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LA TRADICIÓN Y LAS TRADICIONES

2013
EDICIONES SAN JORGE DE IOÁNNINA
Ranchuelo
1

La Tradición y las Tradiciones


INTRODUCCIÓN
El motivo para escribir este libro nos fue dado por un folleto protestante titulado:
“¿TRADICIONES – APOSTÓLICAS O HUMANAS? – Una ayuda para el estudio, basada en la
Santa Biblia y la Historia Eclesiástica”. Es un folleto publicado por la “Iglesia Apostólica”, uno
de los muchos grupos pentecostales que existen aquí y que fue fundado en 1982 por Jorge
Krisilas, un antiguo pastor de la “Iglesia Apostólica de Pentecostés”, que afirma que él no
pertenece a ninguna organización – local o extranjera – y que no recibe direcciones de ningún
lugar, siendo completamente independiente y autofinanciado.
No intentaremos recrear el folleto antes mencionado, dentro de los confines de este estudio. No
solo sería inútil, sino también una conducta pastoral inapropiada, como lo veremos luego
extensamente. Usamos el libro simplemente como un punto de referencia, para poder exponer
ciertos aspectos de este inmenso tema de la TRADICIÓN.
¿Qué es la Tradición de la Iglesia? ¿Cuál es su relación con la Santa Biblia? ¿Cómo sobrevivió la
Iglesia durante sus primeros años sin la Biblia? ¿Y si la única revelación garantizada de Dios es
la Santa Biblia (sola scriptura), entonces, cuál fue la autoridad escrita que sustentó la fe de
Abrahán, de Noé, o de Moisés (antes de recibir las tablas de piedra de la Ley)?
¿Es más, si los Apóstoles no hubiesen dejado ninguna evidencia escrita detrás, quién nos
hubiera dado con seguridad la innegable enseñanza verbal de Cristo? ¿Sobre cuál autoridad
estaba basada la enseñanza de la Iglesia, antes que el Canon del Nuevo Testamento fuera
oficialmente aprobado?
Trataremos de dar algunas respuestas a estas preguntas. Obviamente, estas son preguntas que
individualmente pueden convertirse en motivo de una reunión separada. Sin embargo, no nos
engañaremos creyendo que nuestras respuestas serán extensas.
Nuestros principales guías para estas respuestas serán el finado rev. Padre Jorge Florovsky, así
como uno de sus estudiantes más dedicados y verdadero hijo espiritual (aun cuando nunca se
conocieron en persona), el antiguo protestante y ahora ortodoxo Frank Schaeffer.
Schaeffer, que fue hijo de un destacado pastor protestante de los Estados Unidos, describió de
manera incomparable (fue de hecho autor y productor) en su libro con el título confesional
“Dancing alone” [Bailando solo] su travesía en busca de la fe ortodoxa en nuestro tiempo; un
tiempo que describe con mucha pertinencia como la era de las falsas religiones. Estamos muy
agradecidos con el padre Agustín Myros, que tradujo este libro al griego
Archmandrita Barnabas Lambropoulos
Larissa, 31 de octubre del 2000.
2

CAPÍTULO 1.
La Iglesia sin la Santa Biblia
Primero, echemos una ojeada a la relación entre la Santa Biblia y la Iglesia.
Antes de comenzar, sería bueno escuchar una opinión expresada por san Juan el Crisóstomo
respecto a la tradición escrita, que también será de especial interés para los protestantes – por
razones diferentes, naturalmente.
1. El padre de la Boca de Oro (Crisóstomo) dice lo siguiente, refiriéndose al Evangelio de Mateo
(P.G. 57, 13-15):
“No deberíamos realmente tener necesidad de la ayuda de los textos escritos; debemos ser capaces de
mostrar una vida tan limpia, que la gracia del Espíritu Santo actúe directamente en nuestros corazones.
Así como los libros son escritos con tinta, así han de ser inscritos nuestros corazones por el Espíritu. Pero,
como nos hemos distanciado de esta gracia, debemos aceptar esta segunda alternativa con aprecio.
Que las condiciones previas fueron mucho mejores, es evidente tanto en el Viejo como en el Nuevo
Testamento. En el Antiguo Testamento, Dios no se dirigió a los patriarcas y a los profetas con textos
escritos, sino que les habló directamente, pues encontró que sus corazones eran puros. Pero, a causa de la
caída de los hebreos en las profundidades de la malicia, los textos escritos y las tablas de piedra se hicieron
necesarios.
Lo mismo se aplica en la era del Nuevo Testamento. El Señor no dio nada a los Apóstoles por escrito, sino
que prometió darles – en lugar de un texto – la gracia del Espíritu Santo: “(El Espíritu Santo, el Paráclito)
os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Pablo también dijo que había
recibido la ley, “no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones” (2 Cor. 3:3). Pero como
el pueblo de nuevo había sido arrastrado hacia el mal, fue necesario proveerle con recordatorios en forma
escrita.
Por lo tanto, debéis percibir cuán grande mal es este – incluso ahora – que esta segunda medicina no sea
utilizada: ¿Por quién? Por nosotros, de quienes se espera que vivamos vidas tan puras, que no necesitemos
de tales textos escritos.”
Estas son las palabras de san Juan el Crisóstomo.
Por lo tanto, parece que la medicina para el enfermo es (de acuerdo con san Juan) la Tradición
escrita de la voluntad divina. Como cualquier otra medicina, ésta ha de ser administrada según
la prescripción de un especialista. Por medio de lo que sigue luego, trataremos de discernir la
identidad del médico sanador y aprenderemos de él las instrucciones respecto al uso de la
medicina.
Para comenzar: ¿Qué es la Santa Biblia? ¿Es quizás un libro como los demás libros, cuyo
significado debemos considerar que el lector puede naturalmente comprender de inmediato?
Por supuesto que no. Es un libro sagrado, dirigido principalmente al creyente. Naturalmente,
cualquiera puede leerlo como una pieza de arte literario, pero es dudoso (incluso improbable)
que el lector pueda entender su verdadero mensaje. La Santa Biblia como un todo, como un
libro, obviamente posee un mensaje específico. San Hilario enfatiza: “El mensaje de la Santa
3

