Está en la página 1de 10

CAPÍTULO TERCERO

EL ESTADO MODERNO:
EL ESTADO-NACIÓN Y LAS CREENCIAS RELIGIOSAS

SUMARIO: I. PRESUPUESTOS.– II. LA COMUNIDAD POLÍTICA.– 1. La soberanía.– 2. El


poder.– 3. Estado-Nación.– 4. Política y religión. La razón de Estado.– III. LA COMUNIDAD
CULTURAL.– 1. La reforma protestante.– 2. La contrarreforma católica.– IV. INDIVIDUO Y
COMUNIDAD.

I. PRESUPUESTOS

La aparición del Estado-Nación se identifica con el comienzo de la Edad Moderna. Esta


afirmación, no obstante, debe ser matizada, dado que ha sido un proceso paulatino si bien lo que sí es
cierto es que esta nueva forma política se va a consolidar durante la Edad Moderna, sobreviviendo
hasta la actualidad. Pero aparte las peculiaridades propias de este nuevo marco político su aparición va
acompañada de una serie de cambios ideológicos y sociales relevantes que han facilitado la
implantación y el desarrollo del Estado.
La cristiandad medieval representa un marco ideológico y un escenario político-social singular.
La concepción ideológica de la cristiandad medieval se basa, siguiendo el modelo del imperium mundi
romano en una concepción ecuménica que atribuye a la comunidad cristiana el carácter de comunidad
universal.
La comunidad cristiana es potencialmente universal, aspira a extenderse y dominar todo el
mundo conocido y, mientras tanto, desconocen las realidades políticas ajenas. Pero además en ese
universo cultural rige, un solo centro de poder, identificándose así la unidad cultural y la organización
política monocéntrica, sin relaciones con el exterior.
La segunda manifestación de esta comunidad cristiana se encuentra en que la unidad política y
la unidad cultural se expresa a través de une dualidad de poderes – emperador y papa – que encarnan
las dos dimensiones de la comunidad: la temporal y la espiritual.
Este esquema medieval se va resquebrajando paulatinamente. Las luchas entre los dos poderes –
emperador y papa – les van a debilitar recíprocamente, favoreciendo, por una parte, su declive, y por
otra parte, la aparición de nuevas formas políticas.
La principal novedad, en este sentido, va a consistir en el surgimiento del regnum como una
estructura política sólida, que va a consolidarse durante la baja Edad Media y será el fundamento del
Estado-Nación.
La aparición del Estado-Nación es, como decíamos, el resultado de un lento proceso de
evolución, en el que, por un lado, se lleva a cabo la eliminación de obstáculos entre el individuo y el
rey, con la finalidad de ejercer la potestad real directamente sobre sus súbditos y no a través de
intermediarios – aldeas y ciudades con sus órganos de gobierno correspondientes –, cancelando el
carácter intransitivo del poder, que tenía que ejercerse antes a través de cada uno de estos grupos
intermedios.
Por otro lado, esta estructura política se consolida con el reconocimiento de la soberanía del
reino, es decir, la declaración de que por encima del rey no existe ningún poder superior. El
debilitamiento del Imperio facilita este reconocimiento, así como el apoyo del papa a los reinos para
que eludan su sumisión al emperador. Ayuda que, sin embargo, se volverá en contra de la Iglesia, que
verá cómo el papa acaba siendo sometido al rey, situación que se iniciará con el traslado del papa a

1
Aviñón (Clemente V, 1311).
La crisis del imperio, como ya hemos dicho, va acompañada de la crisis del papado. El traslado
de la Corte pontificia a Aviñón (1305-1378); el cisma de occidente, que dio lugar a la presencia
simultánea de hasta tres papas; la tensión entre conciliarismo y papismo, en busca de la primacía del
poder en la Iglesia; las propuestas de reformas de la Iglesia, provenientes de muy diversos sectores,
etc., todo ello constituirá el caldo de cultivo que facilitará la ruptura de la unidad religiosa con la
aparición del protestantismo.
La definición de los rasgos más significativos del Estado-Nación como comunidad política
exige comentar las siguientes cuestiones:
a) La soberanía; b) el poder; c) la nación; d) política y religión.

II. LA COMUNIDAD POLÍTICA.

1. La soberanía

Se atribuye a Bodino el mérito de haber aportado a la ciencia política el concepto de soberanía.


