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3-Ruin and Rising
3-Ruin and Rising
The Grisha #3
Leigh Bardugo
Leigh Bardugo Dark Guardians
Corporalki
(La Orden de los Vivos y Muertos)
Cardios
Sanadores
Etherealki
(La Orden de los Invocadores)
Impulsores
Infernos
Mareomotores
Materialnik
(La Orden de los Fabricadores)
Durasts
Alquimios
Leigh Bardugo Dark Guardians
El nombre del monstruo era Izumrud, el gran gusano, y estaban aquellos que
afirmaba que él había hecho los túneles que recorrían Ravka. Hambriento,
devoró cieno y gravilla y excavó cada vez más profundo en la tierra buscando
algo que saciara su apetito, hasta que fue muy lejos y se perdió en la
oscuridad.
Era solo una historia, pero en la Catedral Blanca, la gente tenía cuidado de
no desviarse mucho de los pasajes que circundaban las cavernas principales.
Por los sombríos laberintos de túneles resonaban extraños sonidos, crujidos e
inexplicables estruendos; unos silbidos bajos interrumpían burbujas frías de
silencio, silbidos que podrían ser nada o podrían corresponder al sinuoso
movimiento de un cuerpo largo, serpenteando por un pasadizo cercano en
busca de presas.
En aquellos momentos, era fácil creer que Izumrud seguía con vida en
alguna parte, esperando a despertar a la llamada de los héroes, soñando con
la fina carne que comería si tan solo un niño desafortunado vagara hasta
entrar a su boca. Una bestia como esa descansa, no muere.
El muchacho le contó ese cuento a la muchacha, y también otros. Todas
eran historias nuevas que había podido recolectar en los primeros días,
cuando le permitían estar cerca de ella. Se sentaba junto a su cama, intentando
hacer que comiera, escuchaba el doloroso silbido de sus pulmones al respirar
y le contaba la historia de un río, al que un poderoso Mareomotor domesticó
y entrenó para que se sumergiera entre los estratos de roca en busca de una
moneda mágica. Le susurraba del pobre y maldecido Pelyekin, que trabajó
por miles de años con su pico mágico para dejar cavernas y pasajes a su estela;
una criatura solitaria que solo buscaba distracción, acumulando oro y joyas
que no pretendía gastar.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
La Santa despertaba todos los días con el sonido de su nombre en cánticos,
y cada día su ejército crecía, sus filas se desbordaban de hambrientos y
desesperanzados, de soldados heridos y niños apenas lo bastante grandes
para cargar rifles.
El sacerdote les decía a los fieles que algún día ella sería reina, y ellos le
creían. Pero todos se preguntaban por su corte amoratada y misteriosa: la
Invocadora de cabello negro como el ala de un cuervo y lengua mordaz, la
Arruinada con su chal de plegarias y sus horribles cicatrices, el erudito pálido
que se acurrucaba con sus libros y extraños instrumentos. Estos eran los
lamentables remanentes del Segundo Ejército, compañía inapropiada para
una Santa.
Pocos sabían que ella estaba rota. Cual fuera el poder que la había
bendecido, divino o de otra fuente, ya no estaba… O al menos estaba fuera de
su alcance. Sus seguidores se mantenían a distancia, por lo que no podían ver
que sus ojos eran huecos oscuros, que su respiración salía en temerosos jadeos.
Caminaba con lentitud, insegura, con huesos frágiles como maderas flotantes
en su cuerpo, esta muchacha enfermiza sobre quién sus esperanzas
descansaban.
En la superficie, un nuevo rey gobernaba con su ejército de sombras, y
exigía que su Invocadora del Sol regresara. Ofrecía amenazas y recompensas,
Leigh Bardugo Dark Guardians
última palabra, retrajo los labios para mostrar las encías, que eran negras
como las de un lobo.
Nuevamente, la furia me atravesó. Desde el primer día en la Catedral
Blanca, las amenazas colgaban claras en el aire, y me sofocaban con la
continua presión del miedo. El Apparat nunca perdía la oportunidad de
recordarme lo vulnerable que era. Casi sin pensarlo, curvé los dedos dentro
de las mangas, y las sombras saltaron de las paredes de la cámara.
El Apparat se echó hacia atrás en su silla. Lo miré frunciendo el ceño,
fungiendo confusión.
―¿Qué sucede? ―le pregunté.
Él se aclaró la garganta, y miró alrededor.
―Es… Nada, no pasa nada ―tartamudeó.
Dejé que cayeran las sombras. Su reacción hizo que valiera la pena el mareo
que me asaltaba cuando usaba este truco, pues solo era eso, un truco. Podía
hacer que las sombras saltaran y bailaran, nada más. Era un triste eco del
poder del Darkling, un remanente de la confrontación que casi nos mató a
ambos. Lo había descubierto en mis intentos por invocar luz, y había luchado
por perfeccionarlo en algo más grande, algo con lo que pudiera luchar. No
había tenido éxito. Las sombras parecían un castigo, fantasma del gran poder
que solo servía para mofarse de mí, la Santa de las farsas y los espejos.
El Apparat se puso de pie para intentar recobrar la compostura.
―Irá a los archivos ―dijo con decisión―. Un tiempo en estudio y
contemplación la ayudarán a calmar la mente.
Contuve un gruñido. De verdad era un castigo: pasar horas leyendo
detenidamente antiguos textos religiosos en busca de información de
Morozova, sin resultado. Sin mencionar que los archivos eran húmedos,
miserables e infestados con Guardias Sacerdotales.
―Yo la acompañaré ―añadió.
Aún mejor.
―¿Y la Caldera? ―pregunté, intentando ocultar la desesperación en mi
voz.
Leigh Bardugo Dark Guardians
salud, pero él temía que entraran en pánico si descubrían lo frágil que estaba,
cuán humana era.
Los Soldat Sol ya habían comenzado su entrenamiento para cuando
llegamos. Eran los soldados benditos del Apparat, soldados del sol que
llevaban mi símbolo tatuado en brazos y rostros. La mayoría eran desertores
del Primer Ejército, aunque otros simplemente eran jóvenes fieros dispuestos
a morir. Habían ayudado a rescatarme del Pequeño Palacio, y las bajas habían
sido brutales. Benditos o no, no estaban a la altura de los nichevo’ya del
Darkling. Aun así, el Darkling también tenía soldados humanos y Grisha a su
servicio, así que los Soldat Sol entrenaban.
Pero ahora lo hacían sin armas, con espadas sin filo y rifles cargados con
perdigones de cera. Los Soldat Sol eran un tipo diferente de peregrinos,
atraídos al culto de la Santa del Sol por la promesa de cambio; muchos de ellos
eran jóvenes y tenían sentimientos encontrados sobre el Apparat y las
costumbres anticuadas de la iglesia. Desde mi llegada bajo tierra, el Apparat
los había mantenido controlados. Los necesitaba, pero no confiaba
completamente en ellos. Conocía la sensación.
Los Guardias Sacerdotales se encontraban en fila contra las paredes,
vigilando los ejercicios. Sus balas eran reales; también lo eran los filos de sus
sables.
Cuando entramos al área de entrenamiento, vi que un grupo se había
reunido para observar a Mal entrenando con Stigg, uno de los dos Inferno
sobrevivientes. Era de cuello grueso, rubio y sin una pizca de sentido del
humor… fjerdano hasta el fondo.
Mal esquivó un arco de fuego, pero la segunda llamarada le dio en la
camisa. Los observadores jadearon. Pensé que iba a retroceder, pero en
cambio, atacó. Rodó por el suelo para extinguir las llamas y le dio un golpe a
Stigg que lo hizo caer. En un parpadeo, tenía al Inferno de cara contra el suelo,
sujetándole las muñecas para evitar otro ataque.
Los soldados del sol que observaban aplaudieron y silbaron apreciativos.
Zoya se lanzó el brillante cabello negro por sobre un hombro.
―Bien hecho, Stigg. Estás atado y listo para lanzarte al horno.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Los soldados restantes tendrían que esperar por un turno para luchar;
simplemente había muy pocos Grisha. Genya y David se mantenían alejados
y, de todas formas, no servían mucho para el combate. Maxim era un Sanador
y prefería practicar su oficio en la enfermería, aunque pocos del rebaño del
Apparat confiaban lo bastante en un Grisha para tomar ventaja de sus
servicios. Sergei era un Cardio poderoso, pero me habían dicho que era
demasiado inestable para considerarlo seguro alrededor de los estudiantes.
Sergei había estado en el centro de la batalla con los monstruos del Darkling.
Habíamos perdido al otro Cardio ante los nichevo’ya en algún lugar entre el
Pequeño Palacio y la capilla.
«Por tu culpa ―dijo una voz en mi cabeza―. Porque tú les fallaste».
Me vi arrastrada de mis sombríos pensamientos por la voz del Apparat.
―El muchacho se pasa de la raya.
Seguí su mirada hacia donde Mal se movía entre los soldados, hablándole
a uno o corrigiendo a otro.
―Los está ayudando a entrenar ―le dije.
―Está dando órdenes. Oretsev ―lo llamó el sacerdote, y le hizo un gesto
para que se acercara. Me tensé mientras veía a Mal aproximándose. Apenas
lo había visto desde que le habían prohibido acercarse a mi recámara. Aparte
de mis interacciones cuidadosamente racionadas con Genya, el Apparat me
había mantenido aislada de aliados potenciales.
Mal lucía diferente. Llevaba las ropas de campesino que le habían servido
de uniforme en el Pequeño Palacio, pero estaba más esbelto y más pálido por
el tiempo pasado bajo tierra: la delgada cicatriz de su mandíbula sobresalía
en contraste.
Se detuvo frente a nosotros e hizo una reverencia. Era lo más cerca que
habíamos estado el uno del otro en meses.
―Tú no eres el capitán aquí ―le dijo el Apparat―. Tolya y Tamar tienen
un rango mayor al tuyo.
Mal asintió.
―Así es.
―Entonces, ¿por qué lideras tú los entrenamientos?
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No estaba liderando nada ―contestó―. Tengo algo que enseñar y ellos
tienen algo que aprender.
«Bastante cierto» pensé con amargura. Mal se había vuelto muy bueno
luchando con Grisha. Lo recordé amoratado y sangrando, de pie sobre un
Impulsor en los establos del Pequeño Palacio, con una mirada de desafío y
desprecio en los ojos. Otro recuerdo sin el que podría vivir.
―¿Por qué esos reclutas no han sido marcados? ―preguntó el Apparat,
gesticulando hacia un grupo que entrenaba con espadas de madera cerca de
una pared. Ninguno de ellos podría haber tenido más de doce años.
―Porque son niños ―replicó Mal con hielo en la voz.
―Es su elección, ¿les negarías la oportunidad de demostrar fidelidad hacia
nuestra causa?
―Les negaría el arrepentimiento.
―Nadie tiene ese poder.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Mal.
―Si perdemos, esos tatuajes los marcarán como soldados del sol. Bien
podrían firmar ahora mismo para enfrentar al pelotón de fusilamiento.
―¿Es por eso que tus propias facciones no llevan marca? ¿Porque tienes
tan poca fe en nuestra victoria?
Mal me miró y luego regresó la vista al Apparat.
―Reservo mi fe para los Santos ―replicó sin entonación―. No para
hombres que envían a niños a luchar.
El sacerdote entrecerró los ojos.
―Mal tiene razón ―intercedí―. Deje que continúen sin marcar.
El Apparat me escudriñó con esa oscura mirada plana.
―Por favor ―le pedí con suavidad―. Como amabilidad hacia mí.
Sabía lo mucho que le gustaba esa voz suave, cálida y arrulladora.
―Qué corazón tan sensible ―dijo, chasqueando la lengua, pero sabía que
estaba complacido. Aunque había hablado en contra de sus deseos, esta era la
Santa que quería que fuera, una madre amorosa, un consuelo para su gente.
Me clavé las uñas en la palma de la mano.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Suspiré.
―La próxima vez que tenga algo que decir, haré que me escriba una carta.
El Apparat frunció los labios.
―Hoy está inquieta. Creo que una hora extra en la soledad de los archivos
le hará bien.
Me lo dijo con tono de reprimenda, como si yo fuera una niña de mal
humor que no obedeció la hora de dormir. Pensé en la promesa de la Caldera
y me obligué a sonreír.
―Estoy segura de que tiene razón.
«Distraer, desamar, inhabilitar».
Cuando giramos en el pasaje que nos llevaría a los archivos, miré por sobre
mi hombro.
Zoya había lanzado a un soldado de espalda y lo estaba girando como a
una tortuga, mientras hacía círculos lentos con una mano en el aire. Ruby
estaba hablando con Mal con una amplia sonrisa en el rostro y una expresión
ávida, pero Mal me estaba observando a mí. En la luz fantasmal de la cueva,
sus ojos eran de un azul profundo y estable, el color al centro de una llama.
Me di la vuelta y seguí al Apparat, apresurando los pasos e intentando
mitigar el silbido de mis pulmones. Pensé en la sonrisa de Ruby y en su trenza
chamuscada. Una chica agradable, una chica normal; eso era lo que Mal
necesitaba. Si ya no había comenzado algo con alguien nueva, tarde o
temprano lo haría. Y, algún día, yo sería una persona lo bastante buena para
desearle lo mejor. Simplemente no hoy día.
***
Encontramos a David de camino a los archivos. Como siempre, era un
desastre, tenía el cabello despeinado y las mangas manchadas de tinta.
Llevaba un vaso de té caliente en una mano y una tostada guardada en el
bolsillo. Posó la mirada en el Apparat y en los Guardias Sacerdotales.
―¿Más bálsamo? ―preguntó.
El Apparat crispó un poco los labios. El bálsamo era el brebaje que David
le preparaba a Genya. Junto a los propios esfuerzos de Genya, el ungüento le
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había ayudado a desvanecer lo peor de las cicatrices, pero las heridas de los
nichevo’ya nunca sanaban por completo.
―Sankta Alina ha venido a pesar la mañana en estudio ―declaró el
Apparat con gran solemnidad.
David hizo un movimiento algo parecido a un encogimiento de hombros
cuando atravesó la puerta.
―¿Pero vas a la Caldera más tarde?
―Enviaré guardias para que la escolten en dos horas ―dijo el Apparat―.
Genya Safin la estará esperando. ―Sus ojos estudiaron mi rostro
demacrado―. Que le preste mayor atención a su trabajo.
Hizo una profunda reverencia y desapareció por el túnel. Miré alrededor
de la habitación y dejé salir un suspiro largo y alicaído. Los archivos debería
haber sido el tipo de lugar que amaba, lleno del aroma de la tinta en el papel
y el suave crujir de las plumas. Pero esta era la guarida de los Guardias
Sacerdotales, un laberinto de arcos y columnas talladas de roca blanca apenas
iluminado. Lo más cerca de enfadado que había visto a David, fue la primera
vez que posó la vista en esos pequeños nichos abovedados, algunos
derrumbados, todos llenos con libros antiguos y manuscritos de páginas
negras por los hongos, y los lomos hinchados por la humedad. Las cuevas
eran tan húmedas que se habían filtrado charcos por el suelo.
―No pueden… no pueden dejar los diarios de Morozova aquí
―prácticamente había gritado―. Es un pantano.
Ahora David pasaba sus días y la mayoría de sus noches en los archivos,
estudiando los escritos de Morozova, garabateando teorías y bocetos en un
cuaderno. Al igual que la mayoría de los Grisha, él creía que los diarios de
Morozova habían sido destruidos después de la creación del Abismo. Pero el
Darkling nunca hubiera permitido que ese conocimiento fuera destruido.
Había ocultado los diarios, y aunque yo nunca había podido obtener una
respuesta concreta del Apparat, sospechaba que de alguna forma el sacerdote
los había descubierto en el Pequeño Palacio y luego los había robado cuando
el Darkling se había visto obligado a huir de Ravka.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Genya me estaba esperando en la Caldera, la cueva vasta y casi
perfectamente redondeada que proveía de comida a todos en la Catedral
Blanca. Sus paredes curvas estaban tachonadas con hogares de piedra,
recordatorios del pasado antiguo de Ravka del que personal de la cocina le
gustaba quejarse porque no eran tan convenientes como los fogones y los
hornos de baldosas de la superficie. Los enormes asadores se habían hecho
para trozos grandes de carne, pero los cocineros rara vez tenían acceso a carne
fresca. Así que en cambio servían cerdo salado, guisos de raíces de vegetales,
y un extraño pan hecho de harina gris basta que sabía vagamente a cerezas.
Los cocineros casi se habían acostumbrado a Genya, o al menos ya no se
encogían y comenzaban a rezar cuando la veían. La encontré calentándose
junto a horno en la pared más alejada de la Caldera, en el que se había
convertido nuestro lugar; los cocineros nos dejaban una ollita de gachas o
sopa todos los días. Mientras me aproximaba con mi escolta armada, Genya
dejó caer su chal y los guardias que me flanqueaban se detuvieron en seco.
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Genya puso en blanco el ojo que le quedaba y soltó un siseo como de gato.
Ellos se quedaron atrás, merodeando cerca de la entrada.
―¿Demasiado? ―preguntó.
―Lo justo ―contesté, maravillada ante los cambios en ella. Si podía reírse
por como esos zoquetes reaccionaban ante ella, entonces era una buena señal.
Aunque el bálsamo que David había creado para sus cicatrices había
ayudado, estaba segura de que gran parte del crédito pertenecía a Tamar.
Durante semanas luego de haber llegado a la Catedral Blanca, Genya se
había negado a dejar su recámara. Simplemente permanecía allí, en la
oscuridad, reticente a moverse. Bajo la supervisión de los guardias, yo había
hablado con ella, la había engatusado, y había intentado hacerla reír. Nada
había funcionado. Al final, había sido Tamar la que la traído al «aire libre»,
exigiéndole que al menos aprendiera a defenderse.
―¿Por qué te importa? ―le había murmullado Genya, tapándose con las
mantas.
―No me importa, pero si no puedes luchar, eres una carga.
―No me importa si salgo herida.
―A mí sí ―protesté.
―Alina tiene que cuidarse las espaldas ―dijo Tamar―. No puede estarte
cuidando.
―Nunca le pedí que lo hiciera.
―¿No sería agradable si solo obtuviéramos lo que pedimos? ―preguntó
Tamar. Luego la había pinchado, picado y en general la había acosado, hasta
que Genya había salido de la cama y había accedido a una sola clase de
combate (en privado, lejos de los demás, solo con Guardias Sacerdotales como
audiencia).
―Voy a aplastarla ―me dijo Genya refunfuñando. Mi escepticismo debe
haber sido evidente, porque se había quitado de un soplido un rizo rojo de su
frente cicatrizada y me había dicho―: Bien, entonces esperaré a que se quede
dormida y le haré una nariz de cerdo.
Pero fue a esa clase y a la siguiente, y por lo que yo sabía, Tamar no había
despertado con una nariz de cerdo ni con los párpados sellados.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Di un pequeño paso atrás; sabía que el Apparat lo leería como una señal
de debilidad.
―¿Sabe por qué vengo aquí, sacerdote?
Él hizo un gesto despectivo, haciendo notar su impaciencia.
―Le recuerda a casa.
Mis ojos se encontraron con los de Mal brevemente.
―Ya debería saber a estas alturas ―le dije―, que una huérfana no tiene
hogar.
Retorcí los dedos dentro de las mangas, y las sombras se alzaron por los
muros de la Caldera. No era una gran distracción, pero fue suficiente. Los
Guardias Sacerdotales se sorprendieron y apuntaron con los rifles a diestra y
siniestra, mientras sus cautivos Grisha retrocedían en shock. Mal no vaciló.
―¡Ahora! ―gritó. Se lanzó hacia adelante y le arrancó de las manos la
pólvora al Apparat. Tolya extendió los puños y dos de los Guardias
Sacerdotales se desmoronaron, sujetándose el pecho. Nadia y Zoya alzaron
las manos, y Tamar giró para cortarle con sus hachas las ataduras. Ambas
Impulsoras levantaron los brazos y el viento se precipitó en la habitación,
levantando serrín del suelo.
―¡Sujétenlos! ―gritó el Apparat, y los guardias se lanzaron a la acción.
Mal lanzó la bolsita de pólvora al aire, y Nadia y Zoya la lanzaron más alto,
hasta el cañón principal.
Mal se lanzó contra uno de los guardias. La costilla rota debía haber sido
una actuación, porque ya no había nada tentativo en sus movimientos: un
puñetazo aquí, un codazo allá, y el Guardia Sacerdotal cayó derribado. Mal
tomó su pistola y apuntó hacia arriba, hacia la oscuridad del cañón.
¿Este era el plan? Nadie podía acertarle a eso.
Otro guardia se lanzó contra Mal, pero él pivoteó para alejarse de su agarre
y disparó.
Por un momento hubo silencio como si el tiempo se hubiera suspendido,
pero entonces muy por encima de nosotros, lo oí: una explosión ahogada.
Entonces un sonido estruendoso se precipitó hacia nosotros, y una nube de
hollín y escombros cayó desde lo alto del cañón.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Los Guardias Sacerdotales alzaron las manos y cerraron los ojos con fuerza
ante el brillo.
Con la luz llegó el alivio, una sensación de estar sana y completa por
primera vez en meses. Una parte de mí de verdad había temido que nunca me
recobraría por completo, que al haber utilizado merzost en mi lucha con el
Darkling, que al haberme atrevido a crear soldados de sombra e inmiscuirme
con la creación en el corazón del mundo, de alguna forma había renunciado a
este don. Pero ahora era como si pudiera sentir mi cuerpo volviendo a la vida,
a mis células reviviendo. El poder surcaba en mis venas y reverberaba en mis
huesos.
El Apparat se recuperó rápidamente.
―¡Sálvenla! ―bramó―. ¡Sálvenla de los traidores!
Algunos guardias parecían confundidos, otros asustados, pero dos
avanzaron para cumplir sus órdenes, con los sables alzados para atacar a
Nadia y a Zoya.
Centré mi poder en una guadaña resplandeciente y sentí la fuerza del
Corte en mis manos. Luego Mal se lanzó frente a mí y apenas tuve tiempo de
replegarlo. La sacudida del poder sin utilizar reculó en mi interior e hizo que
el corazón me palpitara de forma irregular.
Mal se había apoderado de una espada, y su filo centelleó cuando atravesó
a un guardia y luego al otro; los derribó como árboles.
Dos más avanzaron, pero Tolya y Tamar estaban ahí para detenerlos.
David corrió junto a Genya. Nadia y Zoya lanzaron a otro guardia en el aire.
Por el rabillo del ojo vi a Guardias Sacerdotales alzando sus rifles para abrir
fuego, y la furia me atravesó, pero luché por controlarla.
«Ya no más ―me dije―. No más muertes por hoy».
Lancé el Corte en un arco feroz; se estrelló contra una mesa larga y partió
la tierra delante de los Guardias Sacerdotales. En el suelo de la cocina quedó
una zanja oscura y amplia, no había forma de saber lo profunda que era.
En la cara del Apparat estaba registrado el terror, terror y lo que podría
haber sido asombro. Los guardias cayeron de rodillas y, un momento
después, el sacerdote los siguió. Algunos lloraban y pronunciaban plegarias.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Mis soldados llevan mi marca ―le dije, refiriéndome a los tatuajes de los
Soldat Sol―. Hasta hoy te has alejado de ellos, te has enterrado en libros y
plegarias en vez de escuchar a la gente. ¿Llevarás mi marca ahora?
―Sí ―contestó ferviente.
―¿Me jurarás lealtad a mí y solo a mí?
―¡Con mucho gusto! ―exclamó―. ¡Sol Koroleva!
Reina Sol. El estómago me dio un vuelco. Parte de mí odiaba lo que estaba
a punto de hacer. «¿No puedo simplemente hacerlo firmar algo? ¿Que haga
un juramento de sangre? ¿Qué me haga una promesa muy firme?», pero debía
ser más fuerte que eso.
Este muchacho y sus compañeros se habían alzado en armas contra mí, no
podía permitir que sucediera otra vez, y este era el lenguaje de los Santos y el
sufrimiento, el lenguaje que ellos comprendían.
―Ábrete la camisa ―le ordené. Ahora no era una madre amorosa, sino un
tipo diferente de Santa, una guerrera blandiendo fuego santo.
Se desabotonó con torpeza, pero no dudó. Separó la tela y desnudó la piel
del pecho. Estaba cansada, seguía débil; debía concentrarme. Quería enfatizar
un punto, no matarlo.
Sentí la luz en mi mano. Presioné la palma contra la piel suave sobre su
corazón y dejé que el poder pulsara. Vladim se encogió de dolor cuando lo
tocó y le quemó la piel, pero no gritó. Tenía los ojos muy abiertos y sin
parpadear, y una expresión extasiada. Cuando quité la mano, la huella de mi
palma permaneció, la marca palpitaba de un rojo furioso en su pecho.
«No está mal para ser la primera vez que mutilas a un hombre», pensé
sombría.
Dejé que el poder se desvaneciera, agradecida de haber terminado.
―Ya está hecho.
Vladim se miró el pecho, y en su rostro se formó una sonrisa beatífica.
«Tiene hoyuelos ―noté con un sobresalto―. Hoyuelos y una cicatriz
horrorosa que llevará por el resto de su vida.
―Gracias, Sol Koroleva.
―Levántate ―le ordené.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Todos ustedes son testigos de estos decretos. ―Luego me giré hacia uno
de los guardias―. Dame tu arma.
Me la entregó sin detenerse a pensarlo. Con algo de satisfacción, vi que el
Apparat abría mucho los ojos con consternación, pero simplemente le pasé el
arma a Genya, luego exigí un sable para David, aunque sabía que no sería
muy bueno con él. Zoya y Nadia estaban listas para invocar, y Mal y los
gemelos ya estaban armados.
―Arriba ―le dije al Apparat―. Que haya paz. Hemos presenciado
milagros este día.
Se puso de pie y cuando lo abracé, le susurré al oído.
―Le dará su bendición a nuestra misión, y seguirá las órdenes que le he
dado. O lo cortaré a la mitad y lanzaré los trozos al Abismo, ¿entendido?
Él tragó saliva y asintió.
Necesitaba tiempo para pensar, pero no contaba con tiempo. Teníamos que
abrir esas puertas y ofrecerle a la gente una explicación por los guardias
caídos y la explosión.
―Atiendan a sus muertos ―le dije a uno de los Guardias Sacerdotales―.
Los cargaremos entre nosotros. ¿Tienen… tienen familia?
―Nosotros somos su familia ―contestó Vladim.
Me dirigí a los otros.
―Reúnan a los fieles de la Catedral Blanca y llévenlos a la cueva principal.
Les hablaré en una hora. Vladim, una vez que salgamos de la Caldera, libera
a los otros Grisha y llévalos a mi recámara.
Él se tocó la marca del pecho como en una especie de saludo.
―Sankta Alina.
Miré el rostro amoratado de Mal.
―Genya, límpialo. Nadia…
―Estoy en eso ―dijo Tamar, ya limpiándole la sangre del labio a Nadia
con una toalla que había hundido en una olla llena de agua caliente―. Lo
siento por esto ―la oí decir.
Nadia sonrió.
―Tenía que parecer real. Además, te la devolveré.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Cuando las puertas se abrieron de golpe, extendí las manos para que la luz se
derramara por el pasillo. Las personas alineadas en el túnel gritaron, los que
aún no estaban arrodillados lo hicieron, y oí un cántico de oraciones en torno
a mí.
―Hable ―le murmuré al Apparat mientras bañaba a los suplicantes en
radiante luz solar―. Y hágalo bien.
―Nos hemos enfrentado a una gran prueba el día de hoy ―declaró
apresuradamente―, y nuestra Santa ha emergido más fuerte que antes. La
oscuridad llegó a este lugar sagrado…
―¡Yo la vi! ―gritó uno de los Guardias Sacerdotales―. Unas sombras
escalaron la pared…
―En cuanto a eso… ―murmuró Mal.
―Luego.
―Pero fue vencida ―continuó el Apparat―, como siempre será vencida:
¡por la fe!
Di un paso al frente.
―Y por el poder.
Una vez más, dejé que la luz cruzara el pasillo en una cascada cegadora.
La mayoría de estas personas nunca había visto la verdadera magnitud de mi
poder. Alguien lloraba, y oí mi nombre enterrado en los gritos de «¡Sankta!
¡Sankta!»
Mientras dirigía al Apparat y a los Guardias Sacerdotes por la Catedral
Blanca, mi mente estaba ocupada buscando opciones. Vladim iba delante de
nosotros, cumpliendo mis órdenes.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Le ruego que preste atención a mis palabras. Lo único que he hecho es
servirle fielmente.
―¿Igual que sirvió al Rey? ¿Igual que sirvió al Darkling?
―Yo soy la voz del pueblo. Ellos no eligieron a los reyes Lantsov o al
Darkling. Ellos la eligieron como su Santa, y la amarán como su Reina.
Incluso el sonido de esas palabras me agotó.
Miré por encima del hombro hacia donde Mal y Tolya esperaban a una
distancia respetuosa.
―¿Usted lo cree? ―le pregunté al sacerdote. La pregunta me había
atormentado desde que había oído por primera vez que estaba formando este
culto―. ¿De verdad crees que soy una Santa?
―Lo que creo no importa ―respondió―. Eso es lo que nunca ha
entendido. ¿Sabe que han comenzado a construir altares en honor a usted en
Fjerda? En Fjerda, donde queman Grisha en la hoguera. Hay una línea muy
fina entre el temor y la veneración, Alina Starkov; puedo mover esa línea, ese
es el premio que le ofrezco.
―No lo quiero.
―Pero lo tendrá. Los hombres luchan por Ravka porque el rey lo manda,
porque su sueldo mantiene a sus familias y evita que mueran de hambre,
porque no tienen otra opción. Pero luchan por usted porque para ellos es la
salvación. Morirían de hambre por usted, darían sus vidas y las vidas de sus
hijos por usted. Pelearían sin miedo y morirían felices. No hay mayor poder
que la fe, y no habrá un ejército más grande que el guiado por la fe.
―La fe no protegió a sus soldados de los nichevo'ya. No importa lo
fanáticos que sean, no los protegerá.
―Usted solo ve la guerra, yo veo la paz que vendrá. La fe no conoce
fronteras, ni nacionalidad. El amor por usted se ha arraigado en Fjerda,
seguirán los shu y luego los kerch. Nuestra gente avanzará y hará correr la
voz, no solo a través de Ravka, sino a través del mundo. Este es el camino a la
paz, Sankta Alina, por medio de usted.
―El costo es demasiado alto.
