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Obras de Manuel Acuña Comprendiendo El Drama El Pasado
Obras de Manuel Acuña Comprendiendo El Drama El Pasado
DE AUTORES MEJICANOS
MANUEL ACUNA
CORBEIL. — IMPRENTA CRÉTÉ.
OBRAS
DE
MANUEL ACUÑA,
COMPRENDIENDO EL DRAMA
EL PASADO.
«'ON UN PROLOGO
RE!.
1 891
ÍNDICE
PRÓLOGO v
A lu Suciedad Filoiátrica eu su instalación 1
La l'.ii ,i. — Imitación 5
Ya sé porque es. — Do I ora 7
Yn verás. — Üolora 10
La Ausencia y el Olvido. — Dolora 12
Mentiras de la existencia. — Dolora 14
La Maniera 17
El Hombre 21
En la Apoteosis del actor. — .Merced Morales 29
Oeainpo 33
Uno y quinientos 38
La Soñadora. — Oda 30
Oblación. — Á los muertos de la Sociedad Filoiátrica... 43
Kusgo de buen humor 47
En el tercer aniversario de la Sociedad Filoiátrica y de
bcnefieieneia 50
Lágrimas á la memoria de mi padre 52
À Laura 50
¡ Salve I — En unos premios G4
Gracias 00
Por eso 68
Misterio 70
í2
Esperanza
Ucsiguación — A 75
— 274 —
Epitalamio. — A rai querido amigo J. M. Handera 78
Dos victimas 81
8
Entonces y Hoy *
Al poeta mártir. — Ju.in Díaz Covarrubias 87
Soucto. — A mi querido amigo y maestro .Manuel Do-
mínguez 90
Himno. — Á la Sociedad Filoiátriea 91
Ante un cadáver 93
1.a felicidad 97
(Ida. — Ante el cadáver del Dr. José 15. de Villagr.'m... 98
Al ruiseñor mejicano 101
La vida del campo 104
Oda. — Á la memoria del eminente naturalista el Doctor
Leonardo Oliva 112
Soneto 11C
Adiós.—Á 117
•• Á una llor 121
lista hoja 122
Nada solire nada 123
Cinco de Mayo 12«)
Soneto. — Á mi querido amigo Vicente Fuentes 133
Oda 131
A la luna 138
Kl reo de muerte 1 ií
Á Josefina Pérez (en su allium) 147
Á la eminente actriz Salvadora Cajrúii 148
Adiós á Méjico 14J>
Á Asunción (eu su allium) |.,-.>
Romancero déla Guerra de Independencia. — Kl Giro.. 151
Cineraria. — Ante el cadáver de la Sra. Luz Presa 160
A la Patria 102
Hidalgo ÍM
l¡> de Septiembre 165
Al moño di- Merced 169
Nocturno. — A Rosario 171
Las ruinas. - A 175
Letrilla 178
À un arroyo 177
Hojas secas 183
LA GLORIA. — Pequeño poema en dos cantos 193
Cauto primero. — La Cabeza sin Corona 195
— 27S —
Canto segundo. — La Corona sin Cabeza 203
EL PASADO. — Ensayo dramático en tres actos y cu prosa. 211
Acto primero 213
Acto segundo 235
Acto tercero 555
H. BE /.AYAS ENBÍQDEZ.
OBRAS
m-.
MANUEL ACUÑA
Á LA
SOCIEDAD FILOIATRICA
EN SU INSTALACIÓN
I SUS.
LA «RISA
(IMITACIÓN)
I8C8.
YA SK PORQUE ES
DOLOHA
A ELM1RA
1808.
1.
YA VE It A S
UOI.ÛHA
(IMITACIÓN)
IHCS.
LA AUSENCIA Y EL OLVIDO
DOLORA
A LOLA
l8Gá.
MENTIRAS DE LA EXISTENCIA
U0L0RA
ISÜ.H.
— 18 —
Y antes era una flor... una azucena
Rica de galas y de esencias cica,
Llena de aromas y de encantos llena ;
Era una flor herniosa,
Que envidiaban las aves y las flores,
Y tan bella y tan pura,
Como es pura la nieve del armiflo,
Como es pura la flor do los amores,
Y como es puro el corazón del niño.
¡Filósofo mentido....!
¡Apóstol miserable de una idea
Que tu cerebro vil no ha comprendido !
Tú que la ves que gime y que solloza,
Y burlas su sollozo y su gemido
¿Qué hiciste de aquel ángel
Que amoroso y sonriente
Formó de tu niñe/. el dulce encanto?
¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días.
Que lloraba contigo si llorabas
— 19 —
Y gozaba contigo si reías ?
¡Te acuerdas ! Lo arrancaste déla nube
Donde flotaba vaporoso y helio,
Y arrojándole al hambre,
Sin ver su angustia ni su amor siquiera,
Le convertiste de camelia en lodo:
i Le transformaste de àngel en ramera !
ISi;',t
EN LA APOTEOSIS
DHL ACTOR
MERCED MORALES
1810.
0CAMPO
Murió... su apostolado
Hizo temblar en su poder al frailo,
Y el fraile en nombre de eso dios maldito
(Jne vivo entro la noche y lo encubierto,
Anuo su mano entre la niebla impía,
Y después, al nacer del otro dia,
Halló el inundo... un patíbulo ;/ mi muerto.
1870.
MANUEL ACUÑA. .1
UNO Y QUINIENTOS
* »
ODA
l-cida por José Zamora, á nombre <lu su autor, en el beneficio
de María Servia.
1870.
OBLACIÓN
1871.
RASGO DE BUEN HUMOR
¿Y quién no ha consentido
En separarse del objeto amado
Con tal de no mirarlo contundido?
1811.
EN EL TERCER ANIVERSARIO
DE LA
falange de soñadores
Que de lu delirio en ]>os.
Marchas entre los negrores
|)e la vi<la, a. los fulgores
Quo cu tu alma refleja Dins.
Y si en tu alma de inspirada
Hay fuerza y valor de sobra
l'ara concluir la,¡ornada,
Ya que lu obra está empezada.
Juventud, completa tu obra.
1871.
LAG HI MAS
A LA MEMORIA DE Ml PADRE
El viento de la noche
Saturado de arrullos y de esencias,
Soplaba en mi redor, tranquilo y dulce
Como aliento de niño ;
Tal vez llevando en sus ligeras alas
Con la libia embriaguez desús aromas,
El acento luga/ y enamorado
Del silencioso beso do mi madre
Sobro del blanco lecho abandonado...
En el reloj terrible
Donde cada dolor marca su instante,
Kl destino inflexible
Señalaba la cifra palpitante
De aquella hora imposible ;
llora triste en (pie el intimo santuario
De mis sueños de gloria,
Vici su aliar solitario,
Convertido su sol en lenebrario,
Y su culto en memoria...
llora negra en que la urna consagrada
l'ara envolverle, ¡oh, padre 1
Del cariño en la esencia perfumada,
Fué un sepulcro sombrío
Donde sido dejaste lu recuerdo
l'ara hacer más inmenso su vacío.
1871.
A LAUllA
> »
187?.
¡SALVE!
EN UNOS PREMIOS
187*2.
i.
GRACIAS
1872.
MISTERIO
Yo te volveré al abrigo
De til estancia encantadora,
Donde al recuerdo de esa hora
Vendrás á sonar conmigo...
i812.
ESPERANZA
is;-J.
RESIGNACIÓN
1872.
EPITALAMIO
Piadosa de lu lulo,
piadosa de lu duelo,
Tendió al oir tus quejas
sus alas hacia aquí...
¡ Poeta! dalo gracias
y fórmale en lu anhelo.
Un mundo donde acabe
por olvidar el cielo,
El cielo venturoso
«pie abandonó por lí.
Despiértalo ¡i la aurora
dichosa de osle día
Iü quo por lin acaban
lus noches do dolor ;
Y en brazos de la virgen
que lu ilusión le envía,
— 80 —
Elévale á oso espacio
donde alza su armonía
La voz del infinito,
del alma y dol amor.
1-872,
DOS VICTIMAS
U72.
ENTONCES Y HOY
is;-.>.
AL POETA MÁRTIR
Il
III
Eso es el que se levanta
De la arpa del patriotismo;
Ese silencio es lo ni ¡sino
Que la libertad que canta;
Pues en esa lucha santa
En que te hirió cl retroceso,
Al sucumbir bajo el peso
De la que nada respeta,
Sobre el cadáver del poeta
Se alzó cantando el progreso.
IV
l'n monstruo cuya memoria
Casi en lo espantoso raya,
El que subit) en Tacú baya
Al cadalso do la historia,
Sacrificando su gloria
Creyó su triunfo más cierto,
Sin ver en su desacierto
Y en su crueldad olvidando,
Que un labio abierto y cantando
Habla menos que el de un muerto.
V
De tu existencia temprana
Tronchó la llor en capullo,
Matando en ella al orgullo
De la lira americana.
Tu inspiración soberana
Rodó ante su infamia vil;
Pero tu pluma gentil
Antes de romper su vuelo,
— 89 —
Tomií por pàgina el cielo
Y escribió cl once de Aùril.
VI
La patria á quien on tributo
Tu santa vida ofreciste,
La patria llora y so visto
Por tu memoria, de luto...
Y arrancando el mejor fruto
Do su glorioso vergel,
Te erige un altar y en él,
Corona tu aliento noble
Con la recompensa doble
De l¡i palma y el laurel.
Vil
Si tu afán ora subir
Y alzarte basta el infinito,
Ansiando dejar escrito
Tu nombre en el porvenir;
Bien puedes en paz dormir
Bajo tu sepulcro, inerte:
Mientras (juc la patria al verte
Contempla enorgullecida,
Que si fué hermosa tu vida,
Fué más hermosa tu muerto.
187?.
SONETO
187-i.
HIMNO
A LA SOCIEDAD F I L O I A T R I C A
cono
Hoy os nuestro cumpleaños,
hoy es la luz dol día,
La misma de aquel día
que nos sintió vivir,
Cuando era nuestra gloria
la nina que nacía.
Cuando era el sol la ciencia,
y el ciólo el porvenir.
Viajeros de la gloria,
que on fe do vuestra creencia
Buscáis donde á la ciencia
rendir adoración,
Ni os hace Talla un templo
teniendo la conciencia,
Ni os hace Talla una arpa
loniondo el corazón.
— 92 —
II
Que libros y tranquilos
se mezclan en el viento
La tímida violeta
y ni pulido azahar;
Teniendo en vuestras almas
las lloros del talento
Ningunas son más propias
ni dignas de su aliar.
Ill
l'ara esa nueva Vesla
que exige del que la ama
Velar constantemente
de su ara junio al pie,
¡Ni antorchas ni perfumes...I
soplad sobre la llama,
Y que jamás se extinga
la luz do vuestra fe.
IV
Así es como & la ciencia
se deben los cantares;
Así es como á la ciencia
so debe la ovación ;
Cambiando para el cul lo
del mundo on sus altaros,
Al hombre en sacerdote,
Y al libro en oración.
1872.
ANTE UN CADAVER
1873.
LA FELICIDAD
La lumlia se convierta
En el primer peldaño de esa escala
Que. los Jacob del genio suenan tanto;
La lira de la muerte
En lugar de un cernido ensaya un canto;
Y la cripta mortuoria
Se cambia ante la losa que la cierra.
En la ultima jornada de la tierra
Y en la primera jornada de la gloria.
La muerte no es la nada,
Sino para la chispa transitoria
Cuya lu/, ignorada
Pasa, sin alcanzar una. mirada
Do la pupila augusta dit la historia;
Pero la flor que muere y que se inclina
Falla de alíenlo y de vigor al suelo.
Sigue viviendo aún en el mismo ocaso
Que de sus ricas galas hi despoja,
Cuando al rodar del vaso la última hoja
Queda su esencia perfumando el vaso.
187?.
AL RUISEÑOR MEJICANO
I «72.
LA VIDA DEL CAMPO
— ¡ Oh habitantes relices
De esla comarca rústica y tranquila...! —
Les dije yo lan luego
Que vi á los canes en lugar seguro.
— Yo vengo aqui Iras del feliz sosiego
Que on la alma del labriego
Derrama este aire embalsamado y puro.
Causado de la vida
Que se lleva en la corle aborrecida;
Yo vengo con el mal que me destroza
Y que gimiendo mi zampona exhala,
\ que ni» deis un sitio en vuestra choza,
Media loriad» pan... y una zagala. —
1ST».
