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Freud S, Obras Completas Amorrortu: Volumen 18 Apartados ly En la teoria psicoanalitica adoptamos sin reservas el su: puesto de que el decurso de los procesos animicos es regu. lado automiticamente por el principio de placer. Vale decir: creemos que en todos los eas0s lo pone en marcha una ten- sin displacentera, y después adopta tal orientacién que su resultado final coincide con una disminucién de aquella, esto ¢s, con una evitacién de displacer 0 una produccién de placer. indo consideramos con referencia a ese decurso los pro: esos animicos por nosotros estudiados, introducimos en nuestro trabajo el punto de vista econémico. A nuestro ji cio, una exposicién que ademés de Ios aspectos tépico y dinimico intente apreciar este otro aspecto, el econdmico, cs la mas completa que podamos concebir por el momento y merece distinguitse con el nombre de «exposicién meta psicoldgica» En todo esto, no tiene pata nosotros interés alguno in- agar si nuestra tesis del principio de placer nos aproxima 0 ‘os afilia a un determinado sistema filoséfico formulado en la historia, Es que hemos legado a tales supuestos especa- lativos a rafz de nuestro empetio por describir y justipreciar los hechos de observacién cotidiana en nuestro campo. Ni Ia prioridad ni la originalidad se cuentan entre los objetivos que se ha propuesto el trabajo psicoanalitico, y las impre- siones que sirven de sustento a la formulacién de este prin- pio son tan palmarias que apenas se podria desconocerls, Por otra parte, estariamos dispuestos a confesar Ia prece- dencia de una teoria filoséfica 0 psicolégica que supiera dicarnos los significados de las sensaciones de placer y dis- placer, tan imperativas para nosotros. Por desdicha, sobte este punto no se nos ofrece nada utilizable. Es el émbito més oscuro ¢ inaccesible de la vida animica y, puesto que no podemos evitar el tocarlo, yo creo que la hipétesis més laxa que adoptemos seri Ia mejor. Nos hemos resuelto a referir placer y displacer a la cantidad de excitacién presente en la vide animica —y no ligada de ningiin modo—? asi: el dis- ICE. Lo inccncienter (1915e), AE, 14, pég. 178.) 2 TET examen mis exhaustivo de’ fos conceptot de «cantidads y Mas alla del principio de placer. acer cotresponde a un incremento de esa cantidad, y el pl fer a una reduccién de ell. No tenemos en mente ina rela- cidn simple entre la intensided de tales sensaciones y esas alteraciones a que las referimos; menos ain —segin lo en- sefian todas las experiencias de la psicofisiologia—, una pro porcionalidad directa; el factor decisivo respecto de Ia sen- sacién es, probablemente, la medida del inctemento o reduc cidn en un petiodo de tiempo. Es posible que la experimen- tacién pueds aportar algo en este punto, pero para nosotros, los analistas, no es consejable adentrarnos més en este problema hasta que observaciones bien precisas puedan ser vvimos de guia ‘Ahora bien, no puede resultarnos indiferente hallar que un investigador tan penctrante como G. T. Fechner ha sus tentado, sobre el placer y el displacer, una concepcién coin- cidente en Jo exencial con la que nos impuso el trabajo psi: coanalitico. El enunciada de Fechner esti contenido en su opisculo Einige Ideen zur Schopfungs- und Entwicklungs gescbichte der Organismen, 1873 (parte XI, suplemento, ig. 94), y teza como sigue: «Por cuanto les impulsiones concientes siempre van unidas con un placer o un displacer, estos tiltimos pueden concebitse referidos, en rérminos psi cofisices, a proporciones de estabilidad 0 de inestabilidad; ¥ sobre esto puede fundarse a hipstesis que desarrollaré con nds detalle en otro lugar, segin Ia cual todo movimiento psi- cofisico que rebase el umbral de la conciencia va afectado de placer en la medida en que se aptoxime, més allé de cietta frontera, a la estabilidad plena, y afectado de displaces en Ja medida en que mAs allé de cierta frontera se desvie de aque- Ila, existiendo