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1-El Suicidio. Marco conceptual e Histórico del Suicidio. 2-Algunas causas del Suicidio. 3-
Teorías explicativas del Suicidio. 4- La Eutanasia cultura de la muerte. 5- La Eutanasia,
relación Médico paciente y el Suicidio asistido
En España, la palabra sería utilizada por primera vez en la obra de Fray Fernando de
Ceballos la falsa filosofía y el ateísmo, publicada en 1772 y cuyo objetivo era criticar la obra de
Voltaire (Martí, 1984). No sería incluida en el Diccionario de la Real Academia Española hasta
su quinta edición, publicada en 1817, momento para el cual se había generalizado la palabra,
con una etimología paralela a la de homicida, cuya raíz está en los términos latinos sui (de sí
mismo) y cadere (matar), siendo definido en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia
Española de la siguiente manera: “Dícese del acto o de la conducta que daña o destruye al
propio agente”.
“Por el contrario, la mala suerte era aquella que acoge desprevenido a quien
muere, y se sigue a una mala vida”; la muerte súbita que impide el
arrepentimiento de los muchos pecados. Por supuesto también es la muerte
del que se tiene seguridad de estar en pecado en el momento del óbito,
especialmente la del suicida. El temor al fallecimiento repentino y el
desconcierto ante el suicidio son dos constantes de la mentalidad ante el
tránsito final”.
Las creencias populares, motivadas por las leyes eclesiásticas que denegaban la
sepultura en el Campo Santo al suicida, promovieron que en el caso de producirse este hecho
se alegara enajenación mental si no se podía ocultar por otros medios, de modo que se pudiera
admitir al sujeto en los cementerios, en aquel momento regentados por la Iglesia. Así,
indirectamente, la religión católica contribuyó a que se creara el estereotipo del suicida como
loco, pues era mejor pensar que alguien allegado no era consciente de sus actos, un enfermo
mental, a saber que se había condenado al infierno eternamente (Pelicier, 1985, Pág. 86).
La Filosofía ha sido mucho más sincera a la hora de tratar el suicidio. En ella, si bien no
se descarta la locura, generalmente resaltan argumentos y razones en pro y contra el suicidio
de tipo social y existencial principalmente, manteniendo una postura más realista y objetiva.
En la filosofía griega encontramos argumentos dispares para condenar el suicidio,
mientras que por el contrario sólo se da uno para justificarlo; así, para Sócrates el suicidio es
un atentado contra los dioses, únicos dueños de la vida y el destino de los hombres, aunque
sin embargo, reconoce que la muerte es una liberación para el alma, tanto del cuerpo, como de
la vida terrenal. Sin embargo, para Platón el suicidio es una cuestión que supera lo religioso,
comprendiéndola como una conducta que transgrede tanto normas legales, como religiosas y
políticas, incluso una falta de la propia estima. A pesar de ello, reconoce que es lícito para
aquella persona a la que “el destino le haya impuesto una vergüenza tal que le sea imposible la
vida” (Ferrater, 1981).
La figura más representativa del exotismo y defensor del derecho al suicidio fue Séneca,
quien en su epístola 70 a Lucilio establece los criterios por los que quedaría validado en el
mundo occidental. Considera que la vida es potestad del individuo, por lo que propone el
suicidio como una salida honrosa a una vida infructífera y dolorosa a la que todo hombre tiene
derecho (Ferrater, 1979, Pág.360): “El bien morir consiste en rehuir el peligro del mal vivir”.
San Agustín y, especialmente, Santo Tomás de Aquino, quienes establecen los principios
por los cuales se prohibía el suicidio. Su obra es poco original en este aspecto, pues sus
criterios los retoman de Aristóteles, añadiendo Santo Tomás de Aquino algunos matices
(Ferrater, 1979, Pág. 360):
Uno de los primeros pensadores que se opuso a los argumentos que condenaban el
suicidio fue John Donne en su obra Biothanatos, en la cual expone que hay tal cantidad de
razonamientos, que no se puede establecer un criterio objetivo en función de la ley natural, ni
de la divina. Además, reconoce: primero, que siempre puede haber excepciones, y, segundo,
que, “nada es tan malo, que no sea nunca bueno” (Ferrater, 1979, Pág. 362).
