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¿Cómo hacer un ensayo filosófico?

INTRODUCCIÓN Y TIPOS DE ENSAYOS

El ensayo filosófico tiene como objetivo central demostrar nuestras capacidades de


exposición y argumentación filosóficas.

Para ello, el ensayo gira en torno a un tema propuesto de antemano. Varios tipos de
temas son posibles:
 Un tema abierto, que permite al escritor seleccionar con mayor libertad los
autores y teorías filosóficas a emplear para apoyar y desarrollar sus propias ideas. Por
ejemplo "La libertad humana" "¿Qué es la belleza?" o "Filosofía y religión"
 Un tema más cerrado, que requiere del escritor conocer los principales
argumentos y autores que ya lo han tratado. Por ejemplo "El escepticismo: su función y
límites" o "El contrato social en Rousseau".
 Un tema en el que se pida contrastar y valorar dos puntos de vista bien
conocidos en la tradición filosófica. Ello requiere conocer ambos puntos de vista, las
razones a favor y en contra de cada uno de ellos así como una visión propia en favor de
uno de ellos o una integración de ambos. Por ejemplo "El conocimiento: racionalismo
frente a empirismo" o "Éticas formales frente a éticas materiales".

ESTRUCTURA

El ensayo filosófico consta de las siguientes partes:


1. Introducción: Generalidades y tesis.
2. Desarrollo:Expone en mayor detalle el tema a tratar. Puede incluir ejemplos o
casos concretos que ayuden a una mejor comprensión. Aporta razones a favor y en contra
en la etapa de contraargumentación. Puede citar a filósofos que han tratado el problema
así como sus argumentos. Menciona y valora razones en contra. Incluye un punto de
vista propio sobre la cuestión.
3. Conclusión. Recapitula los aspectos centrales incluidos en el desarrollo,
condensándolos en un breve resumen final que puede incluir aspectos dudosos o
pendientes de ulterior estudio.

EXTENSIÓN

El ensayo deberá ocupar entre 3 a 5 páginas.


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PREPARACIÓN

La redacción del ensayo es el último paso de un proceso que tiene como pasos previos:

 Clarificación del tema a tratar. Es fundamental tener claro el punto de partida.


 En el caso de un tema abierto, elegir el enfoque puede ser un proceso
largo que sufra varias redefiniciones según se avance el proceso de investigación y
reflexión.
 En el caso de un tema cerrado o de contraste entre dos posiciones, se trata
más bien de ser capaz de formular con precisión el problema y completarlo con su origen
histórico, los principales filósofos que lo han tratado, etc.
 Recopilación de información:
 Es necesario leer y comprender las teorías, razones y críticas que guarden
relación con el tema.
 Terminología especializada: conocerla y ser capaz de usarla y explicarla
en el ensayo.
 Búsqueda de ejemplos o casos concretos que ayuden a exponer las ideas
filosóficas.
 Aportación propia:
 Tras habernos familiarizado con lo que otros han dicho, podremos
formarnos nuestra propia posición.
 Valorar los puntos fuertes y débiles de las teorías o puntos de vista
recopilados.

El proceso de preparación culmina con la confección de un esquema que nos guiará


durante la redacción del ensayo. Este esquema puede ocupar aproximadamente media
página y en ningún caso sobrepasar la extensión de una página.

Ejemplo de Ensayo Filosófico.

Filosofando sobre la muerte

Introducción:

Ya lo decía el Arzobispo de Cambrai, en 1715: “La muerte sólo será triste para
los que no hayan pensado en ella”(p.1). Frase que resume muy bien el concepto que
tenemos hoy sobre la muerte como algo terrible que no deseamos que llegue.
Cuando era estudiante de medicina, en muchas ocasiones me tocó informar a un
familiar sobre la posibilidad de que su hijo, su hermano o su padre muriera, y
siempre la reacción era la misma. Desconcierto, tristeza, llanto, gritos, furia contra
mí o contra el sistema de salud. La noticia parecía desarmar totalmente a la familia,
y me dejaba el sabor de no haber hecho más. No obstante, hoy pienso que la muerte
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es siempre parte de la vida, y así como los médicos no pueden detener el reloj
biológico y mantener a los pacientes vivos en animación suspendida, tampoco nadie
puede pensar que escapará de la muerte. Lo único que se necesita para morir, es
estar vivo. Sin embargo, cuando estudiamos la historia de la humanidad, es
interesante encontrar que este miedo a la muerte es relativamente nuevo, y parece
venir del desarrollo tecnológico y científico.

Tesis:
En este ensayo se probará que el miedo a la muerte, concebido como algo atroz y
desconocido, es propio del ser humano posmoderno, ya que en la antigüedad la
muerte era un rito normal como cualquier otro.

