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Introducción
En la última reunión vimos el personaje de Marta, hermana de María, y dijimos que
veríamos a cada una por separado, para no estar todo el tiempo comparándolas, ya
que siempre una salía perdiendo. Vimos el carácter y actitud de Marta. Ahora veremos
el de María.
En primer lugar me gustaría dejar claro que no debemos confundir a María de Betania
con la mujer pecadora de Lucas 7:36-50. Es verdad que las dos derramaron perfume
en los pies de Jesús y los secaron con sus cabellos, pero son acontecimientos
diferentes y de mujeres diferentes. Una es conocida como la mujer pecadora, otra
como María de Betania. En el primer caso, Jesús no conocía a la mujer, en el caso de
María de Betania, Jesús sabe quién es. En el primer caso la mujer todavía no era
creyente, según el v. 50: “Tu fe te he salvado, ve en paz”; en el segundo caso, María
ya era creyente y tenía una relación espiritual con el Señor.
María era la hermana pequeña de Marta y Lázaro, y vivían los tres juntos en Betania,
un pueblo cerca de Jerusalén. Los tres amaban al Señor y a Jesús le encantaba estar y
posar en su casa para descansar, eran sus amigos.
Vamos a ver los tres acontecimientos en los que aparece María.
Había muchos judíos que habían venido a consolar a Marta y María v.19, 31 y,
siguieron a María pensando que iba al sepulcro a llorar. Pero tuvieron el privilegio de
presenciar el milagro de la resurrección de Lázaro y creyeron en Jesús v.45. Luego,
por su testimonio y su hogar abierto aun en tiempos de dolor y tristeza, muchos judíos
pudieron ver el milagro y creer en Jesús.
¿Cómo actuamos en medio de las tribulaciones, problemas, muerte, tristezas, pérdidas
etc.? Aun en medio de esas circunstancias, tenemos que dar testimonio de nuestra fe,
porque es ahí donde la gente verá la diferencia de nuestra fe y relación con el Señor.
MARÍA A LOS PIES DE JESÚS PARA AGRADECER (Juan 12:1-8; Mateo 26:6-13; Marcos
14:3-9)
Estos tres pasajes nos narran el mismo acontecimiento, cuando en casa de Simón el
leproso, le hacen una cena al Señor con sus discípulos. Aquí vemos de nuevo a Marta
sirviendo pero ya de una manera diferente, toda su perspectiva había cambiado, ya no
estaba afanada. Hay más invitados aunque no se mencionen sus nombres.
De repente María en silencio como ella acostumbra acercarse al Señor Jesús, tomó un
frasco de alabastro (frasco hecho de piedra blanca, a veces translúcida, de apariencia
marmórea) que contenía una libra (327´5 gr.) de perfume de nardo(es una flor blanca
muy olorosa) puro, sin mezclas; y lo derramó sobre los pies de Jesús, en Mateo
también dice sobre la cabeza. Después enjugó los pies con sus cabellos y toda la casa
se llenó del perfume de nardo.
¿Por qué hizo esto María? Puede haber muchas respuestas, pero la principal es porque
quería agradecer al Señor por haberla salvado y perdonado, por enseñarle tantas
verdades divinas, por haber resucitado a su hermano Lázaro de entre los muertos. El
Señor había hecho mucho por ella, ella quería agradecerle y mostrar su amor por Él.
María le dio lo mejor, lo más costoso que tenía, y en el mejor momento. Analicemos
cada parte. Le dio lo mejor, ese perfume era muy costoso, casi el jornal de un año de
un obrero. Jesús no se merecía menos, pensaría María. Y aplicándolo a nosotras ¿qué
no se merece el que murió por nosotras en la cruz? ¿Hay miseria y poca generosidad
cuando ofrendamos al Señor? Demos lo mejor al Señor y no lo que nos sobra.
Sin embargo a Judas Iscariote, el que más tarde traicionaría a Jesús, no le agrado el
hecho del perfume v.4-5. Es curioso como aparentemente lo que dice tiene buen
argumento, con toda esa cantidad de dinero se podría ayudar a mucha gente pobre.
Pero su intención era otra v.6, lo que quería era robar de la bolsa.
Jesús, que sabe las intenciones del corazón, la defiende delante de todos y la alaba
por la “buena obra que ha hecho con él” (Mateo 26:10).
En cuanto al versículo 7 “Para el día de mi sepultura ha guardado esto”, lo que quiere
decir es que en aquel tiempo era costumbre de cubrir el cuerpo de la persona muerta
con especias aromáticas para que no oliera al ir descomponiéndose. Y María había
derramado este perfume en el mejor momento. A Jesús le quedaban pocos días para
morir, y era una señal de su muerte y preparación.
Es interesante que María no dice nada, por lo menos no se menciona, pero sí que
demuestra por su hechos el gran amor que tenía por el Señor. María ofrece su amor
en silencio, pero al final es manifestado públicamente, y no solo allí en aquella cena,
sino en todo el mundo, para memoria de ella (Mateo 26:13; Marcos 14:9): “De cierto
os digo que donde quiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también
se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”. Su acto de adoración a los
pies de Jesús, motivado por su gran amor, nunca será olvidado.
¿Cómo le mostramos al Señor que le amamos? Nuestra vida entera debe estar llena de
aquel olor de santidad que haga radiantes nuestras vidas en cualquier lugar donde nos
hallemos. Por último decir que es un privilegio servir a uno que puede distinguir los
motivos del corazón. Las personas con frecuencia pueden interpretar mal nuestras
acciones, pero gracias a Dios, que en el corazón de María no había, orgullo, vanagloria
u ostentación, sino un corazón puro y agradecido. Ojalá, que cuando el Señor mire
nuestro corazón halle lo mismo que en María, y pueda decir de nosotras: “Esta ha
hecho lo que podía” (Marcos 14:8).