La soberanía – dice Bodino – es el poder absoluto y perpetuo de la república. Ahora bien, sólo se puede
hablar república cuando existe una comunidad humana cuyo poder temporal es independiente del
espiritual y de todos los poderes humanos. La soberanía, por tanto, es la independencia de una
comunidad política respecto a cualquier otro poder, temporal o espiritual.
En el concepto de soberanía late la idea de la comunidad política como titular de un poder
supremo que no reconoce ningún otro poder superior. Aquí se trata de subrayar que el regnum – a
quien se aplica la teoría de la soberanía – es independiente y no está sometido al Imperio.
Los primeros precedentes de la moderna teoría de la soberanía se encuentran ya en el siglo XIII
en la que ciertos reinos se declaran exentos del Imperio. La jurisdicción del Imperio será aplicada a
otros reinos, pero no a éstos, que por diversas razones se consideran al margen del Imperio.
El primer precedente de esta liberación del Imperio se encuentra en la famosa defensa de la
libertas Eclesiae, sostenida por Gregorio VII frente al emperador en el siglo XI.
Ya en el siglo XII algunos canonistas – entre los que destacó el español, Lorenzo Hispano –
sostuvieron la independencia de algunos reinos frente al emperador, formulando la siguiente
clasificación:
a)reinos creados por el emperador;
b)reinos que han adquirido la jurisdicción temporal de manos de los papas;
c) los que mantienen una relación feudal o cuasi-feudal con el patrimonio de San Pedro;
d) aquellos en los que el rey no está sometido a nadie (rex qui nulli subest) y, por tanto, no
reconoce a ningún superior en asuntos temporales (rex superiorem in temporalibus non
recognocens).
Lorenzo Hispano sostendrá que en aquellos pueblos liberados de la sujeción imperial no tiene
vigencia el Derecho romano y que, por tanto, podrán crear su propio Derecho (quaelibet regio potest
sibi imponere legem) y además podrán establecer los deberes fiscales dentro de su reino (regnum quod
est fiscus). Este reconocimiento de la independencia de ciertos reinos respecto al emperador se
plasmará en la expresión: el rey, emperador en su reino (rex, imperator in regno suo), es decir, el rey
tiene todos los poderes del emperador en su reino.
Esta doctrina, sancionada por los papas en diversas decretales, aportará un nuevo dato,
especialmente relevante para la futura definición del estado nos referimos a la cuestión de la
territorialidad, que se convertirá más tarde en un elemento definidor del Estado.

2
El papa Clemente V, en su decretal Cura Pastoralis (1313), declara que el rey es soberano y,
por tanto, no puede ser citado ante el tribunal de otro rey ni del emperador, puesto que no es súbdito
suyo. Aplicando al caso el carácter territorial de la competencia judicial, la decretal consagra el
principio de soberanía territorial y niega la universalidad del poder del emperador, ya que, según el
Decreto de Graciano, el emperador sólo ejerce un poder territorialmente limitado. Por consiguiente, el
rey no puede ser emplazado por nadie, puesto que residiendo en su propio reino, donde tiene su
domicilio ordinario, nadie – ni siquiera el emperador – tiene competencia, sobre el rey dentro de su
territorio.
La soberanía, en el Estado moderno, se entiende así como un poder supremo hacia el exterior, lo
cual supone su independencia no sólo respecto al emperador, sino también en relación con el papa.
Las previsiones de Maquiavelo, sin embargo, sobre la separación entre política y religión
tuvieron poco que ver con los hechos inmediatamente posteriores, en los que la religión se convirtió en
una cuestión capital en la construcción del Estado-Nación, hasta el extremo de causar los mayores
estragos dentro de cada Estado (persecuciones, destierro, revueltas y matanzas, como la noche de San
Bartolomé) y graves conflictos entre Estados (guerras religiosas).
Es cierto que la posición del príncipe le convierte en jefe oficial o de facto de una facción
religiosa en virtud de la soberanía del reino y, por tanto, sin sometimiento a un poder exterior como era
el papa. Pero los hechos desmienten claramente la pretendida autonomía de la ciencia política de la
religión a partir de Maquiavelo. En la doctrina y en la praxis política la religión se convirtió en un
punto central de referencia de la vida política hasta finales del siglo XVII.
La soberanía de los regna exige que el Estado adopte una serie de medidas que garanticen su
existencia y sirvan de signos de identidad del nuevo Estado soberano. La soberanía de estos nuevos
entes políticos requerirán, una fijación de los límites territoriales de cada uno de ellos.
El territorio, previamente delimitado con una precisa fijación de sus fronteras, se convierte en
un elemento esencial del nuevo Estado. Y para garantizar el ejercicio de la soberanía sobre estos
territorios se formalizarán varios instrumentos fundamentales de esta nueva comunidad política: la
diplomacia, el ejército nacional y la moneda nacional.
La representación del Estado ante los otros Estados y la canalización de la comunicación entre
ellos se reabre a través de la diplomacia, que se va a convertir en un referente indispensable de la
soberanía del Estado frente a los otros Estados soberanos. La defensa de la integridad territorial, por
otra parte, se encomendará a los ejércitos del rey, que tendrán como misión la defensa de las fronteras y
la iniciativa bélica fuera de ellas, en caso de agresión o represalia, en los territorios de otros Estados,
cuando ha fracasado la diplomacia para la resolución de los conflictos interestatales.
Los grandes movimientos económicos que se producen en los albores de la Edad Moderna, con
la expansión del comercio, el florecimiento, de la industria, el descubrimiento de nuevos mundos, etc.,
contribuyen a fomentar y desarrollar una política unificadora de la moneda, que acabará convirtiéndose
en uno de los símbolos representativos de la soberanía estatal».