―La guerra es el precio del cambio.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Y la gente común lo paga, los campesinos como yo. Nunca los hombres
como usted.
―Nosotros…
Lo silencié con una mano. Pensé en el Darkling asolando a todo un pueblo;
en Vasily, el hermano de Nikolai, exigiendo que se bajara la edad de
reclutamiento. El Apparat afirmaba hablar en nombre del pueblo, pero no era
diferente al resto.
―Manténgalos a salvo, sacerdote, a este rebaño, este ejército.
Manténganlos alimentados, sin cicatrices en los rostros, con los rifles alejados
de las manos de los niños. Déjeme el resto a mí.
―Sankta Alina…
Abrí la puerta de su recámara.
―Pronto rezaremos juntos ―le dije―. Pero creo que le haría bien empezar
ahora.
***
Mal yo dejamos al Apparat seguro en su recámara, custodiado por Tolya
con órdenes estrictas de que la puerta permaneciera cerrada y que nadie
perturba las oraciones del sacerdote.
Sospechaba que el Apparat pronto tendría a los Guardias Sacerdotales, tal
vez incluso a Vladim, de nuevo bajo su control, pero lo único que
necesitábamos eran unas horas de ventaja. Tuvo suerte de que no lo lanzara a
un rincón húmedo de los archivos.
Cuando por fin llegamos a mi recámara, me encontré con mis Grisha en la
estrecha habitación blanca y Vladim esperando en la puerta. Mi dormitorio
era de los más grandes de la Catedral Blanca, pero aun así era un reto
acomodar a un grupo de doce personas. Nadie parecía muy malherido: Nadia
tenía el labio hinchado, y Maxim estaba atendiendo un corte sobre el ojo de
Stigg. Era la primera vez que nos habían permitido reunirnos bajo tierra, y
había algo reconfortante en ver Grisha amontonados y despatarrados sobre
los escasos muebles.
Mal parecía no estar de acuerdo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Bien podríamos viajar con una banda de música ―se quejó en voz baja.
―¿Qué demonios está pasando? ―preguntó Sergei tan pronto me despedí
de Vladim―. En un minuto estoy en la enfermería con Maxim, al siguiente
estoy en una celda. ―Se paseaba de arriba abajo con un brillo sudoroso en la
piel; además de ojeras bajo los ojos.
―Cálmate ―le dijo Tamar―. No estás en la cárcel ahora.
―Bien podría estarlo, todos estamos atrapados aquí abajo. Y ese bastardo
solo está buscando una oportunidad de deshacerse de nosotros.
―Si quieres salir de las cuevas, entonces esta es tu oportunidad ―le dije―.
Nos vamos. Esta noche.
―¿Cómo? ―preguntó Stigg.
A modo de respuesta, dejé que la luz del sol flameara en la palma de mi
mano durante un momento breve y radiante, prueba de que mi poder se había
vuelto a encender en mi interior, aunque ese pequeño gesto me costó más
esfuerzo del que debería.
La sala estalló en silbidos y aplausos.
―Sí, sí ―exclamó Zoya―. La Invocadora del Sol puede invocar, y solo nos
costó unas pocas muertes y una pequeña explosión.
―¿Volaron algo? ―preguntó Harshaw lastimeramente―. ¿Sin mí?
Estaba arrimado contra la pared junto a Stigg. Nuestros dos Infernos no
podían ser más diferentes. Stigg era bajo y fornido con el pelo rubio casi
blanco, y tenía el aspecto robusto de una vela religiosa. Harshaw era alto y
esbelto, con el pelo más rojo que Genya, casi del color de la sangre. Una gata
atigrada y escuálida de pelaje anaranjado de algún modo había bajado hasta
las entrañas de la Catedral Blanca y se había encariñado con él; lo seguía a
todas partes, escabulléndose entre sus piernas o aferrada a su hombro.
―¿De dónde salió esa pólvora? ―pregunté, posándome junto a Nadia y
su hermano en el borde de mi cama.
―Los hice cuando se suponía que debía estar haciendo ungüento
―respondió David―. Tal como ordenó el Apparat.
―¿Bajo las narices de los Guardias Sacerdotales?
―No es como si supieran algo de la Pequeña Ciencia.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Que así sea ―le pidió Mal―. Vamos a entrar a una zona plagada de
milicias, sin mencionar a los oprichniki del Darkling. Eres reconocible ―le dijo
a Genya―. También Tolya, ya que estamos.
A Tamar le temblaron los labios.
―¿Te gustaría ser el que le diga que no puede venir?
Mal lo consideró.
―Tal vez podamos disfrazarlo como un árbol muy grande.
Adrik se puso de pie tan rápido, que casi me caí de la cama.
―Nos vemos en una hora ―nos dijo, como desafiándonos a discutir.
Nadia se encogió de hombros cuando salió de la habitación. Adrik no era
mucho más joven que el resto de nosotros, pero tal vez porque era el hermano
menor de Nadia, parecía estar siempre probándose a sí mismo.
―Bueno, me voy ―anunció Zoya―. La humedad aquí le hace mal a mi
cabello.
Harshaw se apartó de la pared.
―Yo preferiría quedarme ―dijo con un bostezo―. Pero Oncat dice que
vayamos. ―Levantó la gata sobre su hombro con una mano.
―¿Le vas a poner nombre a esa cosa alguna vez? ―preguntó Zoya.
―Ya tiene nombre.
―Oncat no es un nombre, significa gato en kaelish.
―Le queda bien, ¿verdad?
Zoya rodó los ojos y se dirigió a la puerta, seguida por Harshaw y luego
Stigg, que hizo una reverencia cortés y dijo―: Estaré listo.
Los demás salieron tras ellos. Sospechaba que David habría preferido
permanecer en la Catedral Blanca, encerrado con los diarios de Morozova,
pero era nuestro único Fabricador, y suponiendo que encontráramos al pájaro
de fuego, lo necesitaríamos para forjar el segundo grillete. Nadia parecía feliz
de ir con su hermano, aunque fue a Tamar a quién le sonrió al salir. Había
supuesto que Maxim elegiría permanecer aquí en la enfermería, y acerté. Tal
vez podría conseguir que Vladim y los otros Guardias Sacerdotales sentaran
ejemplo a los peregrinos y aprovecharan las habilidades de Maxim como
Sanador.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Marie. Puede que Nadia también; la lloraba en silencio, pero habían sido
mejores amigas.
Y Mal. Suponía que ya habíamos hecho la paz, pero no fue fácil. O tal vez
simplemente habíamos aceptado en qué me convertiría, que nuestros caminos
inevitablemente se separarían. «Vas a ser una reina algún día, Alina».
Sabía que debería intentar dormir durante unos minutos al menos, pero
mi mente no paraba. Mi cuerpo vibraba con el poder que había usado, ansioso
por más.
Eché un vistazo a la puerta, deseando que tuviera cerradura, pues quería
probar algo. Lo había intentado un par de veces y nunca había conseguido
nada más que un dolor de cabeza. Era peligroso, probablemente estúpido,
pero ahora que mi poder había regresado, quería intentarlo de nuevo.
Me quité las botas y me tumbé en la cama estrecha. Cerré los ojos, sentí el
collar en el cuello, las escamas en la muñeca, la presencia de mi poder en mi
interior como el latido de mi corazón. Sentí la herida en mi hombro, el nudo
oscuro de las cicatrices hechas por el nichevo'ya del Darkling que había
fortalecido el vínculo entre nosotros, dándole acceso a mi mente como el collar
le había dado acceso a mi poder. En la capilla, utilicé esa conexión en su contra
y casi nos destruyó a los dos en el proceso. Era una tonta por intentarlo ahora.
Sin embargo, era tentador. Si el Darkling tenía acceso a ese poder, ¿por qué
no yo? Era la oportunidad para reunir información, para entender cómo
funcionaba el vínculo entre nosotros.
«No va a funcionar ―me tranquilicé―. Lo intentarás, fallarás, y dormirás
una siestecita».
Reduje mi respiración y dejé que el poder fluyera a través de mí. Pensé en
el Darkling, en las sombras que podía manipular con mis dedos, en el collar
que él me había puesto alrededor del cuello, el grillete en mi muñeca que me
había separado de manera irrevocable de cualquier otro Grisha y que de
verdad me puso en este camino.
No ocurrió nada, estaba tendida de espaldas en una cama en la Catedral
Blanca; no había ido a ninguna parte, estaba sola en una habitación vacía.
Parpadeé hacia el techo húmedo, era mejor así. En el Pequeño Palacio, mi
Leigh Bardugo Dark Guardians
aislamiento estuvo cerca de destruirme, pero eso fue porque había ansiado
algo más, por el sentido de pertenencia que había buscado durante toda mi
vida. Había enterrado esa necesidad en las ruinas de una capilla. Ahora me
gustaría pensar en términos de alianza en lugar de afecto, de quién y qué me
harían lo bastante fuerte para esta lucha.
Hoy había contemplado matar al Apparat, y había quemado mi marca en
la piel de Vladim. Me dije que tenía que hacerlo, pero la muchacha que había
sido nunca habría considerado tales cosas. Odiaba al Darkling por lo que le
había hecho a Baghra y a Genya, pero ¿era yo diferente? Y cuando el tercer
amplificador se encontrara alrededor de mi muñeca, ¿sería diferente?
«Tal vez no» concedí, y con esa admisión sentí un ligero temblor, una
vibración en la conexión entre nosotros, un eco en respuesta al otro extremo
de una atadura invisible.
Me llamaba a través del collar en mi cuello y la herida en mi hombro,
amplificado por el grillete en la muñeca, un vínculo forjado por merzost y el
veneno oscuro en mi sangre. «Me llamaste, y yo contesté». Sentí que salía
flotando de mi cuerpo y me dirigía a toda velocidad hacia él. Tal vez esto era
lo que Mal sentía al rastrear, el llamado distante del otro, una presencia que
exigía atención, aunque no se pudiera ver ni tocar.
Un momento estaba flotando en la oscuridad de mis ojos cerrados, y al
siguiente estaba de pie en una habitación bien iluminada. Todo a mí alrededor
era borroso, pero reconocí el lugar: estaba en la sala del trono en el Gran
Palacio. Escuchaba gente hablando, pero era como si estuvieran bajo el agua;
oía el ruido, pero no las palabras.
Supe el momento en el que el Darkling me vio. Aunque la habitación a su
alrededor no era más que una mancha turbia, a él lo veía con una aguda
claridad.
Su autocontrol era tan grande que nadie cerca de él habría notado la fugaz
expresión de conmoción que pasó por sus rasgos perfectos. Pero vi que sus
ojos grises se abrían desmesuradamente, y que se pecho se detenía cuando
contuvo la respiración. Apretó con los dedos los brazos de la silla, no, del
Leigh Bardugo Dark Guardians
trono, pero luego se relajó, y asintió con la cabeza a lo que estaba diciendo la
persona frente a él.
Esperé, observando. Él había luchado por ese trono, soportado cientos de
años de batalla y servidumbre para poder reclamarlo. Tuve que admitir que
le sentaba bien. Una pequeña parte de mí esperaba encontrarlo débil, con su
pelo negro ahora de color blanco como el mío. Pero cualquiera fuera el daño
que le había infligido aquella noche en la capilla, se había recuperado mejor
que yo.
Cuando el murmullo de voces suplicantes se apagó, el Darkling se levantó.
El trono se desvaneció a un segundo plano, y me di cuenta de que las cosas
más cercanas a él parecían más claras, como si él fuera el lente a través del
cual yo veía el mundo.
―Lo voy a considerar ―dijo, con voz fría como el cristal, tan familiar―.
Ahora déjenme. ―Hizo un gesto brusco―. Todos ustedes.
¿Acaso sus lacayos intercambiaron miradas sorprendidas o simplemente
hicieron una reverencia y se fueron? No sabría decirlo. Él ya estaba bajando
las escaleras, con la mirada fija sobre mí. Sentía el corazón en un puño, y una
sola palabra clara resonó en mi mente: «Corre». Había sido una locura intentar
esto, buscarlo, pero no me moví, no deshice el vínculo.
Alguien se acercó a él, y cuando estaba a escasos centímetros del Darkling,
se enfocó claramente: túnicas rojas de Grisha, una cara que no reconocí.
Incluso pude distinguir sus palabras:
―…el asunto de firmas para… ―Entonces el Darkling lo interrumpió.
―Luego ―espetó con brusquedad, y el Corporalnik se fue.
La habitación se vació de sonido y movimiento, y todo el tiempo, el
Darkling mantuvo su mirada fija en mí. Cruzó el suelo de parqué y con cada
paso, la madera pulida se enfocaba bajo su bota, y luego se desvanecía
nuevamente.
Tuve la extraña sensación de estar tumbada en mi cama en la Catedral
Blanca y de estar aquí, en la sala del trono, de pie en un cálido cuadrado de
luz solar.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No para defender ese colorido abanico de traidores y fanáticos, no. Pero
comprendo el deseo de permanecer libre.
―Y aun así intentas hacerme tu esclava.
―Busqué los amplificadores de Morozova para ti, Alina, para que
pudiéramos gobernar como iguales.
―Intentaste apoderarte de mi poder.
―Luego que huiste de mí. Después de que elegiste… ―Se detuvo y se
encogió de hombros―. En un tiempo, hubiéramos gobernado como iguales.
Sentí esa atracción, el anhelo de una niña asustada. Incluso ahora, después
de todo lo que había hecho, quería creer en el Darkling, encontrar una forma
de perdonarlo. Quería creer que Nikolai seguía vivo, quería confiar en los
otros Grisha, quería creer en cualquier cosa para no tener que afrontar el
futuro sola. «El problema con los deseos es que nos hace débiles». Me reí antes
de poder contenerme.
―Seríamos iguales hasta el día en que me atreviera a estar en desacuerdo
contigo, hasta el momento en que cuestionara tus decisiones y desobedeciera.
Entonces te encargarías de mí como lo hiciste con Genya y tu madre, como
trataste de encargarte de Mal.
Se apoyó en la ventana y pude ver claramente el marco dorado.
―¿Crees que sería diferente con tu rastreador a tu lado? ¿Con ese cachorro
Lantsov?
―Sí ―contesté simplemente.
―¿Porque serías la fuerte?
―Porque son mejores hombres que tú.
―Podrías hacerme un hombre mejor.
―Y tú podrías hacerme un monstruo.
―Nunca he entendido ese gusto por los otkazat'sya. ¿Es porque pensaste
que eras uno de ellos durante tanto tiempo?
―Una vez tú también me gustaste. ―Alzó la cabeza de golpe; no lo había
esperado. Santos, fue satisfactorio―. ¿Por qué no me has visitado?
―pregunté―. ¿En todos estos largos meses?
Guardó silencio.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Se oyó un golpe rápido en la puerta. Era tiempo. Volví a meter los pies en
las botas y me ajusté la rasposa kefta dorada. Después de esto, tal vez me
permitiría el capricho y metería la cosa en un crisol.
Los servicios fueron un completo espectáculo. Aún era un desafío invocar
desde tan bajo tierra, pero lancé luz centelleante sobre las paredes de la
Catedral Blanca, utilizando cada reserva para maravillar a la multitud que
gemía y se balanceaba. Vladim estaba de pie a mi izquierda, con la camisa
abierta para mostrar la marca de mi palma en su pecho. A mi derecha, el
Apparat hablaba y hablaba, y ya fuera por temor o creencia real, hacía un
trabajo muy convincente. Su voz resonaba por la caverna principal mientras
clamaba que nuestra misión era guiada por la divina providencia y que yo
emergería de mis experiencias más poderosa que nunca antes.
Lo estudié mientras hablaba. Lucía más pálido de lo normal, un poco
sudado, pero no particularmente escarmentado. Me pregunté si fue un error
dejarlo vivo, pero sin la descarga de furia y poder que guiara mis acciones, la
ejecución no era un paso que estuviera preparada a considerar seriamente.
El silencio había caído, por lo que miré los rostros ansiosos de la gente
debajo. Había algo nuevo en su júbilo, tal vez porque habían presenciado un
destello de mi poder verdadero, o tal vez porque el Apparat había hecho su
trabajo muy bien. Esperaban que yo dijera algo. Había tenido sueños como
este: era una actriz en una obra, pero no me había aprendido mis líneas.
―Yo… ―La voz se me quebró, me aclaré la garganta y volví a intentarlo―.
Regresaré más poderosa que antes ―dije con mi mejor voz de Santa―.
Ustedes son mis ojos ―Necesitaba que lo fueran, para vigilar al Apparat, para
que se protegieran los unos a los otros―, ustedes son mis puños y mis
espadas.
La multitud vitoreó. Como uno, me respondieron en coro: ¡Sankta Alina!
¡Sankta Alina! ¡Sankta Alina!
―No está mal ―me felicitó Mal cuando bajé del balcón.
―He estado escuchando al Apparat durante casi tres meses. Algo se me
tenía que pegar.
Leigh Bardugo Dark Guardians
jamás, y ese poder lo aislaba. Recordé las palabras del Darkling: «No hay otros
como nosotros, Alina. Y nunca los habrá». Tal vez Morozova deseaba creer
que si no había otros como él, podría haberlos, que él podría crear Grisha de
gran poder. O tal vez solo estaba imaginando cosas, y veía mi propia soledad
y codicia en las páginas de Morozova. El desastre de lo que sabía y lo que
quería, mi deseo por el pájaro de fuego, mi propio sentido de diferencia se
había vuelto demasiado duro de desentrañar.
Me apartó de mis pensamientos el sonido de agua corriente: nos
aproximábamos a un río subterráneo. Mal nos hizo reducir el paso y me hizo
caminar tras él mientras iluminaba el camino. Fue algo bueno, porque el
descenso vino rápido, tan empinado y repentino que me estampé contra su
espalda y casi lo derribo por el borde hacia el agua de abajo. Aquí, el rugido
era ensordecedor, el río pasaba a toda velocidad a una profundidad incierta,
y unas nubecillas de niebla se elevaban de los rápidos.
Atamos una cuerda alrededor de la cintura de Tolya, y vadeó el río, luego
la aseguró del otro lado para que pudiéramos seguirlo de uno en uno,
aferrados a la cuerda. El agua estaba congelada y me cubrió hasta el pecho, su
fuerza casi me tiró mientras me sujetaba a la soga. Harshaw fue el último en
cruzar. Tuve un momento de terror cuando se resbaló y la soga que lo sujetaba
casi se soltó. De inmediato se puso de pie, jadeando por aire y con Oncat
completamente empapada y furiosa. Para cuando Harshaw nos alcanzó, su
rostro y cuello estaban llenos de rasguños.
Después de eso, todos estábamos ansiosos por hacer un alto, pero Mal
insistió en que siguiéramos.
―Estoy empapada ―se quejó Zoya―. ¿Por qué no podemos detenernos
en esta cueva húmeda en lugar de en la siguiente cueva húmeda?
Mal no dejo de caminar, pero señaló con el pulgar hacia el río.
―Debido a eso ―gritó sobre el persistente sonido del agua corriente―. Si
nos están siguiendo, será demasiado fácil que nos sorprendan con ese ruido
como cubierta.
Zoya hizo una mueca, pero seguimos andando, hasta que finalmente nos
distanciamos del clamor del río. Pasamos la noche en una depresión de
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Durante dos días seguimos de esa forma; atravesábamos los túneles, y
ocasionalmente regresábamos cuando una ruta demostraba ser
infranqueable. Había perdido todo sentido de la dirección a la que nos
dirigíamos, pero cuando Mal anunció que girábamos al oeste, noté que los
pasajes se inclinaban hacia arriba, lo que nos conducía a la superficie.
Mal impuso un ritmo imperdonable. Para mantener el contacto, él y los
gemelos se silbaban de un extremo al otro de la columna, y así asegurarse de
que nadie se quedaba demasiado atrás. Ocasionalmente, él se quedaba atrás
para revisar que estuviéramos bien.
―Sé lo que haces ―le dije en una ocasión cuando regresó a la cabeza de la
fila.
―¿Sobre qué?
―Te apareces allá atrás cuando alguien se está retrasando y empiezas una
conversación. Le preguntas a David sobre las propiedades del fósforo o a
Nadia sobre sus pecas…
―Nunca le he preguntado a Nadia sobre sus pecas.
―O algo, luego gradualmente aceleras el paso para que ellos caminen más
rápido.
―Parece funcionar mejor que picarlos con un palo ―dijo.
―Menos divertido.
―Mi brazo de picar está cansado.
Entonces se encaminó al frente. Era lo máximo que habíamos hablado
desde que dejamos la Catedral Blanca.
Nadie más parecía tener problemas en hablar. Tamar había empezado a
intentar enseñarle a Nadia algunas baladas shu; desafortunadamente, su
memoria era terrible, pero la de su hermano era casi perfecta y se mostró
ansioso por relevarla. Tolya, normalmente taciturno, podía recitar ciclos
enteros de poesía épica en ravkano y shu… incluso si nadie quería oírlo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Aun así, los túneles ocasionalmente nos sorprendían con maravillas que
dejaban sin palabras incluso a los Etherealki. Pasamos horas sin ver nada más
que roca gris y lodo recubierto de moho, y entonces emergimos en una cueva
azul pálido tan perfectamente redonda y lisa que era como estar dentro de un
huevo de esmalte. Entramos en una serie de cuevas pequeñas que
resplandecían con lo que bien podrían ser rubíes reales. Genya las llamó el
Joyero, y después de eso, empezamos a ponerles nombre a todas para pasar
el rato. Estaba el Huerto, una caverna llena de estalactitas y estalagmitas que
se habían fusionado en columnas delgadas. Menos de un día después
cruzamos el Salón de Baile, una cueva grande de cuarzo rosa con un piso tan
resbaloso que tuvimos que gatear por él, y ocasionalmente nos deslizamos de
estómago. Luego vimos una verja levadiza de acero fantasmal y parcialmente
sumergida a la que llamamos la Puerta del Ángel, pues estaba flanqueada por
dos figuras aladas de piedra con las cabezas inclinadas y las manos sobre
sables de mármol. El cabestrante funcionaba y lo atravesamos sin incidentes,
pero ¿por qué lo habían puesto allí? Y ¿quién?
El cuarto día, nos topamos con una caverna con un estanque perfectamente
inmóvil que daba la ilusión de una noche nocturna, puesto que sus
profundidades fulguraban con diminutos peces luminiscentes.
Mal y yo estábamos ligeramente adelantados de los otros. Él sumergió la
mano, luego aulló y retrocedió.
―Muerden.
―Lo tienes merecido ―dije―. Oh, mira, un lago oscuro lleno de algo
brillante; déjame meter la mano.
―No puedo evitar ser delicioso ―replicó, y su familiar sonrisa petulante
cruzó su rostro como luz sobre el agua. Entonces pareció cerrarse, se cargó el
morral al hombro y supe que estaba a punto de alejarse de mí.
No estaba segura de dónde vinieron las palabras.
―No me fallaste, Mal.
Se limpió la mano mojada en el muslo.
―Ambos sabemos la verdad.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Vamos a estar viajando juntos por quién sabe cuánto tiempo. Tarde o
temprano tendrás que hablar conmigo.
―Estoy hablando contigo ahora mismo.
―¿Ves? ¿Es tan terrible?
―No lo sería ―contestó, mirándome fijamente―, si todo lo que quisiera
fuera hablar.
Las mejillas se me calentaron. «No quieres esto», me dije a mi misma, pero
sentí que mis bordes se curvaban como un pedazo de papel demasiado cerca
del fuego.
―Mal…
―Necesito mantenerte a salvo, Alina, seguir enfocado en lo que importa.
No puedo hacerlo si… ―Dejó salir una larga exhalación―. Estabas destinada
a algo más que yo, y moriré luchando por dártelo. Pero por favor, no me pidas
que finja que es fácil.
Se alejó apresurado a la siguiente cueva.
Bajé la vista hacia el estanque reluciente; los remolinos de luz en el agua
aún permanecían después del breve toque de Mal. Podía escuchar a los otros
atravesando la caverna ruidosamente.
―Oncat me rasguña todo el tiempo ―dijo Harshaw al pasar sin prisa a mi
lado.
―¿Sí? ―exclamé con una risa falsa.
―Lo gracioso es que le gusta quedarse cerca.
―¿Estás siendo profundo, Harshaw?
―De hecho, me estaba preguntando, si me como suficientes de esos peces,
¿empezaré a brillar?
Sacudí la cabeza. Por supuesto que uno de los últimos Inferno vivos
tendría que estar loco. Me puse al nivel de los otros y me encaminé al siguiente
túnel.
―Vamos, Harshaw ―grité por sobre el hombro.
Entonces sobrevino la primera explosión.
Leigh Bardugo Dark Guardians
pasar a nuestra sección del túnel. Tan pronto Adrik bajó las manos, el techo
bajo el que él y los gemelos habían estado se derrumbó en una nube de polvo
y roca. Temblaba violentamente.
―¿Estabas manteniendo la cueva? ―preguntó Zoya.
Tolya asintió.
―Hizo una burbuja cuando escuchamos la última explosión.
―Vaya ―le dijo Zoya a Adrik―. Estoy impresionada.
Al ver el entusiasmo que apareció en su rostro, ella soltó un quejido.
―No importa. Lo rebajo a una aprobación a regañadientes.
―¿Sergei? ―llamé―. ¿Stigg?
Silencio, el movimiento de la grava.
―Déjame intentar una cosa ―pidió Zoya. Alzó las manos, escuché un
chasquido en los oídos y el aire pareció volverse húmedo.
―¿Sergei? ―lo llamó; su voz sonaba extrañamente lejana.
Entonces escuché la voz de Sergei, débil y temblorosa, pero clara, como si
estuviera hablando justo a mi lado.
―Aquí ―jadeó.
Zoya flexionó los dedos, para hacer algunos ajustes y llamó a Sergei de
nuevo. Esta vez, cuando él respondió, David dijo:
―Suena como si estuviera debajo de nosotros.
―O puede que no ―replicó Zoya―. La acústica puede ser engañosa.
Mal se desplazó hacia delante por el pasaje.
―No, tiene razón. El suelo en este segmento del túnel debe haberse
derrumbado.
Tardamos cerca de dos horas en encontrarlos y sacarlos. Tolya levantaba
la tierra, Mal daba instrucciones, los Impulsores estabilizaban con aire las
paredes del túnel mientras yo mantenía una iluminación débil, y los otros
conformaban una línea para mover rocas y arena.
Cuando encontramos a Stigg y a Sergei, estaban cubiertos de barro y casi
comatosos.
―Disminuí nuestras pulsaciones ―murmuró Sergei, medio atontado―.
Respiración lenta. Gasta menos aire.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Tolya se sacó del bolsillo del abrigo el viejo reloj de David. No estaba
segura de cómo se había hecho con él.
―Si esta cosa marca la hora correcta, hace tiempo que ha anochecido.
―Tienes que darle cuerda todos los días ―dijo David.
―Lo sé.
―Bien, ¿lo hiciste?
―Sí.
―Entonces es la hora correcta.
Me pregunté si debería recordarle a David que el puño de Tolya era
aproximadamente del tamaño de su cabeza.
Zoya soltó un resoplido.
―Con nuestra suerte, alguien habrá organizado una misa a medianoche.
Muchas de las entradas y salidas de los túneles se encontraban en lugares
sagrados, pero no todas. Era probable que saliéramos en el ábside de una
iglesia o en el patio de un monasterio, o puede que asomáramos las cabezas
por el suelo de un burdel. «Y que tenga un buen día, señor». Me invadió una
risita loca; el agotamiento y el miedo me estaban mareando.
¿Y si alguien nos esperaba ahí arriba? ¿Y si el Apparat había cambiado de
bando otra vez y ponía al Darkling tras nuestra pista? No podía pensar con
claridad. Mal creía que las explosiones habían sido un ataque al azar en los
túneles, y eso era lo único que tenía sentido. El Apparat no podía saber dónde
estaríamos ni cuándo, e incluso si el Darkling había descubierto de alguna
manera a dónde nos dirigíamos, ¿por qué molestarse en usar bombas para
llevarnos a la superficie? Simplemente podría esperar a que apareciéramos.
―Vamos ―dije―. Siento que me estoy ahogando.
Mal le hizo una seña a Tolya y a Tamar para que me escoltaran.
―Estén preparados ―les advirtió―. A cualquier señal de peligro, se la
llevan de aquí. Diríjanse por los túneles hacia el oeste, tan lejos como puedan.
Justo después de que comenzara a trepar por la escalera, me di cuenta de
que todos nos habíamos quedado quietos y habíamos esperado a que él fuera
primero. Tolya y Tamar eran guerreros más experimentados, mientras que
Mal era el único otkazat’sya de nosotros. Entonces ¿por qué era el único que le
Leigh Bardugo Dark Guardians
plantaba cara al riesgo? Quería llamarlo, decirle que fuera cuidadoso, pero
eso sonaría absurdo. «Cuidadosos» era algo que ya no podríamos ser nunca
más.
Desde lo alto de la escalera me hizo un gesto, por lo que extinguí la luz y
nos sumergí en la oscuridad.
Escuché un golpe, el sonido de unas bisagras al chirriar, y luego, un crujido
y un gruñido suave cuando se abrió la trampilla.
No nos inundó ninguna luz, no hubo gritos, ni disparos.
El corazón me latía con fuerza en el pecho. Seguí los sonidos de Mal
mientras se impulsaba hacia arriba, sus pisadas por sobre nosotros.
Finalmente, escuché el chasquido de una cerilla y la luz brotó a través de la
trampilla. Mal silbó dos veces para dar el visto bueno.
Uno por uno, ascendimos por la escalera. Cuando me asomé al otro lado
de la trampilla, un escalofrío me recorrió la columna. La estancia era
hexagonal, con las paredes talladas en lo que parecía lapislázuli, y todas
estaban decoradas con lo que parecían paneles de madera con un Santo
diferente pintado en cada uno, con sus halos dorados brillando a la luz de la
lámpara. Las esquinas estaban cubiertas de telarañas lechosas. La linterna de
Mal descansaba sobre un sarcófago de piedra.
Era una cripta.
―Perfecto ―exclamó Zoya―. De un túnel a una tumba. ¿Qué viene
después? ¿Una excursión al matadero?
―Mezle ―dijo David, señalando uno de los nombres grabados en la
pared―. Eran una antigua familia Grisha. Incluso había una chica en el
Pequeño Palacio antes de…
―¿Antes de que todo el mundo muriera? ―intervino Genya con
amabilidad.
―Ziva Mezle ―dijo Nadia en voz baja―. Era una Impulsora.
