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LA NATURALEZA EN EL BICENTENARIO DE LAS NACIONES


AMERICANAS
Por Antonio Elio Brailovsky 1

La naturaleza es el gran protagonista de la historia de América. El escenario del


drama es mucho más que un sitio neutro, apenas esbozado, donde se muevan las
grandes figuras humanas. Los fenómenos sociales no se pueden comprender si no
tenemos en cuenta las interrelaciones de las sociedades humanas con el medio
natural del que se sustentan y en el que se apoyan. En América, el soporte natural
es un elemento constituyente de identidad y nuestras vidas nacionales no pueden
comprenderse sin tenerlo en cuenta. Lo es desde las características geográficas
hasta el uso social de los recursos naturales 2 .
Argentina y Uruguay son lo que son porque se desarrollaron apoyándose en la
actividad agropecuaria de sus grandes llanuras. Chile es lo que es porque se
desarrolló apoyándose en la minería de la Cordillera de los Andes. Brasil define su
historia por el avance de su economía sobre la selva tropical, primero la Mata
Atlántica y después la Amazonia.
El que hoy haya un Presidente indígena en Bolivia tiene mucho que ver con que
este país perdió la salida al mar en el siglo XIX. Sin puertos, se desarrolló mirando
hacia su cultura originaria, mientras otras naciones interactuaban con la cultura
europea, a través de puertos como los de Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro
o La Habana.
Asentadas en dos valles muy semejantes, las profundas diferencias entre una
Bogotá fuertemente peatonalizada y una Caracas cargada de autopistas tienen que
ver con la forma en que el petróleo permeó el conjunto de la cultura venezolana,
Las autopistas se diseñaron en función de la omnipresencia de ese recurso.
El determinismo geográfico había sido desarrollado por Montesquieu y adoptado
entre nosotros por Sarmiento y continuado por autores como Rómulo Gallegos.
Pero en la segunda mitad del siglo XX, la mayor parte de los científicos sociales
adoptaron el punto de vista opuesto: en vez de utilizar la naturaleza como el
principal factor explicativo, simplemente omitieron los factores naturales de los
análisis sociales.
Esto fue coherente con el abandono del tema ambiental por las políticas
industrialistas de ese período, que actuaron según un modelo de capitalismo
salvaje parecido al de la Revolución Industrial inglesa del siglo XVIII. La
evolución reciente de las ciencias sociales está incorporando la temática ambiental
en el análisis de los conflictos sociales.
Sin embargo, en unos pocos países latinoamericanos (Argentina entre ellos)
todavía se considera que los temas ambientales deben quedar circunscriptos a las
ciencias naturales y se los aleja de las ciencias sociales en los programas
educativos. Es sugestivo que aún no hayamos incorporado los descubrimientos
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realizados por Humboldt hace dos siglos, quien comenzó a analizar en forma
integrada la naturaleza y la sociedad de América Latina.
En esta nota nos vamos a ocupar de algunos de los principales aspectos de la
relación que han tenido con su medio natural los distintos pueblos americanos,
antes y después de su emancipación. Como todo desarrollo general, es
fragmentario y sólo procura llamar la atención sobre los procesos más destacados.
Más allá de lo anecdótico, es bueno destacar que la relación hombre-naturaleza no
existe, sino que la relación de todos los humanos con el medio natural está
mediatizada por la sociedad a la que pertenecen. Distintas sociedades construyen
distintas formas de relación con la naturaleza. Lo hacen a través de las respectivas
tecnologías, que, antes que una suma de artefactos, son la expresión material de
una forma de pensar.
El Bicentenario es una buena oportunidad para hacer un balance de varios siglos
de aciertos y errores en nuestra relación con la única Tierra que tenemos.
CONSTRUCTORES DE SUELOS EN UNA LAGUNA
Una característica común a diversos pueblos originarios de América fue su
actividad de construir el suelo agrícola que los sustentaba. Cuando los españoles
llegaron a México se asombraron y maravillaron, por supuesto, con las grandes
pirámides y la arquitectura de los templos. Miraron con horror los sacrificios
humanos y las imágenes de esos dioses feroces, que necesitaban ser regados con
sangre de hombres para que el sol pudiera salir al día siguiente.
Hay, sin embargo, un deslumbramiento menos conocido, y es el de los espacios
verdes. Para ellos, que venían del hacinamiento de las ciudades europeas, fue un
impacto especial ver las enormes plazas de Tenochtitlán, ubicada en lo que hoy es
Ciudad de México, y, muy especialmente, las huertas y jardines. Lo dice Hernán
Cortés, que quedó tan admirado por las plantas como por el oro. "Tiene muchos
cuartos altos y bajos -dice Cortés de una casa azteca en 1520-, jardines muy frescos
de muchos árboles y flores olorosas; asimismo albercas de agua dulce muy bien
labradas, con sus escaleras hasta lo hondo. Tiene una muy grande huerta junto a la
casa, y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas, y dentro de la
huerta una muy grande alberca de agua dulce, muy cuadrada. Detrás de ellas todo
de arboledas y hierbas olorosas, y dentro de la alberca hay mucho pescado y
muchas aves de agua, tantas que muchas veces casi cubren el agua".
Pero lo más sugestivo es que se trata de una ciudad construida sobre un ecosistema
artificial. Como los venecianos, los aztecas eligieron construir sobre el agua porque
eran débiles y ésa era una defensa ante enemigos poderosos. La ciudad estaba en el
medio de la laguna, llena de islas construidas especialmente. Las llamaron
chinampas, y son bases de troncos flotantes cubiertos con tierra para sembrar allí
hortalizas. De un espesor que varía entre 20 centímetros y un metro, este colchón
puede soportar el peso de animales grandes o de personas. Se parecen a los
camalotes, que a veces eran tan grandes que transportaban jaguares. Después
plantaron sauces sobre las islas flotantes para que sus raíces llegaran al fondo de la
laguna y las fijaran en su lugar.
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La existencia de grandes poblaciones en el Valle de México en la época de la