2. El poder

La otra cara de la soberanía, es decir, la dimensión ad intra de la comunidad política es el poder


sobre los miembros y las instituciones. Hemos advertido ya que en la Edad Media, junto a la
superestructura universal, representada por el emperador y el papa, existían una serie de entidades
menores (regnum, civitas, aldea) con sus gobiernos propios que hacían impracticable una comunicación
directa del poder supremo con cada uno de los individuos integrantes de la comunidad política.
La concentración del poder en manos de la monarquía mediante la supresión de poderes

3
intermedios se realizará a través de la derogación de antiguos privilegios que impedían el ejercicio del
poder real; en concreto, la prohibición de recaudar impuestos, la prohibición del ejercicio de la
jurisdicción y la prohibición de entrada de los funcionarios reales. La supresión de estas inmunidades
territoriales permitirá al rey el ejercicio de estos poderes (jurisdiccionales, fiscales y de entrada de
funcionarios) en los territorios inmunes.
Otro instrumento de concentración de poder se va a llevar a cabo a través de la unificación del
Derecho. Esta operación exige una modificación radical de los principios vigentes en la Edad Media:
primacía del Derecho viejo sobre el nuevo; primacía del Derecho subjetivo sobre el objetivo; vigencia
de la Fehde o guerra privada como solución de los conflictos entre privados.
Bodino, sin embargo, sitúa la soberanía en el ámbito del Derecho, al que concibe como
condición inexcusable para la realización de los fines políticos. Por ello, el poder legítimo está
sometido al Derecho: «El poder absoluto no significa otra cosa que la posibilidad de derogación de las
leyes civiles, sin poder atentar contra la ley de Dios». La ley, en consecuencia, es el instrumento real
para la realización de la justicia. Este absolutismo limitado va a ser superado por la doctrina posterior,
alcanzando su máxima expresión en Hobbes, para quien el poder del rey carece de límites.
Aunque se admite que todo poder proviene de Dios, es una constante de la doctrina medieval
que el poder reside en la comunidad, que lo delega en el emperador o en el rey para la consecución del
bien común en caso contrario el rey se convierte en tirano pudiendo el pueblo resistirse al poder y a la
deposición del rey o del emperador cuando incumple la ley, que es una creación de la comunidad.
La doctrina absolutista modifica sustancialmente este planteamiento al atribuir el poder al rey
directamente de Dios, sin pasar por la comunidad. Al quedar privada del poder, la comunidad no tiene
derecho a la desobediencia, a la resistencia e incluso al tiranicidio. Los ciudadanos se convierten en
súbditos y no existen esferas privadas inmunes al poder absoluto del rey.
El instrumento para garantizar la vigencia y eficacia de este poder absoluto y centralizado será
la burocracia. La tendencia a la unificadora del Derecho y de las jurisdicciones irá acompañada de la
creación un aparato administrativo centralizado, desde el que se ejercerá el poder del rey y en nombre
del rey; los burgueses asumen funciones hasta entonces reservadas los estamentos noble o clerical. La
creación de una serie de organismos centralizados abarca al gobierno, la justicia, las finanzas, el
ejército) diplomacia, etc. Este aparato ejerce verdaderamente el poder del monarca y se extiende hasta
los últimos rincones del territorio del Estado. La burocracia, el ejército, la diplomacia, la justicia y la
organización económica y financiera constituyen lo que se ha denominado instrumentum regni sin los
cuales no habría sido posible desarrollar el extenso poder acumulado por los monarcas absolutos.

