y ves los vídeos que con-
tiene uno de los pendrives de la carpeta. Tienes
en tu poder las únicas pruebas que demuestran
quien es el verdadero culpable del triple crimen de
Alcanar así como el nombre de todos los miembros
de la iglesia y del clero que encubrieron el brutal
asesinato. Las pruebas son determinantes. Sobre
todo el vídeo en el que se ve al verdadero culpable.
El antiguo rey de España. Violando y matando a

342
esas pobres niñas.
Este vídeo horrorizará al mundo. Fulminará
para siempre, con deshonor y vergüenza, a la mo-
narquía española. Las pruebas acabarán también
con el Gobierno actual y con el principal partido
de la oposición. Según las determinantes pruebas
que te manda hay encubridores en ambos parti-
dos de la oposición. De sobra sé que si subo este
vídeo al YouTube, y aunque sea eliminado por la
plataforma pocos minutos después, será visto y
descargado por cientos de miles de personas que
a su vez lo subirán y pasarán a otros cientos de
miles de personas. España caerá en la anarquía.
Posiblemente la ciudadanía española se hará una
por primera vez en la vida. Saldrán a la calle a rea-
lizar una limpia sangrienta que acabará con cada
nombre que guarda esta carpeta. Tras eso, vendrá
un nuevo Gobierno, más transparente, menos co-
rrupto para todos los españoles. Un Gobierno que
no encubra asesinos de niñas. Un Gobierno del
y para el pueblo. Pero hasta que ese Gobierno se
forme volveremos a sufrir la crisis. Cien por cien
seguro que los bancos caerán originando corrali-
tos. España no se recuperará de dicho baquetazo
hasta dentro de mínimo, ocho, diez, doce años o
veinte años.
A saber.
Con una España así me despido de mi paga por
incapacidad.
No.
No estoy dispuesto a seguir viviendo como un
desgraciado hasta Dios sabe cuándo.
He peleado mucho en la vida.

343
Merezco esta paga.
Quiero una novia.
Quiero poder casarme.
Quiere un iPhone último modelo.
Quiero 15 días de vacaciones al año.
Quiero subir fotos felices al Facebook, demostrar
a todos mis amigos que yo lo he logrado, que soy
un tío de éxito.
Que se muera de envidia la gente.
Vuelvo a reunir el material incriminatorio dentro
de la carpeta. Lo meto en una bolsa de supermer-
cado. Entro en el cuarto de la basura del edificio.
Introduzco la bolsa de supermercado en el fondo
de un cubo. En ese cubo depositaré toda la basura
de mis queridos vecinos que, gracias a Dios, me
pagan un sueldo en negro.
Porque sí. He madurado. Es genial y muy bohe-
mio luchar contra el sistema… hasta que el siste-
ma te propone una mamada al mes de 850 euros.
España es un país de puta madre.

344
TERCERA PARTE:
FINAL
A PUNTO
DE DOMI

EL PORTERO DE
PANIFICADORA GUSTAVO
ATERRORIZADO:

“PODRÍAN
METERNOS

300
GOLES SI ELLOS
QUISIERAN”

MODRIC
“ESTOY LISTO
PARA CUANDO
EL MISTER
ME DIGA”
TO
CAPÍTULO 22
“EL PARTIDO DE FÚTBOL”

E stás en las proximidades del estadio Santiago


Bernabéu. Tu amigo, Juan Rogelio, no ha llegado
aún. Ojeas tu iPhone por si se le ha ocurrido man-
darte algún mensaje avisando de que al final no
podría venir.
No.
Navegas por la red. Entras en marca.com.
La portada de la edición de papel, con la que han
salido a la calle hoy, es realmente graciosa.
El protagonista es Albertito, el portero de Panifi-
cadora Gustavo: una bola de sebo que además es
el propietario y presidente del equipo. Se dice que
montó un club de fútbol únicamente para cumplir
su sueño de ser portero profesional.
No se le ve la totalidad de su cara. Lleva una
máscara protectora deportiva. En el partido de
ida, que quedó nueve a cero, detuvo un solo balón.
Con su nariz. Un trallazo de Cristiano Ronaldo que
le destrozó el tabique nasal.
“Podrían meternos 300 goles si ellos quisieran”
reza el titular de la portada de marca.com.
Sí. Seguramente podrían.
“Sólo aspiro a detenerle otro gol a Ronaldo. Con
conseguir eso, ya regresaría a casa feliz”, añade en
las páginas interiores.
Te ríes.
Hoy es la noche en la que vas a arruinarte.
Has apostado casi todo el dinero de la empresa a

347
que ese gordo patético conseguirá parar todos los
balones y que, para colmo, su equipo va a meterle
un mínimo de diez goles al Real Madrid.
Y jugando en casa.
Imposible.
Al fin llega tu amigo, te saluda:
—¡Domingo!
—¡Juan Rogelio, venga un abrazo!
—¡Eh! ¡Te veo bien! Pensé que el divorcio te ha-
bría puesto cara de pobre, pero ya veo que no.
Andas más macho alfa que nunca, cabronazo.
—Por supuesto. Eso de los corazones rotos es
para los adolescentes.
—Te veo muy arriba. ¿Estás de farlopa, ya?
—No, no —respondes sonriente—. ¿Qué vienes?
¿De la consulta? Me has tenido aquí veinte mi-
nutos esperando, macho. Ya no nos da tiempo de
pasar por el bar.
—Sí. Así es. Joer. Me vino un paciente a última
hora, me lo quería quitar de encima rápido, me he
arriesgado soltándole una tontería y parece que ha
funcionado
—Tú y tus locos. Cuéntamelo mientras entramos
al estadio que si no, nos perdemos los primeros
goles.
—Ok. Vamos —tu amigo asiente, comenzáis a
caminar— Pues estaba en mi consulta cuando
me viene un cliente nuevo. El tipo me suelta una
burrada como nunca antes, en mis veintipico de
años de profesión, había escuchado. Dice que él
no es un hombre sino una jirafa. El pobre está
totalmente convencido de que cuando le enseñan
una foto de su cara, no es su cara lo que le en-

348
señan. Asegura que cuando se mira en el espejo
lo que ve es la cara de una jirafa, no la de un ser
humano.
—¡Madre de mi vida! ¿Y no te descojonaste allí
mismo?
—Llevo ejerciendo como psicólogo mucho tiem-
po, macho. Si hay algo que he aprendido es a con-
tenerme la risa. Si no, estaría todo el día partién-
dome el culo en la cara de los traumas y complejos
de los pacientes.
—¿Qué le recetaste? ¿Que se marche a África a
vivir con jirafas o que deje las drogas?
—No. No. No se metía nada de drogas. Era un
tipo con pinta de profesor de literatura… ya sabes,
con barba, gafas... trabaja de cajero en un banco,
en La Caixa, creo que me dijo. Un señor superho-
norable. De unos 50 años más o menos. Padre de
familia. Pero el muy jodido se creía que era una
jirafa. Que su mujer había estado todos estos años
follándose a una jirafa. No entendía por qué sus
hijos no eran también mitad jirafas. A pesar de su
locura el hombre me pareció inofensivo, normal,
que llevaba una buena vida. Las opciones eran o
tupirlo a pastillas, ingresarlo en un psiquiátrico o
lo que hice... y no sé si hice bien… pero es lo más
inteligente que me pareció.
—Cuenta, macho, que me tienes sobre ascuas.
—Le dije que, efectivamente, él era una jirafa.
Que entre los humanos ya hay algunas personas-
jirafas y él era una de ellas. Hace tiempo los cien-
tíficos descubrieron que la especie humana está
evolucionando y convirtiéndose en jirafas pero
ellos y los gobiernos de cada país mantienen ocul-

