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VII Jornadas Santiago Wallace de Investigación en Antropología Social.

Sección de
Antropología Social. Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y
Letras, UBA, Buenos Aires, 2013.

Arcas de Noé en el siglo XXI.


Los bancos de semillas, entre
la preservación y la
apropiación de recursos
naturales.

PELLEGRINI Pablo y BALATTI Galo.

Cita:
PELLEGRINI Pablo y BALATTI Galo (2013). Arcas de Noé en el siglo XXI.
Los bancos de semillas, entre la preservación y la apropiación de
recursos naturales. VII Jornadas Santiago Wallace de Investigación en
Antropología Social. Sección de Antropología Social. Instituto de
Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos
Aires.

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Arcas de Noé en el siglo XXI. Los bancos de semillas, entre la preservación y la
apropiación de recursos naturales

Pablo A. Pellegrini1 y Galo E. Balatti2

Resumen
Los bancos de semillas son instituciones recientes, que comenzaron a cobrar impulso a partir
de una serie de tratados internacionales, como la Convención sobre Diversidad Biológica de
la ONU y el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos de la FAO. Se
fundamentan en la necesidad de preservar recursos naturales que podrían desaparecer ante
eventuales catástrofes, representándose así como herramientas indispensables para el
conservacionismo. En Argentina, los bancos de semillas también se han desarrollado, bajo el
amparo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. Se trata de instituciones
fuertemente atravesadas por el conocimiento y su utilización social, en la medida que allí se
decide qué y cómo hacer con las semillas, qué características de las mismas se consideran
valiosas, cómo y por qué corresponde conservarlas, cómo y con qué actores sociales se
permite el uso de los bancos de semillas. No son simplemente un depósito de semillas, sino
que allí se esconde una trama compleja de actores, prácticas e intereses diversos. Hay
empresas que en algunos casos hacen uso de los bancos de semillas a fin de obtener allí
nuevos productos que volcar al mercado. Así, en los bancos de semillas pueden intervenir
actores tan diversos como científicos, institutos de investigación, empresas, o comunidades
locales. El presente trabajo se propone indagar en los usos que se le dan a los bancos de
semillas, analizando el modo en que fueron surgiendo, la representación que sobre los mismos
se fue tejiendo, y la demanda que de ellos hacen otros actores.

