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X Y La Identidad Masculina
X Y La Identidad Masculina
A l ia n z a E d it o r ia l
Elisabeth Badinter
XY
La identidad masculina
Alianza Editorial
Título original: XY, DeL'Identité Masculine
Agradecimientos .................................................................................. 11
Prólogo. E l e n i g m a m a s c u l i n o . El G r a n X ........................ 15
¿Qué es un hombre? ........................................................................... 17
Cuando el hombre era el Hombre ................................................... 21
Las anteriores crisis de la masculinidad ........................................... 26
La crisis de la masculinidad en los siglos xvn y xvm en
Francia y en Inglaterra ............................................... 26
La crisis de la masculinidad a finales del siglo xix y
principios del xx .......................................................... 29
La polémica actual: ¿hombre sobredeterminado o indeterminado? . . 38
Los diferencialístas o el eterno masculino ................... 38
Los constructivistas o el estallido de la masculi
nidad .................................................................................. 43
P r im e r a parte
7
8/lndice
S egunda parte
SER UN HOMBRE (XY)
I n d ic e o n o m á s t ic o ...................................................................................... 249
AGRADECIMIENTOS
11
Para m i hijo Benjamín, que me regaló el
título de este libro
1 X X es ia de la mujer.
2 Cfr. los trabajos de j. H. Tjio y A. Lovant en Suecia. Hereditas; 42, 1, 1956.
13
14/E lisabeth Badínter
EL ENIGMA MASCULINO.
EL GRAN X
¿Qué es un hombre?
17
18/Eiisabeth Badinter
La orden tantas veces oída «Sé un hombre» implica que ello no es tan
fácil y que la virilidad no es tan natural como pretenden hacernos
creer, ,
Como mínimo la exhortación significa que la posesión de un cro
mosoma Y o de órganos sexuales masculinos no basta para circuns
cribir el macho humano. Ser hombre implica un trabajo, un .esfuerzo
que no parece exigirse a la mujer. Es mucho más raro oír «Sé una mu
jer» a modo de invitación al orden, mientras que la exhortación al
niño, al adolescente e incluso al adulto es una fórmula corriente en la
mayoría de las sociedades2. Sin ser plenamente conscientes de ello,
nos comportamos como si la feminidad fuera natural, ineluctable,
mientras que la masculinidad debiera adquirirse pagándola muy cara.
El propio hombre y los que le rodean están tan poco seguros de su
identidad sexual que exigen pruebas de su virilidad. Al ser masculino
se le desafía permanentemente con un «Demuestra que eres un hom
bre». Y la demostración exige unas pruebas de las que la mujer está
exenta. La menstruación llega de manera natural, sin esfuerzo por no
decir sin dolor, y con ella la niña pasa a ser mujer ya para todo el resto
de la vida. Nada semejante ocurre hoy con el niño de la civilización
occidental. Y no porque haya desaparecido la necesidad arcaica de
demostrar su virilidad. Sino porque la contradicción existente entre
la necesidad de poner de manifiesto el género y la ausencia de pruebas
reales y definitivas nunca fue tan grande.
La confusión es extrema cuando el lenguaje cotidiano nos habla
sin tapujos de un hombre, uno de verdad para designar al hombre viril.
¿Acaso significa que ciertos humanos tienen sólo la apariencia de
hombres, que son hombres falsos? Hay quien se queja hoy de la caren
cia de feminidad entre las mujeres, pero es muy raro que sean ellas
mismas las que pongan en duda su propia identidad. En el caso de los
hombres, a menudo, son ellos mismos los que se distinguen entre
sí añadiendo la etiqueta de verdadero. Y son ellos también quienes
se interrogan secretamente para saber si merecen o no dicha cate
goría.
Deber, pruebas, demostraciones, son palabras que nos confirman la
existencia de una verdadera carrera para hacerse hombre. La virilidad
no se otorga, se construye, digamos que se «fabrica». Así pues, el
hombre es una suerte de artefacto y, como tal, corre el riesgo de ser de
2 David D. Gilmore, Manhood in ibe Making. Cultural Concepts o f Masculinity, Yaie Uni-
versity Press, 1990, p. 2.
Prólogo/19
23 Ibidem.
24 Si la palabra «virilidad» significa, en primer lugar, el conjunto de los atributos y
caracteres físicos y sexuales del hombre, también es utilizada en el sentido más general
de «propio del hombre» y sinónimo de masculinidad. Por el contrario, la palabra anglo
americana sólo se refiere al primer significado, y las feministas norteamericanas descu
bren un sentido machista al significante virility y se abstienen de su utilización.
25 Traducción del americano de «male» y «female», que remiten a los caracteres físi
cos y biológicos del hombre y la mujer.
26 Michael S. Kimmel (ed.), Changing Men. N ew Directions in Research on Men and Mascu
linity, Sage Publications, 1987, p. 12.
2ó/Elísabeth Badinter
43 Bruno Bettelheim, L epoids d'une vié, collection «Réponses», Robert Laffont, 1991,
pp. 15 a 40.
44 J. Le Rider, M odem ité viennoise, p. 55.
45 De Robert Musil (1880-1942), título de la novela publicada entre 1930 y 1933.
Trad. cast.: E i hombre sin atributos, Barcelona, 1980.
4<>«CEdipe menacé», en (Euvres pré~pos¡humes, Seuil, 1931. Traducción francesa de
Ph. Jaccottet en 1965. Titulo original: Nachiass zm Leb&iten.
47 jacques Le Rider: Le cas Otto Weininger, p. 67,
48 Otto Weininger: Sexe et caractére, L’Age d’Homme, 1989, p. 73. Trad. cast.: Sexo y
carácter, Barcelona, 1985.
49 j. Le Rider: L'Infini, op. cit., p. 14. Con «formas intermediarias» se quería decir la
homosexualidad, o sea, el vicio, la decadencia o la enfermedad vergonzosa.
Prólogo/33
61 Joe L. Dubbcrt, «Progressivism and the Masculinity Crisis», op. cit., p. 308.
62 Michael S. Kimmel: «The contemporary Crisis of Masculinity...», en Brod, op.
cit., p. 138.
63 Ibidem, p. 138.
61 Peter G. Fiiene: op. cit., pp. 78-79.
65 A diferencia de Europa, los EE. UU. había conocido ya una crisis de la domestict-
dad. Desde los años 1890, libros y periódicos femeninos se quejaban con amargura de la
falta de servicio o ayuda doméstica, cosa que condenaba a las mujeres a realizar estas ta
reas rutinarias. En la misma época, en Europa, incluso en los hogares más modestos po
dían benefíarse de la ayuda de una criada. De ello da testimonio, por ejemplo, Emile
Zola en L es Roueon-Maequart (1871-1893); trad. cast., Los Rouson-Macqart, Alianza Edito
rial, Madrid, 1981.
36/Elisabeth Badinter
Bajo ese vocablo se incluyen todos aquellos que piensan que la di
ferencia irreductible entre los sexos es la ultima ratio de sus destinos
respectivos y de sus mutuas relaciones. En última instancia es la bio
logía la que determina la esencia masculina y femenina. Este punto
de vista vive un actual rejuvenecimiento a través de la sociobiología,
fundada en 1975 por E. O. Wilson75. Estudioso del comportamiento
85 Las primeras que sostuvieron estas posturas, en los Estados Unidos, fueron las
lesbianas separatistas. Otras, que se quieren más radicales, las siguieron. En Francia,
Luce Irigaray encarna esta .corriente.
82 Expresión creada, en 1980, por Catherine Stimpson para designar a las feminis
tas que acentúan las diferencias sexuales oponiéndose a los minimalistas.
8:5 Cfr. Ti'Grace Atkínson, «Le Nationalisme féminin», en Nouveües questions féminis-
tes, núm. 13, 1984.
84 Maryse Guerlais: «Vers une nouvelle idéologie du droit statutaire: le temps de la
différence de Luce Irigaray», en Nouveües questions jéministes, núms. 16-17-18, IV^l.
Prólogo/41
% L ’Un et l'autre sexe (E t uno es el otro). Las críticas recientes a uno de sus libros más
famosos (Corning ojA ge in S am a, de 1928) no cuestionan ia validez de sus últimos traba
jos sobre ia diversidad de los géneros. Cfr. Derek Freeman: Margaret Mead and Sam a, The
Making and Unmaking o f an Anthropoiogical Myth; Harvard University Press, í 983.
97 M. Mead, op. cit., pp. 67 y 70.
98 David A. Gilmore: Manhoodin the Making. Cultural Concepts o f Masculinity, Ya le Uni
versity Press, 1990.
w Por ejemplo, las tribus de Nueva Guinea. Léase Maurice Godelier: La producción de
los grandes hombres, Barcelona 1986. Este libro incluye las observaciones realizadas, en
1967 y en 1975, por el autor entre los baruya; Gilbert H. Herdt, eds.: Rituais o f Manhood.
Male Initiation in Papua New-Guinea, University of California Press, 1982.
!m) Sobre los tahitianos, léase Robert Levy: Tahitians, Mind and Experience with the So
ciety Islands, University of Chicago Press, 1973.
101 Los sema i piensan que la agresividad es ia peor entre las calamidades y ia frusta-
ción del prójimo, el mal absoluto. Resultado: no son ni celosos, ni autoritarios, ni des
preciativos. Cultivan cualidades no competitivas, son más bien pasivos y tímidos y se
comportan discretamente ante los demás, sean hombres o mujeres. Poco preocupados
por 3a diferencia entre los sexos, no ejercen ninguna presión sobre los muchachos para
que se diferencien de las chicas y se conviertan en hombres duros. Cfr. D. Gilmore, op.
cit., pp. 209-219. Véase también Robert K. Dentan: The Semai: A non Violent People o f Ma-
laysia, N. Y. Holt, Rinehardt and Wurston, 1979.
Prólogo/45
el hombrecito semai, ¿cuál de los dos es más viril?, ¿cuál es más nor
i a l y se identifica mejor con su propia naturaleza?, ¿cuál de los dos se
ha visto más presionado por su entorno y por la educación?, ¿cuál de
los dos ha inhibido una parte de sí mismo?
No es necesario recorrer el mundo entero para constatar la multi
plicidad de los modelos masculinos. Nuestra sociedad constituye un
perfecto observatorio para dicha diversidad. La masculinidad es dis
tinta según sea la época, pero también según la cíase social102, la ra
za’03 y la edad104 de los hombres.
Así se comprenderá que la célebre frase de Simone de Beauvoir
también puede aplicarse a ellos: uno no nace hombre, se hace. Es algo
que parece demostrado, a contrario, por los niños salvajes del siglo xix,
Victor de Aveyron y Gaspar Hauser, que crecieron alejados de todo
contacto humano. También es verdad que los observadores de estos
chicos se interesaban poco por los problemas de identidad sexual.
Pero, a pesar de ello, dichos problemas aparecen en sus crónicas. Gas
par Hauser, él, quiere ponerse vestidos de chica, porque le parecen
más bonitos: «Le decimos que tiene que ser un hombre: se niega total
mente a ello»105. Victor, al que el doctor ítard describe como poseído
de fuertes pulsiones sexuales, no demuestra preferencias por ninguno
de los dos sexos. Su deseo no establece diferencias, cosa que, según
dice en 1801 el bueno del doctor, no debe sorprender: «Es un ser al
que la educación no había enseñado a distinguir un hombre de una
mujer»106.
