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Alesthea Vargas.

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ESCUELA DE LETRAS.
CURSO ELECTIVO DE LITERATURA LATINOAMERICANA
PROFESOR: CARLOS SANDOVAL.

Trabajo final

Al estudiar precisamente al hombre y sus acciones, la cronología de

su paso por el mundo, la historia pareciera ser la única y consagrada

servidora de la memoria humana. Estudiosos como Marc Bloch afirman que

el “tiempo” es el plasma de la historia, ya que esta es la ciencia de los

hombres en él. El pasado es la materia indispensable de ese estudio. Es por

ello que se les ha dejado a los historiadores la tarea de resguardar los

hechos ya acontecidos, los testimonios de las vivencias colectivas, para que

convertidos en datos sean registro de nuestro paso como hombres por la

tierra.

La historia pretende recoger, con promesas de objetividad, los hechos

que rodean al humano o suceden a causa de él: las guerras, los desastres

naturales, los cambios que se suscitan en una sociedad por una u otra razón.

Dentro de esta disciplina existen, por supuesto, posiciones enfrentadas sobre

cómo abordar el hecho histórico, cómo registrarlo o investigarlo. En definitiva,

se encuentran muchas opiniones sobre la manera en que debe el historiador

realizar su acercamiento al pasado. Algunas, de tendencias más

conservadoras que otras y por tanto más cerradas y convencionales en los

parámetros de estudio, desechan con rapidez documentación alternativa que

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pueda arrojar luces sobre el entramado social y cultural de una época. Esto

se debe a que la historia, para poder aspirar a ser verídica, debe pecar

también de quisquillosa. Muchos documentos que aparentan cumplir con los

requisitos para ser considerados “confiables” han sido, en realidad,

manipulados. Es por ello que parte del trabajo del historiador sea descubrir la

treta.

Lo que se hace luego de hallada una mentira es también cuestión de

debate: muchos la desechan de inmediato, otros la ven como un testimonio.

Esto último es importante porque indica que detrás de cada actuar humano

están los hilos de la razón y la intención. Los impulsos y razones colectivas

muchas veces son apenas tangibles, y los elementos que caracterizan una

sociedad no siempre se pueden rastrear a través de datos, estadísticas o

números. Hay aspectos íntimos que se revelan a sí mismos como parte de

un entramado social manifiesto en la inmediatez de su presente y recogido

luego por otro tipo de memoria. Una memoria que los registros históricos

muchas veces no atienden por considerarla subjetiva, ajena a sus

necesidades y parámetros.

Muestras a pequeña escala de esto podrían ser las novelas distópicas,

que en su afán de narrar un futuro hipotético se convierten en testimonio

exagerado de los problemas de su propia época. Otro tipo de literatura más

directa en su referente, como las novelas de inspiración autobiográfica,

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enumeran una a una las situaciones, circunstancias y elementos propios de

un contexto social en específico de una época particular. La literatura, escrita

por hombres en su paso por el tiempo humano, puede recoger gran cantidad

de datos sobre los momentos históricos en que fueron escritas, y develar

aquello que no se menciona en los documentos a los que los historiadores

recurren para constatar la veracidad de sus investigaciones.

Sin embargo, a pesar de que esté apegada a su referente en mayor o

menor medida, la literatura sigue siendo ficción. Y aunque puede ser

apertura a manifestaciones del sentir de una época, sigue estando al margen

del espacio ficcional e imaginario. Son las leyes, tratados, discursos políticos,

fotografías y publicaciones oficiales, las fuentes fidedignas de información

histórica.

Ahora bien, el texto costumbrista constituye, entonces, una suerte de

anomalía, que camina entre estos dos tipos de testimonio sin ser uno ni otro.

Su existencia es en sí casi una peculiaridad –como apunta Díaz Seijas– de

América Latina en su escrito “Hacia un concepto del costumbrismo en

Venezuela”. Estudiarlo desde el inicio es también ahondar en los albores de

las naciones latinoamericanas, pues formó parte de una pulsión necesaria

para el proceso de compactar sus comunidades, países incipientes, en algo

más que territorios recientemente independizados.

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Leer el texto “Costumbres de Barullópolis” de Fermín Toro, es ver de

cerca el retrato de una Caracas descrita tanto en sus espacios urbanos y

geográficos –“La estatua de la Fe solitaria (…) sobresalía en el vértice de la

torre de la catedral, y a una corta distancia se elevaba el escarpado pico del

Ávila con una nube blanca en la cresta” (p. 30)– como sociales:

Los silbidos penetrantes de los que arreaban sus burros cargados de

malojo se hacían oír por entre el murmullo de un tropel de mujeres

sucias que salían de las casas para el mercado con bateas o canastas

tan sucias como ellas (p. 30).