Biblia no se revela por la lectura, sino al comprender su contenido” (non in legendo sed in
intelligendo).
En otras palabras, es un libro más o menos “sellado”. Así que, ¿quién tiene la llave? ¿Quién
puede abrirlo?
2. Para contestar a esta pregunta, debemos localizar el origen de los textos incluidos en la Santa
Biblia, con la ayuda del padre Florovsky.
“Es obvio”, observa el padre Jorge, “que la Biblia es la creación de una comunidad, tanto en el Antiguo
pacto, como en la Iglesia Cristiana” (Holy Bible, Church, Tradition - Pournaras Publications,
páginas 9-13).
¿Cómo es obvio?
Muy sencillo: podemos ver que “la Santa Biblia no es solo una COLECCIÓN de todos los textos
preservados que contienen una revelación de Dios, sino la SELECCIÓN de unos pocos de ellos solamente”.
¿Cuáles? Aquellos cuyo uso (especialmente su uso litúrgico) dentro de una comunidad hicieron
que fueran aprobados y reconocidos como auténticos. ¿En qué comunidad? En una comunidad
con unos elementos de identidad específicos: con una historia, con una jerarquía, con criterios
visibles y verificables de su continuidad y unidad.
¿Y conforme a qué criterio específico esta comunidad seleccionó los libros de la Santa Biblia?
Obviamente según el criterio mencionado por Juan el Evangelista: “para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Recordemos que este criterio
fue usado también por Juan, cuando tuvo que tomar una decisión imperiosa: “Jesús realizó en
presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas
para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”
(Juan 20:30.31). Por lo tanto, hubo un propósito específico que hizo que fuese necesario tomar
esta decisión. Lo mismo se aplica, más o menos, a toda la Santa Biblia.
No debemos, por tanto, considerar como evento casual que una selección diversa de textos, de
disímiles autores de diferentes tiempos, compongan un solo libro, cuyo propósito sea entregar
un único mensaje de la única verdad.
Es esta identidad única del mensaje la que confiere a los diversos textos su verdadera unidad, a
pesar de la variedad de sus formas. ¿No es significativo cómo, a pesar de la inclusión de varias
tradiciones – por ejemplo, en los Evangelios – la Iglesia resistió firmemente todos los intentos de
reemplazar los cuatro Evangelios con un solo Evangelio compuesto, o, la transformación de los
Evangelios en uno “De Cuatro”? Y todo esto, a pesar de las muchas diferencias (con o sin
comillas) de los Evangelistas, con las cuales Agustín tuvo que batallar sobradamente para poder
poner las cosas en orden.
Así, ciertos textos fueron seleccionados y luego entregados a los fieles en una edición única,
específica y unificada del mensaje divino. El mensaje es divino. Viene de Dios. Pero, la
comunidad de fieles específica es aquella que reconoce la palabra predicada y da testimonio de
su verdad.
4