entre ambas fronteras, que han de caracteri- zatse como umbrales cualitativos del placer y el displacer, tun cierto margen de indiferencia estética. ..» Los hechos que nos movieron 2 creer que el principio de placer rige la vida animica encuentran su expresién también en la hipétesis de que el aparato animico se afana pot man- tener Jo més baja posible, 0 al menos constante, la cantidad de scxctacgn,ligadan, de Jox que estin penctrados todos los ex titos de Freud, es quis el efectuado en al temprano «Proyecto de Dsiclogien de 1895 (19502), Vease en especial cl fermino aligados en la parte 1II'de dicha obra, AE, 1, pigs. 4167 CE tambien infrs, pigs. 345.) 3 [Waele a hacerse mencion a esto infra, piR. 61, y se 10 dé rrolla en #Et problema econémico det masoquisme> (1924e). Véase también el «Proyectos (1950s), AE, 1. pip, 5541 UCC el «Proyectos (19504). AE, Ty pig, 357. — Aguf el adie tivo eestétiea» esté usado en. cl aniigdo sentido de srelatva a la sensaciéa ova le percepeiSne ] de excitacién presente en él. Esto equivale a decir lo mismo, sélo que de otra maner trabajo del aparato ‘ico se empefia en mantener baja la cantidad de exci todo cuanto sea apto para inerementarla se sentird como funcional, vale decir, displacentero! El principio de placer st deriva del principio’ de constancia; en realidad, el principio de constancia se discernié a partir de los hechos que nos impusieton Ia hipétesis del principio de placer.* Por otra parte, en un andlisis més profundizado descubriremos que este afin, por nosotros supuesto, del aparato anfmico’ se subordina como caso especial bajo el principio de Fechner de la tendencia a la estabilidad, ala que &l reficié las sensa- cones de placer y displacer. Pero entonces debemos decir que, en verdad, es incortec- to hablar de un imperio del principio de placer sobre el decurso de los procesos animicos, Si asi fuera, la abrumadora mayoria de nuestros procesos animicos tendria que ir acom pada de placer o llevar a él; y la experiencia més universal refuta enérgicamente esta conclusién, Por tanto, Ia situacién no puede ser sino esta: en el alma existe una fuerte tenden- cia al principio de placer, pero ciertas otras fuerzas 0 conste- laciones Ja contrarian, de suerte que el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer. Com- parese Ia observacién que hace Fechner (1873, pég. 90) @ tala de un problema parecido: «Pero puesto que la tendencia la meta no significa todavia su logro, y en general esta meta solo puede aleanzarse por aproximaciones. ..». Si aho- a atendemos ala pregunta por las circunstancias eapaces de impedir que el principio de placer prevalezca, volvemos a pisar un terreno seguro y conocido, y para dar Ia respuesta podemos aducir en sobrado niimero misestras experiencias ana- Ittcas. EL primer caso de una tal inbibicién del principio de placer nos es familia; tiene el carter de una Tey {gesetzmissia) Sabemos que el principio de placer es propio de un modo de trabajo primario del aparato an{mico, desde el comienzo «EE eta gears mk coi rm Se SEE lad od me Be for eer Sei Sg petal Pe hal SPREE ie nec Sane Pam ‘escorts phone ("Fea Pate’ Pa mismo inutilizable,. y aun peligroso en alto grado, para la autopreservacién del orgenismo en medio de las dificultades del mundo exterior. Bajo cl influjo de las pulsiones de auto- conservacién del yo, es relevado por el principio de realidad,’ ‘que, sin resignar ef propésito de una ganancia final de ple cer, exige y consigue posponer Ia satisfaccién, renunciar a diversas posibilidades de lograrla y tolerar provisionalmente el displacer en el largo rodeo hacia el placer. Ahora bien, el principio de placer sigue siendo todavia por latgo tiempo el modo de trabajo de las pulsiones sexuales, dificiles de ‘xeducar»; y sucede una y otra vez que, sca desde estas iil. timas, sea en el interior del mismo yo, prevalece sobre cl principio de tealidad en detrimento del organismo en su conjunto. Es indudable, no obstante, que