conquista sólo se puede explicar por la gran productividad de las chinampas. Una
chinampa no necesita descanso y está siempre en producción. Su fertilidad se
mantiene mediante un alto uso de abonos que hace posible que esté dando cultivo
tras cultivo. Es claro que esto sólo puede hacerse en un lugar en el que la
temperatura se mantenga siempre constante; es decir, en el trópico. Estas islas
artificiales son alargadas y dejan canales para navegar entre ellas. Las góndolas de
este lugar se llaman trajineras, unas barcas de fondo chato, impulsadas con palos
que se apoyan en el lecho de la laguna. Aún hoy son una de las áreas de producción
de hortalizas y flores para Ciudad de México, y una importante atracción turística.
Xochimilco ("País de las Flores"), un lugar en que las orquestas de mariachis
cantan sin llorar, porque el canto alegra los corazones, es el último resto de las
chinampas aztecas.
CONSTRUCTORES DE SUELOS EN LAS MONTAÑAS
La existencia de un imperio en zonas de altas montañas es una peculiaridad de
Sudamérica, que debería llamarnos la atención. A lo largo de la historia humana,
los imperios se expanden siguiendo las vías de comunicación más fáciles: las costas,
los valles de los ríos, las grandes llanuras. Esto resalta el carácter excepcional del
imperio incaico, un imperio de las altas montañas, con un fuerte desarrollo
tecnológico, artístico y organizacional, en un continente donde las grandes llanuras
permanecieron desiertas y las márgenes de los ríos navegables tuvieron muy escasa
población durante siglos.
A 200 kilómetros de Arequipa, la segunda ciudad del Perú, el río Colca fue
cavando en las montañas una formación geológica parecida al Gran Cañón del
Colorado. Allí el pueblo collagua perfeccionó y sofisticó al extremo el sistema de
riego que después sería la base del imperio incaico. "Ni en el Cusco ni en ninguna
otra zona de los Andes -dice el escritor Mario Vargas Llosa- he visto unas
andenerías que suban y bajen de los cerros con semejante desprecio de la ley de
gravedad 3 . Se trata de tierras que no piden agricultores “sino héroes”, señala José
María Arguedas 4 .
Estos andenes o terrazas de cultivo son una forma de disminuir las pendientes. Si
se cultiva un suelo que no es perfectamente horizontal, la erosión lo destruirá muy
rápidamente. En consecuencia, para que el cultivo sea sustentable (es decir, para
que se mantenga en el tiempo), se necesita una construcción especial que modifique
las pendientes.
Las terrazas fueron protegidas con paredes de piedra, fertilizadas artificialmente y
regadas con arroyos de deshielo. Un sector especial del Colca, de andenes en
diferentes niveles, permitía la investigación aplicada, detectándose los límites
agroecológicos de cada variedad de cultivo. Estos límites eran especialmente
importantes para todas las culturas andinas. Cuando, más tarde, los incas funden
el Cusco, lo harán a 3.400 metros de altura, apenas por debajo del límite superior
para la producción del maíz. Esto significa estar lo más alto posible (es decir, cerca
del sol, su dios principal), pero sin alejarse de la tierra que nutre los hombres.
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Para prevenir las eventualidades climáticas -especialmente las heladas tardías- los
collaguas del Colca no sembraban toda una terraza al mismo tiempo, sino que se
iban sembrando unas pocas hileras cada dos semanas para que las tormentas
encontraran siempre las plantas en diferentes estadios de desarrollo y las pérdidas
fueran mínimas.
Uno de los roles de los antiguos caciques fue distribuir la tierra entre los diferentes
grupos familiares. Para ello, en un impresionante mirador sobre el abismo hay
esculpida en la roca una maqueta del valle del Colca, en la misma perspectiva que
se ve desde ese sitio. Allí, en forma pública, se efectuaba la ceremonia de
asignación de las parcelas a los collaguas y se dirimían los litigios sobre cuestiones
agrarias.
Seis mil hectáreas bajo riego -todas en las laderas de las montañas- hicieron del
Colca el principal centro de provisión de alimentos de los Andes prehispánicos. A
punto tal que la palabra colca significa precisamente granero. Un activo comercio
posibilitó la distribución del maíz y de otros alimentos en amplias zonas de lo que
hoy es Perú y Bolivia. Hoy, después de 1.500 años de uso continuado sin erosionar
el suelo, la andenería construida por los collaguas del Colca sigue en plena
producción y es la base económica de esa población. "Cuando uno contempla estos
andenes collaguas casi llega a creer lo que aseguran los historiadores: que el
antiguo Perú dio de comer a todos sus habitantes, hazaña que no ha sido capaz de
repetir ningún régimen posterior", concluye Vargas Llosa. Paradójicamente, los
incas se consideraban a sí mismos como hijos de la tierra -la Pachamama-, pero su
práctica agraria de creadores de suelos los muestra mucho más como los padres de
la tierra que como sus hijos.
UNA TIERRA EN LA QUE EL INVIERNO NO EXISTE
El descubrimiento del trópico significó una profunda conmoción sobre los
conquistadores españoles primero y sobre la visión europea del mundo, después.
Recordemos que el Renacimiento coincide con lo que llamamos “Período Glacial
Breve”. Después de una Edad Media relativamente templada, se inicia una etapa
que incluye momentos de frío extremo. El mundo se fue enfriando a partir del
Renacimiento: tenemos pinturas de la época de Vivaldi que muestran la laguna de
Venecia congelada y la gente jugando en trineos como si estuvieran en Moscú. Los
glaciares de los Alpes avanzan y numerosos poblados quedan bajo los hielos.
El Atlántico Norte se llena de témpanos y se congelan tantas zonas que se hace
extremadamente difícil navegarlo. Los vikingos, que habían establecido colonias en
el norte de Estados Unidos y Canadá, se ven obligados a abandonarlas y retornar a
casa. Esto obligó a que el viaje de Colón a América fuera por el largo camino del
Ecuador, al estar bloqueado el mucho más corto camino del Atlántico Norte.
Por eso, la sorpresa de los conquistadores de encontrar que Dios había creado un
lugar del mundo en el cual el invierno no existía. Esto explica por qué Colón
anunció haber encontrado el Paraíso Terrenal en América.
Durante toda la época colonial, la naturaleza americana seguirá llamando la
atención por lo extraña y diversa. Los animales parecían una caricatura
degradada de los que ya conocían, a punto tal que las descripciones siempre tienen
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que ver con comparaciones entre las partes de los cuerpos de animales europeos o
conocidos en Europa.
Los primeros cronistas nos hablan del miedo de los conquistadores a la naturaleza
americana. Para los que salían de su pueblo y se iban a correr el mundo, los ríos
aparecían como demasiado caudalosos, las llanuras demasiado extensas, los
animales extraños, y todo en América tenía las proporciones de la desmesura. En
América los ecosistemas son tan misteriosos que parecían no regir las leyes de la
naturaleza. Cristóbal Colón ve sirenas en la desembocadura del Orinoco y también
se encuentra con un río cuyas aguas eran tan calientes que no se podía meter la
mano en ellas. Antonio Pigafetta, el cronista de Hernando de Magallanes cree ver
plantas que caminan. Los habitantes de la Patagonia le parecen gigantes: "Ese
hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. Las
mujeres no son tan grandes como los hombres pero, en compensación, son más
gordas. Sus tetas, colgantes, tienen más de un pie de longitud. Nos parecieron
bastante feas. Sin embargo, sus maridos mostraban estar muy celosos". De aquí
nació una leyenda de gigantes que, durante un siglo, pobló de estos seres los mapas
del sur del continente. Por la misma época, un libro publicado en Italia muestra
unos hombres con cabeza de perro, que aullaban a la luna, y que eran muy
comunes en el actual territorio brasileño.
Pero el horror a la naturaleza alcanza su máximo en el libro que dio nombre a
nuestro país, en "La Argentina", el poema de Martín del Barco Centenera. Este
autor llena la tierra de una zoología fantástica, dictada por el miedo. Describe
perros que morían bailando, arrojándose voluntariamente al fango ardiente de
una laguna. Ve sirenas que lloran y huye de los diablos. Encuentra la tierra y los
ríos llenos de amenazas: un hombre "en la boca de un pez perdido había, lo que el
pez le cortó con gran porfía".
En esta tierra hostil, los hombres de la expedición de Mendoza se comieron los
caballos y las ratas, las piernas de un ahorcado, y uno de ellos, el brazo de su
propio hermano. Los de la expedición de Caboto iban de isla en isla del Paraná
buscando serpientes y el cazaba alguna "pensaba que tenía mejor manjar de
comer que el Rey". También comían osos hormigueros y se quejaban
amargamente por ello. Del olor de los zorrinos decían que "da mucha pena y
parece que se entra a la persona en las entrañas". El puma era un león
degenerado, el tapir un elefante que había perdido la trompa, la llama un camello
sin jorobas y así sucesivamente. De este modo se fue creando la idea de que en
América la naturaleza sufría una degradación con respecto a otras partes del
mundo, tal vez por causa del calor excesivo. Y, por supuesto, estos sentimientos se
extendieron a los pobladores originarios del continente.
Esta acumulación de monstruosidades no es neutral desde lo político. El miedo a la
naturaleza aparece asociado al miedo a los hombres que vivían en ese ambiente. Al
principio dijeron: estos hombres tan extraños que aquí vemos, ¿son realmente
hombres? Es decir, ¿tienen alma como la tienen los europeos? Lo que, por
supuesto, no es una disquisición puramente teológica: si tienen alma, hay que
procurar salvarla y evangelizarlos. Si no la tienen, hay que encadenarlos y
forzarlos a trabajar como se hace con cualquier animal.
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LA NATURALEZA ARTIFICIALIZADA DE LAS CIUDADES EN DAMERO