349
ta esta información para evitar que cunda el páni-
co entre la población. Le aseguré que su familia y
todas las personas que le rodean y ven su cara de
jirafa están obligadas por el Gobierno a negar la
realidad y no contárselo a nadie. Si no lo hicieran,
los meterían en la cárcel de por vida.
—¡Ja, ja, ja! ¡Me cago en Dios! ¿De verdad dijiste
eso? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué grande!
—Sí, tío.
—¿Y qué te dijo él?
—Pues se quedó tranquilo. Respiró aliviado. Me
dijo que ahora lo entendía todo y que por supuesto
también guardaría el secreto. Que ya sospechaba
él que algo raro pasaba. Que muchísimas gracias
por haberme arriesgado a que me metieran en
prisión por revelarle el secreto. Que por supuesto
no se lo diría a nadie jamás. Y se fue del despacho
aliviado, en paz consigo mismo.
—¿Y le cobraste?
—Cuando las putas dejen de cobrarme a mí te
prometo que yo también dejaré de cobrarle a mis
pacientes. Me pagó mis doscientos euros de sesión
encantado de la vida. Triunfé como la Coca-Cola.
—Menudo hijo de puta eres, tío —juzgas con una
sonrisa.
—No, Domingo. Al fin y al cabo ese tipo no es
diferente a cualquiera de nosotros. Nadie per-
cibe el mundo de la misma manera. Vivimos en
el mismo lugar pero a la vez vivimos en mundos
diferentes. Algunas personas creen en Dios, otros
en ovnis, otros en que la hierba es de color verde
o que el cielo es de color azul. ¿Quién está en lo
cierto? ¿Te crees que conoces la verdad? Un biólo-

350
go puede demostrarte que la hierba no es de color
verde. Un físico puede demostrarte que el cielo no
es de color azul. Todos nuestros mundos pueden
desmoronarse porque ninguno es el real. Así que,
verdaderamente, no importa que ese tipo se crea
una jirafa. Para ser feliz lo único que tiene que
hacer es no pelearse con su mundo, querer salir
de él a cualquier precio o imponerlo, sino vivir
en armonía con su locura sin hacer daño a otras
personas que viven en un mundo propio con una
locura propia en la que se sienten en paz. Como
él había estado viviendo hasta ahora. Como por
ejemplo yo con las putas. Me las follo a escondi-
das de mi mujer. Y como mi mujer no lo sabe, es
feliz. Ella también hará cosas que necesita y que
yo no sé ni me interesan. O lo que tú le hacías a
tu mujer. Lo importante es que cada uno sea feliz
en su propia locura. Dejar que las personas fluyan
y vivan en paz con lo que necesitan, sin juzgarlas.
—Oye... ¿me has contado este cuento para tratar
de ayudarme o acaba de pasarte realmente?
—No hombre, no —responde tu amigo con una
sonrisa ambigua.
—¿Me ves mal?
—Te veo como siempre.
Habéis llegado al estadio.
Estáis en vuestros asientos.
El partido comienza.
El equipo de Panificadora Gustavo saca para
atrás desde el centro del campo.
Casimiro, un jugador del Real Madrid, roba en-
seguida el balón al endeble jugador de Panificado-
ra Gustavo que intentó pasárselo a un compañero.

351
Tras el robo de balón, Casimiro se lo cede a Bale.
Bale corre por la banda, sin que ningún jugador
del equipo contrario se atreva a intentar a quitarle
el balón. Bale ve bien desmarcado a otro jugador
de su equipo: Benzemá. De un pase que parece
medido con escuadra y cartabón se la hace llegar
al pie. Los aficionados gritan emocionados. Huelen
el primer gol. Benzemá tira a puerta: al segundo
palo, arriba, en ese lugar en el que los comenta-
ristas suelen decir que se encuentran las telara-
ñas. Asombrosamente, el portero, la mole de casi
doscientos kilos, se eleva ligero como una paloma.
Sin esfuerzo aparente, se hace con el balón. Los
espectadores del estadio Santiago Bernabéu se
levantan de sus asientos, asombrados, atónitos.
Benzemá, testigo privilegiado de la increíble pa-
rada, no puede creer lo que sus ojos han presen-
ciado.
Lo mejor está por llegar.
El portero saca de puerta en seguida.
¿Patadón?
Recto, líneal.
El disparo más fuerte de la historia.
El balón recorre el campo como si se tratara de
un misil tierra-aire hasta llegar al interior de la
portería del Real Madrid.
¡Gol!
¡GOL!
El portero del Real Madrid, Keylor Navas, no vio
llegar el balón. Ni siquiera le dio tiempo de mover
una pierna.
¡GOL!
Lo que acaba de pasar es imposible.

352
Es extraño: los jugadores de Panificadora Gus-
tavo no celebran el gol. No corren como locos a
abrazar a su portero. Sin duda, el autor del tanto
más asombroso y espectacular de la historia del
fútbol.
Bajan la cabeza, asustados.
Aterrorizados.
—¡Esto es la hostia! —grita Juan Rogelio.
—Lo veo y no lo creo —dices asombrado.
El Real Madrid saca del centro del campo.
A base de paredes vuelven a llegar muy fácilmen-
te hasta la portería del campo contrario.
Ahora es Cristiano Ronaldo quien tira a puerta.
Un chute duro, fortísimo, a bocajarro… que vuelve
a detener sin problemas, no con la nariz, el guar-
dameta de Panificadora Gustavo.
Bota el balón.
Esta vez no saca de puerta enseguida, como la
otra vez.
Sonríe.
Mira a los espectadores de las gradas.
Alza las manos, animando.
Con sus gestos el portero avisa al público de que
va a intentar volver a meter gol. Y que está seguro
de conseguirlo.
Los espectadores se levantan otra vez de sus
asientos.
El portero bota el balón, preparándose.
¡Es imposible que vuelva a marcar!
Por si acaso los espectadores preparan sus telé-
fonos móviles. Comienzan a grabar el momento.
Keylor Navas se niega a prepararse como si fue-
ran a dispararle un penalti.

353
—“¡Es absurdo! —piensa Keylor— La portería
rival está a más de 100 metros”.
Está seguro de que la primera vez se comió el
gol por no haber estado atento. Es imposible que,
desde la portería contraria, el portero rival vuelva
a colarle el balón dentro. Le va a dar tiempo de
sobra de ver por donde llega el balón, colocarse y
bloquearlo.
El portero gordo chuta.
El balón sale a la velocidad de la luz.
Keylor ni lo ve.
Gol.
¡GOL!
—¡Eso no es humano! —grita el psicólogo.
Comienzas a sudar. Mucho.
—¡Es lo que hablabas antes! —le dices con una
sonrisa de incredibilidad a tu amigo— Todo ese
rollo de que en cualquier momento alguien llega y
puede destrozarnos la realidad en la que creemos
vivir... ¡eso es lo que está pasando ahora mismo!
No paras de sudar.
¿Y si resulta que ese equipejo de Panificadora
Gustavo gana el partido? ¡Saldrías del Santiago
Bernabéu millonario! ¡Podrías ir directamente al
aeropuerto, volar a Brasil y comenzar una nueva
vida de lujos con la que jamas te atreviste a soñar!
¡Que le den a tu mujer!
¡Que le den a tu hijo!
¡A follar culos de brasileñas!
El Real Madrid vuelve a sacar del centro del
campo. Los jugadores del Panificadora Gustavo
no hacen ningún esfuerzo para evitar que Sergio
Ramos, el jugador del Real Madrid que conduce el

354
balón, llegue hasta la portería.
Sergio Ramos titubea.
No está muy seguro si de verdad desea llegar a
la portería contraria. Cada vez que alguien de su
equipo ha tirado a puerta, el portero detiene el ba-
lón, saca y, acto seguido mete gol.
—“Maldita sea —piensa— Ningún compañero
se me ofrece para recibir el balón. ¡Está bien! No
chutaré de lejos que las para todas... regatearé al
portero, lo dejaré tirado en el suelo”.
En un uno contra uno, Sergio Ramos encara al
portero... consigue regatearlo: el portero queda
tirado en el suelo como si fuera una gran piedra.
Sergio Ramos queda solo delante de la portería.
Dispara a placer. Lo hace y en una milésima de
segundo la mano del portero aparece deteniendo
el balón.
Ese portero es como Superman.
¡Nadie entiende cómo ha podido levantarse del
suelo y moverse tan rápido!
Pero lo ha hecho.
Los espectadores aúllan de placer.
Ovacionan al portero.
El equipo de sus corazones está perdiendo pero
es que el espectáculo que están presenciando es
demasiado increíble.
Sergio Ramos tiene la boca abierta, se echa las
manos a la cabeza, impactado.
El gordo se dispone a volver a sacar y a tirar a
puerta desde el campo contrario.
El entrenador del Real Madrid, Zinedine Zidane,
ordena desde el banquillo que los jugadores for-
men una barrera delante de la portería de Keylor.