Desarrollo:
La tenacidad con la que no se reconoce ni se acepta la muerte se presenta
anacrónica en nuestra era empapada de ciencia y de razón. Hace ya casi 50 años
que el sociólogo inglés Gorer, G. ( 1963) señaló cómo la muerte se ha convertido en
tabú y reemplazado a la sexualidad como símbolo de censura.

Antiguamente se les decía a los niños que nacían de una garza o de un pájaro
volador , pero asistían a la escena del adiós a la cabecera de un familiar
moribundo. En la actualidad, los niños son iniciados desde pequeños en la
fisiología del amor y la anticoncepción, pero jamás podrán ver cómo su abuelo
deja este mundo. Parece ser que técnicamente admitimos la posibilidad de morir
cuando padecemos una enfermedad, pero en el fondo solemos sentirnos
inmortales. Sin duda, la medicina también aporta sus motivaciones para creer
que no vamos a morir, o que por lo menos no existirán más muertes prematuras.
La idea que nos hacemos de este buen porvenir parece estar autorizada por los
trasplantes de órganos, la terapia génica y celular, la clonación o las terapias
rejuvenecedoras. (p.20)

Sin embargo, es interesante saber que en la Edad Media, la visión de la muerte


era un rito muy bien organizado que no tenía nada de la imprevisibilidad moderna.
Revisando la literatura al respecto, se encontró que la muerte seguía los siguientes
pasos:

Lo primero era el presentimiento de que el fin estaba cerca. El enfermo se


acostaba y se rodeaba de sus familiares y amigos. El moribundo pedía perdón a
quienes había hecho daño y luego encomendaba su alma a Dios. Al parecer, en esa
época, era normal que el ser humano sintiera la proximidad de la muerte y se
preparara a ella. Y si la presentía, era muy común que un familiar tomara la
responsabilidad de decírselo (Gates, J. 2015).
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Un documento pontificio de la Edad Media indicaba que era obligación del


médico informar al moribundo, tal como ocurre en la cabecera de Don Quijote:
“tomóle el pulso, y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la
salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro” (Cervantes, 1605, p.245).

Es curioso destacar que en aquella época, las costumbres cristianas establecían


que el moribundo estuviese acostado sobre la espalda para que su cara mirase al
cielo, directamente a Dios. En cambio, los judíos, según las descripciones del
Antiguo Testamento, se despedían de este mundo mirando a la pared. Esta cierta
familiaridad con la muerte indicaba una concepción colectiva de un destino
invariable y compartido: la muerte era la misma para todos, y siempre llegaba.

Varios siglos después, Schopenhauer, A. ( 1985) retomó esta aceptación de la


muerte con un enfoque más drástico en su clásica sentencia expuesta en su
Metafísica de la Muerte: “Exigir la inmortalidad del individuo es querer perpetuar
un error hasta el infinito”(p.15). Es interesante destacar que después de la muerte,
seguían una serie de hechos minuciosamente calculados por la familia. En el
Antiguo Testamento(2019) encontramos lo siguiente:

Inmediatamente después de la muerte, los asistentes se desgarraban las


vestiduras, se arrancaban la barba y el pelo, se despellejaban las mejillas,
besaban apasionadamente el cadáver y hasta podían caer desvanecidos. Luego,
la familia pagaba a algunas lloronas para garantizar la manifestación del duelo,
y así se hacía el tránsito de la vida a la muerte.(p.62).

De esta forma, la partida podía tener un tinte dramático con tanta teatralidad,
pero realmente, la muerte no era para nada disruptiva. Más bien era considerada
como algo inevitable, como el puente entre esta vida y la siguiente, como un camino
que todos debían transitar para que el espíritu pasara de la morada terrenal a la
morada angelical(por decirlo de alguna manera).

Es más, antes de la era cristiana, y con motivo de la batalla de las islas Arginusas,
Jenofonte describió cómo el temor a la muerte era menor que el miedo a la
privación de sepultura. Cuenta el historiador que tras una victoria por mar, los
generales atenienses habían descuidado enterrar a los cadáveres. Al llegar a Atenas,
los padres de los muertos, pensando en el largo suplicio que aquellas almas
sufrirían, se acercaron al tribunal vestidos de luto y exigieron el castigo de los
culpables. Al no diferenciar entre alma y cuerpo, los griegos consideraban que la
sepultura era necesaria para la felicidad y el reposo eterno. A pesar de haber
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salvado a Atenas con su victoria, los generales fueron acusados de impiedad y


condenados a muerte( Jenofonte, 1965)

La misma desesperación ante una muerte no transitada correctamente, la narró


Sófocles en Antígona, ante la prohibición de darle sepultura a su hermano Polinices
en la ciudad de Tebas. Aries(2007) encontró que:

En continuidad con las ideas paganas, durante el primer milenio cristiano, la


muerte no se concebía como una separación del alma y el cuerpo, sino como un
sueño misterioso del ser indivisible. Por eso era esencial elegir una morada, un
lugar seguro para esperar el día de la resurrección. En contraposición, desde el
siglo XII se creyó que al morir el alma abandonaba el cuerpo e inmediatamente
padecía un juicio individual sin esperar al fin de los tiempos(p.4).