1
Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (Universidad Nacional de Quilmes) / CONICET
ppellegrini@unq.edu.ar
2
Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (Universidad Nacional de Quilmes)
Introducción
El inicio de la agricultura, hace alrededor de 10.000 años, implicó el uso, conservación y
traslado de semillas. Así, la conservación de las semillas, en términos abstractos, puede ser
algo tan arcaico como la agricultura misma. Pero la idea de que la conservación de semillas es
un problema digno de gran atención, que requiere la creación de instituciones específicas y
recursos de todo tipo movilizados en torno a ese problema, es algo mucho más reciente.
El siglo XX marcó un cambio en la producción agrícola global, en el marco de lo que
habitualmente se denomina "Revolución Verde", y que consistió en un significativo aumento
en la productividad agrícola en base al uso de diversas tecnologías, desde maquinarias de
cosecha hasta fertilizantes. Uno de los factores decisivos de la transformación de la
agricultura durante esta etapa fue el desarrollo de los cultivos híbridos. El fundamento de la
hibridación consiste en que al cruzar dos líneas de plantas distintas, se puede obtener una
variedad que sobreexpresa ciertas cualidades de sus parentales (altura, rendimiento, etc.), lo
que se conoce como “vigor híbrido”. La hibridación del maíz comenzó a implementarse en la
agricultura estadounidense hacia la década de 1930, conduciendo a notables aumentos en la
productividad de la agricultura. Una característica que presenta el vigor híbrido es que se
pierde en las siguientes generaciones de la planta, lo que obliga a los agricultores a conseguir
nuevas semillas híbridas cada año. En conjunto, estos cambios en la agricultura condujeron a
una nueva forma de emplear y valorizar las semillas: la continua búsqueda de productividad
agrícola llevó a una disminución en la variedad de semillas empleadas, pues se seleccionaban
aquellos rasgos y cultivos que contribuían a una mayor productividad; pero, al mismo,
tiempo, para poder producir nuevas variedades más productivas, ocasionalmente se requieren
rasgos distintos para combinar con los habituales y así lograr una nueva variedad competitiva,
pero esto exige disponer de variedades distintas. Surge así la necesidad de disponer de
semillas fuera de uso para, eventualmente, combinarlas con las variedades más productivas
para generar nuevos cultivos comerciales. La disminución de biodiversidad en semillas de una
agricultura altamente globalizada y competitiva, necesitaría, a su vez, del mantenimiento de
cierta biodiversidad para asegurar el continuo aumento de la productividad agrícola.
Esa tensión en torno a la biodiversidad de las semillas explica parte de la búsqueda por
conservar las mismas. Sin embargo, suponer que la biodiversidad es un fenómeno unívoco y
objetivo dista de ser evidente. Más bien, cabe resaltar que el concepto mismo de
biodiversidad es muy reciente, pues surgió durante la década de 1980, y lejos de presentar un
sentido uniforme, el mismo fue variando notablemente con el transcurrir de discursos y
prácticas diversas (Carrera Zamanillo, 2011). Lo mismo vale para la conservación de las
semillas. ¿Cuál es el sentido que se le atribuye a la conservación de semillas? Comprender eso
es fundamental para entender las disputas que atraviesan a los bancos de semillas. A lo largo
de este trabajo mostraremos que hay tres sentidos que se fueron desplegando en torno a la
conservación de las semillas y que identificamos del siguiente modo: 1) conservar las semillas
para contribuir a un aumento en la productividad agrícola; 2) conservar semillas para
apropiarse de los beneficios productivos de la biodiversidad en la agricultura; 3) conservar las
semillas como expresión ideológica de la búsqueda de preservación de la naturaleza frente al
hombre.
Comenzaremos analizando el sentido que le dieron a la conservación de semillas las normas y
organismos internacionales relacionados a la temática que emergieron en las últimas décadas.
Luego mostraremos distintos bancos de semillas que en diversas partes del mundo fueron
orientando sus prácticas y discursos en un sentido u otro. Posteriormente indagaremos en el
funcionamiento de los bancos de semillas en la Argentina, a fin de mostrar las
particularidades que se presentan a nivel local.

Antecedentes en la conservación de germoplasma


La agricultura tuvo un origen gradual, que implicó la domesticación de los cultivos durante
muchos años (domesticación que a su vez condujo a una disminución en la variabilidad
genética de las plantas), y que amplió las posibilidades de desarrollo sociales (Hancock,
2012). En efecto, al afianzarse las prácticas agrícolas, se marcó la transición de la caza y la
recolección a la agricultura, y con ello, a las sociedades modernas (Barker, 2009).
Posteriormente, con la tecnificación del sector agrario y los avances en materia de
conocimiento científico en general, las técnicas de conservación de semillas ex situ –
denominadas de tal forma por su almacenamiento fuera de su hábitat natural, que es la tierra-
se fueron perfeccionando y hoy es posible contar con un stock de semillas que pueden
permanecer conservadas por muchísimos años.
A su vez, existe sobre las especies vivientes la llamada erosión genética, que implica la
pérdida irreversible de genes o combinaciones de éstos en una población de individuos, en
este caso plantas. Como vimos, la propia domesticación de los cultivos implica una pérdida de
diversidad, pero sumado a eso la tecnificación agraria ha vertido en los campos unas pocas
especies vegetales de alto rendimiento. En años recientes se ha señalado que esta
globalización del sector agropecuario, con claras ventajas para el desarrollo económico,
desplaza a miles de variedades de plantas, cuyas características singulares podrían perderse
(FAO, 1996a).
Ya en la década de 1920, el botánico ruso Nikolai Vavilov alertó sobre tales cuestiones, a
través de su teoría de los centros de origen. Esta teoría estudia la diversidad vegetal desde los
orígenes geográficos de las variedades de cultivos, destacando la necesidad de conservar
germoplasma en forma de semillas. Para elaborar su teoría, Vavilov recorrió el mundo
recolectando simientes de trigo, papa, cebada y otros granos (Vavilov, 1992). El botánico
soviético destacaba en forma explícita la necesidad de recolectar y estudiar germoplasma de
diferentes partes del mundo, a fin de optimizar la producción en un marco de “agricultura
socialista” (Vavilov, 1931). De hecho, el estudio de la historia evolutiva de las especies
vegetales, se enmarca teóricamente en el materialismo histórico marxista, remarcando la
necesidad de “controlar el proceso histórico de la evolución de la plantas cultivadas” (ibíd.), a
fin de optimizar la producción agropecuaria. Esta definición encaja perfectamente con el
primer y segundo sentido de este trabajo. En palabras del autor:

“En la Unión Soviética, que ahora mismo se encuentra construyendo el socialismo, y una agricultura
socialista, estamos interesados en el problema de los orígenes de la agricultura, de la plantas
cultivadas, y de los animales desde una perspectiva dinámica principalmente. Conociendo el pasado,
mediante el estudio de los elementos con los que la agricultura ha sido desarrollada, estudiando las
plantas cultivadas en los antiguos centros de agricultura, podremos controlar el proceso histórico”
(Vavilov, 1931).

Para cimentar su teoría, Vavilov recorrió gran parte de Eurasia y varios países de África y
América, recolectando semillas y tipificando las especies vegetales. Estas semillas fueron
estudiadas y almacenadas en centros de investigación a lo largo de toda la ex URSS. Su obra
fue interrumpido, dado que Vavilov fue apresado, juzgado y condenado por el régimen
estalinista por reivindicar la herencia mendeliana -considerada una teoría burguesa-, y murió
de distrofia en la cárcel de Sarátov (Loskutov, 1999).
Décadas después, en el año 1974, el Consultative Group on International Agricultural
Research (CGIAR), un grupo establecido en 1971 por 18 países y organizaciones cuyo
objetivo común era la lucha contra la hambruna, establece en Roma el International Board for
Plant Genetic Resources (IBPGR), un centro cuyo objetivo es el de promover la conservación
de la biodiversidad vegetal mediante el aporte de recursos económicos y humanos a proyectos
de esta índole. Si bien este grupo no fue el primero del CGIAR dedicado a la conservación
vegetal, nucleó y catalizó diversas iniciativas de recolección de semillas a nivel mundial. Los
centros del CGIAR perfeccionaron las técnicas ex situ y marcaron un modelo a seguir de
banco genético vegetal (CTA, 1992).
El rol de la FAO y la discusión de la soberanía sobre los recursos genéticos
Casi una década después, en el año 1983, surge el primer instrumento legal internacional, la
resolución 8/83, donde la FAO adopta el Compromiso Internacional sobre los Recursos
Fitogenéticos (FAO, 1983).
Según el artículo primero de dicha resolución, el objetivo del compromiso es el de “asegurar
la prosprección, conservación, evaluación y disponibilidad, para el mejoramiento de las
plantass y fines científicos, de los recursos fitogenéticos de interés comercial y/o social,
particularmente para la agricultura”. De esta forma, se enmarca claramente en nuestra
segunda categoría, reivindicando la necesidad de conservar la variabilidad genética a fin de
lograr mejoras en los cultivos.
A su vez, reivindica lo dicho en la resolución 6/81 (FAO, 1981), donde considera a los
recursos genéticos “patrimonio de la Humanidad” cuya “disponibilidad no debe estar
restringida” (FAO, 1983).
El documento de 1983 sienta las bases para la actual Comisión de Recursos Genéticos para la
Alimentación y la Agricultura, un espacio de discusión con representantes de varios países
respecto a políticas estratégicas en biodiversidad para la alimentación y la agricultura. (FAO,
1983). Las acciones posteriores, citadas en el presente trabajo, en materia de conservación de
germoplasma serían llevadas adelante por tal comisión.
Finalmente, la década de 1990 traería el marco legal definitivo a estas iniciativas. En el año
1991 la FAO, a través de la resolución 3/91, reconoce los plenos derechos soberanos de los
países sobre sus propios recursos fitogenéticos. Si bien “reconoce el concepto de herencia de
la Humanidad, tal como se aplica en el Compromiso Internacional sobre Recursos
Fitogenéticos”, lo deja “sujeto a la soberanía absoluta de los Estados sobre sus recursos
fitogenéticos” (FAO, 1991)
Al año siguiente Naciones Unidas ratificaría esta última y otras iniciativas3, a través del
Convenio sobre Diversidad Biológica (ONU, 1992).4 Legalmente, el convenio constituye un
acuerdo marco, ya que traza metas y políticas generales sin marcar objetivos y líneas de
acción precisas, dejando a cada parte libre de implementar las políticas a su voluntad (UICN,
1996).