el relevo del principio de placer por el principio de realidad puede ser responsabili zado sélo de una pequefia parte, y no la més intensa, de las experiencias de displacer. Otra fuente del desprendimiento de displacer, io menos sujeia a ley, surge de los conflictos y ‘scisionés producidos en el aparato animico mientras el yo recorre su desarrollo hacia organizaciones de superior com- plejidad. Casi toda Ia energia que lena al aparsto proviene de las maciones pulsionales congénitas, pero no se Jas admite a todas en una misma fase del desarrollo. En el curso de este, acontece repetidamente que ciertas pulsiones 0 partes de pulsiones se muestran, por sus metas 0 sus requerimien- tos, inconciliables con las restantes que pueden conjugarse en la unidad abarcadora del yo. Son segregadas entonces de esa unidad por el proceso de la represién; se las retiene en estadios inferiores del desarrollo psiquico y se les corta, en tun comienzo, Ia posibilidad de alcanzar satisfaccién. Y si luego consiguen (como tan fécilmente sucede en el caso de las pulsiones sexuales reprimidas) procurarse por ciertos ro- ddeos una satisfaccién directa o sustitutiva, este éito, que normalmente habrfa sido una posibilidad de placer, es sen- tido por el yo como displacer. A consecuencia del viejo con- flicto que desembocé en la represi6n, el principio de placer cxperimenta otra ruptura justo en el momento en que cier- tas pulsiones laboraban por ganar un placer nuevo en obe. diencia a ese principio. Los detalles del proceso pot el cual Ja represién trasforma una posibilidad de placer en una fuen- te de displacer no son todavia bien inteligibles © no pueden exponerse con claridad, pero Seguramente todo displacer neu- ICL, . La horro- rosa guerra que acaba de terminar la provocé en gran nie ‘mero, y al menos puso fin al intento de atribuirla a un dete- rioro ‘orgénico del sistema nervioso por accién de una vio- leacia mecénica. El cuadro de la neurosis traumiética se apro. xxima al de Ia histeria por presentar en abundancia sintomas motores similares; pero lo sobrepasa, por lo regular, en sus muy acusados indicios de padecimiento subjetivo —que la asemejan a una hipocondrfa 0 una melancolia—, as! como en la evidencia de un debilitamiento y una destruccién gene- rales mucho més vastos de las operaciones animicas. Hasta ahora no se ha alcanzado un conocimiento pleno® de las neurosis de guerra ni de las neurosis trauméticas de tiempos de paz. En el caso de las primeras, resulté por un lado escl. recedor, aunque por e| of0 volvié a confundir las cosas, el hecho de que el mismo cuadro patolégico sobrevenia en oca- siones sin la cooperacién de una violencia meeénica cruda; en Ja neurosis traumética comin se destacan dos rasgos que podrian tomarse coma punto de partida de la reflexién: que el centro de gravedad de la causacién parece situarse en el factor de la sorpresa, en el terror, y que un simulténeo dafio fisico herida conttartesta en ja mayoria de los casos la produccién de la neurosis. Terror, miedo, angustia, se usan equivocadamente. como expresiones sindnimas; se las puede distinguir muy bien en su relacién con el peligro. La angus: tia designa cierto estado como de expectativa frente al pe- ligro y preparacién para él, aungue se trate de un peligro desconocido; el miedo requiere un objeto determinado, en CE, Ia discusin sobre ol pscounsisis de las neurosis de guerra por Ferenczi, Abraham, Simmel Jones (Ferenc vd wl, 19191. (Freud Fedacté la introdaceién de este tabajo (19194). CE también su «ln forme sobre a eletroterspie de lor neutdtcos de guctran, de ediciin péstuma (1955e).] 2'ELa palabra =plenov fue agregada en 1921.) 