Si la masculinidad se aprende y se construye, no cabe duda de que
también puede cambiar. En el siglo xviii, un hombre digno de ese
epíteto podía llorar en público y desmayarse; a finales del siglo xix, ya
no puede hacerlo, so pena de dejar en ello su dignidad masculina. Lo
que se construye es pues susceptible de ser derruido, para reedificarse
más adelante. Pero los más radicales de entre los «constructivistas»,
inspirándose en Jacques Derrida, sólo se ocupan del derribo. Se trata
de explosionar definitivamente el dualismo de géneros107e incluso de
102 Anthony Astrachan: How Men Feel, N. Y. Anchor Press/Double day, 1986.
103 Robert Staples: «Stereotypes of Black male sexuality», en Men’s Lives, op. cit.,
p- 4.
504 Véase 2.a parte, cap. 2.
105 Lucien Malson: Les enfants sauvages, 10/18, París, 1964, pp. 81-82.
106 Idem.
107 S. Kessler & McKenna: Gender: A » EthnoMethodogicalApproach, N. Y., 1978, John
Wiley, Cuestionan el dualimo de los géneros, categorías arbitrarías, como también lo
hace Holiy Devor: Gender Blending. Confronting the limits o f duality, Indiana University
Press, 1989, p. 33.
46/Elisabeth Badinter
M'8 Judith Butler: Gender Trouble. Feminism and Subversión o f Identity, Routledge, 1990.
Su objetivo es desestabilizar la distinción. Insiste en el hecho de que incluso el cuerpo es
una construcción, p. 8.
1(19 Marcia Yudkin: «Transexualism and Women: a critical perspective», en Feminist
Studies, octubre de 1978, vol 4, núm. 3, pp. 97 a 106.
110 Marc Chabot: «Genre masculin, genre flou». Conferencia en la Universidad de
La val, en Quebec, pronunciada en 1990, y que el autor me ha prestado. Actualmente se
halla publicada en D eshommes etd u masculin, Bief, Presses Universitaires de Lyon, primer
trimestre de 1992, pp. 177 a 191.
PRIMERA PARTE
49
50/Construir un macho (Y)
l(i Jacques Ruffié: Le sexe et la morí, Odile Jacob, 1986, p. 81: in útero mueren más ni
ños que niñas. Además, la Seguridad Social ha comunicado que, en 1991, un niño va
rón de 0 a 12 meses costaba a la nación 1.714 francos más que una niña durante el mis
mo periodo. A la edad adulta, la proporción masculina se mantiene cercana a los 100
hasta los 50 años (y eso que nacen más chicos que chicas: de 104,5 a 108,3 chicos por
cada 100 chicas, segúan las épocas y los países); pero a los 60 años quedan 92 hombres
por cada 100 mujeres, a los 70 años, 79 hombres, y a los 80 años, 58 hombres. Censofra n
cés, 1990.
17 Philippe Chevailier: «Population infantik consultant pour des troubies psycho-
logiques», en Pupulation, mayo-junio de 1988, núm. 3, pp. 6 11 a 638. A partir de 18 estu
dios estadísticos sobre crios que acuden a la visita psicológica, describe unas caracterís
ticas comunes: preponderancia de chicos y papel provocador de la escuela.
!íi Ibidem, pp. 615 y 616. Véase también el artículo detallado del psiquiatra norte
americano León Eisenberg: «La répartition différentielle des troubies psychiques selon
le sexe», en Le faitfém inin (ed. Evelyne Sullerot), Fayard, 1978, pp., 313 a 327: «En los
EE.UU., las admisiones totales en consulta externa para crios de menos de 14 años dan
una proporción de 2,5 chicos por 1 chica. Entre los 14 y los 17 años, las admisiones son
casi parecidas en unos y otras.»
19 Alelo: gen simétrico de otro gen, situado en el locus correspondiente al segundo
cromosoma del par. <ífr. el Glosario de Fait Féminin, op. cit., p. 517.
La identidad masculina/53
55
56/Constmir un macho (Y)
Sexo genético
Estado indiferenciado
gónada M = testículo
Sexo gonádico
gónada F = ovario
l
-Sexo corporal
órganos órganos genitales caracteres sexuales
internos externos corporales secundarios
A
Sexo declarado en el
registro civil
19 Robert Stoller: Rechercbes sur l'identité sexuelle, op. cit., pp. 60 a 70.
20 Una madre muy bisexual, de aspecto femenino, sexualmente neutra, depresiva,
que no se interesa por la sexualidad ni tiene un vínculo especial con el padre del bebé, y
se siente profundamente incompleta. Un padre ausente física y emocionalmente, que
no se emociona al ver a su hijo vestido como una chica y adoptando un comportamien
to inhabitual. Robert Stoller: Rechercbes sur l’identité sexuelle, op. cit., pp. 119 a 122.
62/Construir un macho (Y)
21. El sexo del Registro Civil, entendido aquí como el sentimiento personal de su
identidad, es decir, el núcleo de la identidad dei género, según la terminología de Sto
ller.
22 Es eí caso de los «testículos feminizantes»: se trata de sujetos XY que presentan
todas las características de la mujer. Son mujeres — a veces muy guapas— que presen
tan un aspecto genital externo femenino, un desarrollo morfológico de tipo femenino
perfecto, pero que examinadas revelan tener una base cromosómica y un aparato geni
tal interno masculino.
23 Libératton, martes 28 de enero de 1992, p. 3. El subrayado es mío.
Y o el dualismo sexuai/63
La fusión originaria
65
66/Gonstruir un macho (Y)
1 John Bowlby: Attachement etp erte, voi. 1, L’Attachement, PUF, 1978. P. H. Gray:
«Theory and Evidence of Imprinting in Human Infants», en Journal o f Psycology, 46,
1958, pp. 155 a 166.
2 «La inversión libidinal relacionada con ia simbiosis... protege el yo rudimentario
de cualquier tensión prematura y no adaptada»; M. Mahíer: Psycose fafantile, Payot 1982,
pp. 21 -22. Recientemente, hay quienes han criticado la noción de simbiosis, como por
ejemplo Daniel Stern: Interpersonal World o f the Infant, N. Y. Basic Books, 1985, p. 10.
Stern piensa que en el espíritu del bebé no se produce nunca la confusión entre el yo y el
otro.
3 Freud: Abrégé de psychanalyse, 1940.
4 En su autobiografía, PhÜip Roth recuerda cuando era un «papoose mimado... un
bebé macho aprendiendo a abrise un camino en el cuerpo de su madre, atado a través de
cada una de las terminaciones nerviosas a su sonrisa y a su abrigo de piel de foca», en Los
hechos, Versal, Madrid, 1989.
5 Expresión del escritor austríaco Peter Rosei en Komódie und Mann, Residenz Ver
lag, Viena, 1984. (Not. trad.: La autora cita la edición francesa: Homtne et Femme SARL,
Fayard, 1987, p. 179.)
La diferenciación mascutina/67
26 M. Godelier: La producción de ¡os grandes hombres, op. cit., y Gilbert H. Herdt: Rituals o f
Manhood. Male Initiation in Papua N ew Guinea, op. cit. Véase también el artículo de Stoller y
Herdt: «The Development of Masculinity: A Cross-Cultural Contríbution», enJournal o f
the American Psychoanalytic Association, 1982, núm. 30, pp. 29 a 59.
27 Prohíben cualquier actividad sexual a la pareja hasta que el niño no haya cumpli
do un año.
La diferenciación masculina/73
28 joe I. Dubbert: «Shaping the Ideal During the Mascuíine Century», en A Man’s
Place, op. cit.
29 Kenneth S. Lynn: Hemingway, 1987.
30 Se suicidó el 6 de diciembre de 1928 pegándose un tiro en la cabeza.
31 Al margen de ciertas narraciones de Hemnigway, como E l ja rd ín d el Edén, escrita
hacia el final de su vida y en la que pone de manifiesto auténticos fantasmas transexua-
les, nadie duda de que el retrato psicológico de su madre (homosexual) corresponde
exactamente al tipo de la madre del chico transexual que describe R. Stoller.
74/Construir un macho (Y)
E l dolor de la separación
32 Hermano Burger: Die Kunstlkhe Mutter, Fisher Verlag, 1982. Nacido en 1942, el
autor se suicidó en 1989.
33 P. Bourdieu: «La dominatíon masculine», en Actes de la recberche, núm. 84, op. cit.,
P- 23-
La diferenciación mascuiina/75
gún ella, es fruto del miedo y no de la arrogancia, «el miedo que siente
el crío al verse obligado a rechazar la presencia todopoderosa de su
madre»39.
Incluso inhibida, la simbiosis maternal obsesiona al inconsciente
masculino. Por el hecho de que, durante miles de años, han sido edu
cados exclusivamente por mujeres, los hombres se ven obligados a
gastar grandes energías para mantener las fronteras. Dejar las mujeres
a cierta distancia es la única manera de salvar su virilidad. Rosseau ya
lo sabía cuando invitaba a hombres y mujeres «a vivir regularmente
separados... Ellos sufren tanto o más que ellas de un exceso en sus re
laciones e intercambios. Ellas sólo perderán sus costumbres, y noso
tros, nuestras costumbres y nuestra constitución. No queriendo sufrir más
a causa de una separación, a falta de no poder llegar a ser hombres, las
mujeres nos convertirán en mujeres»^.
39 LiUian Rubin; Des Etrangers intimes, Robert Laffont, 1986, pp. 69-70.
40 j.-j. Rousseau: L ettre a d ’A lembert, 1758, Garnier Fiammarion, núm. 160, 1967,
pp. 195-196. Ei subrayado es mío.
78/Construir un macho (Y)
41 Christopher Frank, Le Reve du singe fo u , Seuil, 1976, Le Livre de Poche, 1989, pp.
33, 107, 116, 140.
42 Günter Grass: E l rodaballo, Barcelona, 1982.
4Í Hermann Burger: Die Kunstliche Mutter.
1,4 ¿Por qué un pecho?, se pregunta. «¿Intenso deseo de inercia total y feliz, aspirar a
un gran saco de carne sin cerebro, pasivo, inmóvil, actuado'en lugar de actuar? ¿Largo
sueño de invierno en las montañas de la anatomía femenina?... El pecho, capullo, pri
mo de aquel bolsillo en el que me bañaba entre el líquido amniótico de mi madre», en
The Breast, Penguin, 1985.
45 Philip Roth: M y L ife as a Man, 1985.
La diferenciación masculina/79
ba todavía al hombre hace tan sólo veinte años. Pero no todos son ca
paces de aplicar tanta lucidez sobre sí mismos. Los más frágiles, los
más dolidos, no pueden mantener su masculinidad y luchar contra el
deseo nostálgico del seno materno si no es odiando el sexo femenino.
Recordemos la repugnancia de Baudelaire: «un odre... lleno de pus».
U n adolescente, que hace el amor por primera vez con una profesora
mayor que él y que le recuerda su madre, experimenta la misma re
pugnancia por el sexo de la mujer: «un conducto tibio y viscoso... ga
nas de vomitar... se siente como aspirado desde el interior... se siente
mal»46. Son sensaciones que comparten muchos adolescentes cuando
descubren el acto sexual y que normalmente desaparecen cuando re
fuerzan su masculinidad.