3
Tales como Estrategia Mundial para la conservación (1980), Cuidar la Tierra (1991) y Estrategia global para
la Biodiversidad (1992), entre otros.
4
El CDB sería ratificado en la República Argentina mediante la ley 24375, sancionada y promulgada en 1994.
Según los principios, declarados en su artículo tercero, “los Estados tienen el derecho
soberano de explotar sus propios recursos en aplicación de su propia política ambiental y la
obligación de asegurar que las actividades que se lleven a cabo dentro de su jurisdicción o
bajo su control no perjudiquen al medio de otros Estados o de zonas situadas fuera de toda
jurisdicción nacional”. (ONU, 1992: Art. 3).5
De tal forma, se le reconoce soberanía a los países para la explotación de sus propios recursos
naturales, pero siempre bajo la responsabilidad legal de conservar su diversidad y utilizarla en
forma sustentable, ya que si bien el derecho de explotación es soberano, la conservación de la
diversidad biológica es de interés común (ONU, 1992: Preámbulo). Desde el punto de vista
legal, se le da a los Estados la soberanía de explotar sus recursos bajo su propia legislación
ambiental (ONU, 1992: Art. 15). Sin embargo, este derecho está sujeto al respeto de la
soberanía de países limítrofes (principio de no-daño) y de conformidad con la Carta de las
Naciones Unidas. Esto último implica entonces, que el derecho soberano debe siempre
ejercerse bajo una normativa del derecho internacional. De esta forma, permite a los países
dictar sus propias leyes de regulación de la explotación de sus recursos, pero conforme la
Carta de Naciones Unidas y los principios de protección ambiental internacionales. Además,
artículos específicos del CDB plantean responsabilidad y obligaciones particulares a fin de
llevar a cabo la conservación y la utilización sustentable (ONU, 1992: Arts. 6, 8 y 10).
Asimismo, se asume el compromiso del intercambio de información y la cooperación
científico tecnológica entre los firmantes. Esta sería la base legal para la construcción de
políticas públicas y leyes especializadas en conservación fitogenética (ONU, 1992: Art. 15).
De este modo, el Convenio de Diversidad Biológica de la ONU de 1992 abre el espacio para
la apropiación nacional de los recursos biológicos (y en particular de los recursos genéticos),
desplazando la noción de patrimonio de la humanidad hacia un patrimonio de las naciones.
Al mismo tiempo, en este Convenio se plasma la atribución de otro sentido a la diversidad
biológica: como un fin en sí mismo que debe ser preservado de las actividades humanas.6
Este conjunto de iniciativas culminó con el Plan de Acción Mundial para la conservación y la
utilización sostenible de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura
(FAO, 1996a). Este acuerdo, firmado por representantes de 150 países y 54 organizaciones en

5
En realidad, esto había sido declarado ya en el principio 21 de la Declaración de Estocolmo sobre Medio
Ambiente (ONU, 1972). El principio 21 fue incluido en el CDB como artículo 3.
6
En efecto, en el Convenio se enfatiza el "valor intrínseco de la diversidad biológica" y se declara la
preocupación "por la considerable reducción de la diversidad biológica como consecuencia de determinadas
actividades humanas" (ONU, 1992).
el año 1996, engloba todas las iniciativas citadas y se celebró de forma de facilitar la
aplicación del CDB, unificando la línea planteada por la ONU. Entre otras cosas, el derecho
soberano de los países sobre sus recursos y sus objetivos estratégicos, que se encontrarían
ahora mejor definidos:
-“Asegurar la conservación de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura
(RFAA) como base de la seguridad alimentaria”

-“Promover una utilización sostenible de los RFAA, a fin de fomentar el desarrollo y reducir
el hambre y la pobreza, especialmente en los países en desarrollo”

-“Promover una distribución justa y equitativa de los beneficios derivados del uso de los
recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura (…)”

-“Ayudar a los países e instituciones que tienen a su cargo la conservación y utilización de los
RFAA a identificar prioridades para la acción”

-“Reforzar, en particular, los programas nacionales, así como los regionales e internacionales,
incluida la formación y capacitación, para la conservación y utilización de los RFAA, y
aumentar la capacidad de las instituciones”.

