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El caso Volkswagen y el fracaso de la

Responsabilidad Social Corporativa


El caso Volkswagen representa, a todos los efectos, el
fracaso absoluto de la Responsabilidad Social
Corporativa (RSC). No hay paliativos posibles: hablamos
de una manipulación consciente, conocida a todos los
niveles de la compañía, intencionadamente diseñada
para obtener un plus de competitividad con el que hacer
frente a la pujanza de otros competidores, y que
consiguió poner a la marca en el trono de su industria a
nivel mundial al tiempo que se publicitaba como
ecológica y envenenaba todo el planeta.

Una ausencia total de ética en ingeniería, que ha llevado


ya a la dimisión no solo del CEO de la compañía, sino
también de cargos como el director de I+D en Audi o el
responsable de motores en Porsche, que puede llegar a más marcas, y que únicamente
deja una evidencia clara: es completamente imposible que el departamento de RSC no
supiese nada de todo esto. La cadena de mando que lleva desde el desarrollo de las
líneas de software que establecían la condición que ponía el vehículo en modo test de
emisiones y que lo devolvían a modo circulación, al «modo sucio» cuando el test
terminaba están perfectamente auditadas, y las pruebas internas completamente
documentadas: todas las responsabilidades pueden ser trazadas, y abarcan ya no a toda
la compañía, sino a todo el grupo. Una demostración más de que la única manera de
hacer software es hacerlo abierto, que cualquiera pueda inspeccionar su código: el
software se ha convertido en el verdadero punto débil que escapa al control.

Hablamos de un motor, de algo completamente tangible, no de una interpretación o de un


matiz. Un motor que emitía cuarenta veces más contaminación que lo que debía, y que
una marca conscientemente decidió camuflar para que lo disimulase cuando lo sometían
a pruebas. Ni el directivo de RSC más idiota del mundo podría alegar que no sabía nada
del tema: o no sería creíble, o demostraría que su trabajo no tenía sentido y, en realidad,
era una simple táctica de distracción publicitaria, una estúpida sección que nadie en
realidad se va a leer y solo sirve para decorar la memoria corporativa.

Esa, me temo, es la gran realidad: en la inmensa mayoría de las empresas, la RSC se


reduce a poner un directivo, habitualmente con cierta aura de respetabilidad, al mando de
un departamento que simplemente se dedica a responsabilidades de lavado de imagen, a
hacer simplemente que las cosas parezcan bonitas por encima de todo, aunque en
realidad estén tan lejos de serlo como en el caso que nos ocupa. En un derroche de
ingenuidad, nos hemos engañado pretendiendo que las empresas podían ser capaces de
autorregularse y responsabilizarse de sus prácticas de RSC, cuando la terca realidad nos
indicaba claramente que todas sus acciones, salvo las meramente simbólicas, se
orientaban únicamente a la maximización del beneficio por todos los medios posibles.
Volkswagen decidió de manera completamente consciente que no importaba envenenar a
todo el planeta emitiendo cuarenta veces más óxidos de nitrógeno que la cantidad
legalmente permitida, si haciéndolo conseguían situarse como la primera marca de
automóviles del mundo. Sencillamente, no importaba. Los paralelismos con la industria
tabaquera son impresionantes, y se asientan sobre una tristemente sólida base social: del
mismo modo que muchos fumadores estaban dispuestos a creerse que en realidad el
tabaco que inhalaban no era tan dañino, millones de conductores ahora prefieren seguir
emitiendo conscientemente a la atmósfera gases claramente nocivos para todos con tal
de que no empeore la aceleración de su vehículo. Esa, y no otra, es ahora la
preocupación de la inmensa mayoría de los propietarios de un Volkswagen diesel: «¿que
voy a tener que llevar mi vehículo a revisar y como resultado le van a bajar las
prestaciones? Pues como no me obliguen, no lo llevo». Mientras el problema más grave,
envenenar el planeta y a sus habitantes, es algo que no vemos directamente, que no es
tangible y que no tiene por qué tocarnos directamente a nosotros, la caída en las
prestaciones de nuestro vehículo es algo que notamos cada vez que salimos de un
semáforo, y supone un precio que, aunque parezca increíble y completamente irracional,
no estamos dispuestos a pagar. Preferimos la evidencia del poderío en el pedal del
acelerador a lo que consideramos una hipótesis lejana de muertos por enfermedades
respiratorias y un planeta degradado hasta el límite. Más allá de plantearnos si
Volkswagen es «too big to fail» o si hay más marcas implicadas, debemos afrontar esa
realidad: la RSC no funciona.