En la Europa de la Conquista vemos ciudades amuralladas, laberintos de
callejuelas a la sombra de las almenas: torres cuadradas de los castillos moros,
torres redondas de las fortalezas cristianas. Son ciudades de hecho, edificadas y
pobladas a medida que las necesidades económicas y militares lo iban requiriendo.
En Toledo, en Córdoba, en Granada, hay calles tan estrechas que podría saltarse
del balcón de una casa a la de enfrente. En Sevilla se apoyan casas sobre la vieja
muralla romana, para no tener el trabajo de levantar la pared del fondo.
Nada de eso ocurre en América. Aquí las ciudades nacen todas calcadas unas de
otras, con su Plaza Mayor al centro, con los mismos edificios situados de la misma
manera y con las calles cortándose en exacto ángulo recto, como en un tablero de
ajedrez. Aquí se construye pensando en poder atravesar una ciudad de una punta
a la otra, en sentido longitudinal y transversal, sin abandonar nunca la línea recta.
En Europa las calles siempre son curvas. Hay razones políticas, sociales y
ambientales para hacer ciudades de una forma o de la otra.
La ciudad europea está hecha por los vasallos. Nobles, burgueses y artesanos la
fueron construyendo poco a poco, poniendo cada uno su casa donde quería.
Después vino otro y puso la casa junto al primero y así se fueron haciendo las
calles, como una obra colectiva.
En América, la cosa es distinta. Porque estas Indias no son de España sino del Rey.
Para que eso quede muy en claro, Carlos V quiere dejar su impronta sobre el
terreno. Manda Carlos, pues, que todas las ciudades se hagan a su medida, de
manera que cualquier persona que camine por una de ellas perciba las marcas de
su poder. Que el trazado de la ciudad sea en damero: "Cuando hagan la planta del
lugar -dice Carlos V-, repártanlo por las plazas, calles, a cordel y regla, comenzando
desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles a las puertas y caminos
principales". Esa era la forma que mandaba el rey, y ésa fue la forma que Juan de
Garay le dio a Buenos Aires, esa lejanísima mañana de 1580, y que hoy se
conserva, idéntica, en el microcentro, lo mismo que en el centro histórico de
Montevideo o de Santiago de Chile.
Pero las ciudades espontáneas europeas están hechas siguiendo la topografía. En
Italia es frecuente que las ciudades se construyan en el alto, como ocurre en Asís y
en las zonas montañosas de Sicilia, para poder reservar los espacios horizontales
para la agricultura. Sigüenza en Castilla-La Mancha y la mayor parte de los
pueblos blancos de Andalucía siguen el mismo modelo. En cambio, las ciudades
europeas de mercaderes necesitan estar cerca del agua, el principal medio de
transporte de la época. Por eso, Sevilla, Florencia, Colonia y París, entre tantas
otras, sufren periódicas inundaciones. Lisboa tiene una ciudad alta y una baja.
Cuando Portugal se vuelca a la navegación, el Palacio Real se traslada del alto al
bajo, junto al río Tajo (1511).
En cambio, en la América española, la política domina sobre la topografía. La
cuadrícula es tan rígida que se la superpone al medio natural en vez de adaptarse a
él. Así, se inundan los vecinos de los arroyos Terceros de Buenos Aires. Se inundan
también aquellos a los que la geometría política ha asentado en los valles de
7

inundación del Mapocho en Santiago de Chile o del Guayre en Santiago de León


de Caracas.
Lo que nos muestra la enorme inercia de las funciones urbanas. Las zonas que se
inundaban hace varios siglos son casi las mismas que hoy se inundan. El damero
rígido impuesto por la política colonial española asentará poblaciones en áreas de
riesgo de inundación. Los siglos posteriores los dejarán allí y, en la mayor parte de
los casos, agregarán más y más población a esas zonas.
LO ÚNICO QUE IMPORTA ES EL ORO Y LA PLATA
La doctrina mercantilista identificaba los metales preciosos con la riqueza misma.
En las colonias, el bloqueo al desarrollo va en paralelo con la actividad extractiva.
De las colonias se saca, nunca se invierte en ellas.
La historia económica de Buenos Aires comienza mucho antes de su fundación por
Garay. En realidad, empieza en una fría noche de 1545 cuando el indio Huallpa se
perdió en los cerros altoperuanos buscando una llama. Encendió una fogata para
calentarse y las piedras le devolvieron el reflejo. El cerro era de plata. ¡Pótojsi! dijo
(ha brotado). Y durante doscientos años la gente continuó creyendo que la plata
del Potosí crecía como las plantas, renovándose continuamente, al tiempo que la
sacaban y embarcaban para Europa. Comenzaba la era de la plata. “Por la dicha
mina es Castilla, Roma es Roma, el Papa es el Papa y el Rey es monarca del
mundo", decía acerca de Potosí el cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala 5
La posesión de territorios coloniales suplió en España al desarrollo artesanal e
industrial, proveyendo la capacidad de compra de esos productos en los mercados
europeos. El metálico, según Quevedo, nace en las Indias honrado / donde el mundo
le acompaña / viene a morir en España / y es en Génova enterrado. El metal nace en
el cerro del Potosí, actualmente en territorio boliviano. De allí baja una larga
corriente de plata, que crea en su trayecto centros comerciales y artesanales en
toda la región central del actual territorio argentino. La economía minera da su
nombre al Río de la Plata, más tarde al país y genera una particular organización
del espacio nacional.
De 1503 a 1660 llegan a España 16 millones de kilos de plata, el triple de las
reservas totales europeas, originadas en su mayor parte en las minas del Potosí.
Las autoridades coloniales no regularon la producción de plata, con lo cual
generaron en su país una acelerada inflación y provocaron la ruina de gran
número de actividades artesanales.
En los extremos del largo camino seguido por la plata se desarrollaron dos
ciudades muy distintas. En uno de ellos, Buenos Aires. Como el puerto necesario
para comunicar Potosí con la metrópoli. Un puerto cuyo movimiento no guardaba
relación con las actividades productivas de las áreas más próximas a él, sino que
era la continuidad lejana de las riquezas del Potosí. Los lingotes de plata llegaron a
representar hasta el 80 ciento del valor de las mercaderías que salían por Buenos
Aires. La mayor parte de lo que ingresaba era contrabando. Se formó así una
ciudad predominantemente comercial, cuya riqueza no se basada en la producción
sino en el intercambio, característica que tendrá su importancia política en los
años subsiguientes.
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En la otra punta del camino, la Villa Imperial del Potosí, ciudad fantástica que en
1660 contaba con 160.000 habitantes, igual que Londres y más que Sevilla,
Madrid. Roma o París. La plata llenó la ciudad de riquezas y ostentación: al igual
que en la corte del Rey Arturo, de todas partes llegaban caballeros y soldados de
fortuna, cubiertos con lujosas corazas, para sostener duelos con los campeones de
la Villa, y los relatos de estos duelos, hechos por cronistas de la época, parecen
páginas de un libro de caballerías. Se construyeron 36 iglesias y en 1658 una
procesión recorrió las calles empedradas especialmente con lingotes de plata 6 , 7 .
Potosí es porque esta ciudad sintetiza una serie de problemas ambientales
característicos de la época, pero además preanuncia los de la nuestra. La alta
rentabilidad obtenida por el sector empresario se basó en una particular
modalidad de subsidio otorgado por la Corona española, que era asegurar mano
de obra forzada. Si bien los indígenas que allí trabajaban cobraban un salario
miserable (a diferencia de los mercados capitalistas habituales), no podían elegir
no ir a trabajar a Potosí 8 . Esto crea un tipo particular de empresariado, que no
hace inversiones de riesgo porque tiene la rentabilidad asegurada por el Gobierno.
Una situación que se repetirá muchas veces en los siglos siguientes.
“La contaminación debida al mercurio fue común en los centros mineros españoles
de las colonias. La contaminación de la gente y el suelo no sólo afligió a los
trabajadores de una enorme mina de mercurio en Huancavelica, Perú, sino a los de
todas las minas de plata donde el proceso de amalgamación con mercurio se usaba
para extraer plata del mineral de menor gradación” 9 .
El cerro estaba horadado por más de 5 mil bocaminas. Las condiciones
ambientales de la minería y del área industrial de Potosí eran simplemente
infames. Los accidentes de trabajo y enfermedades bronquiales eran elevadísimos.
El humo tóxico de los hornos quemó la vegetación en una zona muy amplia y sus
efectos sobre los pulmones de los humanos fueron semejantes. Un testigo de la
época dice que si se exprimieran las monedas acuñadas en Potosí, se les sacaría
“más sangre que plata”. Algunas estimaciones sugieren que durante los dos siglos
de explotación intensa en Potosí, allí murió tanta gente como en Auschwitz, el peor
campo de concentración nazi de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, con mucha frecuencia los conflictos ambientales se olvidan y los
actores sociales no registran que determinados hechos han ocurrido. Muchos de
estos olvidos no son más que ocultamientos y suceden con especial intensidad en
temas vinculados con lo que hoy llamamos derechos humanos. Por eso me parece
importante destacar este tipo de hechos. Y, por supuesto, si alguien llega a decir
que no ha atendido los problemas ambientales porque son demasiado nuevos y
acaba de descubrir su existencia, hay reales motivos de enojo.
MAL LUGAR ES AMÉRICA
Mal lugar es América, dicen todos. No sólo queda lejos de todo lo conocido, sino
que, además, su naturaleza sigue reglas extrañas e incomprensibles. A dos y aún
tres siglos de la conquista encontramos restos del miedo originarios a la naturaleza
americana, esta vez usado como pretexto "científico" para bloquear su explotación
productiva.
9