Con todo, desde la infancia hasta la edad adulta, y a veces toda la
vida, la masculinidad es mucho más una reacción que una adhesión.
El chico se instala oponiéndose: no soy mi madre, no soy un bebé, no
soy una niña, proclama su inconsciente. Según la expresión de Alfred
Adler, el advenimiento de la masculinidad pasa por una protesta viril.
La palabra «protesta» indica que hay duda. Se protesta reclamando
inocencia cuando hay sospecha de culpa. Se reclama la inocencia a
gritos para convencer a los demás de que no somos lo que ellos sospe
chan. Leí mismo modo, el chico (y el hombre), defiende su virilidad
porque se sospecha femenino. Pero, en este caso, la sospecha no la
formulan ios otros, sino él mismo. Debe convencerse a sí mismo de
su inocencia, es decir, de su autenticidad masculina.
Y esta protesta la dirige, en primer lugar, a la madre. Se respalda
en tres postulados: Yo no soy ella; no soy como ella; estoy en contra
suya.
55 Ibidem.
56 Ibidm . ¡Su madre le amenaza con un cuchillo si no quiere comer!
57 Ibidem,
58 Cfr. My L ife as a Man y The Professor o f Desire.
59 M y L ife as a Man.
60 Ibidem. El tema del bebé es constante en Ph. Roth, especialmente en La lección de
anatomía, que cuenta la historia de su terrible depresión.
61 Günter Grass, op. cit.
62 Pourquoi m oíi et autres récits. (1984-1987). Trad. francesa en Seuil, 1990, pp. 21
a 39.
82/Construir un macho (Y)
gar así todo el odio acumulado, y los que la matan realmente69. El fas
cinante hijo asesino de Ludovic Janvier es una caricatura del macho
abortado: cobarde, colérico, dulce, blando, gordo, goloso de sus pro
pios excrementos y viviendo un remedo de existencia. Habla de sí
mismo usando el femenino y, de hecho, parece una mujer, con sus se
nos y sus caderas. Confiaba liberarse del miedo a la existencia matan
do a su madre. Pero el hecho lo encarcela. Evoca a esa «lapa amorosa»
y juega con la idea del hombre embarazado, capaz de ofrecer un «am
biente viril» al bebé macho.
En realidad, pasado el momento oportuno, la ruptura con la ma
dre es imposible sin ayuda terapéutica. Y aun con ella, una simbiosis
prolongada deja secuelas. El fracaso de la separación engendra los
peores trastornos. Desde la transexualidad hasta la psicosis (ni prohi
bición del incesto, ni castración paternal), pasando por múltiples
trastornos de la identidad y del comportamiento: «masculinidad he-
gemónica»70, desprecio de las mujeres, agresividad incontrolada,
«hambre de padre»71, etc.
Todo ello parece dar la razón a las tribus de Nueva Guinea, que
temen la influencia mortal de las madres sobre los hijos. Puesto que
les impiden crecer y hacerse hombres, los machos adultos les arran
can los hijos a sus madres de la manera más cruel.
76 B. Fagot cuenta, en un estudio dedicado a ias criaturas en la guardería, que los ni
ños y las niñas reaccionan favorablemente a los «refuerzos» principalmente cuando
emanan de compañeros del mismo sexo, y que reaccionan mucho menos cuando proce
den de niños del sexo opuesto. En cualquier caso, se constata que las niñas son más sen
sibles a la influencia de los niños que éstos a la de ellas. Niños y niñas forman parte de
grupos con culturas distintas: dominación, jerarquía, órdenes, chulerías y amenazas ca
racterizan a los primeros, mientras que las niñas consienten más a menudo, conceden
con mayor facilidad la palabra a los demás y son menos sensibles a la jerarquía. En «Be-
yond The Reinforcement Principie: Another Step Toward Understanding Sex Roles»,
en Developmental Psychology, 21, 1985, pp. 1097 a 1104.
77 Money y Ehrhardt citan un grupo de niñas que, habiendo sido sometidas a una
androgenización prenatal, eran distintas de ias demás y preferían jugar con niños.
78 Las categorías «macho» y «hembra» son categorías binarias fundalmente adquiri
das mucho antes que las de «masculino» y «femenino», conjuntos vagos y relativos.
La diferenciación masculina/87
nado por múltiples factores que no tienen nada que ver con la «buena
naturaleza» o la «buena voluntad» de la madre, y hace falta casi un pe
queño milagro para que ese amor sea tal como nos lo describen. De
pende no sólo de la historia personal de cada mujer (se puede ser una
mala o mediocre madre generación tras generación), de la oportuni
dad del embarazo, del grado de deseo de tener el hijo, de las relaciones
que se mantienen con el padre y de otros muchos factores sociales,
culturales, profesionales, etc.
Es cierto que existen madres admirables que dan a sus hijos lo que
ellos necesitan para ser felices sin hacerles sentirse prisioneros de ella,
que saben cómo evitarle un exceso de frustración o de culpabilidad
que frenaría su desarrollo. Pero estas madres especialmente «dotadas»
son tan infrecuentes como los grandes artistas: son milagrosas excep
ciones que confirman la regla de una realidad difícil, titubeante y, casi
siempre, insatisfactoria. Si se pregunta a hombres y mujeres sobre sus
madres, acostumbran a definiría siempre con un «demasiado» o un
«demasiado poco». Demasiado presente o demasiado ausente; demasiado
vehemente o demasiado fría; demasiado amorosa o demasiado indiferente;
demasiado abnegada o demasiado egoísta, etc. Demasiada madre para mu
chos hijos y demasiado poco para las hijas, que se quejan de ello (notaba
Freud) en el diván del psicoanalista. La buena maternidad es una mi
sión casi imposible que prueba — por si quedaban dudas al respec
to— que esta no es una cuestión de instinto. El secreto que se ignora
es el de la «distancia correcta» de la que habla Lévi-Strauss y que sirve
para evitar el racismo y la guerra. Ni demasiado cercana ni demasiado
lejana, la buena madre preserva la paz interior de su prole y, en parti
cular, de su hijo. La «distancia correcta» condiciona el sentimiento de
identidad masculina de su hijo varón y sus futuras relaciones con las
mujeres.
Cuanto más pesa una madre sobre sus hijos tanto más éstos temen
las mujeres, rehuyéndolas u oprimiéndolas. Pero dejemos de acusar a
las madres «castradoras» que engendran hijos sexistas (habiendo que
dado claro que las mujeres son responsables de la infelicidad de las
mujeres)90: ha llegado el momento de poner punto final a la materni
dad exclusiva de la madre y de romper el círculo vicioso.
Hoy sabemos que los hombres pueden cuidar a sus hijos del mis
mo modo que lo hacen las mujeres, cuando las circunstancias así lo
aconsejan95. Un padre es igualmente sensible, afectuoso y competente
90 William Ryan: B lam ingthe Victime, N. Y. Pantheon, 1970.
91 Ver capítulo 2 de la segunda parte.
90/Construir un macho (Y)
1 Aristóteles, Metafísica.
91
92/Construir un macho (Y)
2 Guy Corneau: P ére manquant, fils manqué. Q ue sont les hommes devenus? Les éditions de
l’Homme, Montreai, 1989, p. 21. El subrayado es mío.
3 N. Loraux: «Blessures de virilité», en Le genre humain, núm. 10, op. cit., p. 39.
4 Georges Duby: Male Moyen Age, Champs/ Flammarion, 1990, pp. 205-206; trad.
cast., E l amor en la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, 1990.
«Ei hombre engendra al hombre»/93
rosas las unas que las otras: la separación de la madre y del mundo fe
menino; la transferencia a un mundo desconocido; y el sometimiento
a unas pruebas dramáticas y públicas.
The son o f the female is the shadow o f the male9. las palabras de Sha
kespeare son vivamente experimentadas por la mayoría de las socie
dades rituales patriarcales. La contaminación de los machos por parte
de las hembras, y en particular de los hijos por sus madres, es una vieja
obsesión que encontramos en culturas tan diferentes como lo son el
siglo x v i i i rousseauniano, los marines norteamericanos o las tribus de
Nueva Guinea: en todas partes reina la idea según la cual si no se
arranca los hijos a las madres nunca podrán convertirse en hombres
adultos. Por eso, ya sea entre los samburu, los kikuyu del este africa
no, entre los baruya, los sambia de Nueva Guinea o en otros muchos
lugares, el primer acto de la iniciación masculina consiste en arran
carle el niño a la madre, generalmente cuando tiene entre siete y diez
años.
Entre los sambia de Nueva Guinea es un sonido de flautas el en
cargado de anunciar el principio de la iniciación de los chicos. Arran
cados a sus madres por sorpresa, se les lleva ai bosque. Aquí, durante
tres días, se les azota hasta hacerles sangrar para abrirles la piel y esti
mular el crecimiento. Se Íes pega con ortigas y se les provocan hemo
rragias nasales para que, así, se liberen de los líquidos femeninos que
les impiden desarrollarse. Al tercer día, se les revela el secreto de las
flautas con la condición de que no se lo cuenten a las mujeres, so pena
de muerte. Los jóvenes iniciados, interrogados después por Gilbert
Herdt10, le contaron el traumatismo experimentado cuando les sepa
raron de sus madres, su sentimiento de abandono y desesperanza.
Pero el cortar radicalmente y de manera brutal el lazo que les une
amorosamente a la madre es precisamente uno de los objetos de la ini
ciación masculina.
A partir de la separación, bajo la amenaza de los peores castigos,
ya no podrán hablar con la madre, ni tocarla, ni tan sólo mirarla has-
14 Consiste en hacer una incisión profunda en el pene hasta alcanzar la uretra y que
puede llegar a ser de varios centímetros, desde el glande hasta ei escroto. Las personas
subíncisas orinan agachadas, como las mujeres, y ven disminuidas sus capacidades de
reproducción así como radialmente deformado ei pene. A veces, se les abre de nuevo la
cicatriz para obtener sangrías rituales.
15 D. Gilmore: op. cit., pp. 12-14.
Cuando se le somete a la circuncisión el joven masai no puede temblar y ni tan
sólo parpadear, so pena de avergonzar a su familia.
«El hombre engendra al hombre»/97
11 Tomamos la descripción siguiente de Fitz John Porter Pode: «The Ritual Forging
of Identity: Aspects of Person and Self in Bimin Kuskumin Male Initiation», en Rituals
o f Manbood, op. cit., pp. 100 a \5 í .
18 Las madres son calificadas de «manciiladoras diabólicas».
98/Construir un macho (Y)
La pedagogía homosexual
27 Ray Raphael: The Men from the Boys, op. cit., p. 29.
28 Cooper Thompson: «A new visión of Masculinity» en Men's IJves, op. cit., p. 587.
Véase también W. Arkin y Lynne R. Dobrofsky: «Military Socializaron and Masculi-
nity», en Jou rnal o f Social Issues, vol. 34, núm. 1, 1978, pp. 151 a 168.
29 Publicado en 1976 en los Estados Unidos: The Great Santini.
102/Construir un macho (Y)
44 F. Bufflére; Eros adolescent. La pédérastie dans la Crece antique, París, Belles JLettres,
1980, pp. 605-607.