Se plantea de esta forma una posición ideológica de equidad, ya vista en las iniciativas del
CGIAR (2010), donde un aprovechamiento de la biodiversidad redundaría en un aumento de
la producción de alimentos, y a la vez en una mejor redistribución de ellos. Por ello, el plan
continúa la línea planteado por CGIAR y por la FAO.
Esta línea sería ratificada en varias ocasiones y por diversos actores, a la vez que actualizada
en el Segundo Plan de acción mundial para los recursos fitogenéticos para la alimentación y
la agricultura según los datos obtenidos del Segundo Informe sobre el Estado de los Recursos
Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura en el Mundo (FAO, 2011 a b).
Entremedio, dos herramientas -más pragmáticas si se quiere- surgirían en el marco del Plan de
Acción: el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la
Agricultura, y el establecimiento del Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos, ambas
suscitadas durante el 2004. El primero acordó facilitar el intercambio de recursos genéticos
entre países, en tanto que el segundo facilita mecanismos de financiamiento para los centros
de conservación.
Bancos de semillas internacionales
Junto con las normas internacionales, en las últimas décadas fueron surgiendo numerosos
bancos de semillas en el mundo. Pero las características que presenta cada banco puede
distinguirlo de otros, puesto que algunos bancos pueden enfatizar más un sentido de la
conservación de semillas que otros. A continuación mostraremos unos ejemplos.

Centro Mundial de Vegetales


El Centro Mundial de Vegetales (AVRDC) se define como un Instituto Internacional de I+D
sin fines de lucro. Con 59507 especies de 156 países diferentes (según su página web), el
AVRDC es portador de la colección de germoplasma vegetal pública más grande del planeta.
Fue fundado en 1971 por un conglomerado de naciones asiáticas junto al gobierno de EUA, y
se propone como objetivo “combatir la pobreza y la malnutrición en los países en desarrollo”.
Según su plan estratégico 2011-2025 (AVRDC, 2010), es posible atacar la malnutrición y la
pobreza “mediante un incremento de la producción y el consumo de vegetales”, definidas por
el centro como “nuestra más importante fuente de micronutrientes, fibra, vitaminas y
minerales esenciales para una dieta balanceada y saludable”. A su vez, busca promover
buenas prácticas agrícolas, basadas en la diversidad de cultivos, no solo como estrategia
alimentaria sino también como herramienta de lucha contra la pobreza en poblaciones rurales,
aumentando la producción al punto de que supere las necesidades locales y sirva como medio
de subsistencia para los campesinos (AVRDC, 2010, p.7). De esta forma, coloca a la
diversidad vegetal como un factor estratégico para el aumento de la productividad agrícola y
bienestar social general.
El equipo de trabajo, distribuido a lo largo de numerosos institutos con base en Taiwan, se
encarga de la recolección, conservación, estudio fenotípico y genotípico, y distribución de
semillas provenientes de todo el mundo. Trabaja para ello en 4 líneas: Conservación y estudio
de Germoplasma, a fin de preservar la biodiversidad y aprovecharla; Mejoramiento genético
de vegetales, con el propósito de obtener variedades ventajosas para los campesinos; Diseño
de buenas prácticas agrícolas; y diseño y difusión de dietas balanceadas basadas en vegetales,
para la población (AVRDC, 2013, p.6).
El proyecto es financiado por diversos gobiernos y fundaciones privadas, tales como el Banco
de Desarrollo Asiático, la República China, El Departamento de Desarrollo Internacional del
Reino Unido, la Agencia de Desarrollo Internacional de EUA, entre otros (AVRDC, 2010,
pp.26-27).
Banco de semillas del Milenio
El Millenium Seed Bank Proyect es un proyecto inglés íntimamente ligado al espíritu de la
CDB, y llevada adelante por Real Jardín Botánico de Kew, una importante institución
fundada en 1759 y declarada Patrimonio de la Humanidad por UNESCO en 2003. Desde
1974 los Jardines han almacenado semillas de especies salvajes del Reino Unido y del
Mundo, adaptándose a los estándares internacionales de la FAO (FAO, 1994). Originalmente
el alcance del proyecto abarcaba la conservación de gramíneas y leguminosas de la región del
NE mediterráneo (Smith, 1997), y al día de hoy persigue el objetivo de almacenar el 25% de
la flora mundial de plantas salvajes para el año 2020. Según consta en su página web,
haciendo uso de la vasta experiencia e infraestructura del Jardín, este proyecto ha recolectado
más de mil millones de semillas de 33187 especies diferentes, cifra que representa más del
10% de la flora mundial.
Este banco aspira a posicionarse como un referente en el intercambio de semillas a nivel
mundial, mediante el establecimiento de una “red global de socios en restauración ecológica”
según publicaciones de su propio boletín (Hopper, 2010).