Félix de Azara, un autor partidario de estimular la ganadería extensiva en el Río


de la Plata y desalentar la agricultura y la industria, se esfuerza por demostrar la
rareza de las condiciones meteorológicas americanas. Afirma que "una tempestad
el día 7 de octubre de 1789 arrojó piedras de hasta diez pulgadas de diámetro a dos
leguas de Asunción".
Y por si no bastaran estos bloques de hielo de veinticinco centímetros que caían del
cielo por razones incomprensibles, se dedica a hablarnos de los rayos, y a dar una
explicación científica de esas cosas del Demonio: "En cuanto a rayos -afirma-, caen
diez veces más que en España, sobre todo si viene la tormenta del noroeste".
Explica que eso no puede deberse a bosques ni a serranías, y concluye que "es
preciso conjeturar que aquella atmósfera tiene más electricidad o que posee una
cualidad que condensa más vapores y que los precipita más prontamente,
causando los meteoros citados".
No era una opinión aislada. En fecha tan tardía como 1790, los sabios de la época
afirmaban que en todas las Indias de Occidente -y aún en las zonas tropicales- la
tierra era tan fría a 10 o 15 centímetros de profundidad que los cereales se helaban
al sembrarse. Por eso, explican, los árboles de América "en lugar de extender sus
raíces perpendicularmente, las esparcen sobre la tierra, horizontal, evitando por
instinto el hielo interior que los destruye".
Así, los naturalistas inventan una ecología tan fantástica como la zoología de los
primeros cronistas. La tierra americana era tan helada que enfriaba el aire y por
eso en los trópicos no había animales grandes. De allí deducían que las semillas
traídas de Europa no podrían germinar, y que si lo hacían, darían unas plantitas
raquíticas, tan endebles como los animales domésticos que se importaban.
Contaban el fracaso de un comerciante que en 1580 había tratado en vano de
aclimatar guindos. Del trigo, sembrado con grandes cuidados, decían que sólo
producía una hierba espesa y estéril que había obligado en muchas regiones a
abandonar su cultivo. De la viña decían que no prosperaba, aún plantada en zonas
semejantes a las regiones de los grandes viñedos de Europa. Del café, que no podía
engañar el gusto de quien hubiese probado los de Oriente. Del azúcar, que era
preferible cualquier otra a la del Brasil, considerada como la mejor de América.
Era la naturaleza y no la política quien condenaba a los americanos al
estancamiento económico.
Poco a poco, esta naturaleza va siendo dominada, y su degradación se presenta
como mejoramiento. A fines del siglo XVIII se decía que esa frialdad del suelo
americano se iba transformando por el continuo tráfico, por el talado de los
árboles y matorrales, por la "sequedad" de las lagunas y "el calor de las
habitaciones", que templaban "la constitución del aire".
También la agricultura calentaba la tierra, por la labranza, que al remover el suelo
facilitaba la entrada de los rayos del sol, y por las "sales de las hojas y plantas que
acumuladas en una larga serie de años forman por su corrupción un mejoramiento
natural", como lo habían deducido al observar, sobre todo, el crecimiento
extraordinario de algunas plantas "en terreno allanado por el fuego". Es decir,
que para "mejorar" un bosque había que quemarlo y que la obra humana
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deseable era acelerar en pocos años el mismo proceso de degradación de la


naturaleza que había necesitado muchos siglos en Europa.
SIMÓN BOLÍVAR Y LA PROTECCIÓN ECOLÓGICA.
La Emancipación significó la posibilidad de una nueva mirada sobre la relación
con los recursos naturales. La mayor parte de los líderes revolucionarios habían
sido influidos por la obra de Humboldt y su propuesta de un uso conservacionista
de los recursos naturales. Bolívar, Caldas, Belgrano, Sarmiento y Artigas fueron
algunos de sus seguidores mas conocidos.
Estamos en 1825, poco después de las victorias que terminaron con el dominio
realista en América. En muchos países es época de anarquía y de guerras civiles.
Pero también es el tiempo de la utopía. En ese contexto, Bolívar lanza un sueño
ecologista. El 19 de diciembre, desde su palacio de gobierno en Bolivia, decreta la
protección de las aguas y los bosques. En los considerandos afirma que "una gran
parte del territorio de la república carece de aguas y por consiguiente de vegetales
para el uso común de la vida". Agrega que "la esterilidad del suelo se opone al
aumento de la población y priva entretanto a la generación presente de muchas
comodidades".
Afirma también "que por falta de combustible no puede hacerse o se hace
inexactamente o con imperfección la extracción de metales y la confección de
productos minerales que por ahora hacen casi la sola riqueza del suelo".
Basándose en estos criterios decreta: "Que se visiten las vertientes de los ríos, se
observe el curso de ellos y se determinen los lugares por donde puedan conducirse
aguas a los terrenos que están privados de ellas".
"Que en todos los puntos en que el terreno prometa hacer prosperar alguna
especie de planta mayor cualquiera, se emprenda una plantación regulada a costa
del estado, hasta el número de un millón de árboles, prefiriendo los lugares donde
haya más necesidad de ellos".
"Que el Director General de Agricultura proponga al Gobierno las ordenanzas
que juzgue convenientes a la creación, prosperidad y destinos de los bosques en el
territorio de la República".
Sabemos lo que pasó después. La ola de la guerra civil pasó por encima de las
propuestas ecologistas y también del sueño bolivariano de integración
latinoamericana. Bolivia sigue siendo un país sin bosques y sin agua, con el
agravante de que ahora tampoco tiene el mar que tenía en tiempos de Bolívar. En
las pendientes de los Andes, el suelo se escapa después de cada cosecha, sin que
haya formas eficientes de detener la erosión. Bolivia es uno de los países en que la
desertificación avanza a mayor velocidad. En amplias zonas no hay árboles y la
gente de pocos recursos necesita leña para calentarse y cocinar, por lo que
terminan con los pocos arbustos que quedan. Sin vegetación, tampoco habrá
nutrientes en el suelo. Sin suelo y sin árboles, la lluvia se transforma en torrentes
que destruyen todo a su paso para dejar, nuevamente, la tierra seca y desierta. Una
realidad muy distinta de la soñada por el Libertador, en una época en la que los
hombres prefirieron los cañones a los árboles.
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LA PEOR FORMA DE CONTAMINACIÓN ES LA GUERRA

Las guerras también causan epidemias. En la guerra por la liberación de Haití, las
condiciones ambientales jugaron un rol decisivo, al derrotar a los ejércitos
europeos. Los ejércitos franceses enviados por Napoleón lucharon con refuerzos
masivos hasta 1803, cuando decidieron evacuar lo que quedaba del ejército. Diez
mil hombres lograron regresar a Francia y 55.000 quedaron enterrados en la ex
colonia, muertos en su mayor parte por la fiebre amarilla.