12 presencia del cual uno lo siente; en cambio, se Hama teliiy al estado en que se cae cuando Se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor de Ta sorpresa, No cteo que Ia fangustia pueda producir una neutosis traurnatica; en a an pustia hay algo! que protege contra cl terror y por tanto también contra Ia neurosis de terror, Mae adclante volve remos sobre esta tesis Let. pig. 31) Nos es licto considerar el estudio del sueito como la via iis contiable para explora los procesos animicos profundos ‘Ahora bien, la vida onfriea de la neurosis traumiétien muestra este cardctet: teconduce al enfermo, una y otta vez, ala a tuacidn de su accidente, de la cual despierta con renovado terror. Esto no provocs el suficiente asombro: se cree que sil vivencia traumética Jo asedia de continuo mientras duer- me, ello prucba la fuerza de la impresién que le provocé, El enfermo —se sostiene— esté, por asi decir, fijado pst quicamente al trauma, Tales fijaciones a la vivencia.que de- sencadené la enfermedad nos son conocidas desde hace tiem. po en la histeria, Breuer y Freud manifestaron en 1893 * due «el histético padece por Ia mayor parte de reminiscen- Glas». También respecto de las neurosis de guerra, observa dores como Ferenczi y Simmel explicaron muchos sintomas morores por una fijacién al momento del trauma. Sin embargo, no he sabido que los enfermos de neurosis traumdtica frecuenten mucho en su vida de vigiia el recuer do de su accidente. Quizi se esfuercen mis bien por no pen- sar en él. Cuando s¢ admite como cosa obvia que el sueio rocturno Jos traslada de nuevo a Ia situacién patSgena, se desconoce la naturaleza del suefio. Ms propio de este seria presentar al enfermo imigenes del tiempo en que estaba sano, © de su esperada curacién. Suponiendo que los sueiios de estos neuréticos trauméticos no nos disuadan de afirmar que Ja tendencia del suefio es el cumplimiento de un deseo, tal vez nos quede el expediente de sostener que en este estado Ja funcién del suefio, como tantas otras cosas, results afec- 3 [Freud dista mucho, en verdad, de hacer siempre cl dstingo que teaza agut. Con summa frecuencia usa la palabra «Angst» (wangustian) ppeta_designar sn estado de temor sin referencia alguns. al fatuto Ke'es improbable gue en este pasaje comenzara a vislumbrar la di ci ge haa Hoes Tekin, sintoma 9 onsite (19262), bablemence equivalence a lo que aqut se. denomina «Scbrecke {Grertors}—y como sehal de advertencia de la proximidad. de UR soceso tal. Cf. tambien infra ngustiadoo.] [Sobre el_mecanismo psiquico de fenémenos histricos: com icacién prciminare TTBS). AE. 8. pap 3) | ég. 31, su empleo de la frase eapronte B tada y desviada de’sus propSsitos; 0 bien tendriamos que pensar en las enigméticas tendencias masoquistas del yo.® Ahora propongo abandonar el oscuro y atido tema de la neurosis traumética y estudiar el modo de trabajo del apa rato animico en una de sus précticas normales més tempra- nas, Me refiero al juego infantil Hace poco, $. Pfeifer (1919) ba ofrecido un resumen y tuna apreciacidn psicoanalitica de las diversas teorias sobre el juego infantil; puedo remitirme aqui a su trabajo. Estas teo rias se esfuerzan por colegir Jos motivos que llevan al nifio 1 jugar, pero no lo hacen dando precedencia al punto de vista econémico, vale decir, considerando Ia ganancia de placer, Por mi parte, y sin pretender abarcar la totalidad de estos fenémenos, he aprovechado una oportunidad que se me brind6 para esclarecer el primer juego, autocreado, de un varoncito de un aio y medio. Fue més que una observacién hecha de paseda, pues convivi durante algunas semanas con dl nifio y sus padres bajo el mismo techo, y pas6 bastante tiempo hasta que esa accién enigmatica y repetida de conti rnuo me revelase su sentido. El desarrollo intelectual del nifio en modo alguno era pre 07; al aio y medio, pronunciaba apenas unas pocas palabras inteligibles y disponia, ademés, de varios sonidos significa- tivos, comprendidos por quienes lo rodesban. Pero tenia una ‘buena relacién con sus padres y con Ja tinice muchacha de servicio, y le elogiaban su carécter «juicioso». No molestaba asus padres durante la noche, obedecia escrupulosamente las prohibiciones de tocar determinados objetos y de it a ciertos lugares, y, sobre todo, no lloraba cuando su madre lo sbandonabs durante horas; esto wlkimo a pesar de que sentia gran ternura por ella, quien no sélo Jo hab(a ama- mantado por si misma, sino que lo haba cuidado v criado sin ayuda ajena, Ahora bien, este buen nitio exhibia el habito, molesto en ocasiones, de atrojar lejos de sf, a un rincén 0 debajo de una cama, etc., todos los pequefios objetos que huallaba a su aleance, de modo que no solis ser tarca fécil juntar sus juguetes.