45 B. Sergení: op. cit,, p. 113.
46 M. Foucault: La volonté de savoir, op. cit., p. 136.
47 «Un chico que se vende a un hombre no comparte como la mujer los gozos del
amor, mira con la frialdad propia del hombre en ayunas que observa un hombre bebi
do». Cfr. Jenofonte: E l banquete.
48 «Tiene que demostrar su ardor y tiene, también, que saber moderarlo; tiene que
hacer regalos, ser servicial; tiene que afrontar determinadas funciones frente al amado;
y todo ello lo prepara a recibir una justa recompensa. E! erómano, el que es amado y
cortejado, no debe ceder demasiado pronto... ni manifestar su reconocimiento por lo
que el amante hace por él... La relación sexua! no es tan simple; se acompaña de unas
convenciones, de unas normas, de un comportamiento, de una forma determinada de
hacer las cosas, de un reglamento que establece pautas y ardides cara a retrasar el venci
miento del plazo», M. Foucault: L ’Usage des plaisirs, op. cit., p. 217.
108/Construir un macho (Y)
que sucede con los jóvenes de Nueva Guinea, que son forzados a la fe-
lación, la costumbre exigía, en Atenas, que se respetara la libertad del
joven. Puesto que no ha nacido siervo, no se puede ejercer sobre él
ningún poder normativo. Era necesario saber convencerle. Sin em
bargo, mucho tiempo atrás, los chicos podían ser raptados y ios eras-
tas, como si fueran auténticos cazadores, consideraban al erómano
como su presa personal. Con todo, de forma voluntaria o no, la peda
gogía homosexual persigue siempre el mismo objetivo: el aprendizaje
del papel masculino. Ya sea con el beneplácito, ya sea a la fuerza, el
hombre adulto enseña al joven la manera de controlarse que define la
virilidad. Es un sustituto del padre (los padres naturales tienen otras
cosas que hacer)49 o de un hermano mayor, o del suegro. Pero tiene la
ventaja — que no poseen los otros tres personajes— que supone acce
der al cuerpo del chico y transmitirle la sabiduría por esta vía, miste
riosa a nuestro modo de ver.
La última condición de la homosexualidad pedagógica e iniciática
es ésta: no puede ser más que temporal. Sea cual sea el grado de pasión
del erasta, debe transformarse en amistad cuando aparecen los prime
ros pelos en la barba del erómano. Son muchos los textos griegos que
critican a los malos erastas que hacen perdurar la relación erótica más
allá de lo necesario y permitido. El amor entre dos personas adultas
no tiene nada que ver con la iniciación y es fácilmente objeto de críti
cas o de ironía. La razón es la sospecha de una pasividad mal conside
rada en un hombre libre y particularmente grave cuando se trata de
un adulto. Las tribus de Nueva Guinea, mucho más estrictas que la
Grecia antigua, prohíben de forma radical la homosexualidad adulta,
que consideran una aberración.
57 M. Johnson: op. cit., pp. 108-109, sobre el erotismo y la sensualidad maternal con
respecto a su hijo varón y hembra.
58 Para ellos «los hogares occidentales son estrictamente esqueléticos... ¿cómo pue
de uno hacerse hombre en un lugar en el que sólo se te asigna un único padre? y ¿qué
hacer si éste no es satisfactorio?», S. Lallemand: «Le b. a. ba africain», en Autrement,
núm. 61, junio de 1984; Peres et fils, p. 180.
59 Nombre de un personaje de la Odisea, popularizado por Las aventuras de Telémaco
de Fénelon.
60 Ironjohn, a Book about Aíen, Addison-Wesiey, 1990; trad. cast., han John, Barcelona,
1992. El libro permaneció varias decenas de semanas en la lista de best-sellers dei New
York Times book review.
«El hombre engendra al hom bre»/! 11
El dolor de padre
6! Samuel Osherson: Finding our Fathers, The bree Press, 1986, pp. 44-45.
112/Construir un macho (Y)
62 Literatura de moda en el siglo xix tanto en Europa como en los Estados Unidos.
Cfr. Peter N. Stearns: Be a Man! Males in M odem Society, 2.a ed. Holmes & Meier, 1900,
p. 57; señala que los padres seguían siendo muy mencionados en el periodo 1830-1840
y que después lo eran progresivamente menos.
63 Al contrario, la imagen del padre se oscurece. Su importancia y su autoridad,
considerables en el sigio xvm , entran en un declive. En el mejor de los casos, se habla
de él en función de su papel de abastecedor y se le concede la autoridad del árbitro disci
plinario («se lo diré a tu padre cuando vuelva a casa»). Y, en el peor y si no trabaja,
como es el caso de los rentistas franceses, se declara sin tapujos que no sabe hacer nada y
que, de todos modos: «seria totalmente incapaz de realizar esta tarea (la educación mo
ral y física de su hijo) delicada». Cfr. E. Badinter: L'Amour en plus, op. cit., pp. 252
a 280.
64 En Francia, el Estado tiende cada vez más a sustituirle. La escuela transmite a los
hijos unos conocimientos que, muy a menudo, los propios padres ignoran y unas insti
tuciones destinadas a proteger la infancia se atribuyen poco a poco jas funciones y pre
rrogativas que antes eran del padre. Encuestas sociales, jueces, «enfermeras visitadoras»
vigilan de cerca ai padre sin posibles e «indigno». Las leyes de 1889 y de 1898 sobre la
decadencia paternal, así como ia generalización de la investigación social a partir de
1912, acaban quitándole sus poderes milenarios.
65 Gustave Droz: Monsieur, Madame et Bebé, 1886. Tuvo un enorme éxito y se hicie
ron de él una veintena de ediciones.
«Ei hombre engendra al hom bre»/! 13
alejamiento del padre. Stearns sostiene que el fin de siglo xx fue más
traumatizante para los hombres que el siglo x x 66. En ios Estados Uni
dos, la crisis de 1929 consumó la humillación de los padres. Obliga
dos a permanecer en casa a causa del paro, perdieron la confianza en
sí mismos y sintieron dañada su virilidad. El cine norteamericano de
los años 30, que empezaba a difundir la imagen de la career maman, les
ayudó en ello.
Finalmente, en los Estados Unidos y, aunque en menor grado,
también en Europa, se imponen dos imágenes del padre: el distante e
inaccesible o el desvirilizado y despreciado. En efecto, desde finales
del siglo xix, la literatura anglosajona constituye una larga denuncia
dirigida al padre. La reciente investigación de Shere Hite confirma
que casi no quedan hombres (entre los 7.000 interrogados) que reco
nozcan haberse sentido o sentirse próximos a sus padres... Muy pocos
son los que recuerdan haber sido abrazados o mimados por él y, en
cambio, sí recuerdan cómo les pegaban o castigaban67...
Del siglo xix ai xx, hombres con una sensibilidad y una cultura
distintas entablan un proceso en contra del padre norteamericano. A
principios del siglo xix, el padre de Henry y William James, Henry
james (padre), se queja con amargura de la educación puritana que le
impone un padre severo y distante. Más preocupado por la amplia
ción de su imperio comercial que por cualquier otra cosa, destinaba
un tiempo irrisorio a su numerosa prole. Eso sí, les enseñaba las nor
mas presbiterianas de la buena conducta. El hijo recordará durante
toda su vida aquellos domingos en que se les enseñaba a los mucha
chos «a no jugar, no bailar, ní leer libros de cuentos y ni siquiera estu
diar para la clase del lunes»68. Para el hijo, el padre es como un Dios
intransigente, inaccesible. Un hombre terrible del que, más tarde,
66 P. Stearns: op. cit., p. 156: «Nunca había sucedido antes aigo tan dramático como
la separación del trabajo masculino del hogar, con su consiguiente erosión del patriar
cado».
67 Shere Hite: E l informe Hite de la sexualidad masculina, Barcelona, 1981. El hecho de
que no existan en nuestro país estudios similares no nos permite extrapolar los resulta
dos de Hite en Francia. Si se sabe todavía muy poco acerca de sus relaciones con el pa
dre, sí sabemos en cambio que la relación hombre/mujer no es la misma aquí que en los
Estados Unidos. La imagen de la madre francesa no se parece a la de la madre todopo
derosa norteamericana que emerge en el siglo xix. Finalmente, la angustia bien conoci
da del joven muchacho norteamericano por ser un «mama’s boy» no tiene un real equiva
lente en Francia. Aquí se habla, en todo caso, del «filsápapa» (hijo de papá) y no de «hijo
de mamá», y esta expresión se utiliza mucho más con una intención social que con un
sentido psicológico.
68 Léon Edel: H enry fam es. Une vie, Seuil, 1990, p. 14.
114/Construir un macho (Y)
dirá: «No recuerdo que me preguntara nunca qué hacía fuera de casa,
acerca de mis amigos o mis resultados escolares»09. Ese hijo dolido
con un patriarca autoritario y una madre distante se convirtió en un
padre «excepcionalmente afectuoso»70. Y sin embargo, sus hijos, a su
vez, le juzgaron con severidad a causa de su sumisión a la esposa. Se
gún el biógrafo de Henry James (hijo), la madre acaparaba a toda la
familia, incluido el padre, que sólo existía para ella y por ella. Retros
pectivamente, Henry James se acuerda de su «regazo generosamente
abierto y, no obstante, insidiosamente envolvente... Ella era él
(Henry james padre) y era cada uno de nosotros»75. Veía a sus padres
en una relación ambigua e invertida: «Un padre fuerte, viril y no obs
tante débil, femenino por su aspecto tierno y acomodaticio, que cedía
para no herir a sus hijos; y una madre fuerte y decidida, pero poco ra
zonable e inconsecuente». El futuro novelista aceptaba la soberanía y
la autoridad de la madre, pero no la dependencia de su padre72. Esta
dio lugar a un hijo que tendrá pánico de las mujeres y que se abstendrá
toda su vida de las relaciones sexuales. Así pues, ¿será que un padre
tierno es aún más nocivo que el padre distante y autoritario?
De las biografías de Ernest Hemingway73 o de otros norteameri
canos famosos puede deducirse que una madre todopoderosa, que
castra su entorno, y un padre obsesionado por un sentimiento de in
capacidad engendran chicos malparados. Contrariamente a lo que
hizo H. James, que midió sus palabras, Hemingway no esconde ni el
desprecio hacia su padre ni el odio que sintió hacia su madre. Es ver
dad que su padre, maníaco depresivo, podía llegar a ser de una extre
ma dureza con su hijo. Muy distinto es el padre que nos describe, a lo
largo de su obra, Philip Roth: se trata de un hombre abnegado para
con los suyos, insatisfecho, miedoso, «ignorante, explotado, anóni
mo». Portnoy no se recata al recordar a un padre constantemente es
treñido, con un aspecto lamentable que no da la talla ante su esposa
«audaz, enérgica, tal vez demasiado perfecta». Se lo describe a su psi
coanalista como «un imbécil, un débil mental, un filisteo... no un
69 Ibidem.
w Ibidem, p. 21.
71 Ibidem, p. 26.
72 «En un cierto, momento creyó incluso que los hombres sacaban sus fuerzas de la
mujer con la que se casaban y que, por su lado, las mujeres podían privar a los hombres
de fuerza y de la vida misma... Creía que con su padre había sido también así». Ibidem,
pp. 28-29.