Pero las guerras generan problemas ambientales y sanitarios con independencia


del sitio en que sucedan. Al terminar el sitio de Montevideo (1812-1814) la ciudad
sólo tenía 10.000 habitantes, habiendo muerto 20.000; como resultados de
combates sólo 818, con 531 heridos que quedaron mutilados 10 . En otras palabras,
que el 4 por ciento de los muertos cayó en los combates y el 96 por ciento por las
enfermedades ambientales asociadas a la guerra.
En Dominicana, después de un intento español de volver a apoderarse del país, en
1864, “los soldados españoles sufrieron mucho en esa guerra. El país no tenía ni
puertos, ni caminos, ni ferrocarriles; las intensas lluvias tropicales se alternaban
con los fuertes calores de la zona; la malaria, la buba y las enfermedades
intestinales causaban miles de bajas en sus filas” 11 .
Durante la guerra de la Independencia de Cuba existieron situaciones de
mortandad masiva por hambre. El jefe español “ordenó la concentración de los
campesinos en los sitios donde hubiera guarniciones españolas, con lo cual quedó
virtualmente liquidada la producción de viandas y animales de carne y comenzó a
generalizarse el hambre y la muerte por inanición. Los cubanos, por su parte,
estaban llevando a cabo la llamada "campaña de la tea", esto es, la destrucción, por
medio del fuego, de todos los ingenios y los cañaverales” 12 . En 1897, el ejército
español tuvo 30.000 bajas, sólo por enfermedades.
Es sugestivo que en casi todos los casos las enfermedades ambientales sorprenden a
los militares de todos los bandos, cuya preparación profesional los hace pensar sólo
en enemigos humanos. La ausencia de prevenciones ambientales es una constante.
UNA NUEVA ARTIFICIALIZACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS
A partir de mediados del siglo XIX, los países americanos ingresan al sistema de la
división internacional del trabajo. Europeizan su cultura, sus ciudades y, por
supuesto, sus finanzas y su comercio. Para integrarse a los mercados
internacionales se especializan en la venta de productos determinados en los que
tienen ventajas comparativas. En Europa esta especialización se había hecho
invirtiendo en fábricas. En gran parte de América, las inversiones consistirán en
transformar los ecosistemas para hacerlos aptos para satisfacer la demanda
internacional.
La pampa de los tiempos históricos no se parecía en nada a la actual. Así, todas las
crónicas coinciden en que la Buenos Aires del período colonial no tenía los campos
fértiles que hoy vemos, sino que estaba rodeada por un desierto que muchos
12

califican como "horrible". Una inmensa llanura de altos pajonales, casi sin un sólo
árbol -salvo los del borde de los arroyos- en el largo trayecto hasta Córdoba.
La ausencia de árboles se explica por la densidad del pajonal que sombreaba las
semillas e impedía su desarrollo. Si a pesar de eso, algún árbol conseguía crecer,
era difícil que durase mucho tiempo: las frecuentes tormentas eléctricas
provocaban incendios de campos. Muy de vez en cuando se veía un solitario ombú,
cuyo tronco es prácticamente incombustible, o un pequeño monte de chañar, cuyas
semillas se activan con el fuego.
Pampa es un término indígena que significa llanura. Para Humboldt su aspecto
"llena el alma del sentimiento de lo infinito". Descripta por Sarmiento como "el
mar en la tierra", su vegetación originaria son las gramíneas y eso explica la buena
adaptación que tuvieron las gramíneas cultivadas, como el trigo y el maíz. Pero el
fenómeno ecológico más extraño ocurrido en la pampa fue la explosiva
reproducción de las vacas y caballos que se le escaparon a Pedro de Mendoza. Y
que de unos pocos ejemplares pasaron a ser millones en unos cuantos años.
Sucede que una ley ecológica bastante comprobada es que hace falta una
dimensión mínima para que una población animal subsista en estado salvaje. Si
son muy pocos, los accidentes y las enfermedades genéticas agravadas por los
cruzamientos consanguíneos terminan haciéndolos desaparecer. Esto vale tanto
para Adán y Eva como para los ejemplares de cualquier otra especie animal.
Salvo, claro está, que el hábitat haya sido especialmente acogedor.
Para las vacas y caballos del siglo XVI, la pampa fue un lugar muy parecido al
paraíso terrenal. Si, como dice Atahualpa Yupanqui, "hay cielo para el buen
caballo", hace cuatrocientos años ese cielo quedaba en la actual provincia de
Buenos Aires. Porque esos animales se encontraron con un ecosistema donde había
un nicho ecológico desocupado: la pampa no tenía grandes herbívoros. Apenas
unos ciervos y guanacos, de mucho menor tamaño que ellos, que no representaban
competencia seria para los recién llegados. Tampoco había grandes carniceros que
se los comieran: los jaguares llegados del Litoral eran muy escasos y los pumas
eran demasiado pequeños para ellos. Sin competidores ni depredadores, el único
límite a su expansión fue la cantidad de pastos. De ese modo entraron al mito los
infinitos rebaños de las pampas.
Pero además, aunque estén condicionados por el ecosistema, los animales lo
cambian a su vez. La vegetación de altos pajonales resecos va siendo reemplazada
por pastos más finos, a medida que la presencia del ganado acelera el ciclo del
nitrógeno. La bosta de millones de vacas y caballos transforma el suelo y permite el
crecimiento de los pastos que hoy conocemos. En 1825, un observador muy agudo
llamado Charles Darwin cruza a caballo la provincia de Buenos Aires de sur a
norte. "Me he quedado sorprendido -dice Darwin- con el marcado cambio de
aspecto del campo después de cruzado el río salado. De una hierba gruesa pasamos
a una alfombra verde de pasto fino. Los habitantes me afirman que es preciso
atribuir esa mudanza a la presencia de los cuadrúpedos. Exactamente el mismo
hecho se ha observado en praderas de la América del Norte, donde hierbas
comunes y rudas, de cinco a seis pies de altura, se transforman en césped cuando se
introducen allí animales en suficiente número".
13

Este profundo cambio en los ecosistemas que Darwin vio en sus comienzos culmina
en el proyecto modernizador de la Generación del 80. La fertilidad de la Pampa
Húmeda es obra humana, y la Región Pampeana que conocemos es tan artificial
como una ciudad. Sólo que nuestra falta de percepción nos lleva a confundir un
paisaje agrario con un paisaje natural.
En esta etapa hay en todos los países un esfuerzo por avanzar en la transformación
productiva de sus ecosistemas naturales. Así como una generación atrás la
literatura cantó el heroísmo de la gesta libertadora, ahora se canta la conquista de
la naturaleza. Andrés Bello invita a los americanos a poner en producción los
ecosistemas de sus respectivos países, que están esperando el brazo del agricultor.
Para gozar de esos bienes, es necesario que los americanos abandonen las ciudades
y vayan al campo. “¿Por que ilusión funesta aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia, en el ciego tumulto se aprisionan de míseras
ciudades? Romped el duro encanto que os tiene entre murallas prisioneros. El
campo es vuestra herencia: en él gozaos” 13 . Licencia poética: Bello no habla de la
tenencia de la tierra ni de las condiciones sociales. El propietario de los latifundios
seguirá residiendo en la capital del país y viajará a menudo a Europa, su segundo
hogar. Los hombres que pongan en producción esos ecosistemas no serán sus
dueños y trabajarán en condiciones durísimas, no aptas para la sensibilidad
poética.
Pero el deslumbramiento de la naturaleza se transforma en un canto a la
deforestación, en una épica del hacha y del fuego. Bello no imagina la utilización
productiva de los ecosistemas tropicales, sino en su completa destrucción y
reemplazo por paisajes europeos. “El intrincado bosque el hacha rompa, consuma
el fuego, abrid en luengas calles la oscuridad de su infructuosa pompa. Abrigo den
los valles a la sedienta caña; la manzana y la pera en la fresca montaña el cielo
olviden de su madre España; adorne la ladera el cafetal. De la floresta opaca oigo
las voces, siento el rumor confuso, el hierro suena, los golpes el lejano eco redobla;
gime el ceibo anciano, batido de cien hachas se estremece, estalla al fin, y rinde el
ancha copa. Huyó la fiera, deja el caro nido. Deja la prole ímplume el ave, y otro
bosque no sabido de los humanos va a buscar doliente”. Es decir, que para Bello
los bosques son inagotables y simplemente la fauna busca otra selva para
asentarse. Encontraremos la misma ilusión un siglo más tarde. La ideología de la
América inagotable aún subsiste entre nosotros.
Lo mismo ocurre en Brasil. Entre las décadas de 1860 y 1870, se produce el auge
de la cultura del café en Río de Janeiro. El rápido enriquecimiento de los
propietarios impulsa el crecimiento de ciudades en la región. Para reforzar los
acuerdos políticos, el Imperio reparte títulos nobiliarios entre los ricos
fazendeiros 14 . El proceso de expansión de la cultura cafetera traspasa las fronteras
de Río de Janeiro, alcanzando Minas Gerais y la porción paulista del Vale do
Paraíba, primera región de São Paulo beneficiada por el enriquecimiento que lleva
consigo la caficultura. Río de Janeiro, como capital del Imperio Brasileño,
permanece como centro financiero y controlador del comercio del café producido
en el Vale do Paraíba.
14

