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EL ASUNTO NELLY RIVAS Y PERÓN.

DIEGO CEFERINO MAZZIERI.

Las detracciones de la Revolución Libertadora hacia Perón tuvieron espectros tan


amplios que la historia omitió muchas de ellas para reparar el ridículo histórico de los
disparates esgrimidos desde 1955.

El colmo de los desvaríes fue la


supuesta foto del General con la
actriz Gina Lollobrigida
supuestamente desnuda. Como
nadie creyó la paparruchada
originaria, de que la actriz caminara
desnuda en la vía pública exhibida
nada menos que con el presidente
de una Nación, luego se inventó que
en realidad la foto fue tomada
mediante un flash de magnesio o
película infrarroja. Hasta el más
desprevenido supo que la foto fue
un montaje. La actriz, hoy
octogenaria, aun hoy recuerda risiblemente el hecho sin dudar que fue una burda
campaña pueril contra el prestigio del entonces Presidente argentino.

Pero me voy a detener a otra de las calumnias e imputaciones que la fusiladora creó
contra el General Perón, específicamente en una detracción muy coreada en ámbitos
lonardistas, o autodenominados “nacionalistas católicos”.

El asunto de Nelly Rivas y el supuesto estupro del General Perón.

El mas enjundioso énfasis en el asunto, lo encontramos en el “libro negro de la


segunda tiranía”. Vamos por parte: los lonardistas son tan “nacionalistas de opereta”
al decir sapiencial de Perón, que involuntariamente citan una obra en la que los
liberales agreden por parodia a la insigne memoria del Brigadier General Juan Manuel
de Rosas. Según estos círculos la “primera tiranía” y el primer “tirano prófugo”, fue el
caudillo que nos libertó del imperialismo anglo francés en el Siglo XVIII. Es
inconcebible que alguien que se jacte de nacionalista pro rosista, peronista o no,
paradójicamente menosprecie la memoria del restaurador de las leyes.
Pero eso no es todo. A punto tal hay tantas coincidencias de la revolución fusiladora
con la Batalla de Puente Márquez o Caseros, que Perón fue víctima de muy simíles
calumnias a Juan Rosas.

No solo en la parodia Lonardi – Urquiza y su lema ni vencedores ni vencidos, y el


póstumo puntapié esfintero.

Sino en las supuestas relaciones incestuosas y/o de estupro, de Rosas y de Perón.

Hace unos años, un personaje grotesco e intelectualoide de burundanga, de nombre


Federico Andahazi, escribió un pasquín llamado “Argentina con pecado concebida”.
Nada nuevo al mandato de Albión de hacer “Rialismo” de la historia Argentina, en vez
de emular las epopeyas nacionales como ejemplo para las generaciones póstumas.

Este tal Andahazi, comparó a Rosas con el austrícaco Josef Fritzl, un excecrable
personaje que tuvo cautivas y violadas sexualmente a seis de sus hijas.1 El motivo de
la capciosa comparación, refería a la historia de Eugenia Castro, a quien Andahazi
describió como “hija adoptiva” de Rosas, “recluida y violada sistemáticamente”,
sometida a destratos y humillaciones, y mantenida en la pobreza y sin educación.2

Antonio Caponetto, rebate excelentemente las interpretaciones extensivas


(invenciones) de Andahazi. Muy bien defiende a Rosas explicando que la muchacha de
por entonces también 14 años, no fue secuestrada, sino que huérfana amó al
restaurador y brinda decenas de pruebas al canto. Eugenia Castro tuvo siete hijos con
Rosas luego de la muerte de Doña Encarnación Ezcurra, y su relación no fue de
ninguna manera secreta ni oculta, mucho menos mal vista, a punto tal que Manuel
Galvez testimonia saludos de un sacerdote a Eugenia en carta al gobernador de
Buenos Aires.

Rememora Caponetto “Rosas se ocupó de mantener, mejorar, administrar y ampliar la


casa de Eugenia en el barrio de Concepción –operaciones todas de pública realización-
y hasta cinco días después de la derrota de Caseros, con la meticulosidad ordenancista
que le era proverbial, le entregó a Juan Nepomuceno Terrero los títulos de propiedad
de la vivienda de la muchacha, $ 41.000 que le correspondían de los alquileres
cobrados y $ 20.000 más pertenecientes a su hermano Vicente. La tragedia
irrevocable se cernía sobre su futuro y sobre la patria entera, pero este hombre de
singular capacidad reguladora se hizo de un tiempo para que todo aquello que le
correspondiera a los Castro llegara a sus manos.”