Montesquieu, criticando las drásticas represalias que sufren los sujetos que se suicidan
o intentan suicidarse, plantea la cuestión en cuanto y en tanto, una sociedad castigue a quien
“no se siente ligado a ella”, en virtud de una ley establecida sin su consentimiento. En las
mismas líneas, Voltaire afirma que de la misma manera que es lícito sacrificar la vida por Dios,
la patria, otras personas y causas, igualmente es lícito sacrificar la propia vida por uno mismo.
Una de las obras más relevantes en defensa del derecho “a una muerte responsable” es
el ensayo de Hume sobre el suicidio, en el cual no solo defiende la legitimidad del mismo, sino
que la expone rebatiendo los principios por los cuales se condenaba, promovidos por la
superstición y la falsa religión”. Posteriormente, desde una perspectiva muy diferente, Paúl
Ludwig Ladsberg se opone al suicidio tomando como principio que las personas no se han de
doblegar ante las contradicciones que se les plantean, sino que han de luchar y procurar
encontrar solución. A ello añade (Ferrater, 1979, Pág. 361): “Hay que resistir a la tentación de
suicidio, porque la noción superior de la moral cristiana exhibe un heroísmo más profundo”,
“más intransigente” que el de cualquier otra moral”.
Fue Durkheim en su obra El Suicidio, quien propuso una de las primeras definiciones de
la época moderna. Ésta difiere de las concepciones anteriores en cuanto utiliza una perspectiva
que defiende el suicidio como un efecto de la estructura social, en cuanto ésta se fundamenta
en la reglamentación y / o la cohesión social excesiva o muy débil. En tal sentido afirma: “Se
llama suicidio a todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto positivo o
negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía producir este resultado”.
Esta definición expresa lo que Durkheim considera que es la conducta suicida, pero no el
suicidio como fenómeno social, que es en lo que realmente fundamenta su teoría. Así pues, no
se puede considerar esta definición más que como un punto de partida de su análisis, en vez
de una conclusión, que fundamentalmente se centra en las variables que actúan para que en
una sociedad concreta se den unas tasas específicas de suicidios de sus miembros,
específicas no tanto por el número, como por los factores desencadenantes, que resume en
tres (Durkheim, 1897, Pág. 353):
Menninger será la figura que posteriormente tratase el suicidio desde los presupuestos
de Freud, considerándolo como un homicidio a sí mismo, surgido al dirigir hacia sí, el deseo de
matar a otro y sentir él mismo el deseo de ser matado y de morir. A partir de estos autores se
ha desarrollado la teoría y concepción del suicidio a lo largo del siglo, extendiendo la
concepción del mismo a conductas que indirectamente pueden provocar la muerte, mediante
una no directa preservación de la vida. Así, desde la drogadicción hasta los excesos en las
comidas y bebidas, pasando por fumar, hacer deportes que impliquen riesgos, etc., llegan a ser
considerados suicidio (en esta línea se sitúan los conceptos de Scheitmam “suicidio Sub-
intencionado” y de Kreitmann “Para-suicidio”).
La Organización Mundial de la Salud; decidió adoptar esta interpretación en 1969,
mediante la cual se pretendía salvar la diferencia entre los conceptos de suicidio y tentativa de
suicidio, así como los análogos que habían surgido, reduciéndolos al de acto suicida, que
quedaba definido como aquel acto que un sujeto se provoca intencionadamente, daños, sea
cual sea “el grado de intención letal y de conocimiento de móvil”.
Ante esta amalgama de definiciones, el sociólogo francés Baechler afirma (1975) que en
realidad cada definición dada y conceptualización propuesta del suicidio representa a la teoría
que sobre el mismo poseen los distintos autores (por encima de la conceptualización teórica en
la que se afirmen), aportando él la suya (Sarró, Pág., 515). “Todo comportamiento que busca
y encuentra la solución de un problema existencial en el hecho de agredir la propia vida”.
Stephen Bernhardt escribe un artículo el cual tituló los pensamientos de un suicida; pero
que prefiero titularlo el suicidio entre las Ideas y la razón ya que evidentemente surge una lucha
titánica entre ambos fenómenos del pensamiento. Stephen logró representar el futuro el cual
quería vivir en el presente, debatiéndose entre la irresistible necesidad de saltar por un
precipicio y acabar de una vez con su vida; esa lucha entre las ideas y el racionalismo logró
triunfar el razonamiento sobre la idea suicida.
A continuación transcribo el artículo para ilustrar mejor sobre esas ideas suicidas y como
luchar contra ellas.