ODA
A LA MKMolllA DEL EMINENTE NAITRA LISTA
1873.
SONETO
1873.
ADIÓS
» »
Después... es necesario
que lu también le alejes
— 118 —
Kit pos de oirás florestas
y de otro cielo en pus;
(Jue If! alces de lu nido,
que te alees y me dejes
Sin escuchar mis ruegos
y sin decirme adiós.
* »
IK73.
Á UNA FLOU
1873.
ESTA HOJA...
1873.
NADA SOBRE NADA
Y convencido de ésto,
Lo que era conveniente y necesario,
Borré el titulo puesto,
Y buscando ¡i mi lira otro pretexto
Escribí esle otro titule : / i / Santuario.
No, en la naturaleza
Hay asuntos mas dignos y mejores,
Y más llenos de encanto y de belleza,
Y ya <pie lio de escribir, liaré una pieza
Que so llamo : Lus ¡multis \¡ lus flores.
1873.
CINCO DE MAYO
II
111
Y entonces fué cuando ul grito
Lanzado por tu denuedo,
Tembló la Francia de miedo
Comprendiendo su delito.
Cuando ¡'i tu aliento infinito
Se oyó In palabra lea,
Y cuando al ver In pelea
Terrible y desesperada
Se alzó en lu mano tu espada
Y en lu conciencia la idea.
IV
Desde que ardió en el oriente
La lu/, de ese sol eterno
Cuyo rayo puro y tierno
Viene á besarle en la frente,
'fu baudera independíenle
Flotaba ya en las montañas,
Mientras las huestes extrañas
Alzaban la suya airosa,
One se agitaba orgullosa
Del brillo de sus hazañas.
V
Y llegó la hora, y el cielo
Nublado y obscurecido
Desapareció escondido
Como en los pliegues de un velo.
La muerte tendió su vuelo
Sobre la espantada tierra,
Y entre el francés que se aterra
Y el mejicano iracundo,
— 131 —
Si- alzó estremeciendo al mundo
Tu inmenso grito do guerra.
VI
Y alli el francés, el primero
Do los soldados del orbe,
111 tine cu sus glorias absorbe
Todas las del mundo entero,
Tres veces pálido y liero
Se vio ¡l correr obligado,
Frente al pueblo denodado
Que para salvar tu nombre,
Te dit) un soldado en cada hombro
¡Y un héroe en cada soldado!
Vil
[Tros voces! y cuantío hundida
Sintió su faina guerrera,
Contemplando su bandera
Manchada y escarnecida,
La Francia, viendo perdida
La ilusión do su victoria,
Á despecho do su historia
Y á despecho de su anhelo,
Vid asomar sobre otro cielo
Y eu otro mundo la gloria.
VIH
Que entro la niebla indecisa
Quo sobre id campo dotaba,
Y entro el humo que soalzaba
Bajo el paso de la brisa,
Su más hermosa sonrisa
Fué para tu alma inocente,
— I3â —
Su canción más elocuente
l'ara entonarla ¡V lu huella,
Y su corona más bella
Para ponerla en lu Trente.
!\
¡Sí, patria! desde ese dia
Tú no eres ya para el mundo
Loque en su desdén profundo
ha Europa se suponía,
Desde entonces, patria mía,
Has entrado á una nueva era.
La era noble y duradera
De la florin y del progreso,
(.Un- bajan hoy, como un beso
De amor, sobre lu bandera.
\
Sobre esa insignia bendita
Oue hoy viene á cubrir de llores
ha gente que en sus amores
En torno suyo se agita,
ha que en la dicha infinita
Cou que en lu suelo la clava,
Te jura animosa y brava,
Como ante el francés un día,
Morir por ti, patria mía,
Primero que verle esclava.
1873.
SONETO
1873.
MANÍ EL ACUNA. H
ODA
1813.
H.
A LA LUNA
Esto no le lo digo
Por lanzarte una pulla ni un reproche;
Poro este negro bosque me os testigo
hi' que no más que por hablar contigo
Me anduve por aquí toda la micho.
Lo mismo que otra voz, ya mi recuento
Si fué en Abril ó en Mayo... suspirando
Por verlo frente á frente
Y sí tu lado pasar la noche on Lora,
Do modo y de manera
Do oslar solos y lejos de la gente,
Vengo, y lú que sin iluda me creíste
Algún gemidor de esos
Que porque osla desesperado y triste
Va quiero que le dos un par do besos,
No bien Iras déoslos álamos me visto,
Que escondiéndote en medio de las nubes
Cerraste tu balcón y lo metiste.
Yo mismo, si mañana
A algún critico ocioso y exigente
Se le diera la gana
De zurrar á esta silva la pavana,
V de hacerlo delante de la gente,
Pues yo mismo, aunque fuera á mi despecho,
[No pudiendo olvidarme de que es mía:
Mirando la justicia no tendría
Mas que decir A todo : muy lúm hecho.
1873.
EL KËO DE MUERTE
1873.
A JOSEFINA PÉREZ
1873.
A LA EMINENTE ACTIUZ
SALVADORA CAYRÓN
1873.
ADIÓS A MÉJICO
1873.
\ ASUNCIÓN
EN SU ÁLBUM
1873.
9.
ROMANCERO DE LA GUERRA RE INDEPENDENCIA
KL GIRO
II
Ill
1873.
CINERARIA
1873.
A LA PATRIA
Yo le amo... y al acercarme
Ante este aliar de victoria
Donde la patria y la historia
Contemplan nuestro placer,
Yo vengo a unir al tributo
Que en darte el pueblo se afana
Mi canto de mejicana,
Mi corazón de mujer.
18Î3.
HIDALGO
18::i.
!î> HE SEPTIEMBRE
La santa, la querida
Madre de aquellos muertos, vencedores
l-ii su misma caída,
Fué hallada entre ellos, trémula y herida
Por el mayor dolor de los dolores...
En su semblante pálido aún brillaba
De su llanto tristísimo una gota...
A su lado se alzaba
Junto A un laurel una macana rola...
Y abandonada y sola como oslaba,
Vencido ya hasta el rillimo patriota,
Al ver sus ojos sin mirada y lijos,
Los españoles la creyeron muerta,
Y del incendio entre la llama incierta
La echaron en la tumba con sus hijos...
— lGti —
Y pasaron cien años y trescientos
Sin qui' á ningún oído
Llegaran los tristísimos acentos
De su apagado y lugubre gemido:
Cuando una noche un hombre que velaba
Soilandn en no sé qué grande y augusto
Como la misma fe que le inspiraba,
Oyó un inmenso grito que le hablaba
Desde su alma de justo...
— Yo soy — le repetía,
Descendiente de aquéllos quo en la lucha
Sellaron su derrota con la muerte...
¡Yo soy la queja que ninguno escucha,
Yo soy el llanto que ninguno advierte!...
Mi le me lia dicho que tu fuerza es mucha,
Que es grande tu virtud y vengo ¡i verle;
Que en el eterno y rudo sufrimiento
Con que hace siglos sin cesar batallo,
Yo sé que tú lias de darme lo que no hallo :
Mi madre que está ¡iqui porque la siento. —
1873.
AL MOÑO DE MEltCED
I8Î3.
NOCTURNO
A ROSARIO
II
Yo quiero «pie lo sepas
que ya hace muchos días
Estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
Hm' ya se lian muerto todas
las esperanzas mías,
Que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
Que ya no sé ni donde
se alzaba el porvenir.
- 172 -
111
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
Y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
Camino mucho, mucho,
y al lin de la jornada
Las Ibrmas de mi madre
se pierden en la nada
Y lú de nuevo vuelves
en mi alma aparecer.
IV
Comprendo que lus besos
jamás han de ser míos,
Comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás :
Y le amo, y eu mis locos
y ardientes desvarios
Itcudigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
Y en vez de amarte menos,
le quiero mucho más.
V
Á venes pienso en darle
mi eterna despedida,
Horrarte en mis recuerdos
y hundirle en mi pasión ;
Mas si es en vano lodo
y el alma no te olvida,
¡Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida,
— 173 -
Qué quieres tú que yo haga
con este corazón !
VI
Y luego que ya estaba
concluido lu santuario.
Tu lámpara encendida,
lu velo en el aliar;
Kl sol de la mañana
detrás del campanario.
Chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
Y abierta allá á lo lejos
la puerta del hogar...
VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
Los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
Til siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
Los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
Y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!
VIII
¡ Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida !
I Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo Minaba en eso,
mi santa prometida,
10
— 174 —
Y al delirar en oso
con la alma estremecida,
Pensaba yo en ser bueno
por ti, no más por ti.
I\
; Bien sabe Dios que ese era
mi más hermoso sueño.
Mi afán y mi esperanza
mi dicha y mi placer;
liien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
Sino en amarle mucho
bajo el hogar risueño
Que me envolvió en sus besos
cuando me vid nacer!
\
Ksa era mi esperanza...
mas ya que á sus rulgores
Se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la ve/, última,
amor de mis amores;
La lux de mis tinieblas,
la esencia de mis llores;
Mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!
1873.
LAS RUINAS
\
il
Mañana que las ponas
y el tiempo hayan destruido
VA templo en que te adora
la ardiente juventud,
Kn medio de las ruinas
y en medio del olvido
Tendrás una ave siempre
que cante tu virtud.
I87:t.
A UN AUROYO
187».
LETHlLLA
II
Juzga usted que os un espanto
Piensa usted que es un horror,
Ver lanías composiciones
Como si; publican hoy,
lu que después de salimos
El imberbe trovador
Con uno de esos ideales
Que ya su hacen de cajón,
Muy sonrosados los labios,
Muy argentina la voz,
Muy los cabellos <le seda,
(Vaya una transposición)
Y muy lliMia de desdenes,
Que los merece el autor,
Termina éste con que la ama
Con todo su corazón,
Cuando mejor que ocuparse
Mu hablarnos de su amor
Y en pintarnos los electos
De su estúpida pasión
Según usted, debería,
Aquí para entre los dos,
Decirse brillo tres veces
Con mucha circunspección,
— 180 —
Alzar al cielo los ojos,
Rezar el « yo pecador »
Y en seguida dispararse
Media pistola de Coll.
Pues si, señor 1K Gregorio,
Tiene usted mucha rozó»,
liso misino ijiir usted dire,
Eso mismo d¡(/<> yo...
Ill
IV
1873.
HOJAS SECAS
II
Cada hoja es un recuerdo
tan triste como tierno
De (jiie huho sobre ese árbol
un eielo y un amor;
Heunidas forman todas
el eanto del invierno.
La estrofa di' las nieves
\ el himno del dolor.
Ill
¡Mañana á la misma hora
Kn que el sol le beso por ve/, primera,
Sobre tu Trente pura y hechicera
Caerá otra vez el beso de la aurora!
Pero ese beso que en aquel oriente
— 184 —
Cayó sobre lu frento solo y frío,
Mañana bajará dulce y ardiente,
Porque el beso del sol sobre tu frente
Bajará acompañado con el mío.
IV
tin Dios le exiges ¡i mi fe que crea,
Y que lo alce un altar dentro de mí
; A h ! ¡ Si hasta no más eon que le vea
Para que yo ame á Dios, creyendo en ti!
\
Si hay algún césped blando
cubierto de i-ocio
lin donde siempre se alce
dormida alguna flor,
Y en donde siempre puedas
hallar, dulce bien mío,
Viólelas y jazmines
muñéndose do amor;
VI
Vil
VIII
(tadiantede ventura
Frenético de gozo,
— ib8 —
Gogi una pluma, le escribí à mi madre,
Y al escribirle so lo dije todo.
IV
Después, ¡i la fatiga
Cediendo poco á poco,
Ale dormí, y al dormirme senil en sue ñus
Que ella me daba un beso y mi madre otro.
I\
Cuando yo comprendí que le quería
ton toda la lealtad del corazón,
Fué aquella noche mi que al abrirme lu alma
Miré hasta su interior,
(iotas estaban lus virgíneas alas
Que ocultaba en sus pliegues un crespón
Y un ángel enlutado cerca de ellas
Lloraba como yo.
Otro, tal vex, le hubiera aborrecido
Delante de aquel cuadro aterrador;
Pero yo no miré en aquel instante
Mas que mi corazón ;
Y le quise, tal vez, por lus tinieblas,
Y le adoré, tal vez por tu dolor,
<jue es muy bello poder decir que la alma
Ha servido de sol...