3. Estado-Nación

Es común la calificación del Estado Moderno como Estado-Nación si bien existe también una
opinión bastante generalizada que niega existencia de la nación como elemento con relevancia política
hasta el S. XIX.
La comunidad política, según la doctrina medieval, se identifica por la presencia del principio
de unidad. La diferencia entre un colectivo constituido en comunidad política y un colectivo convertido
en multitud informe, dispersa y desunida radica en que el primero está regido por el principio de unidad
y el otro carece de él.
La importancia de este elemento en la constitución de una comunidad política requiere dar un
paso más y determinar qué es lo que causa esa unidad. Para unos, esta unidad viene determinada por la
voluntad de los hombres de vivir juntos y construir esa comunidad; Sus seguidores se niegan a
reconocer la existencia de verdaderas naciones, y de un verdadero sentimiento nacional, anclados en la

4
idea de que con anterioridad el pueblo ha carecido de libertad política para lograr su propia
autodeterminación como grupo. Para otros, en cambio, esa unidad viene dada por la existencia de unos
sentimientos comunes (lengua, raza, religión, costumbres, etc.), que permiten identificar a ese grupo y
diferenciarlo de los demás ya que los rasgos identificadores de la nación, especialmente la lengua, la
religión o la etnia, permitirían determinar la existencia de naciones en Europa desde principios de la
Edad Media.
Sin entrar en esta polémica, nos parece oportuno recordar que en la Edad Media se había
generalizado la nomenclatura difundida por San Isidoro, que distinguía Populus y natio. Populus es un
grupo humano políticamente organizado, mientras que natio es un grupo humano que tiene un origen
común, una raza.
La evolución de este concepto lo acabará vinculando con un territorio, con el lugar de
nacimiento, de tal manera que nación significará el origen o procedencia de una persona.
El nombre de la nación de origen se convertirá en el reflejo del lugar de nacimiento, como nexo
o vínculo de unión de quien tienen la misma procedencia, se va a intensificar con la recuperación la
idea clásica de patria.
La misma palabra tierra pasa a designar (en nuestra baja Edad Media) el ámbito concreto y
caracterizado en que se asienta un poder político y la comunidad a la que pertenece. En este!
descubrimiento se encuentra el origen de una nueva relación política, entre el titular del poder y los
miembros de la comunidad, denominado naturaleza. Esta relación no se circunscribe a una relación con
el poder, sino que revela también la relación o vínculo con la nación.
La confluencia de las nociones natio, patria, tierra como expresión de realidades vitales y
sentimientos compartidos por la población dará lugar a que en la segunda mitad del siglo XVI los
habitantes del territorio de Lieja adquieran conciencia de formar una unidad política donde se
desarrollan unas instituciones comunes: en el mismo momento comenzaron a hablar del país de Lieja.
La idea nacional, presente ya en muchos reinos, va a ser utiliza como instrumento político de
cohesión social. La exaltación de las costumbres y de las virtudes patrias propias del Renacimiento va a
ir acompañada de otra medidas que pretenden convertir el reino en nación instaurar el moderno Estado
sobre un conglomerado social unido unos rasgos comunes y solidarios. La unificación del Derecho, de
las jurisdicciones, de la violencia legítima son elementos necesarios para construir el Estado; la
unificación de la lengua, de l etnia y de la religión son objetivos irrenunciables para construir una
nación sobre el asiento del Estado.

