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Cuenta la leyenda que una mujer entró a un restaurante y pidió una sopa. Una vez
servido el plato de sopa… La señora alzó la voy y dijo:
– ¿Qué sucede señora? Si es porque no le gusta, ¿quiere que le traiga otro plato?
– Yo si se la tengo que cambiar, se la cambio, señora… Pero por favor, dígame qué
le pasa.
El camarero, dándose cuenta de que nada podía hacer más que probar la sopa,
finalmente se sentó en la silla libre, junto a la mujer, se acercó el plato, levantó su
brazo para coger la cuchara y, con cierta sorpresa, exclamó susurrando:
¿Moraleja?
¿Por qué algunos se empeñan en que los entiendan con indirectas? ¿Por qué
otros insisten en que los demás adivinen en cada momento lo que quieren, lo que
están pensando, lo que estamos intentando decir o a dónde quieren llegar? Existe
una tendencia del ser humano que es la de pretender que nos entiendan sin
explicarnos claramente. La de querer que adivinen nuestras necesidades en cada
momento y eso, eso no puede ser. Debemos ser claros al hablar, decir las cosas
sin rodeos, preguntar si no se entiende algo pero sobre todo, ‘no marear’ con nuestro
lenguaje ni nuestras actitudes a los demás porque los demás no son como nosotros,
no están dentro de nosotros y no saben lo que queremos y estamos buscando, por
muy evidente que sea para nosotros mismos.