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Voces: DOCTRINA DE LA CORTE SUPREMA ~ LIBERTAD DE EXPRESION ~ MEDIOS DE


COMUNICACION ~ PERIODISTA ~ RESPONSABILIDAD CIVIL

Tribunal: Corte Suprema de Justicia de la Nación(CS)


Fecha: 03/10/2017
Partes: Martín, Edgardo H. c. Telearte SA y otros s/ daños y perjuicios
Publicado en: LA LEY 23/10/2017, 23/10/2017, 9 - LA LEY2017-E, 576 - Sup. Const. 2017 (octubre),
30/10/2017, 11 - LA LEY2017-E, 654 - LA LEY 14/11/2017 , 5, con nota de Emilio A. Ibarlucía; 
Cita Online: AR/JUR/69296/2017

Hechos:
La Corte Suprema confirmó la condena a un medio de prensa y a varios periodistas por una noticia difundida
en un programa de televisión, en relación con el fallecimiento de una niña. El reclamante fue nombrado, sin citar
la fuente de la información, como un posible responsable de la muerte de la niña.

Sumarios:
1. Los dichos de varios periodistas en un programa televisivo, relacionando a una persona con la muerte de una
niña, no se encuentran protegidos por la doctrina de la Corte Suprema sentada en “Campillay”, pues los
periodistas atribuyeron la información en forma genérica e indeterminada a "alguien", mención que no opera
como fuente en el sentido de la doctrina allí establecida; el medio de comunicación y los profesionales
demandados deben responder por los daños causados.
2. La doctrina "Campillay" protege a quien atribuye —de modo sincero y sustancialmente fiel— la información
a una fuente identificable, utiliza un discurso meramente conjetural que evita formas asertivas o deja en reserva
la identidad de las personas a quienes involucra la información difundida, evitando suministrar datos que
permitan conducir a su fácil identificación; esto articula un razonable equilibrio entre la fuerte tutela
constitucional que recibe la libertad de expresión y la protección de otros derechos individuales que reconocen
también fuente constitucional tales como la dignidad de las personas.
3. El medio de comunicación y los periodistas demandados por la difusión de información que relacionó a una
persona con la muerte de una niña no puede eximirse de responsabilidad a la luz de la doctrina “Campillay” —
Fallos: 308:789; AR/JUR/637/1986—, pues esta no protege al medio cuando deja de ser un simple difusor de
una información originada en alguna fuente distinta y se transforma en el autor de una información dañosa o
agraviante.
4. Para que un medio periodístico se exima de responsabilidad por las informaciones difundidas es preciso que
atribuya la noticia a una fuente, de modo que la noticia deje de aparecer como originada por el medio
periodístico en cuestión; esto transparenta el origen de las informaciones y permite formar un juicio certero
sobre la credibilidad de la noticia.

Texto Completo:
Dictamen de la Procuradora Fiscal:
-I-
El Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil y Comercial N° 37 condenó a Telearte SA —en su
carácter de licenciataria de Canal 9— y a Samuel Gelblung —en su carácter de conductor y productor del
programa televisivo “Memoria”— a pagar $40.000 más intereses en concepto de daño moral (fs. 892/904).

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Para así decidir, ante todo, el juez de grado tuvo por probados los dichos difundidos en el programa
“Memoria” emitido por Canal 9 el día 24 de mayo del 2000. En este marco, consideró que no concurrían los
presupuestos para la aplicación de la doctrina “Campillay”. Indicó que el actor había sido identificado de forma
inequívoca y que el hecho de que la información hubiese sido atribuida a lo dicho por “alguien en un bar” era
irrelevante puesto que no constituía una fuente identificable. Luego, destacó que si bien en ciertas partes del
discurso se utilizaron verbos en tiempo potencial, hacia el final se realizaron declaraciones asertivas. Recordó
que, de conformidad con la doctrina de la Corte Suprema, el empleo del tiempo verbal potencial no es
suficiente, sino que el sentido completo del discurso debe ser conjetural y no asertivo ya que, de lo contrario,
bastaría con el empleo mecánico de aquél para librarse de responsabilidad.