4. Política y religión. La razón de Estado

Entre los muchos méritos que atribuye la doctrina a Maquiavelo hay que mencionar, sin lugar a
dudas, su capacidad intencionada o no para provocar la polémica y la controversia. Sin haberla citado
en ningún momento, de manera expresa, la razón de Estado constituye uno de los debates más vivos de
la ciencia política, que se prolongará varios siglos y que dividirá a los estudiosos en maquiavelistas y
antimaquiavelistas.
Maquiavelo no creó la expresión razón de Estado, ni siquiera la mencionó.
Pero afirma que quien quiera comportarse como un hombre bueno acabará sucumbiendo ante
los que no lo son. En consecuencia, conviene que un príncipe, si se quiere mantenerse en el poder,
aprenda a no ser bueno y a usar esta estrategia según la necesidad que tenga».
El Príncipe de Maquiavelo rompe el esquema habitual de la enseñanza de los principios y
normas morales e invita al príncipe a que aprenda a no ser bueno. Esa afirmación, aparte el escándalo
que pudiera provocar, suponía la ruptura formal y sustancial con la religión y la moral cristiana.

5
Para Maquiavelo «el Estado no podrá prescindir de la religión, la moral, del Derecho como
fundamentos de la existencia, y, sin embargo, él mismo daba el ejemplo funesto de su violación cuando
así lo exigía los imperativos de su propia existencia». La contradicción la salva el autor alegando que la
misma necesidad que obliga al príncipe a no obrar moralmente en determinadas circunstancias obliga a
los hombres a obrar moralmente, pues sólo por necesidad obran bien los hombres.
El príncipe no está sometido a la religión ni a la moral cuando tiene necesidad de conquistar o
conservar el poder. Esta declaración será suficiente para recibir las más duras críticas en aquel
momento histórico. Sin embargo, las primeras reacciones fueron favorables a las tesis de Maquiavelo.
El mayor difusor de la razón de Estado, Botero, clérigo y discípulo de los jesuitas, escribió un libro
bajo el título Sobre la razón de Estado (1589), en el que reproducía numerosas afirmaciones de
Maquiavelo eludía las más comprometidas y acababa reconociendo que el interés del príncipe triunfa,
finalmente, sobre todas las cosas.
El maquiavelismo destruye la fe y pone en peligro todos los logros de la contrarreforma, al
convertir la religión en un instrumento de la política, en una fuente indispensable, pero, en primer
término, utilitaria del poder. Su crítica a la razón de Estado y a Maquiavelo la extiende a los príncipes
cristianos: «casi todos los príncipes cristianos son políticos maquiavélicos y usan de la religión sólo
como un medio de dominación».
Conciliar política y religión fue un objetivo de la contrarreforma que pretendió aunar en
compleja unidad la ratio confessionis y la ratio status.
El examen de la razón de Estado permite afirmar que la religión no fue desalojada de la política
como consecuencia de las tesis maquiavelistas. Todavía en el plano doctrinal se mantendrá como un
principio básico de la teoría política la existencia de la religión. La crisis de la unidad religiosa
permitirá un mayor pluralismo religioso en los nuevos Estados, que conformarán el mapa político
europeo; pero este plural escenario político-religioso no se va a corresponder con el mundo interno de
cada Estado, donde una concepción confesional monopolista va a impedir la convivencia de
confesiones diversas y va a imponer un régimen de implacable intolerancia.

III. LA COMUNIDAD CULTURAL

1. La reforma protestante

La unidad religiosa que sirvió de soporte cultural a la cristiandad medieval va a sufrir una
profunda crisis como consecuencia de la aparición del protestantismo. La reforma de la Iglesia
Católica, que constituye el emblema de este nuevo movimiento religioso, es una constante histórica que
se reitera a lo largo de la baja Edad Media, especialmente desde la crisis del papado y su traslado a
Aviñón.
La nueva religión pretende contribuir a la reforma de la Iglesia en términos parecidos a como lo
habían hecho otros eclesiásticos, pero abordando y dando algunas cuestiones y proponiendo unas
soluciones que necesariamente habrían de conducir a este movimiento a la escisión con la Iglesia de
Roma.
Es un lugar común, aunque al parecer no contrastado, que una de las cabezas más visibles y
relevantes de este movimiento; Lutero parte del principio de la justificación por la fe, por lo que el
cristiano no tiene necesidad de obra alguna. Esto significa que no está obligado por los mandamientos
ni por las leyes y, por tanto, si está desligado es libre: esta es la libertad cristiana. La Iglesia es una
sociedad invisible, espiritual, que no necesita exteriorizarse, por lo que se opone a que sus seguidores
pretendan organizarse.