4. Ya que la Santa Biblia, por lo tanto, como libro, fue compuesta dentro de la comunidad de la
Iglesia con el objetivo primario de enseñar a esta comunidad, es una conclusión natural que: la
Santa Biblia no dio nacimiento a la Iglesia, sino que la Iglesia dio nacimiento a la Santa Biblia.
La Iglesia es la madre de la Santa Biblia y la Santa Biblia es su hija. Por eso, es imposible separar
a este libro de la Iglesia.
Por ello, Tertuliano, se negaba obviamente a discutir los asuntos de la fe con los herejes, de
acuerdo con la Biblia. Puesto que la Biblia pertenece a la Iglesia, el uso de ella por los herejes es
ilegal. Ellos no tienen derecho a la propiedad ajena. Este era su principal argumento, en su
famoso tratado “De praescriptione haereticorum”.1 Quien no reconoce a la madre, no tiene
derecho a poner sus manos sobre su hija.
Moviéndose en el espíritu de esta especulación, el finado predicador Dimitrios Panagopoulos
escribió: “Le pedimos a los protestantes que nos muestren, en qué parte del Nuevo Testamento se dice
que sus libros son 27? ¡En ningún lugar, por supuesto! Entonces bien, ¿quién les dio la información? Por
supuesto, la Tradición de la Iglesia que han rechazado. Así que, ¿no reconocen a una hija sin madre?
¿Cuál es la lógica en echarle mano a la hija – el Nuevo Testamento – y rechazar a su madre – la Tradición
y la autoridad de la Iglesia? (Evangélicos: los antievangélicos, p. 26).
En otra parte, refiriéndose a los protestantes, dijo: “¡Después de salir de las entrañas de la Iglesia
Occidental totalmente desnudos, con solo el Nuevo Testamento en sus manos, se parecen al hijo que tuvo
un enfrentamiento con su padre y dejó el hogar paterno durante la noche, desnudo, huyendo con un objeto
valioso. Y cuando se le preguntó en dónde lo había hallado, evita dar una respuesta!” (Evangélicos: los
antievangélicos, p. 24).
¡Tal vez es preferible que eviten responder! Porque es verdaderamente extraño, cuando en su
respuesta admiten que el Canon de los libros de la Santa Biblia adquirió su forma final por medio
de los Concilios de la Iglesia del siglo IV, y al mismo tiempo consideran que la Iglesia de aquel
siglo era una Iglesia “apóstata”. ¿Cómo es posible para una Iglesia en apostasía legislar
correctamente en asuntos cruciales como la “certificación” de la infalible (como ellos la llaman)
Carta Magna del Cristianismo, en otras palabras, la selección final de los libros válidos de la Santa
Biblia? ¿Y cómo una Iglesia “apóstata” pudo generar una hueste tan grande de mártires y
apologetas? ¿Cuál fue el criterio que definió la “edad de oro” de la Iglesia como un “período de
apostasía”?
5. El antes protestante Frank Schaeffer, después de haber escapado de esta esquizofrenia,
considera la historia del Canon del Nuevo Testamento un tópico realmente encantador y
extremadamente crucial para la comprensión tanto de la Biblia como de la Iglesia. “Solo piensa,
dice, que, por más de 200 años, un número de libros que ahora consideramos por definición que forman
parte del Nuevo Testamento, estaban siendo ampliamente discutidos antes de incluirlos en él. Y muchos
otros libros que eran considerados aptos para la inclusión fueron finalmente excluidos de él. (Frank
Schaeffer, Dancing alone, pág. 291).

1
“Sobre la enseñanza de los herejes.”
5

El índice completo más antiguo de los 27 libros del Nuevo Testamento no existió hasta el 367
D.C., que fue el año en el cual nos fue dado por Atanasio el Grande.
Esto significa que el primer catálogo detallado de los libros del Nuevo Testamento – como lo
tenemos actualmente – no apareció hasta 300 o más años después que los primeros evangelios
habían comenzado a ser redactados… En otras palabras: ¡Si el Nuevo Testamento hubiese
comenzado a ser escrito al mismo tiempo que la Constitución de los Estados Unidos, no
hubiéramos visto un texto acabado antes del año 2087!...
Durante un largo proceso, la Iglesia distinguió los textos que eran genuinamente apostólicos de
aquellos que no lo eran. Los Concilios Eclesiásticos (Sínodos) eran parte de este procedimiento.
Dos Concilios entre ellos se distinguieron:
a. El Concilio (Sínodo) de Laodicea, en el 363 D.C., legisló que solo los libros canónicos del
Antiguo y el Nuevo Testamentos debían ser usados en el culto. Enumeró los libros canónicos
del Antiguo y del Nuevo Testamentos, así como los conocemos en la actualidad, con la excepción
del libro de la Revelación de Juan.
b. El tercer Concilio (Sínodo) de Cartago, en el 397 D.C. Este Concilio, al cual también asistió san
Agustín, dio una lista completa de los Libros Canónicos, como los conocemos hoy. Este Concilio
también reconoció que sólo estos libros debían ser leídos en la Iglesia, como divina Escritura.
Así, Schaeffer realmente tiene la razón cuando dice que la historia del Canon de la Santa Biblia
es un tópico realmente fascinante; porque, en esta historia, es claro y evidente que entre la Madre
(=Iglesia) y la Hija (=Santa Biblia) existe una diferencia de edad de al menos… ¡300 años! En
términos más manejables, la madre estuvo gestando a la hija durante al menos… ¡300 años! Éste
es un hecho histórico indiscutible. ¡Incluso si los protestantes llegan a suprimirlo o ignorarlo, no
pueden ciertamente discutirlo!
Si, por lo tanto (según los protestantes) la Santa Biblia es autosuficiente y autoevidente; si la
Biblia vino antes y está por encima de la Iglesia; si es la Biblia la que vivificó, reunió e interpretó
a la Iglesia – en lugar de lo opuesto – entonces hemos sido llevados, al menos en términos
médicos, a reconocer algo monstruoso: ¡un embrión informe, que ha estado nutriendo y
preservando a la madre que lo ha estado gestando por más de 300 años!

