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3.

La revolución francesa  
 
I.   Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la
política. Entre 1789-1917, las políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente
en pro o en contra de los principios e 1789 o los más radicales de 1793.
Proporcionó los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la
mayor parte del globo.
     Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas,
en EE.UU. Bélgica, Holanda; pero fue la francesa la que más consecuencias tuvo.
Fue la única verdadera revolución de masas (hemos de saber que 1/5 europeos era
francés…) y radical (tanto que los extranjeros revolucionarios que se le unieron
fueron luego moderados en Francia). Al contrario que la Revolución americana, la
francesa influyó en ámbitos geográficos muy distantes: afectó en Sudamérica y fue
el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad occidental que produjo algún
efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-.
     En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de
antiguo régimen y la ascensión de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente
agudo. Una monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no aceptaría pequeñas dosis
reformistas como las propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La
monarquía absoluta, no obstante, introdujo, por iniciativa propia a una serie de
financieros y administrativos en la alta aristocracia, quienes fundían los
descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.
     La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más
importantes del Estado, sino que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la
administración central y provincial. La mayoría de la gente eran gentes pobres o
con recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico
reinante. La miseria general se intensificaba por el aumento de la población.
Diezmos y gabelas también contribuían a ello.
     La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue
demasiado alto: una bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa
de la crisis a las extravagancias de Versalles, hay que decir que los gastos de la
corte sólo suponían el 6% del presupuesto total en 1788. La guerra, la escuadra y
la diplomacia consumían un 25% y la deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la
guerra norteamericana y su deuda- rompieron el espinazo de la monarquía.
     La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la
convocatoria a Estados Generales de 1789. Todo comenzó como un intento
aristocrático de retomar el control, pero fue un error subestimar al “tercer estado”
con una crisis económica tan profunda, dejándolo a un lado en los órganos
representativos. La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano es un
manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios, pero no a favor de una
sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación de una
asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía
residiría en la “Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del
programa burgués, tenía un acento mucho más radical y peligroso para el orden
social.
     La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines,
hicieron de la Asamblea  “ del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de
lo que cabría esperar. La contrarrevolución hico a las masas de París una potencia
efectiva de choque. La toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo
Régimen en Francia: 14-7-1789.
     La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-
radical. Por momentos esta dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró.
Algunos burgueses dieron un paso más hacia el conservadurismo, al ver que los
“jacobinos” llevaron la revolución demasiado lejos para sus ideales. El tercer estado
no quería una sociedad burguesa, que progresivamente adquiría tintes
aristocráticos.
     De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto,
desarrapados y hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta
y Hébert defendían los interesas de la gran masa de proletarios, el trabajo, la
igualdad social y la seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa. Pero su utopía
fue irrealizable y más fruto de la desesperación que de un plan bien trazado. Su
memoria queda unida al jacobinismo, del que no siempre fue partidario.
 
II.  Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron
las más duraderas. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la
Asamblea Constituyente eran completamente liberales: su política respecto al
campesinado fue el cercado de las tierras comunales y el estímulo a los
empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de los gremios;
respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones.
     La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de
alejarlo del absolutismo romano.
     El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una
intervención desde el exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del
resto de países. Pero Europa se dio cuenta de que corría peligro su derecho al trono
y se pusieron en marcha. La Asamble Legislativa pronosticaba la guerra y así fue
desde 4-1792. Sin embargo fueron derrotados y las masas se radicalizaron. Los
altos mandos fueron encarcelados, incluido el rey y la República fue instaurada.
     La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran
eliminados del tablero de juego. Para ello movilizó el país como nunca se había
hecho: economía de guerra, reclutamiento en masa, racionamiento, y abolición
virtual de la distinción entre soldados y civiles. Por último, reclamaba sus fronteras
naturales con dos propósitos: tumbar la contrarrevolución y conseguir más
territorios con los que hacer la guerra económica a Gran Bretaña. En este clima, los
jacobinos fueron ganando terreno palmo a palmo. Esto derivó en la toma de poder
por los sans-culottes el 2-6-1793.
 