73 Henry james vivió de 1843 a 1916, y E. Hemingway, de 1899 a 1961,
«El hombre engendra al hom bre»/! 15
74 Sin dinero, sin instrucción, sin cultura, este padre afectuoso y sensible «no podía
ni dirigir, ni mandar, ni oprimir. Era él el oprimido... No tenía ni la polla ni los cojo-
nes... ¡Si al menos mi padre hubiera sido mi madre y mi madre mi padre!», Portnoy's Cotn-
plaint, op. cit.
75 David Cooper: Mort de ia fam ille, Seuil, 1972, p. 110.
76 Un tema cada vez más expandido en América del Norte, como lo demuestran los
ensayos del quebecqués Guy Corneau y de los norteamericanos R. Bly, Franklín Ab
bott, S. Osherson o John Lee. Véase también la investigación de Helga Dierichs y Mar-
garete Mitscheriich aplicada a los hombres alemanes en 1980.
116/Construir un macho (Y)
ha cuestionado acerca del gusto de los chiquillos por el dirty pla y11, es
decir, las actividades censurables según los adultos y que van desde el
tirar piedras a los renacuajos — como anotara Plutarco— a las bro
mas agresivas, pasando por las interminables conversaciones sobre
sexo. Para Fine, todo ello se debe no tanto a una agresividad natural
como al deseo social de afirmar la identidad masculina. El dirty play
exterioriza un estatus, y su intención no es tanto la de herir como ob
tener el reconocimiento con su audacia. El gusto de los preadolescen-
tes varones por las actividades ruidosas, los juegos de sala y la obsce
nidad es otra manera de afirmar su virilidad contra el universo feme
nino materno, en el que todo eso está prohibido. Se trata de actitudes
que persisten en muchos hombres adultos cuando se encuentran en
tre ellos, como lo testimonian los vestuarios deportivos78.
La compañía de los semejantes es más importante para los chicos
que para las chicas y por ello buscan la vida de grupo, actividades y
deportes colectivos. Las investigaciones de Régine Boyer, contando
las actividades de los alumnos y alumnas, de entre quince y diecinue
ve años, en los Institutos de Enseñanza Media, demuestran que, sin
distinción de clases, los chicos dispensan un tiempo mayor a sius se
mejantes que las chicas79: una hora más al día de media. Según sea su
origen social, los chicos prefieren encontrarse en un bar, en un campo
deportivo o por la noche; las chicas, por su parte, practican mucho
más la lectura, mantienen largas conversaciones telefónicas80 y per
manecen mucho más tiempo con los familiares.
Bandas, gangs, equipos y grupos de chicos de todo tipo no son tan
to la expresión de un instinto gregario propio de su sexo como la ne
cesidad de romper con una cultura familiar femenina y crear otra
masculina. A falta de una presencia efectiva del padre modelo de viri
lidad, los jóvenes varones se unen bajo la férula de otro, un poco ma
yor, un poco más fuerte o un poco más despierto, una suerte de her
mano mayor, al líder, al que se admira y copia a la vez que se le reco
noce la autoridad.
A finales del siglo pasado, en plena expansión industrial, un nú
mero cada vez mayor de hombres norteamericanos empezaron a in
7' Gary Alan Fine: «The Dirty Piay of Little Boys», en M en’s Lives, pp, 171
a 179.
78 Cfr. Pat Conroy: The Great Santini, op. cit.
79 Régine Boyer: «ldentité masculine, identité féminíne parmi les iycéens», en Revue
jranqaise de pédagogie, núm. 94, enero/marzo de 1991, p, 16.
80 Michei Bozon: «Les loisirs forment la jeunesse», en Données sociales, 1990, pp. 217
«Ei hombre engendra al hom bre»/! 17
S4 Véase la descripción que hace de los vestuarios en los campos de deporte, en los
que reina un machismo delirante, en The Great Santini.
85 M. Messner: «Ah, Ya Throw Like a Girl», en F. Abbott (ed.), New Men, New
Minds, op. cit., pp. 40-42.
86 Don Sabo: «Pigskin, Patriarchy and Pain», en F. Abbott (ed.), op. cit., p. 47.
«El hombre engendra al hom bre»/! 19
87 Ibidem, p. 48.
88 M. Messner: «The Ufe of a Man’s Seasons», en Changing Men (ed. M. Kimmel), op.
cit., p. 59.
89 Thomas Faber; Curves o f pursuit, 1984, G. P. Putnam’s Sons, N. Y.; Pat Conroy:
The Great santini.
90 John Updike, los dos primeros volúmenes de la serie de los Rabbit.
91 Ph. Roth: Portnoy’s Complaint, Raudom, 1969; Edmund White: A Boy's Oran Story,
Picador Pan Books, 1982.
120/Construir un macho (Y)
123
124/Construir un macho (Y)
18 Rechercbe ausujet de l ’énigme de l'amour de l'hom m epour l'homme, 1864-1869, citado por
P. Hahn, op. cit., p. 80.
19 P. Hahn: op. cit., p. 82. Cfr. también Robert A. Nye: «Sex Difference and Maie
Homosexuality, in French Medical Discourse, 1830-1930», en Bull. Hist. M ed., 1989,
63, pp. 32 a 51.
2(1 j. Weeks: «Questions of Identity», en Pat Caplan (ed.), The Cultural Construction o f
Sexualiiy, Routledge, Londres, Nueva York, 1987, pp. 31 a 51.
21 E! libro se editó en numerosas ocasiones entre 1886 y 1903. Originaron un mi
llar de publicaciones sobre la homosexualidad.
22 J. Weeks: ibidem, p. 35.
Identidad y preferencia sexual/129
33 S. Freud: «L’analyse avec fin et l’analyse sans fin», 1937, en Résultats, idees, proble -
mes, II, PUF, 1985, p. 259.
34 Véanse las teorías de Ulrichs y de Htrschfeld.
Tres ensayos sobre teoría sexual, Alianza Editorial, Madrid, 1990.
36 Un souvenir d ’enfance de Léonard de Vinci (1910), Idées/Gallimaxd, 1977, p. 92.
37 Tres ensayos (...), op. cit.
Identidad y preferencia sexual/133
4 4 R. Stoller; Sex and Gender, vol. li: The Transexual Experiment, Mogarth Press, 1975,
p. 199.
45 Henry Abelove: «Freud, Male Homosexuality and the Americans», en Dissent, ve
rano de 1986, vol. 33, p. 68.
46 R. C Friedman: M ale Homosexuality, Yale University Press, 1988, p, XI.
47 b . Nungesser: op. cit., p. 27.
136/Construir un macho (Y)
51 R. Oreen: The «Sissy Boy Syndrome» and the Development o f Homosexuality, Yale Univer
sity Press, 1987. Cfr. también R. Green (y Al): «Masculine or Femenine Gender Iden-
tity in Boys», én Jase Roles, 1985, vol. 12, núm. 11/12, pp. 1155 a 1162.
52 B. Zuger: «Barí y Effeminate Behavíors in Boys: outeome and sígnificance for
homosexuality», en Journal o f Nervous and mental Disease, 1984, 172, pp. 90-97.
51 Richard A. isay: «Homosexuality in Homosexual an Heterosexual Men», en
G. Fogel (ed.), op. cit., pp. 211 a 299.
54 R. Green: The Sissy B oj Syndrome, op. cit., p. 305.
138/Construir un macho (Y)
^ «Una auténtica comunidad gay no se limita a unos bares, unos clubs, saunas y res
taurantes... ní a una simple red de amistades. Es más bien un conjunto de instituciones,
que incluyen clubs sociales y políticos, publicaciones, librerías, grupos religiosos, cen
tros comunitarios, emisoras de radio, compañías de teatro, etc., que representan, al mis
mo tiempo, un sentimiento de valores compartidos y una voluntad de afirmar la propia
homosexualidad como una parte importante de la propia vida y no como algo privado y
escondido».
66 D. Altman: op. cit., p. 39.
identidad y preferencia sexual/141
67 J. Weeks criticó el esencialismo de A. Rich, quien sostenía que todas las mujeres
son naturalmente lesbianas: cfr. Pat Caplan (ed.), op. cit., pp. 47-48; y K. Piummer: Tbe
Making o f the Modera Homosexual, Londres, Hutchinson, 1981.
68 Gregory M. Herek: «On Heterosexual Masculinity», en American Behavioral Scien
tist, vol 29, núm. 5, mayo-junio de 1986, p. 569. Cfr. también el escritor Gore Vi
dal.
69 j. Katz: «The Invention of Heterosexuality», op. cit., pp. 22-23.
70 L. Nungesser; op. cit., p. 26.
7! Véanse, entre otros: Tim Carrigan, Bob Connel, John Lee, «Toward a new socio-
logy of masculinity», en Theory and Society, 5 (14) setiembre 1985, Amsterdam, El Sevrei.
Publicado en H. Brod (ed.), op. cit., pp. 63 a 100. Y, también, el artículo mencionado de
G. Herek.
142/Construir un macho (Y)
93 E l informe Hite de la sexualidad masculina. Los que han vivido una amistad de este or
den dicen que fue sólo durante sus años de estudiantes y que, en la actualidad, ya no ven
asiduamente aquel amigo... Los hay que mencionan hombres de la propia familia con
quienes han estado o están cerca... Pero un alto número asegura que no tienen y nunca
han tenido un gran amigo. Shere Hite señala que muchas amistades entre hombres se
fundamentan en ia admiración y que son pocos los hombres que hablan de intimidad
compartida o de ternura. Algunos incluso reconocen que hubieran podido tener amigos
íntim os, pero que cortaron la relación por lo sano porque temían caer en el sentimiento
homosexual.
94 «Sobre ciertos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y ia homosexuali
dad», de 1922, en Névrose, psycbose et perversión, PUF, 1973, p. 281.
95 Robert R. Bell: Worlds o f Friendship, Sage Publications, 1981, p. 79. Lo mismo se
ñala Liilian Rubin: op. cit.
96 Morin & Garnnkie: «Male Homophobia», op. cit., p. 41.
97 Guy Corneau: P ire manquant... op. cit., p. 29.
'■>« Ibidem, p. 28.
148/Construir un macho (Y)
SER UN HOMBRE
(XY)
HACIA LA CURACIÓN DEL HOMBRE ENFERMO
151
152/Ser un hombre (XY)
Desde hace unos quince años, los Men’sStudies han destacado la es
trecha relación que existe entre la masculinidad y el rechazo frontal
de una parte de sí mismos. La negación de la bisexualidad trae consi
go el levantamiento de fronteras y el resultado es un hombre descom
puesto, fragmentado, que sólo habrá conocido la plenitud en el pri-
merísimo período de su vida, al lado de su madre1. El caso límite del
hombre partido en dos es ei del macho fascista hitleriano que descri
be Klaus Theweleit: «Los hombres, por aquel entonces, estaban divi
didos entre su interior (hembra) y su exterior (macho), enemigos
mortales... Lo que el fascismo prometía a ios hombres era la posibili
dad de volver a integrar esas dos partes hostiles de manera tolerable,
es decir: con ei. predominio del elemento “hembra hostil”» 2.