La mayor parte de los que tienen ideas suicidas están, además, deprimidos. Los dos
principales motivos por los que una persona se deprime son en primer lugar, la pérdida del
control sobre su situación viral y sus emociones y, en segundo lugar, la pérdida de toda visión
positiva del futuro (desesperación). Ante la depresión y las ideas suicidas que de ella derivan
sólo puede resultar eficaz una terapia que nos ayude a recuperar el control y la esperanza.
La depresión hace que nuestra visión del mundo circulante se estreche hasta tal punto
que llegamos a distorsionar la realidad. Nos fijamos únicamente en los aspectos negativos de
la vida, y los positivos los pasamos de largo como si no tuvieran importancia alguna o,
sencillamente, no existieran. Rechazamos por estúpidas todas las opciones que se nos ofrecen
para resolver nuestro problema, hasta que parece que no hay solución posible. Se nos echa
encima una tristeza persistente y angustiosa que, como la muerte súbita del padre o de la
madre, nos produce un dolor que dura semanas, meses e incluso años. Es como si
estuviéramos atrapados en una oscura caverna sin salida, o quizás en un túnel que empieza en
un dolor constante y llega hasta los mismísimos infiernos, sin posible salida ni hacia el cielo, ni
hacia la felicidad. Empezamos a creer que nada nos puede aliviar y que nuestro dolor no va a
acabarse nunca. Y mañana igual, o aún peor. ¡Puede que la única solución sea la muerte!
El suicidio no soluciona nada, lo único que hace es adelantar el final sin haber
encontrado la solución. No se puede decir que el suicidio sea una opción, ya que “opción”
quiere decir “posibilidad de optar o elegir”, y el suicidio nos arrebata para siempre lo uno y lo
otro. La muerte es un acontecimiento irreversible que, no sólo elimina el dolor, sino que lo
trasmite a quienes nos rodean. También trasmiten su dolor las personas que viven en la más
absoluta soledad y se quitan la vida. Se lo trasmiten a aquellos miembros de la sociedad a
quienes les importa y les preocupa. Por ejemplo... ¡a nosotros mismos!
Mucha gente tiene ideas suicidas a lo largo de la vida. Pero se trata de una idea
pasajera, después de la muerte de un ser querido, o cuando los avatares de la vida les hacen
ver una perspectiva del futuro desalentadoras. Otros, con menos suerte, pueden ser
genéticamente propensos a la depresión, padecer un desequilibrio químico, o haber pasado
muchas desgracias a lo largo de su vida: algo que, en suma, les conduce a la depresión.
Además de éstos, hay otros que “llaman a la depresión a gritos”: son los que cultivan procesos
de pensamientos cognitivo irreales y aspiran en la vida a objetivos inalcanzables. Sea cual sea
la causa de la depresión cualquier persona puede verse asaltada por intensas ideas de suicidio
cuando el futuro se muestre desesperanzador.
No hay ninguna clase o tipo específico de persona que pueda tener la seguridad de no
albergar jamás pensamientos suicidas. Los médicos, los terapeutas y los adolescentes ocupan
los primeros puestos en las estadísticas de suicidios consumados; si bien parece que en
personas con firmes convicciones religiosas es más infrecuente el intento de suicidio. Toda vez
que una persona está deprimida y con pensamientos suicidas, hay una serie de factores o
sucesos desencadenantes que pueden empujarlo aún más cerca del suicidio. El
reconocimiento de los factores y sucesos vitales desencadenantes de renovadas ansias
suicidas puede ayudar al deprimido a entender lo que le ocurre y permitirle controlar mejor sus
emociones.
Las estadísticas de suicidio son especialmente altas entre los pacientes que están
empezando una terapia. Al comenzar una terapia, los propios síntomas de la depresión nos
llevan a pensar cosas como “esto no va a funcionar” o “para que me meto en este lío si lo mío
no tiene arreglo”. Además de estos pensamientos puede ocurrir que el paciente y el terapeuta
no conecten o no “encajen”, por así decirlo (lo cual es perfectamente explicable sí se tiene en
cuenta que hasta entonces habían sido dos perfectos desconocidos). El creer que una terapia
no va a dar resultado, especialmente si no es la primera, tiene consecuencias devastadoras.
Podemos pensar que si la terapia falla, nunca nos veremos libres de este dolor, y que no tiene
ningún sentido seguir intentándolo.