6
Bajo estas premisas, Lutero proclamará con entusiasmo la libertad del cristiano, liberado de las
leyes y preceptos humanos, así como de las obras, que es precisamente en lo que consiste la libertad
evangélica de creencia. Esta liberación, sin embargo, tiene un límite: la Escritura, que constituye la
sola ley para el cristiano. En consecuencia, no sólo niega la autoridad del papa, sino también la
autoridad del príncipe en los asuntos religiosos.
Estos principios doctrinales corresponden con los primeros años de enseñanza de Lutero; sin
embargo, poco tiempo después irá proponiendo otras tesis, aparentemente al menos, contradictorias con
las mencionadas. Define una serie de funciones que debe desarrollar el príncipe evangélico siendo una
triple función:
1) favorecer lo mejor que pueda la predicación de la Escritura;
2) impedir la predicación de las doctrinas falsas y heréticas;
3) procurar que todos oigan la palabra de Dios, obligándoles si es preciso. Más tarde separará la
libertad de conciencia que debe ser respetada y la libertad de cultos que puede ser reprimida
por el príncipe cuando ese culto constituye una blasfemia pública – como por ejemplo la
misa – a la majestad divina.
Lutero se aproxima cada vez más a la idea de la religión única y al principio pactado en la paz
de Augsburgo (1555): cada reino, su religión (cuius regio, eius religio). En nombre de la paz pública no
tolera más que una religión en cada principado.
La difusión del luteranismo y en especial las atribuciones conferidas los príncipes en asuntos
religiosos conducirá a un refuerzo del absolutismo político y a la configuración de un nacionalismo
religioso en toda Europa.
Esta doctrina conducirá directamente al principio que constituirá el fundamento de la paz de
Augsburgo. En un Estado o en un principado no puede haber más que una religión: la del príncipe
gobernante del mismo. En nombre de su misión civil y de su misión espiritual el príncipe tiene la
obligación de constituirse en guardián de la unidad religiosa de su territorio. Surge así la Iglesia de
Estado o Iglesia nacional, cuyo fundamento será la confesionalidad del Estado, con plenas
competencias del poder político sobre las Iglesias nacionales.
La organización y régimen jurídico de estas confesiones corresponderá al monarca, naciendo
así, en los países protestantes, una nueva rama del Derecho: el Derecho eclesiástico del Estado.
La independencia del papa de Roma fue sustituida por la dependencia del príncipe; el Derecho
canónico, quemado en la plaza pública como contrario al espíritu del protestantismo, fue sustituido por
el Derecho eclesiástico del Estado, un Derecho promulgado por el príncipe, con una minuciosa
regulación de los asuntos eclesiásticos. La tensión entre poder religioso (papa) y el poder político fue
sustituido por la subordinación de la religión a la política, asumiendo la jefatura religiosa (cada Estado
el monarca o el príncipe). En pleno absolutismo político es atribución al rey del poder eclesiástico
contribuye a legitimar y ampliar los poderes ilimitados del rey y a sancionar un régimen político. La
identificación de cada reino con una religión contribuirá, además, a favorecer la creación de un
nacionalismo religioso que acabaría siendo el origen de las guerras religiosas que asolarán el continente
europeo a lo largo de los siglos XVI y XVII.
La reforma protestante, mezcló la teoría Perduró la concepción de una sola iglesia como
guardián de la única verdad revelada, y el hecho de que el protestantismo reemplazase la autoridad de
la jerarquía por la infalibilidad de la Escritura no hizo que las iglesias reformadas fuesen menos
autoritarias.