355
El gordo dispara y…
¡Gol!
¡GOL!
¡GOOOOOOL!
¡El balón vuelve a entrar por la escuadra!
Gritas gol con todas tus fuerzas.
¡Sólo han pasado cinco minutos y el Real Madrid
pierde por tres goles a cero!
Ves el futuro.
Sí.
Estás seguro.
Vas a ganar las apuestas online.
Vas a salir millonario del estadio.
Adiós a tus problemas.
Sientes un pinchazo en el corazón.
Te duele.
Te mareas.
Te sientas en tu butaca.
—¿Qué te pasa? —te pregunta tu amigo.
—El corazón — gimes asustado— el corazón.
Dios…
Tu amigo no pierde el tiempo y alerta enseguida
a los servicios de seguridad del estadio.
Estos llaman a los servicios médicos.
En cinco minutos estás en una ambulancia, fue-
ra del estadio.
En cinco minutos estás muerto.
Dentro de la ambulancia.
Demasiada viagra, demasiada cocaína, demasia-
da vida de puta madre.
Da igual. Tu último pensamiento fue:
—“Estuvo bien mientras duró”.

356
MERCHI TE DICE ADIÓS
CAPÍTULO 23
“MERCHILAND”

L os días pasan.
Azrael se hace cargo de los abogados y, sin pes-
tañear, de las indemnizaciones millonarias que
terminan con los problemas legales de Merchi.
Feliz y en paz, Merchi decide unirse a la filosofía
nudista de Azrael. Estar siempre desnuda dentro
de la propiedad.
A veces, buscando poner celoso a Azrael, camina-
ba cerca de la entrada. Finge descuidos para que
los mercenarios nigerianos puedan verla desnuda.
Azrael, nunca se enfada con ella, sigue cuidándola
con paciencia, mimo y amor obsesivo.
Merchi pasa las mañanas comprando antojos en
Amazon, viendo películas y jugando a los videojue-
gos en los que se encuentra trabajando Azrael.
Por su parte, Azrael se encierra en su despacho
para establecer intensas comunicaciones con sus
empleados que trabajan desde estudios repartidos
por todo el mundo.
Azrael siempre termina de trabajar a las dos de
la tarde. El resto del día lo dedica en exclusiva a
Merchi. No permite a nadie interrumpirlos.
La pareja nunca sale de la propiedad.
No les gusta.
—“Aquí somos los reyes. Estamos en la tierra
libre de Merchiland —le gusta decir en voz alta a
Azrael— Y así llamaré a mi próximo videojuego.
Será el mejor de todos cuantos haya hecho. Lo

359
sacaré en tu honor”.
Se entretienen jugando al tenis y al escondite,
disparando granadas, practicando tiro con las
armas más modernas del mercado a la vez que
simulan situaciones de combate.
Un día a Merchi se le ocurre que será divertido
cazar elefantes con bazocas. A los tres días Azrael
compra y hace traer siete elefantes que suelta por
la propiedad. Ambos los matan, entre risas, a ba-
zocazos. Los enamorados interrumpen sus juegos
para masturbarse tres veces cada tarde. Uno sen-
tado frente al otro, mirándose fijamente a los ojos.
Siempre sin tocarse.
Ante tanto amor el carácter de Merchi ha ido
suavizándose. Azrael se siente superdichoso de
vivir al lado de ella; ha llegado a la conclusión de
que, por muy mal que nos vayan las cosas a las
personas buenas, hay un momento en la vida, y
suele ser el momento que menos esperamos, en el
cual Dios nos presenta al amor de nuestra vida.
Setenta días después llega el verano.
Fue cuando ocurrió el lamentable incidente.
Sucedió en una tarde calurosa.
Azrael estaba acostado en una hamaca del jar-
dín.
Desnudo como siempre.
Hermosísimo como siempre.
Musculoso.
Empapado en sudor.
Azrael dormía profundamente mientras su pene
sufría una poderosa erección espontánea.
Por primera vez desde la violación que la des-
trozó, Merchi se sintió en orden. Parecía que una

360
fuerza sobrenatural la empujaba a caminar hacia
Azrael y, por primera vez... temblando, con su sexo
empapado en deseo... muriéndose de ganas de to-
carle y ser tocada.
Con ansias incontrolables probó el bocado divi-
no. Agarró la polla erecta de Azrael y se la metió en
el interior de su boca hasta notar que el largo pene
del amor de su vida reposaba sobre su lengua. No
paró hasta sentir la punta del glande aplastada
contra la pared de su garganta.
Un orgasmo instantáneo recorrió de arriba a
abajo el cuerpo de Merchi.
No pudo disfrutarlo ni un segundo.
Un golpe inmenso llegó a su cabeza. Un golpe
inmenso que la arrojó lejos del pene. Un golpe in-
menso que la tiró sobre el césped del jardín.
Cuando Merchi abrió los ojos vio a Azrael tem-
blando, mirándola fijamente, retorciendo sus ma-
nos con asco. Gritaba:
—¡Nooooo! ¡Nooooo! ¡NOOOOOOOO! ¿Qué me
has hecho, Merchi? ¿Qué me has hecho?
Merchi, tambaleándose, se levantó del suelo.
No podía dejar de escuchar un pitido... ¿de dón-
de venía? Se llevó una mano a uno de sus oídos.
Descubrió un fino hilo de sangre saliendo de allí.
—¿Me has hecho tú esto, Azrael? —preguntó
Merchi, confusa.
—¿POR QUÉ ME HAS TOCADO? —preguntó llo-
rando Azrael— ¿POR QUÉ LO HAS HECHO?
—Porque tu amor me ha curado, Azrael. No sé
cómo. Pero ahora quiero tocarte, amarte, no quiero
dejar de abrazarte. Eres lo más bonito que me ha
pasado nunca. Lo más bonito que he visto jamás.

361
Te amo más que a mí misma.
Merchi dijo todo esto con una sonrisa. Dispuesta
a olvidar el brutal golpe que había recibido. Quería
regresar cuanto antes a la polla de Azrael. La nece-
sitaba en su interior.
—¡No, Merchi! —prosiguió Azrael— ¡Nooooo! ¡Me
he equivocado! ¡Entonces no eres como yo! ¡Yo
pensaba que éramos almas gemelas! ¡Que eras
como yo! ¡No! ¡Nooooo!
—No te entiendo.
Azrael trató de confesar su secreto a Merchi.
Quedó mudo.
No encontró el valor.
—¡Noooooooooooooooo! ¡Nooooooooooooooooooo!
—gritó Azrael.
Echó a correr en dirección al interior del castillo.
Merchi lo persiguió: así fue como vio que Azrael se
encerraba en su despacho, bajo llave.
—¡Azrael! —pidió Merchi— ¡Ábreme la puerta!
—¡Nooooo! ¡Nooooo! ¡Vete! ¡Vete de aquí! ¡Toma
los millones que te dejé en el armario y no regreses
nunca, por favor!
—¡Azrael, por Dios! ¡A la mierda el dinero! ¡Cuén-
tame qué está pasando aquí! No entiendo ni por
qué me has pegado esta hostia ni la razón de tanto
dramatismo. ¡Soy yo! ¡Merchi! Tu amor ¡Tu amiga!
—¡No me comprenderías! ¡Pensé que sí! ¡Pero no!
¡No lo comprenderías! ¡Eres como el resto de las
mujeres del mundo!
—¡Azrael...! ¡Escúchame bien! ¡Si hay alguien
en este mundo que te comprende siempre soy yo!
¡Te lo aseguro, y sobre todo, no te consiento que
tengas dudas sobre ello!