La relación con la muerte parecía ser muy distinta en esa época, y mucho más
agradable que hoy. Los cementerios que rodeaban las iglesias muchas veces servían
de lugar de reunión para comerciar, bailar y jugar, y a lo largo de los osarios
podían hallarse tiendas de comercio. En 1231, el Concilio de Ruán prohibió bajo la
pena de excomunión que se bailara en las iglesias o los cementerios. En otro concilio
de 1405, se prohibía bailar o jugar en el cementerio, como también que juglares,
músicos, titiriteros y charlatanes ejercieran sus sospechosos oficios. En textos
posteriores se resalta cómo la cercanía entre las sepulturas y estas aglomeraciones
de público resultaba molesta cuando debían inhumarse cadáveres. El espectáculo de
los muertos cuyos huesos afloraban a la superficie, como el cráneo de Hamlet,
demuestra cómo los vivos se sentían familiarizados con los muertos y con la muerte,
y que a diferencia de hoy, los muertos no causaban terror ni asco(Aries, 1974).

Esta familiaridad con la muerte se extendió entre los siglos XV y XVIII hasta el
punto de generar toda una iconografía y literatura macabra, con representaciones
de cadáveres en descomposición, disecados o momificados, quizás como la expresión
de una experiencia particularmente fuerte con la muerte en una época de grandes
crisis económicas y mortalidad.

En esta misma época macabra, la práctica de obtener el molde de la cara del


muerto con la conocida mascarilla mortuoria servía para representar sobre la
tumba la última fotografía instantánea y realista del personaje.

Según explica Aries( 2007), la muerte de la Reina Isabel de Aragón lo atestigua:


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Durante el regreso de los cruzados a Francia, “la reina Isabel de Aragón


falleció luego de caer de un caballo en Calabria. Sobre su tumba aparece
representada de rodillas orando a los pies de la Virgen, con una mejilla
desgarrada por la caída, imagen obtenida de su mascarilla mortuoria como si
fuera un retrato natural y no con el propósito de generar temor en los
sobrevivientes.(p.44)

Finalmente, esta relación con la muerte del hombre occidental alcanza también en
los siglos XVI a XVIII un vínculo más estrecho con la imaginación, al punto de
asociarla con el sentimiento del amor: Tanatos y Eros. Baste para ello sólo recordar
el amor y la muerte de Romeo y Julieta en la tumba de los Capuleto.

El miedo a la muerte comienza hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX,
momento en que se deja de representarla en la cultura de Occidente y se comienza a
termerla. En ese momento se revela una angustia profunda originada tal vez en las
dudas sobre la trascendencia. A partir de aquí, el hombre ya no puede mirar de
frente el sol ni la muerte (Rochefoucauld, F, 1680).

El filósofo español Miguel de Unamuno se refería a la idea de la muerte como algo


que paralizaba sus trabajos, y lo sumía en la tristeza y la impotencia, y resumía así
en su Diario Íntimo, todo el temor de fines del siglo XIX y comienzos del XX: Mi
terror ha sido el aniquilamiento, la anulación, la nada más allá de la tumba. El
cambio más importante que ocurre a partir del siglo XIX con respecto a la muerte
es que el moribundo es privado de su derecho a saber que va a morir. Se lo pone
bajo tutela como a un menor o alguien que hubiese perdido la razón.( Unamuno,
M.,1912)

Como producto de esta situación, en pleno siglo XX, la interdicción de la muerte


es aceptada sin reservas, a punto tal que se difunde la cremación como método de
quitar definitivamente todo rastro de ella, para eliminar a nuestros muertos con
discreción. Pareciera que esta prohibición es la reacción lógica a la imposibilidad
que tiene nuestra cultura basada en la tecnología, de recuperar la confianza
ingenua en el destino que durante siglos manifestaron al morir nuestros
ancestros( Rivera, 1993).