―¿Podemos llevar esta fiesta a otro lugar? ―preguntó Zoya―. Quiero
irme de aquí.
Me froté los brazos. Ella tenía razón.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Qué?
Me tomó las manos y las sostuvo frente a mí, como si estuviéramos a punto
de empezar un baile.
―Estás brillando.
―Oh ―suspiré. Mi piel era plateada y reflejaba la luz de las estrellas. No
me había dado cuenta de que estaba invocando―. Ups.
Mal me recorrió con un dedo el antebrazo en el que la manga se había
subido, y miró el juego de luces de mi piel con los labios curvados en una
sonrisa. De repente, retrocedió y me soltó las manos como si quemaran.
―Sé más cuidadosa ―me dijo con firmeza. Le hizo un gesto a Adrik para
que ayudara a Tolya volver a sellar la cripta, y después se dirigió al grupo―.
Permanezcan juntos y en silencio. Necesitamos encontrar refugio antes del
amanecer.
Los otros comenzaron a andar detrás de él, dejando que los guiara una vez
más. Me quedé atrás y borré la luz de mi piel, pero se aferraba a mí como si
mi cuerpo estuviera sediento de ella.
Cuando Zoya llegó a mi altura, dijo:
―¿Sabes una cosa, Starkov? Estoy empezando a creer que te volviste
blanco el cabello a propósito.
Golpeé una mota de luz de mi muñeca y observé cómo se desvanecía.
―Sí, Zoya, cortejar a la muerte es una parte fundamental de mi régimen
de belleza.
Ella se encogió de hombros y miró hacia Mal.
―Bueno, es un poquito obvio para mi gusto, pero diría que todo ese
aspecto de doncella de la luna está funcionando.
La última persona con la que quería hablar sobre Mal era Zoya, pero eso
había sonado sospechosamente como un cumplido. Recordé que sujetó mi
mano durante el derrumbe y lo fuerte que había permanecido al pasar por
todo eso.
―Gracias ―dije―, por mantenernos a salvo ahí abajo. Por ayudarnos a
salvar a Sergei y a Stigg.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Tardamos mucho tiempo en salir del cementerio. Las hileras de criptas se
extendían sin fin, como un frío testimonio de las generaciones que Ravka
había estado en guerra. Los senderos estaban limpios, y las tumbas estaban
decoradas con flores, íconos pintados, regalos de dulces y montoncitos de
munición; pequeñas muestras de amabilidad, incluso para los muertos. Pensé
en los hombres y las mujeres que nos despidieron en la Catedral Blanca,
dejando sus ofrendas en nuestras manos. Estaba agradecida cuando por fin
salimos por las puertas.
El terror del derrumbe y la larga caminata se habían cobrado su precio,
pero Mal estaba decidido a llevarnos tan cerca de Ryevost como fuera posible
antes del amanecer.
Avanzábamos con dificultad, paralelos a la carretera principal, sin salir de
los campos iluminados a la luz de las estrellas. De vez en cuando
vislumbrábamos alguna casa solitaria, con un farol brillando en la ventana.
De cierto modo, era un alivio ver esos signos de vida, pensar que un granjero
se levantaría en la noche a llenar un vaso con agua, que volvería brevemente
la cabeza hacia la ventana y la oscuridad más allá.
El cielo empezaba a clarear cuando escuchamos el sonido de alguien
acercándose por la carretera. Apenas tuvimos tiempo de escabullirnos al
bosque y buscar refugio en la maleza antes de ver el primer vagón.
Había alrededor de quince personas en el convoy, la mayoría hombres,
unas pocas mujeres, todos ellos cargados de armas. Vislumbré partes del
uniforme del Primer Ejército: pantalones del uniforme metidos en botas de
piel de vaca no reglamentarias, un abrigo de infantería despojado de sus
botones de latón.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Acampamos en un claro cerca de un delgado afluente del Sokol, el río
alimentado por los glaciales de la Petrazoi y el corazón del comercio en las
ciudades portuarias. Teníamos la esperanza de estar lo bastante lejos de la
ciudad y de las carreteras principales para no preocuparnos de que alguien se
tropezara con nosotros.
Según los gemelos, el lugar de encuentro de los contrabandistas estaba en
la transitada plaza que daba al río Ryevost. Tamar ya tenía una brújula y un
mapa en la mano. Aunque debía estar tan cansada como el resto de nosotros,
tenía que partir lo antes posible para llegar a la ciudad antes del mediodía.
Odiaba dejar que fuera hacia lo que seguramente sería una trampa, pero
habíamos acordado que ella sería la única que iría. El tamaño de Tolya lo hacía
demasiado llamativo, y el resto de nosotros no sabíamos cómo trabajaban los
contrabandistas o cómo reconocerlos. Aun así, tenía los nervios de punta.
Nunca había entendido la fe de los gemelos y por qué estaban dispuestos a
Leigh Bardugo Dark Guardians
arriesgarse por ella. Pero cuando llegó la hora de elegir entre el Apparat y yo,
me demostraron su total lealtad.
Le di un rápido apretón a la mano de Tamar.
―No hagas nada arriesgado.
Nadia había estado merodeando cerca de nosotras. Se aclaró la garganta y
besó a Tamar una vez en cada mejilla.
―Ten cuidado ―le dijo.
Tamar esbozó su sonrisa de Cardio.
―Si alguien quiere problemas ―dijo, abriéndose el abrigo para revelar los
mangos de sus hachas―, tengo un nuevo suministro.
Miré a Nadia, y tuve la clara impresión de que Tamar estaba presumiendo.
Ella se subió la capucha y partió trotando entre los árboles.
―Yuyeh sesh ―le dijo Tolya en shu.
―Ni weh sesh ―gritó ella sobre un hombro, y después se marchó.
―¿Qué significa eso?
—Es algo que nos enseñó nuestro padre ―respondió Tolya―. Yuyeh sesh:
«menosprecia tu corazón», pero esa es la traducción directa. El significado real
es algo como «haz lo que debas hacer, sé cruel si tienes que serlo».
―¿Qué significa la otra parte?
―¿Ni weh sesh? «No tengo corazón».
Mal levantó una ceja.
―Tu padre parece divertido.
Tolya sonrió de esa forma ligeramente desquiciada que le hacía parecer
igual a su hermana.
―Lo era.
Miré el camino por el que Tamar había partido. En algún lugar más allá de
los árboles y los campos, se extendía Ryevost. Envié mis propias oraciones
con ella: «Tráenos noticias sobre un príncipe, Tamar. No creo que pueda hacer
esto sola».
***
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Puede que también sea menos peligroso llegar al sur desde ese lado
―asintió―. Muy bien. Necesitamos que los otros empiecen a prepararse.
Quiero partir esta noche.
―¿Esta noche?
―No tiene sentido quedarse esperando. ―Salió del agua y los dedos de
sus pies descalzos se aferraron a las rocas.
En realidad no había dicho «puedes retirarte», pero era como si lo hubiera
hecho. ¿Qué más teníamos que discutir?
Emprendí el camino hacia el campamento, pero recordé que no le había
hablado de los oprichniki. Caminé de vuelta al arroyo.
―Mal… ―empecé a decir, pero las palabras murieron en mis labios.
Él se había agachado para recoger las cantimploras, y estaba de espaldas a
mí.
―¿Qué es eso? ―pregunté, furiosa.
Él se volteó y me ocultó la espalda, pero era demasiado tarde. Abrió la
boca.
Antes de que pudiera decir una palabra, le espeté:
―Si dices «nada», te golpearé hasta dejarte sin sentido.
Cerró la boca.
―Voltéate ―le ordené.
Durante un momento, se quedó ahí parado, entonces suspiró y se volvió.
Un tatuaje se extendía por su ancha espalda, algo así como una rosa de los
vientos, pero más parecida a un sol, las puntas iban de hombro a hombro y
bajaban por su columna.
―¿Por qué? ―pregunté―. ¿Por qué te hiciste esto?
Él se encogió de hombros y sus músculos se flexionaron bajo el complejo
diseño.
―Mal, ¿por qué te marcaste de esta forma?
―Tengo un montón de cicatrices ―contestó por último―. Esta es una que
he elegido.
Miré más de cerca. Había unas letras incorporadas en el diseño: E’ya sta
rezku. Fruncí el ceño. Parecía ravkano antiguo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Qué significa?
Él no dijo nada.
―Mal…
―Es algo embarazoso.
Y seguro que lo era, pues pude ver el rubor extendiéndose por su cuello.
―Dime.
Titubeó, entonces se aclaró la garganta y murmuró:
―Me he convertido en una espada.
«Me he convertido en una espada». ¿Eso era? ¿Ese chico al que los Grisha
habían seguido sin discutir, cuya voz se mantenía firme cuando la tierra se
derrumbaba a nuestro alrededor, el que me dijo que sería reina? Ya no creía
poder reconocerlo.
Pasé la punta de mis dedos por las letras, y él se tensó. Su piel seguía
húmeda por el río.
―Podría ser peor ―le dije―. Me refiero a que si dijera «Abracémonos» o
«Me he convertido en pudin de jengibre», eso sí sería embarazoso.
Él dejó escapar una carcajada sorprendida, y después siseó al respirar
cuando dejé que mis dedos recorrieran la longitud de su columna. Apretó los
puños a los lados. Sabía que debía alejarme, pero no quería hacerlo.
―¿Quién te lo hizo?
―Tolya ―respondió, con voz áspera.
―¿Te dolió?
―Menos de lo que debería.
Toqué el rayo de sol más alejado, justo en la base de su columna. Me
detuve, y después volví a subir por su espalda. Él se giró bruscamente y
atrapó mi mano con un agarre fuerte.
―No ―dijo, con fiereza.
―Yo…
―No puedo hacer esto. No si me haces reír, no si me tocas así.
―Mal…
De repente, levantó de golpe la cabeza y se llevó un dedo a los labios.
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―Las manos sobre la cabeza. ―La voz venía de entre las sombras de los
árboles. Mal se lanzó a por su rifle y lo situó sobre su hombro en cuestión de
segundos, pero ya había tres personas emergiendo del bosque apuntándonos
con los cañones de sus armas, dos hombres y una mujer con el pelo recogido
en un moño. Creí reconocerlos del convoy que habíamos visto en el camino.
―Baja eso ―dijo un hombre con perilla―. A menos que quieras ver a tu
chica llena de balas.
Mal volvió a dejar su rifle en la roca.
―Vengan aquí ―dijo el hombre―. Despacio. ―Vestía un abrigo del
Primer Ejército, pero no se parecía a ningún soldado que hubiera visto. Tenía
el cabello largo y enredado, peinado en dos trenzas desordenadas para
apartárselo del rostro. Cruzado al pecho llevaba un cinturón de balas y vestía
un chaleco sucio que alguna vez había sido rojo, pero que ahora estaba
decolorado en una tonalidad entre marrón y púrpura.
―Necesito mis botas ―dijo Mal.
―Tienes menos posibilidades de huir sin ellas.
―¿Qué es lo que quieren?
―Podemos empezar con respuestas ―dijo el hombre―. La ciudad está
cerca, hay muchos lugares mucho más cómodos en los que refugiarse.
Entonces, ¿por qué hay una docena de personas escondiéndose en el bosque?
―Debió ver mi reacción, porque añadió―. Así es, encontré su campamento.
¿Son desertores?
―Sí ―respondió Mal, con suavidad―. Salimos de Kerskii.
El hombre se rascó la mejilla.
―¿Kerskii? Puede ser ―dijo―. Pero… ―Dio un paso hacia delante―.
¿Oretsev?
Mal se tensó, y después dijo:
―¿Luchenko?
―Por todos los Santos, no te había visto desde que tu unidad entrenó
conmigo en Poliznaya. ―Se volteó hacia el otro hombre―. Esta cosita
insignificante era el mejor rastreador de los diez regimientos. Nunca había
Leigh Bardugo Dark Guardians
visto nada igual. ―Sonreía, pero no bajó su rifle―. Y ahora eres el desertor
más famoso de toda Ravka.
―Solo intento sobrevivir.
―Tú y yo, hermano. ―Hizo un gesto hacia mí―. Esta no es como las que
acostumbras.
Si no tuviera un rifle en mi cara, ese comentario me habría molestado.
―Otra soldado de infantería del Primer Ejército, como nosotros.
―Como nosotros, ¿eh? ―Luchenko me pinchó con su arma―. Quítate la
bufanda.
―El aire es muy frío ―dije.
Luchenko me dio otro toque.
―Vamos, chica.
Miré a Mal, podía verlo sopesar nuestras opciones. Estábamos a poca
distancia, podría herirlos seriamente con mi Corte, pero no antes de que los
milicianos descargaran unos cuantos cargadores. Podría cegarlos, pero si
empezábamos un tiroteo, ¿qué pasaría con la gente del campamento?
Me encogí de hombros y me quité la bufanda del cuello con un fuerte tirón.
Luchenko silbó.
―Escuché que tenías compañía sagrada, Oretsev. Parece que capturamos
una Santa. ―Ladeó la cabeza―. Pensé que sería más alta. Átenlos.
De nuevo intercambié una mirada con Mal. Quería que actuara, podía
sentirlo. Mientras mis manos no estuvieran atadas, podía invocar y controlar
la luz. Pero ¿y los otros Grisha? Extendí las manos y dejé que la mujer
asegurara mis muñecas con una cuerda.
Mal suspiró e hizo lo mismo.
―¿Podría al menos ponerme la camiseta? ―preguntó.
―No ―respondió ella, con una mirada lasciva―. Me gusta la vista.
Luchenko se rio.
―La vida es una cosa curiosa, ¿no crees? ―preguntó filosóficamente
mientras nos dirigían por el bosque a punta de pistola―. Todo lo que quería
era una gota de suerte para dar sabor a mi té. Ahora me estoy ahogando en
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ella. El Darkling vaciará sus arcas para que los entregue a dos entregados en
su puerta.
―¿Me vas a entregar tan fácilmente? ―le pregunté―. Estúpido.
―Bravata de la chica con un rifle en la espalda.
―Es solo un buen negocio ―proseguí―. ¿Piensas que Fjerda o Shu Han
no pagarían una pequeña fortuna, o incluso una gran fortuna, por tener en
sus manos a la Invocadora del Sol? ¿Cuántos hombres tienes?
Luchenko miró por encima de su hombro y me apuntó con el dedo como
un maestro de escuela. Bueno, al menos lo había intentado.
―A lo que me refiero ―continué inocentemente―, es que podrías
subastarme al mejor postor y mantener a todos tus hombres gordos y felices
el resto de sus días.
―Me gusta cómo piensa ―dijo la mujer del moño.
―No seas codiciosa, Ekaterina ―dijo Luchenko―. No somos embajadores
o diplomáticos. La recompensa por la cabeza de esta chica nos comprará un
pasaje a través de la frontera. Puede que yo me embarque a las afueras de
Djerholm. O quizás me entierre en rubias el resto de mis días.
La desagradable imagen de Luchenko retozando con un puñado de
voluptuosas fjerdanas desapareció de mi mente en cuanto entramos en el
claro. Los Grisha estaban rodeados en el centro por un grupo de casi treinta
milicianos armados. Tolya sangraba profusamente de lo que parecía un mal
golpe en la cabeza. Harshaw había estado de guardia y una mirada hacia él
me dijo que le habían disparado. Estaba pálido, se balanceaba y se sujetaba la
herida de su costado mientras Oncat maullaba.
―¿Ves? ―dijo Luchenko―. Con este golpe de suerte no tengo que
preocuparme del mejor postor.
Di un paso frente a él y mantuve la voz lo más baja posible.
―Deja que se vayan ―le pedí―. Si los entregas al Darkling, los torturarán.
―¿Y?
Me tragué la oleada de rabia que me atravesó. Las amenazas no me
llevarían a ninguna parte.
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implacable. Yo había quitado una vida y estaba acurrucada como una niña,
limpiándome el vómito de los labios.
Stigg envió una llamarada sobre los cuerpos del campo. No me había
parado a pensar en que un cuerpo cortado por la mitad alertaría de mi
presencia con tanta seguridad como un informante.
Momentos después, la plataforma se alzó hasta el compartimento de carga
del Pelícano, y nos pusimos en marcha.
Cuando salimos a la cubierta, el sol brillaba a babor mientras ascendíamos
hacia las nubes. Nikolai gritaba órdenes. Un equipo de Impulsores manejaba
el gran globo, mientras que otros llenaban las velas de viento. Los
Mareomotores envolvían la base de la nave con niebla para evitar que alguien
en el suelo pudiera vernos. Reconocí a algunos de los Grisha renegados de
aquellos días en los que Nikolai estaba enmascarado como Sturmhond, y Mal
y yo habíamos sido prisioneros a bordo de su barco.
Esta embarcación era más grande y menos elegante que el Colibrí o el
Martín Pescador; pronto me enteré de que había sido construida para
transportar cargamento: envíos de armas zemeníes que Nikolai estaba
contrabandeando por las fronteras del norte y del sur, y algunas veces en el
Abismo. No estaba construida de madera, sino de una sustancia ligera hecha
por Fabricadores que convirtió a David en un manojo de nervios. De hecho,
se tumbó en el suelo para verla mejor, toqueteando por aquí y por allá.
―Es una especie de resina curada, pero reforzada con… ¿fibra de carbono?
―Cristal ―replicó Nikolai, que parecía totalmente complacido por el
entusiasmo de David.
―¡Es más flexible! ―exclamó David, cerca del éxtasis.
―¿Qué puedo decir? ―preguntó Genya, con ironía―. Es un hombre
apasionado.
La presencia de Genya me preocupó un poco, pero Nikolai no la había
visto llena de cicatrices, y no pareció reconocerla. Hablé con Nadia en
susurros para que les recordara a todos nuestros Grisha que no se refieran a
ella por su verdadero nombre.
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adondequiera que fuera. Por primera vez en meses, sentía aflojarse el nudo
de mi pecho.
Una vez cruzamos la frontera, pensé que nos encaminaríamos a la costa o
incluso a Ravka Occidental, pero pronto viramos hacia la cordillera que había
visto. Por mis días como cartógrafa, sabía que eran las cumbres
septentrionales de las Sikurzoi, la cordillera que se extendía por la mayor
parte de la frontera oriental y meridional de Ravka. Los fjerdanos las llamaban
Elbjen, los Codos, aunque a medida que nos acercábamos, era difícil decir por
qué. Eran unas cosas enormes y nevadas, todo hielo blanco y roca gris.
Habrían eclipsado a las Petrazoi. Si esas cosas eran codos, no quería saber a
qué estaban unidos.
Subimos más alto, y el aire se hizo más frío cuando entramos a la espesa
capa de nubes que ocultaba las cimas más escarpadas. Cuando emergimos,
ahogué un grito de asombro. Ahí, las pocas cumbres lo bastante altas para
perforar las nubes parecían flotar como islas en un mar blanco. La más alta
parecía aferrarse con unos enormes dedos de escarcha, y mientras
describíamos un arco a su alrededor, creí ver siluetas en el hielo. Una estrecha
escalera de piedra zigzagueaba por la pared del acantilado. ¿Qué clase de
lunático escalaría hasta ahí? ¿Y con qué propósito?
Rodeamos la montaña y nos acercamos cada vez más a la roca. Justo
cuando estaba a punto de gritar de pánico, giramos bruscamente hacia la
derecha. De repente, estábamos entre dos muros de hielo, luego el Pelícano
viró y entramos a un hangar de piedra insonorizado.
Nikolai de verdad había estado ocupado. Nos amontonamos en la
barandilla, mirando con la boca abierta la frenética actividad a nuestro
alrededor.
Había otras tres naves atracadas en el hangar: una segunda barcaza de
carga como el Pelícano, el elegante Martín Pescador, y un navío similar que
llevaba el nombre de Avetoro.
―Es una clase de garza ―dijo Mal, poniéndose un par de botas
prestadas―. Son más pequeñas, más escurridizas.
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Como el Martín Pescador, el Avetoro tenía doble casco, aunque era más
plano y más ancho en la base, y estaba equipado con lo que parecían unos
esquíes.
La tripulación de Nikolai arrojó cuerdas por las barandillas del Pelícano, y
unos trabajadores corrieron a alcanzarlas, las extendieron, las tensaron y las
ataron a unos ganchos de acero fijados en las paredes del hangar y del suelo.
Aterrizamos con un golpe seco y un ensordecedor chirrido cuando el casco
arañó la piedra.
David frunció el ceño con desaprobación.
―Demasiado peso.
―No me miren a mí ―dijo Tolya.
Tan pronto nos detuvimos, Tolya y Tamar saltaron por las barandillas,
gritando saludos a los tripulantes y los trabajadores que debían reconocer de
su etapa a bordo del Volkvolny.
El resto esperamos a que bajaran la pasarela, y entonces salimos de la
barcaza arrastrando los pies.
―Impresionante ―alabó Mal.
Sacudí la cabeza con asombro.
―¿Cómo lo hará?
―¿Quieren saber mi secreto? ―preguntó Nikolai detrás de nosotros.
Ambos nos sobresaltamos. Se inclinó, miró a derecha y a izquierda, y susurró
en voz alta―: Tengo mucho dinero.
Puse los ojos en blanco.
―No, en serio ―protestó―. Mucho dinero.
Nikolai les dio órdenes de reparaciones a los estibadores que aguardaban,
y después condujo a nuestra harapienta y asombrada banda a una puerta en
la roca.
―Que entre todo el mundo ―dijo. Confundidos, nos apiñamos en la
pequeña estancia rectangular. Las paredes parecían hechas de hierro. Nikolai
empujó una puerta al otro lado de la entrada.
―Ese es mi pie ―se quejó Zoya, malhumorada, pero todos estábamos
apretados con tanta fuerza que era difícil decir con quién estaba enfadada.
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de nubes de abajo. El cristal era tan claro que le daba al espacio una
inquietante sensación de amplitud, como si el viento pudiera atravesarlo y
lanzarme a la nada de más allá. La cabeza me comenzó a martillear
―Respira profundo ―instruyó Nikolai―. Puede ser apabullante al
principio.
La estancia estaba repleta de gente. Algunos estaban en grupos, donde se
habían instalado las mesas de dibujo y equipos de maquinaria; otros
marcaban cajas de suministros en una especie de almacén improvisado.
Otra área había sido reservada para el entrenamiento, donde soldados
entrenaban con espadas sin filo, mientras otros invocaban vientos Impulsores
o arrojaban llamas Inferno. A través del cristal, vi unas terrazas que
sobresalían en cuatro direcciones, enormes picos como los puntos de una
brújula: norte, sur, este y oeste. Dos de ellas habían sido asignadas para las
prácticas de tiro.
Era difícil no compararlo con las cavernas húmedas y enclaustradas de la
Catedral Blanca. Todo aquí estaba lleno de vida y esperanza. Todo estaba
marcado con el sello de Nikolai.
―¿Qué es este lugar? ―pregunté mientras nos abríamos paso lentamente.
―Originalmente era un lugar de peregrinación, de la época en la que las
fronteras de Ravka se extendían más al norte ―respondió Nikolai―. El
Monasterio de Sankt Demyan.
Sankt Demyan de la Escarcha. Al menos eso explicaba la escalera de
caracol que habíamos visto. Solo la fe o el miedo podían llevar a alguien a
hacer semejante escalada. Recordé la página de Demyan del Istorii Sankt’ya.
Había hecho una especie de milagro cerca de la frontera del norte. Estaba casi
segura de que había sido apedreado hasta la muerte.
―Hace unos cuantos cientos de años, se convirtió en un observatorio
―continuó Nikolai, y señaló un descomunal telescopio de latón metido en
uno de los nichos de cristal―. Estuvo abandonado durante casi un siglo.
Escuché hablar de él durante la campaña de Halmhend, pero me llevó algún
tiempo encontrarlo. Ahora lo llamamos La Hiladora.
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habitación o de atacarla con una daga; lo que te parezca más adecuado en ese
momento.
―¿Sigues aquí? ―le espetó Baghra.
―Me marcho, pero espero permanecer en sus corazones ―dijo
solemnemente. Luego guiñó un ojo y desapareció.
―Condenado niño.
―Te agrada ―exclamé con incredulidad.
Baghra frunció el ceño.
―Es codicioso y arrogante. Se arriesga demasiado.
―Casi suenas preocupada.
―También te agrada a ti, Santita ―dijo con voz maliciosa.
―Pues sí ―admití―. Él ha sido amable cuando podría haber sido cruel.
Es revigorizante.
―Se ríe demasiado.
―Hay atributos peores.
―¿Como discutir con tus mayores? ―gruñó, después golpeó el suelo con
su bastón―. Chico, ve a buscarme algo dulce.
El sirviente dio un brinco y dejó el libro. Lo atrapé mientras corría a mi
lado en dirección a la puerta.
―Espera un momento ―le pedí―. ¿Cómo te llamas?
―Misha ―respondió. Necesitaba desesperadamente un corte de pelo,
pero por lo demás, parecía bastante bien.
―¿Cuántos años tienes?
―Ocho.
―Siete ―espetó Baghra.
―Casi ocho ―cedió él.
Era pequeño para su edad.
―¿Me recuerdas?
Alzó una mano temblorosa para tocar las astas en mi cuello, y después
asintió solemnemente.
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―Sankta Alina ―exhaló. Su madre le había dicho que yo era una Santa, y
al parecer, el desprecio de Baghra no había logrado convencerlo de lo
contrario―. ¿Sabes dónde está mi madre? ―preguntó.
―No, lo siento. ―Ni siquiera pareció sorprendido, quizás era la respuesta
que esperaba―. ¿Cómo te encuentras aquí?
Sus ojos se desviaron hacia Baghra, y después volvieron a mí.
―Está bien ―dije―. Sé sincero.
―No tengo con quién jugar.
Sentí una pequeña punzada al recordar los solitarios días en Keramzin
antes de que Mal llegara, los huérfanos más mayores no tenían interés en otra
escuálida refugiada.
―Eso puede cambiar pronto. Hasta entonces, ¿te gustaría aprender a
pelear?
―A los sirvientes no se nos permite pelear ―replicó, pero pude ver que le
agradaba la idea.
―Soy la Invocadora del Sol y tienes mi permiso. ―Ignoré el bufido de
Baghra―. Si vas a buscar a Malyen Oretsev, él te conseguirá una espada de
prácticas.
Antes de que pudiera parpadear, el chico había salido corriendo de la
habitación, prácticamente tropezando con sus propios pies por la emoción.
Cuando se marchó, pregunté:
―¿Y su madre?
―Una sirvienta en el Pequeño Palacio ―Baghra se envolvió más en su
chal―. Es posible que haya sobrevivido; no hay forma de saberlo.
―¿Cómo lo lleva él?
―¿Cómo crees? Nikolai tuvo que arrastrarlo gritando a ese artefacto
maldito. Aunque eso puede que solo haya sido sentido común. Por suerte
ahora llora menos.
Cuando moví el libro para sentarme a su lado, miré el título: Parábolas
religiosas. Pobre niño. Después volví a centrar mi atención en Baghra. Había
ganado algo de peso, y estaba sentada recta en su silla. Salir del Pequeño
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Palacio le había sentado bien, incluso si solo había encontrado otra cueva
caliente en la que esconderse.
―Te ves bien.
―No puedo saberlo ―dijo con amargura―. ¿A qué te referías con lo que
le dijiste a Misha? ¿Estás pensando en traer aquí a los estudiantes?
Los niños de la escuela Grisha de Os Alta habían sido evacuados a
Keramzin, junto con sus profesores y Botkin, mi antiguo instructor de
combate. Su seguridad me había estado preocupando durante meses, y ahora
estaba en posición de hacer algo al respecto.
―Si Nikolai accede a instalarlos en la Hiladora, ¿considerarías enseñarles?
―Hmm… ―musitó con el ceño fruncido―. Alguien tendrá que hacerlo.
Quién sabe qué clase de basura habrán estado aprendiendo con ese grupo.
Sonreí. Un gran progreso. Pero mi sonrisa se desvaneció cuando me golpeó
la rodilla con su bastón.
―¡Ay! ―grité. La puntería de la mujer era asombrosa.
―Enséñame tus muñecas.
―No tengo el pájaro de fuego.
Levantó su bastón de nuevo, pero me hice a un lado.
―Está bien, está bien. ―Tomé su mano y la puse sobre mi muñeca
desnuda. Mientras palpaba cerca de mi codo, pregunté—: ¿Cómo sabe
Nikolai que eres la madre del Darkling?
―Preguntó. Es más observador que el resto de ustedes, estúpidos. ―Debió
haberse convencido de que no había escondido el tercer amplificador, porque
me soltó la muñeca con un gruñido.
―¿Y simplemente se lo dijiste?
Baghra suspiró.
―Esos son los secretos de mi hijo ―dijo con cansancio―. No es mi trabajo
guardarlos durante más tiempo. ―Entonces se echó hacia atrás―. Así que
fallaste al intentar matarlo una vez más.
―Sí.
―No puedo decir que lo siento. Al final, soy mucho más débil que tú,
Santita.
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Si eso era lo necesario. Demasiado había perdido como para dar la espalda
a cualquier arma que me hiciera lo bastante fuerte para ganar esta batalla. Con
o sin la ayuda de Baghra, encontraría una manera de controlar merzost.
Vacilé.
―Baghra, he leído los diarios de Morozova.
―¿En serio? ¿Lo encontraste una lectura estimulante?
―No, lo encontré exasperante.
Para mi sorpresa, se rio.
―Mi hijo estudió minuciosamente esas páginas como si fueran las
sagradas escrituras. Debió leerlos miles de veces, cuestionándose cada
palabra. Empezó a pensar que había códigos escondidos en el texto. Sostuvo
las páginas sobre una llama para buscar tinta invisible. Al final, maldijo el
nombre de Morozova.
Igual que yo. Solo la obsesión de David persistía. Casi había conseguido
que lo mataran hoy cuando insistió en llevar su mochila.
Odiaba tener que preguntarlo, odiaba incluso poner la posibilidad en
palabras, pero me obligué a hacerlo.
―¿Hay… hay alguna posibilidad de que Morozova dejara el círculo sin
acabar? ¿Hay alguna posibilidad de que nunca creara un tercer amplificador?
Durante un momento permaneció en silencio, con expresión ausente, y su
mirada ciega centrada en algo que yo no podía ver.
―Morozova nunca podría haberlo dejado incompleto ―contestó con
suavidad―. No era su estilo.
Sus palabras me erizaron el vello de los brazos, y recordé cuando Baghra
posó las manos sobre mi collar en el Pequeño Palacio. «Me hubiera gustado
ver su ciervo».