Por otra parte, estimó que la doctrina de la “real malicia” tampoco era aplicable a las presentes actuaciones
en tanto el actor no es ni un funcionario ni una personalidad pública, de modo que, a los efectos de establecer la
responsabilidad de los medios no se requiere más que negligencia o simple culpa. Sentado ello, analizó el caso
con arreglo a lo dispuesto por los artículos 902, 906, 1109 y 1113 del Cód. Civil. Concluyó, por un lado, que el
señor Gelblung obró negligentemente, y que descuidó deberes elementales a fin de evitar que en el programa
que conducía y producía se deshonrara al actor mediante la difusión de rumores. Por el otro, que la empresa
Telearte SA debía responder ya que el señor Gelblung se encontraba bajo su dependencia.
La sentencia fue confirmada por la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil (fs. 962/967).
- II -
Contra dicho pronunciamiento, el señor Gelblung interpuso un recurso extraordinario (fs. 978/991), que fue
concedido únicamente en relación con la cuestión federal (fs. 1017 vta.), sin que interpusiera la correspondiente
queja.
El recurrente sostiene, en lo principal, que la sentencia del a quo constituye una restricción inaceptable a la
libertad de prensa, en virtud de que el señor Gelblung hizo uso de su derecho a transmitir información de interés
general.
En primer lugar, argumenta que la información transmitida emana de una fuente —específicamente, de
aquello oído en los bares y de los comentarios de la gente—. Indica que, de este modo, el público pudo formarse
un juicio certero acerca del grado de credibilidad que merecía la información por él difundida. En segundo
lugar, afirma que también se encuentra amparado por la doctrina de la “real malicia”, puesto que ésta aplica
cuando un particular se ve involucrado en un asunto de interés público. En ese marco, advierte que el actor tenía
la carga de probar que el periodista conocía la falsedad de la noticia y que obró con real malicia.
Por último, descalifica la decisión del a quo sobre la base de la doctrina de la arbitrariedad. Alega que las
pruebas de la causa no muestran que en algún programa del señor Gelblung haya aparecido la imagen del actor,
ni que se lo haya involucrado con el homicidio de N. F.
- III -
Ante todo, cabe destacar que, al pronunciarse sobre la admisibilidad del recurso, el a quo lo concedió
únicamente en relación con la interpretación de las normas federales, y no así en lo que respecta a la causal de
arbitrariedad. De ello se sigue que, en tanto el recurrente no interpuso un recurso de queja, la jurisdicción queda
expedita con el alcance otorgado por el tribunal inferior (Fallos: 329:2552).
Por lo demás, en el recurso extraordinario se cuestiona el alcance del derecho a la libertad de expresión y de
prensa (Arts. 14, 32 y 75, inc. 22, de la Constitución Nacional). Asimismo, la decisión del tribunal superior de la
causa es contraria al derecho que el recurrente funda en aquellas cláusulas constitucionales (art. 14, inc. 3, ley
48). Por lo tanto, entiendo que éste es admisible.
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Cabe recordar que, en la tarea de interpretar normas de la naturaleza mencionada, la Corte no se encuentra
limitada por las posiciones del tribunal apelado ni por los argumentos de las partes (Fallos: 326:2880).
- IV -
En las presentes actuaciones, el señor E. H. M. interpuso una demanda contra Telearte SA y el señor Samuel
Gelblung con el objeto de que le indemnicen los daños y perjuicios causados por declaraciones lesivas a su
honor (fs. 107/125). La acción está fundada en las expresiones difundidas el 24 de mayo del 2000 en el
programa “Memoria” —conducido por el señor Gelblung y emitido por Canal 9— que lo implicaron con el
homicidio de N. F. ocurrido el 20 de mayo del mismo año en la ciudad de Rufino, provincia de Santa Fe.
El juez de grado tuvo por probado que, en su programa, el señor Gelblung mantuvo una conversación con el
periodista Pablo Fernández —enviado por Canal 9 a la ciudad de Rufino para cubrir el homicidio de N. F.— y el
periodista local Juan Carlos Cuestas. Gelblung le preguntó a Fernández por las “relaciones obscuras en [la]
familia [F.]” y Fernández le contestó “hay que recorrer los bares, los lugares comunes donde la gente se reúne y
empezar a indagar; ¿quién fue? ¿quién fue? ¿quién fue? Y ayer a las dos de la mañana alguien dijo 'el amante de
la mujer'. Empezamos a investigar esa línea de información y daba cuenta de un señor de aproximadamente
treinta años, kinesiólogo, de aquí, de Rufino, que tendría según algunos conocidos de la señora del juez una
relación desde diciembre del año pasado, una relación que mantenían en secreto que por supuesto se sabía pero
que se decía en voz baja”. Luego Gelblung preguntó por las eventuales detenciones y Pablo Fernández afirmó
que “tal vez” se podría producir la detención de F. o del “kinesiólogo”.