CAPÍTULO 2.
La Santa Biblia y las tradiciones
Esta duda sobre la autoridad de la Iglesia por los protestantes carece de precedentes por
completo. Pero igualmente arbitrario es el reconocimiento del valor absoluto y autoexistente de
la Santa Biblia. ¡Estos actos arbitrarios sin precedentes no solo han conducido a simples
“paradojas médicas” como la mencionada anteriormente, sino literalmente a “teratogénesis”
(nacimiento de monstruos)! Monstruosidades, que hasta la fecha, están siendo creadas por
alrededor de 23.000 grupos protestantes.
6

Cuanto menos los protestantes quieren buscar la llave correcta que abre la Santa Biblia, más se
comprometen con sus interpretaciones arbitrarias y subjetivas.
Como Schaeffer dice, La Iglesia nunca se vio a sí misma como un caos de individualismo
espiritual, mucho menos como un torbellino de 23.000 confesiones riñendo entre ellas por su
territorio vital, cada una armada con su propia interpretación subjetiva de las Escrituras y sus
propias tradiciones, descubiertas por ellas mismas.
Y el antes protestante con justicia se pregunta a sí mismo: “¿Cuál es la diferencia entre la frase: ‛hoy
el Espíritu Santo me dijo que te dijera’ y la frase: ‛¡en nombre de la Constitución de los Estados Unidos,
te ordeno que laves los platos!’” Ambas se originan en la acción arbitraria de interpretar
subjetivamente una tradición (de un texto) separada de la fuente que le dio nacimiento y la
salvaguarda.
Pero qué podemos esperar de los vástagos espirituales de Lutero, quien al inicio, durante sus
Conferencias Universitarias sobre la interpretación de la Epístola a los Romanos, reconoció la
autoridad interpretativa de la Iglesia Latina, y entonces fue arrebatado por la “tormenta” (Stürm
(Tormenta) era el nombre de la mujer con la cual se casó) y después liberó los vientos de Eolo,
al sostener lo siguiente: “Cuando una persona se relaciona personalmente con Cristo, puede
sustituir no solo la jerarquía de la Iglesia, sino a esa misma Iglesia. ¡Con respecto a la fe, cada
Cristiano es – para sí mismo – tanto papa como Iglesia! (Estas son las palabras exactas de
Lutero, como aparecen en la edición alemana de sus obras, volumen 5, pág. 407).
Así, con frecuencia escuchamos a los protestantes insistir que: “¡La Iglesia vive en mi corazón!…
¡Es la fe que llevo en mí!… ¡Llevo a la Iglesia dentro de mí!”
Éste es el estado lastimoso hacia el cual el grito de “Sola Scriptura” (latín=sólo la Biblia) los ha
conducido, que, según Schaeffer no es más que la primera línea de la canción protestante “A mi
manera”2 (que, traducida vagamente sugiere: “¡así lo creo, porque así es como me gusta!”). Y
este ortodoxo norteamericano deduce que la revolución que comenzó con el grito de guerra:
“¡Abajo los obispos! ¡Sólo la Biblia!” terminó reconociendo que: la Biblia, fuera de los límites de
la Santa Tradición, de la Divina Liturgia, de la vida y la oración sacramentales, ‘significa’ lo que
cada persona quiera hacerla significar.
Schaeffer dice que semejante uso de las Escrituras abre la puerta a la “teología de los demonios”,
como Evagrio del Ponto había dicho. Esta clase de estudio de la Biblia, desprovisto de cualquier
interés en la historia, la adoración e interpretación de la Iglesia; la degrada a un mejunje, no muy
diferente de la guía astrológica publicada en los diarios. Éste es el tipo de contenido astrológico
que le atribuyen a la Escritura: no la consideran como el libro que habla de la Única Verdad, sino
como un tipo de juego de la buena suerte, que contiene mensajes personales y mágicos.
Schaeffer continúa diciendo que el motivo que existe tras esta percepción astrológica del ‘estudio
bíblico’ y de la clase de ‘oración’ que lo acompaña es el mismo que conduce a cientos de miles
de personas a los psíquicos y los adivinos. Constituye una total privatización de la fe religiosa.

