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Evidencia Científica en Enfermería

UNIDAD 1

LA SEGUNDA PIEL

Relato 2

El relato siguiente corresponde a un fragmento del libro Perder la piel de Marta


Allué1. Utilizaremos el mismo para realizar nuestro análisis de los sistemas que
interviene en la práctica.

La palabra ‹‹baño›› era para mí horror. Era y es el horror en estado puro. El pánico
empezaba cuando me lo anunciaban. ¿Otra vez? El último fue hace nada. El tiempo
pasaba volando entre uno y otro. Si lo retrasaban un día, descansaba. Lo olvidaba
deliberadamente durante unas horas. Pero casi era peor la amenaza que la tortura.
Después, era así:
Ya oigo al celador con la camilla, acercándose por el pasillo. ‹‹Vámonos›› ‹‹¿Ya? Pero
si todavía no ha hecho efecto el Búprex››. ‹‹Tranquila, Marta››. La trasmisión, con uno a
dos celadores, de la cama a la camilla. La superficie helada, húmeda, como la mesa
de la morgue, seguro. El corredor hasta la sala de curas. La grúa. Ya estoy dentro.
Hace frío. Me dejan sola, mientras el agua, calentándose, choca contra el fondo
metálico de la cubeta. Ese sonido me persigue. Me propongo aguantar bien el trago
y a los pocos minutos me desmorono. ‹‹Tapadme los ojos, por favor›› Las tijeras. La
enfermera enmascarada empieza a cortar las mallas. ‹‹Despacio, por favor, tengo
mucho miedo›› La voz que responde: ‹‹ Tranquila. Estate quieta››. Aprieto los ojos. El
agua empapa los apósitos que van pesando cada vez más y al resbalar tiran de las
heridas. Agua hiriente. No sé si fría o caliente. Ya no lo sé. No pueden regular bien la
temperatura. Me sobresalto. Nunca sé dónde va a caer el próximo chorro. Van
deprisa. Estoy más nerviosa. Tiemblo. ‹‹ Ahora voy a despegar las gasas, Marta››.
‹‹Echadme agua, por favor, pero por encima de vuestras manos para que el golpe se
amortigüe››.
Siento como si me arrancaran de nuevo la piel a tiras, lentamente en el muslo, en el
vientre. La carne rasgada, sangrando. Mil manos aquí y allí. Oigo que comentan: ‹‹Ha
prendido ahí el injerto? ›› ‹‹ No, no parece››. Lloro. ‹‹! Dios!›› eso significa que todavía
hay demasiadas zonas cruentas y, también, más operaciones. No soporto la mano
enguantada recorriendo mis dedos, mi tórax. Parestesias, Calambres. ‹‹¿Cuánta
falta?››No se acaba nunca. La temperatura del agua oscila, ‹‹¡Me quemo!›› El tórax me
abrasa. Grito, lloro, imploro. El antiséptico, gélido y apestoso, rebota sobre la carne
descubierta. No me han avisado. De nuevo las manos recorren mi cuerpo. Frotan.
‹‹Quieta, tranquila››. Siento que me resbalo, que me deslizo hasta el extremo de la
cubeta y que mis pies tocan el metal helado. ‹‹¡Me choco!››. El dolor del coxis es
insoportable. Todo mi peso se concentra en ese punto porque soy incapaz de relajar
el cuerpo. Los brazos alejados, levantados hacia el cielo. Ponen por fin una toalla bajo
mis nalgas flácidas. Hace siglos que la he pedido. Bueno, ‹‹te lavaré la cabeza,

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Medina José Luis, Ferrer Virginia y Lloret Caterina. (2003) Complejidad en Enfermería. Laertes Editorial.
p.44-46.

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UNIDAD 1

aunque con tan poco pelo…›› Litros de agua por la cara.


Me entra por la nariz, por las orejas. Escupo. Me cogen los brazos para sentarme y
limpiar la espalda. ‹‹Sólo un momento, el cirujano quiere ver tu zona dadora››. ‹
Perfecto››, dice él. El mareo y el dolor agudo al final de la columna se hacen
inaguantables. Me orino encima. Más ansiedad. La celadora dice que libere los
esfínteres, que me relajaré, pero no puedo. Me humilla hacerlo. Hay que aclarar. Más
agua hiriente, lacerante. La manguera pasa una y otra vez por la cara. No puedo
apartarla. ‹‹Ya está, ya está ››, dice la voz. Pero sé que todavía me queda una hora
más, temblando. La grúa me eleva. Me conducen bajo los focos. Estoy tiritando de
frío. Desnuda, vulnerable. La camilla es muy estrecha y temo caer. Mantengo la
posición del quemado, rígida, con los brazos y piernas flexionados, agarrotados por la
angustia. Temo quedarme pegada a los puños de la camilla, a mi tórax. Las pinzas se
disponen a arrancar lo que el agua no ha arrastrado. Siempre empieza por los pies.
Hay grapas de los injertos semiocultas entre la carne. Hurgan y tiran Aullido ‹‹¡Por fin
logré sacarla!›› Pieles muertas. ‹‹No te muevas››. El frio es atenazador. ‹‹No, todavía
falta mucho››. Me horroriza que lleguen a las manos, resecas, hipersensibles. ‹‹¿Qué
quieres que te explique?›› Ponen música. Odio el repertorio, sobre todo el de las
tardes: Mecano. Tararea.
Cuando dicen ‹‹vamos a cubrir ›› empiezo a calmarme. Noto el húmedo frescor de los
apósitos impregnados de pomada. Luego las gasas que, como almohadillas, me
liberarán de la vulnerabilidad. Me protegen. Las mallas, al final, que no cuadran.
Prueban hasta que aciertan la talla. Se ha acabado. Estoy agotada. El temblor no
cesa. Se incrementa cuando atravieso el pasillo camino de la habitación. Hace
muchísimo frio. Deseo ser un pollito acurrucado bajo las mantas térmicas al calor de
las bombillas de infrarrojos. Durante horas no diré nada, para que el color no se
escape por la boca. Inmóvil, muda, rendida.

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