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ELOGIO DE LA NECEDAD.—CAP.

XV 79

de carbón y siempre trabajando en su fragua, o


como la misma Minerva, terrible por su lanza y
escudo, y mirando siempre de través?

¿Y Cupido? ¿Por qué siempre es un niño sino


por su simpleza, que le lleva a no pensar ni ha-
cer nada con cordura? ¿Por qué la blonda Venus
renueva constantemente su belleza? Sin duda,
porque tiene conmigo cierta afinidad, de donde
proviene que sacase el color de mi padre, y por
esta razón fué llamada por Homero áurea Ve-
nus; además, siempre se nos muestra risueña, si
hemos de creer a los poetas y a sus émulos, los
escultores. ¿Tuvieron, por ventura, los romanos
otro culto más fervoroso que el de Flora, madre
de todas las voluptuosidades?

Con todo, si se lee atentamente en Homero y


en otros vates la vida de los dioses más austeros,
se verá que descubren la necedad en todas las
acciones. ¿Para qué recordar los amores y deva-
neos de Júpiter Tonante, o los de aquella severa
Diana que, olvidada del recato de su sexo, no
iba tanto a la caza de animales como a la de
Endimión, por cuyo amor se morı́a?

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