Bóveda de Semillas Global de Svalbard


Como paradigma del tercer sentido analizado en el presente trabajo, que remite a “la
conservación las semillas como expresión ideológica de la búsqueda de preservación de la
naturaleza”, se encuentra la bóveda de semillas global, situada en un lejano archipiélago
noruego llamado Svalbard. Según la página web oficial del Ministerio de Agricultura y
Alimentos de Noruega, el objetivo de la bóveda radica en “Asegurar que la biodiversidad de
los cultivos alimentarios del mundo sea preservada para las futuras generaciones” como “un
importante aporte a la lucha contra el hambre y la pobreza en países en desarrollo”.
La construcción que contiene el reservorio se emplaza en el interior de una montaña cubierta
por la nieve. Estas características tan particulares, protegen a las colecciones que allí residen
del paso del tiempo aún en ausencia de electricidad, ya que las bajas temperaturas del sitio,
pueden preservar el germoplasma por largos períodos de tiempo; y la roca actúa como barrera
antes posible catástrofes. Por tales razones, se la considera la “bóveda del fin del mundo”. En
realidad, su funcionamiento es distinto al de otros bancos de semillas tradicionales, ya que
funciona a modo de back up para semillas almacenadas en bancos genéticos alrededor de todo
el mundo, como los citados centros del CGIAR. De tal forma, las semillas que ingresan no
pueden ser retiradas –con excepción de quien las cedió-, ni estudiadas, ni distribuidas. Al
material allí conservado solo se accede en caso de que la semilla “original” se pierda
(Statsbygg, 2008).
El proyecto es supervisado por el gobierno, representado por el Ministerio de Agricultura y
Alimentos; el banco genético Nórdico, institución vinculada con el Consejo Nórdico de
Ministros7; y el Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos, citado anteriormente.

Bancos de semillas en la Argentina


El desarrollo de la agricultura en la Argentina se produjo fundamentalmente a partir de las
semillas que trajeron los agricultores inmigrantes desde mediados del siglo XIX. La falta de
técnicos e infraestructura estatal dio lugar a que fuera el propio impulso de los agricultores lo
que expandiera el uso de los cultivos. Pero al ingresarse semillas de este modo y sin ningún
contralor, los cultivos terminaban presentando una baja productividad, debido a que las
semillas no estaban especialmente desarrolladas para las características de los ecosistemas
locales (Harries y Ripoll, 1998). Para mejorar el rendimiento de los cultivos, y en especial del
trigo, en 1912 el Ministerio de Agricultura contrató al fitomejorador inglés Guillermo
Backhouse, quien realizó selecciones genealógicas y cruzamientos, elevando el rendimiento
del trigo (Nisi, 1983). Con esta contratación se inició una etapa de mejoramiento de los
cultivos a partir de la llegada al país de varios fitomejoradores formados en el exterior (entre
los que no sólo se destaca Backhouse, sino también el alemán Enrique Klein, quien se
instalaría en el país en 1919), los que a su vez formarían discípulos locales, abriendo el
camino para el fitomejoramiento en la Argentina. Estos mejoradores, una vez radicados en el
país, abrieron sus propios criaderos de semillas, de modo que para 1930 comenzaban a
desplegarse ciertas capacidades en mejoramiento genético de semillas en el ámbito privado
(Gutiérrez y Penna, 2004).
En 1935 se promulgó la denominada Ley de Granos, que prohibía lanzar al mercado nuevas
variedades de cultivos sin previa autorización del Ministerio de Agricultura, el cual buscaba
así estimular el aumento de calidad y productividad de las variedades de cultivos. No obstante
las iniciativas estatales dirigidas a promover el mejoramiento de las semillas eran escasas y
demoraron en consolidarse, por lo que si bien, por ejemplo, los trabajos de mejoramiento por
hibridación de maíz comenzaron en la década de 1920, recién con del advenimiento de los
primeros maíces híbridos a partir de los años 50 el sector público consolidó su actividad en la