Sin embargo las tierras donde se plantan los cafetales, no soportan por largo
tiempo la agricultura sobre suelos desprotegidos, debido a fuertes declives y a la
deforestación. En el Vale do Paraíba se actuó sin el menor cuidado y ni precaución
técnica. El resultado de la erosión fue rápido y fatal, "bastaron sólo unos pocos
decenios para que se revelaran rendimientos acelerados decrecientes,
debilitamiento de las plantas, aparición de plagas destructoras. Se inicia la
decadencia con todo su cortejo siniestro: empobrecimiento, abandono sucesivo de
las culturas, disminución demográfica” 15 .
La supervivencia de la esclavitud en Brasil hasta fines del siglo XIX podría tener
mucho que ver con el hecho de que las tecnologías de la época para las
producciones tropicales (realizadas en las grandes fazendas) requerían mano de
obra no calificada, que, por tanto, no necesitaba ser cuidada, ni tratada como una
inversión. Por el contrario, las producciones de clima templado requerían mano de
obra calificada, lo que hizo ineficiente la esclavitud en el Río de la Plata.
EL TIEMPO DEL CÓLERA
Los avances en el conocimiento no siempre se traducen en avances en la gestión
ambiental y sanitaria. En el siglo XIX, como en la actualidad, existen sectores
científicos dispuestos a sostener puntos de vista indefendibles, si se trata de
respaldar determinados intereses económicos. El caso del cólera es uno de los más
ilustrativos. El siglo XIX es el siglo del cólera. Hay más años con epidemias en
algún lugar del mundo que sin ellas. Las causas tienen que ver con los procesos
ambientales desencadenados a partir de la Revolución Industrial iniciada en el
siglo XVIII en Inglaterra con la introducción de la máquina de vapor.
A partir de ese momento tenemos en casi todo el mundo migraciones masivas del
campo a las ciudades. Las barriadas de trabajadores tienen las peores condiciones
de hacinamiento y de falta de saneamiento que puedan imaginarse. Las
autoridades que administran las ciudades a menudo se no se ocupan de las
cuestiones de higiene y saneamiento, lo que potencia los riesgos de epidemias.
Lo interesante es que son muchos los científicos que evitan hablar de las
condiciones ambientales, cuando hay algún interés político, económico o militar en
juego. En la Guerra de la Triple Alianza (de Argentina, Brasil y Uruguay contra
Paraguay, 1864-1870) la única profilaxis al alcance de los soldados de ambos
bandos fue el consumo de mate, ya que el agua caliente ayudaba a matar los
gérmenes del agua que sacaban de los pantanos que recibían las excretas de
hombres y animales y donde su pudrían sus cadáveres.
Sin embargo, un médico militar explica de este modo las causas de las
enfermedades que diezmaban a las tropas: “Yo creo que la presión atmosférica, el
calor, la humedad y la electricidad cuya acción es tan poderosa en las afinidades
químicas y que aquí son llevadas a un grado muy alto, determinan, muy
probablemente los principios constituyentes del aire y en las emanaciones extrañas
de que se carga la atmósfera, modificaciones, combinaciones y descomposiciones
que deben ejercer una gran influencia tanto sobre el hombre fisiológico como
patológico” 16 .
15

También se atribuyen las epidemias a “las peregrinaciones que verifican


periódicamente de la Arabia al Ganges innumerables caravanas de
mahometanos” 17 . En todas partes encontramos abundante literatura científica que
evita hablar de las cuestiones obvias de saneamiento. Ante una epidemia de cólera,
la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires recomienda evitar el sexo y el
alcohol: “el que desprecia los consejos de la ciencia, vive en el desorden, abusa de
la bebida y de los placeres que debilitan, respira atmósferas insalubres y descuida
los primeros síntomas del mal, está muy expuesto a contraer el cólera
confirmado” 18 . También se recomendaba no cambiarse la ropa con frecuencia ni
leer libros de medicina. En Santiago de Chile se elaboran instrucciones semejantes.
Durante casi un siglo se discutió, contra todas las evidencias disponibles, si el
cólera era o no una enfermedad contagiosa. Fueron científicos muy prestigiosos
quienes lo negaron sistemáticamente. Esto no es sólo un muestrario de argumentos
ridículos. Es la expresión de la conducta de determinados científicos que
prefirieron defender intereses creados antes que buscar el conocimiento.
En efecto, aceptar el carácter contagioso del cólera, asociarlo a las condiciones de
higiene y de pobreza, implica la responsabilidad de actuar. Especialmente, de
realizar inversiones para mejorar la situación ambiental de los más necesitados. Se
comprende, entonces, la necesidad de atribuir el cólera al sexo y el alcohol. En el
mismo sentido, la estrategia de echarle la culpa a la víctima asumirá diversas
variantes y continuará hasta la actualidad.
Después de muchas epidemias, los sectores dominantes aceptan que las
enfermedades de los pobres también los amenazan a ellos y comienzas a financiar
sistemas de agua potable y saneamiento. Esto cambia la prevalencia de las
enfermedades ambientales. Si en el siglo XIX domina el cólera, el siglo XX será, en
sus primeras décadas, el tiempo de la tuberculosis.
LATIFUNDIO Y MONOCULTIVO
El modelo productivo se orienta hacia la producción de productos agropecuarios
exportables en grandes establecimientos. En ecosistemas muy distintos, con
tecnologías que van variando a lo largo de los últimos años del siglo XIX hasta el
siglo XXI, se generan, sin embargo enfoques comunes.
En todas partes la política tiende a la concentración de tierras. En países que no
habían tenido una importante acumulación de capitales, el capital por excelencia
es la tierra y el poder es una herramienta para acumularla. En Venezuela, José
Antonio Páez aprovecha su lugar junto a Simón Bolívar para convertirse en uno de
los principales latifundistas del país. En Argentina, el 3 de febrero de 1852 se
enfrentan en la batalla de Caseros el mayor propietario de la Provincia de Buenos
Aires (Juan Manuel de Rosas) con el mayor propietario de tierras de la Provincia
de Entre Ríos (Justo José de Urquiza).
Es frecuente que cada latifundio esté rodeado por un cinturón de minifundios. De
un modo semejante a las tierras asignadas a los siervos de la gleba en la Edad
Media, los latifundistas otorgan algunas tierras de inferior calidad a los
trabajadores, como una forma de permitir su subsistencia en el período estacional
en el que no trabajan en la hacienda. Se trata de personas que complementan sus
16