Narra las maneras ante las puertas de la iglesia de mujeres mayores y

muchachas, la actitud contemplativa recurrente de los hombres ociosos hacia

estas últimas en su ida a la misa, y a través de los testimonios de la matrona

ama de llaves, se vislumbra la visión (de una generación anterior a los

jóvenes de ese tiempo) sobre las dinámicas de las relaciones interpersonales

entre señoritas y pretendientes, y las implicaciones económicas que los

cambios sociales habrían generado.

Asimismo, “Un llanero en la Capital” de Daniel Mendoza es un cuadro

que refleja las diferencias en el dialecto, modo de vestir y visión del mundo

de los llaneros, en contraste con las formas de los ciudadanos de la Capital.

Este personaje del llano forma parte de un catálogo de tipos que se fue

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conformando de manera sólida a medida que el costumbrismo se

desarrollaba. Está escrito con la intención de reflejar gráficamente la manera

de hablar y escribir del llanero, alejado en su tierra de la cultura y

modernidad capitalina. Ambos cuadros costumbristas ahondan en una

dimensión que la historia no deja en manifiesto de esa forma: la cotidianidad

de una sociedad en esa época en específico, con todo lo que ello implica, las

dinámicas sociales, el espacio urbano, los dialectos, entre otros.

El texto “El carnaval del Obispo” hace un recuento de la fachada

urbana de Caracas, partiendo de la remodelación en la pintura de la que fue

objeto a razón de la fiesta del Centenario de Bolívar, en 1883. En su

descripción, da testimonio de una situación de la que el país todavía no se ha

deshecho, el maquillaje urbano a raíz de una situación especial, en

contraposición con un mantenimiento estético inexistente. La ciudad vestida

únicamente para la ocasión: “la capital tenía que exhibirse en el día indicado,

vestida de gala, destruyendo por completo los andrajos que llevaba a

cuestas, desde tiempo inmemorial, y las numerosas arrugas ocasionadas por

los años” (p. 117) y “por la primera y única vez, en la historia de Caracas,

ésta contemplaba al sol cara a cara, y sonreía y coqueteaba con sus

pobladores, al verse limpia, elegante” (p. 117).

Larga es la lista de tipos y costumbres de los que estos textos dan

testimonio. Sobra decir que esa función es, además, intencional, pues no

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fueron escritos en la ingenuidad del sin propósito, sino con miras en la

conformación de una nación, desgranando en el camino la “psicología social”

de los pueblos. Cabe preguntarse si habrá cabida para este tipo de memoria

en estudios que no sean literarios, pues aunque el costumbrismo no es

literatura, pareciera que se le relaciona más frecuentemente con ese arte que

con el oficio del historiador. No es del todo errática esa conexión, teniendo en

cuenta que, por lo menos en Venezuela, fue partícipe de la fundación de la

narrativa nacional.

Sin embargo, en su afán de narrar también escarbó en las pulpas de

su época, muchas veces con intenciones satíricas o fundacionales, dando

cuenta de aspectos, detalles, elementos, que no deberían desdeñarse al

momento de describir el paso de los hombres latinoamericanos en el siglo

XIX, un momento importantísimo para los venezolanos, pues empezaron a

denominarse como tales, a erigir una consciencia de nación e identidad.

Es el costumbrismo el que refleja la manera dual en que se

desenvolvían a través de esa exploración de lo propio, intentando

contraponerse a las antiguas maneras de la colonia pero partiendo de ellas y

preservándola. Es también el costumbrismo el que muestra las diferentes

visiones que se tenían sobre temas como los extranjeros, las fiestas, el

matrimonio. Devela la extrañeza del venezolano ante el carácter mutable de

los hombres a través de las épocas –“Los muchachos de Caracas” de

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Eugenio Méndez y Mendoza es una muestra de esto– y otros tantos factores

de la psicología social que la ciencia del pasado, del tiempo humano y los

hechos, no podría explicar tan bien.

Referencias bibliográficas

Díaz Seijas, Pedro. “Hacia un concepto del costumbrismo en

Venezuela”. Antología de costumbristas venezolanos del siglo XIX. Comp.

Picón Salas, Mariano. Venezuela: Biblioteca Popular de Venezuela, 1964.

389-401. Digital.

Contreras, Alvaro; Sandoval, Carlos (compiladores). Costumbrismo

Venezolano. Venezuela: Fundavag Ediciones. 2019.

Bloch, Marc. Introducción a la Historia. Fondo de Cultura Económica.

Versión en digital.

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