7
El Consejo Nórdico es una organización interparlamentaria de cooperación formada por miembros de los países
escandinavos.
materia, sobre todo gracias a las tareas de mejoramiento de la Estación Experimental de
Pergamino (Rossi, 2007).
Hacia los años 1950, sin embargo, la evolución del panorama de variedades de cultivos en la
Argentina era desalentador, lo que llevó a que durante la década siguiente se implementaran
una serie de convenios con organismos internacionales para abastecer de germoplasma
exótico y contribuir al mejoramiento de variedades locales, lo que permitió obtener variedades
con mayores ventajas y rendimiento (Giancola, 2003). Así es como se estableció un Programa
Cooperativo Internacional entre INTA y CIMMYT para desplegar planes de mejoramiento de
maíz y trigo en las Estaciones experimentales de Pergamino y Marcos Juárez.
De modo que las primeras colecciones de semillas, es decir, los primeros esfuerzos
deliberados de conservación de semillas en el país, fueron obra fundamentalmente de los
criaderos privados, quienes buscaban así ampliar la variedad de semillas para poder realizar
cruzas y obtener nuevas variedades que rindieran mejor en sus respectivas zonas de cultivo.
Pero la escasa infraestructura desarrollada para la conservación de semillas hacía que la
misma fuera limitada, en parte debido a que sin ningún tratamiento ni condiciones especiales,
las semillas pueden conservarse sólo alrededor de 2 años y luego pierden viabilidad. La
creación de un banco público de semillas habría de cambiar esas condiciones.8
En definitiva, en la década de 1930 se forman las colecciones de germoplasma de trigo, maíz
y maní, con el establecimiento de programas de mejoramiento de los principales cultivos por
parte de los colonos europeos y los primeros fitomejoradores argentinos (Clausen et al.,
1995). Posteriormente se conforman las colecciones de sorgo, girasol y algodón.
En 1969 la Estación Experimental de Pergamino, ubicada en la Provincia de Buenos Aires y
perteneciente al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, creó el Banco de
Germoplasma de Maíz, constituyéndose en el banco público de semillas más antiguo del país.
Al poco tiempo, en 1970, se creó en la Estación Experimental de Balcarce el Banco de
Germoplasma de Papa. Las actividades comenzaron con la habilitación de una cámara fría
que permitía conservar por mucho tiempo las semillas.

Los usos de los bancos de semillas


Una primera etapa de los bancos de semillas en la Argentina (a inicios del siglo XX) está
signada por su carácter privado, pues se trata de colecciones de semillas emprendidas por los