El señor Gelblung, a continuación, presentó a Eliana Melgarejo y dijo que aquella había estado investigando
durante horas en la ciudad de Rufino. La señora Melgarejo comenzó a explicar su investigación junto a una
pizarra. Se refirió a las relaciones y discusiones del matrimonio F. y sostuvo que luego de sufrir un accidente M.
G. D. —la madre de N. F.— conoció a “este kinesiólogo de apellido M., quien desde hace unos meses sería su
amante”. Gelblung le preguntó “¿N., según vos dijiste, vio algo entre G. y el kinesiólogo?” M. contestó que
“aparentemente sí” y explicó que aquella noche el hermano de  se había ido a dormir a la casa de su abuela, que
el padre dijo que iba a llegar tarde y que N. había ido a una fiesta de cumpleaños, pero que volvió mucho antes
de lo esperado. Luego, afirmó “es ahí cuando encuentra a su madre, aparentemente con este kinesiólogo de
apellido M. y a partir de ahí se desencadena este hecho escalofriante”. El programa finaliza con una reflexión de
Gelblung según la cual se estaría en presencia de “una tragedia griega que tiene como escenario, en este caso, la
familia F.”.
Por último, cabe destacar que la falsedad de la información difundida en relación con la participación del
actor en el homicidio precedentemente mencionado está incontrovertida por las partes.
-V-
En el sub lite se plantea una controversia entre dos derechos de raigambre constitucional que deben ser
armonizados en tanto ninguno tiene carácter absoluto: el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor
(arts. 14, 32, y 75, inc. 22, Constitución Nacional; 11 y 13, Convención Americana sobre Derechos Humanos;
17 y 19, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; IV y V, Declaración Americana de los Derechos y
Deberes del Hombre; y 12 y 19, Declaración Universal de Derechos Humanos).
En este contexto, corresponde analizar si es acertada la sentencia apelada en cuanto concluyó que el
demandado se excedió en el ejercicio de su derecho a la libertad de expresión.
En este marco, los agravios del recurrente relativos a la aplicación de la doctrina “Campillay” (Fallos:
308:789) no pueden prosperar.
En relación con el requisito de la fuente, la Corte Suprema ha reiterado en varias ocasiones que “uno de los
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objetivos que subyace a la exigencia de citar la fuente, contenida en la jurisprudencia de la Corte, consiste en
que el informador, al precisar aquélla, deja  en claro el origen de las noticias y permite a los lectores atribuirlas
no al medio a través del cual las ha recibido, sino a la causa específica que las ha generado”, lo que posibilita
que los lectores puedan “formarse un juicio certero acerca del grado de credibilidad que merec[e]n las
imputaciones” (Fallos: 319:2965).
Sin perjuicio de que algunas afirmaciones divulgadas en el programa “Memoria” fueron atribuidas a una
fuente identificable —alguien que se encontraba en un bar a las dos de la mañana— (cf. doctrina de Fallos:
316:2417; 319:2965; 331:162), tal como lo tuvo probado el juez de grado a fojas 898/899, en el programa
producido y conducido por el señor Gelblung se difundieron otras subjetividades e inexactitudes referidas al
actor implicándolo falsamente en el homicidio de N. F.
En efecto, luego de la conversación entre el periodista Fernández y el señor Gelblung, Diana Melgarejo
involucró al señor M. en el hecho delictivo sin atribuir sus afirmaciones a fuente alguna. Asimismo, si bien la
señora Melgarejo utilizó la palabra “aparentemente”, el sentido global de su discurso fue suficiente para crear
una sospecha en el público en cuanto a la participación del señor M. en el mencionado homicidio. En este
sentido, cabe recordar que “[l]a pauta aludida no consiste solamente en la utilización de un determinado modo
verbal potencial sino en el examen del sentido completo del discurso, que debe ser conjetural y no asertivo
porque si así no fuera bastaría con el mecánico empleo del casi mágico ‘sería...’ para poder atribuir a alguien
cualquier cosa, aun la peor, sin tener que responder por ello” (Fallos: 326:4285, considerando 20; Fallos:
335:2283). En este caso, además, el carácter asertivo aparece indubitablemente en el modo en el que la señora
Melgarejo culminó su exposición, al afirmar “[...] y a partir de ahí se desencadena este; echo escalofriante” (fs.