2
“I did it my way”
7

Quizás sea el golpe final a las afirmaciones de la historicidad cristiana. El protestantismo


moderno hace que sea incomprensible el texto de la Biblia cuando se lo separa de las reacciones
emocionales personales. Así, el círculo de la subjetividad se ha completado. La fe hoy se ha
personalizado, en una “experiencia de renacimiento”. La Iglesia “vive en nuestros corazones”.
Los Sacramentos son “solo símbolos”. Después de todo, el mensaje de la Biblia resulta ser un
mensaje que solo puede ser “escuchado” dentro de ciertas personas irresponsables, a quienes
unas voces místicas les “revelan” cosas que nadie más puede oír.
¿Así que, dónde estos protestantes contemporáneos, divididos – especialmente los Pentecostales
– hallan la franqueza para mofarse de la Iglesia Ortodoxa por mantener tradiciones humanas
que se oponen a la Santa Biblia y a la enseñanza apostólica? ¿Cuándo entenderán lo que otro
ortodoxo convertido desde el Protestantismo – el padre norteamericano Gregory Rogers –
comprendió, específicamente, que la cuestión no es si soy partidario u oponente de la tradición
o las tradiciones, sino, qué tradición debo seguir? (Coming Home, pág. 23-35).
a. El padre Gregory perteneció a una secta protestante, cuyas raíces provienen del Movimiento
de Restauración de Alexander Campbell. “De repente”, dice, “se dio cuenta que él, el anti-
tradicional, era realmente el seguidor de una tradición: la tradición de Campbell.”
El trampolín que usó Rogers para salir del caos del subjetivismo protestante y su paso posterior
al suelo firme de la Iglesia histórica, fue el Canon de San Vicente de Lérins, que dice: “Fe es
aquello que es creído en todas partes, en todas las épocas y por todos.” Este canon, aunque caracterizado
por Florovsky como “inadecuado, para definir completamente la Fe que nos ha sido entregada,” fue, no
obstante, suficiente para volver los ojos del antiguo protestante hacia los textos de los Padres y
las Minutas de los Concilios (Sínodos) Ecuménicos.
b. Otro padre – también norteamericano – John Pro, pastor bautista por 35 años, encontró su
camino hacia la Iglesia histórica al leer con mucho más cuidado el capítulo 13 de la Epístola a
los Hebreos y especialmente el pasaje: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de
Dios… e imitad su fe,” y el pasaje: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos…” que volvió sus
ojos hacia la jerarquía histórica de la Iglesia. Fue así, que comenzó a buscar a su pastor, en otras
palabras a su obispo, por medio del mismo Padre Apostólico, San Ignacio el Teóforo 3, como guía
suyo. La parte más emocionante fue cuando quiso despedirse de los Bautistas con un emociónate
sermón titulado: “¡La Santa Biblia, como los Bautistas no queremos oírla!”. Al final del sermón, dejó
la habitación… ¡casi por la ventana! (Coming Home, págs. 95-103).
c. Debo terminar mis referencias a los hermanos convertidos con – de nuevo un norteamericano
– Peter Gillquist, quien, entre los otros “estímulos” que lo despertaron, también menciona el
pasaje del capítulo II de la Segunda Epístola a los Tesalonicenses: “Así que, hermanos, estad firmes,
y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.”