362
—¿De verdad?
—Te lo prometo.
Azrael convirtió su lloro en un sollozo. Abrió la
puerta. Volvió a cerrarla. Prefirió confesarse desde
el otro lado de la hoja de la puerta:
—Tengo la misma enfermedad espantosa que tú,
Merchi. A mí también me violó un malvado ani-
mal cuando era niño. Yo también quedé afectado,
traumatizado como tú... ¡Por eso pensaba que tú y
yo éramos almas gemelas! ¡Por eso pensé que nos
comprenderíamos y podríamos vivir felices para
siempre!
—¡Eso es terrible pero podremos! ¡Por favor! Si
yo me he curado tú también te vas a curar, Azrael.
—¿Tú crees?
—¡Por supuesto! ¡Juntos podemos hacer frente
a cualquier cosa! A mí me hizo mucho bien matar
a aquellos delfines. Sí, estoy segura. Quizás si tú
también matas a unos cuantos dentro de unos
meses te ocurrirá lo mismo que acaba de pasarme
a mí... te curarás y...
La puerta del despacho se abrió. Azrael seguía
temblando pero ahora una gran sonrisa de espe-
ranza y alivio se mostraba en su cara.
—Te quiero. Pero aún no me toques, Merchi. Aún
no, por favor. No estoy preparado. Lo siento. No
puedo.
—¡Putos delfines! ¡De verdad que deberíamos sa-
lir a matar unos cuantos ahora mismo! Seguro que
hay algún delfinario por aquí cerca. Lo compras
para que luego los dueños no se pongan tontos,
agarramos los bazocas y...
—No. No. No fue un delfín lo que me violó a mí,

363
Merchi.
—¿No? Entendí que...
—A mí me violó un burro. Un burro que tenía
mi abuelo. Mi abuelo fue testigo de como el burro
me violaba. Y se reía y reía sin parar de mí. Día y
noche.
Merchi intentó evitarlo.
Casi lo consiguió.
Pero no lo logró.
Comenzó a reírse a carcajadas. Sin parar:
—¡Un burro! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Un burro! ¡Ja, ja, ja,
ja, ja! ¡TE VIOLÓ UN BURRO! ¡Ja, ja, ja! ¿Te violó
por el culo? ¡Dime! ¡Ja, ja, ja! ¿Cómo te dejó el
agujero del culo? ¡Ja, ja, ja! ¡Enséñamelo! ¡Ensé-
ñamelo! ¡Ja, ja, ja!
No le bastó.
Merchi comenzó a imitar el rebuzno de un burro.
Sin piedad:
— ¡Jiiijaaaaá! ¡Jiiiijaaaaá! ¡Jijaaaaaaaá!
Azrael no lo soportó.
Su abuelo también lo hacía.
Dejó de llorar.
Serio, sepulcral, tomó su iPhone.
Llamó por teléfono a los soldados nigerianos.
Comenzó a hablar con ellos:
—Entrad en la casa. Matad a Merchi. Sí. Sí. Lo
habéis oído bien. No, no es una pelea de enamo-
rados. No, no. No se me va a pasar. Entrad en la
propiedad y matad a Merchi. Es una orden. Aca-
bad con esta foca. Disparadle sobre todo a la cara.
Quiero ser testigo de cómo desaparece su cara
para siempre.
Merchi dejó de reír.

364
No podía creer lo que acababa de escuchar.
—¡Azrael! —le increpó.
—Eres cruel, como todas las personas a las que
se lo he contado. No respetáis. Os da igual lo bueno
que sea yo. ¡No respetáis! —explicó Azrael antes de
volverse a encerrar de un portazo en su despacho.
—¿Estás de coña, verdad? —gritó Merchi a la
puerta.
La certidumbre de que no había vuelta atrás, de
que no disponía de tiempo para hacer entrar en
razón a Azrael, llegó a Merchi cuando vio que el
jeep de los mercenarios cruzaba los muros de la
propiedad.
No tenía tiempo que perder.
Si quería seguir viviendo tenía que luchar por su
vida.
Merchi bajó las escaleras corriendo.
Llegó hasta al piso de la entrada.
Abrió la cámara acorazada de Azrael.
Del arsenal tomó una ametralladora y un macu-
to, lo rellenó con granadas de mano.
—¡Yo no moriré hoy! —gritó mirando al piso de
arriba— ¡Ya lo verás mi amor! ¡Y luego resolvere-
mos nuestros problemas! ¡Te amo! ¡Te amo!
Merchi corrió hasta la puerta del castillo. Saltó
de dos en dos los escalones. Obtuvo el tiempo jus-
to para llegar hasta los arbustos y ocultarse en la
frondosa vegetación cercana a la entrada. Su plan
era ocultarse allí hasta que los mercenarios entra-
ran en el castillo. Entonces, salir corriendo. Llegar
a uno de los muros de la propiedad. Utilizando las
granadas abrir una brecha en el muro. Escapar
hasta que Azrael entrara en razón, la perdonara

365
y volviera a amarla como antes. Sobre todas las
cosas.
Lo necesitaba.
El jeep llegó a la escalinata situada frente a la
puerta principal del castillo. Los mercenarios ba-
jaron, armados, dispuestos a cumplir la orden.
Pero antes de que entraran, Azrael abrió una ven-
tana, gritó a los mercenarios. Señaló con un dedo
la posición exacta de Merchi entre los matorrales:
—¡Ahí está la foca escondida! ¡Matadla!
Las chicas de Tierra A, que ven esta escena por
televisión, sonríen y aplauden.
Satisfechas.
Merchi es un personaje al que odian. No enten-
dían como una mujer tan vulgar podía enamorar
a un hombre aparentemente tan perfecto como
Azrael cuando ellas se encuentran sin pareja o con
parejas mediocres. Las chicas de Tierra A están fe-
lices de que la historia de amor de Merchi se haya
ido a la mierda.
—¡Matadla y luego conseguid tres pollas de del-
fín! —gritó Azrael— ¡Metédselas dentro de su coño,
boca, culo y enterradla en el jardín! ¡Qué se pudra
así!
Los mercenarios apuntaron hacia los arbustos.
Una granada cayó cerca de sus pies. Merchi la ha-
bía mantenido en la mano el tiempo necesario. La
lanzó calculando que los mercenarios no pudieran
escapar de ella.
Si lo conseguían, ella no sobreviviría.
Así fue.
No escaparon.
El jeep y los mercenarios saltaron por el aire. Al

366
367
suelo cayeron sus restos: cabezas, piernas des-
membradas, trozos de neumáticos.
—¡Nooooo! —gritó Azrael, fracasado.
Merchi presenció la muerte de los mercenarios
como una proeza: su mayor logro en la vida. Salió,
triunfadora, de su escondite en los arbustos. Su
plan ahora era volver a su cruel modo de ser ante-
rior. Chantajearle para recobrarlo:
—¡Te denunciaré, hijo de puta! —gritó entusias-
mada Merchi— ¡Y todo lo tuyo será mío y tendrás
que ser mi esclavo! ¡Te obligaré a que me comas
el coño cada día con lágrimas en los ojos! ¡Si no
haces todo lo que te diga, te meteré en la cárcel!
Ese fue su fallo.
Emocionarse.
Creer que había ganado.
Que el peligro había pasado.
No fijarse en la pistola que de pronto alzó Azrael.
Que le disparó.
La bala rozó la cabeza de Merchi.
Merchi se derrumbó en el suelo.
Quedó sin conocimiento.
Inmóvil.
Azrael bajó las escaleras de su castillo. Luego la
escalinata de la puerta de la entrada.
Llegó hasta donde Merchi se encontraba tendida
en el suelo, la apuntó con el arma.
Ahí es cuando aparecieron las perras.
Saltaron sobre Azrael.
Le mordieron en la mano —se le cayó la pistola—
le mordieron en el brazo, la pierna. Le desgarraron
el cuello en cuanto Azrael cayó al suelo.
Fue como si las perras hubieran entendido lo

368
que había estado a punto de pasar.
Que iban a matar a su amita.
Las que les rescató de un basurero.
Mordieron a Azrael.
Con rabia.
Odio.
Le arrancaron la piel de la cara.
Se la comieron.
Al rato la policía llegó a la mansión.
Encontraron el cadáver de Azrael.
Y los despojos de los mercenarios.
Encontraron a Merchi.
La auxiliaron.
La salvaron.
Registraron el castillo.
Encontraron a una testigo que había presencia-
do todo lo ocurrido.
Merchi jamás llegó a sospecharlo pero, desde
una de las almenas del castillo, una chica obser-
vaba su día a día con Azrael.
Con dolor, pena y preocupación.
En silencio.
Sobre una silla de ruedas.
Ella era una camgirl, rusa.
Conoció a Azrael hace tres años cuando ella ofre-
cía sus pornográficos servicios desde Rusia.
Azrael se masturbaba mirándola tres veces al
día. Después se aficionó a conectarse con la cam-
girl únicamente para hablar.
Durante horas.
Gracias a esas cada vez más frecuentes conexio-
nes la camgirl comenzó a amasar una importante
fortuna.