899).
Para más, la Corte Suprema ha advertido en reiteradas ocasiones que, en atención a las dificultades que
tienen los medios que cubren la crónica diaria para verificar la exactitud de las noticias vinculadas con hechos
delictivos de indudable repercusión pública, y frente a la necesidad de preservar la integridad moral y el honor
de las personas, en tanto cuentan con protección constitucional, los órganos de prensa deben obrar con cautela
evitando el modo asertivo cuando no han podido corroborarla debidamente (Fallos: 326:4285, considerando 23).
En el sub lite, dicho deber era especialmente fuerte, puesto que se difundió información que involucraba a un
particular en un hecho delictivo especialmente grave, que había captado la atención de todos los medios de
comunicación.
Por otra parte, con relación al alcance de la doctrina de la “real malicia”, la Corte Suprema ha establecido un
tratamiento diferenciado según la calidad del sujeto pasivo de la información (S.C. B. 343, L. XLII, “Barrantes,
Juan Martín; Molinas de Barrantes, Teresa - TEA SRL c. Arte Radiotelevisivo Argentino SA”, sentencia del 1 de
agosto de 2013, considerando 3). Tal como ha explicado en reiteradas ocasiones, la protección atenuada respecto
de quienes ostentan calidad pública responde, por un lado, al hecho de que éstas tienen un mayor acceso a los
medios periodísticos para replicar las falsas imputaciones y, por el otro, a que se han expuesto voluntariamente a
un mayor riesgo de sufrir perjuicio por noticias difamatorias (“Gertz v. Robert Welch Inc.”, 418 US 323, 1974,
receptado en Fallos: 310:508, considerando 12).
La necesidad de garantizar un debate público robusto, ha permitido aludir a la posible extensión de la
doctrina de la “real malicia” respecto de supuestos en los que el objeto de la presunta difamación haya sido un
simple ciudadano, mas bajo estrictas condiciones que en ningún caso pueden desatender el origen de tal
extensión ni la calidad del asunto discutido (“Barrantes, Juan Martín”, cit., considerando 3).
En este marco, la Corte Suprema estableció que la mera alusión a una nota de interés público o general en
modo alguno basta para soslayar el principio que distingue entre los sujetos pasivos de la información
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presumiblemente difamatoria; y mucho menos para equiparar sin más los supuestos en los que el particular
resulta implicado con aquellos otros en los que libremente interviene (“Barrantes, Juan Martín”, cit.,
considerando 5).
Por el contrario, dicho tribunal advirtió que en los casos en las que se difunda información sobre un
particular involucrado en un hecho de interés público, quien lo hace debe mostrar que “la vulnerabilidad
característica de los simples ciudadanos —que como tales se encuentran excluidos de la 'protección débil’— no
se haya presente en la especie; o cuanto menos, debe advertir si [...] la dimensión de los asuntos discutidos (en
términos de debate público y en tanto razón de ser de la real malicia) permite] absorber de alguna manera la
condición de los sujetos involucrados” (“Barrantes, Juan Martín”, cit., considerando 5 in fine).
En el sub lite, el señor Gelblung no sólo omitió dar razones para sostener que la condición de particular del
actor podía ceder en este caso, sino que tampoco demostró cuán vital resultaba a los fines del debate público
privilegiar la difusión de cierta información por sobre el honor del particular en cuestión (“Barrantes, Juan
Martín”, cit., considerando 8). Es por ello que los agravios del recurrente relativos a la aplicación de la doctrina
de la “real malicia” deben ser desestimados.
Por consiguiente, corresponde confirmar la condena en tanto las afirmaciones difundidas a través del
programa televisivo que conducía y producía el demandado no se encuentran amparadas por la libertad de
expresión.
- VI -
Por todo lo expuesto, opino que corresponde rechazar el recurso extraordinario y confirmar la sentencia
apelada. Buenos Aires, 2 de octubre de 2014. — Irma A. García Netto.
Buenos Aires, octubre 3 de 2017.