Sin embargo, ¡hay un lado positivo en todo esto! Los impulsos suicidas no tienen porqué
arrojarte de nuevo al infierno de la depresión. Tampoco implican necesariamente que la terapia
haya ido mal, o que haya que volver a empezar desde el principio. Saber reconocer los
acontecimientos vitales que desencadenan estos nuevos impulsos suicidas pueden ayudar a
comprenderlos en cuanto aparecen y a tener la certeza de que es posible eliminarlos. El pánico
que produce la reaparición de los pensamientos de muerte y suicidio durará muy poco si no se
les permite adueñarse de la mente. Hay que acudir al médico, a un amigo o a algún centro de
apoyo y ayuda: el caso es hablar con alguien y contarle lo que ocurre. Lo único que necesita el
enfermo en esta fase de la enfermedad es tiempo. Sin duda alguna los pensamientos negros
desaparecerán en cosa de dos días, ¡o menos!
Cuando los impulsos suicidas se han convertido en la única respuesta condicionada ante
el estrés y los contratiempos, puede ocurrir que al encontrarse con determinadas personas o
frente a determinados acontecimientos provoque un retorno a la depresión y a las
consiguientes ideas de suicidio. Durante las vacaciones, por ejemplo las navidades, los
carnavales, la semana santa, o el día de acción de gracia (según las culturas), es normal volver
la vista atrás y recordar todas las penas de nuestra vida. El hecho de ver disfrutar a los demás
puede hacernos pensar que estamos excluidos de la alegría y que ya nunca más podremos
pasárnoslo bien. La reacción ante la alegría ajena en periodos festivos es, normalmente,
buscar un refugio donde escondernos o, sencillamente, enfadarnos. Lejos del barullo,
buscamos escondernos en un cuarto entreteniendo a un niño pequeño, o quizás nos
escabullimos de la fiesta con la excusa de tener que arreglar algo en el jardín de la casa o
donde sea; la cuestión es esconderse y que no nos vean, para así evitar conversaciones que
nos hagan recordar el dolor y la pena. Hay que evitar cosas como que la “tía Carmen” (o
cualquier otro, incluso un desconocido), se acerque solicita a preguntarnos si por fin tenemos
trabajo, o si ya se han acabado los trámites del divorcio... o cualquier otra cosa que así, de
sopetón, nos arroje de nuevo a la tristeza y el dolor de la depresión, y a pensar en el suicidio. O
a lo mejor resulta que un pariente comprensivo viene a preguntarnos con todo su cariño: “pero
hombre, ¿Qué es lo que té pasa?”; y se esfuerce en alegrarnos y sacarnos del Caparazón, y
claro, si le contestamos con un exabrupto siempre habrá alguien que diga o piense: Éste (o
ésta) siempre anda haciendo daño a los que les quieren”. Es una pena, pero vamos por ahí
contagiando a la depresión a los demás.
En nuestra vida hay auténticos enemigos (el jefe que nos agobia, el cónyuge
desconsiderado, o ese tío pesado que no deja de darnos la tabarra), que en ocasiones pueden
dar pie, de nuevo, a las ideas suicidas. Además, cuando alguien conoce a un deprimido por
primera vez, es fácil que se de cuenta de su estado o, de una u otra manera, lo adivine. A lo
mejor se trata de un proceso subconsciente mediante el cual percibe una serie de señales,
tales como la postura que adoptamos, los gestos faciales, la actitud general... que le llevan a
una reacción brusca y violenta, absolutamente inexplicable e improcedente dadas las
circunstancias del momento. Este tratamiento injusto deja al deprimido totalmente perplejo y,
seguramente pensando cosas como “que injusto es el mundo” o “menudo asco de vida”. Otros,
compasivos, sienten lastima del deprimido y, al no saber expresarla adecuadamente, se
comportan de manera inapropiada y provocan situaciones embarazosas. Y, por último, nunca
falta el que anda por ahí buscando gente con la moral baja para aprovecharse de ellos y
mostrar una superioridad que satisfaga su maltrecho ego. ¡Ánimo!, a medida que la depresión
va desapareciendo, también desaparecen las reacciones de este tipo, ¡por completo!.
Nadie ha encontrado hasta ahora una correlación estadística entre el número de suicidios
y la luna llena, por la sencilla razón de que la luna llena no causa ningún suicidio. Lo que hace
la luna llena, como los demás fenómenos naturales antes referidos, es producir un estado de
mayor ansiedad que agudiza los síntomas depresivos y que, como consecuencia, incrementa
el impulso suicida. El riesgo de que alguien se suicide, o lo intente, es mayor durante la
semana inmediatamente posterior a la luna llena, a medida que la depresión exacerbada y los
consiguientes pensamientos suicidas empiezan a cobrarse sus víctimas.