369
370
Azrael se había enamorado de ella, locamente.
Le contó su problema.
Lo del burro.
La camgirl no se rio de él.
Por lo menos no delante de él.
Fingió pena.
Más tarde se descojonó con sus amigas.
—“Si vinieras a vivir conmigo te convertiría en
una reina —le propuso un día Azrael”.
La camgirl aceptó.
Voló de Rusia a Mallorca en un avión privado.
Al principio, todo funcionó.
Azrael se masturbaba tres veces al día mirándola
fijamente. Cada vez que lo hacía pagaba a la cam-
girl una fortuna.
—Sólo quiero que hagas esto conmigo —le pidió.
—De acuerdo —accedió ella.
Hasta que la camgirl tampoco pudo más. Dedujo
que si esto seguía así, más temprano que tarde
Azrael se cansaría de ella y se encapricharía de
otra camgirl por la que sería sustituida. Azrael era
un gran partido. Quería quedarse embarazada de
él, que la fortuna que él disfrutaba también fuera
suya.
Para siempre.
La camgirl pensó que podría curarle de golpe.
Que la enfermedad de Azrael era una tontería.
Nunca, ningún hombre, le había dicho que no.
Se desnudó.
Era de noche.
Fue hasta su cama.
Él dormía.
En su cabeza no concebía que Azrael no quisiera

371
restregar su rostro entre sus tetas.
Metérsela.
Cuando la camgirl se metió en la cama de Azrael,
éste se despertó aterrorizado. Su primera reacción
fue terrible. Le pegó puñetazos. La dejó desfigura-
da, en estado casi vegetativo.
Después salió al jardín, donde estuvo gritando
durante un cuarto de hora, fuera de sí.
En cuanto logró recuperar la calma, Azrael re-
gresó a su dormitorio. Al tener consciencia de lo
que había hecho, se asustó. Llamó a una ambu-
lancia. En secreto, la camgirl fue atendida por los
mejores profesionales. Nada pudieron hacer. Las
lesiones cerebrales que Azrael provocó a la camgirl
la dejaron inválida. Y su rostro, desfigurado para
siempre.
Azrael decidió encerrarla en una de las habita-
ciones secretas de su castillo.
De por vida.
Allí jamás podría denunciarle.
.
.
.
.
.
.
.
El relato de la camgirl fue decisivo para que Mer-
chi quedara libre, sin cargos. Ambas consiguieron
una indemnización multimillonaria. Con ese dine-
ro la camgirl y Merchi decidieron irse a vivir juntas
al castillo de Azrael que compraron como amigas:
para pasárselo bien.

