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Amor y Anhelo: los misterios femeninos del

amor
Llewellyn Vaughan-Lee

El dolor del amor se transformó en la medicina para cada corazón,


la dificultad jamás podría haberse remediado sin amor.
—'ATTAR

El amor es la fuerza más ponderosa del universo, y por siglos los místicos han comprendido el
potencial transformativo del Amor divino. El amor nos atrae hacia el amor, el amor revela el
amor, el amor nos completa, y el amor nos lleva al Hogar. En las profundidades del alma, somos
amados por Dios. Este es el secreto más profundo del ser humano, la unión que hallamos en el
centro de nuestro ser. Y sin embargo, hemos olvidado nuestra naturaleza esencial, nuestro más
profundo amor nos está velado. El sendero místico es un descubrimiento de este amor, un
despertar a nuestra propia capacidad de amar y ser amados.
Como todo lo creado, el amor tiene una naturaleza dual, positiva y negativa, masculina y
femenina. El aspecto masculino del amor es "yo te amo". La cualidad femenina es "te estoy
esperando; te anhelo". Para el místico es el lado femenino del amor, el anhelo, la copa esperando
ser llenada, que nos lleva de vuelta a Dios. El ansia es un estado dinámico y un estado de
receptividad al mismo tiempo. A raíz de que nuestra cultura ha rechazado por tanto tiempo lo
femenino, hemos perdido contacto con la potencia del anhelo. Mucha gente siente este dolor del
corazón y no comprenden su valor; no saben que es su conexión más íntima con el amor.
El anhelo es la dulce dolencia de pertenecer a Dios. Una vez que el ansia se despierta en el
corazón, se vuelve el camino más directo al Hogar. Al igual que el imán, el anhelo nos atrae al
interior de nuestro propio corazón donde se nos completa y transforma. Esta es la razón de que
los místicos sufíes siempre hayan recalcado la importancia del ansia. El gran sufí Ibn'Arabî
oraba: "Oh Dios! Nútreme no con amor sino con el deseo de amar", mientras que Rûmî
expresaba la misma verdad en términos simples: "No busques agua, mantente sediento".
El misterio femenino del anhelo pertenece a la naturaleza del alma, que es siempre femenina ante
Dios. En la más íntima cámara del corazón vamos al encuentro con Dios, receptivos y atentos,
necesitados de Su sustento. El místico sabe que sólo Dios puede completarnos o integrarnos en
un todo, sólo Dios puede sanar la dolencia del alma. La mística del siglo IX, Râb'ia, quien fuera
una de las primeras sufíes en acentuar la importancia del amor devocional, expresó esta verdad
mística:
"La fuente de mi angustia y soledad está en el fondo de mi pecho.
Esta es una dolencia que ningún doctor puede curar.
Sólo la unión con el Amigo puede curarla."
El corazón tiene ansias de Dios y busca encontrar a su verdadero Amado. Si seguimos nuestro
anhelo, si nos permitimos ser perforados por el dolor de la separación de la fuente, seremos
atraídos nuevamente hacia Dios.
El anhelo es el aspecto central de todo sendero místico, como decía sencillamente el autor
anónimo de la mística clásica del siglo XIV, en La nube de la inconsciencia: "Toda tu vida debe
ser una de anhelo". Sin embargo, nuestra sociedad occidental actual está tan divorciada de la
fibra mística que se halla por debajo de cada sendero espiritual, que no tenemos un contexto que
nos permita apreciar la naturaleza de la aspiración del corazón por la Verdad. Hay mucha gente
que siente la infelicidad de un alma nostálgica, y sin embargo, no saben su causa. Ellos no
reconocen lo milagroso de su dolor, que es el ansia de su corazón la que los llevará de regreso al
Hogar.
Una amiga tuvo un sueño simple y poderoso en el cual ella estaba sola en un paisaje aullando a
la luna. No hubo respuesta, no hubo réplica a la angustia de su llamado, y cuando despertó se
sintió como una fracasada. Ella había llamado y no había llegado respuesta alguna. Pero la
tradición de amantes sabe desde hace mucho que nuestro llamado es la respuesta, nuestro anhelo
por Él es Su anhelo por nosotros.-"Tú eres quien me llama a Ti mismo". La añoranza del corazón
es la memoria de que en algún lugar estamos unidos con Dios.
El anhelo nos lleva desde la separación de retorno a la unión, desde un fragmentado sentido de
nosotros mismos a una auténtica integración de nuestro verdadero ser. El anhelo del corazón es
signo de la más profunda realización, pero aterroriza a la mente porque no pertenece a este
mundo. No hay un amante visible, nadie a quien tocar o controlar. Es una relación amorosa de