III.   La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el
gigante Danton, el elegante Saint-Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública
–Comité de guerra-, el tribunal revolucionario y la guillotina. Hubo 17.000
ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo que se dice, fue mucho menor
que el de las matanzas contra la Comuna de París en 1871 o las del siglo XX. Pero
el caso es que tras ese tiempo de muerte, Francia se estaba desintegrando por los
ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la contrarrevolución vencida,
un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable (ya casi toda en
papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar una racha
de casi veinte años de victorias militares ininterrumpidas.
     El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande
nation-, las levas en masa y una Constitución radical que prometía el sufragio
universal, alimento, trabajo y derecho a la rebelión. Se procuraría el bien común
con unos derechos operantes para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo
concerniente al sistema y los privilegios feudales).
      El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos
delincuentes, especuladores, estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales
de la sociedad. La guillotina recordaba que nadie estaba seguro. Los procesos de
descristianización disgustaron a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y
la ocupación de Bélgica, se dio paso a una revolución termidoriana que terminó con
los andrajosos sans-culottes y los gorros frigios. Robespierre, Saint Just y Couthon,
junto con otros 87 miembros, fueron ejecutados.
 
IV.   Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media
francesa para la permanencia de lo que técnicamente se llama período
revolucionario (1794-1799). Tenían que conseguir una estabilidad política y un
progreso económico sobre las bases del programa liberal original de 1789-1791.
Los sucesivos regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado, Imperio, monarquía
borbónica restaurada, monarquía constitucional, República e Imperio de Napoleón 
III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad burguesa intermedia
entre dos sistemas antagónicos:  la república democrática jacobina y del antiguo
régimen.
     El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba.
Precariamente, los políticos oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que
hacer uso frecuente del ejército tanto contra los agentes exteriores como contra las
rebeliones internas. En este contexto, es normal que Napoleón brotara en este
clima de ambigüedad en el que los militares tenían más poder que los
gobernadores. Poco a poco el ejército fue abandonando su carácter revolucionario y
adquirió tintes de ejército tradicional y nacional, propiamente bonapartista.
     La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La
rigidez castrense aún no estaba definida. El ejército no contaba con un abundante
armamento, respaldado por una industria pesada efectiva. Contaba más la
efectividad de actuación. Con estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque
pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él el mundo tuvo su primer mito secular:
de cónsul pasó a Emperador, estableció un código civil, un concordato con la Iglesia
y hasta un Banco nacional. El Corso hizo de la revolución liberal un régimen liberal
asentado.
    Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII,
racionalista, curioso, ilustrado, pero lo suficientemente discípulo de Rousseau para
ser también el hombre romántico del XIX. Si bien construyó las estructuras de la
universidad, la legislación, el gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de
la libertad, igualdad y fraternidad: ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la
opresión… Este mito revolucionario sobreviviría a la muerte de Napoleón.
 