3
Portador de Dios.
8

Fue allí, en donde el padre Peter observó que la Sucesión Apostólica no nos fue transmitida solo
por medio de la escritura, sino también mediante la palabra oral. (Peter Gillquist, Becoming
Orthodox, págs. 61- 75). A partir de ahí, comenzó a buscar al portador histórico de esa palabra.
¡Naturalmente, no encontró ningún banco organizado de cintas con los sermones de los
Apóstoles! En cambio, descubrió que la Iglesia (no está prohibido mantenerla en nuestros
corazones, como todo lo que amamos) poseía una dimensión histórica; y que ésta era la Iglesia
Una y Apostólica, por medio de la cual el Espíritu Santo se expresa.
De todo lo que confiesan los anteriores ortodoxos convertidos desde el Protestantismo, revelan
que la causa principal que condujo al Protestantismo a la interpretación subjetiva de las
Escrituras fue su percepción equívoca respecto a la inspiración divina detrás de los textos
sagrados de la Santa Biblia. Ellos creen que la inspiración divina es una acción fortuita del
Espíritu Santo, por medio de la cual los autores sagrados fueron capaces de escribir los libros
canónicos, para que pudieran convertirse en guías infalibles de la Iglesia posterior. ¡La
exageración de este punto de vista es que estos textos fueron dictados a los autores por el
Espíritu Santo, y por consiguiente están divinamente inspirados, palabra por palabra!
De esta manera, han igualado la Santa Biblia a una revelación de Dios. Inge estaba en lo cierto
cuando los acusó de que “¡su Credo es esencialmente un retorno al Evangelio, con el espíritu del
Corán!”
El padre Ioannis Romanides dice francamente (afirmando rectamente la verdad) que esta idea
(de igualar la Santa Biblia a la Revelación) es “no solo ridícula desde el punto de vista patrístico, sino
una genuina herejía. La Escritura no es una revelación, sino una palabra que habla de la revelación”. Y el
padre Ioannis termina con un párrafo que sitúa todo en su propia perspectiva:
“Para los Padres, la Biblia no es la única autoridad; es la Biblia, junto con todo aquello que es deífico, o
sea, los profetas, los apóstoles, los santos – en otras palabras, cualquier cosa que esté ligada a la tradición
de Pentecostés, por medio de la cual el Espíritu Santo santifica a los elegidos y mediante ellos, ilumina a
aquellos que han de ser iluminados y limpia a los que están siendo catequizados. La Biblia –por sí misma
– no es inspirada por Dios, ni infalible. Se convierte en inspirada e infalible en la comunidad de los santos,
que posee la experiencia de la inexpresable gloria divina descrita en la Biblia, pero que no es transmitida
por medio de la Biblia. Para los que están fuera de la tradición viviente de la teoría 4 (la contemplación, la
epifanía de Dios), para los que están fuera de la Iglesia, la Biblia permanece como un libro sellado, que no
revela sus misterios mientras la llave de la teoría esté perdida, y esa llave se encuentra solo en las manos
de aquellos que pertenecen al cuerpo de Cristo” (Charisteria Melitonos, pág. 498).

CAPÍTULO 3.
Tradición y Renovación
Venerables Padres y hermanos, entendemos completamente la razón que condujo a algunos de
nuestros hermanos muy lejos de su Casa Paterna, que es la Iglesia Una. Las innovaciones

4
En griego: Θἐορία (Theoría).
9

arbitrarias de la Iglesia Papal degradaron todo sentido de la Tradición entregada verbalmente.


Pero, en vez de esos católicos romanos escandalizados retornar al hogar paterno como nuestro
Patriarca Jeremías II, en su momento; les había pedido cortés y amorosamente hacer, se alejaron
mucho más. (G. Florovsky, Christianity and Civilization, págs. 181-196).
Y, a pesar de que fueron advertidos – por los consejos cuidadosamente redactados por el
Patriarca – de que estaban siguiendo invenciones humanas, persistieron en el dogma de una
Iglesia “Semper reformanda” (Latín: siempre en reforma, en transformación). Pero este dogma
los condujo a lo que una revista digital francesa proclama con una insolencia “liberal” en todo
el Internet: “¡La herejía es un deber!”.
Si hubiesen retornado a su hogar paterno, hubieran visto que la Iglesia Ortodoxa nunca se alineó
con la “Teología de la Divina Inercia” como hemos sido acusados sarcásticamente por la revista
citada anteriormente. Nunca fue alérgica, en el sentido de la reforma adecuada. La Iglesia
Ortodoxa nunca estuvo plagada por un liderazgo apegado a tradiciones estériles (como están
plagados los simpáticos cristianos veterocalendaristas, que a causa de su adhesión mórbida a
las tradiciones – tradiciones con “t” minúscula – han terminado cayendo en la afirmación
ligeramente alterada de Lutero de que “¡cada cristiano es para sí mismo tanto Patriarca como
Iglesia!” Y por ello, sus grupos pronto estarán compitiendo con las sectas protestantes en
número).
La Iglesia Ortodoxa no tuvo ningún problema en el 268 D.C. en el Concilio (Sínodo) de Antioquía
al condenar el término “ομοούσιος” (homo-ousios = Griego: de la misma esencia), cuando fue
usado blasfemamente por Pablo de Samosata para apoyar su teoría del Unitarismo, y luego, 50
años más tarde, adoptó (ortodoxamente, por supuesto) este mismo término “ομοούσιος” (homo-
ousios = Griego: de la misma esencia) ¡y de hecho lo insertó en el Credo Niceno! Y aquel…
maestro reformador: Atanasio el Grande, facilitó explicaciones y aseguró a los “ultraortodoxos”
de su tiempo que: “…Todos ellos (los presentes en Antioquía y en Nicea) eran Padres. Todos ellos
descansan en Cristo. Todos ellos creyeron en todo lo que pertenece a Cristo; y todos ellos inmediatamente
actuaron en contra de los herejes: los primeros (Padres de Antioquía) condenaron al de Samosata, y los
últimos (Padres de Nicea) condenaron a Arrio…” (Sobre los Concilios, 43:1 – 45:2).
Y aunque por 56 años completos los ortodoxos vivieron bajo la implacable persecución de los
Arrianos, prefiriendo ser decapitados a permitir que decapitaran su credo al eliminar la palabra
“ομοούσιος” (homo-ousios = Griego: de la misma esencia), de pronto, el II Concilio (Sínodo)
Ecuménico eludió esta dificultosa palabra. Ellos deliberadamente, dejaron a un lado un término
que revelaba precisión dogmática, actuando providencialmente. Sí, han oído correctamente:
providencia, en un término dogmático (!!!), con el único propósito de facilitar el regreso a la Iglesia
de los bienintencionados Pneumatómacos5 de aquella época. Esta providencia imitadora de
Cristo, fue completamente aprobada también por el pilar de la Ortodoxia: Gregorio el Teólogo.
Sin embargo, he aquí a los Apolinaristas, los cuales, no obstante, se proyectan a sí mismos como