Pero todos sabemos que no es tan fácil librarse de las inhibicio
nes. Una inhibición excesiva conduce al odio de aquello que se ha in
hibido, proyectado hacia el exterior y objetivado en la persona de la
mujer cuando se es misógino, en la del judío cuando se es antisemita e
incluso en la del hombre cuando se rechaza la propia virilidad. Otto
Weininger fue uno de esos hombres devorados por el odio a sí mis
mo. Hijo de una familia judía convertida al protestantismo, Weinin
ger sintió un odio hacia los judíos sólo comparable al que sintió por
las mujeres. A su parecer, los judíos, al igual que las mujeres, encarnan
la inmoralidad, la degeneración, lo negativo y opuesto al hombre
ario. Weininger se esforzó en demostrar todo aquello que aproxima
lo femenino al espíritu ju d ío — dos componentes de su propia perso-
l() A Meridian Book, 1990. Muchas feministas consideraron este libro «valiente»
(Gloría Steínem) y liberador.
1¡ Ibidem, p. 28.
12 Ibidem.
13 Ibidem, p. 88.
M Publicado en Berlín en 1923. Traducción castellana: Los mutilados, Barcelona,
1989.
Hacia la curación del hombre enfermo/155
IVjeffrey Fracher y Michael Kimmel: «Hard Issues and Soft Spots: Counseling Men
about Scxuality», en Men's Lives, op. cit., pp. 477, 481. Véase el héroe de The Counterlife, de
Ph. Roth (FS & G, 1986), que no consigue que su miembro sea eréctil y que ya no se
siente hombre.
20 Véanse, por ejemplo, los héroes de Thomas McGuane.
21 Son testimonio de ello, por ejemplo, The sports swriter, de Richard Ford (1986);
L'insurrection (traducción al francés), de Peter Rosei (1987); los héroes de Ghian (1985) y
de Bad boy (1988), de Knut Faldbakken; Dinero (1984), de Martin Amis; Pourquoi moi?
(traducción a! francés, 1984-1987), de Michael Krüger; Les virginités (1990), de Daniel
Zimmermann; Drame privé (1990), de Michaei Delisle; Droks d'oiseaux (1990), de Jacky
Cans, etc.
Capítulo I
EL HOMBRE MUTILADO
157
158/Ser un hombre (XY)
El hombre duro
El ideal masculino
escapa que del vaquero a Terminator hemos pasado del hombre d<
carne y hueso a la máquina.
El personaje mítico del vaquero, mucho más antiguo que sus do-
sucesores, ha sido motivo de numerosos análisis13. La psicoanalista
Lydia Flem ha desmenuzado los diferentes aspectos de la masculini
dad del caballero solitario, procedente de ninguna parte, justiciero
por encima de las leyes, «este ser puro que no conoce ni las transfor
maciones ni las mezclas... y que no ha alcanzado el estadio de los ma
tices»14. El cow-boy engloba todos los estereotipos masculinos y el wes
tern explica siempre la misma historia, que consiste en una búsqueda
incesante de la virilidad por parte de los hombres. El colt, el alcohol y
el caballo son los accesorios obligados y las mujeres interpretan sola
mente un papel muy secundario.
La relación del vaquero con las mujeres es silenciosa. Según unos,
esto no supone una carencia de sentimientos, sino la dificultad que
supone expresarlos directamente, so pena de perder con ello la virili
dad15. Frente a esto, otros opinan que esa es la prueba irrefutable de la
impotencia afectiva16. Petrificado en la acción, el héroe viril no para
de enfrentarse a otros hombres. L. Flem habla del placer que sienten
los hombres cuando se encuentran en el terreno que les es común y
propiamente masculino, el del combate. El enfrentamiento no impi
de los sentimientos viriles. Además, la amistad entre hombres —con
una cierta homosexualidad latente— refuerza la masculinidad, que se
ve amenazada por el amor de una mujer. En el caso de que entren en
conflicto ambos sentimientos, casi siempre vence el deber de la soli
daridad masculina, y el vaquero se marchará en busca de nuevas
aventuras. No obstante, aunque sea silencioso e impasible, el héroe
del western le deja al espectador la posibilidad de adivinar su humanis
mo, sus conflictos, sus sentimientos y, por tanto, su «debilidad». Con
una simple mirada, da a entender una tentación o una pena; en defi-
13 Véase Jack Baiswick: Types of Inexpressive Male Roles», en Men in Dijjicult lim es,
op. cit., pp. 111-117; R. W. Corneü: Cender and Power, Standford University Press, 1987;
Peter Filene: Him/Her/Seif, op. cit.; Lydia Flem: «Le Stade du cow-boy», en Le masculin, le
Genre humain, op. cit., pp. 101-115.
14 Lydia Flem: op. cit., p. 103.
,s jack O. Baiswick: op. cit., pp. 114-115.
16 El cora-boy tiene miedo de Sa mujer que «aleja de la soledad, del nomadismo, de la
perfección y la estética de la muerte heroica. Ella defiende el sedentarísmo, el asenta
miento... todo aquello que se opone al sueño del fulgor masculino... Fundamentalmen
te virgen y solitario, a pesar de la sobrevaloración fáíica, es y será siempre un impotente
afectivo», Lydia Flem: op. cit., pp. 104-105.
El hombre mutilado/163
’7 En Rambo I I puede llegar a creerse que tiene un cierto sentimiento por la joven
guerrera que Je sirve de intérprete. Pero apenas ie manifiesta su admiración y ella mue
re, desapareciendo de la película.
18 Dossier sobre Terminator 2 en M ad Movies, núm. 73, septiembre 1991.
19 Evidentemente: una máquina no tiene madre...
20 Véase la crítica al papel sexual masculino de joseph Pleck: The Myth o f Masculinity,
198.
21 H. Dierichs y M. Mitscherlich: op. cit., p. 35.
164/Ser un hombre (XY)
26 Los dos miembros de E ljardín del Edén (el paraíso) intercambian sus identidades
sexuales. Hemingway puede gozar con la confusión de los sexos que le envuelve desde la
infancia. En 1948, escribe en su diario: «Ella (su esposa Mary) siempre ha querido ser
un chico y piensa como un chico... Le encanta que interprete el papel de amiga íntima
suya y eso me gusta... Me ha encantado descubrir cómo abraza Mary... totalmente dife
rente a lo que establecen las normas. La noche del 19 de diciembre nos ocupamos en
ello y jamás fui tan feliz», K. Lynn: op. cit., p. 561.
27 Ibidem, p. 255.
38 L. Segal: op. cit., p. 114-115.
29 D. Gilmore: op. cit., p. 77, que ha observado los estragos de esta masculinidad
compulsiva en todo tipo de sociedades patriarcales.
30 1978, trad. cast.: Mujeres, Barcelona 1990.
166/Ser un hombre (XY)
■
w En iM. Marini: op. cit., p. 62.
4(1 E. Badinter: L'Ún est l ’autre, op. cit., Lacan, como sucede muy a menudo con los
psicoanalistas, es totalmente indiferente con respecto a la historia, ia realidad social y la
lucha entre ios sexos.
41 Arthur Brittan: Masculinity and Power, Basil Blackwell, í 989, p. 72.
42 Citado por Ph. Chesler, op. cit., p. 225.
El hombre mutiIado/169
mentó de la hazaña, una cosa separada de él. Otros muchos dicen que
mantienen conversaciones con su pene, que lo miman y le piden que
se mantenga en estado de erección43... Alberto Moravia ha descrito
con humor la disociación entre el hombre, un escritor fracasado, y su
sexo, que vive con absoluta independencia. Ai contrario de lo que le
sucede a Don Juan, el lamentable héroe de Moravia no consigue ha
cerse con el control. El intelectual, que sueña con la sublimación de
su obra, se ve sometido por los caprichos de su pene «tontamente vo
luminoso, estúpidamente disponible, fuerte... que le da complejo de
inferioridad»44.
Símbolo del poder máximo (love machine) o de la más extrema de
bilidad (el héroe de Moravia), el pene, metonimia del hombre, es, al
mismo tiempo, su obseso amo. La parte establece la ley al todo, pues
to que la primera define al segundo. Naturalmente, este malestar psí
quico se traducirá en dificultades sexuales. De este modo, Léonore
Tiefer, especialista de los trastornos de la sexualidad, constata, como
el resto de sus colegas, un aumento considerable del número de hom
bres que, desde 1970, visitan centros médicos. En más de la mitad de
los casos, los que se quejan de una pérdida completa o parcial de su
capacidad para la erección «van en busca de un pene perfecto»45. No
es de extrañar esa búsqueda, que se inscribe en la convicción de que la
actividad sexual confirma el género: un hombre es un hombre cuan
do está en erección. Por tanto, cualquier dificultad con su pene es
motivo de profunda humillación y desespero, ya que implica la pérdi
da de su virilidad. Para remediarlo, algunos están dispuestos a todo,
incluso a que se les practique un implante de pene, sea hinchable o rí
gido46...
A finales de los años 70, algunos hombres (jóvenes) declararon no
sentirse identificados con esa masculinidad. P. Bruckner, Alain Fin
kielkraut y Emmanuel Reynaud empezaron a desmitificar el pene to
dopoderoso y a repensar la sexualidad masculina. Acto /: el sexo del
hombre es la parte más vulnerable de su ser47: «En realidad, el poder
43 Fracher y Kimmel: «Counseling Men about Sexualíty», op. cit., p. 475.
44 Alberto Moravia: Yoy él, Barcelona, 1988.
45 L. Tiefer: «In Pursuit o f the Perfect Penis. The Medicaiization of Male sexualíty»,
en American fíehavioral Scientist, vol. 29, núm. 5, junio 1986, pp. 579-599. Publicado en
Changing Men, op. cit., pp. 165-184; Véase también Lessexes de l ’homme, bajo la dirección de
Geneviéve Delaisi de Parseval, Seuil, 1985.
46 L. Tiefer, en Changing Men, p. 169, menciona el dato ofrecido por un urólogo
francés según el cual, solo durante ei año 1970, 5.000 hombres se habrían implantado
una prótesis en el pene.
47 E. Reynaud:- op. cit., pp. 53-54.
170/Ser un hombre (XY)
La virilidad peligrosa
El hombre blando
74 Cooper Thompson: «A New V ision of Masculinity», en Men’s Lives, op. cit., pp. b,
8-9.
75 Definición del Dictknnaire Robert.
76 Los norteamericanos como Robert Bly hablan del soft male o del lovely boy, que se
parecen mucho más al hombre blando que al dulce. Bly lo describe como un ser pasivo,
huidizo, y lo compara a una «gallina mojada» ( Wimpified Men).
* El término correspondiente en castellano, «blando», tiene connotaciones seme
jantes. El Diccionario ideológico de la Lengua Española de julio Casares ofrece la si
guiente acepción del término en sentido figurado: «afeminado y holgazán». (TV. de
la T.)
176/Ser un hombre (XY)
boca de uno de sus personajes que sufre una grave depresión: «No so
porto la hipocresía de los bienpensantes (las feministas), los amanera
mientos y la negación de las pollas». Y añade: «Me gustan las feminis
tas porque son idiotas. Según ellas la explotación es un tipo que se fo
lla una mujer»85. Sobre este punto, el americano medio en el Sur de
los Estados Unidos reacciona exactamente igual que el intelectual ju
dío en Nueva York. El héroe de El príncipe de las mareas, de treinta
años, empieza atacando a las mujeres «que se unen para aplastar defi
nitivamente el pene». Ridiculiza a las feministas, a las que califica de
«terroríficas». Pero, al mismo tiempo, interioriza sus críticas82.