―Baghra…
Una voz llegó desde el umbral de la puerta:
―Moi soverenyi. ―Levanté la vista hacia Mal, molesta por la interrupción.
―¿Qué ocurre? ―pregunté, y reconocí el filo que aparecía en mi voz con
todo lo relacionado al pájaro de fuego.
―Hay un problema con Genya ―respondió―. Y con el Rey.
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por el verde opaco del Primer Ejército que parecía incongruente con su
complexión débil y bigote encanecido. Parecía frágil apoyado contra la silla
de su esposa, la evidencia incriminatoria de lo que fuera que Genya le hubiera
hecho era clara en sus hombros encorvados y piel suelta.
Cuando entré, el Rey abrió los ojos casi de forma cómica.
―No pedí ver a esta bruja.
Me obligué a hacer una reverencia, con la esperanza de que me sirviera la
diplomacia que había aprendido de Nikolai.
―Moi tsar.
―¿Dónde está la traidora? ―aulló, con baba colgando del labio inferior.
Y hasta ahí llegó la diplomacia.
Genya dio un pacito al frente, y las manos le temblaron cuando se bajó el
chal. El Rey jadeó y la Reina se cubrió la boca. El silencio en la habitación era
como el silencio luego de una explosión de cañón. Vi que la compresión
asaltaba a Nikolai, quien me miró con la mandíbula apretada. No le había
mentido, exactamente, pero bien podría haberlo hecho.
―¿Qué es esto? ―musitó el Rey.
―Este es el precio que pagó por salvarme, por desafiar al Darkling
―respondí.
El Rey frunció el ceño.
―Es una traidora a la corona. Quiero su cabeza.
Para mi sorpresa, Genya se dirigió a Nikolai.
―Asumiré mi castigo si él asume el suyo.
El rostro del Rey se volvió de un tono púrpura. Quizá sufriera un ataque
cardiaco y nos salvara de las molestias.
―¡Permanecerás en silencio frente a tus superiores!
Genya levantó la barbilla.
―No tengo superiores aquí. ―No estaba facilitando las cosas, pero aun así
quise aplaudirla.
―Si crees que… ―comenzó a espetar la Reina.
Genya estaba temblando, pero su voz permaneció firme cuando dijo:
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―Si a él no lo enjuician por sus fallas como rey, entonces que lo enjuicien
por sus fallas como hombre.
―Tú, puta malagradecida ―dijo el Rey con voz desdeñosa.
―Suficiente ―exclamó Nikolai―. Paren los dos.
―Soy el Rey de Ravka, no permitiré…
―Eres el Rey sin un trono ―replicó Nikolai con suavidad―. Y te pido con
respeto que contengas la lengua.
El Rey cerró la boca, una vena le palpitaba en la sien.
Nikolai se tomó las manos a la espalda.
―Genya Safin, estás acusada de traición e intento de homicidio.
―Si lo hubiera querido muerto, estaría muerto.
Nikolai le dirigió una mirada de advertencia.
―No intenté matarlo ―dijo.
―Pero le hiciste algo al Rey, algo de lo que los doctores de la corte dicen
nunca se recuperará. ¿Qué fue?
―Veneno.
―De seguro podrían haberlo identificado.
―Este no, lo diseñé yo misma. En dosis pequeñas durante un periodo de
tiempo largo, los síntomas son suaves.
―¿Un alcaloide vegetal? ―preguntó David.
Ella asintió.
―Una vez que se encaja en el sistema de la víctima, se alcanza un umbral,
los órganos comienzan a fallar, y la degeneración es irreversible. No es un
asesino, es un ladrón. Te roba años, y nunca los recuperarás.
Sentí un escalofrío por la satisfacción en su voz. Lo que describió no era un
veneno común, sino la creación de una chica entre Corporalnik y Fabricadora,
una chica que había pasado mucho tiempo en los talleres Materialki.
La Reina sacudió la cabeza.
―¿Dosis pequeñas en periodos largos de tiempo? Ella no tenía ese acceso
a nuestras comidas…
―Envenené mi piel ―replicó Genya con dureza―, mis labios, para que
cada vez que él me tocara… ―Tembló ligeramente y miró a David―. Cada
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Y tú eres una reina. Tus súbditos son tus hijos. Todos ellos.
El Rey se dirigió a Nikolai.
―Me sacarás de mi propio país con cargos tan mínimos…
Ante esto, Tamar rompió su silencio.
―¿Mínimos? ¿Serían mínimos si ella hubiera sido de sangre noble?
Mal cruzó los brazos.
―Si hubiera sido de sangre noble, él nunca se hubiera atrevido.
―Esta es la mejor solución ―dijo Nikolai.
―¡No es una solución! ―gritó el Rey―. ¡Es cobardía!
―No puedo dejar de lado este crimen.
―No tienes el derecho, ni la autoridad. ¿Quién eres para tomar decisiones
sobre tu Rey?
Nikolai se irguió más.
―Son las leyes de Ravka, no las mías. No deberían inclinarse ante rango o
posición social. ―Moderó su tono―. Sabes que es lo mejor. Tu salud está
fallando. Tienes que descansar, y estás demasiado débil para liderar nuestras
fuerzas contra el Darkling.
―¡Obsérvame! ―rugió el Rey.
―Padre ―dijo Nikolai con suavidad―, los hombres no te seguirán.
El Rey entrecerró los ojos.
―Vasily era el doble de hombre que eres tú. Eres un debilucho y un tonto,
lleno de sentir y sangre común.
Nikolai se encogió.
―Tal vez ―reconoció―. Pero escribirás esa carta, y subirás a bordo del
Martín Pescador sin protestar. Dejarás este lugar o serás enjuiciado, y si te
encuentran culpable, entonces te enviaré a la horca.
La Reina emitió un sollozo.
―Es mi palabra contra la de ella ―dijo el Rey, meneando un dedo hacia
Genya―. Soy el Rey…
Me interpuse entre ellos.
―Y yo soy una Santa. ¿Deberíamos ver la palabra de quién pesa más?
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Tú cierra la boca, bruja grotesca. Debí haber hecho que te mataran
cuando tuve la oportunidad.
―Es suficiente ―espetó Nikolai, su paciencia agotada. Les hizo un gesto a
los guardias de la puerta―. Escolten a mis padres a sus habitaciones.
Vigílenlos y asegúrense de que no hablan con nadie. Aceptaré tu abdicación
por la mañana, padre, o haré que te encadenen.
El Rey miró de Nikolai a los guardias que ahora lo flanqueaban. La Reina
lo sujetó de un brazo, mientras en sus ojos azules brillaba el pánico.
―Tú no eres un Lantsov ―gruñó el Rey.
Nikolai solo hizo una reverencia.
―Me parece que puedo vivir con ese hecho.
Les hizo una seña a los guardias, quienes sujetaron al Rey, pero él se liberó
de su agarre. Caminó hacia la puerta erizado de furia, intentando reunir lo
que le quedaba de dignidad.
Se detuvo ante Genya, y sus ojos le recorrieron el rostro.
―Al menos ahora te ves cómo eres de verdad ―le dijo―. Arruinada.
Pude ver que la palabra la golpeó como una bofetada. Razrusha’ya, la
Arruinada, el nombre que los peregrinos habían susurrado cuando la habían
visto por primera vez.
Mal dio un paso adelante, Tamar se llevó las manos a las hachas, y escuché
que Tolya gruñía. Pero Genya los detuvo con una mano, irguió la espalda y
su ojo restante resplandeció con convicción.
―Recuérdeme cuando esté a bordo de ese barco, moi tsar. Recuérdeme
cuando le dé el último vistazo a Ravka mientras desaparece en el horizonte.
―Se inclinó y le susurró algo. El Rey palideció, y vi miedo real en sus ojos.
Genya se echó hacia atrás y dijo―: Espero que la última probada que tomó de
mí haya valido la pena.
Los Reyes de Ravka fueron escoltados de la habitación por los guardias.
Genya mantuvo la barbilla en alto hasta que salieron, pero luego, hundió los
hombros. David la rodeó con un brazo, pero ella se lo quitó de encima.
―No lo hagas ―gruñó, y se limpió las lágrimas que amenazaban con
derramarse.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No pienses quedarte tan tranquila, Genya Safin. ―Su voz sonaba fría y
profundamente agotada―. Cuando esta guerra haya terminado, enfrentarás
cargos, y yo decidiré si serás perdonada o no.
Genya efectuó una elegante reverencia.
―No temo a su justicia, moi tsar.
―Aún no soy el Rey.
―Moi tsarevich ―emendó.
―Váyanse ―dijo él, despidiéndonos con un gesto de la mano. Cuando
vacilé, simplemente dijo―: Todos.
Mientras las puertas se cerraban, lo vi desplomarse en su mesa de dibujo
y sujetarse la cabeza con las manos.
Me rezagué siguiendo a los otros por el pasillo. David le estaba
murmurando a Genya sobre las propiedades de los alcaloides vegetales y del
polvo de berilio. No estaba segura de que fuera muy sabio que estuvieran
conspirando sobre venenos, pero suponía que esta era su versión de un
momento romántico.
Arrastré los pies ante la idea de regresar a la Hiladora. Había sido uno de
los días más largos de mi vida, y aunque había mantenido el agotamiento a
raya, ahora lo sentía asentado sobre mis hombros como un abrigo empapado.
Decidí que Genya o Tamar podían informarles al resto de los Grisha sobre lo
que había sucedido, y que trataría con Sergei mañana. Pero antes de que
pudiera ir en busca de mi cama y acostarme, necesitaba saber algo.
En las escaleras, sujeté a Genya por una mano.
―¿Qué le susurraste al Rey? ―pregunté en voz baja.
Ella observó a los otros mientras subían los escalones, luego contestó:
―Na razrusha’ya. E’ya razrushost.
«No estoy arruinada. Soy la ruina».
Alcé las cejas.
―Recuérdame permanecer en tu lado bueno.
―Querida ―me dijo, me mostró una mejilla llena de cicatrices, y luego la
otra―, ya no tengo un lado bueno.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Lo dijo con tono alegre, pero también oí tristeza. Me guiñó con el ojo que
le quedaba y desapareció por las escaleras.
***
Mal había trabajado con Nevsky para asegurarse de dónde dormiríamos,
así que él tuvo que hacerse cargo de mostrarme mi alcoba, compuesta por dos
habitaciones en el lado este de la montaña. El umbral estaba formado por las
manos unidas de dos doncellas de bronce que creía podían personificar a las
Estrellas de la Mañana y de la Tarde. En el interior, la pared del fondo
consistía de una ventana redonda, rodeada de latón ribeteado como el ojo de
buey de un barco. Las lámparas estaban encendidas, y aunque la vista de
seguro sería espectacular durante el día, justo ahora, no se veía nada salvo la
oscuridad y mi propio rostro cansado reflejado.
―Los gemelos y yo estaremos en la habitación de al lado ―me informó
Mal―. Y uno de nosotros hará guardia mientras duermes.
Un jarro de agua caliente me esperaba junto a la palangana, así que me
lavé la cara mientras Mal me comunicaba sobre los alojamientos que había
asegurado para el resto de los Grisha, cuánto tiempo nos tomaría armar
nuestra expedición a las Sikurzoi, y cómo quería dividir el grupo. Intenté
escuchar, pero en algún momento, la mente me dejó de funcionar.
Me senté en la banca de piedra del asiento de la ventana.
―Lo siento ―le dije―. Simplemente no puedo.
Él se quedó allí, y casi podía ver su lucha interna para decidir si se sentaba
junto a mí o no. Al final, se quedó dónde estaba.
―Hoy me salvaste la vida ―me dijo.
Me encogí de hombros.
―Y tú salvaste la mía. Diría que es lo que hacemos.
―Sé que no es fácil, la primera vez que matas a alguien.
―He sido responsable por muchas muertes; esta no debería ser diferente.
―Pero lo es.
―Era un soldado como nosotros. Probablemente tiene familia en algún
lugar, una chica que ama, tal vez incluso un hijo. Estaba ahí y después
Leigh Bardugo Dark Guardians
simplemente… ya no. ―Sabía que debía dejarlo hasta ahí, pero necesitaba
decir las palabras―. ¿Y sabes cuál es la parte que me da miedo? Que fue fácil.
Mal estuvo en silencio por largo rato, luego dijo:
―No estoy seguro de a quién maté la primera vez. Estábamos cazando el
ciervo cuando nos encontramos con un patrulla fjerdana en el borde norteño.
Dudo que la pelea haya durado más que unos minutos, pero maté a tres
hombres. Estaban haciendo su trabajo, igual que yo, intentado pasar de un día
al siguiente, y luego estaban desangrándose en la nieve. No tengo forma de
saber quién fue el primero en caer, y no estoy seguro de que importe. Los
mantienes a distancia, los rostros empiezan a emborronarse.
―¿De verdad?
―No.
Vacilé, pero no pude mirarlo cuando susurré:
―Se sintió bien. ―Él no dijo nada, así que proseguí―. No importa para
qué use el Corte, lo que haga con mi poder, siempre se siente bien.
Tenía miedo de mirarlo, miedo del asco que vería en su rostro, o peor, el
miedo. Pero cuando me obligué a levantar la vista, la expresión de Mal era
pensativa.
―Pudiste haber matado al Apparat y a todos sus Guardias Sacerdotales,
pero no lo hiciste.
―Quise hacerlo.
―Pero no lo hiciste. Has tenido oportunidades de sobra para ser brutal,
para ser cruel; nunca te has aprovechado de ellas.
―No aún. El pájaro de fuego…
Él sacudió la cabeza.
―El pájaro de fuego no cambiará quién eres, seguirás siendo la niña que
aguantó que la golpearan cuando fui yo quien rompió el reloj de bronce
dorado de Ana Kuya.
Gruñí, y lo señalé con un dedo acusador
―Y tú me dejaste.
Él se rio.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Por supuesto que sí. Esa mujer es atemorizante. ―Su expresión se volvió
seria―. Seguirás siendo la muchacha que estaba dispuesta a sacrificar su vida
para salvarnos en el Pequeño Palacio, la misma muchacha que defendió a una
sirvienta frente a un rey.
―No es una sirvienta, es…
―Una amiga, lo sé. ―Vaciló―. El asunto es, Alina, que Luchenko tenía
razón.
Me tomó un momento ubicar el nombre del líder de la milicia.
―¿Sobre qué?
―Hay algo malo en este país. No hay tierras, no hay vida, solo un
uniforme y un arma. Eso es lo que yo solía pensar también.
Así había sido; Mal había estado dispuesto a alejarse de Ravka y olvidarse
de su país.
―¿Qué cambió?
―Tú. Lo vi esa noche en la capilla. Si no hubiera estado tan asustado,
podría haberlo visto antes.
Pensé en el cuerpo del miliciano cayendo a pedazos.
―Tal vez tenías razón al temerme.
―No tenía miedo de ti, Alina, tenía miedo de perderte. La muchacha en la
que te estabas convirtiendo ya no me necesitaba, pero ella es quien siempre
has estado destinada a ser.
―¿Una hambrienta de poder? ¿Una despiadada?
―Fuerte. ―Apartó la mirada―. Luminosa, y quizá un poco despiadada
también, eso es lo que se necesita para gobernar. Ravka está rota, Alina. Creo
que siempre lo ha estado. La muchacha que vi en la capilla podría cambiarlo.
―Nikolai…
―Nikolai nació un líder. Sabe cómo luchar, sabe sobre política, pero no
sabe lo que es vivir sin esperanza. Nunca le ha faltado nada, no como a ti y
Genya. No como a mí.
―Es un buen hombre ―protesté.
―Y será un buen rey, pero te necesita a ti para ser un gran rey.
Leigh Bardugo Dark Guardians
No sabía qué decir ante eso. Presioné un dedo contra la ventana, luego
limpié la mancha con una manga.
―Voy a preguntarle si puedo traer a los estudiantes desde Keramzin. A
los huérfanos también.
―Llévalo contigo cuando vayas ―sugirió Mal―. Debería ver de dónde
vienes. ―Se rio―. Puedes presentárselo a Ana Kuya.
―Ya desaté a Baghra sobre Nikolai. Va a pensar que acumulo a ancianas
maliciosas. ―Dejé otra huella en el cristal. Sin mirarlo, le dije―: Mal,
cuéntame sobre el tatuaje.
Se quedó en silencio por un momento. Por último, se restregó una mano
por la nuca y contestó―: Es un juramento en antiguo ravkano.
―Pero, ¿por qué marcarte?
Esta vez no se sonrojó ni me dio la espalda.
―Es una promesa para ser mejor de lo que era ―me explicó―. Es un voto
de que si no puedo ser nada más para ti, al menos seré un arma en tu mano.
―Se encogió de hombros―. Y supongo que es un recordatorio de que querer
y merecer no son la misma cosa.
―¿Qué quieres, Mal? ―La habitación parecía muy silenciosa.
―No me preguntes eso.
―¿Por qué no?
―Porque no puede ser.
―Quiero oírlo de todas formas.
Dejó salir un largo aliento.
―Despídete, dime que me vaya, Alina.
―No.
―Necesitas un ejército, necesitas una corona.
―Así es.
Se rio entonces.
―Sé que debería decir algo noble, que quiero una Ravka unida y libre del
Abismo. Que quiero al Darkling en el suelo, donde nunca pueda herirte o a
nadie más otra vez. ―Sacudió la cabeza con tristeza―. Pero supongo que soy
el mismo idiota egoísta que siempre he sido. Por toda mi charla sobre votos y
Leigh Bardugo Dark Guardians
honor, lo que de verdad quiero es apoyarte contra esa pared y besarte hasta
que olvides que supiste el nombre de otro hombre. Así que dime que me vaya,
Alina, porque no puedo darte un título, o un ejército, ni ninguna de las cosas
que necesitas.
Tenía razón, lo sabía. Esa cosa frágil y encantadora que había existido entre
nosotros, ahora le pertenecía a dos personas diferentes, personas que no
estaban atadas por deber o responsabilidad, y ya no estaba segura de qué
quedaba. Y aun así, quería que me rodeara con sus brazos, quería oírlo
susurrar mi nombre en la oscuridad, quería pedirle que se quedara.
―Buenas noches, Mal.
Se tocó el espacio sobre el corazón, donde llevaba el rayo de sol que le
había dado hacía tanto en un jardín en la oscuridad.
―Moi soverenyi ―dijo con suavidad. Hizo una reverencia y me dejó.
La puerta se cerró tras él. Extinguí las lámparas y me recosté en la cama,
tapándome con las mantas. La pared de ventana era como un gran ojo
redondo, y ahora que la habitación estaba a oscuras, podía ver las estrellas.
Me rocé la cicatriz en mi palma con el pulgar, la que me había hecho hacía
años con el borde de una taza azul quebrada, un recordatorio del momento
en que mi mundo entero había cambiado, de cuando había dado una parte de
mi corazón que nunca recuperaría.
Habíamos tomado la decisión acertada, habíamos hecho lo correcto. Tenía
que creer que esa lógica me traería consuelo con el tiempo. Esta noche,
simplemente había una habitación demasiado silenciosa, el dolor de la
pérdida, y el conocimiento profundo y final como el tañer de una campana:
«Algo bueno se ha ido».
***
Me vestí con las ropas limpias que me habían dejado: túnica, pantalones,
botas nuevas, una kefta de lana gruesa del azul de los Invocadores, rodeada
de piel de zorro rojo y los puños bordados de dorado. Nikolai siempre venía
preparado.
Dejé que Tolya me dirigiera por las escaleras hasta el nivel de las calderas
y hacia una de las oscuras habitaciones para el agua.
De inmediato lamenté mi elección de vestuario: hacía un calor
desesperante. Lancé un brillo de luz al interior. Sergei estaba sentado contra
la pared, cerca de uno de los tanques de metal grandes, con las rodillas
presionadas contra el pecho.
―¿Sergei?
Entrecerró los ojos y apartó la cabeza. Tolya y yo intercambiamos una
mirada. Lo palmeé en uno de sus grandes brazos.
―Ve a buscar desayuno ―le dije, mientras el estómago me rugía. Cuando
Tolya se fue, disminuí la intensidad de la luz y me fui a sentar junto a Sergei―.
¿Qué estás haciendo aquí abajo?
―Es demasiado grande ahí afuera ―murmulló―. Demasiado alto.
Era más que eso, otra razón para que se le escapara el nombre de Genya, y
ya no podía ignorarlo. Nunca habíamos tenido la oportunidad de hablar sobre
el desastre en el Pequeño Palacio. O tal vez había habido oportunidades y yo
las había evitado. Quería disculparme por la muerte de Marie, por ponerla en
peligro, por no haber estado ahí para salvarla. Pero, ¿qué palabras podían
expresar ese tipo de fracaso? ¿Qué palabras podían llenar el agujero donde
una muchacha vivaz con rizos castaños y risitas cantarinas había estado?
―Yo también extraño a Marie ―dije por fin―. Y a los otros.
Enterró el rostro en los brazos.
―Antes nunca tenía miedo, no en realidad. Ahora estoy asustado todo el
tiempo. No puedo detenerlo.
Lo rodeé con un brazo.
―Todos estamos asustados. No es algo de lo que sentirse avergonzado.
―Solo quiero volver a sentirme seguro.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sergei se fue aquella noche en el Ibis, el barco de carga que había sido puesto
en servicio mientras el Pelícano estaba en reparación. Nikolai le ofreció un
lugar en una tranquila estación cercana a Duva, donde podría recuperarse y
ser de alguna ayuda para los contrabandistas que pasaran. Incluso le ofreció
esperar y tomar refugio en Ravka Occidental, pero Sergei simplemente estaba
demasiado ansioso por irse.
A la mañana siguiente, Nikolai y yo nos reunimos con Mal y los gemelos
para averiguar la logística de búsqueda del pájaro de fuego en el sur de las
Sikurzoi. El resto de los Grisha no conocía la ubicación del tercer amplificador,
y nuestra intención era que se mantuviera así el tiempo que pudiéramos.
Nikolai había pasado dos noches casi completas estudiando los diarios de
Morozova, y estaba tan preocupado como yo, convencido de que tendría que
haber libros perdidos o en posesión del Darkling. Quería que presionara a
Baghra, pero tendría que ser cuidadosa sobre cómo abordar el tema. Si la
provocaba, no tendríamos nueva información y detendría mis lecciones.
―No se trata solo de que los libros estén sin terminar ―dijo Nikolai―. ¿A
nadie le parece que Morozova era un poco… excéntrico?
―Si por excéntrico quieres decir loco, entonces sí ―admití―. Espero que
pudiera estar loco y tener la razón.
Nikolai contempló el mapa pegado a la pared.
―¿Y esta sigue siendo nuestra única pista? ―Golpeó un valle anodino en
la frontera sur―. Hay mucho en juego en dos piezas delgadas de roca.
El valle sin marcar era Dva Stolba, el hogar de los asentamientos donde
habíamos nacido Mal y yo, llamado así por las ruinas que se interponían en
Leigh Bardugo Dark Guardians
su entrada sur, agujas delgadas erosionadas por el viento que alguien había
decidido eran los restos de dos molinos. Pero nosotros creíamos que eran en
realidad las ruinas de un antiguo arco, un poste indicador al pájaro de fuego,
el último de los amplificadores de Ilya Morozova.
―Hay una mina de cobre abandonada ubicada en Murin ―dijo Nikolai―.
Se puede aterrizar el Avetoro allí y entrar al valle a pie.
―¿Por qué no volar derecho a las Sikurzoi? ―preguntó Mal.
Tamar sacudió la cabeza.
―Podría ser difícil maniobrar. Hay menos lugares de aterrizaje y el terreno
es mucho más peligroso.
―Muy bien ―acordó Mal―. Entonces atracaremos en Murin y llegaremos
por el Paso Jidkova.
―Deberíamos tener buena cobertura ―dijo Tolya―. Nevsky asegura que
mucha gente viaja por las ciudades fronterizas en un intento por salir de
Ravka antes de que llegue el invierno, y las montañas se vuelvan imposibles
de cruzar.
―¿Cuánto tiempo te llevará encontrar al pájaro de fuego? ―preguntó
Nikolai.
Todos se volvieron a Mal.
―No hay manera de saberlo ―contestó―. Me tomó meses encontrar al
ciervo, y cazar a la sierpe de mar me tomó menos de una semana. ―Mantuvo
los ojos en el mapa, pero pude sentir el recuerdo de aquellos días entre
nosotros. Los habíamos pasado en las heladas aguas de la Ruta de Hueso con
la amenaza de la tortura cerniéndose sobre nosotros―. Las Sikurzoi ocupan
mucho territorio. Tenemos que ponernos en marcha lo más rápido posible.
―¿Ya has elegido a tu tripulación? ―le pregunto Nikolai a Tamar.
Ella prácticamente había hecho un baile improvisado cuando Nikolai le
había sugerido que fuera capitana del Avetoro, y de inmediato había
comenzado a familiarizarse con el barco y sus requisitos.
―Zoya no es muy buena para trabajar en equipo ―contestó Tamar―, pero
necesitamos Impulsores, y ella y Nadia son nuestras mejores opciones. Stigg
Leigh Bardugo Dark Guardians
no es malo con las cuerdas, y no perdemos nada con tener al menos un Inferno
a bordo. Deberíamos poder hacer una prueba mañana.
―Se moverían más rápido con una tripulación experimentada.
―Añadí una de tus Mareomotoras y a un Fabricador a la lista ―acordó
Tamar―. Me sentiría mejor usando a nuestra gente para el resto.
―Los renegados son leales.
―Puede que sí ―respondió Tamar―. Pero nosotros trabajamos bien
juntos.
Con un sobresalto, me di cuenta de que tenía razón. «Nuestra gente».
¿Cuándo había sucedido eso? ¿En el viaje desde la Catedral Blanca? ¿El
derrumbe? ¿El momento en que nos habíamos enfrentado a los guardias de
Nikolai y luego al Rey?
Nuestro pequeño grupo se dividía, y no me gustaba. Adrik estaba furioso
porque lo dejaríamos atrás, y yo iba a extrañarlo; incluso extrañaría a
Harshaw y a Oncat. Pero la parte más difícil sería decirle adiós a Genya. Entre
la tripulación y los suministros, el Avetoro ya estaba sobrecargado, y no había
razón para que viniera con nosotros a las Sikurzoi. Y a pesar de que
necesitábamos un Materialnik con nosotros para formar el segundo grillete,
Nikolai sentía que David sería de más utilidad aquí, sumando su mente al
esfuerzo para la guerra. En su lugar, llevaríamos a Irina, la Fabricadora
renegada que había forjado el grillete de escamas alrededor de mi muñeca a
bordo del Volkvolny. David estaba contento con la decisión, y Genya se había
tomado la noticia mejor que yo.
―¿Quieres decir que no tengo que atravesar una cadena montañosa
polvorienta con Zoya quejándose todo el camino y Tolya deleitándome con la
Segunda Historia de Kregi? ―Se había reído―. Estoy devastada.
―¿Vas a estar bien aquí? ―le pregunté.
―Creo que sí. No puedo creer que esté diciendo esto, pero Nikolai me está
empezando a caer bien. No se parece en nada a su padre. Y sí que sabe
vestirse.
Tenía razón: incluso en la cima de una montaña, las botas de Nikolai
siempre estaban pulidas y su uniforme impecable.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Si todo va bien ―dijo Tamar― deberíamos estar listos para partir el fin
de la semana.
Sentí una oleada de satisfacción y tuve que resistir el impulso de frotarme
el lugar vacío en mi muñeca. Pero entonces Nikolai se aclaró la garganta.
―Sobre eso… Alina, me pregunto si podrías considerar un pequeño
desvío.
Fruncí el ceño.
―¿Qué clase de desvío?
―La alianza con Ravka Occidental aún es nueva, y van a estar sintiendo la
presión de Fjerda para que le abran el Abismo al Darkling. Significaría mucho
para ellos ver lo que puede hacer la Invocadora del Sol. Mientras los otros
comienzan a explorar las Sikurzoi, pensé que podríamos asistir a un par de
cenas de estado, cortar la cima de una cordillera, tranquilizarlos. Puedo
llevarte junto con los demás a las montañas en el camino de regreso de Os
Kervo. Como dijo Mal, tienen una gran cantidad de territorio que cubrir, y el
retraso sería insignificante.
Por un momento, pensé que Mal podría hablar sobre la necesidad de entrar
y salir de las Sikurzoi antes de que llegaran las primeras nevadas, sobre el
peligro de cualquier retraso. En cambio, enrolló el mapa sobre la mesa y dijo:
―Parece sabio. Tolya puede ir como guardia de Alina. Necesito práctica
con las cuerdas.
Ignoré el vuelco que dio mi corazón; esto era lo que yo quería.
―Por supuesto ―le dije.
Si Nikolai había estado esperando una discusión, lo ocultó bien.
―Excelente ―respondió, y dio una palmada―. Hablemos de tu armario.
***
Al final resultó que tuvimos que manejar otros problemas antes de que
Nikolai pudiera enterrarme en sedas. Había accedido a enviar el Pelícano a
Keramzin una vez que regresara, pero ese era solo el primer punto en la
agenda. Para cuando terminamos de hablar de municiones, patrones de
Leigh Bardugo Dark Guardians
tormenta y ropas para clima húmedo, era bien pasado el mediodía y todo el
mundo estaba listo para un descanso.
La mayoría de los soldados comían juntos en un comedor improvisado en
el lado occidental de la Hiladora, bajo la mirada de los Tres Hijos Necios y el
Oso. No tenía ánimos de compañía, así que cogí un rollo rociado con semillas
de alcaravea y algo de té caliente lleno de azúcar, y salí a la terraza del sur.
Hacía un frío glacial. El cielo era de un azul brillante y el sol de la tarde
creaba sombras profundas en el banco de nubes. Bebí un sorbo de té,
escuchando el sonido del viento que soplaba en mis oídos mientras alborotaba
la piel del zorro alrededor de mi rostro. A derecha e izquierda, pude ver los
picos de las terrazas este y oeste. A lo lejos, el muñón de la cima de la montaña
que había cortado ya estaba cubierto de nieve.
Con el tiempo, estaba segura de que Baghra podría enseñarme a impulsar
aún más mi poder, pero nunca me ayudaría a dominar merzost, y por mi
cuenta, no tenía ni idea de por dónde empezar. Recordé la sensación que había
tenido en la capilla, el sentido de conexión y desintegración, el horror de sentir
que la vida me era arrancada, la emoción al ver nacer a mis criaturas. Pero sin
el Darkling, no podía encontrar mi camino en ese poder, y no estaba segura si
el pájaro de fuego cambiaría esa situación. Tal vez simplemente a él le
resultaba más fácil.
