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p=77

Japón como ejemplo


Viernes, 22 de Abril de 2011

Josep Gisbert
Periodista
jgisbert@NULLlavanguardia.es
Sabadell, 1958. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. Empezó a trabajar
el 1975 en el Diari de Sabadell y desde el 1977 lo hace en La Vanguardia, en donde se ha especializado en política
catalana. Es autor de Els mons de Ramon Trias Fargas, dentro de Homenatge a Ramon Trias Fargas, editado por la
Fundació Ramon Trias Fargas (Barcelona, 2000).

Desde que el 11 de marzo la tierra tembló bajo sus piés, Japón está concentrando la
atención del mundo entero. Una de la mayores catástrofes naturales de la historia -un
terremoto de 9 grados en la escala de Richter y el devastador tsunami posterior-,
encadenada con el que probablemente será el también mayor accidente jamás ocurrido en
una central nuclear, le ha dejado noqueado, en estado de shock, al borde del colapso. Una
situación de la que muy pocos, por no decir literalmente nadie, serían capaces de
recuperarse con el temple que ha empezado a hacerlo el país del sol naciente.
Sorprendía cómo en los primeros días del desastre, con las imágenes de las aguas
arrasándolo todo a su paso todavía frescas, desde Occidente, desde los 10.000 kilómetros
que le separan de Cataluña, o de España, se pretendía dar lecciones de todo tipo: de
cómo era posible que una región tan avanzada del planeta no lo tuviera todo previsto, de
porqué no se había tenido en cuenta la contingencia equis, de porqué se reaccionaba de
una y no de otra manera, de cómo podía ser que se estuvieran haciendo las cosas así y no
asá, de porqué se daba crédito a un gobierno que se entendía que no podía pasar de
incompetente, de porqué no se renegaba de una vez de una energía tan perniciosa como
la nuclear… Todo con absoluta impunidad y envuelto en un alarmismo desenfrenado que
ponía en evidencia, y en ridículo, a quien lo pregonaba por el contraste con la realidad de
lo que efectivamente estaba sucediendo.
Ha habido fallos, seguramente más de los que la sociedad nipona esperaba, pero la
reacción de Japón ha sido modélica. A los ojos del mundo ha ofrecido una lección de cómo
plantar cara a una catástrofe sin precedentes que muchos, por descontado Cataluña y
España, quisieran para sí. La imagen de orden y concierto y de anteposición de los
intereses colectivos a los particulares -de los damnificados, de los supervivientes, de los
equipos de rescate, de la población en general- no tiene parangón. Y la seriedad,
tenacidad, humildad y discreción con que, apenas mes y medio después, ha comenzado el
proceso de reconstrucción tampoco. ¿Alguien se imagina lo que ocurriría con una
calamidad similar en estos lares mediterráneos del sur de Europa? Más vale no probarlo y
más vale tomar ejemplo de una comunidad a la que la historia ha sometido a duras
pruebas, a las que siempre se ha sobrepuesto y que esta vez volverá a superar, que
pretender dar lecciones a 10.000 kilómetros de distancia.
En esta latitud lo que sí se puede es rendir homenaje, más allá de la desgracia del
momento, a un pueblo sin el cual la proyección internacional de Cataluña hoy no sería la
misma, y hacerlo aprovechando los veinticinco años de una celebración ahora común: la
exportación de la festividad catalana de Sant Jordi a Japón.

Comentarios 1
1. JuMa dice: abril 22, 2011 en 5:30 am

Yo veo muy pocas cosas admirables en los japoneses y observo graves deficiencias en su
comportamiento:
a) Un capitalismo exacerbado que ha permitido que cincuenta plantas nucleares estén en
activo en un país con tan alto riesgo de terremotos, tsunamis, tan pequeño y con tan alta
densidad demográfica. En pocas palabras, una ratonera.
b)Una escasa capacidad crítica. Parece que no son conscientes del grave daño que han
infligido a todo el planeta. Lo asumen todo con su proverbial fatalismo y, ¡ala!, a seguir
contaminando.
c) Una nula capacidad de protesta y de organización en torno a unos líderes que no sean los
oficiales. Se han conformado con unas palabritas del emperador y del primer ministro.
d)Pienso que los japoneses de cultura nada de nada. Son refinados pero en el fondo son unos
auténticos bárbaros. Su comportamiento actual coincide con el que le llevó a las dos guerras
mundiales: fe ciega en torno a unos gobernantes corruptos y una ambición sin límites.
Prometo que jamás compraré un coche japonés ni ningún otro producto que sepa que se ha
fabricado en Japón. De algún modo nos tenemos que defender sus pobrecitos ‘vecinos’
globales.

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