¥ al hacerlo. proferfa, con expresién de interés y satisfaccién, un fuerte y prolongado «0-000», ue, segin el juicio coincidente de la madre y de este ob: servador, no era una interjeccién, sino que significaba «fort» 5 [Todo lo que sigue al punto y coma fue agregado en 1921. Pars ests La ttepretacin defo ‘es (19080 AE. 8, ws. 3 Y sigs 4 {se fue). Al fin caf en Ja cuenta de que se trataba de un juego y que el nino no hacfa otro uso de sus juguetes que el de jugar a que «se iban». Un dia hice la observacién que cotroboré mi punto de vista, El nifio tenfa un carzetel de madera atado con un piolin. No se le ocurtié, por ejemplo, arrastrarlo tras si por el piso para jugar al carrito, sino que con gran destreza arrojaba el carretel, al que sostenia por el piolin, tras Ia baranda de su cunita con mosquitero; el ca retel desaparecia ahf dentro, el nif pronunciaba su signif cativo «0-0-0-0», y después, ‘tirando del pio!in, volvia a sa car el carretel de la cuna, saludando ahora su aparicién con tun amistoso «Da» faci esta). Ese era, pues, el juego com- pleto, el de desaparecer y volver. Les mas de las veces slo se habia podido ver el primer acto, repetido por si solo in- cansablemente en calidad de juego, aunque el mayor placer, sin ninguna duda, correspondfa al segundo.® a interpretacién del ego tesultS entonees obvi, Se en tramaba con el gran logo cultural del nifio: su remuncia pulsional (renuncia a la satisfaccién pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcia, digamos, esce nificando por sf mismo, con los objetos a su alcance, ese dlesaparecer y regresar. Para la valoracién afectiva de este juego no tiene importancia, desde Tuego, que el nifio mismo lo inventara 0 se lo apropiara a rafz de una incitacién [ex- tema], Nuestto interés se ditigiré a otro punto, Es imposible que Ia partida de la madze le resultara agradable, o aun in diferente. Entonces, geémo se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esta vivencia penosa para él? Aciso se responderé que jugaba a la partida por- ‘que eta Ja condicién previa de Ia gozosa reaparicién, la cual contendrfa el genuino propésito del juego. Pero lo contradice Ia observacién de que el primer acto, el de la partida, era escenificado por si solo y, en verdad, con frecuencia incom- parablemente mavor que el juego ntegro llevado hasta su Final placentero. EI andlisis de un tinico caso de esta indole no permit zanjar con certeza Ia cuestién. Si lo consideramos sin preven- 4 Esta inerpetacién fue cetficada pleoamente después por ota aseracén. Un dia que la madre tabla estado susente muchas ho: far fon salud ofc onc omnia’ = Bebe noel: Primero esto results incomprensble, pera pronto se pido compobar Sue durante sa larga sledad el nibo habia encontado un medio fara hacerse desapascer a si mismo. Descubrié su imagen eS bei del vestuariy ue lepaba cat hasta cl suc, y luo Te ur el fverpo de manera tal que le imagen del expejo wae face, [Orta tele Fencla a esta historia te hallard en La dnterpretacn de foe seis Mat, ABS pap. B30 ns | 15 ciones, recibimos la ampresién de que el nitio convirtié en juego esa vivencia a ralz de otto motivo. En le vivencia era pasivo, era afectado por ella; ahora se ponfa en un papel fctivo repitiéndola como juego, a pesar de que fue dispa centera. Podria atribuirse este afin a una pulsisn de apodera- miento que actuara con independencia de que el recuerdo en s{ mismo fuese placentero 0 no. Pero también cabe ensayar otra interpretacién, El acto de atrojar el objeto para que «se