Una vez me había dicho que tenía mucha más práctica con la eternidad.
¿Cuántas vidas había tomado el Darkling? ¿Cuántas vidas había vivido? Tal
vez después de todo este tiempo, la vida y la muerte lucían diferentes para él:
pequeñas y nada misteriosas, algo que utilizar.
Con una mano llamé a la luz, y dejé que se deslizara sobre mis dedos en
débiles rayos. Ardió a través de las nubes, revelando más de los dentados e
implacables acantilados de la cordillera debajo. Dejé mi vaso y me incliné
sobre el muro para mirar los escalones de piedra tallados en la ladera de la
montaña por debajo de nosotros. Tamar afirmaba que en tiempos antiguos,
los peregrinos habían hecho la subida de rodillas.
―Si vas a saltar, al menos dame tiempo para componer una balada en tu
honor ―dijo Nikolai. Me volteé y lo vi salir a la terraza, con el cabello rubio
Leigh Bardugo Dark Guardians
Nikolai podría ser tan superficial como quisiera, pero sabía que no se había
imaginado asumir el liderazgo de Ravka así, con su hermano asesinado, y su
padre abatido por las acusaciones sórdidas de una sirvienta.
―¿Cuándo vas a tomar la corona? ―le pregunté.
―No hasta que hayamos ganado. O me corono en Os Alta, o no me corono
en absoluto. Y el primer paso es la consolidación de nuestra alianza con Ravka
Occidental.
―¿Por eso el anillo?
―Por eso el anillo. ―Se alisó el borde de la solapa y dijo―: ¿Sabes?,
podrías haberme hablado de Genya.
Sentí una oleada de culpabilidad.
―Estaba tratando de protegerla. No muchas personas lo han hecho.
―No quiero mentiras entre nosotros, Alina. ―¿Estaba pensando en los
crímenes de su padre? ¿El devaneo de su madre? Aun así, no era justo.
―¿Cuántas mentiras me has dicho, Sturmhond? ―Hice un gesto a la
Hiladora―. ¿Cuántos secretos has guardado hasta estar dispuesto a
compartirlos?
Se sujetó las manos tras la espalda, claramente incómodo.
―¿Prerrogativa del príncipe?
―Si un mero príncipe consigue un pase, también una Santa viviente.
―¿Vas a hacer un hábito de ganar discusiones? Es muy impropio.
―¿Fue una discusión?
―Obviamente no; no pierdo discusiones. ―Luego se asomó por el
borde―. Santos, ¿está corriendo por los peldaños congelados?
Miré a través de la niebla y efectivamente, alguien estaba recorriendo los
escalones estrechos y zigzagueantes a lo largo del acantilado, con su aliento
visible en el aire helado. Me tomó solo un momento comprender que era Mal,
con la cabeza inclinada, y un morral en los hombros.
―Luce… vigorizante. Si se mantiene así, puede que en realidad tenga que
empezar a esforzarme. ―Nikolai hablaba con tono ligero, pero podía sentir
sus inteligentes ojos avellana fijos en mí―. Asumiendo que vencimos al
Leigh Bardugo Dark Guardians
Darkling, como estoy seguro que haremos, ¿Mal planea permanecer como
capitán de tu guardia?
Me contuve de frotarme la cicatriz de la palma con el pulgar.
―No lo sé. ―A pesar de todo lo que había pasado, quería mantener cerca
a Mal, pero no sería justo para ninguno de nosotros. Me obligué a decir―:
Creo que sería mejor que fuera reasignado. Es bueno en el combate, pero es
mejor rastreador.
―Sabes que no aceptará que lo saquen del combate.
―Haz lo que creas que es mejor.
El dolor era como un cuchillo delgado enterrándose justo entre mis
costillas. Estaba cortando a Mal de mi vida, pero mi voz sonaba firme; Nikolai
me había enseñado bien. Traté de devolverle el anillo.
―No puedo aceptar esto. No ahora. ―Tal vez nunca.
―Quédatelo ―dijo, cerrándome los dedos sobre la esmeralda―. Un
corsario aprende a aprovechar cualquier ventaja.
―¿Y un príncipe?
―Los príncipes se acostumbran a la palabra sí.
***
―Vengan a ver.
Zoya rodó de la cama con un suspiro de exasperación. Las conduje por el
pasillo a mi habitación y abrí la puerta.
Genya se sumergió de golpe en el montón de vestidos sobre mi cama.
―Seda ―gimió―. ¡Terciopelo!
Zoya cogió una kefta que colgaba del respaldo de mi silla. Tenía un brocado
en oro, las mangas y el dobladillo estaban bordados de azul con
extravagancia, y los puños marcados con resplandecientes rayos solares
enjoyados.
―Marta cibelina ―me dijo, acariciando el forro―. Nunca te he odiado
más.
―Esa es mía ―le dije―. Pero lo demás es para quién lo quiera. No puedo
llevarlo todo a Ravka Occidental.
―¿Nikolai mandó a hacer todo esto para ti? ―preguntó Nadia.
―No es un gran creyente en las cosas a medias.
―¿Estás segura de que quiere que los regales?
―Son préstamos ―le corregí―. Y si no le gusta, puede aprender a dejar
instrucciones más cuidadosas.
―Es inteligente ―dijo Tamar, se echó una capa verde azulada sobre los
hombros y se miró al espejo―. Él tiene que lucir como un rey, y tú como una
reina.
―Hay algo más ―dije y de nuevo sentí que me inundaba esa timidez.
Todavía no sabía muy bien cómo comportarme alrededor de otros Grisha.
¿Eran amigos? ¿Súbditos? Era un territorio nuevo. Pero no quería estar sola
en mi cuarto sin nada más que mis pensamientos y un montón de vestidos
por compañía.
Saqué el anillo de Nikolai y lo puse sobre la mesa.
―Santos ―suspiró Genya―. Esa es la esmeralda Lantsov.
Parecía brillar a la luz de la lámpara, los diminutos diamantes centellaban
a su alrededor.
―¿Te lo dio? ¿Para que te lo quedes? ―preguntó Nadia.
Genya me agarró del brazo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Se propuso?
―No exactamente.
―Es como si lo hubiera hecho ―dijo Genya―. Ese anillo es una reliquia
familiar. La Reina lo llevaba a todas partes, incluso para dormir.
―Recházalo otra vez ―dijo Zoya―. Rómpele el corazón cruelmente. Con
mucho gusto consolaré a nuestro príncipe, y podría ser una reina magnífica.
Me eché a reír.
―De verdad que sí, Zoya, si pudieras dejar de ser horrible por un minuto.
―Con ese tipo de incentivo, puedo arreglármelas por un minuto.
Posiblemente dos.
Puse los ojos en blanco.
―Solo es un anillo.
Zoya suspiró y sostuvo la esmeralda en alto para que centelleara.
―Soy horrible ―dijo bruscamente―. Todas esas personas muertas, y yo
extraño las cosas bonitas.
Genya se mordió el labio, luego espetó:
―Extraño la almendra kulich. Y la mantequilla y la mermelada de cereza
que los cocineros solían traer del mercado en Balakirev.
―Extraño el mar ―dijo Tamar―, y mi hamaca a bordo del Volkvolny.
―Extraño sentarme a orillas del lago en el Pequeño Palacio ―apuntó
Nadia―. Beber mi té, solo paz a mi alrededor.
Zoya se miró las botas y dijo:
―Extraño saber qué sucede después.
―Yo también ―confesé.
Zoya bajó el anillo.
―¿Vas a decir que sí?
―En realidad no se propuso.
―Pero lo hará.
―Quizá, no lo sé.
Ella dio un resoplido de disgusto.
―Mentí. Ahora sí que nunca te había odiado más.
―Sería algo especial ―intervino Tamar―, tener una Grisha en el trono.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Tiene razón ―agregó Genya―. Ser los que gobiernan, en lugar de solo
servir.
Ellas querían una reina Grisha, Mal quería una reina plebeya. Y ¿qué
quería yo? Paz para Ravka, una oportunidad de dormir tranquila en mi cama
sin miedo, el fin de la culpa y el temor que me despertaba cada mañana. Tenía
deseos antiguos también, de ser amada por quién era, no por lo que podía
hacer, de vivir en un prado con los brazos de un chico a mí alrededor y ver el
viento mover las nubes. Pero esos sueños pertenecían a una niña, no a la
Invocadora del Sol, no a una Santa.
Zoya se sorbió la nariz, acomodándose una pequeña perla kokochnik
encima del cabello.
―Sigo diciendo que debería ser yo.
Genya le arrojó una zapatilla de terciopelo.
―El día que te haga una reverencia será el día en que David actúe una
ópera, desnudo en medio del Abismo de las Sombras.
―Como si fuera a tenerte en mi corte.
―Ni que fueras tan afortunada. Ven aquí; esa pieza en tu cabeza está
completamente torcida.
Cogí el anillo de nuevo y le di vueltas en mi mano. No podía resignarme a
ponérmelo.
Nadia me golpeó un hombro con el suyo.
―Hay cosas peores que un príncipe.
―Es cierto.
―Mejores también ―señaló Tamar. Empujó un vestido de encaje cobalto
hacia Nadia―. Prueba con esto.
Nadia lo sostuvo en alto.
―¿Perdiste cabeza? El corpiño bien podría estar escotado hasta el ombligo.
Tamar sonrió.
―Exactamente.
―Bueno, Alina no puede usarlo ―dijo Zoya―. Incluso sus pechos se
saldrían mientras come postre.
―¡Diplomacia! ―gritó Tamar.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Estaba sentado al borde de una mesa, con la camisa arrugada en una bola
sobre la rodilla, y los brazos alzados sobre la cabeza mientras la forma vaga
de una Sanadora Corporalnik entraba y salía de enfoque al atender una herida
ensangrentada que tenía el Darkling en un costado. Al principio pensé que
estábamos en le enfermería del Pequeño Palacio, pero el espacio estaba
demasiado oscuro y borroso para distinguirlo.
Intenté no notar su aspecto, su cabello revuelto, y los planos
ensombrecidos de su pecho desnudo. Parecía tan humano, solo un muchacho
herido en batalla, o tal vez durante el entrenamiento. «No es un muchacho
―me recordé―, es un monstruo que ha vivido cientos de años y ha tomado
cientos de vidas».
El Darkling tenía la mandíbula apretada mientras la Corporalnik
terminaba su trabajo. Una vez que la piel volvió a estar cerrada, el Darkling
despidió a la Sanadora con un gesto. Ella dudó brevemente, luego se alejó,
desvaneciéndose en la nada.
―Hay algo que me he estado preguntando ―dijo él, sin saludarme, sin
preámbulos. Esperé―. La noche que Baghra te contó mis planes, la noche que
huiste del Pequeño Palacio, ¿dudaste?
―Sí.
―Los días siguientes a tu partida, ¿pensaste alguna vez en volver?
―Sí ―admití.
―Pero elegiste no hacerlo.
Sabía que debía irme, sabía que al menos debía permanecer en silencio,
pero estaba tan agotada, y se sentía tan fácil estar aquí con él.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No fue solo lo que dijo Baghra esa noche. Me mentiste, me engañaste,
me… atrajiste. ―Me sedujiste, me hiciste desearte, me hiciste cuestionar mi
propio corazón.
―Necesitaba tu lealtad, Alina. Te necesitaba atada a mí por más que el
deber o el miedo. ―Sus dedos palparon la piel donde antes había estado la
herida; ahora solo quedaba una leve rojez―. Hay rumores de que tu príncipe
Lantsov ha sido avistado.
Me acerqué más, e intenté mantener la voz casual.
―¿Dónde?
Él alzó la mirada y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.
―¿Te agrada?
―¿Importa?
―Es más difícil cuando te agradan, los lloras más. ―¿Cuántas pérdidas
había llorado él? ¿Había tenido amigos? ¿Una esposa? ¿Había dejado que
alguien se le acercara tanto?
―Dime, Alina ―dijo el Darkling―. ¿Ya te ha reclamado?
―¿Reclamarme? ¿Como si fuera una península?
―Ya no te sonrojas ni apartas la mirada. Cómo has cambiado. ¿Qué pasará
con tu fiel rastreador? ¿Dormirá enrollado a los pies de tu trono?
Me estaba presionando, intentaba provocarme. En lugar de huir, me
acerqué más.
―Viniste a mí con el rostro de Mal esa noche en tu habitación. ¿Fue porque
sabías que te rechazaría?
Apretó los dedos en el borde de la mesa, pero luego se encogió de
hombros.
―Él era a quien anhelabas. ¿Es así aún?
―No.
―Una alumna diestra, pero una mentirosa terrible.
―¿Por qué sientes tal desdén por los otkazat’sya?
―No es desdén, es comprensión.
―No todos son tontos y enclenques.
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―Aleksander.
Se me escapó una risita, y él alzó una ceja con una sonrisa tironeándole de
los labios.
―¿Qué?
―Es que es tan… común. ―Un nombre tan ordinario, nombre de reyes y
campesinos por igual. Había conocido a dos Aleksanders solamente en
Keramzin, y tres en el Primer Ejército; uno de ellos había muerto en el Abismo.
Su sonrisa se amplió y ladeó la cabeza. Casi me dolía verlo así.
―¿Lo dirás? ―me preguntó.
Vacilé, sintiendo que el miedo se agolpaba en mi interior.
―Aleksander ―susurré.
Su sonrisa desapareció y sus ojos grises parecieron parpadear.
―De nuevo ―exigió.
―Aleksander.
Se inclinó hacia adelante, y sentí su aliento contra mi cuello, luego la
presión de boca contra mi piel sobre el collar, casi un suspiro.
―No lo hagas ―le dije, y me eché hacia atrás, pero él me sujetó con más
fuerza. Subió una mano hasta mi nuca y sus largos dedos se enrollaron en mi
cabello para inclinarme la cabeza hacia atrás. Cerré los ojos.
―Permíteme ―murmuró contra mi garganta. Enganchó su talón en mi
pierna para acercarme más. Sentí el calor de su lengua, y el flexionar de sus
músculos duros bajo la piel desnuda mientras envolvía mis manos alrededor
de su cintura―. No es real ―me dijo―. Déjame.
Sentí una ráfaga hambrienta, el latido estable y anhelante del deseo que
ninguno de los dos quería, pero que nos embargaba de todas formas.
Estábamos solos en el mundo, éramos únicos. Estábamos conectados y
siempre lo estaríamos.
Pero no importaba.
No podía olvidar lo que había hecho, y no le perdonaría lo que era: un
asesino, un monstruo, un hombre que había torturado a mis amigos y había
masacrado a las personas que había intentado proteger.
Lo aparté de mí de un empujón.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Ya amanecía cuando terminamos de debatir los detalles de lo que
planeábamos hacer a continuación. El Martín Pescador había regresado, por lo
que Nikolai lo hizo salir otra vez con una tripulación renovada y una
advertencia dirigida al consejo mercante de Ravka Occidental, informándoles
de que el Darkling podría estar planeando un ataque.
También llevaban una invitación para que se reunieran con él y la
Invocadora del Sol en Kerch neutral. Era demasiado peligroso que Nikolai y
yo nos arriesgáramos a quedar atrapados en lo que pronto podría sería
territorio enemigo. El Pelícano estaba de vuelta en el hangar y pronto partiría
hacia Keramzin sin nosotros. No estaba segura si estar triste o aliviada por no
poder viajar con ellos al orfanato, pero simplemente no había tiempo para
ningún desvío. Mal y su equipo partirían mañana a las Sikurzoi a bordo del
Avetoro, y yo me reuniría con ellos una semana después. Nos atendríamos a
nuestro plan con la esperanza de que el Darkling no actuara antes de esa
fecha.
Había más cosas que discutir, pero Nikolai tenía cartas que escribir y yo
necesitaba hablar con Baghra. El tiempo para lecciones había terminado.
La encontré en su guarida oscura, con el fuego avivado y la habitación
insoportablemente caliente. Misha acababa de traer la bandeja con el
desayuno. Esperé mientras comía su kacha de trigo sarraceno y bebía a sorbos
su té negro y amargo. Cuando terminó, Misha abrió el libro para comenzar su
lectura, pero Baghra lo silenció rápidamente.
―Llévate la bandeja ―le dijo―. La Santita tiene algo en mente. Si la
hacemos esperar más tiempo, puede que salte de su asiento y empiece a
sacudirme.
Mujer horrible. ¿Acaso nada se le escapaba?
Misha levantó la bandeja. Luego vaciló, cambiando su peso de un pie al
otro.
―¿Debo volver de inmediato?
―Deja de retorcerte como un gusano ―espetó Baghra. Misha se detuvo y
ella hizo un gesto―. Vete cosa inútil, pero no llegues tarde con mi almuerzo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
yo. Fue solo cuando nació su segundo hijo que volvió en sí. Otra niña, una tan
normal como ella, sin poder y hermosa. ¡Cómo la adoraba mi madre!
Habían pasado años, centenares, tal vez un milenio, pero reconocí el dolor
en su voz, el aguijón de ser siempre pisoteada e indeseada.
―Mi padre se estaba preparando para salir a la caza del pájaro de fuego,
yo solo era una niña, pero le rogué que me llevara con él. Traté de ser útil,
pero todo lo que hice fue molestarlo y por último, me prohibió entrar en su
taller.
Ella golpeó la mesa y le llené el vaso una vez más.
―Y entonces un día, Morozova tuvo que abandonar su mesa de trabajo,
atraído al pastizal detrás de la casa por el sonido de los gritos de mi madre.
Yo había estado jugando a las muñecas y mi hermana había llorado, aullado
y pataleado hasta que mi madre insistió en que debía darle mi juguete
favorito, un cisne tallado en madera por nuestro padre en uno de los raros
momentos en que me había prestado atención. Tenía las alas tan detalladas
que se sentía su suavidad, sus patitas eran tan palmeadas y tan perfectas que
lo mantenían equilibrado sobre el agua. Mi hermana lo tuvo en sus manos por
menos de un minuto antes de que le rompiera el delgado cuello. Recuerda, si
puedes, que yo era solo una niña, una niña solitaria con muy pocos tesoros
propios. ―Ella levantó la copa, pero no bebió―. Arremetí contra mi hermana
y con mi Corte la partí en dos.
Traté de no imaginarlo, pero la imagen se elevó con brusquedad en mi
mente: un campo embarrado, una niña con pelo negro, su juguete favorito en
pedazos. Había hecho un berrinche, tal como los niños comunes y corrientes,
pero ella no había sido una niña corriente.
―¿Qué pasó? ―susurré por último.
―Los habitantes del pueblo se acercaron corriendo. Detuvieron a mi
madre para que no pudiera agarrarme, pero no podían entender lo que decía.
¿Cómo podía una niña haber hecho una cosa así? El sacerdote ya estaba
orando sobre el cuerpo de mi hermana cuando llegó mi padre. Sin decir una
palabra, Morozova se arrodilló a su lado y comenzó a trabajar. La gente del
Leigh Bardugo Dark Guardians
dolor de esa magnitud se desvaneciera del todo. El duelo tenía su propia vida,
tomaba su propio sustento.
―Baghra ―le dije insistiendo, despiadada a mi manera―, si Morozova
murió…
―Nunca dije que muriera, dije que esa fue la última vez que lo vi, pero era
un Grisha de un tan poder inmenso, que bien podría haber sobrevivido a la
caída.
―¿Encadenado?
―Fue el más grande Fabricador que haya existido. Haría falta más que el
acero otkazat'sya para detenerlo.
―¿Y crees que llegó a crear el tercer amplificador?
―Su trabajo era su vida ―contestó y la amargura de esa niña abandonada
se asomó en sus palabras―. Mientras hubiera tenido aliento en su cuerpo, no
habría dejado de buscar al pájaro de fuego. ¿Lo harías tú?
―No ―admití. El pájaro de fuego se había convertido en mi propia
obsesión, un hilo compulsivo que me unía a Morozova a través de los siglos.
¿Podría haber sobrevivido? Baghra parecía tan segura de que así había sido.
Y, ¿qué pasaba con su hermana? Si Morozova había logrado salvarse,
¿podría haber rescatado a su hija de las garras del río y usar su habilidad para
revivirla una vez más? El pensamiento me sacudió. Quería sujetarlo con
fuerza, darle la vuelta en mis manos, pero necesitaba saber más.
―¿Qué les hicieron los aldeanos a ustedes dos?
Su risa ronca serpenteó por la habitación y me erizó el vello de los brazos.
―Si hubieran sido sabios, me habrían arrojado al río también. En vez de
ello, nos llevaron a mi madre y a las afueras de la ciudad para dejarnos a
merced de los bosques. Mi madre era una inútil, se arrancó el pelo y lloró
hasta enfermar. Finalmente, simplemente se acostó y no se volvió a levantar,
sin importar cuánto lloré y grité su nombre. Me quedé con ella todo el tiempo
que pude. Traté de hacer fuego para mantenerla caliente, pero no sabía cómo.
―Se encogió de hombros―. Estaba tan hambrienta que con el tiempo la dejé
y empecé a deambular, delirante y sucia hasta que llegué a una granja. Allí
me hicieron entrar y armaron un grupo de búsqueda; sin embargo, no
Leigh Bardugo Dark Guardians
en nadie, que ese amor frágil, voluble y crudo no era nada comparado con el
poder. Era un niño brillante y aprendió demasiado bien.
La mano de Baghra salió disparada y, con una precisión sorprendente, me
agarró la muñeca.
―Deja tu codicia a un lado, Alina. Haz lo que Morozova y mi hijo no
pudieron: renunciar a esto.
Tenía las mejillas mojadas por las lágrimas. Estaba dolida por ella, dolida
por su hijo. Pero aun así, ya sabía cuál sería mi respuesta.
―No puedo.
―«¿Qué es infinito?» ―recitó.
Conocía bien el texto.
―«El universo y la codicia del hombre» ―le cité en respuesta.
―Puede que no seas capaz de sobrevivir al sacrificio que requiere el
merzost. Ya has probado aquel poder una vez y casi te mató.
―Tengo que intentarlo.
Baghra negó con la cabeza.
―Niña estúpida ―me dijo, pero su voz era triste, como si estuviera
regañando a otra chica, una de otro tiempo, una perdida y repudiada,
impulsada por el dolor y el miedo.
―Los diarios…
―Años más tarde, regresé a la aldea de mi nacimiento. No estaba segura
de lo que iba a encontrar. El taller de mi padre haba desaparecido hacía
mucho, pero sus diarios aún estaban allí, escondidos en el mismo nicho oculto
en aquella vieja bodega. ―Soltó un bufido de incredulidad―. Habían
construido una iglesia sobre ella.
Dudé, y luego pregunté:
―Si Morozova sobrevivió, ¿qué habrá sido de él?
―Es probable que se quitara la vida. Es la forma en que mueren la mayoría
de los Grisha de gran poder.
Me eché hacia atrás, aturdida.
―¿Por qué?
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Aun así, necesité toda mi voluntad para seguir subiendo las escaleras y
mantener mi mano en el brazo de Nikolai. «Menosprecia tu corazón», me dije.
Haz lo que debes.
Cuando llegamos a la cima de las escaleras y entramos a la Hiladora, me
quedé boquiabierta. Habían extinguido las linternas para que la habitación
estuviera a oscuras, pero a nuestro alrededor, caían las estrellas. Las ventanas
estaban iluminadas con vetas de luz que caían como cascadas sobre la cima
de la montaña, como peces brillantes en un río.
―Lluvia de meteoritos ―me explicó Nikolai mientras me conducía con
cuidado a través de la habitación. La gente había puesto mantas y almohadas
en el suelo calefaccionado, y estaban sentados en grupos o acostados mirando
el cielo nocturno.
Súbitamente, el dolor en mi pecho fue tan fuerte que casi me dobló, porque
eso era lo que Mal había ido a enseñarme. Porque esa mirada tan amplia, tan
ansiosa y tan feliz había sido para mí. Porque yo siempre sería la primera
persona a la que voltearía a mirar cuando veía algo precioso, y yo haría lo
mismo. Sin importar que fuera una Santa o una reina o la más poderosa Grisha
de todos los tiempos, siempre voltearía hacia él.
―Es hermoso ―conseguí decir.
―Te dije que tenía un montón de dinero.
―¿Así que ahora organizas eventos celestiales?
―Como actividad secundaria.
Nos paramos en el centro de la habitación, mirando a la cúpula de cristal.
―Podría prometerte que te haré olvidarlo ―ofreció Nikolai.
―No estoy segura de que sea posible.
―Te das cuenta de que está haciendo estragos en mi orgullo.
―Tu confianza parece perfectamente intacta.
―Piensa en ello ―dijo mientras me conducía a través de la multitud hacia
un rincón tranquilo cerca de la terraza occidental―. Estoy acostumbrado a ser
el centro de atención donde quiera que voy. Me han dicho que con mi encanto
puedo convencer a un caballo de que me entregue sus herraduras en medio
de una carrera y, sin embargo, tú pareces impenetrable.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Me eché a reír.
―Sabes muy bien que me gustas, Nikolai.
―Qué sentimiento tan tibio.
―Pues no te escucho haciéndome declaraciones de amor.
―¿Serviría de algo?
―No.
―¿Adulación? ¿Flores? ¿Un centenar de cabezas de ganado?
Le di un empujón.
―No.
Incluso ahora sabía que traerme hasta aquí no era un gesto tan romántico,
sino una demostración. El comedor estaba desierto y teníamos este pequeño
recodo de la Hiladora para nosotros, pero se había se asegurado de tomar el
camino más largo a través de la multitud. Había querido que nos vieran
juntos: el futuro Rey y la Reina de Ravka.
Nikolai se aclaró la garganta.
―Alina, en la remota posibilidad de que sobrevivamos a las próximas
semanas, voy a pedirte que seas mi esposa.
Se me secó la boca. Ya sabía que allí nos dirigíamos, pero aun así era
extraño oírle decir aquellas palabras.
―Aun si Mal quiere quedarse ―Nikolai continuó―, voy a reasignarlo.
«Despídete, dime que me vaya, Alina».
―Lo entiendo ―le dije en voz baja.
―¿De verdad? Ya sé que dije que podíamos tener un matrimonio solo de
nombre, pero si… si tuviéramos un hijo, no querría que soportara los rumores
y los chistes. ―Juntó las manos detrás de la espalda―. Con un bastardo real
es suficiente.
Hijos, con Nikolai.
―Ya sabes que no tienes que hacer esto ―le dije sin estar segura si estaba
hablando con él o conmigo misma―. Yo podría liderar al Segundo Ejército y
podrías tener a casi cualquier chica que desearas.
―¿Una princesa shu? ¿La hija de algún banquero kerch?
―O una heredera ravkana, o una Grisha como Zoya.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Zoya? Tengo por norma no seducir a nadie más guapa que yo.
Me eché a reír.
―Creo que eso fue un insulto.
―Alina, esta es la alianza que quiero: el Primer y Segundo Ejército
reunidos. En cuanto al resto, siempre supe que cuando contrajera matrimonio
sería con fines políticos. Sería cuestión de poder, no de amor. Pero podríamos
tener suerte y, con el tiempo, podríamos tener ambos.
―O puede que el tercer amplificador me convierta en una dictadora loca
por el poder y tuvieras que matarme.
―Sí, esa sería una rara luna de miel. ―Me tomó la mano y formó círculos
en mi muñeca desnuda con los dedos. Me tensé, y me di cuenta de que estaba
esperando la ráfaga de seguridad que me sobrevenía con el tacto del Darkling,
o una sacudida como la que había sentido esa noche en el Pequeño Palacio
cuando Mal y yo habíamos discutido junto al banya, pero no ocurrió nada. La
piel de Nikolai era cálida, su agarre suave. Me había preguntado si alguna vez
sentiría algo tan sencillo de nuevo, o si el poder dentro de mí simplemente
seguiría saltando y crepitando, buscando una conexión como cuando el rayo
busca un terreno elevado.
―Collar y grilletes ―dijo Nikolai―. No voy a tener que gastar mucho en
joyería.
―Tengo gustos caros en tiaras.
―Pero solo una cabeza.
―Por el momento. ―Miré mi muñeca―. Debo advertirte, en base a la
conversación que tuve hoy con Baghra, que si las cosas van mal con los
amplificadores, deshacerse de mí puede requerir más que la potencia de
fuego acostumbrada.
―¿Cómo qué?
―Posiblemente otro Invocador del Sol. ―«Es bastante simple. Los
semejantes se atraen».
―Estoy seguro de que hay uno de repuesto en alguna parte. ―No pude
evitar sonreír―. ¿Ves? ―me dijo―. Si no estamos muertos en un mes, puede
ser que seamos muy felices juntos.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Ketterdam? Es…
Nunca terminó su oración. Un borrón ensombrecido se atravesó en mi
visión y Nikolai desapareció. Me quedé mirando el lugar en el que había
estado, luego grité cuando sentí que unas garras me agarraban de los hombros
y me levantaban del suelo.
Avisté a Mal irrumpiendo por la puerta de la terraza, con Tamar a la siga.
Mal se lanzó, salvó la distancia y me tomó de la cintura, para luego tirarme
de vuelta al suelo. Me retorcí, moví los brazos en un arco y envié un
resplandor de luz ardiente hacia el nichevo’ya que me sujetaba. La sombra
tembló y luego explotó. Caí a la terraza apilada sobre Mal, sangrando de
donde las garras del monstruo me habían cortado la piel.
Me puse de pie en segundos, horrorizada por lo que vi: el aire estaba lleno
de formas negras que se movían a toda velocidad, monstruos alados que se
movían como ninguna criatura natural. A mi espalda, escuché que en el
pasillo había estallado el caos luego de que los nichevo’ya se lanzaron contra
las ventanas y quebraran los vidrios.
―Saca a los otros ―le grité a Tamar―. Llévatelos de aquí.
―No podemos dejarte…
―¡No los voy a perder a ellos también!
―¡Ve! ―bramó Mal. Se puso el rifle al hombro y empezó a atacar a los
monstruos. Yo los ataqué con el Corte, pero se movían tan rápido que no
podía acertar. Miré al cielo para buscar a Nikolai. El corazón me golpeteaba
en el pecho. ¿Dónde estaba el Darkling? Si sus monstruos estaban aquí,
entonces él debía estar cerca.
Llegó desde arriba. Sus criaturas se movían a su alrededor como una capa
viviente, sus alas batían el aire en una onda negra que se formaba y volvía a
formar mientras lo cargaban; sus cuerpos se separaban y se volvían a juntar,
absorbiendo las balas del arma de Mal.