1
(Cfr. Alejandra Rey, Entrevista a Federico Andahazi, ADN Cultura, La Nación, 25-4-09,
pág. 20)
2
(Cfr. Alejandra Rey, Entrevista… etc, ibidem).
El director de Cabildo también cita cartas muy afectuosas entre Rosas y la muchacha,
madre de sus hijos, y trae a colación cartas amorosas en la que el exiliado post Caseros
se apena de que por la confiscación de sus bienes (cosa idéntica a lo que le hicieron a
Perón en 1955), no le pueda enviar dinero a los Castro, dejando en claro que su deseo
era que la muchacha lo hubiera acompañado en su exilio.

Continúa Caponetto diciendo que Rosas fue héroe pero no santo. A riesgo de pecar de
extenso es que cito sus conclusiones que a priori comparto. Dice el escritor:

“Digamos las cosas como son. No hay dos morales, con una de las cuales habría que
juzgar a los hombres corrientes y con otra a los próceres. En todo caso, más obligado
está el egregio a dar constante ejemplo virtuoso ante la grey confiada. El sexto
mandamiento nos alcanza a todos, y Rosas pecó grave y persistentemente contra él. Ni
justificaciones ni atenuantes nos importa hilvanar aquí. Mucho menos retruécanos
ingeniosos, como aquel de Anzoátegui, según el cual, “el héroe es el que puede sacarse
cien hombres de encima; el santo, el que puede sacarse una mujer de abajo”. Si esto es
cierto, y puede serlo, lamentamos que Rosas no haya sido santo, y en nada nos alegra su
reiterada incontinencia. Tampoco es encomiable que aquellos hijos naturales no hayan
sido reconocidos por su padre. Casi como una parábola trágica de la patria misma,
hundida tras la derrota de Caseros, la tradición oral que se ha colado en el tema cuenta
que de los varones que le dio Eugenia, uno murió en la Guerra del Paraguay, otro acabó
pocero en Lomas de Zamora, y otro peón de estancia por los pagos de Tres Arroyos. La
herencia de uno de nuestros mayores y mejores patricios, concluyó tumbada sobre la
tierra, entre el anonimato y la orfandad. Con pena inmensa lo pensamos y lo escribimos.

Pero Rosas, el pecador, el de la carne débil y el instinto irrefragable, el de la falta


sempiterna contra la castidad que asoló por igual en la historia a príncipes y mendigos,
pontífices y súbditos, no es el monstruo incestuoso y homicida que irresponsablemente
ha retratado Andahazi, propinándole un agravio cobarde, impropio de un caballero, y
antes bien semejante en sustancia al que Don Quijote —en el capítulo LXVIII de la
Segunda Parte— describe como connatural en “la extendida y gruñidora piara”.

Tampoco es Rosas un hombre que pueda ser acusado de mantener cautiva a esta mujer,
que a su modo amó y fue amado por ella. Si Eugenia pasaba el grueso de las jornadas en
las verdes extensiones de San Benito, no era ello señal de que el predio fuera su cárcel, o
de que el sigilo del romance espurio la obligaba al encierro. Es que el mismo Rosas,
después de la muerte de su esposa —esto es, cuando comienza su relación con Eugenia—
se aisló totalmente en Palermo, apareciendo muy rara vez en público, y abandonando
hasta esa costumbre de recorrer de madrugada la ciudad para tomarle el pulso. Así nos
lo narra Lucio V. Mansilla en el capítulo XI de su difundido Rozas. Ensayo histórico-
psicológico. Distinto hubiera sido si el Restaurador, no por hábitos de misantropía sino
por principios ideológicos, hubiera sostenido, como lo hace Alberdi en el capítulo XIII de
Las Bases, que la mujer no debe tener una instrucción destacada sino “hermosear la
soledad fecunda del hogar… desde su rincón”. O si hubiera justificado, como lo hace
Sarmiento en el Diario del Merrimac, que las mujeres que conoció estaban para que él se
aprovechara de ellas.”

En la parte final de su refutación pública a Andahazi Caponetto dice:

“Extraño destino el de nuestra historiografía, y aún el de “nuestro mayor varón”, como


lo llamara Borges a Rosas. Ha tenido que soportar los embates del mitrismo, del
academicismo masónico, de las izquierdas apátridas, de los periodistas ramplones, de
los psicoanalistas advenedizos y de los egresados de la UBA. Ahora parece ser el turno
de los pornógrafos. Del pornocipayismo de los mercaderes de morbo y de lujuria.”