8
Entrevista a Marcelo Ferrer, INTA Pergamino, octubre de 2013.
mejoradores que buscaban generar nuevas variedades de cultivos realizando cruzas con
variedades obsoletas que guardaban.
Una segunda etapa se caracteriza por el ingreso del sector público en la labor de conservación
de semillas (Clausen et al., 1995). La creación del Banco de Germoplasma de Maíz en la
Estación Experimental de Pergamino, en el INTA, marca el inicio de esta etapa. El INTA, que
inició sus funciones en 1958, se creó con la misión de contribuir al desarrollo agropecuario
argentino, y fue asumiendo un rol central en lo que se refiere a bancos de semillas en el país.
Luego del banco de Pergamino, se creó el de papa en Balcarce, y luego se sucedieron otros:
soja y trigo en Marcos Juárez (Córdoba); maní, sorgo y girasol en Manfredi (Córdoba);
algodón en Chaco; poroto en Salta; cítricos en Concordia (Entre Ríos); yerba mate y té en
Cerro Azul (Misiones), entre otros. El INTA no conserva cualquier tipo de semillas, sino las
que se encuentran vinculadas a la agricultura y la alimentación. A su vez, la distribución
geográfica de sus bancos de semillas no es azarosa: los bancos de semillas propios de
determinado cultivo se establecen en la zona donde ese cultivo es predominante. Esto pone en
evidencia que la función de estos bancos es incidir en la producción agrícola: conservar
semillas para usarlas en las labores de fitomejoramiento de la zona.
De este modo, tanto la primera etapa de bancos privados como la segunda etapa caracterizada
por los bancos públicos de semillas, ambas le inscriben a los bancos de semillas una utilidad
dirigida a contribuir a al mejoramiento de cultivos para ser empleados en la agricultura.
Una nueva etapa se abrió bajo el influjo de las normas y resoluciones de organismos
internacionales que tuvieron lugar a comienzos de la década de 1990. Como señalamos
anteriormente, en estas resoluciones, encabezadas por la ONU, se reflejó un nuevo paradigma
en torno a los recursos biológicos, ponderando su soberanía nacional y la necesidad de su
preservación de las actividades del hombre. En este marco, en 1993 comenzó a funcionar el
Banco Base de semillas del INTA.9 Este banco se diferencia de los otros bancos del INTA,
pues su función ya no es la de vincularse activamente con los fitomejoradores para contribuir
en la producción de nuevas variedades de cultivos, sino que el Banco Base tiene la misión de
conservar semillas a largo plazo, buscando mantener la integridad genética del germoplasma a
través del tiempo. De este modo, la red de bancos de semillas del INTA -que conserva el
93,5% del germoplasma disponible en instituciones oficiales en el país (PGRFA, 2008)-
distingue entre sus Bancos Activos y su Banco Base. Los primeros se dedican
fundamentalmente a conservar semillas y utilizarlas para contribuir al mejoramiento de los

9
Ubicado en el predio de Castelar, provincia de Buenos Aires.
cultivos empleados en la agricultura; mientras que el segundo se concentra en la conservación
de semillas a largo plazo, sin vinculación con otros usuarios.
Finalmente, el otro sentido que se vincula con la conservación de semillas, esto es, la disputa
por la apropiación de las mismas, está en pleno proceso de desarrollo. En efecto, a partir de la
instauración de la posibilidad de que los Estados Nacionales puedan disponer del patrimonio
sobre los recursos fitogenéticos, el INTA dispuso la conformación de convenios para el
intercambio de semillas que poseen sus bancos, a través de Acuerdos de Transferencia de
Material. Estos convenios están en proceso de discusión y reelaboración, lo que no está
exento de conflictos, pues, por ejemplo, investigadores del INTA que anteriormente accedían
a las semillas de los bancos si restricciones, suelen manifestar su disconformidad por las
trabas que emergieron con la implementación de estos convenios. A su vez, la apropiación de
las semillas encuentra a nivel local una particularidad, y es que los recursos naturales, según
la Constitución de 1994, son patrimonio de las provincias (y no del Estado Nacional), lo cual
genera disputas y dificultades a la hora, incluso, de recolectar muestras para ser incluidas en
los bancos de semillas. A esto se agregan las tensiones entre países, pues la disputa por la
forma en que se producen los intercambios de semillas, la ratificación de normas
internacionales, etc., suele enfrentar a la Secretaría de Ambiente de la Nación con sus pares de
otros países.

Todas estas particularidades, que aquí aparecen presentadas en este trabajo exploratorio, dan
cuenta que los bancos de semillas no le otorgan a la conservación de las mismas un único
sentido, sino que podemos identificar tres sentidos que fueron emergiendo y entrelazándose
en las prácticas y discursos en torno a los bancos de semillas: la conservación de semillas para
mejorar los cultivos agrícolas; la conservación para resguardar y valorizar el patrimonio
nacional en materia de semillas; la conservación para preservar las semillas de la actividad
destructiva del hombre. Estos tres sentidos, lejos de desplazarse entre sí, conviven y se
superponen, dotando de complejidad y matices a instituciones relativamente recientes, como
son los bancos de semillas.
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