 
4. Guerra
 
I.    Entre 1792 y 1815 los enfrentamientos en el mundo, ya entre Estados, ya
entre sistemas sociales, fueron continuos. Casi todos los intelectuales del momento
–poetas, músicos, filósofos- apoyaron el movimiento, al menos antes y después del
terror y antes del Imperio napoleónico. El jacobinismo solo contó con apoyo en
Inglaterra –a través de los escritos de Tomas Paine, como Los derechos del
hombre-; pero en el resto de lugares solo unos cuantos jóvenes ardorosos o
iluministas utópicos apoyaron esta rebelión. En los lugares donde la nobleza era
fuerte el ideal jacobino impregnó a las clases medias, pero no se pudo llevar a cabo
acciones contra la fuerte nobleza, al contrario que en Irlanda, donde el malestar del
país, más las ideas masónicas de los United Irishmen empujaron a la gente. No
porque les gustaran los franceses, sino para buscar aliados contra los ingleses.
     En realidad, PP.BB. Alemania, Suiza y algunos estados italianos creyeron en el
triunfo del proyecto jacobino (por particularidades de política exterior y
economía).La tendencia del era convertir las zonas con fuerza jacobina local, en
repúblicas satélites que, más tarde, cuando conviniera, se anexionarían a Francia
(como el caso de Bélgica en 1795). Fue tal el crecimiento que experimentaron los
ramales de la revolución que, en 1798, Inglaterra era el único beligerante… no
podemos especular sobre una bien organizada actuación francoirlandesa; pero
acaso hubieran forzado un tratado de paz-subordinación para los ingleses.
     En otro orden, paradójicamente, la importancia militar de la guerra de guerrillas
fue mayor para los antifranceses que la estrategia militar del jacobinismo
extranjero para los franceses. Socialmente hablando, no es descabellado afirmar
que estas guerras fueron sostenidas por Francia y sus territorios fronterizos contra
el resto de Europa (Austria, Rusia, España…). Gran Bretaña, por su parte, solo
quería preponderancia económica y que en el continente unas fuerzas quedaran
sometidas por las otras mientras ellos se expandían. Su objetivo no era de
expansión territorial por Europa. Este conflicto se ganó la comparación con el
romano-cartaginés: destrucción total el enemigo, que nunca pudo ser porque
ninguno de los dos podía invadir con garantías las tierras del otro.
     Quienes se enfrentaron a Francia lo hicieron de modo intermitente, pues no
tenían reales motivos políticos para chocar con ella. Los aliados franceses eran los
sometidos por los antirrevolucionarios: la enemistad de A implica la simpatía de
anti-A. En este caso los príncipes alemanes contra el emperador –Austria en este
caso-, que crearon la Confederación Alemana y Sajonia –por el contra a Prusia-.
Francia no tenía militares bien formados en marina, pero donde primaba la
improvisación, la movilidad y la flexibilidad, enfrentamiento en tierra, no tenían
rival: los altos mandos rusos rondaban los sesenta años de media… los franceses
no más de treinta tres años. Esto es fruto de la revolución.
 
II.   En 1802 se consolidó la supremacía de las zonas conquistadas en 1794-1798.
Los ataque que recibió Francia entre 1805-1807 le granjearon muchas victorias que
llevaron sus dominios aliados hasta las fronteras con Rusia. Sin embargo, Trafalgar
fue el punto y final en la carrera hacia una posible invasión a través del estrecho o
el establecimiento de contactos ultramarinos.      
     Tras la derrota de Leipzig, las fuerzas invadieron el imperio y sometieron a
Napoleón desde todos los puntos geodésicos. El agónico intento de Waterloo
terminó con todas las esperanzas de Napoleón.
 
III.   Debemos centrarnos en los cambios fronterizos que sobrevivieron a
Napoleón: en esencia se terminó la Edad Media y Alemania e Italia quedaban pre-
configuradas. Los principados episcopales de Colonia, Maguncia, Tréveris
desaparecieron, así como las ciudades libres. Solo los Estados Pontificios
persistieron. Antes de estos cambios había Estados dentro de Estados o regiones
bajo soberanía dual, aduanas entre territorios de un mismo gobierno… “fronteras”.
     El afán revolucionario de unificación y la codicia que asolaba a los pequeños
condados, señoríos y demás, favoreció el acercamiento y conformación de naciones
con más posibilidades de competencia. Pero más que las fronteras debemos
destacar la constancia, el eco que tuvieron los códigos napoleónicos en las
posteriores leyes y sistemas legislativos de Bélica, Renania e Italia. El feudalismo
había sido vencido al oeste de Rusia y el Imperio Otomano.
     El congreso de Viena anduvo con ojo. Ya se sabía que una simple revolución
podía saltar las fronteras, que la revolución social era posible, que las naciones
existían al margen de los estados y los pueblos independientemente de sus
dirigentes. La Revolución Francesa abrió los ojos al mundo para hacerles ver sus
posibilidades. Una fuerza universal había cambiado el rumbo de la historia.
 
IV.      Prácticamente ningún país sufrió una gran variación de sus cifras de
población más allá de la merma que el ritmo de una guerra poco cruenta y las
pocas epidemias y hambrunas que hubo podía ocasionar. No más del 7% de la
población francesa fue llamada a filas (en la I G.M. fue el 21%). Los costes de la
guerra no impidieron el crecimiento de Francia, pues los cubría con el dinero
saqueado de los territorios dominados; pero perdió el comercio de ultramar.
Inglaterra, por su parte, al no expandirse, sufrió más los efectos de las campañas
porque, además, debía subvencionar a sus aliados en el continente. Pero Inglaterra
salió como vencedora y estuvo a la cabeza de todos los estados, aún más de lo que
lo estuvo en 1789.
 