Ahora bien, todo esto es traído a colación por el asunto Nelly Rivas – Perón, asunto
también citado por un “pornocipayismo” lamentablemente en boca de quienes se
dicen nacionalistas católicos.

La muchacha Rivas, a diferencia de Castro no era huérfana. Nelly Rivas fue a vivir con
Perón como casera con la anuencia total de sus padres. Luego de la libertadora
coaccionaron a los padres para que testimonien que ellos entregaron a su hija a Perón
para satisfacer deseos sexuales a cambio de dinero y propiedades. Pero los padre de
Rivas de ninguna forma declararon tal cosa, lo que les valió el vituperio público y la
persecución judicial.

A diferencia del idolotrado Rosas por los nacionalistas católicos anti peronistas, no
hay carta materialmente existente que demuestre cierta relación amorosa entre Perón
y Nelly Rivas. Y las pocas misivas citadas demuestran una relación paternalista más
que de concubinato. En el supuesto caso de ser cierto esto último, ¿por qué a Perón no
le vale el carácter de héroe pero no santo?

En las declaraciones de Rivas publicadas en Clarín del día 22 de mayo de 1957,


titulada “mis relaciones con Perón”, la muchacha en ningún momento habla de alguna
relación amorosa. Los que quieren vituperar a Perón dicen que muerta Eva, el General
perdió sus escrúpulos, pasiones y cabales. Pero a la hora de hablar de Rosas, en
cambio lo refieren “como permanentemente acongojado por la ausencia de
Encarnación”. Varas distintas.

La pobre Rivas luego de la libertadora y creyéndose defraudada por el exiliado Perón


que al igual que Rosas no le pudo mandar dinero, hizo declaraciones ulteriores que
denotan cierta relación mayor al aprecio. Pero luego de la intimación de Nelly Ruth
Amaral, última presidente de la UES, la pobre Rivas se desdijo por ciertas
contradicciones en sus declaraciones y preguntas de la señora Amaral.

Amaral dijo que “todas las versiones que se difundieron sobre esa mujer (Rivas), son
inexactas, salvo que se vendió por unos pesos. Ella no era integrante de la UES.

Es cierto que Nelly Rivas vivió con Perón en la residencia Presidencial como también
la Castro vivió con Rosas en la Quinta de Palermo.

No hay prueba alguna que señale que la relación con el General haya sido más que de
empleada doméstica con un trato de amor y aprecio paternalista.

Perón se exhibía públicamente con Nelly Rivas sin necesidad de ocultar nada.
Inclusive en actos oficiales y públicos.

Todo los demás mitos integran “la novela de Perón”, de Vargas Llosa y Eloy Martínez.

Más allá de los dimes y diretes Nelly Rivas confesaría ulteriormente que todo lo que se
dijo de ella y de Perón fue propaganda anti peronista y calumnias.

El destino de la muchacha no fue grato: la libertadora la internó en un reformatorio


donde la humillaron, le pegaron, la vejaron, la ultrajaron, le hicieron saltar tres dientes
y al salir tuvo atención psiquiátrica obligatoria. ¡Y pensar que el proceso que la
libertadora inició contra Perón por estupro era en salvaguarda de la dignidad y los
intereses de esa menor! “A las pruebas del libro negro de la segunda tiranía” me
remito.

José María Rivas y Mariana Sebastiana Viva de Rivas (padres de Nelly) fueron
condenados y confinados en la Cárcel de Villa Devoto, y su hija derivada a un Asilo
Correccional de mujeres.

Los Rivas vivieron muchos años de penurias. Nelly se casó con un norteamericano. En
1972 volvió a ver a Perón por última vez en su retorno, y lo primero que hizo como
una hija fue retarlo porque si ella accedió a verlo al General tan fácilmente cualquiera
podría hacerlo y “podrían matarlo”. El respeto y cariño y cuidado de Nelly por Perón
nunca fue ocultado.

Por último cito publicaciones norteamericanas detractoras de Perón como victimario


de estupro. En ella citan el asunto Rivas. Se ve una foto de Perón en situaciones muy
cariñosas con una mujer que supuestamente era Nelly Rivas. Pero lo cierto es que esa
mujer de las fotos era la bella Aurelia Tizón, primera esposa del General Perón. En la
foto inferior se ve otra persona muy disímil en físico y rostro al General. Y también
adrede se confunde una foto de una ex pareja de Perón en Italia llamada Giuliana dei
Fiori con Perón.
No es defender a Perón por fanatismo. Es ser justos con lo justo y medir la historia
argentina con la misma vara y balanza. Sino pecamos de fallutos.

Y eso no es “ni de héroes ni de santos”.

Diego Mazzieri.

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