Dentro de una concepción dualista, la muerte se define por contraposición a la


vida. La vida como una realidad de la que se tiene experiencia inmediata aquí y
ahora, y la muerte como negación de aquélla y de la que no existe ninguna
experiencia.
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La mayoría de las religiones, o de las culturas basadas predominantemente en


creencias religiosas, consideran a la muerte como una plataforma hacia otras vidas
y no la reconocen jamás como un final real.

Para la cultura egipcia antigua, por ejemplo, la muerte consistía en una


separación de los elementos materiales y espirituales del individuo. Suponían que el
alma necesitaba de la conservación del cuerpo para sobrevivir y así en los primeros
tiempos los cadáveres eran enterrados en pieles y rodeados de elementos que podían
servirles en la vida de ultratumba; posteriormente se usaron suntuosos sepulcros y
complicados ritos descriptos en su Libro de los Muertos. De esta misma manera, la
mayoría de las religiones orientales creen que el hombre obra más allá de la muerte.
El nacimiento y la muerte no delimitan la vida humana. (Gorer, 1963)

Antes de los grandes avances tecnológicos de la era actual, cada cultura ha


preferido considerar una vida después de la muerte en lugar de aceptar la muerte
después de la existencia terrena. Pero por desgracia, la sociedad occidental actual
ha desarrollado vergüenza, terror y gran preocupación por la muerte. Tal vez
porque el descubrimiento de las vacunas, los antibióticos y los antiretrovirales han
parecido ser un triunfo sobre la muerte a edad temprana.

La muerte, inevitable en la existencia humana, se convierte así en un


acontecimiento absurdo soportado con ignorancia y pasividad. Y si en una visión
universal del hombre, la existencia del mal, o la inexistencia del alma ya no le
dieran sentido, la muerte perdería toda comprensión y justificación. Es justamente
esta pérdida de sentido que hace que el temor a la muerte sea difícilmente
manejable en la actualidad. (Rivera, 1998)

El mismo gran filósofo Miguel de Unamuno resumió esta idea con las siguientes
palabras recogidas por Rivera (1988):

Apartando tu mirada de la venidera muerte y de la nada que mereces y temes,


vuélvela hacia atrás y considera tu pasada nada, antes de que nacieras. No
seríamos entonces conscientes de nuestra muerte, como no fuimos conscientes
de nuestro nacimiento. No recordamos ni el principio ni el final. No existe en
nuestra consciencia el conocimiento de lo que sucedió antes de nuestro espacio-
tiempo, ni de lo que sucederá después. Es justamente esa sensación personal del
tiempo uno de los argumentos que explica ese desconocimiento del principio y
del fin. Para nuestro ser, todo el tiempo por delante y por detrás de su
existencia no tiene importancia, pues nadie puede sentir el tiempo que no ha
pasado, el que no le pertenece, ni puede percibir el espacio que no ocupó( p.22).
Conclusión:
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Por tanto, el miedo a la muerte en la sociedad occidental está totalmente


infundado, porque en realidad la esencia de la vida está ligada con la muerte desde
tiempos inmemoriales. Aunque los avances científicos de la era postmoderna han
sido importantes, la prolongación de la vida es finita. No puede concebirse la vida
sin la muerte, así como no puede concebirse un principio sin un final. Nada es para
siempre, y la vida humana no es excepción.

Lista de referencias
Gorer G. (1963).The pornography of death. En: Death, grief and mourning. New York:
Doubleday.

Aries P. (1974.)Riqueza y pobreza ante la muerte en la Edad Media. En: Mollat M.


Etudes sur l’histoire de la pauvreté., París: Publicaciones de la Sorbonne, serie
Etudes, vol VIII, p. 510-24.

Aries P. (2007).Morir en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días. Buenos
Aires: Adriana Hidalgo editora SA.

Rivera LF. (2007). Desde el trialismo de Herrera Figueroa. Buenos Aires: Plus Ultra;
1993. p. 35-36. 5. Blank-Cereijido F, Cereijido M. La vida, el tiempo y la muerte.
México: Fondo de Cultura Económica; x p. 125-6

Rochefoucauld, F.( 1680) Reflexiones, sentencias y máximas


morales. https://issuu.com/nihilismo/docs/39061322-francois-de-la-
rochefoucauld-reflexiones- 

Unamuno,M. (1912) Del Sentimiento trágico de la vida.


http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/diario-intimo-
785937/html/6c5cc457-cc12-493e-a328-d4a7479722fc_2.html

Gates, J. (2015) La concepción de la muerte en la antigüedad.


http://servicio.bc.uc.edu.ve/postgrado/manongo21/21-12.pdf

Santa Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento.(2009).

Jenofonte, A. (1965). Historia griega. https://www.iberlibro.com/buscar-


libro/titulo/historia-griega/autor/jenofonte/

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