— 18!) —
XI
XII
XIII
XIV
II cielo está muy negro, y como un velo
Lo envuelve en su crespón la obscuridad ;
Con una sombra mas sobre ese cielo
El rayo puede desatar su viudo
Y la nube cambiarse en tempestad.
XV
187ÍI.
LA GLORIA
II
Pobre razonamiento
Que arrastrando en su vuelo al sentimiento,
De esperanzas origen tan fecundo,
Hace que el hombre triste,
Desconozca este mundo donde existe
Hasta la horade entrar al otro mundo...
Pues aunque esos rateros
Que en español se llaman desengaños
Lo dejen de ilusiones casi en cueros,
Sin que haya una ilusión que. no le roben;
Él, en medio de propios y de extraños
Sostendrá con su ciento y pico de años
Que la alma es siempre nueva y siempre joven.
Ill
IV
VI
Y ésto que id pobre mozo
Se encontró con grandísimo alborozo
Cierta vez que un periódico leía,
Se lo enseñó á su amada
Con mucho did rubor y la alegría.
Del que por vez primera
Mira una roso suya publicada,
Cuando lia sido, además, acompañada
De una lisonja ó de una flor cualquiera.
Cuan cierto es que la gloria
lirolando de la cosa más sencilla
Toma las formas tie lo real y brilla
De la ambición en la óptica ilusoria.
tin dos lineas ó tres de gacetilla
Que allá en la soledad de una bohardilla
Se aprenden muchas veces de memoria.
— 200 —
Vil
Llena de regocijo
POP la pruoba «le amor que le presenta,
Quedó Klena con olla tan contenta
Que queriendo hablar mucho nada dijo;
Mas si no pudo hablar porque su boca
No oslaba en aquel punto para eso,
I 11 cambio le abrazó como una loca
Y le dio de su dicha en un exceso
Que casi casi en la demencia loca,
l'n beso de. esa especie que provoca
A hacer interminable cada beso.
VIII
IX
\l
Y' es que aunque Pablo quiere á su familia
Con el aféelo de un amor gigante,
— 202 —
l'or más que lo medita, y lo concilia
Siempre halla que el esfuerzo que lo auxilia
Nunca llega á auxiliarle lo bastante;
Que en La eterna vigilia
Lu que vive soñando con su amante,
lista, que toda su memoria llena,
Le hace olvidar la obligación, de modo
Que él solo dice que lia pensado en todo
Si lia pensado en la gloria y en Klena.
CANTO SEGUNDO
i
Entro el canto primero j ol segundo
lian pasado dos años,
Y como todo pasa en esto mundo
Quo si en algo os fecundo
Es, por despeada eterna, en desengaños.
Aquel montón de llores
Donde vimos dormir como en un nido
Á nuestros dos hermosos soñadores,
Aquel montón de llores se ha perdido
Con la triste esperanza en sus dolores
De encontrar el remedio del olvido.
II
Ill
— « ¡ Hacer, y hacer lo que hizo ! — ><
Sallaba él sollozando de improviso.
— <« ¡lilla que era tan pura y cuya trente
Un cielo hermoso de virtudes era,
Tener que huir del mundo y de la gente
Como la infamia ó la traición lo hiciera !
Malar al sol para sus ojos bellos
Bajo la noche en que el dolor la abisma,
Y sintiendo las lágrimas en (dios
— 205 —
Envolverse la faz en sus cabellos
Con la vergüenza horrible de si misma :
Buscar en otro pecho las dulzuras
De que mi pucho rebosaba lleno.
Sin dejar á mi amor salvar del cieno
Sus alitas tan blancas y tan puras.
¡Ay! cuando yo por alfombrar su huella
Si para alzarse al ciclo hubiera sido.
Con la paloma deshaciendo el nido
Hubiera dado el corazón por ella... »
Y Pablo en el dolor que le devora
De su vida ante el páramo desierto,
Se inclina y gime y languidece y llora
Como deben lloraren la ultima hora
Los inmóviles párpados de un muerto.
IV
Á veces, muchas veces, Pablo suele
Con la ilusión de que ésto le consuele
Buscar en el trabajo y la lectura,
Olvidando las penas de aquí abajo,
Esa tregua al dolor que la amargura
Encuentra en la lectura y el trabajo,..
Coge los libros que en mejores días
Formaban de su afán las alegrías,
Y abriéndolos por lin con el denuedo
De una resolución bien meditada,
Después de mucho leer y no leer nada
Concluye al cabo por decir — ¡no puedo !
Musca y toma en seguida
La misma pluma aquella
Que de manos de Elena recibida,
Le ayudó con los sueños de su vida
Á escribir tantas páginas para ella..
La clava en el papel febricitante
HAKUBL ACUÑA. *2
- 200 —
Como queriendo huir de su memoria
Y tratando de hacer la de otro amante,
Mas la historia que escribe es semejante
À la historia de Elena y á su historia ;
Que aunque la buena lógica concluya
Quo historia escrita así no lia de ser buena,
Raros serán los que al hacer la agona
No se acuerden un poco tic la suya.
VI
Puso Pablo su nombro, como un hombro
Quo pionsa decir mucho con su nombro:
Y después do plegarla en tros dobleces
Y do leerla y leerla muchas voces,
Hallando en su ilusión que oslaba buena
Puso en ol sobre — Â lilena —
Y en seguida radiante y satisfecho
Con un inmenso júbilo en ol pecho,
Dando forma ¿i una idea
Quo on su amorosa sencillo-/, so abona,
Exclamó contemplando la corona:
— ¡ Qué dichosa va á sor cuando la vea !
VII
Y on lanío, aquella madre, aquella ausente
Sin consuelo ni alivio on su congoja
Lloraba sola y sin tenor ni una hoja
Quo enlazar á las canas do su frente...
¡Cuan cierto es quo on la vida, aunque ésto asombre,
En medio del placer y el regocijo.
Si el hijo no se olvida de que os hombre,
El hombre sí se olvida de que es hijo!
VIII
Lo que ol amigo aquel le dijo un día
Al !risto Pablo ora una farsa impía ;
— áOH —
Pues liions la ingrata
Ni guarda aquellas carias quo dccia,
Ni piensa on Pablo, ni oi dolor la mala ;
<juo parecida en ésto y semejante
A más do alguna amanto
Á ((ilion mirándose al espejo, lie oído
Parodiar con feroz desenvoltura
l'na frase muy vieja, do osle mutin:
— ¡\'(i se luí pei'dida nuda, ruiindn Indu,
Se huya ni'i'dido menos lu lirrninsurn ; —
La ingrata lilona como llevo dicho,
Sin huir de las genios y del día,
Ni llora romo Pablo suponía,
Ni lia tenido jamás oso capricho.
lilona va al paseo
De lucir y brillar en el deseo;
Tiene palco en el teatro y no hay volada,
Tertulia, baile, aniversario ti fiesta,
X que oportunamente convidada
No so encuentro a asistir siempre dispuesta.
Si alguna voz lloro su desvario
Recordando su l'alta y sus deberos,
Después, y como todas las mujeres
En casos semejantes,
Ha olvidado su Calla y su extravío,
Tratando á sus amanies con desvio
Y aprendiendo á olvidar á sus amantes.
I\
\
(liiando el triste de Pablo hubo leído
Por una y otra vez este recado
Tan esperado como no temido,
Viendo aquellos renglones
Que en cambio de su te y sus ilusiones
Le brindan el escarnio y el olvido,
Lleno de ese profundo desaliento
Del que lo pierde todo en un momento,
Cogió aquella corona sin cabeza,
Fruto de su trabajo y su cariño,
Y llorando, llorando como un niño
Que de una falla grave se confiesa,
— « ¡ Oh gloria! — dijo al lin — si hasta tu asiento
12.
— 210 —
Kn una horade amor y atrevimiento
Sorte volar del mundo á arrebatarte
Uno de esos laureles con que el arle
Recompensa el trabajo y el talento;
Tú sabes bien ;ob gloria !
Que no lo hice por mi sino por ella:
Mas ya que ella tan dura conto holla
lla insultado mi fe y aún mi memoria,
¡Que acaben mi laurel y el regocijo
Que sentí de ceñírmelo al anhelo... ! •>
Y deshaciendo su corona, dijo,
Y la arrojó en pedazos por el suelo.
XI
1873.
EL PASADO
EUGENIA. D. RAMIRO.
MARÍA. MANUEL.
DAVID. ANTONIO.
l'M CRI Alio. (iTRll CIIUHO.
ESCENA l
EUGENIA Y DAVID.
DAVID.
i]En qutí oslará pensando!) (Acercándose). ¡Eu-
genia!
EUGENIA.
¡Ali! ¿lires In, David? Qué pronto has vuelto,
amigo mío.
DAVID.
¿Muy pronto?
K1T.KNIA.
Por lo menos, no lias tardado lanío como yo
esperaba. Y, a lo que parece, vienes muy contenió,
¿ no es verdad ?
DAVID.
Y con razón: figúrate que al volver de Tacubaya
me encontré, en el mismo tren mi que yo venía, con
un antiguo compañero de colegio, A rjuien lu no
couores, pero del cual le he hablado muchas veces,
— 211 —
citándole como cl mejor y más querido de mis
amigos.
EUGENIA.
¿Manuel Hornea?
DAVID.
Si, Manuel Romea. Muy buen muchacho: ya verás
cuando lo trates. Y yo lo quiero mucho; como que
es la personificación do mis recuerdos de estudiante,
época, tal vez, la más hermosa de mi vida, puesto
que entonces lue cuando le conocí.
EUGENIA.
Gracias, David. Y, dime: ¿has visto ya til Si-
glo XIX do ayer?
DAVID.
No. ¿Qué ilice de importante?
EUGENIA.
Trae un párrafo en que se deshace en elogios para
ti, diciendo qne... {Toma un periódico y se In enseña
en el punió ti que se refiere.) mira, aquf está.
DAVID.
¡Veamos! {Leyendo). >< Tenemos el misto de aiuin-
» ciar á nuestros lectores que el célebre artista de
» cuyos triunfos hablamos en uno de nuestros IUÍ-
» meros pasados, ha vuelto, después de cinco artos
» de ausencia, á la tierra que le vio nacer. Saltemos
» qui- este tiempo lo ha empleado estudiando en
» Italia, y recorriendo las más hermosas ciudades
» del antiguo mundo; estamos seguros de que esto.
» unido á su talento y á su genio, hará (pie el joven
« artista se coloque á la altura de los más afamados
» pintores mejicanos. Nosotros lo felicitamos sin-
» ceramente por sus triunfos, deseando para su
-> frente todas las coronas que merece. >•
EUGENIA.
¿ Ya lo ves?
DAVID.
Estas son picardías de algún buen amigo que me
— ¿13 —
quiero, y que aumenta en su cariño el poco mérito
que tengan mis pinturas. Porque, á la verdad, las
pobres no merecen tanto. Y ahora que recuerdo,
podría jurar que estas lineas lian sido escritas por
Manuel. Si, es uno de los redactores deElSighXiX.
Ni sabe lo que se le espera cuando venga. Voy A
regañarle. Afortunadamente estará aquí dentro de
poco.
EUGENIA.
¡ Feliz de ti, que tieues quien te visite!
DAVID.
Si ayer apenas liemos llegado, ¿cómo quieres que
vengan á visitarle tus amigas?
KLGKN'IA.
¿Mis amigas?
HA vu».
¡Vamos! todavía no tienes razón para quejarle.
Ya ves yo : no he visto más que à Manuel, y eso por
una casualidad, y, sin embargo, nada digo. Estoy
seguro de que mañana van á acediarnos todos
nuestros conocidos, y (A'H este momento, Motín,
que llega, interrumpe o David, arrojándose à los
brazos de Eugenia.)
ESCENA II
DICHOS, MARÍA.
MARÍA.
; Eugenia 1
EUGENIA.
I María !
MARÍA.
¡Til!... ¡tú!... ¡después de tanto tiempo!... dame
otro abrazo... ¡déjame que te bese!... ¿Y usted,
David, bueno?
[Tendiéndole lo mano.)
— 210 —
DAVID.
Como siempre, Maria; aunque no, no como siem-
pre, sino mejor.
MARÍA.
Pues qué, ¿ha estado usted enfermo?
DAVID.