―Por los Santos ―juró Mal―. ¿Cómo nos encontró?
La respuesta llegó rápidamente: vi una sombra roja suspendida entre dos
nichevo’ya, sus garras negras profundamente hundidas en el cuerpo del
Leigh Bardugo Dark Guardians
cautivo. La cara de Sergei estaba blanquecina, tenía los ojos muy abiertos y
aterrorizados, y sus labios se movían mientras rezaba en silencio.
―¿Debería perdonarlo, Alina? ―preguntó el Darkling.
―¡Déjalo en paz!
―Te traicionó con el primer oprichniki que pudo encontrar. Me pregunto…
¿Le ofrecerás piedad o justicia?
―No quiero que le hagas daño ―le grité.
La mente me iba a toda velocidad. ¿De verdad Sergei nos había
traicionado? Había estado nervioso desde la batalla en el Pequeño Palacio,
pero ¿y si había estado planeando esto? Tal vez simplemente había estado
intentando huir en nuestra batalla con la milicia; tal vez había dicho el nombre
de Genya de forma deliberada. Había estado tan dispuesto a irse de la
Hiladora.
Entonces comprendí lo que Sergei estaba murmurando; no eran plegarias,
sino dos palabra una y otra vez: «A salvo. A salvo. A salvo».
―Entrégamelo ―ordené.
―Me traicionó a mí primero, Alina. Permaneció en Os Alta cuando debió
habérseme unido. Se sentó en tu consejo, y conspiró en mi contra. Me lo dijo
todo.
Gracias a los Santos no le había dicho a nadie la ubicación del pájaro de
fuego.
―Así que ―continuó el Darkling―, la decisión es mía. Y me temo que yo
elijo justicia.
En un movimiento, los nichevo’ya le arrancaron los miembros del cuerpo a
Sergei y le cortaron la cabeza. Capté el más breve vistazo del shock en su
rostro, la boca abierta en un grito silencioso, y entonces las partes
desaparecieron bajo el banco de nubes.
―Por todos los Santos ―juró Mal.
Sentí arcadas, pero tuve que contener mi terror. Mal y yo nos giramos en
un círculo lento y nos pusimos espalda contra espalda. Estábamos rodeados
de nichevo’ya.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Yo…
Tosió y luego tembló. Entonces se llevó los dedos al pecho, y rasgó lo que
quedaba de su camisa.
Ambos bajamos la vista y vi que las sombras se expandían por debajo de
su piel en frágiles líneas negras, astillándose como grietas en mármol.
―No ―gemí―. No. No.
Las grietas viajaron por su estómago, por sus brazos.
―¿Alina? ―me llamó con impotencia.
La oscuridad se fracturó bajo su piel y subió por su garganta. Nikolai echó
la cabeza hacia atrás y gritó, flexionó los tendones del cuello, todo su cuerpo
se convulsionó y arqueó la espalda. Se arrodilló, respirando con rapidez.
Intenté tocarlo mientras se convulsionaba. Dejó salir otro grito desgarrador y
dos esquirlas negras estallaron de su espalda y se desplegaron… como alas.
Alzó la cabeza de golpe y me miró. Tenía el rostro salpicado de sudor, la
mirada aterrorizada y desesperada.
―Alina…
Y entonces sus ojos, sus inteligentes ojos avellana, se volvieron negros.
―¿Nikolai? ―susurré.
Alzó los labios y reveló dientes negros como el ónice, con forma de
colmillos. Me gruñó y me tambaleé hacia atrás y sus mandíbulas se cerraron
apenas a dos centímetros de mí.
―¿Hambriento? ―preguntó el Darkling―. Me pregunto a cuál de tus
amigos devorarás primero.
Levanté las manos, reluctante a usar mi poder. No quería herirlo.
―Nikolai ―le rogué―. No lo hagas, quédate conmigo.
Su rostro se contorsionó de dolor. Seguía ahí dentro, luchando consigo
mismo, luchando contra el apetito que se había apoderado de él. Flexionó las
manos, no, las garras, y aulló. El sonido era desesperado, ensordecedor y
completamente inhumano.
Las alas batieron el aire cuando se alzó de la terraza, monstruoso, pero aun
así hermoso, y aun así, todavía Nikolai.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Se miró las venas oscuras que le cruzaban el torso, las garras afiladas que
salían de las puntas de sus dedos ennegrecidos. Extendió las manos como si
me estuviera suplicando que le diera una respuesta.
―Nikolai ―grité.
Se giró en el aire, se alejó y luego subió a toda velocidad, como si de alguna
forma pudiera dejar atrás la necesidad en su interior. Sus alas negras lo
llevaron más alto luego de pasar por entre los nichevo’ya. Miró atrás una vez,
e incluso desde cierta distancia, sentí su angustia y confusión. Luego partió, y
se convirtió en solo una manchita negra en el cielo gris, mientras yo seguía
temblando aquí abajo.
―Tarde o temprano se alimentará ―dijo el Darkling.
Le había advertido a Nikolai de la venganza del Darkling, pero ni siquiera
yo podría haber previsto la elegancia de esto, la perfecta crueldad. Nikolai
había dejado en ridículo al Darkling, y ahora el Darkling había tomado a mi
príncipe noble, brillante y refinado, y lo había convertido en un monstruo.
La muerte hubiera sido mucho más amable.
Emití un sonido, algo gutural y animal, un ruido que no reconocí. Levanté
las manos y blandí el Corte en dos arcos furiosos. Las formas cambiantes que
rodeaban al Darkling se escindieron y vi que una explotó, pero otras tomaron
su lugar. No me importó. Ataqué una y otra vez. Si podía cortar la cima de
una montaña, de seguro mi poder serviría para algo en esta batalla.
―¡Pelea conmigo! ―grité―. ¡Terminemos esto aquí y ahora!
―¿Pelear contigo, Alina? No hay lucha que pelear. ―Le hizo un gesto a
los nichevo’ya―. Cójanlos.
Avanzaron desde todas direcciones, una furiosa masa negra. Junto a mí,
Mal abrió fuego. Podía oler la pólvora y oír el tintineo de los cartuchos de las
balas al caer al suelo. Estaba enfocando todo mi poder hasta casi arrancarme
los brazos al cortar a cinco, diez, quince soldados sombra a la vez, pero no
servía de nada; simplemente, eran demasiados.
Entonces, de súbito se detuvieron. Los nichevo’ya quedaron suspendidos
en el aire, con los cuerpos laxos, moviendo las alas con un ritmo silencioso.
―¿Tú hiciste eso? ―preguntó Mal.
Leigh Bardugo Dark Guardians
chocando unos con otros. Uno le tocó la mano con el hocico, como si estuviera
olfateándola. ¿Era curiosidad lo que sentían? ¿O hambre?
―Estos niños me conocen. Los semejantes se atraen.
―Detente ―exigió el Darkling.
Las palmas de Baghra se empezaron a llenar de oscuridad. La vista era
discordante, porque solo la había visto invocar una vez. Había ocultado su
poder como yo una había reprimido el mío, pero ella lo había hecho por el
bien de los secretos de su hijo. Recordé lo que había dicho sobre un Grisha
que había vuelto sus poderes contra sí mismo. Compartía la sangre con el
Darkling, su poder. ¿Actuaría en su contra ahora?
―No lucharé contra ti ―dijo el Darkling.
―Entonces mátame.
―Sabes que no lo haré.
Ella sonrió entonces y se rio entre dientes, como si estuviera complacida
con un estudiante precoz.
―Es verdad, eso es lo que sigo esperando. ―Volvió la cabeza hacia mí―.
Niña ―dijo con aspereza. Sus ojos ciegos estaban vacíos pero, en ese
momento, pude haber jurado que me veía claramente―. No me falles esta
vez.
―Ella tampoco es lo bastante fuerte para luchar contra mí, anciana. Recoge
tu bastón y te regresaré al Pequeño Palacio.
Una sospecha terrible me invadió. Baghra me había dado la fuerza para
luchar, pero nunca me había dicho que lo hiciera. Lo único que me había
pedido fue que huyera.
―Baghra… ―empecé a decir.
―Mi cabaña. Mi chimenea. Suena placentero ―dijo―. Pero encuentro que
la oscuridad es la misma dondequiera que esté.
―Te ganaste esos ojos ―replicó él con frialdad, pero también oí su
sufrimiento.
―Así fue ―dijo ella con un suspiro―. Y más. ―Entonces, sin advertencia,
juntó las manos de golpe. Sobre la montaña resonó un trueno y de sus palmas
se desplegó la oscuridad como estandartes al desdoblarse, retorciéndose y
Leigh Bardugo Dark Guardians
Tolya tenía la frente fruncida. Se suponía que Stigg tenía que estar con
nosotros. Harshaw no había sido entrenado para trabajar en las cuerdas.
―Solo mantenlo estable ―le advirtió a Harshaw. Miró hacia donde se
encontraba Mal apoyado en el lado opuesto del casco, con las manos
apretadas sobre las cuerdas y los músculos tensos, mientras nos sacudía la
nieve y el viento.
―¡Hazlo! ―gritó Mal. Estaba sangrando por la herida de bala en el muslo.
Hicieron el cambio. El Avetoro se inclinó, pero luego volvió a enderezarse
mientras Harshaw gruñía del esfuerzo.
―Lo tengo ―masculló con los dientes apretados. No era tranquilizador.
Tolya saltó al lado de Adrik y comenzó a trabajar. Nadia sollozaba, pero
mantuvo la brisa constante.
―¿Puedes salvar el brazo? ―le pregunté en voz baja.
Tolya negó con la cabeza una vez. Era un Cardio, un guerrero, y un
asesino, no un Sanador.
―No puedo sellar la piel, tendrá hemorragia interna ―contestó―. Tengo
que cerrar las arterias. ¿Puedes calentarlo?
Lancé mi luz sobre Adrik, y su temblor se calmó un poco.
Seguimos avanzando, con las velas tensas gracias a la fuerza del viento
Grisha. Tamar estaba inclinada sobre el timón, con la capa ondeando tras ella.
Supe en cuanto salimos de las montañas porque el Avetoro dejó de temblar. El
aire frío me cortaba las mejillas a medida que aumentaba la velocidad, pero
mantuve a Adrik envuelto en luz solar.
El tiempo pareció detenerse. Ninguna de las dos quería reconocerlo, pero
noté que Nadia y Zoya comenzaban a cansarse. A Mal y Harshaw no podía
estarles yendo bien tampoco.
―Tenemos que aterrizar ―dije.
―¿Dónde estamos? ―preguntó Harshaw. Tenía la cresta de pelo rojo
aplastada contra la cabeza, empapada de nieve. Lo había creído impredecible,
tal vez un poco peligroso, pero aquí estaba: ensangrentado, cansado, y
trabajando las cuerdas durante horas sin quejarse.
Tamar consultó sus cartas.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Volamos el resto del día y hasta bien entrada la noche siguiente. Era el
amanecer del segundo día cuando finalmente divisamos las Sikurzoi. Al
mediodía, vimos el profundo cráter irregular que marcaba la mina de cobre
abandonada donde Nikolai había sugerido que escondiéramos el Avetoro, con
un turbio estanque de color turquesa en el centro.
El descenso fue lento y difícil, y tan pronto los cascos rasparon el suelo del
cráter, tanto Nadia como Zoya se derrumbaron sobre la cubierta. Habían
empujado los límites de su poder, y aunque su piel estaba sonrojada y
brillante, estaban completamente exhaustas.
Los demás nos las arreglamos para tirar las cuerdas y dejar el Avetoro
oculto bajo una cornisa de roca.
Cualquier persona que bajara a la mina lo encontraría con bastante
facilidad, pero era difícil imaginar que alguien fuera a molestarse en bajar. El
suelo del cráter estaba lleno de maquinaria oxidada, un olor desagradable
salía del agua estancada, y David dijo que el color turquesa opaco del agua se
debía a los minerales extraídos de la roca. No había señales de ocupantes
ilegales.
Mientras Mal y Harshaw aseguraban las velas, Tolya sacó cargando a
Adrik del Avetoro. Le sangraba el muñón donde había estado su brazo, pero
estaba bastante lúcido e incluso bebió unos sorbos de agua.
Misha se negó a salir del casco. Le envolví los hombros con una manta y le
dejé un trozo de galleta y una rebanada de manzana seca, esperando que
comiera.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Nos sentamos alrededor del fuego a comer y pasarnos una petaca de kvas,
observando el juego de las llamas sobre el casco del Avetoro mientras las ramas
crujían y estallaban. Teníamos mucho de qué hablar: quién iría con nosotros
a las Sikurzoi y quién permanecería en el valle, si es que querían quedarse
aquí. Me froté la muñeca, me ayudó a centrarme en el pájaro de fuego, en
lugar de pensar en el negro brillante de los ojos de Nikolai o en la oscura costra
de sangre cerca de sus labios.
Abruptamente, Zoya dijo:
―Debería haberlo sabido, no se podía confiar en Sergei. Siempre fue un
debilucho.
Me pareció injusto, pero lo dejé pasar.
―A Oncat nunca le gustó ―agregó Harshaw.
Genya lanzó una rama al fuego.
―¿Crees que lo estuvo planeando todo el tiempo?
―Me lo he estado preguntando ―admití―. Pensé que estaría mejor una
vez saliéramos de la Catedral Blanca y los túneles, pero casi parecía peor, más
ansioso.
―Eso podría haber sido por cualquier cosa ―dijo Tamar―. El derrumbe,
el ataque de la milicia, los ronquidos de Tolya.
Tolya le arrojó una piedra y dijo:
―Los hombres de Nikolai deberían haberlo vigilado más de cerca.
O nunca debí dejarlo ir. Tal vez mi culpa por Marie había nublado mi
juicio; tal vez la tristeza lo nublaba ahora y habría más traiciones por venir.
―¿De verdad los nichevo'ya simplemente lo… lo desgarraron? ―preguntó
Nadia.
Miré a Misha, que en algún momento había bajado del Avetoro. Ahora
estaba dormido junto a Mal, sin soltar la espada de madera.
―Fue horrible ―dije en voz baja.
―¿Qué pasa con Nikolai?―preguntó Zoya―. ¿Qué le hizo el Darkling?
―No lo sé exactamente.
―¿Se puede deshacer?
―Tampoco lo sé. ―Miré a David.
Leigh Bardugo Dark Guardians
nudo en la garganta. Con esa oleada llegó el miedo. Mantenerlos cerca era un
lujo por el que pagaría. Ahora tenía más que perder.
Leigh Bardugo Dark Guardians
que el pánico me embargaba. Era como estar de nuevo bajo tierra, sin aire que
respirar, a la espera de que el mundo se derrumbara sobre mí.
Nuestro grupo partió al amanecer, dejamos a los demás durmiendo a la
sombra de la cornisa. Solo Misha estaba despierto, observándonos con una
mirada acusadora mientras arrojaba guijarros al costado del Avetoro.
―Ven aquí ―le dijo Mal y le hizo un gesto para que se acercara. Pensé que
Misha podría no querer acercarse, pero luego caminó hacia nosotros
arrastrando los pies, con la barbilla en alto en un gesto obstinado―. ¿Tienes
el broche que te dio Alina?
Misha asintió una vez.
―Sabes lo que significa, ¿verdad? Eres un soldado, y los soldados no van
dónde quieren, van dónde se les necesita.
―Simplemente no quieren que vaya con ustedes.
―No, te necesitamos aquí para que cuides a los demás. Sabes que David
es un caso perdido, y que Adrik también va a necesitar ayuda, incluso si no
quiere admitirlo. Tendrás que ser cuidadoso con él, ayudarlo sin que él se dé
cuenta de que lo estás ayudando. ¿Puedes hacerlo?
Misha se encogió de hombros.
―Necesitamos que los cuides como cuidaste a Baghra.
―Pero no la cuidé.
―Sí lo hiciste. La cuidaste, te preocupaste de que estuviera cómoda, y la
dejaste ir cuando necesitó que lo hicieras. Hiciste lo necesario, aunque te dolió
hacerlo. Eso es lo que hacen los soldados.
Misha lo miró con intensidad, como si lo estuviera considerando.
―Debí haberla detenido ―dijo, y la voz se le quebró.
―Si lo hubieras hecho, ninguno de nosotros estaría aquí. Estamos
agradecidos de lo que hiciste, a pesar de lo difícil que fue.
Misha frunció el ceño.
―David es un caso perdido.
―Verdad ―coincidió Mal―. Entonces, ¿podemos confiar en ti?
Misha apartó la mirada. Aún tenía expresión afligida, pero volvió a
encogerse de hombros.
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―Gracias ―le dijo Mal―. Puedes comenzar por poner agua a hervir para
el desayuno.
Misha asintió una vez, luego trotó de vuelta por la gravilla para poner a
hervir el agua.
Mal me miró mientras se ponía de pie y se cargaba el morral.
―¿Qué?
―Nada. Eso… estuvo muy bien.
―De esa forma Ana Kuya logró que parara de rogarle que dejara una
lámpara encendida de noche.
―¿De verdad?
―Sí ―contestó mientras comenzaba a escalar―. Me dijo que debía ser
valiente para ti, que si yo estaba asustado, entonces tú también estarías
asustada.
―Bueno, a mí me dijo que me tenía que comer las chirivías para sentar un
buen ejemplo para ti, pero aun así me negué.
―Y te preguntas por qué siempre te golpeaba.
―Tengo principios.
―Eso significa: «Si puedo ser difícil, lo seré».
―Injusto.
―¡Oigan! ―gritó Zoya desde arriba en el borde del cráter―. Si no están
aquí arriba antes de que cuente hasta diez, volveré a dormir y tendrán que
cargarme hasta Dva Stolba.
―Mal ―suspiré―. Si la asesino en las Sikurzoi, ¿me harás responsable?
―Sí ―respondió, pero luego añadió―: Eso significa: «Hagámoslo parecer
un accidente».
***
Dva Stolba me tomó por sorpresa. De alguna forma, había esperado que el
pequeño valle fuera como un cementerio, un páramo sombrío con fantasmas
y casas abandonadas; en cambio, los asentamientos estaban desbordantes de
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Sí ―mintió Mal sin problemas―, luego iremos a Novyi Zem, pero…
―Quédense en occidente, la gente no vuelve del Este.
―Ju weh ―le dijo Tolya―. Ey ye bat e’yuan.
La mujer le contestó, luego estudiaron juntos un mapa, conversando en
shu mientras nosotros esperábamos pacientemente. Por último, Tolya le
entregó un mapa diferente a Mal.
―Al este ―le dijo.
La mujer señaló a Tolya con su cencerro y me preguntó:
―¿Qué le van a dar de comer a ese en las colinas? Mejor asegúrate de que
no te ponga a ti en un asador.
Tolya frunció el ceño, pero la mujer se rio tan fuerte que casi se cayó de la
banqueta.
Mal añadió unos anillos de plegaria a los mapas y le entregó sus monedas.
―Tenía un hermano que fue a Novyi Zem ―le contó la mujer. Seguía
riéndose entre dientes mientras le daba el cambio a Mal―. Ahora
probablemente es rico. Es un buen lugar para empezar una nueva vida.
Zoya soltó un bufido.
―¿Comparado a qué?
―En realidad no es tan malo ―le dijo Tolya.
―Tierra y más tierra.
―Hay ciudades ―gruñó Tolya mientras nos alejábamos.
―¿Qué te dijo esa mujer sobre las montañas del este? ―le pregunté.
―Que son sagradas ―contestó Tolya―, y aparentemente están
embrujadas. Afirma que la Cera Huo está vigilada por fantasmas.
Un escalofrío me subió por la espalda.
―¿Qué es la Cera Huo?
A Tolya le brillaron los ojos.
―La Catarata de Fuego.
***
Leigh Bardugo Dark Guardians
No noté las ruinas hasta que estuvimos casi bajo ellas, así de poco
distintivas eran: dos agujas de roca erosionadas y desgastadas por el tiempo,
flanqueando un sendero que guiaba al sudeste del valle. Puede que alguna
vez hubieran formado un arco, o un acueducto; o dos molinos, como indicaba
su nombre. ¿Qué había esperado? ¿Ilya Morozova a un lado del camino, con
un halo dorado, sosteniendo un letrero que decía: «Tenías razón, Alina. Por
aquí se llega al pájaro de fuego»?
Pero los ángulos parecían correctos. Había estudiado la ilustración de
Sankt Ilya encadenado tan a menudo que la imagen estaba grabada en mi
mente. El paisaje de las Sikurzoi detrás de las agujas concordaba con mi
recuerdo de la página. ¿La había dibujado el mismo Morozova? ¿Era el
responsable del mapa que había quedado en la ilustración, o alguien más
había descifrado su historia? Puede que nunca lo averiguara.
«Este es el lugar ―me dije―. Tiene que serlo».
―¿Algo familiar? ―le pregunté a Mal.
Él sacudió la cabeza.
―Supongo que había esperado… ―Se encogió de hombros, pero no tenía
que explicármelo. Yo había albergado la misma esperanza en mi corazón, que
una vez que estuviera en este camino, en este valle, más de mi pasado se
esclareciera de súbito. Pero lo único que tenía eran los mismos recuerdos: un
plato de remolacha, unos hombros anchos, el balanceo de una cola de buey
frente a mí.
Divisamos algunos refugiados, una mujer con un bebé al pecho, montados
en un carruaje de poni mientras su marido caminaba al lado, y un grupo de
personas de nuestra edad que asumía eran desertores del Primer Ejército.
Pero el camino bajo las ruinas no estaba abarrotado. Los lugares más
populares para intentar ingresar a Shu Han estaban más al oeste, donde las
montañas eran menos escarpadas y viajar a la costa era más fácil.
La belleza de las Sikurzoi me golpeó de repente. Las únicas montañas que
había conocidos eran las cimas congeladas del lejano Norte y las Petrazoi,
escarpadas, grises e imponentes. Pero estas montañas eran suaves,
ondulantes, con pendientes cubiertas de pasto alto, y valles interrumpidos por
Leigh Bardugo Dark Guardians
ríos de cause lento que destellaban de azul y dorado a la luz del sol. Incluso
el cielo se sentía acogedor, una pradera de azul infinito, espesas nubes blancas
amontonadas en el horizonte, y las cumbres nevadas de la cordillera sureña
visibles en la distancia.
Sabía que esta parte era tierra de nadie, la peligrosa frontera que marcaba
el fin de Ravka y el comienzo del territorio enemigo, pero no lo sentía así.
Había agua abundante y espacio para pastoreo. Si no hubiera habido una
guerra, si las fronteras se hubieran establecido de forma diferente, este
hubiera sido un lugar pacífico.
No encendimos fuego y esa noche acampamos al aire libre, con nuestros
sacos de dormir desplegados bajo las estrellas. Escuché el suspiro del viento
en el pasto y pensé en Nikolai. ¿Estaba ahí, rastreándonos como nosotros
rastreábamos al pájaro de fuego? ¿Llegaría el día en que simplemente nos
vería como presa? Miré al cielo, esperando ver una sombra alada bloqueando
las estrellas. No me resultó fácil quedarme dormida.
Al día siguiente, dejamos el camino principal y comenzamos a escalar en
serio. Mal nos dirigió al este, hacia la Cera Huo, siguiendo un sendero que
aparecía y desaparecía mientras se abría camino por las montañas. Las
tormentas sobrevenían sin ninguna advertencia, con densos estallidos de
lluvia que convertían la tierra bajo nuestras botas en lodo espeso, luego se
desvanecían tan rápido como habían llegado.
A Tolya le preocupaban las inundaciones, así que nos alejamos del sendero
por completo y buscamos terreno más alto. Pasamos el resto de la tarde al
fondo de una cresta rocosa estrecha, desde donde podíamos ver las nubes de
tormenta una tras otra sobre las colinas bajas y los valles, iluminándose
brevemente con destellos de relámpagos.
Los días se hacían eternos, y era sumamente consciente de que cada paso
que dábamos para internarnos más profundo en Shu Han, era un paso que
tendríamos que desandar de vuelta Ravka. ¿Qué encontraríamos cuando
regresáramos? ¿El Darkling ya habría atacado Ravka Occidental? Y si
encontrábamos al pájaro de fuego, si por fin reunía los tres amplificadores,
¿sería lo bastante fuerte para enfrentarlo? Más que nada, pensaba en
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Podrían volver y traer más hombres ―dijo Tolya―. En Koba pagan bien
por Grisha. ―Era una ciudad al sur de la frontera.
Por primera vez, pesé en cómo debió haber sido la vida para Tolya y
Tamar, incapaces de regresar al país de su padre, extraños en Ravka, extraños
aquí también.
Zoya tembló.
―No son mejores en Fjerda. Hay cazadores de brujas que no comen
animales, que no usan zapatos de cuero o matan a una araña en sus casas,
pero quemarían a un Grisha vivo en la pira.
―Puede que los doctores shu no sean tan malos ―dijo Harshaw. Seguía
jugando con las llamas, las lanzaba hacia arriba en círculos y zarcillos
serpenteantes―. Al menos ellos limpian sus instrumentos. En la Isla Errante
creen que la sangre Grisha es la cura para todo: para la impotencia, para la
plaga debilitante, lo que se te ocurra. Cuando el poder de mi hermano se
manifestó, le cortaron la garganta y lo colgaron cabeza abajo para drenarlo
como un cerdo en el matadero.
―Por los Santos, Harshaw ―resolló Zoya.
―Quemé esa villa y a todos sus habitantes hasta reducirlos a cenizas.
Luego me subí a un bote y nunca miré atrás.
Pensé en el sueño que una vez había tenido el Darkling, que pudiéramos
ser ravkanos y no solo Grisha. Había intentado crear un lugar seguro para
nosotros, tal vez el único en el mundo. «Comprendo el deseo de permanecer
libre». ¿Era por eso que Harshaw seguía luchando? ¿Por eso había elegido
quedarse? Debía haber compartido el sueño del Darkling alguna vez. ¿Me
había encomendado su cuidado?
―Haremos guardia esta noche ―dijo Mal―, y mañana nos dirigiremos
más al este.
Hacia el este a la Cera Huo, custodiada por fantasmas. Pero nosotros ya
estábamos viajando con fantasmas propios.
***
Leigh Bardugo Dark Guardians
limitaciones de mis habilidades. «No hay lucha que pelear». A pesar de las
muertes que había presenciado y la desesperación que sentía, no estaba más
cerca de entender o de utilizar merzost. Me sorprendí resintiendo la calma de
Mal, la seguridad que parecía guiar sus pasos.
―¿Piensas que esté ahí? ―le pregunté una tarde. Habíamos tomado
refugio en un denso grupo de pinos para aguardar a que pasara una tormenta.
―Es difícil de decir. Ahora mismo, podría estar rastreando a un halcón
grande. Me estoy basando en mis instintos más que nada, y eso siempre me
pone nervioso.
―No pareces nervioso, pareces completamente relajado. ―Podía oír la
irritación en mi voz.
Mal me lanzó un vistazo.
―Ayuda bastante que nadie esté amenazando con arrancarte trozos de
piel.
No dije nada. La idea del cuchillo del Darkling era casi reconfortante; un
miedo simple, concreto, manejable.
Mal entornó los ojos y miró a la lluvia.
―Y es algo más, algo que dijo el Darkling en la capilla. Creyó que me
necesitaba para encontrar al pájaro de fuego. Con lo mucho que odio
admitirlo, eso por eso que sé que puedo hacerlo, porque él estaba tan seguro.
Lo comprendo. La fe del Darkling en mí había sido algo embriagador.
Quería esa certeza, el conocimiento de que todo sería resuelto, que alguien
estaba en control. Sergei había corrido al Darkling en busca de ese consuelo.
«Simplemente quiero volver a sentirme seguro».
―Cuando llegue el momento, ¿podrás derribar al pájaro de fuego?
«Sí». Ya estaba harta de dudar. No era solo que se me hubieran acabado
las opciones, o que tanto dependiera del poder del pájaro de fuego,
simplemente me había vuelto lo bastante despiadada o lo bastante egoísta
para quitarle la vida a otra criatura. Pero extrañaba a la muchacha que le había
mostrado piedad al ciervo, que había sido lo bastante fuerte para darle la
espalda a la atracción de poder, que había creído en algo más. Otra víctima de
esta guerra.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Sigue sin parecerme real ―le dije―. E incluso si lo es, puede que no sea
suficiente. El Darkling tiene un ejército, tiene aliados. Nosotros tenemos…
―¿Una banda de inadaptados? ¿Unos fanáticos tatuados? Incluso con el
poder de los amplificadores, parecía una batalla dispareja.
―Gracias ―exclamó Zoya con amargura.
―No le falta razón ―dijo Harshaw, apoyado contra un árbol. Tenía a
Oncat posada en un hombro mientras hacía danzar unas llamitas en el aire―.
No me siento capaz de mucho.
―No lo quise decir de esa forma ―protesté.
―Será suficiente ―dijo Mal―. Encontraremos al pájaro de fuego,
enfrentarás al Darkling. Lucharemos contra él y ganaremos.
―¿Y luego qué? ―preguntó Tolya―. Puede que el sacerdote no sea de fiar,
pero tus seguidores sí.
―Y David creía que podía ser capaz de curar a Nikolai ―agregó Zoya.
Me giré hacia ella, con mi furia en aumento.
―¿Crees que Fjerda esperará a que encontremos una cura? ¿Y qué hay de
los shu?
―Entonces formarás una nueva alianza ―dijo Mal.
―¿Y vender mi poder al mejor apostador?
―Negocia, establece tus propias condiciones.
―¿Debatir un contrato de matrimonio, elegir a un noble fjerdano o a un
general shu? ¿Esperar que mi nuevo esposo no me mate mientras duermo?
―Alina…
―¿Y dónde irás tú?
―Me quedaré a tu lado el tiempo que me lo permitas.
―Qué noble, Mal. ¿Montarás guardia afuera de nuestra recámara por la
noche? ―Sabía que estaba siendo injusta, pero en ese momento no me
importaba.
Apretó la mandíbula.
―Haré lo que tenga que hacer para mantenerte a salvo.
―Mantener la cabeza gacha, cumplir con tu deber.
―Sí.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
A medida que nos acercábamos al área donde se rumoreaba se encontraba
la Cera Huo, aceleramos el paso. Mal se volvió más silencioso, y sus ojos
azules escaneaban constantemente las colinas. Le debía una disculpa, pero
nunca parecía encontrar el momento ideal para hablar con él.
Casi exactamente una semana desde que comenzamos nuestros viaje, nos
encontramos con lo que pensamos era el lecho seco de un arroyo que
atravesaba dos escarpados muros de piedra. Lo habíamos seguido por casi
diez minutos cuando Mal se arrodilló y pasó las manos por la hierba.