5. La Paz
 
I. Tras veinte años de guerras las naciones se enfrentaban con la problemática de
mantener la paz. Los reyes no eran más inteligentes ni más pacifistas, pero estaban
asustados ante un nuevo brote social. Desde 1815 a 1914 no hubo en Europa
(excepto la guerra de Crimea) una guerra en Europa que enfrentara a más de dos
potencias. Para que esto fuera posible la diplomacia francesa, inglesa y rusa estuvo
a la orden del día. Digamos que existió una tensa calma entre grandes potencias
por zonas no-europeas.
     Francia reingresó en el concierto internacional de las monarquías. Los Borbones
regresaron, pero ya nada volvería a ser como antes de 1789. En este caso se
debieron respetar los cambios más importantes y se concedió una
(moderadííiiisima) Constitución, Carta “libremente otorgada”. Inglaterra trató en
Europa, tan solo, que ninguna nación fuera demasiado fuerte (por eso permitió la
independencia de Bélgica en las revoluciones de 1830).
     El principal objetivo de la Confederación de Estados alemanes era mantener a
los pequeños estados occidentales alejados de la órbita francesa. En tanto Austria
haría de equilibradora de las fuerzas en Centroeuropa (no le interesaba la
inestabilidad). Rusia se expandió hacia Finlandia, Polonia y Besarabia.
     Para mantener el orden restablecido, se crearon los Congresos de las potencias,
que solo se convocaron entre 1818-1822. No resistieron el posterior embiste.
Inglaterra no apoyó la Santa Alianza porque de este modo el absolutismo hubiera
impregnado Sudamérica, y precisamente los ingleses querían lo contrario. De hecho
firmaron la Declaración Monroe de 1823 que tenía carácter profético. La
independencia de sus estados estaba cercana.
     Las revoluciones de 1830 alejaron todas las tierras al oeste del Rin de las
operaciones políticas de la Santa Alianza. Entretanto, la “cuestión de Oriente”
alteraba el ritmo normal de la vida en los Balcanes. Rusia quería un acceso al
Mediterráneo. G.Bretaña pugnaba por evitarlo. El tratado de “protectorado” entre
rusos y turcos en 1833 fue visto como una afrenta por los ingleses. Desde 1840
Rusia ya estaba pensando en el fraccionamiento del Imperio islámico. Esta cuestión
y la imposible alianza con los turcos frente a los rusos, llevó a la guerra de Crimea
en 1854-1856 (único gran conflicto antes de la I G.M.).
     Aparte de este capítulo bélico, el resto de crisis fueron solo diplomáticas (Egipto
profrancés, Imperio Otomano que tenía influencia sobre Egipto, Rusia que no quería
guerra por Constantinopla…). Además, ninguna de las potencias tenía motivos para
entablar lucha: todas estaban más o menos satisfechas tras 1815, excepto Francia,
que no tenía aún fuerza para “quejarse” en alta voz. Entre 1815-1848 ningún
gobierno francés arriesgaría la paz general por los interesas de su país. Solo Argelia
fue la excepción en 1847.
    Inglaterra solo buscaba mantener sus colonias –sobre todo la India- y establecer
puntos comerciales de esclavos en las cosas de África. Con las guerras del Opio
(1839-1842) contra China, Inglaterra llegó a controlar 2/3 del subcontinente
asiático.
    Más importante es la definitiva abolición de la esclavitud, por humanitarismo y
por intereses comerciales: Inglaterra y Francia la abolieron entre 1834 y 1848.
 