esencia a esencia nacida antes del principio de los tiempos. Lamentablemente, hemos olvidado
su potencia, nuestra cultura no tiene espacio para este deseo por lo intangible. En la tradición
cristiana, esta relación esta encarnada en la devoción de María Magdalena por Cristo. Después de
la crucifixión, ella se paró frente al sepulcro vacío donde Jesús había sido enterrado, llorando. Y
entonces Él, resucitado de entre los muertos, vino y le habló, diciendo: "¿Mujer, por qué lloras?
¿A quién buscas?" Primero, ella lo confundió con un jardinero hasta que Él la llamó: "María", y
entonces ella se dio vuelta y respondió: "Rabboni", que significa Maestro.
En este encuentro hay anhelo y devoción, y el antiguo misterio de la relación de maestro y
discípulo. Pasa a menudo desapercibido que María Magdalena fue la primera en ver a Cristo
resucitado, pero esto es profundamente significativo; porque es esta actitud femenina interna del
corazón, de ansias y devoción que ella encarna, lo que le permite al amante acceder al misterio
trascendental del amor en el cual el sufrimiento y la muerte son los pórticos de acceso a un
estado de conciencia superior. El amante espera sollozando que el Amado revele Su verdadera
naturaleza.
Nuestra cultura ha olvidado y enterrado la entrada de acceso a la devoción, y el amante queda a
menudo abandonado, como colgando de un hilo, sin siquiera conocer ni la naturaleza verdadera
ni el propósito del anhelo que tira del corazón. Es fácil pensar que este descontento del alma es
un problema psicológico, confundir la añoranza con depresión o identificarla con un complejo
materno, o como el resultado de un matrimonio infeliz. Necesitamos reclamar la santidad de la
tristeza y el significado de las lágrimas del corazón. Porque el anhelo del amante es la añoranza
de retornar a la fuente donde toda las cosas son incluidas en la totalidad. El sufrimiento de Sus
amantes es el dolor de parto que nos despierta a una conciencia superior en la cual el amor une
este mundo con el infinito y el corazón abraza a la vida, no desde la perspectiva divisiva del ego
sino desde la dimensión eterna del Ser. Desde dentro del corazón, la unicidad del amor se vuelve
la más profunda maravilla de la vida, porque, como bien dice Hildegard von Bingen: "Es el
corazón el que ve la eternidad primordial de cada criatura".
Si pudiéramos crear un contexto para el anhelo, entonces aquellos cuyos corazones llevan esta
misión, comprenderán la verdadera naturaleza de su pena. Ya no necesitarán reprimirla más,
temiendo que sea una anormalidad o un problema psicológico. Precisamos ser capaces de afirmar
colectivamente este secreto íntimo: que el corazón sufre porque no ha olvidado su verdadero
amor.
Si seguimos el camino de cualquier dolor, de cualquier herida psicológica, este nos llevará al
dolor primordial: el dolor de la separación. Habiendo nacido en este mundo, nosotros
experimentamos estar separados de la unicidad, de Dios, del corazón de nuestro Amado. Somos
expulsados del paraíso y llevamos las cicatrices de esta separación. Pero si contenemos el
sufrimiento, si le permitimos que nos guíe a lo profundo de nuestro ser, nos llevará más hondo
que cualquier sanación psicológica. El amor y el sufrimiento son agentes transformativos
poderosos porque abarcan el misterio de ser humano. El anhelo es la invitación del amor a
"regresar a la raíz de la raíz de tu propio ser", al lugar en el centro de nuestro ser donde siempre
estamos enteros, completos.
Estamos condicionados a evitar el dolor, sin embargo para el místico el penar del corazón es el
hilo que nos guía, la canción del alma que nos descubre. Meister Eckhart decía: "Dios es el
suspiro en el alma", y este suspiro, este lamento, es la ponzoña más preciada. El modo en que el
corazón nos cura de los sufrimientos que nos auto-infligimos es siempre un misterio. El amor es
el poder que nos abre y nos transforma, que nos embriaga y nos confunde. El amor nos guía más
profundamente, sacándonos de la prisión de nuestro limitado ego, llevándonos a la libertad y
totalidad de nuestra naturaleza divina. Citando las palabras del santo sufí Jâmî: "Nunca rechaces
el amor, ni siquiera el amor en forma humana, porque tan sólo el amor te liberará de ti mismo".

-Publicado en la revista Personal Transformation, Verano 1999


http://www.goldensufi.org/s_a_amoryanhelo.html

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