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o conducta, individual o social. Sin embargo, y esto hace todavía más
interesante la línea de reflexión, Pardo introduce esta imagen para pensar la
filosofía clásica, desde Sócrates y Platón, por lo cual la idea de “regla” no debe
leerse sólo en clave moderna.
Cabe aquí un primer señalamiento acerca de las vinculaciones de la filosofía
con la pedagogía. Sabemos que el conjunto de saberes sobre la transmisión
que incluimos bajo el nombre de Pedagogía ha tenido la doble misión de
describir un campo pero también de ordenarlo, de instituir unas formas de la
transmisión que dejaron de lado otras: doble misión donde en ocasiones no
han estado claras las fronteras entre el describir y el prescribir. En este sentido,
los saberes de la pedagogía no son sólo reglas sobre un juego que ya está
siendo jugado sino también lo son sobre el deber ser del juego. Esa “zona gris”
entre el describir y el ordenar está también presente en el texto de Pardo.
Por otro lado, el filósofo ordena toda su reflexión acerca del explorador y los
nativos, de las reglas explícitas y el juego implícito, alrededor de la aporía del
aprender, y de las posibilidades (o imposibilidades) de pasar del no saber al
saber. He aquí un segundo punto de contacto que nos abre la puerta para
pensar juntas a la filosofía y a la pedagogía.
Me gustaría entonces presentar algunas reflexiones sobre el juego y las reglas
de la pedagogía, sobre sus marchas y contramarchas, sobre la cuestión de si
se altera el juego cuando se explicitan las reglas o si las reglas de por sí son
anacrónicas en relación al juego que nombran.
El juego de la transmisión…
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instrucciones que, generación tras generación, hicieron perdurar unas prácticas
y a la vez recrearlas.
¿No son acaso los saberes de la pedagogía las instrucciones a seguir para
hacer que otro aprenda algo? ¿No parten acaso estos saberes de la
observación, de atender y objetivar un juego que viene siendo jugado?
Veamos, por caso, la forma que tienen los axiomas de Juan Amos Comenio en
su Didáctica Analítica:
“XCIII. En todo lo que se enseña se tiene que poner cuidado de que sea
comprendido, primero como totalidad, luego, ordenado y diferenciado en
sus partes.
(…) Así, pues, nuestro espíritu tampoco puede aprender varias cosas al
mismo tiempo. Quien al mismo tiempo hace varias cosas, no lo hace
correctamente, Entonces:
XCIV. Siempre sólo una a un tiempo.
XCV. Siempre primero el todo, luego las partes y, finalmente, las partes
más pequeñas, unas después de otras.
XCVI. En cada una se tiene que permanecer tanto tiempo como sea
necesario.” (2003, 65)
Así como Comenio plantea que la regla es producto de una investigación, por
lo que no “inventa” estas instrucciones (en la Didáctica Magna argumentará
que son efecto de la observación de cómo Dios ha trabajado sobre la
naturaleza) siglos más tarde, Emile Durkheim realiza una operación similar
cuando, para ofrecer una definición de educación, comienza diciendo “de la
observación de los hechos se desprende que ….” O “de estos hechos
resulta…”, y luego establece los preceptos o axiomas que conocemos
(Durkheim, 1996).
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En todo caso, la pedagogía moderna ha tomado la forma de la regla y la
instrucción y la ha explotado al máximo en una época, pero no podemos
reducir a ella la idea de saber/regla.
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formación docente trasmitimos un conjunto de saberes sobre el enseñar que
supuestamente harán que quienes los aprendan se conviertan en docentes o
enseñantes. Pero, como sabemos los que nos dedicamos a esto, la cosa no es
tan simple. Un conjunto de instrucciones a seguir no hacen a un buen docente,
o, para decirlo de otro modo, la enseñanza no se reduce a un conjunto de
instrucciones bien cumplidas. No es que las instrucciones no sirvan, es que no
alcanzan, no son suficientes. El que enseña pone algo que excede a las reglas
del buen enseñar: voluntad según algunos, pasión según otros, obstinación,
deseo, etc.: todos términos irreductibles a una regla o una instrucción.
Con la enseñanza sucede algo semejante a lo que sucede con la cocina: por
más que existan innumerables libros de instrucciones, hay una medida, una
“mano” (recuerdo la expresión que mi madre usaba para referirse a una vecina:
“tiene buena mano para la cocina”) que no se aprende con sólo seguir las
instrucciones. O lo que sucede con el baile: el conocer los pasos y los
movimientos no nos hace buenos bailarines, por lo que a bailar no se aprende
por correspondencia.
Entonces, ¿cómo se aprende a cocinar, a bailar, o a enseñar? ¿Cuál es la
utilidad de las reglas o las instrucciones? El filósofo José Luis Pardo lo
responde así:
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hubiera acordado de algo que nunca supo)” (2004: 29).
Me percaté una vez que una amiga, muy buena cocinera ella, cuando se iba a
dormir prendía la tele un rato y ponía un conocido canal que ofrece recetas de
cocina. Extrañada, le pregunté por qué lo hacía, ya que no tomaba notas de los
ingredientes ni de las cantidades, sólo miraba hasta que se le caían los ojos.
Me contestó que ella miraba no porque esperara enterarse cómo se hacía este
plato o este otro, sino porque le gustaba cocinar, y creía que ver a otros
hacerlo le reportaría ideas y alternativas diferentes, nuevas ocurrencias cuando
estuviera cocinando lo que fuere. Como una influencia indirecta y diferida, ver a
otros cocinar abría su repertorio de respuestas frente a su propia cocina.
Leyendo a Pardo caí en la cuenta de la sabiduría de mi amiga cocinera. Ella,
mirando y escuchando, se exponía a ser contagiada, permeada, influenciada
por esos eximios gourmets más allá del platillo que cocinaran, de las exactas
cantidades. Ella aprendía así, y experimentando en su cocina, cuál es la
medida justa de una pizca de sal.
¿Cómo se enseña a enseñar? ¿Cuál es la medida justa de teoría, de práctica,
de acción, de reflexión? ¿Cuánto decir y cuánto callar, cuánto escuchar y
cuánto intervenir? ¿Cuáles son las instrucciones que hacen a un buen
enseñante que vale la pena pasar y cuáles las que su alteración ha hecho
caducar? A bailar se aprende bailando, dice Pardo, con un buen bailarín. ¿Se
aprende a enseñar enseñando?
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Bibliografía citada:
Pardo, José Luis (2004): La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender
filosofía. Galaxia Gutenberg/Circulo de Lectores, Barcelona.