6. Las Revoluciones
 
I.  El objetivo principal de las potencias tras 1815 era evitar una segunda
Revolución francesa, o la catástrofe todavía peor de una revolución europea general
según el modelo de la francesa.
     La primera oleada revolucionaria tuvo carácter mediterráneo: Grecia, España y
Nápoles, entre 1820 y 1821. La segunda reavivó los ánimos de independencia
sudamericana. Bolívar, San Martín y O’Higgins liberaron la Gran Colombia, Perú y
Argentina. Iturbe hizo lo propio con México y Brasil se separó sin más problemas de
Portugal. Las grandes potencias las reconocieron rápidamente, pero Inglaterra,
además, concertando tratados económicos.
     La segunda oleada fue más amplia aún. Todas las tierras al oeste de Rusia
sufrieron alzamientos. Bélgica se independizó de Holanda en 1830, Polonia fue
reprimida, pero en Italia y Alemania hubo graves convulsiones, el liberalismo
triunfó en Suiza, España y Portugal padecieron guerras civiles e Inglaterra tuvo que
aceptar la secesión religiosa de Irlanda: el catolicismo había sido legalizado. Esto
derivó en la definitiva derrota de la aristocracia para dar paso a una clase dirigente
de “gran burguesía” con instituciones liberales bajo una monarquía constitucional al
estilo de 1791, pero con privilegios más restringidos. El EE.UU. de Jackson fue más
allá: extendió el voto a los pequeños granjeros y los pobres de las ciudades. Pero
hubo consecuencias aún más graves: los movimientos nacionalistas y de la clase
trabajadora.
     La tercera “gran ola” fue la “primavera de los pueblos” de 1848, cuando la
revolución mundial soñada por los rebeldes estuvo más cerca que nunca. Estalló y
triunfo en casi toda Europa.
 
II.  Las revoluciones, dependiendo de su origen:
-Liberales (franco-española): con su modelo en la revolución y el sistema de
1791. La monarquía sería parlamentaria y sus votantes restringidos por sus
ganancias.
– Radicales (inglesa): cuya inspiración encuentra eco en la revolución de
1792-1793, jacobina, cuyo ideal es una república democrática hacia el “estado de
bienestar”.
-Socialista (anglo-francesa): toman las directrices de las revoluciones
postermidorianas, entre las que cabe destacar la protagonizada por Babeuf en
1796, con un carácter comunista, en la línea de Sant-Just.
     Pero todas tenían algo en común: la lucha contra la monarquía absoluta, la
Iglesia y la aristocracia… o dicho de otro modo, aborrecían los regímenes de 1815 y
lucharon contra ellos por distintas vías, como hemos visto.
 
III.   Entre 1815 y 1830 aún no existía una clase trabajadora como tal. Solo las
personas reunidas en torno a las ideas owenistas o “Los seis puntos de la Carta del
pueblo” (Sufragio universal, voto por papeleta, igualdad de distritos electorales,
pago a los miembros del Parlamento, Parlamentos anuales, abolición de la
condición de propietarios para los candidatos) empezaban a mostrarse algo más
radicales. Los discursos de Paine aún insuflaban aliento y también los escritos de
Bentham.
     El deseo de luchar conjuntamente contra el zar y las naciones organizadas bajo
su amparo contra las posibles insurrecciones, favoreció la creación de grupos
organizados de reacción liberal. Todas tendían a adoptar el mismo tipo de
organización revolucionaria o incluso la misma organización: la hermandad
insurreccional secreta. La más conocida es la de los carbonarios, que actuaron
sobre todo entre 1820-1821 y la de los decembristas. Desde 1806, de un modo
latente, se reforzaron hasta que se presentó el momento apropiado: 1820. Muchas
fueron destruidas en 1823, pero una triunfó: Grecia 1821, la cual sirvió de
inspiración en los años siguientes.
     Las revoluciones de 1830 mostraron abiertamente el desasosiego económico y
social. Los revolucionarios se ciñeron a los modelos de 1789 y no tanto a las
sociedades secretas. Además, el capitalismo empobrecía a los trabajadores que se
comenzaron a sentir miembros integrantes de una clase: la clase trabajadora. Un
movimiento revolucionario proletario-socialista empezó su existencia. En estas
fechas los liberales habían pasado de ser oposición al Antiguo Régimen a ocupar un
escalafón en la política de sus países o, al menos, a presionar a los moderados.
Esta fue la lucha que se siguió en adelante.
     Como en Inglaterra y Francia los liberales se fueron moderando e incluso
reprimieron a algunos trabajadores, estos vieron en el Republicanismo social y
demócrata una salida más afín a sus peticiones… y así sería como el movimiento
obrero se radicalizó. Unos soñaban en las barricadas, otros en los príncipes
convertidos al liberalismo, pero esta última apuesta era muy complicada. En 1834
se crea la Unión aduanera alemana, con Prusia al frente.
     La falta de perspectiva de una revolución europea hacía necesario, como pensó
Marx, en una Inglaterra intervencionista o una nueva Francia jacobina y eso era
imposible. Románticos o no, los radicales rechazaban la confianza de los moderados
en los príncipes y los potentados, por razones prácticas e ideológicas. Los pueblos
debían prepararse para ganar su libertad por sí mismos, por la “acción directa”,
algo aún muy carbonario. Tomar la iniciativa planteaba la duda de si estaban o no
preparados para hacerlo al precio de una revolución social.
 
