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Uno de los más grandes legados que nos dejó el poeta Efraín Huerta son los
poemínimos en el libro Estampida de poemínimos (1980) que marca una ruptura
con las formas poéticas utilizadas hasta ese momento; arte innovador del siglo
XX que cautivo la atención de la poética hispanoamericana. En sus propias
palabras: “El poemínimo está a la vuelta de la esquina o en la siguiente parada
del metro. Un poemínimo es una mariposa loca, capturada a tiempo y a tiempo
sometida al rigor de la camisa de fuerza. Y no lo toques ya más, que así es la
cosa. La cosa loca, lo imprevisible, lo que te cae encima o tan sólo te roza la
estrecha entenderá y ya se te hizo”.
En una breve descripción, los poemínimos consisten en un juego del
lenguaje que a simple vista pareciera muy sencillo, pero que esconde una
complejidad y profundidad digna de una lengua poética. Su creación es de
carácter espontáneo, pero requiere un arreglo de precisión lírica que conlleve
ritmo y armonía así como en cualquier poema. Los poemínimos suelen tener esa
chispa que los hacen tan particulares y tienen una estructura bastante sólida,
producto de un trabajo bien pensado. Además, tiene un diseño del espacio muy
bien definido y un juego cómico de palabras utilizando no sólo metáforas de lo
que el poeta aprecia, sino que también hace parodia de muchos dichos
populares. O a veces simplemente nos da una visión humorística del mundo.
O como lo diría el mismo Huerta: “Un poemínimo es un mundo, sí, pero a veces
advierto que he descubierto una galaxia y que los años luz no cuentan sino como
referencia, muy vaga referencia”.
Las pasadas ediciones del Coloquio Efraín Huerta han adoptado algunos
poemínimos para identificarse y celebrarlos. Más adelante compartimos algunos
de ellos:
Pues sí
Hablando
Se
Enciende
La
Gente
Che
En
La
Calle
Deben
Pasar
Cosas
Extraordinarias
Por
Ejemplo
La
Revolución
Candoroso testamento
Ahora
Me
Cumplen
O
Me
Dejan
Como
Estatua
MANDAMIENTO EQUIS
No
Desearás
La
Poesía
De
Tu
Prójimo
Este año, por la celebración del centenario de Efraín Huerta, la Sociedad de
Alumnos de Letras Españolas SALE Valenciana hemos decidido tomar el poema
Absoluto amor, del primer poemario homónimo publicado por el autor en 1935.
En palabras de su hijo, David Huerta, "si pudiera encerrarse en un par de
palabras el sentido último y decisivo de esa obra y esa vida, habría que poner
aquí la frase de su epitafio que es también el título de su libro de 1935: Absoluto
amor."
Absoluto amor
Como una limpia mañana de besos morenos
cuando las plumas de la aurora comenzaron
a marcar iniciales en el cielo. Como recta
caída y amanecer perfecto.
Amada inmensa
como un violeta de cobalto puro
y la palabra clara del deseo.
Te miro así
como mirarían las violetas una mañana
ahogada en un rocío de recuerdos.
Efraín Huerta
Efraín Huerta
Primero, hubo algo así como un desconcierto; después, cierta agitación. Medio calmados
los ánimos, los poetas —sobre todo los jóvenes— se dedicaron a copiarlos, a imitarlos, con
la peor fortuna. El poemínimo parece facilísimo (cualquiera lo hace) pero los imitadores
descubrieron que era demoniacamente difícil.
Dislocar y trastocar; crear, es el único secreto de esta singular forma de expresar referencias
maternales sin llegar jamás a los extremos líricos y delictuosos de la mentada por la
mentada misma.
José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis los comprendieron desde el primer puñetazo —
golpe artero, descontón— de vista. Otros, amigos y enemigos, los elogian por inercia y
tratan enfermizamente de imitarlo. Imposible. En mi libro de 1974, Los eróticos, el
poemínimo que originó el caudal está en el lugar de honor y con la fecha bien clara. Ya un
año antes, en Poemas prohibidos y de amor, un racimito de poemínimos fue como un ligero
buscapiés. La cosa empezó a humear y provocó el incendio previo a la estampida cuando
aparecieron, casi al hilo, Circuito interior y los letales 50 poemínimos, librito, este último,
inencontrable.
Lo poemáximo
Una vez le entregué a Monsi varios poemínimos y un poema grande. El conjunto se llamó:
“15 poemínimos y un poemáximo”, lo cual me hizo feliz. Con la misma felicidad que sentí
cuando en plena euforia poeminizante, soñaba poemínimos. Un mediodía le confesé al
poeta Alejandro Aura:
“—Fíjate, Ale, que anoche soñé cinco hermosos poemínimos…
(También soñaba con Sofía Loren, con la que hacía no lo poemínimo sino lo poemáximo.