372
MIERDA TE DICE ADIÓS
CAPÍTULO FINAL
“LA NUEVA PERSONA QUE ERES”

E l partido ha terminado.
Estás en el césped del Santiago Bernabeú.
El público te ovaciona.
Tu corazón late a mil por hora.
De felicidad.
Has detenido sesenta disparos a puerta.
Has metido sesenta goles.
¡0-60! ¡El partido ha quedado 0 a 60!
Es algo inaudito.
No debiste chulearte tanto.
Debiste disimular tu inmenso poder.
No pudiste controlarte.
Jamás te sentiste tan importante.
Te encantaba ver a tus ídolos mirándote con la
boca abierta.
Es como una droga ver al estadio entero coreado
un nombre que creen que es el tuyo.
Realmente es el nombre de la última persona
que mataste.
¿Volverás a matar?
Crees que no.
Hace pocas horas entraste a supervelocidad en
el vestuario del equipo visitante del Santiago Ber-
nabéu: sin que nadie pudiera advertirte. Delante
de todo su equipo, mientras realizaban los prepa-
rativos para saltar al campo, le rompiste el cuello
a Albertito, el portero de Panificadora Gustavo.
Luego saltaste hasta el techo. Allí fijaste los pies,
375
te quedaste quieto, boca abajo, mirando a todos
los presentes con una sonrisa demoniaca.
Les advertiste:
—Voy a suplantar al portero. Voy a hacer que
ganéis el partido. Si alguien me delata violaré y
mataré a su familia. ¿Sabéis quién soy? Sí. Sabéis
quien soy —reíste.
Vaya si lo sabían.
Todos conocían tu cara.
Estaban harto de verla en las noticias y en sus
pesadillas.
Ahora la veían boca abajo.
Desafiando la ley de la gravedad.
A escasos centímetros de ellos.
Estaban cagados de miedo.
Aterrorizados.
Eras Mierda.
El fantasma.
El asesino.
El demonio.
¡Satanás!
Te pusiste la máscara protectora del portero.
Tenías su físico, más o menos.
Unos cuantos centímetros más alto.
Unos cuantos kilos de más o de menos.
Pensaste que por la tele esas cosas no se notan
tanto.
Ahora que el partido ha terminado quizás te des-
cubran.
Te detendrán.
Te encarcelarán.
Allí tus propios compañeros de prisión, ayuda-
dos por los guardias, te ajusticiarán tras hacer
376
que cientos de maricones con sida violen tu culo.
No.
Nadie puede detenerte.
¿Quién podría?
Eres invencible con este traje de látex que llevas
puesto bajo tu uniforme de portero.
Se lo quitaste a ese extraterrestre que te violó...
¿o era un humano? ¿o un replicante de humano?
Ni puta idea.
Tampoco te interesa mucho.
Te pusiste el traje en la nave espacial porque
estabas desnudo y tenías frío.
Fue el acto más maravilloso de tu vida.
En cuanto te vestiste y cerraste el enganche del
cinturón notaste un cambio: amplificaba tu ser.
Superfuerza.
Supervelocidad.
Someter a la gravedad.
Incluso volar.
Te arriesgaste.
Abriste un agujero en la nave espacial, utilizan-
do tu superfuerza.
Doce brazadas te bastaron: tardaste cinco se-
gundos en salir del fondo del mar.
¿Qué hacer con ese superpoder?
Resulta que podrías ser Superman.
Resulta que podrías someter a los gobiernos de
la Tierra con tu superpoder.
¿Para qué?
Lo único que quieres es vivir de puta madre.
Follar con putas.
Beber.
Drogarte.
377
Vivir como un multimillonario.
Ser famoso.
Volaste a supervelocidad.
Sin que nadie te viera entraste en tu casa de
Madrid.
Vacía.
Precintada por la policía.
El lugar del crimen.
Allí asesinaste a tu mujer e hijo.
Hogar, dulce hogar.
Aún estaban ahí todas tus cosas.
Fue agradable volver a ponerte tus zapatillas de
andar por casa.
Ducharte en tu baño de siempre.
Te acostaste en tu cama.
Donde Pedo violó a tu esposa.
Al recordarlo, sonreíste.
Descansaste un rato.
Pensando cómo utilizar tu puto poder.
Te dio por encender tu ordenador, leer las noti-
cias.
Es gracioso: aún no te habían cortado internet.
Bien.
Viste la portada de marca.com
Y al observar a ese patético gordo, se te ocurrió
el plan.
Un plan imposible.
Pero que valía la pena intentar.
Si salía mal, podrías escapar.
Si salía bien, iba a ser la leche.
Ha salido bien.
¡Vaya si ha salido bien!
Has visto a tus ídolos mirarte con sorpresa, ad-
378
miración, pánico. Ídolos que antes sólo podías ver
por televisión.
Ahora te miran sabiendo que eres mejor que
ellos.
¡Sí! ¡Eres mejor que ellos!
Eres el futuro nuevo balón de oro.
¡Sesenta goles les metiste!
¡Eres leyenda!
¡Estás deseando jugar contra Messi!
Humillarlo.
Y a Guardiola.
Se suponía que era un partido para suplentes.
Pero las estrellas del Real Madrid salieron bus-
cando mejorar sus cifras goleadoras de cara a los
patrocinadores y futuros contratos.
Las órdenes que diste a tus compañeros de equi-
po fueron claras: dejar jugar al Real Madrid.
Dejar que tiraran a portería.
Que no se preocuparan.
—Y ya veréis como les voy a aplastar —vatici-
naste.
Tu plan funcionó.
Cuando metiste el segundo gol, Florentino Pérez,
el presidente del Real Madrid no dudó en exigir
desde el mismo palco:
—¡Es increíble! ¡No es humano! ¡Hay que fichar a
esa mole esta misma noche!
—Presidente... —razonó un consejero— Tiene
que estar dopado. Es el mismo portero que jugó
en el partido de ida. Allí le metimos nueve goles.
—Si es así le quiero a él y a su camello. ¡Poneos
en marcha! ¡A las oficinas! ¡A redactarle una oferta
ahora mismo! ¡No puede marcharse del estadio
379
sin que lo firme! ¿Me habéis oído?
El partido ha terminado.
Eludes a los periodistas.
Tienes miedo que te reconozcan a pesar de la
máscara y de las lentillas azules que te has puesto.
Tienes miedo a hablar y que más tarde, un listo,
compare tu voz con la del verdadero portero.
Llegas a los vestuarios.
Tienes una cita.
Te espera.
Nada más y nada menos que Florentino Pérez, el
presidente del Real Madrid.
—Te quiero en mi equipo —te dice— Representas
todos los valores del madridismo. Pídeme lo que
quieras. Te haré de oro. Quiero que seas nuestro
emblema.
—Me encantaría —contestas.
Un comisario de la FIFA os interrumpe. Se dirige
a ti:
—Señor, usted ha sido seleccionado para la
prueba del control antidoping. Sígame, por favor.
—¿Te supone algún problema? —te pregunta
nervioso Florentino— Si es así quizás pueda hacer
algo...
Piensas.
Gracias al tiempo que pasaste secuestrado estás
limpio.
—No me supone ningún problema. Además ten-
go ganas de mear así que me viene de puta madre.
Vamos.
Intranquilo, Florentino te acompaña a la unidad
móvil de la FIFA.
Meas en un vaso.
380
Lo analizan.
Pasas el control antidoping.
Sin problemas.
Florentino te lleva a su despacho.
Es más grande que el apartamento en el que vi-
vías con tu esposa e hijo.
Quedais solos.
—¿Cómo has hecho lo que hiciste hoy en el cam-
po? De verdad que pareció algo sobrehumano.
—Entreno mucho. ¿De verdad me quiere en su
equipo?
—Por supuesto. ¿Treinta millones por tempora-
da te parecerían bien? ¿Digamos una temporada
con opción a otras ocho siempre que se cumplan
ciertos objetivos?
—Me parecería bien. Pero espero que esto no
suponga un problema.
Te quitas tu máscara.
Florentino se estremece.
Te reconoce.
—¿Sabe quién soy?
—Sí —responde asustado, tragando saliva.
—¿Aún me quiere en su equipo?
Florentino razona:
“Si mete treinta goles por partido el Real Madrid
será invencible, siempre. Eso supondría recaudar
lo que nunca nadie ha recaudado en la historia del
fútbol”.
—Sí… por supuesto —responde.
—Tendrán que hacerme la cirugía estética. Te-
néis que ponerme la misma cara que la del portero
al que he suplantado.
—¿Y dónde está él?
381
—Dentro de una de las taquillas del vestuario
visitante.
—¿Escondido?
—Escondido para siempre.
Florentino arquea las cejas. Entiende. Encaja la
noticia.
—Bien. Nos desharemos del cuerpo. Y... ehh...
¿Usted seguirá matando y.. ehhh... la otra cosa?
—¿Qué otra cosa?
—...eyaculando sobre bocas de muertos...
—No. Voy a concentrarme en el fútbol y en las
putas.
Florentino rompe el contrato.
Te ofrece su mano.
—No hace falta que firmes nada. Este documen-
to sería totalmente inútil a efectos legales ya que
tú no eres el verdadero portero. Si te parece bien
formalicemos un pacto de caballeros. A cambio de
tus derechos de imagen y mientras juegues como
has hecho hoy te prometo treinta millones de eu-
ros al año y la promesa de que nadie sabrá nunca
quién eres verdaderamente.
—Tenemos trato, Floren —contestas estrechan-
do la mano al presidente del Real Madrid.
Ya es oficial.
Eres una estrella del Real Madrid.
Eso es algo tan maravilloso que jamás te atrevis-
te a soñarlo.
Eres el mejor.
El mundo está a tus pies.
.
.
.
382
.
.
.
.
Suena el despertador.
Despiertas.
Estás en una cama.
Dormías al lado de siete putas de lujo.
Por el día trabajan de modelos.
Ellas te contaron que salen en portadas de revis-
ta de moda. Pero que, por la noche, hacen lo que
sea por dinero.
Como todo el mundo.
Recuerdas.
Estás en una habitación del Ritz.
El hotel más caro de Madrid.
Te duele la cabeza.
Pero con gusto.
Una resaca de campeonato.
Anoche, fue la mejor noche de tu vida.
Primero el partido en el Santiago Bernabéu, lue-
go el contrato y para finalizar, las putas y la coca.
Te levantas.
Pensaste que lo único malo de dedicarte al fútbol
sería que no podrías tomar drogas nunca más.
Sin embargo, los servicios médicos del club te in-
formaron bien: puedes tomar alcohol hasta el día
antes del partido. Y anfetaminas y cocaína cuatro
días antes del partido. Si respetas esos tiempos
los rastros de que te drogaste desaparecerán de
tu sangre y no se registrarán en los controles an-
tidoping.
De un cachetón despiertas a una puta.
383
—Tú — le exiges– chúpamela.
La puta de lujo se despierta. Su primera mirada
es de odio, de te vas a enterar: a mí nadie me trata
así. Pero al ver tu cara y recordar el dinero que le
pagas, relaja su ceño, sonríe:
—Claro que sí amor. Te hago lo que tú quieras.
¿Pero no te molesta la máscara? ¿Por qué no te la
quitas?
—No te preocupes por la máscara que no la ten-
go en la polla. Tú a lo tuyo.
Guias su cabeza hasta tu polla.
Te la chupa.
Consigue que se te ponga tiesa.
Se lo trabaja bien, con la lengua.
Al final se lo traga.
Por fin un buen despertar.
El despertar que siempre mereciste.
¿Lo mejor de la mamada? Que así será el resto
de tu vida.
—Muy bien, bonita —le dices— ahora consígue-
me algo para desayunar mientras me ducho, que
tengo que ir a entrenar.
—¿Qué desayunan los deportistas? —pregunta
la puta-modelo.
—Ellos no sé. A mí me pides beicon, huevos, sal-
chichas, patatas fritas, café, Coca-Cola, donuts y
una cerveza bien fría.
Entras en el cuarto de baño.
Te vas a duchar. Piensas... ¿por qué no?
—¡Putas! —les gritas a las otras que gandulean
en la cama— ¡Venga! ¡A lavarme!
Las putas se levantan de la cama.
Te lavan, con la esponja, en la ducha.
384
Con una sonrisa.
Falsa.
Sí.
Esto sí es vida.
Cuando terminan te vistes con el chándal de en-
trenamiento del Real Madrid ¡Qué bonito es!
Desayunas.
Sales de la habitación.
En la puerta del hotel te espera una limusina.
Te subes.
Te lleva hasta la ciudad deportiva del Real Ma-
drid.
Entras en el vestuario.
Te reencuentras con tus ídolos.
Te aplauden.
Cristiano Ronaldo te abraza. Quiere ser tu ami-
go. Bale te mira envidioso, con los ojos brillando.
Keylor Navas no sonríe. De sobra sabe que le has
quitado el puesto. Su fin en el Real Madrid ha lle-
gado: ningún portero del mundo puede competir
contigo.
Ningún humano.
Zinedine Zidane, el entrenador, te da la bienve-
nida al equipo:
—Contigo, seremos invencibles —te dice.
—Lo sé —respondes.
Te vistes con el traje de látex. Lo cubres con el
uniforme oficial de portero del Real Madrid.
Saltas al campo de entrenamiento.
El presidente ha madrugado.
Desde el palco vigila su sueño hecho realidad.
Fuma un puro.
Lo acompaña un café con leche.
385
Y una sonrisa de satisfacción.
El Real Madrid va a ser invencible.
Te colocas bajo la portería.
Activas el cierre del cinturón.
Te preparas para controlar la potencia amplifica-
da de tu cuerpo.
Algo va mal.
No notas.
No sientes nada.
El poder.
¿Dónde está?
Te acojonas.
Te pasan un balón.
Le pegas con fuerza.
El balón no se echa a volar. No desaparece.
Botando, cae a pocos metros de ti.
¡Debería de haber salido de la cancha!
Piensas.
Actúas.
—Me siento mal... —anuncias— Disculpad...
sólo es un segundo. Ahora regreso.
Corres torpemente.
Te metes en el vestuario.
Solo.
Piensas.
¿Qué ha pasado?
No lo sabes.
Maldita sea.
¡Maldita sea!
Piensas:
¿Se le habrán acabado las pilas al traje? ¿Cómo
las recargas? ¿Dónde las compras? ¿En Marte?
No.
386
No lo sabes.
Los extraterrestres te visitaron anoche.
Invisibles.
Mientras follabas a las putas, desactivaron tu
traje.
Fueron testigos del partido.
No podían permitir que un humano tuviera ese
poder.
Mucho menos un humano imbécil.
Como tú.
Pensaron que te descubrirían tarde o temprano.
El traje sería estudiado.
No les interesa.
Lloras.
Sabes que jamás podrás volver activar el traje.
No eres tan inteligente para arreglarlo.
Nunca has arreglado nada en la vida.
Cuando algo se te rompía lo llevabas al servicio
técnico o comprabas otro.
Vuelves a ser un tipo del montón.
Un inútil.
Estás loco si crees que Floren va a respetar el
estrechón de manos.
Eres una mierda.
Algo incómodo de lo que hay que deshacerse.
Piensas.
¿Qué mejor lugar que el vestuario del Real Ma-
drid para quitarte la vida?
Abres la taquilla de Cristiano Ronaldo.
Tomas un cinturón suyo.
Es de marca.
Bonito.
Elegante.
387
—“¡Qué estilo tiene el cabrón! —piensas.
Un extremo del cinturón lo atas a una lámpara
del techo.
Con el otro extremo, rodeas tu cuello y te ahor-
cas.
No tuviste una buena vida.
Pero sí doce horas de puta madre.
Doce horas de leyenda.
Realmente nunca tuviste tantas expectativas
para tu vida.
Mueres.
Te transformas en una chispa de energía.
Pedo te aguarda, feliz.
Te abraza.
Y te dice:
—¿Sabes una cosa? Te amo, amigo.