Desde el momento en que dejé las playas de Vera-
cruz... lis tan hermoso esle país de llores y de
volcanes, tan puro este cielo bajo cuyo azul se des-
lizaron las primeras horas de mi vida, que, lejos
de aquí, se sintió oprimido el corazón por una
ansiedad inexplicable, por una especie de nostalgia,
semejante á la que Adán debió experimentar al
partir del Paraíso. Y luego, que yo no puedo pres-
cindir de las mejicanas son tan bellas
¡ lan adorables!
MARÍA.
Uracias, en su nombre, mi querido amigo; pero
no debiera usted decir eso, delante de Eugenia pol-
lo menos.
EUGENIA.
¿Porqué, María?
M AHÍ A.
Porque te encelarás de ese cariño universal de tu
marido, que, ya ves, hasta tiene la franqueza de
decirlo.
EUGENIA.
¡Si te digo que es más enamorado!
MARÍA.
¡Ah! ¡Ah! ¿Conque esas tenemos?
DAVID.
lin cambio, Eugenia es la amiga más ingrata de
todas las amigas.
MARÍA.
¿Cómo?
DAVID.
Cuando usted llegó, precisamente estaba acusando
— 217 —
á lodas sus antiguas compañeras de que la habían
olvidado, y do que...
EUGENIA.
Es verdad, querida; pero lu me perdonarás que
l<> haya hecho on medio de mi soledad y aisla -
miento.
HARÍA.
Sin duda alguna, Eugenia, y puedes creer que si
antes no lio venido ¡i verlo, ha sido porque hasta
hoyen la mañana me participaron la noticia do tu
vuelta.
DAVID.
Conque, señoritas, ustedes deben tenor muchas
cosas que decirse, y yo las dejo para que puedan
hacerlo más üJirenienle.
EUGENIA.
¿Te vas?
DAVID.
Sí, querida; tongo un poco de quehacer por allá
dentro, y quiero concluir esta misma tarde si es
posible. María, que no sea ésta la última vez que
nos visito.
MAHÍA.
No tiene usted razón para decírmelo, David: soy
demasiado egoísta, para no procurarme el placer de
saludará una hermana y á un amigo á quienes tanto
quiero.
DAVID.
Gracias.
[Saluda y vasr 2.'•puerta izquierda.)
ESCENA III
EUGENIA, MAHÍA.
MAHÍA.
Y bien, Eugenia: ¿qué tal has pasado estos «cinco
HIKOBL ACUÑA. i3
— 218 —
años'? ¿Te habrás divertido mucho habrás es-
tado muy contenta?
KIÜKNIA.
Si, María; porque es un gran placer vivir al lado
de un buen esposo, que nos ama, á quien amamos,
y cuyos triunfos en países tan artísticos como la
Italia, nos llenan de orgullo y satisfacción. ¡Si
vieras cuánto gocé en mi pobre casita «le Florencia,
el día «pie supe por un periódico que un cuadro de
David había obtenido el primer premio! ¡Oh!,
en aipudlos momentos, no me habría cambiado por
nadie, absolutamente por nadie. Dejando á un lado
el sentimiento nacional, haciendo abstracción del
mejicano, el autor era mi esposo, y ya tú podrás
figurarle que la «osa era para volverme loca. Los
diarios no hablaban más «pie del pintor de /•.'/ fór-
menlo ili1 Cuahuleiuolzin, que era el asunto del cua-
dro, elogiándole y asegurándole un porvenir «le
gloria y celebridad.
MARÍA.
listarías muy alegre
KHIKNIA.
; Y sin embargo!
MARÍA.
¿Y sin embargo, qué? concluye.
ELCKNIA.
María: tú, más «pie mi amiga, eres mi hermana,
y te lo puedo decir todo. Guando yo consideraba
que ora la mujer del artista á quien lodos admira-
ban y á quien todos ansiaban conocer; cuando yo
consideraba «pie era indigna de llevar su nombro,
su nombre «pie era un título de gloria, y que yo
manchaba con id mío, se anegaban en lágrimas mis
ojos, y más do una vez me arrodillé para suplicar á
Dios «pie me matara, «pie me matara para dejarle
I i tire.
— -210 —
.MA 111 A.
; Pobre Eugenia!
EUGENIA.
Cuandu on el pasco, cogida di; su brazo, veía yo
quo alguno se lijaba ou nosotros y hablaba ¡d oído
du su compañero, ino parecía que aquel hombre
estaba al lauto de mi situación, y que hasta se
volvería á mí, para acusarme de haber unido mi
nombre al de David. Y luego que los artistas se
encuentran en una atmósfera tan luminosa, tan
radiante, que el borrón más pequeño es advertido
inmediatamente, y el mundo no perdona el
mundo no sólo mala al gusano, sino también al
inocente bolón que lia carcomido,
MAUÍA.
¿Y David?
EUGENIA.
David no me acusa; ha arrojado al olvido mi pa-
sado; pero mi conciencia no, y la conciencia habla
muy alio.
MAUÍA.
Iv- que tú no lieues que temer de la conciencia.
Si tú le hubieras engañado, si le hubieras unido á
él guardando tu secreto, ¡vaya! pero una mujer
(pie tiene la abnegación y la lealtad de presentarse
á los ojos do su amado con toda la espantosa
realidad de la desgracia, no tiene de qué acusarse,
s i a p e s a r d e eso hay un hombre que le ofrece su
corazón y su porvenir. Tu hiciste lo que debías, y
aún más de lo que debías, para que David prescin-
diera de tu cariño; si no lo conseguiste, si él se
olvidó de lodo para enlazarse contigo, ninguno tiene
derecho de culparle.
EUGENIA.
El inundo no sabe eso, el mundo creerá que yo
he abusado de su amor para engañarle, y esto me
— 220 —
desespera por David, que tul vez llegurá á pensar lo
mismo.
MARÍA.
; Vamos! Kugcnia, rechaza esos pensamientos que
le hacen sufrir tan rudamente, y no te vuelvas á
acordar de semejantes cosas.
EUGENIA.
¡Ojalá fuera posible, Mana!
MARÍA.
¿Y por qué no?
EUGENIA.
; Porque en situaciones como lu mía, en todas
parles, hasta en las sombras, los ojos no encuentran
sino aquello precisamente que deseáramos arrojar
de la memoria! Pero dejemos esto á un lado,
como dices tu muy bien. ¿(Joieres visitarla pequeña
galería que ha formado de sus cuadros nuestro
artista?
M Allí A.
Ili.i á suplicarte que me proporcionaras ese placer;
así es que acepto, y le doy las gracias por haberle
anticipado á mis deseos.
ESCENA IV
DICHAS Y DAVII».
DAVID.
¿lias oido sonar la campanilla, Eugenia?
EUGENIA.
l\o; hemos estado tan distraídas
DAVID.
Pues á mi me pareció ¿pero ustedes iban á
salir por lo que veo?
HARÍA.
Sí, muy cerca.
— 221 —
EUGENIA.
ll)ii ¡í ensecarle tus cuadros ¡í María.
DAVID.
¡Ah! Muy bien.
EUGENIA.
Couque loma mi brazo, y vamos.
MA III A .
Vamos.
{Vitnse primera ¡mala Izquierda.)
ESCENA V
DAVID, LIEGO MANUEL.
HA VIII.
Si me habré engañado creyendo que locaban.
¡Vaya! ¡Vaya! Y ese chico que no viene.
MANUEL (entrando).
¡Querido David!
DAVID.
¡Manuel! [Se abruzan.) Ya me ti gura ba yo que no
vendrías. Siéntate, hombre, siéntate, y déjame que
le mire á toda mi satisfacción; pero antes, dime,
¿todavía formas parte de la redacción de El Sigh?
MANUEL.
Si, y comprendo por qué me lo preguntas, lias
ereido que el párrafo relativo ¡i tí lia salido de mi
pluma, ¿no es eso?
DAVID.
Dues qué, ¿no es luyo?
MANUEL.
No, lo ha escrito un compañero que ni siquiera te
conoce ¡Ya verás!
DAVID.
¡Hombre! y yo que estaba en la firmo persuacfún
de que era tuyo
2<?4
MANUEL.
Conque, vamos á ver, cuéntame, ¿qué has hecho
eu lodo este tiempo que has estado ausente?
DAVTD.
Poco monos que nada: pasearme en liorna ó Flo-
rencia easi todo el día, después de dar algunos bro-
chazos en el lienzo, y volverme en seguida como lú
lo ves.
MAM 'HI..
Debías añadir: después de obtener varios triunfos
en la tierra clásica de los artistas.
DAVID.
¿Triunfos?
MANUEL.
Ya lo creo; en cuantos diarios florentinos caían á
mis manos á lines del año pasado, siempre encon-
Iraha algún elogio para el autor de fil fumientfl dn
('milnilciiinlzlii.
DAVID.
Si, ya recuerdo: un pobre cuadritn que tuvieron
la bondad de premiar en la Exposición.
MAN n a .
¿ Bondad, eh?
DAVID.
No, Manuel, ni di^as que es modestia; si lo cono-
cieras, lo convencerlas de que en realidad vale bien
poco.
MANUEL.
Advierte que los italinos son peritos en la materia,
j que al^o debe valer tu cuadro, cuando obtuvo ol
primor premio.
DAVID.
lina casualidad
MANUEL.
Pasando á otra cosa, puesto que lus pinturas no
merecen la pena, ¿qué tal viajaste?
— 223 -
DAVID.
Algo; un poco do España, h> mismo quede Italia,
Londres, París
MANUEL.
¡Ah! estuviste en Parts, ¿y qué tal?
DAVID.
'i .1 in lo conoces, á pesar do no haberlo visitado.
i un ciudad inmensa y populosa, donde está recon-
centrado lodo lo bueno y lodo lo malo do la tierra.
Kl cerebro de esa loca que se llama r'raneia, en el
que es preciso estudiarla para comprenderla; por-
que, ciertamente, el que conocen París, puede decir
que conoce! á los franceses. Allí es dónde puede
observarse el carácter de ese pueblo, mitad hombre
y mitad niño, que por una parte desempiedra una.
calle para alzar una barricada, representado por
sus obreros, y por otra se dirige á Mahille, ¡i diver-
tirse, representado por una comparsa de estudian-
tes y grisetas.
MAxna.
Hombre, ¡i propósito, ¿se baila all mucho Can-
Can?
DAVID.
Mucho; el entusiasmo que ha producido eso baile
casi raya en frenesí: aquello es una turba de furio-
so:'., de salvajes, que se olvidan de lodo para ensi-
mismarse en sus piernas y en sus pies, y que sallan,
se retuercen y se agitan. Abi, en Mabille, más que
un sitio de recreo, le parece á uno encontrarse en el
infierno, rodeado por los espíritus del vértigo.
MAM Kl..
¿Y por supuesto que id Can-Can está admitido
en todas las clases de la sociedad?
DAVID.
Kn todas: no temo exagerarle, si le digo que de
las tres cuartas parles de la población apenas ha-
brá uno que no lo haya ensayado alguna ve/.. Lo
224
qn« yo siento es quo Méjico está contagiándose de
tal manera en ese punto, que va á ser otro París
dentro de poco.
MANUEL.
No; aquí el Can-Can está reducido al teatro, y
nada más; unas cuantas ha i I ari nas, de piernas mas
ó menos afrodisiacas, y lié aquí todo. El público lo
aplaude, pero no lo acepta por fortuna.
DAVID.
Yo me alegro, porque el tal bailocito no es de lo
más moral, ni de lo más decente que digamos.
(Eugenia y Marín aparecen i .* puerta izquierda.)
Estas señoras, por lo menos, estoy seguro de que
participan en todo de nuestra opinión.
ESCENA VI
DICHOS, EUGENIA v MARIA.
MARÍA.
Seguramente que sí. ¿Cómo vamos, Manuel?
MANUEL.
A los pies d e u s t e d , María.
KUGENIA (A Manuel).
Buenas, lardes.
MANUEL,
Señorita
MARÍA.
Conque ¿de qué se trataba cuando nosotras lle-
gamos? He dicho que sí, y quiero saber qué es ello,
para conformarme, ó paro
DAVID.
Decía yo que el Can-Can es una innovación en la
coreografía que no debe aceptar nuestra sociedad.
M AHÍ A.
Y tiene usted mucha razón.
— 2á3 —
El'üliMA.
Yo ilii;u lo misino que Muría.
DAVID.