2. La Contrarreforma católica

7
La respuesta oficial del catolicismo al naciente protestantismo se producirá en el concilio de
Trento (1545-1563), que tendrá como objetivo el ataque a la nueva religión y la defensa de la Iglesia
católica (Contrarreforma) y el intento de revisar y reforzar hacia dentro la Iglesia, tanto en el aspecto
doctrinal, como en el moral y disciplinar (reforma católica). La condena del protestantismo supone la
definitiva división de Europa en dos grandes bloques: Estados protestantes y Estados católicos.
La identificación protestante de la política y de la religión en la persona del monarca,
favoreciendo así el nacionalismo religioso, se va a transmitir a las monarquías católicas, que cerrarán
celosamente sus fronteras a las nuevas religiones, apoyándose en la paz de Augsburgo y en la práctica
política de los monarcas protestantes.
El nacionalismo religioso se agudiza con la Reforma también en las monarquías católicas.
La interacción de los Estados protestantes y de los Estados católicos no sólo favorece e
intensifica el nacionalismo religioso. La imagen del monarca protestante con plenos poderes sobre los
asuntos religiosos tiene su correspondencia en las monarquías católicas con las teorías que bajo
nombres diversos (galicanismo en Francia, josefinismo en Austria, regalismo en España) reivindican
una serie de competencias eclesiásticas en favor del rey, en agria disputa con el papa.
La defensa de los derechos del rey (regalías) frente a pretendidas invasiones de la autoridad
eclesiástica dio lugar a este problema de competencias que tuvieron su planteamiento en los espacios
concretos de cada reino nacional, favoreciendo la idea de Iglesias, que aun sin renunciar a sus vínculos
con la Iglesia de Roma, tenían muy acentuados unos caracteres nacionales.
El origen absolutista y nacionalista y su vinculación con las ideas protestantes explica que estas
reivindicaciones monárquicas tuvieron su lugar de nacimiento en Francia, que siguiendo una antigua
tradición, reivindicó las libertades de la Iglesia galicana, recibiendo el nombre de galicanismo. Esas
libertades estaban en contraposición con ciertos derechos y potestades del papa, por lo que el
galicanismo negaba la potestad del papa en asuntos temporales, careciendo de poder para deponer
príncipes y para absolver a los súbditos del juramento de fidelidad. El Concilio general era superior al
papa y la autoridad de éste se encontraba limitada por las leyes aceptadas por toda la Iglesia y por las
leyes y costumbres admitidas en el reino y en la iglesia de Francia.
La fundamentación de esta doctrina se encontraba en el deber del rey de defender a la Iglesia en
beneficio de ella misma (ius advocatiae), frente a ella (ius cavendi) o a favor de los súbditos (ius
supremae inspectionis).
El ejercicio de estos derechos reales comenzó en España en el siglo XVI en buena armonía con
el papa, teniendo en cuenta las circunstancias del siglo; pero en el siglo XVII comenzaron ya los
conflictos con la Santa Sede. Las principales instituciones regalistas españolas fueron el pase regio, en
virtud del cual no se podían publicar documentos pontificios sin la autorización previa del monarca; los
recursos de fuerza, que vinculaba el ejercicio de la jurisdicción eclesiástica a la jurisdicción real,
convirtiéndose esta última en tribunal de apelación de las causas eclesiásticas.
El patronato regio, que el rey español había recibido por concesión del papa Adriano VI en
1536, se hizo extensivo a todos los oficios y beneficios eclesiásticos, por lo que el rey tenía derecho de
presentación la investidura de todos los cargos eclesiásticos (obispos, canónigos, dentro de los límites
territoriales del reino. Entre estas instituciones eclesiásticas de dependencia real destaca el Tribunal de
la Inquisición ya se había reconocido por el papa a los Reyes Católicos.

IV. INDIVIDUO Y COMUNIDAD

La concentración del poder en manos del rey, un poder ilimitado que abarca ámbito temporal y
el espiritual y que, además, no procede de la comunidad, sino que el rey – según la doctrina del derecho