5
Pneumatómacos: combatidores contra el Espíritu.
10

“súper ortodoxos” y partidarios del término “ομοούσιος” (homo-ousios = Griego: de la misma


esencia), y ¡sin embargo lo acusan de traicionar la fe!
Por favor, permítannos este paréntesis, para mencionar que los “ultra ortodoxos” del tiempo de
Atanasio el Grande, de Gregorio el Teólogo y de todas las épocas, tienen el hábito de “escarbar
hasta encontrar” supuestas palabras “heréticas” y formar un “escándalo” con ellas. Si sólo estas
pobres almas hubieran estado familiarizadas con las palabras de San Gregorio Palamás, que
afirmó valientemente: “Era habitual, desde el mismo inicio, - no sólo por la Santa Biblia sino también
por los Santos Padres – el no prestar atención a las palabras, pues las palabras no lesionan a nadie, cuando
las cosas mismas prueban que son diferentes.” Palamás termina con lo siguiente: “formar un escándalo
con las palabras” era desconocido para los Santos Padres. Es más, quienquiera preste atención, ‘no al
propósito del autor sino a sus palabras’ termina por ‘reverenciar mentiras’, en otras palabras,
tendrá una percepción falsa de la fe e incluso se regodeará en ello.” (A Dionisio, §13, Pan. Christou, 2,
490).
Cerramos este paréntesis.
La fidelidad hacia la Tradición (tradición, con una “T” mayúscula), no impidió a los Padres de
la Iglesia crear “nuevos nombres” (como fue citado por San Gregorio el Teólogo), cuandoquiera
eso fuera estimado como necesario para la protección de la fe inalterable, incluso si esos “nuevos
nombres” a veces escandalizaban a los supuestos amantes de la Tradición. ¡Recordemos – por
ejemplo – por cuántos de sus contemporáneos, San Simeón el Nuevo Teólogo era considerado
un modernista, cuando contrapuso la religiosidad convencional contra la experiencia de vida en
Cristo! Incluso San Gregorio Palamás fue caracterizado por sus adversarios como un “nuevo”
Teólogo y un modernista peligroso.
Pero ninguna de estas reformas ortodoxas jamás causó daño a “la fe que ha sido transmitida a los
santos de una vez para siempre” (Judas 1:3). Muy sencillo, frente a cualquier amenaza de
falsificación de la fe, la Iglesia estaba obligada a proteger su fe única e inalterable,
reformulándola, con la adición de nuevos nombres (como nos cuenta San Gregorio). Esta
reformulación no añadió ninguna nueva verdad o revelación nueva de la cual la Iglesia no
estuviera consciente previamente, no condujo a una comprensión mejor o más completa de la
revelación. Eran simples términos que fueron adaptados o hechos compatibles con el nuevo marco
nocional que la naciente herejía había introducido, para que, por medio de estos términos recién
introducidos, la herejía normalmente enmascarada fuese sacada a la luz.
Basilio el Grande aclara el asunto, al decir: “Si cambiamos el contenido de la fe cada vez que
enfrentamos desafíos y circunstancias, entonces la decisión de aquel que dijo “Un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo” sería engañosa. Pero si esas palabras son verdaderas, entonces que nadie os engañe con
palabras vacías.” Y concluye: “Y no admitimos ninguna fe que haya sido escrita de nuevo por
otros, ni nos atrevemos a renunciar a los frutos de nuestro intelecto, por temor a convertir las
palabras de la piedad en producto humano; sino que, justamente como fuimos enseñados por
los santos Apóstoles, así nosotros ‘proclamamos’” (Epístolas, 226:3 y 140:2).
Sucumbiré a la tentación de mencionar otro asombroso pasaje más de Basilio el Grande, en el
cual se refiere a otro “incremento, suplemento y/o renovación” de la fe trasmitida, no
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necesariamente relacionado con los desafíos de las herejías. En su carta a Eustatio de Sebaste, el
inestable en la fe, confiesa lo siguiente: “Mi vida entera es lastimosa. Me atrevo a presumir de una
sola cosa: que nunca he sido engañado en las creencias respecto a Dios, o (noten esto) al reaprender algo
luego de haber creído de otra manera. La fe que he recibido de mi difunta madre y de mi abuela Makrina,
es la fe siempre en aumento que porto en mi interior.”
Y explica a qué es atribuida esta fe siempre en aumento: “No he sido partícipe de otras cosas para la
perfección de la palabra, en cambio HE PERFECCIONADO aquellos principios que me fueron conferidos.
Porque, así como aquello que crece en magnitud comienza por un pequeño tamaño, y aún permanece lo
mismo, inmutable en su especie, pero se hace perfecto en su crecimiento, así espero hacer crecer la palabra
en mí, por medio de mi mejora. Y este crecimiento no implica que haya hablado, ora de una manera, ora
de otra. Ni que haya ocurrido ningún cambio en las cosas que he dicho, de peor a mejor, sino, sencillamente,
una ‘adición de información perdida durante el incremento del conocimiento’” (Epístola 223:3-5).
Estas palabras del santo Padre constituyen una evidencia de su creciente conocimiento de Dios;
su renovable – por así decir – experiencia en la fe. Pero es una renovación enraizada en la
Tradición viviente de la Iglesia.
Semejante “reforma” (llamémosla así) (para que seamos entendidos por los protestantes) no solo
está justificada, sino que es necesaria. Porque, realmente, la experiencia del Dios viviente y la
palabra o confesión respecto a Él, posiblemente no puede ser considerada como un elemento
estático o muerto, especialmente en de los problemas del mundo y de la historia. Por lo tanto,
de acuerdo con Basilio el Grande, el incremento, la mejora, el suplemento y el perfeccionamiento
de la fe, comprenden la renovación únicamente ortodoxa de la Tradición, que no es más que la
experiencia perenne y viva de la fe INALTERADA a través de la historia, y la palabra la
confesión, la teología, el testimonio vivo – relevantes para ella – o comoquiera que se desee
llamarla.