La nicotina, la cafeína, el alcohol, las drogas ilegales, el abuso obsesivo de la comida, así
como algunos medicamentos... ejercen una influencia perniciosa sobre el deprimido. Es muy
corriente creer que en cuanto se domine la adicción, terminará la depresión. Esto puede ser
cierto en algunas ocasiones, pero y si los esfuerzos por vencer la adicción son en vano.
Efectivamente, el fracaso puede hacernos empeorar e imposibilitar, no ya vencer la adicción,
sino que ni siquiera lo intentamos. Lo cierto es que la adicción y la depresión son fenómenos
distintos y perfectamente separables. Una vez dominada la depresión será más fácil intentar
controlar la adicción, sea cual sea, desde una posición de fuerza y no de debilidad depresiva.
Hay gente que, cuando las cosas vienen mal dadas y no pueden soportar más el estrés y
el dolor causado por una situación traumática, se consuelan imaginándose que están muertos.
La fantasía puede empezar con la imagen de la propia familia y amigos, alrededor de la tumba,
llorando desconsoladamente y lamentándose. La multitud de gente que acude al funeral es una
buena prueba de cuánto nos querían y admiraban. El precio ha sido alto: la propia vida; pero
por fin pueden comprender lo mal que nos ha tratado este mundo, por fin nos toman en serio y
se dan cuenta de que nuestra tremenda pena era real y no simulada. Esta fantasía puede
presentarse en otra variante: que hemos fingido suicidarnos y nuestros seres queridos están en
el hospital, alrededor de la cama, y por fin se enteran de lo insoportable que nos resultaba la
pena de vivir.
Lo más peligroso es que si uno se acostumbra a fantasear sobre la propia muerte, como
mecanismo de escapatoria ante la pena de vivir, la fantasía puede llegar a adquirir el carácter
de respuesta condicionada en períodos de crisis o de un mayor estrés. La muerte puede
convertirse en un pensamiento reconfortante, hasta tal punto que el temor a la vida llegue a
parecernos más horrible que el temor a la muerte.
La parte consciente de la mente humana es, sobre la faz de la tierra, la única entidad
capaz de abstraer el futuro y formarse un concepto del mismo. Una de las principales fuentes
de motivación en la vida humana es, precisamente, la necesidad real de formarnos una idea
positiva del futuro. Esta necesidad va más allá de nuestra propia condición de mortales, de
manera que nos permite contemplar una continuación de la vida después de la muerte. Nadie
quiere creer que la vida es el fin de todo. Los creyentes ven cumplidos sus anhelos en el Cielo,
última morada en compañía de Dios; otros creen en la reencarnación: hay quien piensa que
simplemente pasamos a otra dimensión, con lo que resuelven el problema de creer en Dios. A
otros les basta con la permanencia de su obra, o con la perpetuación genética en sus
descendientes, para tener el convencimiento real de que la muerte no acaba con todo.
De todas formas, los que no se preocupan por el más allá necesitan asimismo formarse
una idea positiva del futuro, aunque sea solo a corto plazo. Esta idea del futuro es la que nos
hace levantarnos cada mañana y enfrentarnos al nuevo día. En la adversidad y cuando nos
vemos atenazados por la rutina, sacamos fuerza de flaqueza para resistir y aguantar, pensando
que quizás más adelante las cosas vayan mejor. La anticipación del futuro es lo que
predispone al organismo para el acto sexual, es lo que nos mueve a amasar dinero y poder, a
comprar un número de lotería o fijarnos metas y aspirar una vida mejor.
El que llega a comprender lo que le está pasando ha dado un paso de gigante para
recuperar el control de su vida y sus emociones. Pero la curación definitiva es imposible
mientras dure la depresión. Lo que recomiendo encarecidamente a quienes padecen una
depresión y tienen ideas de suicidio es que busquen ayuda. Hoy en día existen una serie de
fármacos efectivos contra la depresión; por otra parte es muy necesario el tratamiento
terapéutico para comprender lo que nos ocurre y poder así vivir la vida controlando las
emociones.
En general, se puede afirmar que el resultado de la depresión sobre los sujetos que la
padecen es un deterioro de su autoimagen, reforzado por la debilitación de su rol social,
producto éste de su pérdida de eficacia, así como una concepción de la realidad como algo
ajeno a sí mismos, lo que reforzaría conjuntamente la debilitación de su existencia social. Un
factor muy importante que no se suele tener en cuenta es la diferente incidencia del suicidio y
la depresión. La morbilidad depresiva es mayor en las mujeres (de dos a uno), mientras que
por el contrario, se suicidan más hombres (dos por cada suicidio de mujer) que féminas. Esta
diferencia no suele tenerse en cuenta en las diferentes explicaciones dadas sobre la importante
diferencia de incidencia suicida.