En realidad, el problema de la RSC es ese: pedir a unas empresas que se autorregulen y


a unos directivos que se comporten como si estuviesen por encima de la realidad social.
Algo hemos hecho muy mal cuando el común de los mortales ve la RSC como algo
prescindible, superfluo, como un conjunto de buenos deseos que únicamente prevalecen
cuando no interfieren con el beneficio económico o con la deliciosa sensación de la
espalda que se pega al respaldo del asiento cuando pisamos el pedal hasta la tabla. La
forma en que las empresas han gestionado la RSC hasta el momento convierte a sus
responsables en una especie de mojigatos a los que, en realidad, se pone en su puesto
únicamente para que hagan bonito, y a los que, ante cualquier conflicto de intereses,
basta simplemente con recordarles quién paga su sueldo.

El caso Volkswagen es la prueba evidente de que la RSC debe reinventarse desde su


base. Debe tener esquemas de responsabilidad completamente trazables, que aseguren
que los responsables terminarán directamente a la cárcel cuando se infrinjan
determinadas cuestiones. Tendrán que convertirse en puestos muy bien pagados debido
a las responsabilidades que tendrán que asumir, y con presupuesto para desarrollar los
esquemas adecuados para averiguar todos los detalles de lo que ocurre en unas
empresas que han demostrado no ser suficientemente responsables como para
controlarse a sí mismas. La crisis de Volkswagen marca la evidencia del fracaso del
capitalismo, de un sistema tan idiota como para pretender diluir las responsabilidades y
cerrar los ojos ante la realidad de un futuro – o de un presente – claramente insostenibles.

Si eres directivo de RSC, lo mínimo que deberías hacer al ver el caso Volkswagen es
pensar hasta qué punto no estás siendo tú tan idiota, tan ciego o tan sinvergüenza como
tu colega de Volkswagen. ¿Estás en tu cargo simplemente para «hacer que las cosas
parezcan bonitas, aunque no lo sean»? ¿Estás dispuesto a mentir, a disfrazar, a maquillar
o hasta a matar a personas a cambio de un beneficio un poco más sustancioso? ¿Qué va
primero en tu escala de valores, la sostenibilidad de tu compañía o la del planeta? ¿Qué
es más importante, unos cuántos miles de muertos por enfermedades respiratorias o por
cáncer, o el trono mundial de la industria automovilística?

La RSC ha fracasado. La evidencia del caso Volkswagen es tan importante, tan palmaria
y tan brutal que debería llevar a que todas las compañías revisasen sus prioridades y
repensasen el funcionamiento de ese departamento. Que se preguntasen si algo así
podría llegar a ocurrir en su empresa, porque es muy posible que se encuentren con un sí
tan triste como atronador. Que su empresa esté tan dispuesta a engañar, mentir y matar a
personas a cambio de un beneficio empresarial como lo ha estado Volkswagen. Que sus
directivos de RSC sean en realidad tan irresponsables como los de la marca alemana. Si
eso no es suficiente como para plantearse que algo están haciendo muy, muy mal…
mejor péguense figurativamente un tiro. Será una bala social, corporativa
y responsablemente bien utilizada.

Fuente:https://www.enriquedans.com/2015/09/el-caso-volkswagen-y-el-fracaso-de-la-
responsabilidad-social-corporativa.html

Método para solucionar el caso.

1.Identifique y describa claramente los hechos


Indague quien le hizo que a quien y donde, cuando y como. En muchos casos
le sorprenderá los errores que se comenten en los informes sobre la descripción de los
hechos y por lo general basta con aclarar las cosas para definir la solución.

2.Defina el conflicto o dilema e identifique los valores de orden superior implicados


Los aspectos éticos, sociales y políticos siempre tienen que ver con una escala de valores.
Las partes implicadas reclaman algún tipo de valor en la disputa o dilema por ejemplo La
Libertad, La Vida, La privacidad, La Protección de Información u otros.

3.Identifique a los Interesados


Los aspectos éticos, sociales y políticos tienen interesados actores en el juego
cuyo interés son los resultados, que han invertido en la situación y que usualmente
defienden su opinión., averiguar cuál es la identidad de esos grupos y que desean, esto
será útil cuando se diseñe una solución.

4.Identifique las opciones razonables que pueda tomar


Tal vez encuentras una solución que no satisfaga los intereses de los involucrados,
pero quizás algunas sean mejor que otras. A veces llegar a una buena solución ética no
siempre significa equilibrar las consecuencias para los interesados.

5.Identifique las posibles consecuencias de sus opciones


Debemos preguntarnos ¿Qué pasaría si siempre eligiera esta opción? cual seria las
consecuencias de decidir esta opción.

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