como la misma Minerva, terrible por su lanza y escudo, y mirando siempre de través?
¿Y Cupido? ¿Por qué siempre es un niño sino
por su simpleza, que le lleva a no pensar ni ha- cer nada con cordura? ¿Por qué la blonda Venus renueva constantemente su belleza? Sin duda, porque tiene conmigo cierta afinidad, de donde proviene que sacase el color de mi padre, y por esta razón fué llamada por Homero áurea Ve- nus; además, siempre se nos muestra risueña, si hemos de creer a los poetas y a sus émulos, los escultores. ¿Tuvieron, por ventura, los romanos otro culto más fervoroso que el de Flora, madre de todas las voluptuosidades?
Con todo, si se lee atentamente en Homero y
en otros vates la vida de los dioses más austeros, se verá que descubren la necedad en todas las acciones. ¿Para qué recordar los amores y deva- neos de Júpiter Tonante, o los de aquella severa Diana que, olvidada del recato de su sexo, no iba tanto a la caza de animales como a la de Endimión, por cuyo amor se morı́a?