No obstante, junto a los angustiados que no consiguen cumplir
con las obligaciones que impone el papel tradicional, hay escépticos
que sólo encuentran inconvenientes en él. De hecho, algunos hom
bres se han convertido en feministas por razones morales y políticas.
Los militantes de los Derechos Humanos, los pacifistas y algunos
ecologistas se cuentan entre los primeros que criticaron los valores
masculinos, resumibles en tres palabras: guerra, competencia y domi
nación. De la manera más natural, empezaron a defender valores
opuestos: la vida, la compasión, el perdón y la ternura, todo lo que su
puestamente las mujeres encarnan en la ideología tradicional. Estos
valores femeninos se declararon moralmente superiores a los valores
masculinos que, a su vez, fueron sistemáticamente denigrados. La
ecuación macho = mal se impuso en todas partes83.
Pero, ironías de la historia, al tiempo que reclamaban hombres
más dulces, más amables y menos agresivos, las mujeres empezaban a
combatir y a convertirse en unas conquistadoras. fEn el momento
mismo en que se glorificaba a la nueva mujer luchadora se desanima
ba al hombre a continuar siéndolo! Jérome Bernstein explica que asis
88 E l Rodaballo.
89 Ibidem.
90 jerome Bernstein, op. cit., p. 151.
91 Robert Bly, que se preocupa de diferenciarse de los vulgares machistas, advierte a
sus seguidores de que «atacarse a la madre no sirve de mucho», op. cit., p. 11.
92 F. Kafka en su Carta a l padre (Madrid, 1981). Otra imagen terrorífica de padre nos
la ofrece Henry Roth en Cali it sleep (1933).
180/Ser un hombre (XY)
los que frenan en cualquier intento de afirmación; pienso en los padres alcohólicos
cuya inestabilidad emotiva coloca a los hijos en la inseguridad permanente», G. Cor
neau: op. c i t p. 19.
102 «No ha podido sentirse suficientemente confirmado y en confianza con la pre
sencia del padre para pasar a la edad adulta. O aun el ejemplo del padre violento, blan
do, o siempre borracho, le ha repugnado hasta tai punto que ha decidido no identificar
se nunca a io masculino», pp. 19-20.
103 Robert Bly: Iron John, op. cit., p. 24.
104 j\t e u > York T im s Magazine, 14 de octubre 1990: «Cali of the Wide Men», pagi
nas 34-47.
105 H. Dierichs y M. Mitscherlich constatan el mismo fenómeno en Alemania: Des
hommes, op. cit., pp. 322-323.
506 S. Osherson, Finding our Father, The Free Press, 1986.
107 Ihidem, p. 12.
182/Ser un hombre (XY)
! 18 Cfr. Keith Thompson en F. Abbott: N ew Men, New Minds, p. 174. Y véase tam
bién la historia de julien, en G. Corneau, op. cit., pp. 75-76, y la del alemán Werncr, en
Dicrichs y Michserlich, op. cit., pp. 29-31, 46, 59.
1 iy En Los samurais (Barcelona, 1990) Julia Kristeva pone en boca de uno de ios per
sonajes femeninos el que un hombre, un auténtico hombre, es un fenómeno raro en los
Estados Unidos. Se encuentran más hombres-mujeres, hombres-niños y hombres-
adolecen tes.
120 Marie-Louise von Franz: Puer A ctem m , Boston Sigo Press, 1991.
121 John Lee: The Flying Boy, Healing the Wounded Man, H. C. 1. Florida, reed.,
1989.
El hombre mutilado/185
i 22 Ibidem, pp. 8-9. Más adelante, dice: «Mi estómago siempre ha estado conectado
al de mi madre» (p. 22).
¡23 ¡bidem, p. 39.
124 ¡bidem, p. 109.
125 Véanse las nóvelas del noruego Knut Faldbakken o las de los daneses Hans-
jorgen Nielsen, U A nge du footbali (1979), y Soeren K. Barsoee, Le groupe masculin
(1985).
126 Le groupe masculin, citado y traducido por Merete Gerlach-Nielsen.
186/Ser un hombre (XY)
132 Lynne Segal, op. cit., pp. 261-269, cita, en una mezcla de datos, el espectacular
aumento, desde hace quince años, del número de mujeres implicadas en crímenes vio
lemos; el comportamiento de las chicas en las bandas de hooligans-, los estudios sobre las
cárceles de mujeres y la crueldad de sus vigilantes en ei siglo xix, etc. Más banal, aunque
sistemáticamente negada, la violencia materna, visible o invisible. En Francia, cada
año mueren 700 niños a causa del maltrato de sus padres; otros 50.000 son martiriza
dos, y no se cuenta los que son maltratados moral y psíquicamente porque no deja hue
lla... Se sabe que, en una gran mayoría de casos, son las madres las causantes de los he
chos.
133 En 1984, las famosas psicólogas norteamericanas E. Maccoby y C. jacklin publi
caron los resultados de un estudio sobre la agresividad aplicada durante diez años a 275
niños. Teniendo en cuenta los factores biológicos, psicológicos y sociales, concluían
que las similitudes entre los sexos son mucho más significativas que las diferencias. Cfr.
«Neonatal sex-steroid hormones and muscular strength of boys and girls in the First
three years», en Developmental Psychobiology 20 (3), mayo 1984, pp. 459-472.
,34 Malaise dans la civilisatim, PUF, 1971, cap. 5.
188/Ser un hombre (XY)
135 Véase el capitulo IV de la Segunda Parte, sobre h homofobia. Todavía hoy, los
múltiples sondeos realizados en Francia o en los EE.UU. demuestran que una amplia
mayoría entre ía opinión pública considera chocante la idea de tener un presidente de la
República o un profesor homosexual. A su modo de ver, el homosexual es una persona
en parte peligrosa para los niños.
136 Freud: Correspondencia. El subrayado es nuestro. «Desarrollo sexual'» se entiende
aquí en un sentido amplio (freudiano) del desarrollo psíquico.
!í7 La palabra «psiquiatra» (en el APA) se entiende aquí en un sentido amplio que
incluye el psicoanálisis.
El hombre mutilado/189
144 Citado por Gregory Lehne: «Homophobia Among Men», en Men's Lives,
p. 419.
145 Un gran número de terapeutas siguen aconsejando a los homosexuales que fun
den una familia a modo de remedio de su enfermedad... Cfr, Robert L. Barret & Bryan
E. Robinson: Gay Faibers, Lexington Books, 1 990, pp. 45-46.
,4S Gordon Murray: «The gay side of manhood», en N ew Men, N ew M'tnds,
p. 135.
147 jonathan Ned Kat2: «The invention of heterosexuality», en Socialist Review, 1990
(1), pp. 7-34.
148 Sheila jeffrey: Antidimax, Women’s Press, 1990.
!4Í> La palabra empezó a utilizarse a partir de los años 1890.
150 j. N. Katz: op. cit., p. 16.
551 Ibidem, p. 19.
192/Ser un hombre (XY)
152 Expresión reutilizada con ei éxito que sabemos por Adrienne Rich en 1980, en
la revista Signs.
,5Í La palabra es de Liilian Faderman.
154 Gary Kinsman: «Men loving men», en M en’s Lipes, p. 506.
!55 {bídew, p. 515.
íSC Stanley Kéleman: In D ejeme q f Heterosexualitj, Berkeiey, 1982, citado por j. Katz,
op. át., p. 28.
tS7 John d’Emilio, Estelle B. Freedman: Intímate Metters. A H istoiy o f sexuaüty in A me
rica, Harper and Row, 1988.
El hombre mutilado/193
166 Rapport sur i ’homosexual!té, p. 458, y Bell & Weinberg, op. cit., pp. 245-246.
167 L e N ouvel Observateur, 7-13 de nov. 1991, págs. 10-15: «Hornos: la Nouvelle
vie».
168 Kenneth Plummer fue el primero en invertir la problemática de la enfermedad,
op. cit., p. 61.
Capítulo II
EL HOMBRE RECONCILIADO
197
198/Ser un hombre (XY)
Lo andrógino es doble
10 John Moreiand: «Age and Change in the adult Male Sex Role», en Sex Roles,
vol. 6, núm. 6, incluido en Men's Lives, pp. 115-124.
Erik Erikson: Childbood and Society, 2.a ed., N. Y. 1963, pp. 266-268.
12 D. j. Levinson: The Seasons o f a Man's Life, N. Y. Ballaatine, 1978, caps. 9, 13 y 15.
Véase también: Levinson (y otros) «Periods of adult development in men: age 18-44»,
en The Coumeling Psycbokgist, 1976, 6, pp. 21-25.
13 «Entra en una fase de transición que lleva a plantearse nuevas cuestiones y otras
tareas. Mira el pasado, compara lo que ha realÍ2ado con sus sueños de juventud y todo
aquello que ha abandonado para consagrase al presente. Puede, finalmente, recuperar la
parte femenina de su persona.» Peter Filene, en «Between a rock and a soft place...», op.
cit., pp. 348-349.
14 D. L. Levinson: The season o f a Man’s Life, p. 242.
202/Ser un hombre (XY)
15 Sandra Bem: «Gender Schema theory ans its implications for child devclopment:
raising gender-aschematic children in a gender-schematic society», en Signs, 1983,
núm. 8, pp. 598-616.
56 Ibidem.
17 Véase Primera parte, capítulo II.
18 Marc Chabot: «Vengo para abogar por un género vago», en Genre maseulin ougenre
flou , p. 182. Véase también Sandra Bem: «Au-delá de I’androgyne. Quelques preceptos
oses pour une identité sexuelie libérée», en La dijférence des sexes, p. 270.
19 Michel Maffesoli: Au creux des apparettces, p. 257.
El hombre recoticiiiado/203
La revolución paternal22
25 Así, en los Estados Unidos, dos investigadores conocidos del público expresan
puntos de vista radicalmente opuestos: la feminista Barbara Ehrenreich constata la hui
da de los hombres norteamericanos frente a las responsabilidades familiares, mientras
que joseph Pleck, uno de los fundadores de los Men's Studies, sostiene que los hombres se
implican cada vez más en la paternidad.
26 Popularon ei Sociétés, enero 1988. En 1986 eran un 86,2%, casados o cohabitantes
en este caso.
27 Cfr. INSEE, Les femmes, 1991, p. 141.
28 j. Pleck: «Men's family Work: Three Perspectives and Some New Data», en The
Family Coord'mator, octubre 1979, pp. 481-488.
29 S. Cath, A. Gurwitt, L. Gunsberg (ed): Fathers and their Families, The Analytic
Press, N. Y., 1989, p. 12. Véase también Diane Ehrensaft: Parenttng Together, University
of Illinois Press, 1987; Arlie Hochschild: The second Shift, Avon Books, N, Y., 1989;
M. Kimmel (ed.): Changing Men, y, también, los estudios ingleses de Lorna McK.ee &
Margaret O’Brien: The FatherFigure, Tavistock Publications, 1982, y de Charlie Lewís &
M. O’Brien: Reassessing fatherhood, Sage Publications, 1987.
Eí hombre reconciliado/205
38 Margaret O’Brien, que ha dirigido una encuesta profunda con 59 padres londi
nenses que tienen bajo su cargo niños de entre 5 y 11 años, cita esta confidencia de uno
ellos: «Tengo que hablar de mí mismo como de una «madre» porque no existe la palabra
para designar los hombres que hacen lo que yo hago», en «Becoming a Lone father: Dif-
ferential patterns and Experiencies», en The Father Figure, p. 184.