ingresos con producciones de autosubsistencia y trabajos que realizan en la gran


hacienda. En la medida de que disponen de una superficie muy pequeña, lo
habitual es que se expandan a costa de la vegetación natural.
Se produce para los mercados internacionales, lo que significa que se pasa de una
producción diversificada para autoconsumo a una producción restringida a los
pocos productos que son más rentables. El monocultivo implica extraer siempre los
mismos nutrientes de la tierra, ya que los requerimientos de cada especie vegetal
son diferentes. El resultado es el descenso de los rendimientos por agotamiento del
suelo.
LA CONDUCTA AMBIENTAL DE LAS DICTADURAS
Los latifundios del siglo XIX estaban en manos de los grandes grupos de poder
local. En el siglo XX hay un fuerte crecimiento de los latifundios pertenecientes a
empresas multinacionales, a menudo asociadas a sistemas industriales. Su
influencia en las decisiones sobre los recursos naturales y la propia gestión política
en general ha sido tan grande que llevó a incorporar al lenguaje corriente la
expresión “republiqueta bananera”. La calificación banana republic fue acuñada
por el escritor norteamericano O. Henry en una novela casi olvidada llamada
“Coles y reyes”, publicada en 1904, ambientada en Anchuria (Honduras) 19 .
Las dictaduras latinoamericanas se caracterizaron por facilitar el saqueo de los
recursos naturales de sus respectivos países. El dictador dominicano Rafael
Leónidas Trujillo otorgó a sus propias empresas, manejadas por testaferros,
grandes concesiones madereras sobre los bosques nativos. Lo mismo hicieron otros
dictadores emblemáticos como “Papa Doc” Duvalier de Haití, Alfredo Stroessner
de Paraguay o Anastasio Somoza de Nicaragua.
Las obras públicas de los dictadores de esta etapa pueden llegar a tener un
absoluto desprecio por sus consecuencias ambientales. El dictador imaginario de
García Márquez entrega a los norteamericanos el mar territorial, lo que en la
novela significa que se llevan el agua con grandes exclusas y dejan la capital –antes
costera- junto a un gran desierto de arena.
Muchas de las grandes obras diseñadas en tiempos de dictadura tuvieron el mismo
carácter irracional que el resto de sus políticas. El dictador cubano Fulgencio
Batista intentó construir un canal navegable que atravesara su país para acortar
los tiempos de navegación. Lo iba a llenar con agua de mar (el de Panamá utiliza
agua dulce) lo que habría significado la salinización de cursos de agua y napas
subterráneas en una amplia zona.
Por su parte, Alfredo Stroessner impuso una traza absolutamente irracional para
la represa argentino-paraguaya de Yacyretá, que encareció desmesuradamente la
obra, para evitar la inundación de un palacio que usaba para ocultar sus
actividades de pedofilia.
LA DEFORESTACIÓN DE UN CONTIENENTE
La deforestación del siglo XX está ligada a grandes procesos de producción.
Algunos son formas de expansión de las fronteras agropecuarias sobre tierras de
bosques. Otros son extracción de materias primas forestales, realizados en gran
17

escala. La expansión urbana es una muy fuerte presión a la extracción de maderas


para construcción. La mata atlántica, el bosque tropical brasileño próximo a las
costas, comienza a talarse para emplear sus maderas en la expansión de Río de
Janeiro y São Paulo. Pronto se cortan en tablones las gigantescas araucarias y se
las exporta con el nombre de pino Brasil para armar en Buenos Aires incontables
encofrados de hormigón. A comienzos del siglo XX estos pinares ocupaban 50
millones de hectáreas en el estado de Paraná. A fines de la década de 1970 había
641 mil hectáreas con formaciones densas de esta especie y 2,5 millones con
formaciones más claras 20 .
La selva amazónica no es, como a menudo se cree, el pulmón del mundo. Se trata
de un sistema complejo que funciona como si fuese cerrado, y que consume
prácticamente todo el oxígeno que produce. Más allá de los mitos que circulen
sobre esta región, lo cierto es que su apariencia de fertilidad inagotable ha sido la
causa de tantos proyectos fracasados sobre la región. Desde los lejanos tiempos del
marqués de Pombal, siempre se vio a la Amazonia como la tierra de promisión,
donde cualquier cultivo tendría rendimientos infinitos, casi sin esfuerzo alguno. El
retraso económico de la región se explicaba con argumentos de tipo racista, sobre
la indolencia de los nativos y la necesidad de algún capitalista extranjero capaz de
explotar esas riquezas con visión de futuro.
El primero de los salvadores modernos del Amazonas fue Henry Ford, quien en
1927 compró un millón de hectáreas en el estado de Pará, junto al río Tapajós. Era
un momento de grandes dificultades económicas en el mercado mundial del
caucho. La economía norteamericana se apoyaba en la industria automotriz, que
necesitaba de neumáticos de caucho. Por lo cual parecía una buena idea hacer una
gigantesca plantación de caucho en su misma tierra de origen. La forma de
obtención del caucho era tan primitiva y artesanal, que parecía el sitio ideal para
llevar a la práctica los principios de división del trabajo, mecanización y
organización en gran escala que caracterizaron al fordismo. Los trabajadores
caucheros (seringueiros) van buscando en la selva ejemplares de este árbol, que
van sangrado periódicamente.
Ford diseñó una explotación moderna, que combinaría los criterios industriales de
eficiencia para el cultivo del caucho y la extracción y exportación de maderas
duras. La ilusión de abundancia de la naturaleza era tal que a nadie le importó
conocer cómo era realmente la selva. A la distancia sorprende la ignorancia
ecológica de quienes intentaron realizar los grandes proyectos en el Amazonas. Por
una parte, tenían una ilusión de homogeneidad, que les hacía creer que era lo
mismo una parte de la selva que otra. La tierra elegida tenía colinas y suelos
arenosos, que dificultaron el uso de maquinarias. El rey de los motores a explosión
tuvo que retornar a las viejas carretas de bueyes, las únicas capaces de circular por
esos terrenos.
Pero además, se realizó el emprendimiento sin tener los mínimos conocimientos
sobre la ecología de la selva. Pronto empezaron a crecer miles de hectáreas con
monocultivos de caucho. La ambición llevó a plantar los árboles tan juntos que sus
ramas se rozaban. Apenas crecían, los hongos y los insectos destruyeron una
plantación tras otra. Para combatirlos, se trajeron variedades que parecían
18

resistentes, pero la extraordinaria capacidad de mutación de los insectos fue


generando nuevas plagas. Las 53 variedades se volvieron susceptibles, y no menos
de 23 variedades de insectos depredadores también atacaron los cultivos 21 .
En 1941 la Compañía Ford del Brasil tenía 2.723 empleados trabajando sus
plantaciones, En 1945, después de una inversión total del orden de los 10 millones
de dólares, Henry Ford II vendió sus tierras al gobierno brasileño por 500.000
dólares. Parte de ellas seguían intactas y otra parte había sido irreversible e
inútilmente deforestada.
LA URBANIZACIÓN DE AMÉRICA LATINA
Durante el siglo XX las ciudades latinoamericanas tuvieron los índices de
crecimiento más altos del mundo. Un modelo agrario que no retiene población en
el campo, la pérdida de fuentes de trabajo en las pequeñas ciudades, impulsaron
un continuo proceso de migración hacia las grandes ciudades, con el consiguiente
colapso ambiental y demográfico.
La homogeneización cultural lleva a construir en todas partes paisajes urbanos
semejantes. Los edificios de acero y cemento de la mayor altura posible son los
símbolos urbanos de esta época.
Las capitales quedan rodeadas de un cinturón de viviendas precarias, carentes de
servicios básicos, cuyas condiciones ambientales son extremadamente deficitarias.
Los sectores de menores recursos son los que no tienen acceso al agua potable ni al
saneamiento, edifican sus viviendas entre basurales abandonados y respiran las
emanaciones de la industria química y petroquímica. En el siglo XX, los temas de
nivel de vida y los de calidad de vida son, sencillamente, los mismos.
Los niveles más críticos se encuentran en las ciudades ubicadas en valles, debido a
las dificultades de circulación del aire. Un fenómeno meteorológico llamado de
“inversión térmica” fue observado primero en Los Ángeles y después en Ciudad de
México, Santiago de Chile, San Pablo y Caracas. Los cordones de montañas que
rodean la ciudad detienen los vientos que podrían actuar sobre el humo. Una capa
de aire frío se estaciona en la atmósfera e impide que el aire contaminado ascienda
y disperse los gases emitidos en la ciudad. Poco a poco se eleva la concentración de
esos gases, originados en automotores y en chimeneas de fábricas.
Durante siete meses, de noviembre a mayo, casi no llueve, con lo que se agravan las
"inversiones térmicas" que son habituales en los meses más fríos 22 . Esto llevó a
empeorar la contaminación del aire, lo que hizo que se declararan varias
situaciones de emergencia ambiental. Pero el principal responsable no es la
cantidad de habitantes sino la irracionalidad de un sistema de transporte basado
en el automóvil individual.
Santiago de Chile repite el drama de Ciudad de México. Desde hace milenios, los
mejores lugares para el asentamiento de nuestra especie son los valles. Disputados
en las guerras, cantados en la literatura, a partir de esta etapa los valles son sitios
en los que el aire circula con dificultad y cuyos habitantes maldicen en el momento
en que la autoridad ordena una emergencia ambiental y la economía y el tránsito
se detienen a la espera de una brisa salvadora. Así como el verano es la época de la
escasez de agua, el invierno es el tiempo de la escasez de aire, ya que es el momento
19