388
EPÍLOGO
S eis meses después el cuerpo putrefacto de
Mierda apareció ahorcado en una cabaña de un
bosque de Extremadura. Se dedujo que un héroe
anónimo lo atrapó y lo ajustició. Nadie relacionó
este hecho con Albertito, el portero que seis meses
antes se ahorcó en el vestuario del Real Madrid. La
policía aseguró que Albertito había jugado aquel
partido de fútbol bajo los efectos de una droga ex-
perimental desechada por el ejército iraquí. Y que,
al verse descubierto, se suicidó. Sus familiares
aseguran que eso es una macabra chorrada. Que
Albertito jamás podría haber tenido acceso a una
droga así. Que lo más duro que se metía eran los
donuts que preparaban en su panadería. Aseguran
que el hombre que jugó ese partido no era Albertito.
Nadie les hace caso.
El superintendente pagó una pequeña fortuna a
la plantilla de Panificadora Gustavo. Y les amenazó
de muerte si contaban a alguien la verdad.
Mientras, en Tierra A, millones de espectadores
siguen observando tu vida.
La vida de Mierda no interesó demasiado. No
arrasó en audiencia. Sí que lo hace el resumen que
emiten cada semana sobre ti.
Esperan ver qué piensas y qué haces hoy. Se
entretienen con tus pensamientos más secretos
durante los cuarenta y cinco minutos que dura tu
show semanal en televisión.
En Tierra B eres una persona del montón.
Incluso muchos te consideran bastante gilipollas.
Pero en Tierra A eres una gran estrella.
Allí todo el mundo quiere follarte.
Felicidades.
391
FIN
AL LECTOR CÓMPLICE

M il gracias por llegar hasta aquí, por leer el


libro que he estado pensando durante años para
ti. Ojalá te haya gustado. Si no es así, te pido dis-
culpas. De verdad que lo intenté con todas mis
fuerzas. Lo di todo para que la novela te atrapara,
te hiciera reír, pensar, imaginar y te evadiera de
un día malo cuando desgraciadamente lo tuvieras.
Pero en el supuesto caso de que sí que lo haya
conseguido te pido, por favor, un extra: que me
ayudes a publicitarla por las redes sociales o entre
tus amigos de la vida real (en caso de que los ten-
gas). Si puedes sacarte una foto con la novela en
tus manos y escribir algunas palabras de lo que
te ha parecido o grabarte en vídeo con la novela
y hacer un breve comentario sobre ella y subirlo
a las redes sociales... o mandarme una foto con
una crítica a mi email ezcritor@gmail.com para
que la publique en mi blog y mis redes sociales te
lo agradecería muchísimo... o salir a la calle des-
nudo con el libro y grabarte en vídeo mientras te
detiene la policía por excibicionismo público. Tu
publicidad es vital para mí: un autor que se auto-
publica para poder crear libre sin editores coñazos
que me censuren esto o aquello por miedo a que
deje de vender ejemplares por ser políticamente
incorrecto. Ojalá puedas ser generoso y sacar cin-
co minutos de tiempo para ayudarme a que este
libro —mi hijito, tu amigo— si lo merece, llegue a
más lectores como tú.

Un abrazo y GRACIAS,
Rafael Fernández
395
AGRADECIMIENTOS
S in el apoyo real y cariño de estas personas,
este libro no hubiera nacido jamás. Ellos me dieron
el dinero necesario para publicarlo en papel y
comer algunos días de los casi cuatro años que he
estado trabajando en él. Doy las gracias de cora-
zón y me siento en deuda con:

1.-Rubén Morán.
2.-Paco Lambea
3.-Carmen García
4.-Yolanda Lopez
5.-La Canalla
6.-Juan Olvido
7.-Cristian Salinas
8.-Lucía Celis
9.-Michael Jackson
10.-Alberto Almeida (Fuerajuego)
11.-Jose Luis Herrera Jimenez
12.-Noshow
13.-Giovanni Alcocer
14.-Obsy
15.-Alicia L. Alonso
16.-Dario Fioravanti
17.-Héctor Balaguer
18.-Santiago Segura
19.-Alvaro Solzi
20.-Nicol Jiménez “El Niño”
21.-Enrique Cañada Torralba
22.-Diego Simón
23.-Patxi Bretos.
24.-Alfonso Vargas Robotv
25.-José Luis S. de C. L.
26.-Marcelo García Ochoa
27.-Inma Cinto
28.-Trevor Kusuhara
29.-Alejandro Casanova Barberan
399
30.-Rocío Galindo
31.-Rodrigo Rojas
32.-Daniel Rodríguez Arias
33.-Javier Julvez
34.-Capitán Fantástico
35.-José G. Parra
36.-Bruno Bou
37.-Raquel Ll
38.-Maria A. Domínguez
39.-Belen Garretas
40.-Markel Balerdi
41.-David Bernal
41.-Pablo Estrada
42.-Pablo P.
43.-Daniel López Fernández-Pello
44.-Alejandro G. H.
45.-Monica del Pilar R.R.
46.-Marc Marí
47.-Oscar Vispo
48.-Marco Sigvaldason
49.-Reynold Doforno
50.-LoloPez
51.-Yolanda López
52.-María Domínguez A.
53.-Mark Hamilton
54.-Maxi S. C.
55.-La Canalla
56.-Juanjo Conti
57.-Sir_eider
58.-Jesús Manuel Pérez
59.-Lagarto Viejo
60.-Max More
61.-Mamen
62.-Mario Celdrán
63.-Fede Berardo
64.-La Bruja
65.-Miguel Mil
66.-Rubén (asesino de chinos y banqueros).
67.-Miguel Palmez
400
68.-Marcos Mediavilla
69.-Javier Vitalio
70.-Liliana Lopez
71.-Marta y Bruno
72.-Aaxolotl
73.-Daniel Gutierrez Gutierrez
74.-Jorge Álvarez (fotógrafo)
75.-Luis C.B
76.-Sergio Perea
77.-Lucas (el sr. dentista)
78.-Ignasi Vidal
79.-Sergio Garcia B. (México)
ZZZDPRUIRVÀOPVFRP
81.-Good Old Rocker
$OÀQDOQRSXGRVHU
83.-Iban
84.-Daniel Sutil
85.-Mike Zayon
86.-Aitor Rad
87.-María del Puerto M.G.
88.-Alejandro López
89.-Explotador laboral y falso amigo
90.-Luis Peláez
91.-Silvia G. Guerra
92.-El Punto Giu
93.-Oscar de Dios
94.-Wendy Rocha
95.-Luis J. M. Tascón
96.-Manolo Rock Aguilar
97.-Unamuno Manuel
98.-Claudia Irene Cárdenas.
99.-David Saugar.
100.-Dark Chino
101.-Riccardo Di Natale
102.-Miguel Jesús Morales–Filmurray audiovisual
103.-Alejandro Pinchaculos Gómez
104.-Javier Sosa B,
105. Javier Mula S.
106.-Anibal Baez
401
107-Gaius Cilnius
108.-Juanjo Ramírez Mascaró
109.-Ismael Ordonez Garcia
110.-David C. Williams
111.-Ángel Bueno Garijo
112.-Raúl San Nicolás Lanuza
113.-Ana Mar Sánchez Crespillo
114.-Mª del Mar Viamonte Expósito
115.-Isabel Docavo
116.-Otto y Sheila
117.-Rodrigo Solís y Fiera
118.-Antonio C. H.
119.-Pablo Garrido
120.-Eduardo Smith
121.-Taco
122.-Rodolfo Viera
123.-Sergio S. Araujo
124.-Laura Delgado Canovas
125.-Carlos Ernesto Millán Hernández
125.-Juan A. Paterna
127.-Álvaro Araujo Álvarez.
128.-Hugo Berra
129.-Julio César Arias Rodríguez
130.-Ricardo González García
131.-Pedro Oliveira Pinto
132.-Vanessa González Ortiz
133.-Paulina Ruiz Ortega
134.-Miriam Fernandez Castro
135.-Cesc Llaverias
136.-María del Puerto Martín García
137.-Ramónica
138.-Hector Caramazana Delgado
139.-Deborah B.
140.-Eva Núñez Mújica
141.-Mybro
142.-David Montero
143.-Nuria Esther Marti Jimenez
144.-Miki Trigo
145.-Monica Largo
402
146.-Pilar Besitos
147.-Oswaldo Palenzuela
148.-Sergio Aguilar
149.-Sibly (David Moreno)
150.-Adrián Lorenzo
151.-Esther Mestres Escamez
152.-Abby Ferrari
153.-Francisco Javier Manchon Marin
154.-Arturo Tarragona Rollos
155.-Pedro Montero Cano
156.-Topi Setä
157.-Leonardo Donaldo
158.-Miriam Sánchez
158.-Gorka Samaniego Leon
159.-2aven y Mariana
160.-Pilar Jimenez Quiñonero
161.-Chus Reguera González
162.-Jose A. Parrilla Rivera
163.-R.Castro.U.2
164.-Mario Montoya Jimenez
165.-Jairo Vega
166.-Francisco Javier Cardo Festa
167.-Julio César Ruiz Díaz
168.-Lemos Atletico Uio
169.-Gonzalo Til
170.-Javier Casas Roubichou
171.-Alejandro Marín Herrera
172.-Javier Chiappa
173.-Yeisi Lakes y Shipiriznaisin
174.-Jorge Mora
175.-Christian David Hernandez Cedillo
176.-Nacho Cacho
177.-María Ferreiro Garrido
178.-Carlos Peña González
179.-Paula Cozachcow
180.-Alvaro Fernández-Yanez
181.-Ana Lys Simón Miguel
182.-Sergio Gallego Plaza
183.-Roberto Barkat
403
184.-Ana García Vázquez
185.-Raven Lancaster

186.- Este hombre se llama Paco Lambea. Sin pedirle


yo nada me escribió, generoso, para aportar algo de
dinero para pagar parte de la factura de los gastos de la
imprenta de la segunda edición de “Prostituto de extra-
terrestres”. Así que pongo por aquí esta foto de Paco y el
nombre de su blog, para la eternidad, aunque él no me
pidió que lo hiciera. Muchas gracias, Paco, por ayudarme
a poder vivir de mi trabajo y pasión literaria. El blog de
Paco es:
heridaspiadosas.reylagarto.com

187.-Esther Paredes Carceles


188.-Susana Bensliman Fernández
189.-Claudia E. P. Curas
190.-Ricardo M. Sousa Carballo
191.-Fernando Boira
192.-Mckeyhan
193.-Juan Pablo Gonzalez Carazo
194.-Manuel Jesús Dorantes Miguel “SPACEMAN”
195.-Carlos Puente Gomez
196.-Cora Bordes Marques
197.-Luis Ramos Salvago
198.-Luismi Palma
199.-Xavier Martínez Anguas
200.-Alfonso Noguer Esponera
Y gracias especiales a Eduardo L.A. Gasso.
404
AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR

U n escritor absorbe de su alrededor (como un


vampiro ladrón) los gestos, rasgos, pensamientos,
aspectos, comportamientos e historias de las per-
sonas con las que se relaciona o tropieza fortuita-
mente para así poder dar vida e interés a los per-
sonajes que imagina. Mi conciencia no quedaría
tranquila si no reconociera y diera las gracias por
escrito a las personas que me nutrieron e inspi-
raron, más de lo normal, para que este libro se
hiciera realidad.
Svitlana Popivnyak, mi esposa, mi amiga, mi
inteligencia, mi corazón. Tengo el honor de pasar a
su lado las venticuatro horas del día, los siete días
de la semana. La escucho hablar, pensar, razonar,
bromear. Se ha metido tan dentro de mí, he absor-
bido tanto de ella que mi cabeza, cuando imagina,
tiende a volar y a jugar con las cosas que ella me
cuenta e investiga. Por ejemplo, la divertidísima
historia del psicólogo y su paciente jirafa es un
fake de internet de un autor anónimo que ella
me leyó y que yo decidí adaptar a mi antojo para
parte de un capítulo de este libro (espero que no se
moleste ese autor anónimo). Te amo, Svieta.
Gracias una vez más a Mario Celdrán, corrector
heroico de este libro que ha realizado un esfuerzo
que jamás podré terminar de agradecerle. Por des-
gracia tiene a un familiar muy querido entrando y
saliendo de un hospital. Aún así, Mario no dudaba
en llevarse “Prostituto de extraterrestres” a dicho

405
hospital para corregirla mientras velaba el sueño
de su querido y enfermo padre. Si has leído esta
última frase sin que te hormiguee la nariz y sin
que en tus ojos se asome una lágrima, es que no
eres humano. Gracias, Mario. En mí tienes un
amigo para siempre. Mucha salud para tu padre,
para tu querida familia y para ti.
Isabel Docavo es una lectora feminazi con la que
crucé bastantes emails. Algunos pensamientos
que me reveló sobre la fidelidad me sirvieron para
tergiversarlos y dar vida al personaje de David,
el policía en el capítulo 11. Gracias Isabel por tu
simpatía, sinceridad, por abrirme los ojos a algu-
nas cosas y hacerme pensar y reaccionar sobre el
mundo machista en el que, sin duda, vivimos.
Lucas González Fernández y Liliana López
León me hicieron el honor de traducir al asturiano
campestre y al mexicano carcelario algunos diálo-
gos de este libro para enriquecerlo. Mil millones
de gracias por vuestra generosa ayuda. Quedo en
deuda con vosotros.
Miriam Sánchez llegó como el Séptimo de Caba-
llería para apoyarme corrigiendo algunos capítu-
los de este libro y ejerciendo de psicóloga ante mi
miedo escénico. Gracias. Quedo en deuda contigo.
Por último permitidme una excentricidad: dar las
gracias a mis dos compañeros gatos, Dr. Muerte
y Dr. Amor y a mi eterna amiga perra Anais Nin
Scobydoo Fernández Popivnyak. ¡La de noches
que me hicieron compañía! Ojalá os tenga siempre
a mi lado.

406
APÓYAME

Conviértete en mecenas de
mis dos próximas novelas. Ayúdame a crearlas:

Inmortaliza tu nombre:
eternamente saldrá en los agradecimien-
tos de estos futuros y míticos libros.
Cómpralos en preventa para convertirte
en mecenas y ayúdame a seguir escribiendo:
http://www.ezcritor.com/preventa/

GRACIAS

407
Esta página la reservé para
escribir algo genial pero al final no
se me ocurrió nada.
Esta también. Iba a ser la continuación de
una idea genial que iba a pasar a la historia
de la literatura. Pero vamos, que no sé qué pasa
que no se me ocurre. Lo siento.

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