―Harshaw, ¿puedes quemar un poco de estos matorrales?
Leigh Bardugo Dark Guardians
Harshaw sacó su pedernal y lanzó una manta baja de llamas azules sobre
el lecho del arroyo, lo que reveló un patrón de piedras demasiado regular para
ser algo natural.
―Es un camino ―dijo sorprendido.
―¿Aquí? ―pregunté. No habíamos visto nada más que montañas vacías
por kilómetros.
Permanecimos alertas, buscando señales de antaño, esperando ver
símbolos grabados, tal vez los pequeños altares que habíamos visto tallados
en las rocas más cercanas a Dva Stolba, ansiosos por una especie de prueba de
que recorríamos el camino correcto. Pero la única lección en las piedras
parecía ser que las ciudades se alzaban, caían, y eran olvidadas. «Tú vives en
un único momento, yo vivo en miles». Puede que viva lo suficiente para ver
Os Alta convertida en polvo, o tal vez volveré mi poder en mi contra y
terminaré con mi vida antes de eso. ¿Cómo sería la vida cuando las personas
que amaba ya no estuvieran? ¿Cómo sería cuando ya no quedaran misterios?
Seguimos el camino hasta donde parecía terminar, enterrado bajo un
derrumbe de rocas cubiertas de hierba y flores silvestres amarillas. Escalamos
las rocas y cuando llegamos a la cima, sentí como si el hielo me perforara los
huesos.
Era como si el color hubiera sido drenado del paisaje. La hierba del campo
ante nosotros era de color gris. Un puente negro se extendía en el horizonte,
cubierto con árboles de corteza suave y lustrosa como loza pulida, y ramas
angulares desnudas de hojas. Pero lo escalofriante era la forma en que crecían,
en perfectas líneas regulares y equidistantes, como si cada uno hubiera sido
plantado con infinito cuidado.
―Eso luce mal ―dijo Harshaw.
―Son árboles soldado ―explicó Mal―. Simplemente crecen así, como si
mantuvieran filas.
―No es la única razón ―comentó Tolya―. Este es el bosque de cenizas.
La entrada a la Cera Huo.
Mal sacó su mapa.
―No lo veo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Oh, por todos los Santos ―se burló Zoya―. De verdad son unos
campesinos.
Levantó las manos y una gran ráfaga de viento recorrió la montaña. Las
formas blancas parecieron retroceder, luego Zoya curvó los brazos y se
abalanzaron hacia nosotros en una nube blanca.
―Zoya…
―Relájense ―dijo.
Levanté los brazos para repeler lo que fueran esas cosas horribles que Zoya
había traído hasta nosotros. La nube explotó, estalló en copos inofensivos que
flotaron al suelo.
―¿Ceniza? ―estiré una mano para capturarla con mis dedos. Era fina y
blanca, del color de la tiza.
―Es un tipo de fenómeno climático ―explicó Zoya, haciendo que las
cenizas se alzaran de nuevo en lentas espirales. Volvimos a mirar la colina.
Las nubes blancas seguían moviéndose en ráfagas, pero ahora que sabíamos
lo que eran, parecían ligeramente menos siniestras―. No creyeron que de
verdad eran fantasmas, ¿cierto?
Me sonrojé, Tolya se aclaró la garganta. Zoya puso los ojos en blanco y
emprendió camino hacia la colina.
―Estoy rodeada de idiotas.
―Se veían espeluznantes ―me dijo Mal con un encogimiento de hombros.
―Todavía ―murmuré.
Mientras subíamos nos azotaban unas extrañas ráfagas de viento, cálidas
y luego frías. Sin importar lo que dijera Zoya, la arboleda era un lugar
espeluznante. Me mantuve bien alejada de las ramas e intenté ignorar la piel
de gallina en mis brazos. Cada vez que una espiral blanca se alzaba cerca de
nosotros, yo daba un salto y Oncat siseaba desde el hombro de Harshaw.
Cuando por fin alcanzamos la cima, vimos que los árboles marchaban
hasta el valle, aunque ahí sus ramas estaban frondosas de hojas púrpuras, sus
filas se extendían sobre el paisaje como pliegues en la bata de un Fabricador.
Pero eso no fue lo que nos detuvo en seco.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Al amanecer del día siguiente, mientras los otros apagaban el fuego y comían
trozos de galleta, me puse el abrigo y caminé un poco para ver la cascada. La
niebla era densa en el valle. Desde aquí, los huesos en la base del acantilado
parecían árboles. No se veían fantasmas, ni fuego. Se sentía como un lugar
tranquilo, un lugar para descansar.
Guardábamos las carpas cubiertas de ceniza cuando lo oímos: un chillido,
alto y penetrante que repercutió en la aurora. Nos detuvimos de golpe,
silenciosos, y esperamos por si volvía a oírse.
―Podría ser un halcón solamente ―advirtió Tolya.
Mal no dijo nada, simplemente se puso el rifle al hombro y se sumergió en
el bosque. Tuvimos que correr para mantenerle el ritmo.
La subida hasta la cima de la cascada nos llevó la mayor parte del día. Era
empinada y brutal, y aunque mis pies se habían endurecido y mis piernas
estaban acostumbradas a viajes duros, todavía sentía el esfuerzo de este viaje.
Me dolían los músculos bajo el morral, y la frente me sudaba a pesar del frío
en el aire.
―Cuando atrapemos esta cosa ―jadeó Zoya―, la voy a convertir en
estofado.
Podía sentir cómo se propagaba la emoción entre nosotros, la sensación de
que estábamos cerca nos alentó a subir la montaña más rápido. En algunos
lugares la subida era casi vertical, por lo que teníamos que escalar
sujetándonos firmemente de las raíces de árboles escuálidos o meter los dedos
en la roca. En un momento, Tolya sacó unos tachones de hierro y los clavó en
la montaña para que pudiéramos usarlos como escalera improvisada.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Fue Zoya quien lo dijo, pero sentía el cansancio y la decepción en los otros.
Tolya seguiría adelante hasta colapsar; sin embargo, no estaba segura de que
Harshaw y Zoya pudieran aguantar mucho más.
―Está muy húmedo para acampar aquí ―dije. Señalé hacia el bosque
detrás del páramo donde los árboles eran tranquilizadoramente normales,
con hojas iluminadas con rojo y dorado―. Sigan ese camino hasta que
encuentren un lugar seco. Hagan fuego. Pensaremos qué hacer después de la
cena. Tal vez sea el momento de separarnos.
―No puedes entrar más a Shu Han sin protección ―objetó Tolya.
Harshaw no dijo nada, simplemente acarició a Oncat y no me miró a los
ojos.
―No tenemos que decidirlo ahora. Solo vayan a montar el campamento.
Con cuidado, crucé hasta el borde de la meseta para unirme a Mal. La caída
era vertiginosa, así que mire a la distancia. Si entornaba los ojos, pensé que
podía distinguir el campo quemado donde habíamos ahuyentado a los
ladrones, pero podría haber sido mi imaginación.
―Lo siento ―dijo finalmente.
―No te disculpes. Por lo que sabemos, no existe el pájaro de fuego.
―Pero no lo crees.
―No, pero tal vez no estábamos destinados a encontrarlo.
―Tampoco lo crees ―suspiró―. No sirvo como buen soldado.
Hice una mueca.
―No debería haber dicho eso.
―Una vez pusiste excremento de ganso en mis zapatos, Alina. Puedo
manejar el mal humor ―me miró y dijo―: Todos sabemos el peso que cargas;
no tienes que soportarlo sola.
Negué con la cabeza.
―No lo entiendes. No puedes.
―Puede que no, pero lo he visto con soldados en mi unidad. Mantienes
guardada toda esa ira y dolor. Con el tiempo se derrama, o te ahogas en ella.
Dijo lo mismo cuando recién habíamos llegado a la mina, cuando dijo que
los otros necesitaban pasar conmigo lo que había sucedido en la Hiladora. Yo
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No ―me corregí―. Ella murió ese día, Baghra la mató, y Morozova la
revivió.
―Nadie puede…
―Él pudo. No fue sanación, fue resurrección, el mismo proceso que utilizó
para crear los otros amplificadores. Todo está en sus diarios. ―Los medios
para mantener el oxígeno en la sangre, el método para prevenir la
putrefacción. El poder de Sanador y de Fabricador forzado a su límite y más
allá, para una acción a la que no estaba destinado.
―Merzost ―susurró Tolya―. Poder sobre la vida y la muerte.
Asentí. Magia. Abominación. El poder de la creación. Por eso los diarios
estaban incompletos. Al final, Morozova no había tenido ninguna razón para
cazar una criatura que convertir en el tercer amplificador. El ciclo ya se había
completado, pues había dotado a su hija con el poder que había destinado al
pájaro de fuego. El círculo se había cerrado.
Morozova había logrado su gran diseño, pero no de la forma que había
esperado. «Al incursionar en merzost, bueno, los resultados nunca son
exactamente lo que uno esperaría». Cuando el Darkling había manipulado la
creación en el corazón del mundo, el castigo por su arrogancia fue el Abismo,
un lugar donde su poder era inútil. Morozova había creado tres
amplificadores que nunca podrían reunirse sin que su hija perdiera la vida,
sin que sus descendientes pagaran en carne y hueso.
―Pero el ciervo y la sierpe de mar… ellos eran antiguos ―razonó Zoya.
―Morozova los escogió deliberadamente. Eran criaturas sagradas, únicas
y feroces. Su hija era solo una niña otkazat'sya ordinaria.
¿Fue por eso que el Darkling y Baghra la descartaron con tanta facilidad?
Asumieron que había muerto ese día, pero la resurrección debía haberla
hecho más fuerte. Su frágil vida mortal, una vida atada por las reglas de este
mundo, había sido reemplazada por otra cosa. Pero en el momento en que
Morozova le dio a su hija una segunda vida, una vida que no le pertenecía a
ella, ¿le habría importado si era una abominación lo que lo hizo posible?
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
El viaje de vuelta a Dva Stolba pareció más corto. Nos mantuvimos en las
tierras altas, en las estrechas cadenas de las colinas, mientras la distancia y los
días se desvanecían bajo nuestros pies. Avanzábamos más rápido debido a
que el terreno era familiar y Mal no estaba en busca de signos del pájaro de
fuego, pero también me sentía como si el tiempo estuviera encogiéndose.
Temía a la realidad que nos esperaba de regreso en el valle, las decisiones que
tendríamos que tomar, las explicaciones que tendría que dar.
Viajamos casi en silencio, Harshaw tarareaba ocasionalmente o le
murmuraba a Oncat, los demás permanecimos enfocados en nuestros propios
pensamientos. Después de esa primera noche, Mal se mantuvo a distancia. No
me había acercado a él, ni siquiera estaba segura de lo que quería decir. Su
estado de ánimo había cambiado; esa calma seguía ahí, pero ahora tenía la
extraña sensación de que se estaba bebiendo el mundo, como si estuviera
memorizándolo. Volvía el rostro hacia el sol y cerraba los ojos, o rompía un
tallo de caléndula y lo presionaba contra su nariz. Cazaba para nosotros las
noches que podíamos cubrir las fogatas, señalaba nidos de alondras y
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geranios silvestres, e incluso atrapó un ratón de campo para Oncat, que era
demasiado mimada para cazar por su cuenta.
―Para un hombre condenado luces muy animado ―comentó Zoya.
―No está condenado ―espeté.
Mal puso una flecha en su arco, la echó hacia atrás, y la soltó. Vibró en lo
que parecía un cielo despejado y vacío, pero un segundo más tarde, oímos un
graznido lejano y una forma cayó a la tierra un kilómetro y medio por delante
de nosotros. Se echó su arco al hombro.
―Todos morimos ―dijo mientras corría para recuperar su presa―. No
todos mueren por una razón.
―¿Estamos filosofando? ―preguntó Harshaw―. ¿O eran letras de
canciones?
Cuando Harshaw empezó a tararear, corrí para alcanzar a Mal.
―No digas eso ―le pedí cuando llegué a su lado―. No hables de esa
manera.
―Está bien.
―Y no pienses de esa manera tampoco.
Él sonrió.
―Mal, por favor ―dije desesperadamente, sin estar segura siquiera de lo
que le pedía. Lo cogí de la mano, se giró hacia mí, y no me detuve a pensar:
me puse de puntillas y lo besé. Le tomó un segundo reaccionar, luego dejó
caer su arco y me devolvió el beso. Me rodeó con sus brazos, y presionó los
duros planos de su cuerpo contra el mío.
―Alina… ―comenzó.
Lo tomé de las solapas de su abrigo, con lágrimas en los ojos.
―No me digas que todo esto sucede por una razón ―le dije con fiereza―.
O que todo va a salir bien. No me digas que estás listo para morir.
Nos quedamos en la hierba alta, con el viento cantando entre los juncos. Me
miró a los ojos.
―No todo va a salir bien. ―Me apartó el pelo de las mejillas y ahuecó mi
rostro con sus manos ásperas―. Nada de esto sucede por una razón. ―Rozó
Leigh Bardugo Dark Guardians
sus labios sobre los míos―. Y que los Santos me ayuden, Alina, pero quiero
vivir para siempre.
Me besó de nuevo, y esta vez, no se detuvo. No hasta que mis mejillas se
sonrojaron y mi corazón palpitaba acelerado; no hasta que apenas podía
recordar mi propio nombre, sin que importara nadie más; no hasta que
escuchamos cantar a Harshaw y a Tolya refunfuñar, mientras Zoya prometía
alegremente asesinarnos a todos.
***
Esa noche, me dormí en los brazos de Mal, envuelta en pieles bajo las
estrellas. Susurramos en la oscuridad, nos robamos besos, conscientes de los
otros descansando a tan solo unos metros de distancia. Una parte de mí
deseaba que un grupo de asalto shu viniera, nos atravesara el corazón con una
bala y nos dejaran ahí para siempre, dos cuerpos que se convertirían en polvo
y serían olvidados. Pensé en irnos, abandonar a los demás, abandonar Ravka
como habíamos intentado una vez, atravesar las montañas hasta llegar a la
costa.
Pensé en todas estas cosas, pero me levanté a la mañana siguiente, y la
mañana después de esa, comí galletas seca, y bebí té amargo. Demasiado
pronto, las montañas se desvanecieron, y comenzamos nuestro descenso final
hacia Dva Stolba. Habíamos vuelto antes de lo esperado, a tiempo para
recuperar el Avetoro y encontrar las fuerzas que el Apparat pudiera haber
enviado a Caryeva. Cuando vi los dos ejes de piedra de las ruinas, quise
derribarlos, dejar que el Corte hiciera lo que el tiempo y los elementos no
habían logrado, y convertirla en escombros.
Nos tomó un poco de tiempo localizar la hospedería donde Tamar y los
otros habían encontrado alojamiento. Era de dos pisos y de un azul alegre, el
pórtico adornado con campanas de oración, y techo puntiagudo cubierto de
inscripciones shu que brillaban con pintura dorada.
Encontramos a Tamar y Nadia sentadas a una mesa baja en una de las salas
públicas. Adrik estaba con ellas, la manga vacía del abrigo muy bien fijada, y
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
***
―En realidad, fue idea de Genya ―corrigió David.
Estábamos amontonados alrededor de una mesa bajo un toldo, un poco
alejados de nuestra pensión. No había restaurantes reales en esta parte del
asentamiento, sino una especie de taberna improvisada en un solar
achicharrado. Había faroles colgados sobre las mesas tambaleantes, un barril
de leche dulce fermentada, y carne asándose sobre dos tambores de metal,
como el que habíamos visto ese primer día en el mercado. El aire estaba
cargado con olor a humo de enebro.
Dos hombres jugaban a los dados es una mesa cerca al barril, mientras que
otro punteaba una tonada vaga en una guitarra maltratada. No había melodía
discernible, pero Misha parecía satisfecho, pues había comenzado una danza
elaborada que aparentemente requería aplausos y una gran cantidad de
concentración.
―Nos aseguraremos de poner el nombre de Genya en la placa ―dijo
Zoya―. Solo sigue explicando.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Nos quedamos hasta tarde esa noche, discutiendo la logística del plan. Las
realidades del Abismo lo complicaban todo, dónde y cómo íbamos a entrar, si
me era o no posible ocultarme con la luz, y ni hablar de los otros, cómo aislar
al Darkling y liberar a los estudiantes. No teníamos pólvora, por lo que
tendríamos que fabricarla. También quería asegurarme de que los demás
tenían alguna forma de salir del Abismo por si me pasaba algo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
creía que el Apparat nos fuera a entregar al Darkling, pero también existía la
posibilidad de que hubiera hecho un nuevo trato con Shu Han o Fjerda.
Llegamos un día antes, y los pastizales eran el lugar perfecto para la
práctica de camuflaje de blancos en movimiento.
Misha insistió en ser el primero.
―Soy el más pequeño, eso lo hará más fácil ―dijo, y salió corriendo hacia
el centro del campo.
Levanté las manos, di un giro de muñecas y Misha desapareció. Harshaw
dio un silbido apreciativo.
―¿Pueden verme? ―gritó Misha. Tan pronto empezó a agitarse, la luz
onduló a su alrededor y sus flacos antebrazos aparecieron como si estuviesen
suspendidos en el espacio.
«Concéntrate». Desaparecieron.
―Misha ―instruyó Mal―, corre hacía nosotros.
Apareció y desapareció de nuevo, mientas ajustaba la luz.
―Puedo verlo desde el otro lado ―gritó Tolya desde el otro lado del
pastizal.
Solté un suspiro, tenía que pensar en esto con más cuidado. Ocultar la nave
había sido más fácil porque solo estaba había estado alterando la reflexión de
la luz desde abajo; ahora tenía que pensar en cada ángulo.
―¡Mejor! ―dijo Tolya.
Zoya gruñó.
―Ese mocoso me dio una patada.
―Niño astuto ―alabó Mal.
Levanté una ceja.
―Más inteligente que otros.
Mal tuvo la decencia de sonrojarse.
Pasé el resto de la tarde haciendo desaparecer a uno, luego a dos, luego a
cinco Grisha a la vez en el campo.
Era un tipo de trabajo diferente, pero las lecciones de Baghra seguían
aplicándose. Si me concentraba lo bastante en la proyección de mi poder, las
Leigh Bardugo Dark Guardians
No era seguro acercarse a Kribirsk por este lado del Abismo, así que habíamos
decidido organizar nuestro ataque desde Ravka Occidental, y eso significaba
tratar con la logística de un cruce. Debido a que Nadia y Zoya no podían
mantener al Avetoro en el aire con demasiados pasajeros adicionales,
acordamos que Tolya escoltaría a los Soldat Sol a la costa oriental y nos
esperarían allí. Les llevaría un día entero a caballo, y eso nos daría al resto
tiempo para entrar por Ravka Occidental y localizar un campamento base
apropiado. Después volveríamos para guiar a los otros a través del Abismo
bajo la protección de mi poder.
Abordamos el Avetoro, y pocas horas después, volábamos a toda velocidad
hacia la extraña niebla negra del Abismo de Sombras. Esta vez, cuando
entramos a la oscuridad, estaba preparada para la sensación de familiaridad
que me embargó, ese sentimiento de semejanza. Era incluso más fuerte ahora
que había incursionado en merzost, el mismo poder que había creado este
lugar. También lo entendí mejor, la necesidad que había conducido al
Darkling a intentar recrear los experimentos de Morozova, un legado que
sentía suyo.
Los volcra vinieron hacia nosotros, vislumbré las tenues formas de sus alas
y escuché sus gritos mientras desgarraban el círculo de luz que había
invocado. Si el Darkling se salía con la suya, pronto estarían bien alimentados.
Me sentí agradecida cuando irrumpimos en el cielo de Ravka Occidental.
El territorio al oeste del Abismo había sido evacuado. Volamos sobre
pueblos y casas abandonadas sin ver ni un alma. Al final, decidimos
establecernos en una granja de manzanas justo al suroeste de lo que quedaba
Leigh Bardugo Dark Guardians
A pesar de los ojos negros y de las líneas oscuras que le recorrían el cuello,
seguía teniendo un rostro elegante, con los finos pómulos de su madre y la
mandíbula fuerte que debe haber venido de su padre el embajador. Su ceño
se hizo más profundo. Después se acercó y me quitó la esmeralda con sus
garras.
―Es… ―Las palabras murieron en mis labios. Nikolai me giró la palma y
me deslizó el anillo en un dedo. Emití algo entre una risa y un sollozo. Me
conocía. No pude detener las lágrimas que manaron de mis ojos.
Señaló mi mano e hizo un gesto dramático. Me tomó un segundo
comprender su significado: estaba imitando la forma en que me movía
cuando invocaba.
―¿Quieres que invoque luz?
Su rostro permaneció en blanco. Dejé que la luz formara un charco en mi
palma.
―¿Esto?
El brillo pareció darle vida. Cogió mi mano y la estampó contra su pecho.
Intenté alejarme, pero retuvo mi mano en su lugar. Su agarre era firme,
fortalecido por cualquier cosa monstruosa que el Darkling había puesto en su
interior.
―No. ―Sacudí la cabeza.
Volvió a estampar mi mano contra su pecho, con un movimiento casi
frenético.
―No sé lo que te hará mi poder ―protesté.
Curvó una comisura de la boca, la insinuación más débil de la sonrisa
irónica de Nikolai. Casi podía oírlo decir: «Enserio, preciosa, ¿qué podría ser
peor?» Bajo mi mano, su corazón latía estable, humano.
Solté un largo suspiro.
―Está bien ―accedí―. Lo intentaré.
Invoqué un pequeñísimo rayo de luz y dejé que fluyera a través de mi
palma. Hizo una mueca de dolor, pero mantuvo mi mano firmemente en su
sitio. Impulsé la luz un poco más fuerte para intentar dirigirla a su cuerpo,
pensando en el espacio entre nosotros, y dejé que se filtrara a través de su piel.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sacudí la cabeza.
―Era Nikolai.
Se detuvieron en seco.
―¿Nos encontró? ―preguntó Mal.
―Ha estado siguiéndonos desde que dejamos la Hiladora.
―Pero el Darkling…
―Si fuera una criatura del Darkling, ya estaríamos muertos.
―¿Durante cuánto has sabido que nos seguía? ―preguntó Zoya enfadada.
―Lo vi una vez en la mina de cobre. No había nada qué hacer al respecto.
―Podíamos haber hecho que Mal lo atravesara con una flecha ―contradijo
Harshaw.
Lo señalé con el dedo.
―Yo no te abandonaría a ti, y no voy a abandonar a Nikolai.
―Tranquilos ―dijo Mal, dando un paso adelante―. Se ha ido, ya no tiene
sentido pelear por ello. Harshaw, ve a encender un fuego. Zoya, hay que
limpiar el urogallo que cazamos.
Ella lo miró fijamente y no se movió. Mal rodó los ojos.
―Bien, alguien más tiene que limpiarlo. Por favor, ve a mangonear a
alguien.
―Un placer.
Harshaw devolvió el pedernal a su manga.
―Están todos locos, Oncat ―le dijo a la gata atigrada―. Ejércitos
invisibles, príncipes monstruo. Vayamos a prenderle fuego a algo.
Me froté los ojos con la mano mientras ellos se alejaban.
***
Los Soldat Sol llegaron entrada la noche y solo tuvieron unas pocas horas
de sueño antes de que partiéramos al día siguiente. Se mostraron recelosos a
medida que entrábamos al Abismo, pero había esperado que fueran mucho
peores, que sujetaran sus íconos y entonaran oraciones. Cuando dimos
nuestros primeros pasos en la oscuridad y dejé que la luz explotara a nuestro
alrededor, lo comprendí: no necesitaban implorarle a sus Santos; me tenían a
mí.
El Avetoro flotaba sobre nosotros dentro de la brillante burbuja que había
creado, pues yo había elegido viajar por la arena para poder practicar curvar
la luz dentro de los confines del Abismo. Para los Soldat Sol, esta nueva
exhibición de poderes era un milagro más, una prueba más de que era una
Santa viviente. Recordé la afirmación del Apparat: «No hay mayor poder que
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la fe, y no habrá un ejército más grande que el guiado por la fe». Rogué que
tuviera razón, que no fuera solo otra líder que aceptaba su lealtad y se las
pagaba con inútiles muertes honorables.
Nos llevó la mejor parte del día y de la noche cruzar el Abismo y escoltar
a todos los Soldat Sol hasta la costa occidental. Para cuando llegamos a
Tomikyana, David y Genya habían asumido el control por completo. Parecía
que una tormenta hubiera estallado en la cocina: los fogones estaban cubiertos
con ollas burbujeantes, y un caldero de la prensa de sidra hacía de cubo
enfriador. David estaba sentado en un taburete a la gran mesa de madera
donde probablemente los sirvientes habían amasado tan solo unas semanas
antes. Ahora estaba cubierta de cristal y metal, manchas de una sustancia
parecida al alquitrán, y un sinnúmero de botellitas de un maloliente lodo
amarillo.
―¿Esto es seguro? ―le pregunté.
―Nada es del todo seguro.
―Qué tranquilizador.
―Me alegro ―sonrió.
En el comedor, Genya había creado su propio espacio de trabajo, donde
estaba ayudando a fabricar bombonas de lumiya y bandas para transportarlas.
Los demás podrían activarlas en cuanto se atrevieran durante el ataque, y si
algo me pasaba en el Abismo, podrían tener luz suficiente para salir. Habían
utilizado toda la cristalería de los propietarios: cálices, copas, vasos de vino y
de licor, una elaborada colección de floreros, y un calientaplatos en forma de
pez.
El juego de té estaba lleno de tornillos y arandelas, y Misha, sentado con
las piernas cruzadas en una silla acolchada, desensamblaba alegremente unas
sillas de montar para luego organizar las tiras y trozos de cuero en esmerados
montones.
A Harshaw lo enviamos a robar cualquier alimento que pudiera encontrar
en las fincas cercanas, trabajo en el que parecía inquietantemente versado.
Trabajé junto a Genya y Misha la mayor parte del día. Fuera, en los
jardines, los Impulsores practicaban crear una manta acústica. Era una
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variación del truco que Zoya había realizado después del derrumbe, y
esperábamos que nos permitiera entrar al Abismo y ocupar nuestras
posiciones en la oscuridad sin llamar la atención de los volcra. En el mejor de
los casos sería una medida temporal, pero solo necesitábamos que durara lo
suficiente para permitir la emboscada. Periódicamente, los oídos se me
tapaban y todos los sonidos parecían amortiguados, pero luego escuchaba a
Nadia tan claramente como si estuviera de pie en la habitación conmigo, o la
voz de Adrik me retumbaba en los oídos.
El estallido de los disparos flotaba hasta nosotros desde el huerto, donde
Mal y los gemelos escogían a los mejores tiradores de los Soldat Sol. Teníamos
que ser cuidadosos con nuestra munición, así que usaban sus balas con
moderación. Más tarde los escuché en el salón, organizando armas y
suministros.
Armamos una cena de manzanas, queso duro y pan negro añejo que
Harshaw había encontrado en alguna despensa abandonada. El comedor y la
cocina eran un desastre, así que encendimos un gran fuego en la chimenea de
la gran sala de recepción y montamos un picnic improvisado, despatarrados
en el suelo y en los sofás de muaré, tostando trozos de pan ensartados en
ramas retorcidas de los manzanos.
―Si sobrevivo a esto ―dije, moviendo los dedos de los pies cerca del
fuego―. Voy a tener que encontrar alguna forma de compensar a esta pobre
gente por los daños.
Zoya resopló.
―Se verán obligados a redecorar. Les estamos haciendo un favor.
―Y si no sobrevivimos, ―observó David―, todo este lugar será envuelto
por la oscuridad.
―Puede que sea para mejor ―replicó Tolya, apartando un cojín de flores.
Harshaw le dio un trago a la jarra de sidra que Tamar había llevado de las
prensas.
―Si vivo, lo primero que haré será volver aquí y nadar en un tanque de
esta cosa.
―Bebe con cuidado, Harshaw ―dijo Tamar―. Te necesitamos despierto
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mañana.
―¿Por qué las batallas siempre tiene que ser tan temprano? ―se quejó él,
y a regañadientes le entregó la jarra a uno de los Soldat Sol.
Repasamos el plan hasta que todos estuvimos seguros de que sabíamos
exactamente dónde estar y cuándo. Nos adentraríamos en el Abismo al
amanecer, los Impulsores irían primero para establecer la manta acústica y
ocultarles nuestros movimientos a los volcra. Había oído a Nadia susurrarle
a Tamar que no quería a Adrik con ellos, pero Tamar había discutido con
fervor a favor de incluirlo.
―Es un guerrero ―había dicho―. Si le haces creer que ahora es menos,
nunca va a saber que puede ser más.
Yo estaría con los Impulsores, en caso de que algo saliera mal. Los tiradores
y los demás Grisha seguirían.
Habíamos planeado la emboscada en el centro del Abismo, casi
directamente entre Kribirsk y Novokribirsk. Una vez que viéramos el esquife
del Darkling, iluminaría el Falso Océano y curvaría la luz para mantenernos
visibles. Si eso no lo hacía detenerse, nuestros tiradores lo harían;
disminuirían las filas del Darkling, y después dependería de Harshaw y los
Impulsores crear suficiente caos como para que los gemelos y yo pudiéramos
embarcar el esquife, localizar a los estudiantes, y ponerlos a salvo. Un vez que
estuvieran seguros, me ocuparía del Darkling. Con suerte, no me vería venir.
Genya y David permanecerían en Tomikyana con Misha. Sabía que Misha
insistiría en venir con nosotros, así que Genya le había puesto un somnífero
en su cena. Ya estaba bostezando, acurrucado cerca de la chimenea, y esperaba
que durmiera hasta nuestra partida por la mañana.
La noche avanzaba. Sabíamos que necesitábamos dormir, pero nadie tenía
muchas ganas. Algunas personas decidieron dormir junto al fuego en la sala
de recepción, mientras que otros fueron regresando a la casa de dos en dos a
la vez. Nadie quería estar solo esta noche. Genya y David tenían trabajo que
hacer en los fogones. Tamar y Nadia habían desaparecido temprano. Pensé
que Zoya podría elegir a uno de los Soldat Sol, pero cuando me deslicé por la
puerta, ella seguía mirando al fuego, con Oncat ronroneando en su regazo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Me abrí paso por el oscuro pasillo hasta el salón, donde Mal revisaba por
última vez las armas y el equipo. Era una vista extraña, los montones de armas
y munición apilados en una mesa de mármol junto a miniaturas enmarcadas
de la señora de la casa, y una bonita colección de cajas de rapé.