vaya» acaso era la satisfaccién de un impulso, sofocado por el nifio en su conducta, a vengarse de In madre por su parti da; asi yendria a tener este artogante significado: «Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo». Este mismo nfo cuyo primer juego observé teniendo él un ato y medio solia un aio después arrojar al suelo un juguete con el que se habia irritado, diciéndole: «;Vete a la gue(r)ra!», Le ha- ban contado por entonces que su padre ausente se encontraba en la guerra; y por cierto no lo echaba de menos, sino que daba los més claros indicios de no querer ser molestado en su posesién exclusiva de la madre.* También de otros nitios sabemos que son capaces de expresar similares mociones hos- tiles botando objetos en lugar de personas. Ast se nos plan- tea esta duda: ¢Puede el esfuerzo {Drang} de procesar psi- uicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de es0, exteriorizarse de manera primatia e independiente de! principio de pace? Comoquieraaue sn, iene cso ex nado ese esfuerz0 repitis en el juego yna impresion des agradable, ello se debi6 tinicamente a que Ia repeticién iba Gonectada una ganacia de placer de otra indole, pero lirecta Ahora bien, el estudio del juego infantil, por més que lo profundicemos, no remediaré esta flactaacién nuestra entre dos concepciones. Se advierte que los nifios repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresién en la vida: de exe modo abreaccionan Ia intensidad de la impresién v se aduefian, por asi decir, de la situacidn, Pero, por otro lado, es bastante claro que todos sus juegos estén presididos por el deseo dominante en la etapa en que ellos se encuentran: el de ser grandes v poder obrar como los mavores. También se observa que el carécter displacentero de la vivencia no siem- pre la vuelve inutilizable para el juego. Si el doctor examina la garganta del nifio o lo somete a una pequetia operacién, 7 Teniendo el nio cinco afer y nucve meses, murié Ia. madre ‘nora que teslmente ase fue» (00-0), el muchachito no mostré duclo Yo habia nacido un segundo *'CH aUn recuerdo de Infancia en Poesia 9 verdad» (19176) 16 con toda certeza esta vivencia espantable pasari a ser el com tenido del prdximo juego. Pero la ganancia de placer que provine de tr foes es palais aut En cant el fo Trocet la pesvided del vivenciar por i aeifvided de juga, inflige a un compefiero de juegos lo desagradable que # él mismo le ocutrié y asf se venga en la persona de este sosias* ‘Sea como fuete, de estas elucidaciones resulta que es super- fluo suponer una pulsién particular de imitacién como mo- tivo’ del jogar. Unas reflexiones para terminar: el juego" ¥ Ja imitacién artisticos practicados por los adultos, que a dife- tenes. de a condcte el io apuntan la petiona del pectador, no ahorran a este dltimo las impresiones més dolo- Touts (cf ls tzngedi, por elemplo), wo cbstante Jo cul POS de sentirlas como un elevado goce."® Asf nos convencemos de {que aun bajo el imperio del principio de placer existen sufi- Gentes medios y vias pata convertir en objeto de recuerdo y claboracién animica lo que en si mismo es displacentero. Una estétiea de inspiracion econémica deberla ocuparse de estos casos y situaciones que desembocan en una ganancia final de placer; pero no nos sitven de nada para nuestro pro pésito, pues presuponen la existencia y el imperio del prin- cipio de placer y no atestiguan la accién de tendencias situa- das més allé de este, vale decir, tendencias que serian mas originarias que el principio de placer e independientes de él 2s acpi 5g sete on «Sobre In seule femenian 21, pis. 257 Spile'en cl semi de. epreentacit, etic. Pref foecion foreada. para. que no se pictda Ia asimilacén con, el juego infansil (también «Sprelo) sat [fico habia hecho un eso “provisional de eo en ea tx aio pdstumo «Personaies paicopstcos en el eacenatiow (19424), cia fedactién data probablemente de 1905-0 1906.1 7

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