B- LA ESQUIZOFRENIA
A partir de los estudios de Miles (1977), los esquizofrénicos se incluirían entre los grupos
importantes de riesgo suicida, especialmente si eran varones, jóvenes y solteros, y si el
trastorno se hecho crónico, según han concluido diversos estudios epidemiológicos. A pesar de
ello no se ha conseguido obtener, aparte de los datos anteriormente aportados, rasgos
específicos de prevalencia suicida dentro de la población esquizofrénica.
Se han establecidos algunos indicadores que, aunque no con toda certeza, parece que
delatan mayor peligro suicida:
a- Antecedentes de tentativas.
b- Prevalencia de sintomatología psicótica negativa.
c- Gravedad de la descompensación psíquica y las recaídas frecuentes.
d- Situaciones derivadas de la medicación, bien porque ésta sea inadecuada, bien
porque el sujeto la interrumpa o no aplique bien las prescripciones médicas.
e- Y, por último, la aparición de voces delirantes.
C- LA NEUROSIS.
La neurosis tiene unas características muy peculiares por las que actualmente, incluso
clínicamente, no es considerada como una enfermedad hablando con rigor, aunque por su
peculiar manera de desarrollarse se le trata generalmente como tal. En general, se acepta que
la neurosis genera en el sujeto un sentimiento de alarma y peligro excesivos ante ciertos
aspectos del entorno, que se caracteriza por un elevado sentimiento de ansiedad. Por lo tanto,
aún reconociendo la posibilidad de una predisposición biológica, genética o familiar, se acepta
la prevalencia de los factores sociales en su desencadenamiento (y en su corrección, no
siempre posible). Y si nos apartamos de los casos en los cuales se acepta el componente
fisiológico (crisis de angustia y agarofobia) la prevalencia social es absoluta, reconociéndose
dos formas principales de expresión de neurosis en estos casos:
D- ALCOHOLEMIA.
Por otra parte, la alcoholemia, por los defectos desinhibidores que produce en la
persona, suele acarrear el deterioro de la vida social del sujeto, en el sentido amplio de la
palabra, generalmente ya conflictiva. En función de este principio, o si se prefiere, del objetivo
que persigue el sujeto con su consumo del alcohol, Alonso Fernández reconoce tres grupos de
bebedores (Vallejo y cols., 1991):
a- El bebedor regular, que por influencia social o para evitar presiones sociales
consume habitualmente alcohol.
b- El alcoholómano, en el que el origen de la adicción reside en factores psicológicos.
c- El enfermo mental, o sujeto afecto de algunos trastornos psíquicos o de la
personalidad, que consume alcohol para paliar las presiones emocionales que
conlleva la enfermedad o trastorno.
Parece igualmente que sí se acepta que el alcohol facilita la consumación del suicidio, lo
cual es lógico por su acción desinhibidora, pero su uso se hace con conocimiento de causa;
éste formaría parte del proceso suicida. En general y en función de la tipología de Alonso
Fernández sobre la población alcohólica, si bien podemos aceptar que entre la población
suicida haya una tasa alta de sujetos alcohólicos, no creemos correcto equiparar alcoholismo a
suicidio. Posiblemente el alcoholismo pueda ser un indicativo de riesgo suicida, no por su
propia naturaleza, sino porque suele ser la expresión de una existencia conflictiva y
problemática. Así, incluso encontramos plausible que la alcoholemia pueda aparecer como un
plazo previo al suicidio en algunos sujetos.
E- ENFERMEDADES FÍSICAS.
TEORÍA DE KELLY.
Kelly parte de la idea de que todos los sujetos tienen una peculiar forma de adaptarse al
ambiente, en función de las categorías cognitivas concretas que poseen, y que sirven de
parámetros para procesar sus experiencias. Desde este “peculiar mecanismo de procesar” es
desde donde el sujeto construye e interpreta la realidad, su realidad. Aunque en este
planteamiento se da la primacía al componente mentalista propio de cada sujeto, reconoce la
interacción mente – ambiente en la conformación de su estructura cognitiva.