¡Ah, Eugenia ! Antes de que so me olvide, quiero
cumplirte mi promesa; lo presento a mi amigo y
hermano Manuel Romea. (.4 Manuel.) Mi osposa.
MANI IX.
Sonora, mucho me lisonjea contarme desde ahora
en el nil muro do sus más rendidos servidores,
KHiKXIA.
Gracias, caballero.
MANUEL.
Acabamos «le tratar de huile, y aprovecho la opor-
nidad para invitarlos á ano que tendrá lugar en San
Cosme esta misma noche. (A Muría ) He estado ya
en la casa de usted ¡i convidarla; pero ya «pie mi
Interna suerte ha hecho que la encuentre aquí, per-
sonalmente la invito, y confío en que acoplará como
Eugenia, y como David.
DAVID.
Yo
MANUEL.
No, no vayas á decirme que no puedes, porque no
admito excusas de ninguna especio; me he compro-
metido á llevarlo, y no creo que seas lu quien me
liaga fallar á mi palabra : afortunadamente traigo
conmigo las esquelas.
MARÍA.
Yo iré con una condición.
MANUEL.
¿Cuál ?
MARÍA.
Que liugenia pase por mí, para acompañarme.
MANUEL.
¿Qué dice usted á oso, Eugenia?
13.
— <22(> —
EUGENIA.
Que á mi lal ve/, DO me sea posible asistir, por-
que
HARÍA.
Entonces yo tampoco iré.
MANUEL.
Nada, yo les entrego á ustedes sus billettes; si no
los aceptan, pueden romperlos en el acto, porque yo
no los recojo.
HA vin.
Pues si lo empeñas, iremos: querida tiugenia,
puedes prepararle para irá tiempo por Maria.
MARÍA.
¿lis decir que se admite mi condición?
EUGENIA.
Ya lo ves.
MA it i A .
Pues me voy, y á las nueve le espero en easa; ya
lú sabes : la misma donde lie vivido siempre. Con-
que, señores, hasta la vista.
ICI CENIA.
Voy a acompañarle, lasted tendrá la bondad
(À Manuel.) De perdonarme si lo dejo para irá dis-
poner lo necesario.
MANTEL.
Con tal de que usted me dé la primera danza,
y consiga de Maria que me dé también el primer
wals, le ofrezco á usted mi más completo perdón.
MARÍA.
us usted algo exigente, pero por mi parle
EUGENIA.
Puede usted contar con esas piezas.
MANTEL.
Gracias.
MARÍA.
Conque basta la noche.
— 227 —
DAVID.
Hasta la noche.
EUGENIA.
¡Caballero!
(Saludando ti Mntliirl.)
MANUEL.
¡Señor i la! Masía San Cosme.
(Manuel y David Ins acompañan hasta la puerta
del foro )
ESCENA Vil
DAVID v MANUEL.
MANUEL.
Querido; ¿cómo es quo on lus carias no me con-
laste que le hablas casado? Al díu siguiente de lu
partida se supo aqui quo le hablas llevado una
muchacha, pero eso lo lomé yo por una simple
locura juvenil y nada. más. Yo ignoraba, aunque,
ahora me lo supongo, que esa compañera de viaje
era tu esposa.
DAVID.
En efecto, Manuel, era mi esposa.
MANUEL.
Permíteme que le diga que no entiendo una pala-
bra. Cu aquel tiempo yo ora tu amigo más intimo,
el que le acompañaba á (odas partes, y entre tus no-
vias no recuerdo haber conocido ninguna Eugenia.
La ultima de que me hablaste fué Margarita, la que-
rida de I). Ramiro; pero á esa ni la cuento, porque
para haberle dado tu nombre, era preciso que antes
hubieras perdido la razón.
DAVID.
Según eso, ¿ lú no le habrías enlazado con ella?
MANUEL.
¡ Hombre, no !
— 2á8 —
IIAVII).
¿Y porqué?
MANUEL.
En primor lugar pur mí ; y en segundo lugar pol-
los demás.
HA VI».
No te comprendo.
MANUEL.
¿Tú erees en la rehabilitación de la mujer caída?
DAVID.
Si : yo sostengo que la mujer es rehabilitadle,
cuando su alma se lia conservado pura, y, sobre
todo, cuando su falla lia tenido por móvil, no la
vanidad ni los placeres, sino un sentimiento noble y
generoso, el de salvar la vida de una madre, count
en esc caso.
MANUEL.
t'.i lin no justifica los medios, y el mundo jamás
olvida ese reirán. Cuando ve uno de sus miembros
garigrenado, teme corromperse, y, sin preguntar la
causa, se contenta simplemente con corlarlo. Por lo
demás, no hace sino lo que tú mismo harías en cir-
cunstancias semejantes.
DAVID.
¿Yo?
MANUEL.
Ks claro, y le lo voy á probar en dos palabras. Un
día, por ejemplo, ves á. un asesino que me ataca puñal
en mano, y te interpones; de esto resulta que me sal-
vas, pero á costa de tu brazo que ha recibido lodos
los golpes en la lucha; pues bien, si ñ consecuencia
de esto se te gangrena, ¿le detienes en cortarlo por-
que haya sido el salvador de un amigo tuyo?
DA VIII.
Si puede sanar, lo dejo.
MANUEL.
El hecho es que eso es imposible, ó por lo menos
— 221) —
muy difícil. Mientras el médico Sociedad no so con-
venza de que un miembro podrido es susceptible
de curarse, no ha <l<< prescindir de su sistema.
DAVID.
Manuel, ven que eres muy severo en tus aprecia-
ciones.
MANUEL.
Estoy seguro de que tú piensas como yo; defien-
des el caso, y no me extraña, porque Margarita está
comprendida en él; pero, en el ('(nulo, tú me conce-
des la razón.
DAVID (nui entusiasmo creciente).
Te engañas: yo no doliendo el (raso por Margarita,
como dices, sino porque es mi convicción, porque
es mi creencia, que cualquier culpable puede reha-
bilitarse de sus fallas. ¡ Yo no condeno como la
sociedad al presidiario que lia robado un pedazo de
pan para sus hijos, yo no condeno á la pobre mujer
sin educación y abandonada, que el ufa que se
muere de hambre se vende en el vértigo de la mi-
seria, por unas migajas de mendrugo! ¡Yo á
quien condeno es á la sociedad que no ila trabajo al
artesano!... ¡Al que no educa á la mujer I... ¡A! que
la compra! ¡Yo á quien condeno es á la sociedad
que se enfanga y después se asusta de st misma !...
; A esa madre que arroja á sus lujos en el albañal y
que después no quiere reconocerlos!
MANUEL.
¿Y qué le vamos á hacer? Yo quiero convenir
contigo en que sea una injusticia imperdonable que
los hombres castiguen faltas, de las que tal vez son
cómplices; pero está demasiado arraigada para que
Uí, ó yo, abriguemos la esperanza de destruirla.
DAVID.
No: yo tengo mis ¡deas y mi manera de ver las
cosas; pero sin la pretension de hacérselas admitir
á la sociedad, lilla puede seguir el camino que le
— 230 -
cuadre : yo, por mi parte, lo que nunca haré será
sacrificar, en aras de sus caprichos y do sus neceda-
des, ni mis sentimientos, ni mi corazón.
MANUEL.
Pues serás un mártir.
líAVIH.
ESCENA VIII
DAVID {solo).
Apoyado en un sillón permanece algunos instantes
von In m i nul o fijo i¡ como anonadado. Un sus ¡tu-
labras nomo en su acción se luirá notar lu ludia
i/ue sostiene.
— 232 —
Expresiones para Eugenia ¡Sí, para Marga-
rita! ¡Y yo que minea me había lijado en
ello! ¡Manuel liene razón! Sus primeros besos,
sus primeras caricias ¡Oh! ¡ en este momento es
cuando estoy sintiendo ese torcedor de los recuer-
dos, ese inferna) suplicio del pasado!... ¡lis verdad!
Yo creía tener valor para vencer esa preocupación á
fuerza de cariño; pero, desde boy, ya no podré ver-
la sin ; Esto es horrible! Y luego, si yo tuviera
un hijo ¡Dios mío! ¿qué he hecho para que me
castigues de es le modo? [Pmua.) ¡Nada! ¡mi por-
venir destruido...! ¡mis ilusiones I ronchadas... !
De hoy más, no seré sino la hela de la sociedad,
que me escupirá á lacarà ose nombre de lodo
; Margarita I ¡Ah! ¡Manuel no sabe lo que sus pala-
bras han hecho germinar en mi corazón...! ¡Y el
baile...! ; Ks preciso que Eugenia vaya al baile !
Exploraré el terreno, asi tendré algo á qué atenerme.
ESCENA IX
DAVID v EUGENIA.
EUGENIA.
¡Amigo mío!
DAVin.
; Margarita Eugenial
EUGENIA (con amargura).
David, ¿por qué pronuncias ese nombre? ¿Tienes
algún motivo de queja contra mi?
DAVID.
Yo
EUGENIA,
¿.lu/.gas acaso que no es suficiente lo que sufro,
lo que el inundo me hará sufrir mañana para expiar
una falta que...
— 233 —
DAVID (como temiendo ser oído).
¡Silencio!
EUGENIA.
¿Y uñados lú también tu insulto ?
DAVID.
Eugenia
EUGENIA.
¿Orcos quo soa necesario quo oiga yo eso nombre
para acordarme de aquel tiempo en que era la
DAVID.
¡Silencio!
EUGENIA.
¡Ali! yo pensaba que jamás encontraría un tor-
mento más espantoso que ol que llovó en mí misma
hace cinco años, y sin embargo
DAVID.
¡Vamos! ¡perdóname yo te juro que que
no tuve ningún objeto al decirlo osa palabra
brotó do mis labios sin sabor cómo yo lo aseguro
que jamás volverá á. sonar on lus oídos!
¿listas contenta?
EUGENIA.
¡David!
DAVID.
¡No llores os la primera vez que cometo osa
inadvertencia, y lo ruego quo me disculpes! Me
parece que tengo derecho para pedirle eso favor
EUGENIA,
lisia bien
DAVID.
¿Y ya lias arreglado lodo lo necesario para ir al
baile?
EUGENIA.
¿El bailo? No, todavía no.
DAVID.
¡Perezosa! pues apresúrate mientras yo voy A
— 234 —
hacer 1«> misino, porque ií las nueve prometiste estar
i'n IJI casa de María.
Kl'liKMA.
¡ lis verdad !
(David se retira volviendo la earn y deteniéndose ú
roda pasa para mirar ti Kugenia. Al llegar ú la 2."
purria derecha, termina la vari loción de i/ae ha
estado poseído, y comn rcsolviCndose, retrocede apre-
suradamente hasta l\ agenta, cuya raheza coje caire
sas manos paca /tesarla, soltándolo bruscamente en
el instante de ir à hacerlo.)
DAVID.
¡Xo!
( Vase precipitadamente.)
EUGENIA.
¡Ah!
(Cae desplacíala en el sillón cercana.)
ESCENA I
I). RAMIRO.
¡Vaya una casualidad! ¡lilla aquí! Lo que yo
menos me podía esperar en este baile. Después tie
(•¡neo años en que casi había acabado por olvidarla.
se me aparece de repente (ton su verdadero nombre,
y easada nada menos que con el pintoreilo de David,
que tiene lodo el descaro suficiente para traerla á
una tertulia y presentarla como su esposa. ¡ Y qué
bien se habrán reído de mí los dos palomos!
Ks claro, después de la partida que me jugaron
pero ya, ya les arreglaré las cuentas.
ESCENA II
D. RAMIRO v ANTONIO.
ANTONIO.
Querido I). Ramiro.
— 230 —
RAMIRO.
Querido Antonio, ¿cómo vamos?
ANTONIO.
¿Qué diablos se hace usted por aquí tan solo?
(Precisamente como yo lo necesitaba.)
RAMIRO.
Ya lo vé usted, fastidiarme.
ANTONIO.
¿ Fastidiarse ?
RAMIRO.
Si, descansando de la fatiga y huyendo de ese
alegro torbellino, donde lanío se baila y se divierte.
ANTONIO.
¿lia estado usted muy contento de la tiesta?
RAMIRO.
¡ Hombre, si !
ANTONIO.
¿Y qué tal de muchachas? ¿Habrá hecho usted
muchas conquistas, no es verdad?
RAMIRO.
¿Conquistas?
ANTONIO.
¿Y por que no?
RAMIRO.
