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Las Administraciones Públicas para su propio funcionamiento y la realización de las actividades que tienen encomendadas,
necesitan contratar con los particulares e incluso entre sí mismas.
La singularidad radica en que los contratos que se celebran quedan sujetos a un régimen jurídico específico, distinto del que rige
para los contratos que celebran los particulares con un idéntico objeto.
El hecho de que la Administración Pública sea una de las partes es la causa de que las reglas aplicables sean diferentes.
Precisamente porque es objeto de reglas específicas, es objeto de estudio de esta disciplina, aunque no debemos olvidar que en
buena parte, el Derecho de la Contratación Pública nace del Derecho de contratos, que forma parte del Derecho privado.
El Derecho Administrativo atribuye a la Administración Pública poderes jurídicos, llamados potestades, de los que ningún particular
puede disponer. También somete dichas potestades, que se ejercen siempre para satisfacer el interés general, a limitaciones. Por
lo tanto dichos poderes o potestades (que antes fueron conocidos como prerrogativas) y limitaciones se proyectan en toda la
actividad contractual de la Administración.
La AA.PP. no puede contratar con quien quiera ni como quiera, con sólo respetar los límites generales que dispone el art. 1255 del
Código Civil para los contratos entre particulares.
Esas limitaciones responden por un lado, a que conviene al interés público que el contrato lo celebre con quien presente la mejor
oferta, y por otro, a que debe garantizarse que todos aquellos que estén interesados en contratar con la Administración tengan la
oportunidad de hacerlo.
La Administración debe proceder entonces como regla general, a una convocatoria pública que permita la concurrencia de todos
aquellos interesados en contratar respetando dos principios esenciales en la contratación pública: publicidad y concurrencia.
La existencia de intereses públicos en juego cuando nos encontramos ante un contrato público justifica la existencia de
prerrogativas en favor de la Administración.
Por eso la Administración puede poder interpretarlos y modificarlos de manera unilateral o incluso acordar su resolución.
Algo que como sabemos, esinalcanzable por los particulares en sus contratos.
El marco de las prerrogativas de la Administración lo proporciona el art. 190 LCSP.
Art. 190 de la Ley 9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector Público, por la que se transponen al ordenamiento jurídico
español las Directivas del Parlamento Europeo y del Consejo 2014/23/UE y 2014/24/UE, de 26 de febrero de 2014 (en adelante,
LCSP).
Art. 190 de la Ley 9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector Público, por la que se transponen al ordenamiento jurídico
español las Directivas del Parlamento Europeo y del Consejo 2014/23/UE y 2014/24/UE, de 26 de febrero de 2014 (en adelante,
LCSP).
Dentro de los límites y con sujeción a los requisitos y efectos señalados en la presente Ley, el órgano de contratación
ostenta la prerrogativa de interpretar los contratos administrativos, resolver las dudas que ofrezca su cumplimiento,
modificar los por razones de interés público, declarar la responsabilidad imputable al contratista a raíz de la ejecución del
contrato, suspender la ejecución del mismo, acordar su resolución y determinar los efectos de esta.
Igualmente, el órgano de contratación ostenta las facultades de inspección de las actividades desarrolladas por los
contratistas durante la ejecución del contrato, en los términos y con los límites establecidos en la presente Ley para cada
tipo de contrato.
La actual regulación de los contratos del sector público es el resultado de un largo y conflictivo proceso de adaptación a las
normas del Derecho Comunitario, que imponen a los poderes públicos de los Estados miembro determinadas exigencias en la
preparación y adjudicación de los contratos cuando revistan de especial importancia por su cuantía económica.