Considerando:
1°) Que el señor E. H. M. promovió demanda en reclamo de los daños y perjuicios que le habrían provocado
diversas manifestaciones periodísticas vertidas en la emisión del 24 de mayo de 2000 del programa “Memoria”
que lo vinculaban con el homicidio de la joven N. F., ocurrido días antes en la ciudad de Rufino, provincia de
Santa Fe. El programa se emitió a través de la señal de televisión correspondiente a Canal 9 (“Azul Televisión”)
y, luego de una serie de vicisitudes procesales, la litis quedó trabada con Telearte SA como demandada (en su
carácter de licenciataria de la señal televisiva en cuestión) y con el señor Gelblung como tercero citado (en su
carácter de productor general del programa “Memoria”).
La cuestión debatida se originó, concretamente, en la difusión en el programa mencionado de una serie de
expresiones que, a juicio del actor, sembraban sospechas sobre su participación en el homicidio de la joven F.,
hecho trágico que tuviera significativa cobertura en los medios de comunicación. El actor argumentó que la
información allí propalada, que lo señalaba como amante de la madre de la menor muerta y como sospechoso
del crimen, comprometía la responsabilidad de la licenciataria del canal en el que se emitía el programa y de su
productor general.
El juez de primera instancia consideró que no concurrían las eximentes de responsabilidad establecidas por
la doctrina “Campillay” de esta Corte y que resultaba inaplicable la doctrina de la “real malicia”, en atención al
carácter de ciudadano particular del demandante. Entendió, asimismo, que en autos se había acreditado la culpa
de la parte demandada, suficiente en tales casos para responsabilizar al emisor de la información dañina. Por
ello, hizo lugar a la demanda y condenó a Telearte SA y a Samuel Gelblung al pago de la suma de pesos
cuarenta mil ($40.000) más intereses (fs. 892/904 vta.).
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L a Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil rechazó la apelación deducida por el señor
Gelblung y confirmó la sentencia (fs. 962/967). Contra esta decisión, el señor Gelblung interpuso recurso
extraordinario federal (fs. 978/991), que fue concedido en lo relativo al alcance de las doctrinas de esta Corte en
materia de protección constitucional de la libertad de expresión y de la intimidad de las personas y rechazado en
lo referente a las causales de arbitrariedad invocadas (fs. 1017/1017 vta.), sin que se dedujera recurso de hecho
contra esta denegatoria parcial.
2°) Que el recurso extraordinario ha sido bien concedido en lo referente a la interpretación de normas
federales, ya que en el pleito se ha puesto en cuestión la inteligencia de cláusulas de la Constitución Nacional
(Arts. 14 y 32) y de diversos tratados internacionales que gozan de jerarquía constitucional (Art. 13, Convención
Americana sobre Derechos Humanos; Art. 19, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; Art. 19,
Declaración Universal de los Derechos Humanos; Art. 75, inc. 22, Constitución Nacional) y la decisión ha sido
contraria a la validez del derecho que el apelante funda en dichas cláusulas (Art. 14, inc. 3°, ley 48).
3°) Que los jueces de grado consideraron probado que en el programa mencionado tuvo lugar una serie de
diálogos entre el señor Gelblung y periodistas del medio televisivo que causaron daño y que, a su juicio, no se
encontraban protegidos por las doctrinas de esta Corte diseñadas para dilucidar las potenciales colisiones entre
la libertad de expresión y el derecho al honor de las personas. Concretamente, la atribución de responsabilidad
se fundó en el diálogo que el señor Gelblung mantuvo con el periodista Pablo Fernández —enviado del canal
televisivo a la ciudad de Rufino— y en la posterior exposición que hiciera la señora Eliana Melgarejo en el
transcurso del programa.
Respecto de lo primero, se tuvo por probado que el señor Gelblung interrogó al señor Fernández sobre las
“relaciones obscuras en esa familia” [por la familia F.], conversación que fuera emitida al aire en directo. Ante
ese interrogante, el señor Fernández respondió que “[...] hay que recorrer los bares, los lugares comunes donde
la gente se reúne y empezar a indagar; ¿quién fue? ¿quién fue? ¿quién fue? y ayer, a las dos de la mañana,
alguien dijo: 'el amante de la mujer'. Empezamos a investigar esa línea de información y daba cuenta de un
señor de aproximadamente treinta años, kinesiólogo, de aquí de Rufino, que tendría según algunos conocidos de
la señora del juez una relación desde diciembre del año pasado, una relación que mantenían en secreto, que por
supuesto se sabía pero que se decía en voz baja [...]”. Ante una nueva interrogación del señor Gelblung, relativa
esta vez a posibles detenciones en el marco de la investigación que se desarrollaba, el señor Fernández afirmó
que “tal vez” podrían producirse las detenciones de C. F. —padre de la menor— y del “kinesiólogo”.