IV.     En Europa y América latina este espíritu revolucionario no se consumó. En
Europa el descontento de los pobres y el proletario era creciente. El descontento
urbano era universal en Occidente. Que la política estratégica y directiva, así como
las sistemáticas ofensivas de los patronos y el gobierno, no triunfara redujo a los
socialistas a grupos propagandísticos y educativos un poco al margen de la principal
corriente de agitación.
     En Francia los grupos revolucionarios no eran tan proletarios como “patronos
desengañados”. Saint-Simon, Fourier, Cabet y Blanqui protagonizaron las
agitaciones políticas de las clases trabajadores al alborear la revolución de 1848. La
debilidad del blanquismo era la debilidad de la clase trabajadora francesa. Su
objetivo era instaurar “la dictadura del proletariado”.
     La división de simpatías entre la extrema izquierda y los radicales de la clase
media los llenaba de dudas y vacilaciones acerca de la conveniencia de un gran
cambio político. Llegado el momento se mostrarían jacobinos, republicanos y
demócratas.
 
V.  Donde el núcleo del radicalismo lo conformaban las clases bajas y los
intelectuales, el problema era mucho más grave. El levantamiento de los
campesinos en Galitzia en 1846 fue el mayor de los movimientos campesinos desde
1789. Pero donde aún había reyes legítimos o emperadores, estos tenían la ventaja
táctica de que los campesinos tradicionalistas confiaban en ellos más que en los
señores. Por eso los monarcas aún estaban dispuestos a usas a los campesinos
contra la clase media.
    Los radicales se dividieron en demócratas (que buscaban cierta armonía entre el
campesinado y la nobleza/monarquía) y la extrema izquierda (que concebía la lucha
revolucionaria como una lucha de las masas simultáneamente contra los gobiernos
extranjeros y los explotadores domésticos. Anticipándose a los revolucionarios
nacional-socialistas de nuestro siglo, dudaban de la capacidad de la nobleza y la
clase media, cuyos intereses estaban fuertemente ligados al gobierno.
     En la Europa subdesarrollada la revolución de 1848 no triunfó bien por
inmadurez política de los campesinos o por medidas demasiado férreas de los
señores y monarcas, quienes odiaban hacer concesiones adecuadas u oportunas.
 
VI. La revolución de 1830 y 1848 tenían cosas en común: estaban organizadas por
intelectuales y gente de clase media a los que, una vez el estallido, se unían los
campesinos y demás gente. Además, siguieron patrones tácticos de la revolución de
1789. Pero mientras hubo un conato de política democrática las actividades
fundamentales de una política de masas (campañas públicas, peticiones, oratoria
ambulante- apenas eran posibles.
     La liga alemana de los Proscritos (que más adelante se convertiría en la Liga de
los Justos y en la Liga Comunista de Marx y Engels), cuya médula la formaban
jornaleros alemanes expatriados, era una de esas sociedades ilegales. El credo
general que se extendía era el que rezaba que los aristócratas y reyes eran
usurpadores de las libertades y que el gobierno debía ser elegido por el pueblo y
responsable ante él. Veían la instalación de la república demoburguesa como un
preliminar indispensable para el ulterior avance del socialismo.
     En el proyecto de la “Joven Europa” de Mazzini ya reflejaba el deseo de crear
una sociedad internacional masónico-carbonaria. Respecto al exilio de los militantes
de izquierdas, Francia y Suiza acogieron a gran parte de ellos. No es extraño que la
I Internacional tuviera su génesis en la ciudad de “la gran revolución”.

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