EPILOGO
Terminaré mi intento de responder a las preguntas fundamentales que se plantearon al
principio, volviendo al folleto protestante que dio inicio a este comentario.
El propósito del libro (como se menciona en el Prólogo) era mostrar “sobre la base de la palabra
escrita de Dios y de la Historia Eclesiástica” (recuerde esta mención de la Historia Eclesiástica) que
“la Santa Tradición de la Iglesia Ortodoxa no tiene su origen ni en Cristo ni en sus Apóstoles, sino que es
de invención humana y de fecha muy posterior. Y mucho más importante, se opone a la Santa Biblia y por
consiguiente es dañina para las almas que creen en ella.”
En el Prólogo se nos advierte también que por razones históricas, se nos remite al libro “Historia
Eclesiástica” de Stefanides. Este es un punto muy interesante, porque – como hemos visto – los
protestantes no se sienten muy cómodos con las lecciones de Historia Eclesiástica. En las mejores
circunstancias, la leen selectivamente.
Es también muy interesante, que en otra publicación de este grupo, no niegan el testimonio
histórico de que el Canon de la Santa Biblia fue validado por la Iglesia en el siglo IV.
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Así que, les preguntamos: ¿No es al menos lógico que acepten el hecho de que esa Iglesia era
realmente “la columna y el baluarte de la verdad”? (1 Timoteo 3:15) ¿De qué otra manera sería
correcto el Canon de los libros de la Biblia? ¿Por lo tanto, cómo es posible que la enseñanza de
esos pentecostales no tenga nada que ver con la fe de esa Iglesia?
Muy sencillo: Porque nunca comprendieron aquello que el finado padre Justin Popovic
claramente había proclamado: que la Tradición de la Iglesia Ortodoxa nunca está relacionada
con religiones, justificaciones y enseñanzas voluntarias de humanos, ya que, para los Ortodoxos,
“La Tradición es el Cristo Divino-Humano y eterno, siempre presente en el Cuerpo Divino-humano de la
Iglesia.” (La Iglesia Ortodoxa y el Ecumenismo, edición griega: 88-89).

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