En lo que atañe a la intervención de la señora Eliana Melgarejo, los jueces consideraron probado que
Gelblung la presentó —en el mismo programa y con posterioridad a su diálogo con el señor Fernández— bajo el
título “Productora de Memoria - Asesinato de la hija del juez. Su madre es la principal sospechosa”, afirmando
que Melgarejo había estado investigando durante horas en la ciudad de Rufino. Seguidamente, la señora
Melgarejo explicó que luego de sufrir un accidente, M. G. D. —madre de la menor muerta— conoció “a este
kinesiólogo de apellido M., quien desde hace unos meses sería su amante”. Gelblung le preguntó: “¿N., según
vos dijiste, vio algo entre Graciela y el kinesiólogo?”, a lo cual Melgarejo contestó: “aparentemente sí, porque
esa noche la situación de la casa era esta [...]”, explicando a continuación que ese día el hermano de N. F. se
había ido a dormir a la casa de su abuela, que el padre dijo que iba a llegar tarde y que N. había ido a una fiesta
de cumpleaños, pero que volvió mucho antes de lo esperado a su casa. Luego de ello, la señora M. afirmó que
“es ahí cuando encuentra a su madre, aparentemente con este kinesiólogo de apellido M. y a partir de ahí se
desencadena este hecho escalofriante”. El señor Gelblung cerró el programa señalando que se estaba en
presencia de “una tragedia griega que tiene escenario, en este caso, la familia F.”.
4°) Que corresponde analizar ahora si las expresiones que los jueces de la causa tuvieron por acreditadas —
sobre la base de las cuales responsabilizaron al señor Gelblung por los daños sufridos por el actor y cuya
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falsedad no se encuentra controvertida—, gozan de tutela constitucional en el sentido de no generar


responsabilidad civil para quienes las emiten o difunden.
Debe recordarse que la libertad de expresión tiene un lugar preeminente en el marco de nuestras libertades
constitucionales (Fallos: 321:412; entre otros). Ello es así, en razón de su centralidad para el mantenimiento de
una república democrática (Fallos: 320:1272; entre muchos otros) y, por ello, para el ejercicio del autogobierno
colectivo del modo diseñado por nuestra Constitución (Fallos: 336:879).
En las sociedades contemporáneas el carácter masivo de los medios de comunicación potencia, sin dudas, la
trascendencia de la libertad de expresión y el rol que cumple para el ejercicio del autogobierno colectivo pero
también implica mucha mayor aptitud para causar daños, especialmente al honor y a la intimidad de terceros. En
un estado democrático y constitucional comprometido con respetar el bienestar individual de sus ciudadanos, la
importancia de la libertad de expresión hace necesario que se reconozca el máximo de libertad expresiva a
todos, siempre que ello —dada su aptitud dañosa— sea compatible con la protección a los derechos que pueden
ser afectados por su ejercicio.
Esta Corte ha desarrollado doctrinas fuertemente tutelares del ejercicio de la libertad de expresión,
particularmente en materias de interés público. Tanto la doctrina “Campillay” (adoptada en Fallos: 308:789 y
desarrollada en numerosos precedentes posteriores) como la doctrina de la “real malicia” (adoptada por esta
Corte a partir de Fallos: 310:508 y reafirmada en diversos precedentes) constituyen estándares que brindan una
protección intensa a la libertad de expresión y que resguardan un espacio amplio para el desarrollo de un debate
público robusto.
Ahora bien, la reiterada afirmación de esta Corte de que la libertad de expresión ha recibido de la
Constitución Nacional una protección especial (Fallos: 248:291; 311:2553; 320: 1272; 321:2250; 326:4136;
331:162; entre otros), no supone que se la haya configurado como un derecho absoluto o que no existan
determinadas circunstancias bajo las cuales quienes difunden información deban responder civilmente por los
daños causados. Es que, como ha dicho esta Corte, “si no es dudoso que debe evitarse la obstrucción o
entorpecimiento de la prensa libre y de sus funciones esenciales (Fallos: 257:308), no puede considerarse tal la
exigencia de que su desenvolvimiento resulte veraz, prudente y compatible con el resguardo de la dignidad
individual de los ciudadanos, impidiendo la propalación de imputaciones falsas que puedan dañarla
injustificadamente; proceder que sólo traduce un distorsionado enfoque del ejercicio de la importante función
que compete a los medios de comunicación social [...] en la sociedad contemporánea” (Fallos: 310:508,
considerando 9°).