De esta manera, Kelly llega al concepto de validación, que significa que la expresión
valida las expectativas personales cuando se cumplen nuestras anticipaciones; o por el
contrario, niega nuestros marcos de predicción cuando no se cumplen nuestras expectativas.
En resumen, se trata de “confrontar el pensamiento con la realidad”. A partir de esta teoría,
Kelly explica el suicidio como un acto por el cual el individuo trata de validar la vida, es decir,
darle un sentido, arremetiendo con las teorías que tratan de explicar el suicidio sin tener
presente al sujeto (Kelly, 1961, Pág. 282).
“Aquel que con la muerte pretende validar la vida, y que acude a esa
solución bien porque su mundo le resulta impredecible, o bien en el caso
opuesto, porque sus anticipaciones le parecen excesivamente regulares,
obvias y carentes de interés.”
TEORÍA DE ROTTER
En resumen, Rotter defiende que para que las personas se desarrollen óptimamente y
deseen desarrollarse necesitan refuerzos vitales y un umbral mínimo de logro, determinados
por el control que sobre los sucesos de su vida tengan y la satisfacción de sus necesidades.
TEORÍA DE SELIGMAN.
La Teoría de la Indefensión muestra una especial relación del sujeto con el entorno
social, y con su propio desarrollo como ser social, relación que no lleva al sujeto a su
integración, sino todo lo contrario; provoca el paulatino desligamiento entre el sujeto y la
sociedad, e incluso entre el sujeto y su propio desarrollo como entidad individual y social, al ser
uno de sus principales efectos la apatía y la desmotivación.
TEORÍAS PSICOANALÍTICAS.
No se puede decir que Freud tratara ampliamente el suicidio, encontrándose sólo ciertas
referencias a él en su Sicopatología de la vida cotidiana algunas historias clínicas, y
especialmente en Duelo y melancolía y Más allá del principio del placer. Esta perspectiva del
suicidio tiene su origen en la teoría de los instintos (Futterman, 1961) elaborada pro Freud, y
más concretamente en el instinto de muerte (Thanatos), opuesto al de la vida (Eros) (Faberow,
1961, Pág. 323).
Ha sido Menninger el discípulo de Freud que más fielmente ha desarrollado una teoría
del suicidio siguiendo sus presupuestos, desarrollada en el libro El Hombre contra sí mismo
(1938). Para Menninger las causas del suicidio responden a impulsos internos principalmente,
siendo los factores externos refuerzos y justificaciones que el sujeto inconscientemente se crea
congruentes con los primeros. En función de este planteamiento, Menninger establece la
existencia de tres elementos en la conducta suicida: “el deseo de matar, el deseo de ser
matado, y el deseo de morir” (Menninger, 1938).
En los últimos años algunos sectores sociales están aceptando cada vez más
ampliamente lo que podríamos denominar con el término inquietante de cultura de la muerte.
Se trata de un frente aguerrido no goza de bastante eco en los medios de comunicación. No es
que su postura esté refrendada por sólidos razonamientos, pero sus argumentos moldean
fácilmente la opinión pública porque se basan en el sentimiento, en la emotividad, en el
utilitarismo práctico, valores hoy en alza en la cotización social. Si en la civilización
grecorromana predominaba la cultura de la razón y en la civilización cristiana la cultura del
amor y de la vida, en la sociedad postmoderna, está haciendo brecha la cultura de la utilidad,
del miedo como diría Camus y del egoísmo mortífero. Sin embargo pudiera parecer como
sumario e injusto este juicio, principalmente teniendo en cuenta que es un trivial considerar la
barbarie como patrimonio de siglos pasados. Es difícil encontrar en la historia de la humanidad
ideologías más mortíferas que las que se han desarrollada en los dos últimos siglos. Del
jacobinismo al nazismo pasando por las diversas radicalizaciones del marxismo – leninismo.
Los intentos del genocidio judío o armenio no tienen paragón en siglos precedentes. Las
matanzas provocadas por Lenin, Hitler, Stalin, los jemeres rojos, son record difíciles de batir. Y
el fenómeno de los “boat – People” no se refiere a los colonizadores de América de hace cinco
siglos, sino a los cienos de miles de prófugos que a partir de 1975 se vieron obligados a
abandonar su patria por la amenaza de un régimen que sacrificaba los derechos humanos en
el altar del igualitarismo colectivista.