―Habíamos estado aquí antes ―dijo.
―¿Sí?
―Cuando salimos del Abismo por primera vez. Paramos en el huerto, no
muy lejos de la casa. La reconocí antes, cuando estábamos disparando afuera.
Lo recordé. Parecía que había sucedido hacía una eternidad. La fruta de
los árboles había estado demasiado pequeña y amarga.
―¿Cómo lo hicieron hoy los Soldat Sol?
―No están mal. Solo unos pocos tienen mucho alcance, pero si tenemos
suerte, eso será todo lo que necesitaremos. Muchos de ellos vieron acción en
el Primer Ejército, así que por lo menos hay una posibilidad de que no pierdan
la cabeza.
Una risa flotó hasta nosotros desde la sala de recepción. Alguien, sospeché
que Harshaw, había empezado a cantar. Pero el salón estaba silencioso, y
escuché que había empezado a llover.
―Mal ―dije―. ¿Crees… crees que son los amplificadores?
Frunció el ceño mientras revisaba la mira de un rifle.
―¿Qué quieres decir?
―¿Lo que hay entre nosotros? ¿Mi poder y el tuyo? ¿Es por eso que nos
hicimos amigos, por qué…? ―Me callé.
Cogió otra arma y miró por el cañón.
―Tal vez eso nos unió, pero no nos hizo lo que somos. No te hizo la chica
que podía hacerme reír cuando no tenía nada, y de seguro no me hizo el idiota
que lo dio por sentado. Lo que sea que hay entre nosotros, lo hemos creado.
Nos pertenece. ―Después dejó el rifle y se limpió las manos con un trapo.
―Ven conmigo ―me dijo, me tomó de la mano y me hizo seguirlo.
Recorrimos la casa a oscuras. Escuché voces cantando algo subido de tono
al final del pasillo, pasos en el segundo piso, como si alguien corriera de una
habitación a otra. Pensé que Mal podría llevarme escaleras arriba a los
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dormitorios; suponía que esperaba que lo hiciera, pero en vez de eso me llevó
por el ala este de la casa. Pasamos por un silencioso cuarto de costura y una
biblioteca, hasta llegar a un vestíbulo sin ventanas forrado con palas, picas y
esquejes secos.
―Eh… ¿encantador?
―Espera aquí. ―Abrió una puerta que no había visto, oculta en la pared.
En la penumbra, vi que daba a una especie de invernadero largo y estrecho.
La lluvia golpeaba a un ritmo constante contra el techo abovedado y las
paredes de vidrio esmaltado. Mal se adentró en la habitación a medida que
encendía los faroles que descansaban en el borde de un delgado estanque
reflectante. Los manzanos se encontraban alineados contra las paredes, las
ramas densas con racimos de flores blancas. Sus pétalos yacían como un
puñado de nieve en el suelo de baldosas rojas y flotaban en la superficie del
agua.
Seguí a Mal a lo largo del estanque. El aire en el interior era fragante: dulce,
por las flores del manzano y margoso, por el fértil olor de la tierra. En el
exterior, el viento aullaba con la tormenta, pero aquí era como si las estaciones
se hubieran suspendido. Tuve la extraña sensación de que podíamos estar en
cualquier lugar, que el resto de la casa simplemente había desaparecido, y
estábamos completamente solos.
En el extremo más alejado de la habitación, había un escritorio escondido
en la esquina. Habían tirado un chal sobre el respaldo de una silla de trabajo,
y una cesta de costura descansaba en una alfombra con flores de manzano. La
señora de la casa debía de venir aquí a coser, a beber su té en la mañana.
Durante el día, habría tenido una vista perfecta de los huertos a través de las
ventanas arqueadas. Había un libro abierto sobre la mesa; miré con atención
las páginas.
―Es un diario ―dijo Mal―. Estadísticas de la cosecha de primavera, del
progreso de los árboles híbridos.
―Sus gafas ―dije, cogiendo la montura de alambre dorado―. Me
pregunto si las echará en falta.
Mal se apoyó en el borde de piedra del estanque.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Te has preguntado alguna vez cómo habría sido todo si los
Examinadores Grisha hubieran descubierto tu poder en Keramzin?
―A veces.
―Ravka sería diferente.
―Tal vez no. Mi poder era inútil antes de encontrar al ciervo. Sin ti, nunca
podríamos haber localizado ninguno de los amplificadores de Morozova.
―Tú serías diferente ―dijo.
Bajé la delicada montura y hojeé las columnas de números y escritura
ordenada. ¿Qué clase de persona podría haber sido? ¿Me habría hecho amiga
de Genya, o simplemente la vería como una criada? ¿Qué habría significado
el Darkling para mí?
―Te puedo decir qué habría pasado ―dije.
―Continúa.
Cerré el diario, me volví hacia Mal y me senté en el borde del escritorio.
―Habría estado en el Palacio Pequeño y me habría mimado y consentido.
Cenaría en platos de oro, y nunca habría luchado para usar mi poder. Habría
sido como respirar, como siempre debería haber sido. Y con el tiempo, me
habría olvidado de Keramzin.
―Y de mí.
―De ti, nunca.
Levantó una ceja.
―Probablemente de ti ―admití. Él se echó a reír―. El Darkling habría
buscado infructuosamente los amplificadores de Morozova, sin resultado,
hasta que un día un rastreador, un don nadie, un otkazat'sya huérfano, viajó a
los hielos de Tsibeya.
―Estás asumiendo que no morí en el Abismo.
―En mi versión, nunca te enviaron al Abismo. Cuando tú cuentes la
historia, puedes morir trágicamente.
―En ese caso, sigue adelante.
―Este don nadie, este nada, este huérfano patético…
―Lo entiendo.
―Él sería el primero en detectar al ciervo después de siglos de búsqueda.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Así que, por supuesto que el Darkling y yo tendríamos que haber viajado a
Tsibeya en su gran carruaje negro.
―¿Por la nieve?
―Su gran trineo negro ―modifiqué―. Y cuando hubiéramos llegado a
Chernast, habrían llevado a tu unidad a nuestra magnífica presencia…
―¿Se nos permitiría caminar, o tendríamos que arrastrarnos de barriga
como los gusanos que somos?
―Caminarían, pero lo harían con mucho respeto. Yo estaría sentada en un
estrado elevado, y llevaría joyas en el pelo y una kefta dorada.
―¿No negra?
Hice una pausa.
―A lo mejor negra.
―No importaría ―dijo―. Seguiría sin ser capaz de dejar de mirarte.
Me eché a reír.
―No, le estarías haciendo ojitos a Zoya.
―¿Zoya estaría ahí?
―¿No lo está siempre?
Sonrió.
―Me fijaría en ti.
―Por supuesto que sí. Soy la Invocadora del Sol, después de todo.
―Sabes a lo que me refiero.
Miré hacia abajo y quité unos pétalos de la mesa.
―¿Alguna vez te fijaste en mí en Keramzin?
Estuvo en silencio durante un momento, y cuando lo miré, estaba mirando
hacia el techo de cristal. Se había puesto rojo como un tomate.
―¿Mal?
Se aclaró la garganta, y cruzó los brazos.
―De hecho, sí. Tuve algunos… pensamientos muy distractores sobre ti.
―¿En serio? ―farfullé.
―Y me sentía culpable por cada uno de ellos. Se suponía que eras mi mejor
amiga, no… ―Se encogió de hombros y se puso aún más rojo.
―Idiota.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No puede ser, no sin el pájaro de fuego. El tercer… ―Se paró en seco
cuando sus ojos se posaron en el cuerpo de Mal y la sangre en mis manos―.
No puede ser ―repitió.
Incluso ahora, mientras el mundo que conocíamos se rehacía en
explosiones y destellos de luz, él no podía comprender lo que era Mal en
realidad. Nunca lo comprendería.
―¿Qué poder es este? ―exigió saber. El Darkling caminó lentamente hacia
nosotros, con las sombras estancadas en sus palmas, y sus criaturas girando a
su alrededor.
Los gemelos sacaron sus armas. Sin pensar, levanté las manos, buscando
la luz. Nada sucedió.
El Darkling me miró fijamente. Bajó los brazos y las madejas de oscuridad
se desvanecieron.
―No ―dijo desconcertado, sacudiendo la cabeza―. No. No es… ¿Qué has
hecho?
―Sigan trabajando ―les ordené a los gemelos.
―Alina…
―Tráiganmelo de vuelta ―repetí. No estaba siendo coherente, lo sabía. Ellos
no tenían el poder de Morozova, pero Mal podía sacar conejos de las rocas,
podía encontrar el norte verdadero parado de cabeza. Volvería a encontrar su
camino de regreso a mí.
Me puse de pie, y el Darkling caminó a zancadas hacia mí.
Llevó las manos a mi garganta.
―No ―susurró.
Solo entonces me di cuenta de que el collar se había caído. Miré hacia abajo:
yacía en pedazos junto al cuerpo de Mal. Mi muñeca estaba desnuda; el
grillete también se había roto.
―Esto no está bien ―dijo, y en su voz escuché desesperación, una angustia
nueva y desconocida. Sus dedos rozaron mi cuello, acunaron mi rostro. No
sentí la oleada de seguridad. Ninguna luz se estremeció en mi interior para
responder su llamada. Sus ojos grises buscaron los míos; confundidos,
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negras mientras se desplomaba hacia la arena gris. Zoya corrió hacia él,
intentando ralentizar su caída con una corriente de aire ascendente.
Sabía que debía moverme. Debía hacer algo, pero parecía que no podía
obligar a mis piernas que funcionaran. Me dejé caer entre Mal y el Darkling,
lo último del linaje de Morozova. Estaba sangrando por mi herida de bala.
Toqué la piel libre de mi cuello, se sentía desnuda.
Fui vagamente consciente de la retirada de los Grisha del Darkling.
Algunos de los oprichniki también se fueron, mientras la luz seguía fluyendo
de ellos en incontrolables ataques y sobresaltos. No sabía a dónde iban. Tal
vez de regreso a Kribirsk para advertir a sus compatriotas que su amo había
caído. Tal vez solo estaban huyendo. No me importaba.
Escuché a Tolya y Tamar susurrarse el uno al otro. No entendí las palabras,
pero la resignación en sus voces era lo bastante clara.
―No queda nada ―dije en voz baja, sintiendo el vacío en mi interior, el
vacío en todos lados.
Los Soldat Sol vitoreaban, y dejaban que las llamaradas de luz los rodearan
en gloriosos arcos conforme quemaban el Abismo. Algunos habían trepado a
los esquifes de cristal del Darkling. Otros habían formado una línea, uniendo
sus haces de luces para enviar una cascada de luz solar a través de los restos
desvaídos de oscuridad, desvaneciendo el Abismo en una ola.
Gritaban y reían, jubilosos en su triunfo, tan ruidosos que casi no lo oí…
un carraspeo suave, frágil, imposible. Intenté detenerla, pero la esperanza me
llegó con fuerza, una añoranza tan aguda que supe que su fin me quebraría.
Tamar sollozó. Tolya maldijo. Y volvió a repetirse: el débil y milagroso
sonido de la respiración de Mal.
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Nos sacaron del Abismo en uno de los esquifes del Darkling. Zoya se apropió
del maltrecho navío de cristal con una habilidad sorprendente, y después
mantuvo distraído a los curiosos Soldat Sol mientras Tolya y Tamar nos
cargaban a cubierta, ocultos bajo abrigos gruesos y keftas dobladas. El cuerpo
del Darkling estaba envuelto en la túnica azul de uno de sus Infernos caídos.
Le había hecho una promesa, y tenía la intención de cumplirla.
Los Impulsores ―Zoya, Nadia, y Adrik, todos ellos con vida y tan enteros
como lo habían estado cuando la batalla comenzó― izaron las velas y nos
llevaron por las arenas muertas tan rápido como su poder les permitía.
Yacía junto a Mal. Él seguía terriblemente adolorido, por lo que perdía y
recuperaba la consciencia. Tolya continuaba trabajando en él, comprobando
su pulso y respiración.
En algún lugar del barco oí a Nikolai hablando, su voz sonaba ronca y
dañada por la cosa oscura que lo había utilizado. Quería ir con él, ver su
rostro, asegurarme de que estaba bien, porque debía haberse roto los huesos
después de esa caída. Pero comencé a perder la consciencia debido a la gran
pérdida de sangre que sufrí por la herida. Mientras los ojos se me cerraban,
sujeté la mano de Tolya.
―Morí aquí, ¿entiendes? ―Frunció el ceño. Pensó que estaba delirando,
pero necesitaba que escuchara―. Este fue mi martirio, Tolya. Hoy morí aquí.
―Santa Alina ―dijo en voz baja, y besó mis nudillos, un gesto cortés,
como un caballero en un baile. Recé a todos los Santos reales para que Tolya
lo entendiera.
***
Leigh Bardugo Dark Guardians
Al final, mis amigos hicieron un buen trabajo con mi muerte, y uno mucho
mejor con la resurrección de Nikolai.
Nos regresaron a Tomikyana y nos ocultaron en el granero entre las
prensas de sidra, en caso de que los Soldat Sol regresaran. Asearon a Nikolai,
le cortaron el cabello, y lo alimentaron con té dulce y pan duro. Genya incluso
le encontró un uniforme del Primer Ejército. En cuestión de horas, estaba en
camino a Kribirsk, flanqueado por los gemelos, junto con Nadia y Zoya,
vestidas con keftas azules que robaron de entre los muertos.
La historia que inventaron era simple: Nikolai había sido prisionero del
Darkling, a la espera de su ejecución en el Abismo, pero había escapado y, con
la ayuda de la Invocadora del Sol, logró vencer al Darkling. Pocas personas
conocían la verdad de lo que había sucedido. La batalla había sido una
confusión de violencia efectuada casi en la oscuridad, y yo sospechaba que los
Grisha y los oprichniki del Darkling estarían demasiado ocupados huyendo o
pidiendo indultos reales para disputar esta nueva versión de los hechos. Era
una buena historia con un final trágico: la Invocadora del Sol había dado su
vida para salvar a Ravka y a su nuevo Rey.
La mayor parte de mis horas en Tomikyana fueron un borrón: el olor de
las manzanas, el susurro de las palomas en los aleros, la respiración de Mal a
mi lado. En algún momento, Genya vino a buscarnos, y pensé que debía estar
soñando. Las cicatrices en su rostro aún estaban allí, pero la mayoría de las
rugosidades oscuras habían desaparecido.
―Las de tu hombro también ―me informó con una sonrisa―. Quedaron
cicatrices, pero no tan aterradoras.
―¿La de tu ojo? ―le pregunté.
―Se ha ido para siempre. Pero le había tomado bastante cariño a mi
parche; creo que me daba cierta elegancia.
Debí haberme quedado dormida de nuevo, porque lo siguiente que supe,
fue que Misha estaba de pie frente a mí con harina en las manos.
―¿Qué estabas horneando? ―le pregunté, pero mis palabras sonaron
confusas.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Pastel de jengibre.
―¿No es de manzana?
―Estoy harto de las manzanas. ¿Quieres revolver el glaseado?
Recuerdo haber asentido, y volver a caer dormida.
***
No fue hasta bien entrada la noche que Zoya y Tamar regresaron a vernos,
con noticias de Kribirsk. Al parecer el poder de los amplificadores había
llegado hasta los diques secos. La explosión había lanzado por los aires a
Grisha y trabajadores portuarios, y cuando la luz empezó a manar desde cada
otkazat'sya que pudo alcanzar, había estallado el caos.
Mientras el Abismo comenzaba a desintegrarse, algunos se habían
aventurado más allá de sus costas para unirse a la destrucción. Otros habían
tomado las armas y comenzaron a cazar volcra, rodeándolos en los pocos
residuos que quedaban del Abismo para matarlos. Se dijo que algunos
monstruos habían escapado, desafiando la luz para buscar sombras
profundas en otros lugares. Ahora, entre los trabajadores portuarios, los
Soldat Sol y los oprichniki que no habían huido, lo único que quedaba del Falso
Océano eran fragmentos oscuros que colgaban en el aire o se arrastraban por
el suelo como criaturas perdidas separadas de la manada.
Cuando los rumores de la muerte del Darkling habían alcanzado Kribirsk,
el campamento militar se había enfrascado en el caos… Y entonces había
aparecido Nikolai Lantsov. Se instaló en los cuarteles reales, comenzó a
convocar a los capitanes del Primer Ejército y a los comandantes Grisha, y
simplemente empezó a dar órdenes. Movilizó a todas las unidades restantes
del ejército para asegurar las fronteras, y envió mensajes a la costa para reunir
a la flota de Sturmhond. Al parecer había logrado todo eso sin dormir y con
dos costillas fracturadas. Nadie más habría tenido la capacidad, y mucho
menos el coraje, ciertamente no el hijo menor y rumoreado bastardo. Pero
Nikolai había estado entrenando para esto toda su vida, y sabía que tenía un
don para lo imposible.
Leigh Bardugo Dark Guardians
otra era robada, una herencia forjada desde merzost, arrebatada de la creación
en el corazón del mundo. El poder que había reverberado a través de los
huesos de Mal, era la fuerza que había reanimado a la hija de Morozova
cuando había perdido su vida humana. Su sangre había estado empapada con
eso, y ese pedazo robado de la creación era lo que lo había hecho un rastreador
notable, ligándolo a todo ser viviente. «Los semejantes se atraen».
Y ahora ya no estaba. La vida que había robado Morozova y le había dado
a su hija había llegado a su fin. La vida con la que Mal había nacido (frágil,
mortal, temporal) era solo suya.
Pérdida. Ese fue el precio que el mundo había exigido para mantener el
equilibrio. Pero Morozova no podía haber sabido que la persona que
descubriría los secretos de sus amplificadores no sería algún Grisha anciano
que había vivido mil años y estaba cansado de su poder. No podía haber
sabido que todo caería debido a dos huérfanos de Keramzin.
Mal tomó mi mano, entrelazó los dedos con los míos, y la apretó contra su
pecho.
―¿Crees que podrías ser feliz? ―preguntó―. ¿Con un rastreador
fracasado?
Sonreí ante eso. Un Mal presumido, encantador, valiente y peligroso. ¿Era
duda eso en su voz? Lo besé una vez, suavemente.
―Si tú puedes ser feliz con alguien que te apuñaló en el pecho.
―Yo ayudé. Y te dije que puedo manejar el malhumor.
No sabía lo que venía ahora o qué se suponía que debía ser. No tenía nada,
incluso la ropa que traía puesta era prestada. Y, sin embargo, allí acostada, me
di cuenta de que no tenía miedo. Después de todo lo que había pasado, no
había miedo en mí; tristeza o gratitud, tal vez incluso esperanza, pero el miedo
había sido devorado por el dolor y el desafío. La Santa se había ido, la
Invocadora también. Volvía a ser solo una chica, pero esta chica no le debía
su fuerza a la suerte, a la casualidad o a un destino grandioso. Había nacido
con mi poder; el resto me lo había ganado.
―Mal, tendrás que tener cuidado. La historia sobre los amplificadores
podría esparcirse. Las personas pueden creer que todavía tienes poder.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
***
No fui directamente a los cuarteles reales, sino que tomé una ruta que me
llevó hasta donde había estado una vez el pabellón de seda del Darkling.
Asumí que él iba a reconstruirlo, pero el campo estaba vacío, y cuando llegué
a los cuarteles Lantsov, comprendí rápidamente el por qué. El Darkling había
fijado su residencia allí. Había colgado banderas negras en las ventanas y el
águila bicéfala tallada encima de las puertas había sido reemplazada con un
sol en eclipse. Ahora los obreros estaban quitando las banderas negras y
reemplazándolas con el azul y dorado ravkano. Mientras tanto, un soldado
había puesto un toldo y con un martillo enorme rompía el símbolo de piedra
sobre la puerta. Se oyó una ovación entre la multitud. No podía compartir su
entusiasmo. A pesar de sus crímenes, el Darkling había amado a Ravka, y
había querido tener su amor a cambio.
Me encontré con un guardia cerca de la entrada y le pregunté por Tamar
Kir-Bataar. Me miró con menosprecio al ver nada más que una campesina
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
―Ella es poderosa, y creo que tiene un gran don para ser una buena líder.
O hará de su vida una pesadilla. Posiblemente ambas cosas.
―¿Por qué nosotros? El Darkling…
―El Darkling ya no está, ni tampoco la Invocadora del Sol. Ahora los
Grisha pueden liderarse por sí mismos, y quiero que todas las órdenes están
representadas: Etherealki, Materialki, y tú, Corporalki.
―No soy realmente una Corporalnik, Alina.
―Cuando tuviste la oportunidad, elegiste el rojo. Y espero que esas
divisiones no importen mucho si los Grisha son guiados por los suyos. Todos
ustedes son fuertes, todos ustedes saben lo que es ser seducido por el poder,
el estatus o el conocimiento. Además, todos ustedes son héroes.
―Seguirán a Zoya, tal vez incluso a David…
―¿Hmm? ―preguntó David distraídamente.
―Nada. Tendrás que ir a más reuniones.
―Odio las reuniones ―refunfuñó.
―Alina ―dijo Genya―, no estoy segura de que me sigan.
―Haz que te sigan. ―Le toqué el hombro―. Valiente e inquebrantable.
Una pequeña sonrisa se extendió por su rostro. Entonces me guiñó un ojo.
―Y maravillosa.
Sonreí.
―Entonces, ¿aceptas?
―Acepto.
La abracé con fuerza. Ella se echó a reír, y luego tiró de un mechón de pelo
que se había liberado de mi pañuelo.
―Detente, pelirroja artificial ―dijo―. ¿Debemos refrescarte?
―Mañana.
―Mañana ―estuvo de acuerdo.
La abracé otra vez, y luego salí, con los últimos retazos de la luz del día.
***
multitud más allá de los muelles y sobre las arenas de lo que había sido el
Falso Océano. El sol casi se había puesto y la oscuridad estaba cayendo, pero
era imposible perderse la pira: un montículo enorme de abedules, con sus
ramas enredadas como extremidades blancas.
Un escalofrío me atravesó cuando vi a una chica sobre ella. Su pelo
extendido alrededor de su cabeza parecía un halo blanco. Usaba un kefta azul
con dorado, y el collar Morozova enroscado alrededor de la garganta, las astas
de ciervo de un gris plateado contra su piel. Fuera cual fuera el alambre u obra
de Fabricador que unía las piezas, lo habían ocultado de la vista.
Mis ojos vagaron sobre su cara… mi cara. Genya había hecho un trabajo
extraordinario. La inclinación de la nariz, el ángulo de la mandíbula, la figura
era simplemente perfecta. El tatuaje en la mejilla había desaparecido. No
quedaba casi nada de Ruby, la Soldat Sol que habría vivido para ser una
Invocadora de no haber muerto en el Abismo. Podría haber muerto como una
chica normal.
Me opuse a la idea de usar su cuerpo de esta manera, preocupada de que
su familia no tuviera nada que enterrar. Tolya fue quien me convenció.
―Ella creía, Alina. Deja que este sea su último acto de fe, incluso si tú no
crees.
Junto a Ruby yacía el Darkling en su kefta negra.
«¿Quién lo había atendido?» me pregunté, sintiendo un nudo en la
garganta. ¿Quién había peinado su cabello tan pulcramente? ¿Quién había
doblado sus gráciles manos en su pecho?
Algunos en la multitud se quejaban de que el Darkling no tenía por qué
compartir una pira con una Santa. Pero esto se sentía bien para mí, y las
personas necesitaban ponerle un fin a esto.
Los Soldat Sol restantes se habían reunido alrededor de la pira, con las
espaldas desnudas y sus pechos adornados con tatuajes. Vladim también
estaba allí, con la cabeza inclinada, y la marca en relieve en su piel delineada
por la luz del fuego. A su alrededor, la gente lloraba. Nikolai se situaba en la
periferia, impecable en su uniforme del Primer Ejército, con el Apparat a su
lado. Me subí el chal.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
que nada más contenían cuentos de hadas. Y ¿por qué cada niño necesitaba
un nuevo par de patines?
Jóvenes. Ricos. Posiblemente locos. Estas eran las palabras que susurraban
sobre la pareja que dirigía el orfanato. Pero ellos pagaban bien, y el muchacho
era tan encantador que era difícil permanecer enfadado con él, aun cuando se
negaba a azotar a cualquier vándalo que dejara pisadas con barro en el suelo
de la entrada.
Se decía que era un pariente lejano del duque, y aunque sus modales en la
mesa eran lo bastante buenos, tenía los modos de un soldado. Les enseñó a
los estudiantes cómo cazar y crear trampas, y las nuevas formas de cultivo,
tan favorecidas por el Rey de Ravka.
El mismo duque había establecido su residencia en su casa de invierno en
Os Alta. Los últimos años de la guerra habían sido muy duros para él.
La muchacha era diferente, pequeña y extraña, con el pelo blanco que
llevaba suelto por la espalda como una mujer soltera, aparentemente ajena a
las miradas de desaprobación y chasquidos de lengua de los maestros y el
personal. Ella les contaba a los estudiantes historias peculiares de barcos
voladores y castillos subterráneos, de monstruos que comían tierra y aves que
volaban con alas de llamas. A menudo iba descalza por los pasillos, y el olor
a pintura fresca nunca parecía desvanecerse, pues siempre comenzaba algún
nuevo proyecto u otro, dibujaba un mapa sobre una de las paredes del aula o
cubría el techo del dormitorio de las niñas con lirios.
―No es una gran artista ―bufó una de las maestras.
―Ciertamente tiene imaginación ―respondió otro, mirando con
escepticismo el dragón blanco que se enroscaba alrededor de la barandilla de
la escalera.
Los estudiantes aprendían matemáticas y geografía, ciencia y arte. Se
traían artesanos de ciudades y pueblos para que ofrecieran formación. El
nuevo Rey esperaba abolir el reclutamiento en unos pocos años, y si tenía
éxito, cada ravkano necesitaría algún oficio. Cuando a los niños los evaluaban
en busca de poderes Grisha, se les permitía elegir si querían ir al Pequeño
Palacio, y siempre eran bienvenidos de vuelta en Keramzin. Por la noche, se
Leigh Bardugo Dark Guardians
les decía que mantuvieran al joven Rey en sus oraciones, a Korol Rezni que
mantendría a Ravka fuerte.
***
Incluso si el muchacho y la muchacha no eran de la nobleza, ciertamente
tenían amigos en las altas esferas. Llegaban presentes con frecuencia, a veces
marcados con el sello real: un conjunto de atlas para la biblioteca, mantas de
lana resistentes, un nuevo trineo y un par de caballos blancos a juego para
tirarlo. Una vez, un hombre llegó con una flota de barcos de juguete que los
niños lanzaron al arroyo en una regata en miniatura. Los profesores notaron
que el desconocido era joven y guapo, con ojos avellana y cabello dorado, pero
definitivamente extraño. Se quedó hasta tarde para la cena y nunca se quitó
los guantes.
Cada invierno, durante la fiesta de Sankt Nikolai, una troika recorría el
camino nevado y tres Grisha emergían vestidos con pieles y keftas de lana
gruesa de colores rojo, púrpura y azul. Su trineo venía cargado de presentes:
higos y albaricoques empapados en miel, montones de dulces de nuez,
guantes forrados de visón y botas de cuero suaves como la mantequilla. Se
quedaban hasta tarde (mucho después de que los niños se hubieran ido a la
cama), hablando y riendo, contando historias, comiendo ciruelas al escabeche
y asando salchichas de cordero sobre el fuego.
Ese primer invierno, cuando llegó el momento de que sus amigos
partieran, la muchacha se aventuró a salir a la nieve para decirles adiós, y la
impresionante Invocadora de pelo negro le dio otro regalo.
―Una kefta azul ―dijo el profesor de matemáticas, sacudiendo la
cabeza―. ¿Para qué le serviría?
―Tal vez ella conocía a un Grisha que murió ―respondió el cocinero,
tomando nota de las lágrimas que llenaban los ojos de la chica. No vieron la
nota que decía: «Siempre serás una de nosotros».
El muchacho y la muchacha habían conocido la pérdida, y su dolor no los
dejaba. A veces él la encontraba de pie junto a una ventana, jugando con los
dedos en los rayos de sol que se filtraban a través del cristal, o sentada en los
Leigh Bardugo Dark Guardians
Gracias por viajar a Ravka conmigo y por todo el apoyo que le han
mostrado a esta trilogía. Me sorprendí con lo emotiva que me sentí al
despedirme de algunos de estos personajes, y como pueden haber adivinado,
no estoy del todo preparada para dejar el mundo de los Grisha atrás.
Si bien Ruin and Rising es más bien sobre el viaje de Alina, la historia
también le pertenece a las personas que lucharon a su lado. Siempre he amado
las narraciones sobre grupos de inadaptados que deben enfrentarse a
obstáculos imposibles, desde Robin Hood a La Gran Estafa, desde Los Doce del
Patíbulo, hasta los Bastardos sin gloria, y esa es justamente el tipo de historia
que contaré en mi próximo libro.
Si miran el mapa de Ruin and Rising, verán un pequeño país llamado Kerch,
una nación insular con un tremendo poder económico. Mientras los otros
países riñen, Kerch se ha mantenido neutral y ha prosperado. Su capital,
Ketterdam, es una joya del arte, la cultura, y la riqueza, hogar de la bolsa de
valores mundial, de una famosa universidad, y el núcleo de todo el comercio
internacional.
Pero Ketterdam tiene otro lado: un submundo criminal gobernado por
pandillas constantemente enfrentadas, y alimentado por el comercio ilegal de
armas, drogas y esclavos, el cual fluye por los puertos de la ciudad; sin
mencionar las suculentas ganancias de burdeles y palacios de apuestas del
distrito del placer en Ketterdam, el Barril. Por un precio, puedes tener lo que
quieras en Ketterdam; simplemente no te sorprendas si no obtienes
exactamente lo que pagaste.
Y el Barril es donde Kaz Brekker se siente más cómodo. Ningún crimen es
demasiado bajo, ninguna tarea demasiado peligrosa para Kaz, el ladrón y
líder de la pandilla a menudo llamada Manos Sucias. Salió con esfuerzo del
peor barrio de la ciudad, y ahora se encuentra a un solo atraco de ocupar su
merecido lugar entre los criminales más peligrosos de Ketterdam, y de cobrar
su venganza del hombre que destruyó su vida. Pero para hacerlo, deberá
reunir un equipo de asesinos, ladrones, convictos y Grisha marginados para
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Leigh Bardugo
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