39 En 1984, menos del 10% de los padres divorciados fr a n c e s e s habían tenido la
custodia de sus hijos.
40 Données sociales, 1990, INSEE, p. 298.
,n Journal de la condition masca Une, núm. 50 (19870, núm. 62 (1990), L'Express, 13-19
junio 1991, p. 80,
42 A pesar de que no haya estadísticas nacionales sobre la petición de custodia por
parte del padre, una encuesta reciente efectuada a través del tribunal de París parece
confirmar esta hipótesis: «Sobre un total de 200 asuntos tratados, 161 no planteaban
problemas acerca de la custodia de los hijos y la madre se quedó con ellos en 145 casos y
el padre sólo en 12 casos. La misma encuesta revela que en 14 casos con conflicto, la
madre ha conseguido la custodia en 9 ocasiones y el padre en 5». Cfr. Violette Gorny:
Priorité aux enfants. Un Nouveau pouvoir, Hachette, 1991, p. 87.
208/Ser un hombre (XY)
4:i La encuesta, llevada a cabo a principios de los años 1970 entre los arcadianos, in
dicaba que si una gran mayoría se quedaban solteros, un 16% se había casado, un 8% se
guía estándolo en el momento de la encuesta y un 13% tenía hijos (10% concebidos, 3%
adoptados). Pero no se sabe prácticamente nada acerca de su paternidad; Rapport suri'ho-
m m x ualité de l'hom m , pp. 156 y 163. Alian P. Bell estima en un 20% el porcentaje de
hombres homosexuales casados, en Homosexualités, p. 202.
44 F. W. Bozctt: Gay and Lesbian Parents, N. Y., Praeger, 1987.
Rapport sur l'homosexualité, pp. 166-170; Brian Milíer: «Life-styles of Gay Hus-
bands and fathers», en M en’s IJves, pp. 559-567; B. Miller. «gay Fathers and their chil-
dren», en The Family Coordinator, oct. 1979, pp. 544-552; Robert L. Barret & Bryan
E. Robinson: Gay Fathers, Lexíngton Books, 1990.
El hombre reconciliado/209
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21 O/Ser un hombre (XY)
Desde hace varias décadas nos faltan dedos en las manos para
contar los estudios destinados a valorar las consecuencias del padre
ausente. Sus conclusiones son objeto de controversias57. Si bien es
cierto que los chicos educados sin padre parecen encontrar, estadísti
camente, más dificultades que los demás (control de la agresividad,
fracaso escolar, problemas de identidad en el género...), la constata
ción comporta también muchas excepciones. No todos los niños edu
cados sin padre tienen necesariamente problemas, ni aquellos que vi
ven bajo el mismo techo que él ven asegurado un desarrollo normal.
Hasta ahora, nadie conoce con certeza las razones del éxito o del
fracaso. Presencia o ausencia paterna no bastan para explicarlo
todo58.
Desde que las madres entraron masivamente en el mercado del
trabajo y desde que los padres «de transición»59 han pasado a ocuparse
de sus hijos, las investigaciones más recientes invierten el problema e
intentan medir los efectos de la presencia paterna, especialmente en
los más pequeños. El hombre comienza su carrera como padre con el
nacimiento del niño. Durante los primeros meses del bebé, para ha
blar con propiedad, puede definírsele como un padre/madre00, o si se
prefiere así de una madre masculina, más madre que masculina para
así satisfacer las necesidades del bebé. Contrariamente a la tradición
cultural y lingüística, la «maternización» no tiene sexo61. Para evitar
la trampa del lenguaje, los angloamericanos prefieren la palabra más
neutra nurturing, que significa «alimentar física y afectivamente», opa-
74 M. Lamb observa que se ignora todavía si estas diferencias son de origen social o
biológico.
75 Michael Lamb & Jamie Lamb: «The nature and Importance of the Father-Infant
Relationship», en Family Coordinator, oct. 1976, pp. 379-384. Véase M. Lamb: «The De-
velopment o f Mother-Infant and Father-Infant Attachments in the Second Year of
Life», en Developmental Psychology, 1977, núm, 13, pp. 637-648. Mismas conclusiones de
Charles Lewis: «The Observation Father-Infant Relationship», en The Father Figure, op.
di., p. 161.
76 Charles Lewis, op. cit., p. 155.
77 Jules Chancel: «Le corps de b.», en Peres et fils; Autrement, núm. 61, junio 1984,
p. 210. El subrayado es nuestro.
216/Ser un hombre (XY)
7lt H. Biller; Father, Child and Sexe Role, Lexington M. A., Heath, 1971.
79 M. Lamb, The Role o f the Father in Child Development, N. Y. Wiley, 1981.
80 Idem. El chiquillo está muy orgulloso de que su padre le enseñe a orinar de pie,
como un hombre.
81 Véanse los trabajos de John Munder Ross, 1977, 1979, 1982; y dePeter Blos: Son
and Father, N. Y. The Free Press, 1985. John Munder Ross, que ha reinterpretado el
caso del pequeño Hans, sugiere otra razón de su neurosis: la insuficiencia de padre du
rante ei segundo año. Cfr. «The Riddle O f Little Hans», en Cath y otros, 1989,
pp. 267-283.
82 Véase M. Mahler, Winnicott, F. Dolto, etc.
El •hombre reconci 1iado/217
gar85. A pesar de que las madres danesas trabajen fuera tres veces más
que las madres españolas, no hay duda de que se está imponiendo
muy rápidamente un nuevo modelo maternal en todo el conjunto de
la sociedad occidental. Y, sin embargo, no se acaba nunca si se pre
tende enumerar las injusticias de que son objeto86. Las madres france
sas, que no son precisamente las que viven en las peores condicio
nes87, manifiestan a menudo su cansancio frente a esta desigualdad,
para la que no encuentran solución. De la manera más natural, ape
lan a sus compañeros, que, a su ve2, se hacen los sordos o casi.
Esta relación común a una mayoría de mujeres no debe, sin em
bargo, esconder otra de la que se habla en raras ocasiones: la resisten
cia que ofrecen las madres a un reparto de la función maternal. Todos
los estudios demuestran que la implicación paterna depende también
de la buena voluntad materna88, y, en cambio, son muchas las mujeres
que no desean ver cómo su compañero se ocupa más de sus hijos. En
los años 80, dos encuestas demostraban que los padres que hubieran
querido implicarse un poco más no habían sido estimulados a ello:
entre un 60 y un 80% de las esposas no querían que lo hicieran89.
Para justificar su actitud muchas mujeres aluden a la incompeten
cia de su marido, que les da más trabajo del que les quita. Pero, más en
su interior, sienten su preeminencia maternal como un poder que no
quieren compartir, aunque sea a costa de un brutal cansancio físico y
psíquico90. De hecho, su actitud respecto a la implicación paternal ha
cambiado muy poco en los últimos quince años91 y es previsible ima
85 Para los Estados Unidos, cfr. Bureau of Labor Statistics, Bmployment and Baming.
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Soaology o f the Family, 1989, vol. 19, pp. 1 a 18.
86 Una encuesta danesa, extremadamente detallada, concluía en 1988: «Es verdad
que cada vez más los hombres comparten las tareas domésticas, pero siguen siendo ¡as
mujeres las que hacen la parte más dura», Time and Consumptm, Gunnar Viby Mogensen,
1990, pp. 36 a 201. Este voluminoso estudio demuestra la voluntad que hay en este país
de resolver las desigualdades sexuales.
87 Como las madres norteamericanas, trabajan alrededor de siete horas más por se
mana que sus compañeros, es decir: ¡15 días más al año!
88 N. Radin: «Primary Caregiving and Role-Sharing Fathers», y G. Ruseil: «Shared-
Giving Families: An Australían Study», en N on-traditionalFamilies (ed. Lamb), 1983, op.
cit., pp. 173-204 y 139-171.
89 Quinn & Staines: The 1977, Oualiiy o f Employement Survey, Ann Arbor, M, L, 1979,
Véase también j. Pleck: Husbands and Wifes P aid Work. Family Work and Adjustment, We-
llesley, M. A., 1982.
90 M. Lamb & D. Qppenheim: «Fatherhood and Father-Child relationships», en
Cath y otros, 1989, p. 18.
’ i J. Pleck, op. cit., 1982,
El hombre reconciiiado/219
1,4 Especialmente poniéndose vestidos femeninos. Pero, al contrario del Stssy boy,
este comportamiento, que era simplemente una manifestación de la doble identifica
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Ei hombre reconciliado/221
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249
250/lndicc onomástico
Segal, Lynne, 19, 51, 100, 129, 165, 172, Vigier, Bernard, 56, 58
187 Villeneuve-Gokalp, C., 208
Segel-Evans, Kendall, 172 Voeller, B„ 210
semai, 44, 45 Voitaire, 125
Sergent, Bernard, 102, 10 4 ,10 5 ,10 7 ,10 8 Von Frantz, MarierLouise, 184
Shakespeare, 94
Smadja, Edgard, 82
Wallot, H., 174
Sócrates, 104
Sollers, Philippe, 82 Walters, j„ 210
Wayne, John, 161
Spinoza, 51
Staples, Robert, 45 Weeks, Jeffrey, 39, 124, 128, 129, 130,
131, 141, 142
Stearns, N. Peter, 112, 113
Stein, jan O., 95 Weinberg, George, 143
Stein, Murray, 95 Weinberg, Martin S., 134, 210
Steineim, Gloría, 171 Weininger, Otto, 31, 32, 33, 3 4 ,15 2 ,15 3 ,
Stern, Daniel, 66 155
Westphal, 128
Stimpson, Catherine, 19
Weyergans, Fran^ois, 82
Stolier Robert, 50, 61, 62, 68, 69, 70, 71,
White, Edmund, 51, 119, 138, 180, 182,
72, 109, 110, 135, 137
183
Stoltenberg, John, 153, 154, 168
Whitam, Frederick, 131, 132
Wilde, Oscar, 131
Tardieu, 127
Tavris, Carol, 145, 176 Wilson, E. O., 38, 39
Winnícott, D„ 87, 88
Theweleit, KJaus 34, 152
Wister, Owen, 37
Thompson, Cooper, 101, 143, 175, 186
Thompson, Keith, 184 Wittgenstein, Ludwig, 31
Woolf, Virginia, 74
Thome, Barry, 85
Thuillier, Pierre, 189, 190
Tiefer, Léonore, 169, 170 Yogman, Michael, 214, 216
Tijo, j. H-, 13 Yorburg, Betty, 56, 58
Turner, Víctor, 95 Yudkin, Marcia, 46
Yver, Colette, 31
Ulrichs, Heinrich, 127
Ungar, Hermann, 154 Zalk, S. R., 60
Updike, john, 119, 164, 213 Zenón, 109
Zimmermann, Daniel, 156
Veyne, Paul, 102 Zo3a, Emile, 30, 35
Víctor de I’Aveyron, 45 Zuger, B., 137