Hay dos cosas que nunca me cuestan nada: soñar y consultar el Larousse.)
Bueno, pues cuando publiqué Poemas prohibidos escribí unas impertinentes aclaraciones.
La parte correspondiente a los poemínimos dice así:
“…durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podían ser algo
así como unos epigramas frustrados. Error. Mi hija Raquel (8 años), al leer algunos declaró
lo siguiente: ‘Son cosas para reír’. Poco después, en la casa de un famoso pintor, Octavio
Paz (58 años) los definió de esta manera: ‘Son chistes’. Me alegró en extremo que,
separados por medio siglo de experiencia y cultura, Raquelita y Octavio hubieran
coincidido”.
(Raquel tiene ahora 17 años. Octavio y yo andamos dando bandazos en los 67.)
A otra cosa
Traducido al español, cierto latinajo viene quedando así: “El que se equivoca se llama
caballo”. Así yo, al trote corto, que es como el paso tardo de un pobre viejo (tango clásico),
cometo errores de cierta gravedad, que algún buen amigo descubre y me lo restriega en las
narices. Por ejemplo: tengo un poemínimo llamado “Weimar”, en el que atribuyo a Goethe
(Don Wolfango) una frase que no es suya: “No es de Goethe sino de Heine”, me aclararon.
Está bien.
Junio de 1980.
Efraín Huerta
Efraín Huerta
Primero, hubo algo así como un desconcierto; después, cierta agitación. Medio calmados
los ánimos, los poetas —sobre todo los jóvenes— se dedicaron a copiarlos, a imitarlos, con
la peor fortuna. El poemínimo parece facilísimo (cualquiera lo hace) pero los imitadores
descubrieron que era demoniacamente difícil.
Dislocar y trastocar; crear, es el único secreto de esta singular forma de expresar referencias
maternales sin llegar jamás a los extremos líricos y delictuosos de la mentada por la
mentada misma.
José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis los comprendieron desde el primer puñetazo —
golpe artero, descontón— de vista. Otros, amigos y enemigos, los elogian por inercia y
tratan enfermizamente de imitarlo. Imposible. En mi libro de 1974, Los eróticos, el
poemínimo que originó el caudal está en el lugar de honor y con la fecha bien clara. Ya un
año antes, en Poemas prohibidos y de amor, un racimito de poemínimos fue como un ligero
buscapiés. La cosa empezó a humear y provocó el incendio previo a la estampida cuando
aparecieron, casi al hilo, Circuito interior y los letales 50 poemínimos, librito, este último,
inencontrable.
Lo poemáximo
Una vez le entregué a Monsi varios poemínimos y un poema grande. El conjunto se llamó:
“15 poemínimos y un poemáximo”, lo cual me hizo feliz. Con la misma felicidad que sentí
cuando en plena euforia poeminizante, soñaba poemínimos. Un mediodía le confesé al
poeta Alejandro Aura:
(También soñaba con Sofía Loren, con la que hacía no lo poemínimo sino lo poemáximo.
Hay dos cosas que nunca me cuestan nada: soñar y consultar el Larousse.)
Bueno, pues cuando publiqué Poemas prohibidos escribí unas impertinentes aclaraciones.
La parte correspondiente a los poemínimos dice así:
“…durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podían ser algo
así como unos epigramas frustrados. Error. Mi hija Raquel (8 años), al leer algunos declaró
lo siguiente: ‘Son cosas para reír’. Poco después, en la casa de un famoso pintor, Octavio
Paz (58 años) los definió de esta manera: ‘Son chistes’. Me alegró en extremo que,
separados por medio siglo de experiencia y cultura, Raquelita y Octavio hubieran
coincidido”.
(Raquel tiene ahora 17 años. Octavio y yo andamos dando bandazos en los 67.)
A otra cosa
Traducido al español, cierto latinajo viene quedando así: “El que se equivoca se llama
caballo”. Así yo, al trote corto, que es como el paso tardo de un pobre viejo (tango clásico),
cometo errores de cierta gravedad, que algún buen amigo descubre y me lo restriega en las
narices. Por ejemplo: tengo un poemínimo llamado “Weimar”, en el que atribuyo a Goethe
(Don Wolfango) una frase que no es suya: “No es de Goethe sino de Heine”, me aclararon.
Está bien.
Junio de 1980.