5°) Que la doctrina “Campillay” establece que quien difunde una información no es responsable por los
daños que ello pudiera causar, pero solo si concurren determinadas condiciones (Fallos: 308:789). A los efectos
de fomentar la difusión de información necesaria para la configuración de una sociedad democrática, la doctrina
“Campillay” protege a quien atribuye —de modo sincero y sustancialmente fiel— la información a una fuente
identificable (Fallos: 316:2416; 317:1448; 324:2419; 326:4285; entre otros), utiliza un discurso meramente
conjetural que evita formas asertivas (Fallos: 324:2419; 326:145; entre otros) o deja en reserva la identidad de
las personas a quienes involucra la información difundida, evitando suministrar datos que permitan conducir a
su fácil identificación (Fallos: 335:2283). Estas condiciones, según ha entendido este Tribunal, son consecuencia
de “un enfoque adecuado a la seriedad que debe privar en la misión de difundir noticias que puedan rozar la
reputación de las personas —aún admitida la imposibilidad práctica de verificar [la] exactitud—” de la
información difundida (Fallos: 308:789; 326:4285; 327:3560; entre otros). Se trata de una de las maneras en que
ha podido ser articulado un razonable equilibrio entre la fuerte tutela constitucional que recibe la libertad de
expresión y la protección de otros derechos individuales que reconocen también fuente constitucional.

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6°) Que en estos autos la parte recurrente no ha logrado acreditar la existencia de ninguna de las
circunstancias eximentes de responsabilidad que fija la doctrina “Campillay”. Por un lado, las afirmaciones de la
señora Melgarejo no fueron atribuidas a fuente alguna y, por el otro, las vertidas por el señor Fernández no
satisfacen los requisitos exigidos por esta Corte para que opere la eximente en análisis.
En efecto, las afirmaciones según las cuales el señor E. M. —actor en autos— era el autor de la muerte de N.
F. y, a la vez, el amante de la madre de la joven, fueron difundidas por el señor Fernández como originadas en
“alguien” que, en lugar indeterminado y a las dos de la mañana del día anterior, habría respondido a la pregunta
“¿quién fue?”. La atribución realizada por el señor Fernández constituye una mera referencia genérica e
indeterminada y, por ende, no opera como fuente en el sentido de la doctrina “Campillay” (doctrina de Fallos:
316:2416; 326:4285; entre otros).
Para que un medio periodístico se exima de responsabilidad es preciso que atribuya la noticia a una fuente,
de modo que la noticia deje de aparecer como originada por el medio periodístico en cuestión pues, como tiene
dicho esta Corte, solo “cuando se adopta tal modalidad se transparenta el origen de las informaciones y se
permite a los lectores relacionarlas, no con el medio a través del cual las han recibido, sino con la específica
causa que las ha generado” (Fallos: 316:2416; 326:4285; 327:3560; 338:1032; entre otros), lo que a su vez
permite formarse un juicio certero sobre la credibilidad de la noticia (arg. Fallos: 319:2965 y 331:162).
En el caso, no solo se trató de una atribución genérica e indeterminada —se atribuyó la información a
“alguien”— sino que, según surge del contexto, la información que “alguien” habría proporcionado a las dos de
la mañana fue hecha propia por el periodista (Fallos: 308:789, considerando 8°). Así, Fernández afirmó que
“hay que recorrer los bares, los lugares comunes donde la gente se reúne y empezar a indagar; ¿quién fue?
¿quién fue? ¿quién fue?” y ayer, a las dos de la mañana, alguien dijo: ‘el amante de la mujer’. Empezamos a
investigar esa línea de información y daba cuenta de un señor de aproximadamente treinta años, kinesiólogo, de
aquí de Rufino, que tendría según algunos conocidos de la señora del juez una relación desde diciembre del año
pasado, una relación que mantenían en secreto, que por supuesto se sabía pero que se decía en voz baja [...]”. El
modo en que Fernández se expresó presupone que lo atribuido a “alguien” era considerado por el periodista
como apto para arrojar luz sobre la verdad de lo ocurrido. El contexto, entonces, muestra que Fernández no se
limitó a difundir las afirmaciones formuladas por otros (que el actor era el amante de la señora D. y homicida de
la menor F.). Por el contrario, en el marco de lo que caracterizó como una “investigación” por él llevada a cabo
—y no meramente un reporte—, construyó una versión de los hechos que hizo propia.