8
divino de los reyes lo recibe directamente de Dios, engrandece de manera espectacular un polo el del
poder del rey – y minimiza el otro polo, en el que se encuentra el individuo y su libertad.
La tensión que produce este desequilibrio y la reacción que se origina contra esta opresión va a
favorecer la emergencia de las libertades individuales. Pero mientras tanto el individuo se verá privado
de los derechos más elementales; se verá obligado a elegir entre abandonar sus proa creencias
religiosas o abandonar el país que le vio nacer.
La opresión del poder provocará revueltas, rebeliones, levantamientos, que serán reprimidos con
el destierro, el cautiverio o la muerte.
En Francia, la creciente presencia de hugonotes mueve a la regente Catalina de Médicis a
promulgar un edicto (1562) en el que, se prohibe la celebración de asambleas culturales protestantes, si
bien abre portillo a la tolerancia, permitiendo la celebración de estos cultos de y fuera de las ciudades.
La oposición de los católicos a este edicto provocará la primera guerra civil.
El argumento histórico es impecable. La identificación de la comunidad política y la comunidad
cultural ha sido una constante a lo largo de la historia, tal y como venimos describiendo desde el
mundo clásico. Pero algo nuevo está ocurriendo. Las nuevas circunstancias políticas con el nacimiento
del Estado-Nación, la influencia del humanismo renacentista” o la simple oposición a un régimen
político (el absolutismo) que ahoga la libertad personal, cualesquiera que fueren las causas, lo cierto es
que en medio de la opresión política surge un nuevo espíritu de tolerancia que abrirá las puertas a las
libertades individuales.
La política francesa posterior continuó fluctuando entre la toleran y las persecuciones y guerras
civiles. La defensa de la libertad de ciencia comenzó a encontrar adeptos entre sectores católicos y
protestantes.
La regla tradicional francesa: una fe, una ley, un rey parecía indicar que no podía haber
discordancia entre la fe tradicional (la católica la fe del rey, ni tampoco podían cohabitar dos creencias
sin alterar vulnerar la regla tradicional. Enrique IV fue consciente de las dificulta que entrañaba su
acceso al trono, pero no se apresuró a convertirse catolicismo. Se limitó a hacer una declaración en la
que juraba «mantener y conservar en nuestro reino la religión católica, apostólica y romana su
integridad, sin innovar ni cambiar ninguna cosa.
Cuatro años más tarde, el 25 de julio de 1593, Enrique IV abjuró de la religión protestante y
abrazaba la católica, siendo consagrado en Chartres el 27 de febrero de 1594. Durante este tiempo, sin
embargo sucedieron algunos hechos que influyeron en el pensamiento francés acerca de la tolerancia.
El primero de ellos fue la decisión del papa Gregorio XIV de deponer al rey Enrique IV y decretar la
excomunión todos aquellos que permanecieran fieles al príncipe hereje (1591).
Se proponen argumentos conciliadores que permitan la coexistencia del rey hugonote y del
pueblo mayoritariamente católico. La aproximación de católicos y protestan es evidente, y todo ello
contribuye a la elaboración de una literatura favorable a la tolerancia y a la formación de una
mentalidad más abierta a la coexistencia de creencias diversas.
Otro hecho que merece ser resaltado es la promulgación por Enrique IV del Edicto de Nantes
(1598), constituye el documento más completo y relevante de la tolerancia en Europa. En el texto se
volverá a distinguir entre libertad de conciencia y libertad de cultos. Garantiza la libertad de conciencia
a católicos y protestantes. La libertad de cultos, sin embargo, sufre enormes restricciones, regulando los
lugares en que se puede realizar. En consecuencia el Edicto garantiza una libertad de conciencia
general y una libertad de cultos limitada.
Es un texto, quizá aún prematuro para su tiempo, que pretende la pacificación religiosa, pero
también el asentamiento de la autoridad real frente a las facciones católicas y protestante».
La referencia a Francia, a propósito del dilema planteado por la ruptura de la unidad religiosa y

9
la posición del individuo en la comunidad, está justificada, en nuestra opinión, por el hecho de haber
intentado conciliar creencias diversas en un mismo reino. El principio de la unidad religiosa como
presupuesto de la unidad política empieza a resquebrajarse precisamente en Francia. En medio de
guerras civiles, luchas sangrientas y represiones la política francesa intenta crear una nueva vía – la
tolerancia –, que anticipa la ruptura con el pasado y abre una puerta al futuro que se avecina. No será
extraño que sea Francia también quien proclame en Europa por primera vez las libertades individuales.
Después de la muerte de Enrique IV el sistema encontrará en Richelieu su más brillante defensor, en el
doble campo de los asuntos internos y de las relaciones extranjeras. La política francesa se opondrá así
tanto a la casa de Austria, que se servirá del catolicismo para imponer un imperialismo temporal, como
a las potencias protestantes, que confiaban al Estado como tal la misión de consolidar y propagar la
reforma En ningún otro país de Europa la tolerancia de un culto disidente basó tan claramente, en esta
época, en el principio de una distinción efectiva entre los fines del Estado y los de la Iglesia».

10

También podría gustarte