de mayor frecuencia de inversiones térmicas. Para el caso de Santiago de Chile, así


como en otras ciudades latinoamericanas, la mayor proporción de la
contaminación atmosférica proviene del transporte, sector que es la fuente
principal de emisión de óxidos de nitrógeno, hidrocarburos y monóxido de
carbono. Un tema que despierta tanta angustia que en algún momento se discutió
el proyecto de dinamitar uno de los cerros de Santiago para facilitar la circulación
de los vientos 23 . ¿Es más fácil cambiar la naturaleza que las costumbres y la forma
de vivir en una ciudad?
A partir de 1926, cuando el petróleo pasó a ser el primer producto de exportación
de Venezuela, se inició un éxodo masivo hacia Caracas. A medida que se va
saturando el valle, los recién llegados se van ubicando en sitios de cada vez mayor
riesgo geológico, sobre los cerros que rodean la ciudad. Los desbordes y aludes
fueron el comienzo, ya que esa población pasó a estar en situación de riesgo ante
deslaves y terremotos 24 . Al cerrarse las fuentes de trabajo del interior del país y al
definir un modelo irracional de uso del espacio urbano, sólo les quedaba a los
pobres la autoconstrucción en las laderas de los cerros. Y se creaban las
condiciones para poner en situaciones de riesgo ambiental a grandes contingentes
de población.
Sin embargo, las ciudades ubicadas en llanuras abiertas tampoco están libres de
tener fenómenos semejantes. Y es que una gran ciudad genera alteraciones
climáticas en su propio territorio. La idea de que las ciudades edificadas en
llanuras están “abiertas a los cuatro vientos” es una ilusión. Lo están, pero por
encima de la edificación, donde los vientos no tienen obstáculos. Pero al nivel del
suelo, o, mejor aún, al nivel del sistema respiratorio de sus habitantes, cada calle se
comporta como si fuera un valle, y obstaculiza la circulación de los vientos. Los
“malos aires” que tanto preocuparon a los urbanistas del Renacimiento, han
regresado.
ALGÚN COMENTARIO FINAL
Hemos visto unos pocos episodios destacados de la compleja relación de América
latina con su soporte natural. Tal vez lo más importante que tengamos para decir
es tratar de superar el mito de los conquistadores, para quienes la naturaleza
americana era inagotable.
Se agotan nuestros bosques, nuestra fauna, se agota el agua subterránea, se
contamina el agua superficial y aún parece agotarse la capacidad de
autodepuración del aire de nuestras grandes ciudades.
¿No será el momento de pensar algunas cosas de vuelta y tratar de mejorar
nuestra relación con la naturaleza de la que depende nuestra subsistencia?

1
Lic. en Economía Política, escritor. Profesor Titular en las Universidades de
Buenos Aires y Belgrano. Mail: brailovsky@uolsinectis.com.ar
2
Bibliografía general: Brailovsky, Antonio Elio: Historia ecológica de
Iberoamérica: Primer tomo: De los mayas al Quijote:”, Buenos Aires, Ed. Kaicrón-
Le Monde Diplomatique, 2006, y
20

Brailovsky, Antonio Elio: “Historia ecológica de Iberoamérica: Segundo: De la


Independencia a la Globalización”, Ed. Kaicrón-Le Monde Diplomatique, 2009.
3
Vargas Llosa, Mario, en: Varios autores: "Descubriendo el valle del Colca",
Barcelona, 1988.
4
Arguedas, José María: “Señores e indios”, Ed. Calicanto, Buenos Aires, 1976.
5
Desarrollado sobre la base de Brailovsky, Antonio Elio y Foguelman, Dina:
“Memoria Verde”, Sudamericana, 1992.
6
Martínez Arzanz y Vela, Nicolás de: “Historia de la Villa Imperial de Potosí”,
Buenos Aires, 1943.
7
Capoche, Luis: “Relación General de la Villa Imperial de Potosí”, Madrid, 1959.
8
Tandeter, Enrique: “Coacción y mercado: la minería de la plata en el Potosí
colonial, 1692-1826”. Buenos Aires, Sudamericana, 1992.
9
Coatsworth, John: “Ciclos de globalización, crecimiento económico y bienestar
humano en América Latina”.
10
Praderi, Raúl y Bergalli, Luis: “Notas para una historia de la cirugía uruguaya”,
Montevideo, 1981
11
Bosch, Juan: “De Cristóbal Colón a Fidel Castro”, Madrid, Alfaguara, 1970.
12
Bosch, Juan: “De Cristóbal Colón a Fidel Castro”, op. cit.
13
Bello, Andrés: "Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida", Elija Clarence Hills,
ed. “The Odes of Bello”, Olmedo and Heredia. New York: G. P. Putnam's Sons,
1920. El texto ha sido sintetizado por razones didácticas.
14
Larra, Raúl: “Historia de América”, ediciones Ánfora, 1973.
15
Argollo Ferrao, André Munhoz de: “Paisaje cultural del café en Brasil”, en Tesis
Doctoral, São Paulo, 1998.
16
Damianovich, cit en: Rodríguez, Marcelo Gabriel: “La Sanidad Militar
Argentina, durante la Guerra de la Triple Alianza”. Buenos Aires, Hospital Militar
Central. 2004.
17
Puga Borne, F: “Cómo se evita el cólera. Estudio de hijiene popular”. Santiago de
Chile, 1886. Suponemos que el autor se refiere al retorno de las peregrinaciones a
la Meca.
18
“Instrucciones precaucionales dictadas durante la epidemia de cólera”.
Tomado de: Ordenanza Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, 20/12/ 1886.
19
Ver comentarios en: Pérez-Brignoli, Héctor: “El fonógrafo en los trópicos: sobre
el concepto de banana republic en la obra de O. Henry”, en Iberoamericana, VI, 23,
2006.
20
Cunill Grau, Pedro: “Las transformaciones del espacio geohistórico
latinoamericano, 1930-1990”, op. cit.
21

21
Hecht, Susanna y Cockburn, Alexander: “La suerte de la selva”, Bogotá,
Ediciones Uniandes, 1993.
22
“El reto ambiental del desarrollo en América Latina y el Caribe". CEPAL-
PNUMA, Santiago de Chile, 1990.
23
Se trata de un proyecto imaginado durante la dictadura del general Augusto
Pinochet. Es decir, en un momento en que se intentó resolver todos los problemas
mediante el uso de la violencia ejercida desde el poder.
24
Sarli, Alfredo Cilento: "Sobre la vulnerabilidad urbana de Caracas" Revista
Venezolana de Economía y Ciencias Sociales vol.8, n.3, Facultad de Economía y
Ciencias Sociales Universidad Central de Venezuela, septiembre-diciembre de
2002.

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