En suma, la demandada no puede eximirse de responsabilidad a la luz de la doctrina “Campillay” pues esta
no protege al medio cuando deja de ser un simple difusor de una información originada en alguna fuente distinta
y se transforma en el autor de una información dañosa o agraviante.
7°) Que tampoco se verifican las restantes eximentes de responsabilidad que contempla la doctrina citada.
En efecto, durante la emisión del programa no se reservó la identidad del actor y, por el contrario, se lo
identificó acabadamente.
Así, después de que el señor Fernández hubiese dicho que el autor del homicidio había sido un kinesiólogo
de treinta años, residente de la ciudad de Rufino y amante de la madre de la joven F., la señora Melgarejo
identificó al actor por su apellido y profesión, lo ubicó en la escena del crimen y suministró los pormenores de
cómo se habrían desarrollado los acontecimientos que “aparentemente” llevaron a tan trágico desenlace.
8°) Que no obsta a la atribución de responsabilidad que en ciertos pasajes de su intervención la señora
Melgarejo utilizara verbos en modo o tiempo potencial (así, al afirmar que el actor “sería” amante de la señora
D.) o términos que relativizarían lo afirmado (“aparentemente”). En efecto, esta Corte ha señalado en reiteradas
ocasiones que la verdadera finalidad de esta eximente es otorgar protección “a quien se ha referido sólo a lo que
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puede (o no) ser, descartando toda aseveración, o sea la acción de afirmar o dar por cierta alguna cosa. No
consiste solamente en la utilización de un determinado modo verbal —el potencial— sino en el sentido
completo del discurso, que debe ser conjetural y no asertivo. Si así no fuera, bastaría con el mecánico empleo
del casi mágico 'sería' para poder atribuir a alguien cualquier cosa, aún la peor, sin tener que responder por ello”
(Fallos: 326:145, 4285).
En el caso, las afirmaciones distan mucho de restringirse al campo de lo exclusivamente conjetural y
avanzan, por el contrario, en el terreno de lo asertivo. Así, se dio por cierto que N. F. habría regresado a su casa
antes de lo previsto, que habría encontrado a su madre “aparentemente” junto a “este kinesiólogo de apellido
M.” y que “a partir de ahí se desencadena este hecho escalofriante”. El sentido global del discurso excedió lo
conjetural y tuvo la potencialidad de crear sospechas en el público respecto de la participación del señor M. en
el hecho delictivo de marras, lo que coloca al caso fuera de la tutela de la doctrina analizada.
9°) Que descartada la existencia de eximentes bajo “Campillay”, corresponde examinar si estamos frente a
un supuesto en que los jueces de la causa hayan omitido aplicar la doctrina de la real malicia. Nada de eso
ocurre en autos, ya que las particulares circunstancias de la causa no justifican la protección agravada que brinda
dicha doctrina, conforme con los principios desarrollados por esta Corte en diversos pronunciamientos y más
allá de las opiniones que sus jueces, individualmente, puedan sostener sobre el punto (véanse, por ejemplo y
entre otros, Fallos: 331:1530, 334:1722; 336:879 y CSJ 444/2013 (49-B)/CS1, “Boston Medical Group SA c.
Arte Radiotelevisivo Argentino SA y otros s/ daños y perjuicios”, sentencia del 29 de agosto de 2017). En suma,
basta la simple culpa para determinar la atribución de responsabilidad civil de los demandados.
Finalmente, dadas las limitaciones con que ha quedado habilitada su competencia, no corresponde a esta
Corte revisar las conclusiones a las que arribaran los jueces de grado respecto del incumplimiento de deberes
elementales de cuidado por parte de los integrantes del equipo periodístico dirigido por el señor Gelblung.
Por ello, y concordemente con lo dictaminado por la señora Procuradora Fiscal, se declara admisible el
recurso extraordinario y se confirma la sentencia apelada. Con costas (Art. 68, Cód. Proc. Civ. y Com. de la
Nación). Notifíquese y, oportunamente, devuélvanse las actuaciones al tribunal de origen. — Ricardo L.
Lorenzetti. — Elena I. Highton de Nolasco. — Juan C. Maqueda. — Carlos F. Rosenkrantz. — Horacio Rosatti.

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