Las actitudes del paciente ante la muerte adquieren en determinadas situaciones gran
complejidad. El Dr. Kubler – Ross, de la Universidad de Chicago, ha conducido numerosos
seminarios interdisciplinarios sobre la muerte, con participación de médicos, personal auxiliar y
teólogos, invitando a pacientes incurables a exponer libremente sus temores y ansiedades. Se
ha dado amplia difusión de las reacciones de los enfermos moribundos ante el conocimiento de
la verdad, reducidas esquemáticamente a cinco etapas: de negación o rechazo, de
resentimiento, de Trato o canje, de depresión y de aceptación.
Todos los pacientes no adoptan el modelo descrito, la mayoría muestran los elementos
correspondientes a dos o tres fases simultáneamente, y no siempre ocurren en el mismo orden.
Sin embargo, es importante reconocer que cuando un paciente ha alcanzado un genuino,
verdadero estado de aceptación y comienza una regresión a etapas previas, se debe a que no
le hemos permitido progresar en forma adecuada, utilizando procedimientos innecesarios de
prolongación de la vida para el paciente ya no importa, en tal caso cuando la actitud de los
familiares es torpe y el paciente se siente culpable por los inconvenientes que acarrea. En la
última etapa la regresión es un signo irrefutable de manejo incorrecto del paciente, sólo que
ello no es valedero para las otras etapas.
Eutanasia Activa y Eutanasia Pasiva. Estas partículas griegas eu, (bien) y tanatos
(muerte), dieron origen a la palabra Eutanasia. Históricamente la definición pareciera
corresponder a un solo concepto: “permitir una muerte fácil, promoviendo la misma por razones
de misericordia”. Fácil el enunciado. Compleja la interpretación que pueda atribuirse a estos
términos.
De acuerdo con Kurt Baier: “Una persona no violaría su “derecho a vivir” si, para combatir
un dolor intolerable, utiliza una dosis elevada de morfina, a sabiendas que le producirá la
muerte. Sin descartar el principio del “deber de vivir” un paciente Terminal puede utilizar
determinados medicamentos a sabiendas que le producirán la muerte y en igual forma rehusar
tratamientos que le mantendrán con vida, siempre que pueda justificar tal comportamiento”. La
formulación de Baier se presta a interpretaciones equívocas. Por ello la Iglesia Católica ha
contribuido a clarificar esta situación a través de la aplicación del “Principio del Doble Efecto”.
Para Joseph Fletcher, quien durante largos años ha sido el gran defensor de la eutanasia
activa, el razonamiento ético implica determinar lo correcto e incorrecto de una acción
estimando sus posibles consecuencias. Y, en último análisis, la única forma de justificar un
medio es, precisamente, en términos del fin pretendido. Ya que el fin buscado en ambas
formas de eutanasia es el mismo, desprenderse de una vida no deseada cualquiera de las dos
formas, dependiendo de la situación, puede ser la correctamente adoptada.
La tesis de que los médicos no son omniscientes y algunos pacientes con diagnósticos
de “irrecuperables” se salvan y la aplicación en los mismos de la eutanasia activa hubiera
resultado en una muerte innecesaria responden: la misma objeción pueden plantearse en el
caso de la eutanasia pasiva; ¿quién garantiza que la persistencia de las medidas
extraordinarias no pueden dar tiempo a la “curación milagrosa”?
Artículo 29.
Artículo 32.
“La certificación de la muerte del donante para los fines del Transplante de
órganos, exigirá que los criterios prevalecientes en la profesión médica
muestren que aquel ha sufrido un daño irreversible de las funciones
cerebrales”
Artículo 77.
“El moribundo tiene derecho a exigir se le permita morir sin las miserias
adicionales derivadas de la torpe decisión de aplicar en forma
indiscriminada las medidas extraordinarias de mantenimiento artificial de la
vida. Debe respetarse la decisión expresa del enfermo de no desear le sean
aplicadas medidas de reanimación. El desatender este deseo puede
considerarse como una violación a los derechos del enfermo de morir en
paz”
Artículo 81.
Artículo 80.
La eutanasia, solamente es legal en 5 países, entre los que permiten esta práctica a
mediados del 2015; han sido Canadá, y Colombia. En el área del derecho la muerte digna,
como referencia sigue estando en Europa específicamente en Holanda que fue el primer país
del mundo que legalizó la Eutanasia, en el año 2002, pocos meses antes de que lo hiciera
Bélgica. Es importante señalar que Luxemburgo la incorporó en su legislación en el 2009.
Haciendo honor al tema debo señalar que el suicidio asistido está permitido en Suiza y cinco
lugares de Estados Unidos: Oregón, Washington, Montana, Vermont y California.