Usted decididamente está de broma, porque de
otra manera no puede comprenderse que quiera
convertir en Cupido á un hombre que cuenta ya
diez lustros bien completos.
ANTONIO.
Pues, lo que soy yo, me luí encontrado con una
muchacha ¡y qué muchacha!
RAMIRO.
¿Mónita, oh?
ANTONIO.
¡Encantadora, y sobre tono novelesca!
RAMIRO.
¿Novelesca?
— 237 —
ANTONIO.
Ya lo creo, si es lodo un tipo, lodo un personaje
de comedia.
RAMIRO.
¿Y esta noche es cuando usted la lia conocido?
ANTONIO.
No, no, señor, liace algún tiempo; sólo que estos
últimos años la habla yo perdido de vista entera-
mente.
RAMIRO.
¡ Ak ! ¡ ah !
ANTONIO.
(Es preciso que este viejo se ponga de mi parle)
RAMIRO à parle).
(¿A dónde irá á parar este muchacho?) ¡Conque
decia usted que esa chica es una historia!
ANTONIO.
Puede usted juzgarlo por si mismo por este pa-
saje de su vida.
RAMIRO.
A ver, oigamos.
[Se sientan.)
ANTONIO.
Figúrese usted que la joven ¡i qué me refiero vi-
vía muy humildemente con su madre enferma en
una casita de los arrabales, cuando un hombre, que
probablemente era un gran filántropo, le propuso
una de esas infamias que la generalidad de las mu-
jeres no escuchan sin ruborizarse y sin estreme-
cerse. La infeliz Incluí por algún tiempo entre el
amor de su madre y el sentimiento de la virtud;
pero una noche la pobre señora se moría por falla
de un mendrugo, y ¡el cariño filial venció! El
viejo vii» cumplidos sus deseos.
HAMIltO.
(Es Margarita, no me cabe duda.)
— ¿;w —
ANTONIO.
Il saci'ilicio í'i i * • inútil, porque In desgraciada, ni
acercar ni pan do la deshonra ¡i los labios de su ma-
dre, encontró i|ue estaba muerta.
KAMIRO.
¡Pobre niña...! Pero, prosiga usted, que la histo-
ria está positivamente interesante.
AMONIO.
Pues bien; al verse sola y enteramente abando-
nada, la joven, sin experiencia, y arrastrada por las
circunstancias, se dejó engañar por su miserable
protector, que en vez de esposa la hizo su querida.
Ante la sociedad, pasaba por su sobrina; poro ya
usted comprenderá que no todas las cosas pueden
ocultarse, y que al cabo y al tin se supo do qué na-
turaleza eran aquellas relaciones.
i¡.un no.
lira tli' esperarse; ya lo creo.
ANTONIO.
t u pobre artista, sin embargo, lomando la licción
de buena lo, se enamoró perdidamente de la chira,
que no habiendo amado nunca, sintió por él una
atracción simpática y desconocida. Asi pasaron mu-
chos meses; él engallado y cada ve/, más ciego, y
ella ocultando un cariño que consideraba una lo-
cura. A cada instancia del amante, ella contestaba
que prescindiera de un amor que jamás podría
pagarle, eludiendo la respuesta franca, tanto por no
ilarle un golpe demasiado rudo, como por no tener
que sonrojarse ante sus ojos. Una noche, sin em-
bargo, se lo dijo lodo, esperando de esta manera
disuadirle; pero, por el contrario
KAMIRO.
ISI muchacho persistit') en su ¡dea.
ANTONIO.
Y no sólo eso, sino que teniendo que partir para
Italia en esos días, la víspera de s>i marcha se
— 239 —
enlazó ou secreto, y ¡i l¡> mañana siguiente desapa-
reció con ella, dejando burlado al viejo, que su
hallaba postrado por la gota, y al misino tiempo á
un pretendiente que lenta el capricho de arrebatár-
sela y hacerla su querida.
K.VMIIIO.
¡Ali! ¿Conque había otro además del afortu-
nado?
ANTONIO.
Otro, á (|ii¡eii ella solo contestaba con desprecios.
sospechando tal vez sus intenciones.
RAMIRO [bruscamente y hroantándvse).
;. Y lodo esto, en resumidas cuentas, ¡i qué viene?
AN IONIO.
¡Hombre! ¡Yaya una pregunta!
RAMIRO.
¿l'sled conoce á lodos los personajes de su cuento?
ANTONIO.
¿Y usted conoce á lodos los individuos de mi his-
toria ?
RAMIRO.
Yo á lodos.
ANTONIO.
Y yo también á todos.
RAMIRO.
lilla es Margarita.
ANTONIO.
Y él es David.
RAMIRO.
Los oíros dos
ANTONIO.
S;mios usted y yo.
RAMIRO.
Tenemos la venganza en nuestras manos.
ANTONIO.
Eso es precisamente lo que yo deseo.
— 240 —
H AMI KO.
La sociedad cslá de nuestra parle.
ANTONIO.
Eso era lo que yo pensaba.
RAMIRO.
David os un artista que no sueña más que cou sus
pinceles y su Eugenia, y
ANTONIO.
Perfectamente, comprendo el plan ile usted, y es
el mismo que yo me había forjado.
RAMIRO.
¡Bien! pues esta misma noche es necesario que
reciba el golpe; y muy despreocupado y poco pun-
donoroso lia de ser, si no se encarga el mismo de
vengarnos.
ANTONIO.
¡Seguro! (¡ Después ella será mía !¡
RAMIRO.
¿Qué decía usted?
ANTONIO.
¡Nada! que lo demás de mi cuenta corre; yo lu
aseguro á usted que será el golpe de gracia.
RAMIRO.
¿Qué es lo que [densa usted hacer?
ANTONIO.
Ahorre usted preguntas, y obremos cada cual por
nuestro lado. Cualquier medio será bueno, si el re-
sultado corresponde A nuestros intereses.
RAMIRO.
Creo que nos liemos entendido, y no seria
malo
ANTONIO.
Poner manos á la obra, ¿no es verdad? Pues
hasta la vista.
RAMIRO.
Sí, querido Antonio, hasta la vista.
[Antonio va ti salir, y al llegar ti „nu de tas pan-las
— 2ii —
del /oro, se délient- por Eugenia y Manuel que apa-
recen en ella.)
ANTñ.Mü (al verlos).
¡Ah!
ESCENA III
DICHOS, EUtiEÍSIA Y MANUEL.
MANUEL.
¿A dónde tan de prisa, Antonio? Scâor D. lía-
miro
(Saludándoles.)
ANTONIO.
Vine á orear mi Ironie bañada de sudor por id
cansancio, \ vuelvo nuevamente al baile, para alur-
dirme en su bullicio y en sus armonías. Si ustedes
gastan
MANUEL.
¡ Gracias ! Eugenia esta un poco fatigada, y mien-
tras
ANTONIO.
Entonces, ustedes, dispensarán que no los acom-
pañe; pero en cambio I). Ramiro liará mis veces.
RAMIRO.
Con mucho gusto.
ANTONIO (A /ingenia).
A los pies de usted. (A Manuel.) ; Adiós !
ESCENA IV
Dniíios, menos ANTONIO.
MANUEL.
Vamos, Eugenia, lome usted asiento, y permítame
(iiic la présenle á D. Ramiro, uno de los admirado-
res de David, y que hace un momento me indicaba
el deseo de conocerla.
MANUEL ACUÑA. t*
2i2
KAMI KO.
¡Señora!
KlUí.NIA.
¡Caballero!
RAMIRO.
Usted IIIC perdonará si creo un atrevimiento la
indicación que luce á Manuel de que en la primera
oportunidad me presentara con la esposa do uno de
nuestros más célebres artistas; poro yo soy asi:
ruando me encuentro con una notabilidad, identi-
fico con ella lodo lo que so la relaciona, y me agrada
conocerlo.
MANUEL.
Y, más, cuando so trata do la compañera de tra-
hajos y de estudios, como en esto caso, ¿no es ver-
dad?
RAMIRO.
Seguramente, hasta con que á sus ojos se haya
desarrollado y lomado vuelo el genio artístico de
nuestro amigo, para que sobro su frente irradie
algo de la gloria que á él le corresponde.
KLCICNIA.
¡Señores!... (¡Qué situación tan espantosa!)
11 A M i n o .
Por lo demás, Manuel, convenga usted conmigo
en que si la carrera did artista os un calvario, el cal-
vario de David h a d e haber sido muy dulce teniendo
á su lado una esposa como Eugenia.
«AME.
Sin duda alguna; un artista de corazón como Da-
vid, necesitaba una joven virtuosa como Eugenia.
ECCEMA.
(¡ Dios mió !)
MANUEL.
Yo lo digo por mi parle; en el caso do tomar
oslado, elegiría á una mujer indigna.
— 213 —
RAMIRO (con intención).
¿ Que le parece ií usted, Eugenia?
Kimc.MM.
A ni¡
MANUEL.
Eugenia dice lo mismo quo yo; y aunque su
esposi» sea Inn soñador quo deiinda la rehabilitación
y quién sabe cuántas otras utopías, yo me felicito
do quo olla so haya interpuesto en su camino, por-
que, así, lo lia evitado una calaverada que la habría
costado muchas lágrimas.
[Se levanta ron naturalidad à recorrer los cuadros
del sillón.)
KI'ISKNIA.
(; Kl no sabe... ! ¡ Qué suplicio !)
MANUEL.
Yo quisiora que so hallara aquí para preguntarle
si insisto todavía on sus opiniones; lo pondría un
paralelo para que juzgara, à ver si entonces me de-
cía lo mismo.
(Durante In distracción de Manuel coa mi álbum que
hulla sobre, mm tir las consolas, lüugenia // />. ////-
m/Vu sostienen apresuradamente el siguiente aparte.)
RAMIRO.
¿Qué respondes á oso, Margarita?
IÎVGEXIA.
¿Quién le da á usted derecho para insultarme,
caballero?
RAMIRO.
Nada do escenas teatrales, (pie pondrían tu situa-
ción en peor oslado.
EUGENIA.
Pero, en fin, ¿qué es lo que usted quiere ?
RAMIRO.
Casi nada: hablarte á solas un momento sobre
ciertas materias que leñemos atrasadas.
— 244 —
ELUENIA.
; Imposible I
RAMI IK I.
¿Cómo imposible?
EUGENIA.
Yo no puedo ni debo acceder ¡i un capricho seme-
jan le.
RAMIRO.
Te advierto que si no lo haces por bien, lo harás
por fuerza.
EUGENIA.
Sería difícil «pie usted lo consiguiera.
RAMIRO.
Yo pienso que es muy fácil.
EUGENIA.
Manuel es amigo de mi esposo y
RAMIRO.
Manuel ignora la verdad, y lú no serás tan necia
que (piieras descubrírsela.
EUGENIA.
¡Pero usted es un infame!
RAMIRO.
Tal vez; mas «orno esto se va haciendo demasiado
largo, es preciso que termine.
EUGENIA.
¡ Por compasión !
RAMIRO.
¿No?
EUGENIA.
¡Pues bien, no!
RAMIRO.
¡Perfectamente! ¡Tú quieres que Manuel, que. le
ve como una mujer digna y honrada, y que le llama
Eugenia, le aplique lo que acaba de decir, y que
reconozca á Margarita, que fué en un tiempo mi
— 24a —
sobrina 1 Muy bien ; ahora verás cómo eso se arregla
conformo á tu dosoo.
(Yendo hriria Manuel.)
EUGENIA (deteniéndole).
¡ Piedad ! ¡ Por última vez, piedad !
RAMIRO.
¡ Vamos! Inventa cualquier pretexto para alejarle,
y acabemos.
EUGENIA.
¡ Pero, por Dios !
RAMIRO.
Le suplicas que vaya a buscar A David, por ejem-
plo, y entretanto
EUGENIA.
Manuel.
[À r.slc.)
MANUEL.
Eugenia.
EUGENIA.
Voy a lomarme la libertad de inferirle una mo-
lestia.
MANUEL.
Me dará usted un placer si en algo puedo servirla.
EUGENIA.
Desearía que se tomara usted el trabajo de buscar
a David y decirle que le espero aquí.
MANUEL.
Será usted complacida en el instante.
EUGENIA.
Kntoncos
MANUEL.
Con el permiso de usted, vuelvo.
( Vase.)
14.
— 2i0 —
ESCENA V
EUGENIA, DON RAMIRO.
ECCEMA.
¡Y bien, caballero, concluyamos!
HAM1HO.
Margarita, la casualidad ha hecho c|tu; nos veamos
al calm de cinco años, y os fuerza aprovecharla para
poner las cosas en su verdadero paulo de vista. Tú
creerás tal vez quo al recogerle librándote <lo la mi-
seria y del infortunio, no me impulsaba, «tro senti-
miento que comprar do esa manera lus caricias; tú
creerás que un viejo respecto de una joven no puede
abrigar otra cosa que un capricho, y, sin embargo,
Margarita, si til no lo adivinaste, la verdad oía que
yo, inconstante por naturaleza, había sentido desper-
tar en mi interior algo que In presencia y tus mira-
das hicieron conmover y estremecerse. A fuerza de
cariño, pensé hacerte olvidar mis años ; confiaba en
que tendrías compasión did pobre viejo, y que aca-
barías por amarlo y me sonreían solas, acari-
ciando en mi alma esa ilusión. Yo confieso que mi
edad y las circunstancias en (pie me conociste
debieron obligarme ¡i desocharla; poro hay casos
(MI que el hombre se empeña en una idea, y se
encuentra capa/, basta do escalar el cielo. Mi alma
soñaba en (pie llegaría á destruir la barrera inter-
puesta entre nosotros; y mientras, un extraño
venía y me lo arrebataba lodo, absolutamente lodo.
Tú me dirás que un hombre puedo comprarlo lodo
eu una mujer menos el alma; tú me dirás que el oro
no le constituía en la obligación de amarme; que yo
no tengo derecho para quejarme contigo, ni para
pedirte cuentas; más todavía, me dirás que en vez
de una deuda de gratitud, abrigabas hacia mí lodo
— 247 —
el aborrecimiento de una mujer al que l¡i lia per-
dido ; norabuena, Margarita, pero el verdadero
amor es exigente, y si tú no me lias perdonado tu
desgracia, de la que yo te habría salvado, amán-
dome, yo tampoco he pedido ni puedo perdonarle
que de un golpe mataras lodos mis delirios y mis
esperanzas. Hace un inslanle me decías que era un
infame: pues bien, sí, seré un infame, poro no es á
mí á «filien debes culpar de quo lo sea, sino ¡í la
fatalidad que ha hecho nacer en mi esta pasión te-
rrible y egoísta. Por Jo demás, ¿erees tú quo pueda
yo resignarme á (pie un hombre me arrebate lo que
yo había divinizado, lo que yo había colocado en un
aliar para adorarlo? ¡No, Margarita, no! Yo le he
amado, le adoro todavía, y es necessavio que lú me
ames.
EUGENIA.
¡ Imposible!
IIAMIIIO.
¿Y por qué h a d e ser imposible?
EUGENIA.
Porque mi alma es de David, y mis deberes
IIAMIIIO.
¿Tus deberes? ¡No! No son ni tu amor ni tus
deberes los que te retienen al lado do lu esposo; por-
que sí lú le amaras, por él mismo, sin quo lu propio
interés lomara parle, comprenderías los sufrimien-
tos que le torturaran mañana, cuando la sociedad le
vea ¡i su lado, no con la frente altiva \ orgullosa do la
mujer sin mancha, sino con la frente humillada de la
mujer que lia cometido una Calla; comprenderías
• Im- él se ruborizará de lu vergüenza cuando el velo
de tu pasado llegue ¡i descorrerse, y que acabará
por maldecirle al ver encadenado su porvenir al
poste de su deshonra. Tú quieres permanecer á su
lado, no porque la obligación le lo prescriba, sino
porque en la liebre del cariño, le olvidas de un deber
— 248 -
quo exige que le apartes, quo le alejes para dejarle
Ubre y respetado.
EUGENIA [estallando).
¡ Dios mío ! Pero ¿por qué me dice usted todo eso?
RAMIRO.
Porque es preciso que veas la situación tal cual
ella se presenta, porque es precico que palpes esc
doble porvenir que se le aguarda: ó el remordi-
miento y el bastió, viviendo con tu esposo, ó el
sacrificio y la satisfacción, anteponiendo á toda su
felicidad. Por (día parte, si In no puedes vivir sin
sus caricias, ¿crees que tonga para li caricias el
hombre que mañana te min; constituida en su ver-
dugo? ¡ No, Margarita! ; Aiïn es tiempo de salvar ¡i
David y A tu conciencia! lTna separación puede ha-
cernos dichosos ¡i los tros al que amas al
(pie le ama, y ¡i. ti misma.
m GEMA.
¡Está bien ! yo
RAMIRO.
¿ Accedes? ¿Te resuelves? ¡ Ah ! ¡ li rucias, gracias 1
EUGENIA.
¡No,eso ; nunca I
RAMIRO.
¿Qué es lo «pie dices? (lechazas mi carillo y mis
promesas?
EUGENIA.
Sí. RAMIRO.
ESCENA VI
EUGENIA.
¡Miserable! ¡Como pudo pensar que yo consen-
tiría! ;Ah! Si sido el recordarlo me da miedo!
(Pausa.) ¡ Qué suplicio ! ¡David!... ¡mis deberes!
¡¡mi pasado!! No, yo no tengo derecho á esperar
que Inquietud y la calma vuelvan otra vez á son-
reirme. Antes, yo no sufría más que en mis horas
de reconcentración, cuando poniéndome l'rento de
mí misma, encontraba en vez del semblante de la
niña, un semblante que me hacía bajar los ojos de
vergüenza; ¡pero llegaba David, y con sus albugos
me hacia olvidarlo lodo! ¡Sus caricias ! ¡Ay!
¡Va esta tarde sus labios han pronunciado el nombre
de Margarita! ¿Y mañana ? ¡ Dios santo!
yo no quiero que él me acuso de su desgracia
Sufriré yo sola; pero no mancharé su nombre con
el mío; no le pagaré con un infierno el paraíso que
me ha dado. Serian una vileza y una suprema ingra-
titud. ; Antes la muerte!
— 250 —
ESCENA VII
EUGENIA, MARÍA, Y ANTONIO.
AM'MMO (ni la purria).
Manuel decía bien, aquí eslá Eugenia.
MARÍA.
En efecto, Antonio, (¡raerías.
ANTONIO.
(¿Qué habrá sucedido con Don Ramiro?;
MARÍA.
Quo no soa yo causa de quo usted desaproveche
estos ¡asíanlos. Lo he distraído enmedio dol baile
para inferirle una molestia, y sí desea volver...
ANTONIO.
¿Me concedo usted permiso? [Así vero al viejo.!
MARÍA.
¡ Por suplíoslo, y gracias!
(Vttsr Antonio.)
ESCENA VIII
m i KM A Y MARÍA.
MARÍA.
ESCENA IX
DICHAS, DAVID, MANUEL, ANTONIO, y después UN
CItlADO.
MANUEL.
¡Bah! querido David, fuerza es que le convenzas.
No debes tomar á pochos un asunto que en nada te
concierne.
DAVID [sombrío).
¿Qué en nada me concierne?
M Allí A.
¿ Qué sucede, Antonio?
EUGENIA.
¿Manuel, de qué se trata?
(Con interés.)
ANTONIO.
Cualquiera cosa, señoritas; lia oído David, en un
grupo, murmurar de una joven que se halla en este
baile, y lia salido á su defensa.
MARÍA.
¿Y qué decían?
EUGENIA.
Sí, ¿y cómo se llama?
ANTONIO.
Yo no oí su nombre, si es quo lo dijeron. Nosotros
(Señalando à Manuel) llegamos cuando refiriéndose
á sus antecedentes, opinaban que su esposo hacía
muy mal en traerla a tertulias como ésta, de per-
sonas honradas y de educación.
MANUEL.
Eso lia sido todo ; pero este David, con su genio
quijotesco ha querido probarles que en algunas
M A M E L ACUSA. 15
— 234 —
circunstancias la mujer es perdonable en sus debili-
dades y en sus extravíos, y que
CRIADO (mirando).
Me han dicho que traiga esta carta.
ANTONIO.
¡ lia llegad» la hora.
CRIADO.
Ks del amo de la casa.
DAVID.
¿Á quién te dijo que la dieras?.
CHLADO (señalando à Eugenia).
¿ La señora se llama Margarita?
iiAviü (reprimiéndose).
La señora se llama Eugenia.
CRUDO.
Eso es, si, pues entonces es p a r a l a señora.
[Se la da y se relira.)
MANI; EL.
(Pues, señor, no entiendo una palabra).
EUGENIA.
¡ Dios mío ! ¿ Qué contendrá esta carta?
| La ubre y la lee. aparte, j
« Señora: su nombre y su reputación corren ya
» de boca en boca entre los convidados; si usted
>» quien; evitarse y evitar á su esposo una ver-
» guen/.a, me atrevo á suplicarla que abandone mis
» salones, tal ve/, muy peligrosos para usted. »
(Eugenia permanece como petrificada, viendo ú David
que. le arrebata la carta, sin que ella oponga resis-
tencia. Ihioid recorre el papel, y se lanza sobre Eu-
genia, deteniéndose en el momento casi de tocarla).
DAVID.
jTú ! ¡ n o ! yo ¡la fatalidad!
(Sale precipitadamente entre los demás que Ir
abren paso. Telón rápido).
FIN DEL ACTO SEGUNDO.
ACTO TERCERO
(Dccoracióu del acto primero;.
ESCENA I
MANUEL, u» CRIADO.
MANUEL.
¿Es decir que DO ha vuelto todavía?
CRIADO.
No, señor, no ha vuelto. Vino con la señora, y
salió inmediatamente, llevando sa caja de pistolas.
MANUEL.
¿Su caja de pistolas ? ¿Y Eugenia?
CRIADO.
I.'-1,1 en su habitación. Si usted quiere que la
llame
MANUEL.
No, no,déjala. ¡Ni podría yo verla Frente ¡i frente!
¡Sin intención me he convertido en su verdugo!
¡ Pero como había de sospecharme ! Y David
Cuánto le habrá torturado lo que esta larde le dije
en el entusiasmo de la discusión. ¡Si yo lo hubiera
sabido! Hasta cierto punto yo tengo la culpa de
lodo esto. ¡Qué diablo ! l'or lo pronto lo que debo
hacer es evitarle olra desgracia, ya que esta es im-
posible remediarla. [Al triado.) Si viene tu amo,
le dirás que me espere, ¡eh I que le necesito.
— 230 —
CRIADO.
lista muy bien, yo le avisare.
MANUEL.
Apresurémonos antes que sea Larde.
(Vase.)
ESCENA II
EL CRIADO Y EUGENIA.
EUGENIA.
¿Quién hablaba aqui contigo?
CRIADO.
lil Señor Romea.
EUGENIA.
¿Vino «í buscará. David?
CRIADO.
Si, señora; lo dije que no estaba en casa.
EUGENIA.
Bueno, puedes retirarle.
(Vase el criado.)
ESCENA 111
EUGENIA (sola).
¡Que día tan horrible! ¡Al lin se han realizado
todos mis presentimientos I Era fuerza que suce-
diera de ese modo; (ira fuerza que en la eampana
del deslino sonara la hora de la expiación y del
castigo. Ya osla noche se ha forjado el primer esla-
bón de la cadena que debe sujetarme á los dolores.
(Pausa). ¡Pobre David! ¡Cuanlo habrá sufrido á
causa de su infeliz esposa ! ¡ Ah ! ¡ lodo el cariño que
una mujer puede encerrar dentro de su alma no
sería suficiente para curar la herida, para cerrar la
llaga que ha abierto en su corazón el puñal de mi
pasado! Yo nunca debí consentir en este enlace,
— 257 —
que i'i él como ¡í mi nos condena á un martirio
siempre pa I pila ule y siempre negro. ; La sociedad
es muy severa ! ¡ Juzga y sentencia sin ninguna
compasión para el culpable! ¡V si se conformara
nada más con eso! Pero en su Tallos incluye
hasta al inocente, al que no ha tenido otra falta que
disentir de su opinión y despreciarla. Porque David,
¿qué culpa tiene David de mi desgracia? ¡Y yo no
tengo ni á quién acusar! ; mi madre! ¡ no, no!
¡Mi santa y buena madre ni siquiera se figuraría en
el instante de abandonar la tierra, que en ese
misino ¡lisiante su pobre Eugenia se vendía para
comprarle otras cuantas horas de existencia ! ¡No,
yo no tengo derecho ni ¡i su gratitud; cuando más á su
perdi'm á q u e no me maldiga desde el cielo !
ESCENA IV
EUGENIA, ANTONIO.
ESCENA V
EUGENIA, después MAltíA.
EUGENIA.
¡Virgen santa! ¿Qué be hecho yo para que me
atormente de esta manera mi deslino? ¿Qué he
hecho yo para no ver en mi derredor más que im-
— 262 —
placables verdugos que en su crueldad hacen una
diversión de mis dolores?
MARÍA.
¡Eugenia!
EtGKNlA
¿ Lo has visto '?
HARÍA.
¿À quién?
KlliKMA.
Á Antonio.
MARÍA.
Le vi subirá su carruaje; ¿por qué me lo pre-
guntas'?
KlliKMA.
¿Sabes á qué vino?
M AHÍ A.
No, ni pudiera sospecharme
KlliKMA.
À cebarse en su venganza y » ofrecerme una li-
mosna, á proponerme que abandonara ¡i David para
marchar con él á Kuropa.
HARÍA.
Pero ese hombre es un infame
KlliKMA.
Si, un infame que ha aprovechado la ocasión de
devolverme lodo el odio quo le tengo, y pagarme
lodo el aborrecimiento que me inspira.
HARÍA.
¿Y lu esposo no ha vuelto todavía?
Kl liKMA.
¡No ha vuelto, se fué prohibiéndome que le siguiera,
ó maullara seguirlo, y yo me leuio que le haya pa-
sado una desgracia! Manuel vino a buscarle, y en
esle momento tal vez sea el único que le acompañe.
¡Su amigo íntimo el primero que me ha acusado
de mi falla, ignorando lodo el martirio que me
causaban sus palabras ! ; Ah ! si yo no hubiera estado
— 263 —
convencida de lo contrarío, habría creído que era
intencional aquella especie de placer con que parecía
Rozarse en mi tormento. Yo le disculpo y le perdono.
M.V1IÍA.
¡ Pobre amiga mía!
liVGKMA.
¡Pobre amiga luya! Si, soy muy desgra-
ciada! tienes razón para compadecerme es
tanto l<> que sufro, que yo no sé lo que sería de mí
si esto durara mucho tiempo. ¡Hace un momento
quería llorar, y mis ojos no lian tenido ni una lá-
grima! la muerto me parece como el último
refugio que me concede el cielo.
M AHÍ \ .
Eugenia: no me hables de ese modo,si no quieres
que llore yo también contigo, lis verdad que lus
quejas son muy justas, y (pie no lieues más seno
que el mío para depositarlas; pero no debes deses-
perarte, ni pensaren esas cosas. Tú no me harás el
agravio do creerme indifférente á tus pesares, soy
tu hermana, y tengo derecho á compartirlos y á su-
frir con ellos.
KUUK.NIA.
¡Perdóname! pero tú lo has dicho, no tengo más
amiga que tú para decirle mis quejas y llorar con
ella, tú, mi buena María, que me hablas de lu co-
razón y de tu cariño, enmedio de los insultos con
que los demás me agobian; tú, que vienes á mi lado
en estos momentos de lucha y agonía á enjugar el
llanto de maldición que corre de mis ojos, (/hm lus
ires.) Una, dos, 1res, que noche es ya.
HARÍA.
Las 1res.
EUGENIA.
Y David cpie no viene todavía.
HARÍA.
Ya no debí; lardar, lo esperaremos.
— 2(H —
EUGENIA.
No, María, lú to vas a descansar on mi habita-
ción mientras él vuelvo. Después, yo to prometo ir á
hacerlo compartía.
MA MÍA.
ESCENA Vil
EUGENIA Y UN CRUDO.
CRIADO.
¿Llamaba usted, señorita?
EUGENIA.
Sí, acércale. David lia de volver dentro de poco,
no lo dij^as que lio salido. Cuando le llamo lo entre-
gas osla carta.
CRIADO.
Está muy bien. Así lo haré.
EUGENIA.
No agregues ni una sola palabra más. Si María, la
joven que está en mi habitación, sale y lo pregunta
adonde he ido, le dirás que no me has visto, <|uc no
lo sanes, ¿entiendes'.' que no lo sabes. Toma.
(/.c d.n un bolsillo.)
CltlADO.
Gracias, señorita.
EUGENIA.
No olvides nada do lo que acabo de decirle.
CRIADO.
Pierda usted cuidado, no lo olvidaré.
(Vase el criado y vuelve ni mutis de Eugenia, lisia
— 2(iG —
toma su abrigo, que estará sobre una silla, se arre-
buja en rl i/ salr apresuradamente sin volverla cara.
Al llegar á la ¡inerta del fondo, se. detiene rumo
vacilando, ;/ resolviéndose al cabo dice.)
KllilCXIA.
¡Adiós! ¡ Adiós!
[Vase.)
ESCENA VIII
EL GUIADO solo.
l'ues, señor, yo no sé qué rosas suceden osla no-
ciu; un casa : ol portón abierto liasla las tres du la
mañana; visitas y carruajes; ¡ol amo que entra por
un lado y lo señora que sale por otro!... Aquí debe
haber algo, y algo grave necesariamente. ¡Nada! Yo
voy á seguirla y á acompañarla, aunque sea de le-
jos, siquiera para que no vaya á pasarle una des-
gracia, l'ero ¿y la carta? Cuando ella me hizo tantas
recomendaciones, debe ser de mucha importancia
que la entregue. [Suena ilealro an rampanillasó).
¿propósito: parece que. el amo llega. Tentaciones
me están dando de decírselo lodo, y de pero
no, más vale hacer lo que se me ha ordenado.
(Se colora tras tie la puerta pura que no le vean,
bacal ii Manad </ue llegan. Üexpufo de un mo-
mento se va.)
ESCENA IX
DA YII) Y MANUKL.
MANUEL.
Gracias á Dios que hemos llegado. Entra y des-
cansa para que te acuestes en seguida á ver si el
sueno y la reflexión consiguen de li lo que yo me he
empeñado vanamente en alcanzar.
- 207 —
DAVID.
Es por «lemas que insistas; lo he pensado mucho,
y mi resolución es invariable. Mañana, ó yo, ó ese
hombre, quedaremos en el campo. ;Si él lia querido
tener el gusto de insultarme en plena sociedad, in-
sultando á mi esposa, yo se lo amargaré matán-
dole, si, matándole !
si AN n a .
¿ Y quién lo ha asegurado que I). Ramiro fué el
que ?
DAVID.
Ninguno otro puede haber sido más que ese viejo
ridículo y cobarde.
MANUEL.
Suponiendo que él sea : ¿sognn In manera de ver
te lia deshonrado?
DAVID.
Si.
MAXTIÎL.
Y hablando razonablemente, ¿qué provecho crees
tú que le resulte de ese tinelo?
DAVID.
Ya le lo he dicho: vengarme.
MAM ICI..
¿liso si In quedas vencedor CU la partida, pero sí,
por el contrario, á él le favorece la casualidad?
DAVID.
No seré la. bofa y el baldón «le lodos, y además
habré hecho cuanto pudiera exigirme mi conciencia
de hombre honrado.
MANUEL.
No, no; en vi;/, de lavar esa deshonra, lo único
que alcanzarás será prestarle mayores proporciones
y darle más publicidad ; tu conciencia no puede or-
denarle eso.
DAVID.
<", lis decir que yo debo sufrir con los brazos cruza-
— 2Ü8 —
ESCENA X
DICHOS, MARIA lurga nu CRLVDO.
HAHÍA.
¿Y Eugenia?
DAVID.
¿Cómo? Pues qué,¿no está en su habitación?
HARÍA.
Ahí he estado yo esperándola me obligó á re-
tirarme con la promesa de que pronto iría á descan-
sar conmigo, pero
— 270 —
DAVID.
¿Entonces?
MARÍA.
Yo nui sospecho que, on la inquietud do ver á
usted, haya salido acompañada de algún criado para
buscarlo.
MANCEL.
Pronto nos convenceremos de lo cierto.
[Toen la campanilla.)
MARÍA.
(Yo no só qué presentimiento horrible me aco-
meto).
CRIADO.
Señor...
DAVID.
¿Has visto tú salirá Eugenia?
CRTADO.
Si, señor, salió como á las tros de la mañana. Me
encargo que lo diera ¡i usted osla carta.
(Se la da i/ vane.)
DAVID.
¡Una carta ! ¡ Su letra !
[llauna violentamente el sobre y lee con marrada
afiliarían.)
i' David: ; perdóname si no le doy el lioso de osla
» despedida olorna! ¡Creíste ser feliz con el amor do
» una mujer manchada; lo engañaste! ¡Adiós! ¡para
» siempre ! ¡ El mundo y tu felicidad exigen que
» lo dejo libre! Yo no debo arrastrarte ou mi des-
» gracia, haciéndole víctima y solidario do mi/Ayer/
» l)ios tendra" misericordia de mí. ya-que los liom-
•> lires mo la niegan. ; David ! ¡pordón ! ¡olvida á tu
> infeliz. Eugenia, y adiós, adiós! » [Declamando.)
» ¡Pero estocs imposible! »[Vtteloeá leer.) « ¡ A*li<»s
» para siempre!... ¡Olvida á tu infeliz Eugenia!...
» y...»[Declamando.)«\ No, no, Eugenia...espérame,
— 271 —
>' perdóname... ya VOY, ya voy! ¡Yo Ir adoro á pesar
» de lu pasado/ »
(So encamina vacilante hurta la purria romo paru
correr, ?/ al hacerlo se desploma.)
MARÍA [acercándose).
i Pobre mujer!
MANTEL [señalando à David).
i ¡Si, y pobre martiri !
[Telón rápido.)
PRÓLOGO v
A lu Suciedad Filoiátrica eu su instalación 1
La l'.ii ,i. — Imitación 5
Ya sé porque es. — Do I ora 7
Yn verás. — Üolora 10
La Ausencia y el Olvido. — Dolora 12
Mentiras de la existencia. — Dolora 14
La Maniera 17
El Hombre 21
En la Apoteosis del actor. — .Merced Morales 29
Oeainpo 33
Uno y quinientos 38
La Soñadora. — Oda 30
Oblación. — Á los muertos de la Sociedad Filoiátrica... 43
Kusgo de buen humor 47
En el tercer aniversario de la Sociedad Filoiátrica y de
bcnefieieneia 50
Lágrimas á la memoria de mi padre 52
À Laura 50
¡ Salve I — En unos premios G4
Gracias 00
Por eso 68
Misterio 70
í2
Esperanza
Ucsiguación — A 75
— 274 —
Epitalamio. — A rai querido amigo J. M. Handera 78
Dos victimas 81
8
Entonces y Hoy *
Al poeta mártir. — Ju.in Díaz Covarrubias 87
Soucto. — A mi querido amigo y maestro .Manuel Do-
mínguez 90
Himno. — Á la Sociedad Filoiátriea 91
Ante un cadáver 93
1.a felicidad 97
(Ida. — Ante el cadáver del Dr. José 15. de Villagr.'m... 98
Al ruiseñor mejicano 101
La vida del campo 104
Oda. — Á la memoria del eminente naturalista el Doctor
Leonardo Oliva 112
Soneto 11C
Adiós.—Á 117
•• Á una llor 121
lista hoja 122
Nada solire nada 123
Cinco de Mayo 12«)
Soneto. — Á mi querido amigo Vicente Fuentes 133
Oda 131
A la luna 138
Kl reo de muerte 1 ií
Á Josefina Pérez (en su allium) 147
Á la eminente actriz Salvadora Cajrúii 148
Adiós á Méjico 14J>
Á Asunción (eu su allium) |.,-.>
Romancero déla Guerra de Independencia. — Kl Giro.. 151
Cineraria. — Ante el cadáver de la Sra. Luz Presa 160
A la Patria 102
Hidalgo ÍM
l¡> de Septiembre 165
Al moño di- Merced 169
Nocturno. — A Rosario 171
Las ruinas. - A 175
Letrilla 178
À un arroyo 177
Hojas secas 183
LA GLORIA. — Pequeño poema en dos cantos 193
Cauto primero. — La Cabeza sin Corona 195
— 27S —
Canto segundo. — La Corona sin Cabeza 203
EL PASADO. — Ensayo dramático en tres actos y cu prosa. 211
Acto primero 213
Acto segundo 235
Acto tercero 555